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Sexo mercenario para un divorciado 3

en Confesiones

Todas las mercenarias con las que me he acostado se desviven por satisfacerte. A E. se le había llenado la boca con frases tan manidas como “ya verás que bien lo pasas conmigo” “te haré todo lo que tú quieras” y blá-blá. Es lógico que alguien que vende su cuerpo, que vende sexo, haga marketing en ese sentido, mi cuerpo es el mejor, el más fogoso, el sexo que vas a tener conmigo no lo tendrás con ninguna otra…No se entendería que nadie intentara venderte algo diciéndote la verdad pura y dura o sacando a relucir los defectos del producto. Eso se entiende y es perfectamente admisible, lo que ya no me parece tan bien es que todas las mercenarias se pongan a hacerte una mamada o felación a las primeras de cambio. Mira, si has confesado problemas de impotencia o no se te empina nada más ver su cuerpo desnudo, o eres un abuelote o vas camino de serlo, vale, entonces es comprensible, pero que se pongan con la mamada lo primero no me parece bien, si estás muy excitado puedes estallar en su boca a las primeras de cambio, algo que puede ser maravilloso para ella si le gusta, pero a ti te deja fuera de combate a las primeras de cambio, cuando te queda casi una hora pagada para seguir con el sexo. Es cierto que como eres el cliente siempre tienes razón y podrías decirle con toda tranquilidad que lo deje para luego, pero es que resulta difícil decir algo cuando tienes tu miembro viril en su boca, es como si te quedaras mudo.

Yo siempre prefiero que la mamada me la hagan después del primer estallido, cuando el pajarito necesita un boca a boca para resucitar, no cuando está fortachón y dispuesto a comerse el mundo o al menos a comerse esa cuevita que asoma al fondo de ese desfiladero. Cierto que puedes decírselo, puedes decirle todo lo que quieras, para eso eres el cliente, pero por desgracia a los tímidos nos cuesta hablar de esas cosas tan íntimas. Así que la dejé que se comiera mi salchichita todo lo que le diera la gana. Por una vez no tendría problemas con explotarle en la boca o en la cara porque mi vejiga estaba tan llena que obstruía los conductor urinarios o uretes y no dejaba pasar ni una gota de semen, hubiera sido más fácil que me meara en su boca –con todas las palabras, qué guarro soy- que una gota del liquidillo viscoso saliera por la boquita del glande. Por cierto qué pequeñita es la boquita del glande, parece mentira que por ella puedan salir millones de espermatozoides buscando como locos fecundar al ovulito, eso nos da una idea de las dimensiones de estos intrépidos comparados con el resto del cuerpo, y no digamos con el universo.

A pesar de las ganas que tenía de mear me consolé pensando que esta vez aguantaría más, tal vez diez minutos, puede que veinte, hasta media hora, no creo que pasara de ahí ni con la vejiga repletita. Ella se cansó de lamer salchicha porque lo cierto era que ni adquiría todo su esplendor ni se desinflaba ni nada, permanecía ahí, como agazapada, a la espera, un sí quiero no quiero un poco molesto. Yo comprendía a mi miembro viril, al que he bautizado y con el que hablo con cierta frecuencia. No, no, ninguna lectora sabrá su nombre hasta que lo tenga dentro de su cuevita, luego podrá preguntarme por él y le daré pelos y señales. Cuando tienes un pantano a punto de reventar encima de tu cabeza no asomas la tuya, o sea el glande, el miedo te atenaza.

Una vez que ella se hubo cansado y se tumbó boca arriba a mi lado fui yo quien se precipitó sobre ella, pero no para penetrar en la cueva sin pensármelo dos veces, soy de los que disfrutan mucho antes de que el ariete intente abrir las puertas del castillo. Me gustan los pechos, vamos las tetas, me encantan, puedo estar horas y horas lamiendo, mordisqueando, haciendo que mi lengua trace círculos sobre los pezones, primero girando como las agujas del reloj, luego en sentido contrario, luego con la puntita para arriba y para abajo, izquierda y derecha. Los pezones son bocados exquisitos, el caviar es una mierda a su lado, con perdón del caviar, que está muy creído.

Ella tenía unos pechos espléndidos, como me gustan, más bien repletitos, erguiditos, vamos que no sean peritas pequeñitas que casi te las comes de un bocado, tampoco sandías que te atragantas y si te caen encima tienes un serio disgusto. Digamos que unos melones más bien redonditos y no picudos o unas granadas grandotas y dulces. La piel tersa, como si uno besara seda o satén, solo que mucho más calentita, más vital, más, más todo. Yo es que es ponerme con los pechos y me olvido de todo, de las penas, de las alegrías, de la vida, de la muerte, el miembro se estira, se pone contento, comienza a bailar, y yo mientras tanto lamiendo, comiendo, lo que se tercie. Me olvido de todo, menos del dinero, porque no puedo evitar  que la cabeza se voltee y mire hacia la maquinita donde los números rojos se siguen dando por donde amargan los pepinos, unos a otros. Me gustaría pasarme la hora comiendo del manjar de los dioses, pero no es cuestión de entrar a la cuevita en el último minuto, que aguante más de lo que acostumbro y que de pronto finalice el tiempo, se apaguen las luces, salte la sirena que avisa a los bomberos y lo peor de todo, que ella de un brinco, salga de la cama de estampida y a mi me deje con la miel en los labios o con el miembro erecto, rabioso, los testículos hinchados, oprimidos, doloridos. No, hay que controlar el tiempo.

Pero cómo disfruto con sus tetas, cómo disfruto con sus pechos, con sus pezones. ¡Qué delicia! De vez en cuando me detengo, la beso en la boca, arrebaño todo lo que puedo con mi lengua y hasta se me ocurren cositas ricas como lamerle el lóbulo de la oreja, darle un mordisquito. Pero parece que no le gusta. Es curioso lo que diferimos unos de otros en todo, especialmente en gustos sexuales, por eso es conveniente hablar, sino hablas el otro no se entera de lo que te gusta y si el otro no te habla y tú no le escuchas pues no tienes ni idea de lo que le hace cosquillas y lo que no. En este caso la oreja descartada. Digo que es curioso porque en otra ocasión otra mercenaria me dijo que cómo había adivinado sus puntos débiles. Al parecer le volvía loca lo de la orejita, pero no me permitió seguir porque según me contó estaba casada, legalmente, por la iglesia o por lo civil, y tenía hijos. El marido era consentidor y ella aportaba a la sociedad de gananciales un dinerillo que les vendría muy bien. Yo lo entiendo. Si las cosas van mal incluso aconsejo a los matrimonios que los dos saquen dinero de donde puedan, incluso de bajo las piedras, pero si es más fácil sacarlo de un coñito y de un penecito, pues mejor.¿No les parece? Yo no soy puritano, no lo he sido nunca y juro que no lo seré, ni soy católico o practico una religión que vea el sexo como algo pecaminoso y al matrimonio como esencial para tener sexo o follar. No veo como algo terrible e infernal que la esposa se dedique a la prostitución, al sexo mercenario, y el marido trabaje con normalidad y cada uno a lo suyo y los hijos al cole y que no se enteren. Vale, si eso es lo que queréis me parece bien, pero yo preferiría en vuestro lugar un intercambio de parejas, una relación libre de sexo promiscuo y natural, porque el sexo mercenario es muy arriesgado. De hecho ella me dijo que un rumano no le había pagado y tuvo que irse de rositas. Eso me pasa, me dijo, por no cobrar al principio, algo que yo le agradecí encarecidamente, no porque eso me permitiera olvidar que estaba en sexo mercenario, sino porque es un detalle de confianza que ayuda. Otros no lo agradecen, como el rumano, que la folló bien follada y luego la mandó a freír espárragos con la sartén. Es lo malo de ser una mercenaria por cuenta propia. Aunque a mí me da en la nariz que si el marido es como debería ser, también tendría que hacer un poco de chulo e ir a por el rumano y darle una somanta de ostias de no te menees. Estas cosas son muy extrañas y ocurren en mundos que yo no comprendo. Pero lo que estoy contando viene a cuento porque las tetas de esa mercenaria, española, eran de silicona pura. Espléndidas, esplendorosas, lo que se quiera, pero le metes el diente y te rebota. ¿Y los pezones? Como dos clavos, que casi te da dentera. Eso sí, muy tiesos, muy salidos, esplendorosos, pero, pero rígidos, como si mordieras un clavo. No hay derecho. En cambio con E. uno podía disfrutar de sus tetas y pezones como si estuvieras en el paraíso, sin prisa, porque tienes toda la eternidad por delante.

Pero dejémonos a la otra mercenaria para otra ocasión, estamos a lo que estamos. Y yo estoy con el pezón derecho en la boca, casi me muero de gusto, y eso que aún no he probado el izquierdo. Es una delicia disfrutar de un cuerpo tan divino, claro que en las relaciones naturales ellas me podrían decir lo mismo. ¿Y tú qué haces con el tuyo, amor, que doy un mordisco y me salpica la grasa a la cara? Pues vale, que tienen razón, pero aquí como pago y pago bien y mucho y el contador griego sigue erre que erre, pues que me puedo permitir ciertos lujos. Lo recuerdo y me pongo cachondo. Yo encima de aquel cuerpo memorable, ella las piernas abiertas, el sexo entreabierto, sin bosque porque las mercenarias se depilan por higiene y sanidad, sobre aquellos muslos deliciosos, aquel pubis encantador, dejando que mi miembro viril (que no, que solo le digo su nombre a la lectora que me deje entrar en su cuevita) se regodee y sufra como un condenado, mientras yo disfruto de aquellos pechos. ¡Buuufff qué pechos! Si yo hubiera sido millonario los hubiera alquilado por un mes o más.

Y así hubiéramos podido continuar toda la hora, pero no, que el tiempo transcurre. Pero me permitirán ustedes que cierre aquí este capítulo porque no puede dejar de lamer esos pechos, de mordisquear esas tetas, de tocar con la punta de la lengüita los pezones. Y como no puedo no voy a hacer una elipsis y pasar directamente al siguiente paso, que no, que me quedo en los pechos.

Continuará.