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Relatos eróticos morbosos 3

en Grandes Relatos

El tío pone cara de enfado pero se le pasa enseguida. Toma la copa de la mesita de noche, donde la ha colocado sin posavasos. Ella no ha dicho nada, algo que me sorprende tanto que enfoco su rostro para cerciorarme de que es ella y de que no estoy viendo una película porno. Tiene cara de circunstancias, pero le ha debido gustar la polla del tronco porque no dice nada, no se está mordiendo la lengua pero lo parece. El se tumba boca arriba y pone la copa sobre el ombligo, luego la baja y la coloca entre las piernas, como si fuera el miembro que ha vuelto a la vida. Pero no es así, ¡qué más quisiera él! La naturaleza no perdona. La mira, le coloca la mano izquierda entre los muslos y acaricia su pubis, luego se lame un dedo y lo introduce con cuidado, lo saca y lo mete con prevención mientras la mira. Enfoco la cara de ella. No parece gustarle mucho, pero tampoco se queja. A mí no me dejaba introducirle el dedo, me daba manotazos. Y jamás quiso que fuera a un sexshop, nada de consoladores ni de pomadas ni de braguitas comestibles. Creo que eso le parecía una aberración, aunque nunca me lo dijo a las claras. Ha cambiado, no lo suficiente para que se haya pervertido, pero sí lo suficiente para soportar ciertas cosas. Tanta hambre como me dijo que tenía, no es sorprendente que haya rebajado el listón.

 

El la mira con regodeo y le hace una pregunta que me hace temblar, esto se va a poner feo para mí.

 

-¿Cómo te lo hacía tu marido?

 

-No me gusta hablar de esas cosas.

 

-Vale, pero de algo tendremos que hablar mientras se me vuelve a empinar. Otro día traigo una película porno.

 

-No me gustan las películas porno. Y además no puedes saber si habrá otro día.

 

¡Toma castaña! Esta si es la mujer que yo conozco. No se ha podido morder la lengua. Se ha arriesgado a que él se marche con viento fresco. Aunque creo que es demasiado consciente de que él no se marchará, pero le ha prevenido. Ella no le echará porque tiene prevista una noche loca y no es cuestión de estropearla volviéndose tiquismiquis.

 

-Bueno, bueno, no te enfades. Si no quieres que vuelva, pues no vuelvo, otras aprovecharán. Pero no me negarás que te he taladrado bien el cuelo.

 

-Anda déjalo. No me gustan estas cosas. Yo te estoy haciendo disfrutar tanto como tú a mí. No es cuestión de ponerse a medir lo que cada uno disfruta.

 

El tronco está un poco escamado. Debe pensar que esta mujer no es como las demás, y en eso acierta, es increíble que se lo haya ligado así por las buenas. Debe ser el dulce sabor de la venganza.

 

-Bueno, al menos cuéntame algo de tu marido.

 

-¿Tanto te interesa? Eres morboso. ¿Te excita que te hable de ese c...?

 

-Mucho. Muchísimo. Conseguirás que esto se empine más rápidamente.

 

Y se acaricia el miembro con la copa. Luego echa un largo trago y la mira, como suplicante. Ella se decide aunque le está hirviendo la rabia dentro. Se lo nota.

 

-Pues mira, la tenía pequeña y le costaba hacerme llegar al orgasmo, pero era muy cariñoso. Tu eres un bruto. Le gustaba lamerme los pechos y eso me gustaba mucho,

 

-Mariconadas. Donde esté una buena polla que te entre hasta dentro. ¿Eh, chata?

 

Ella parece resentida de que él intente sacarle cosas que no quiere que salgan a la luz. Nunca le gustó hablar de sexo. Pero a lo mejor hasta eso ha cambiado. ¿Tanto tiempo ha pasado? El odio y la venganza aceleran los procesos de cambio. Será eso. Me siento mal, mucho peor que cuando comenzó esta pesadilla. Enciendo un pitillo y utilizo el vaso como cenicero. Va a ser una larga noche, terrible, solo compensada por ver cómo se la folla otro y cómo disfruta, como disfruta al fin. ¿Tantos años juntos y ella nunca me fue infiel? Es posible, las mujeres son muy raras, o tal vez es que nosotros somos demasiado simples, demasiado lineales.

 

-Cuando estás casada no todo es sexo.

 

-¿No? ¿Te refieres a ir a las compras y esas mariconadas?

 

Eso la sulfura, la pone a cien. Se ha ligado a un machista de mierda. ¿No te quejarás ahora de tu maridito, verdad? Decide pasar a la acción para no perder el control. Sé muy bien que estas cosas la hacen perder el control. Es inaudito que no lo haya echado aún con cajas destempladas. Se levanta, veo su desnudez moviéndose alrededor de la cama y me excito. Miro el suelo, manchado por mi semen, y no lo soporto. Soy un monstruo, un pervertido, un maldito idiota. Me levanto y con toda la celeridad que puedo me voy a la cocina, agarro la fregona y limpio con dos fregonazos. Regreso a la cocina, me voy corriendo al servicio y me limpio el miembro con una toalla. Regreso y ella ya ha llegado, le ha debido quitar el vaso de entre las piernas y de rodillas sobre la cama le está haciendo una mamada, Como su polla está aún muy flácida intenta masturbarle con la mano, pero no funciona, entonces estira la piel y cuando aparece el glande comienza un masaje muy agradable con la lengua.

 

Le lame los testículos, les da un ligero bocadito y de nuevo la lengua sigue su meticuloso trabajo con el glande. No puede ser. ¿Y no ha salido corriendo al servicio para vomitar? Me siento tan excitado que yo también estiro la piel de mi pene y acaricio el glande, imaginando que su lengua lo está acariciando con ese regodeo perverso que nunca hubiera imaginado en ella. Se introduce un testículo en la boca y lo chupa como un caramelo. Yo intento que mi polla se anime, me lamo un dedo y acaricio el glande con cuidado, para no hacerme daño. Estoy tan excitado que quiero correrme ya. El también debe sentir los efectos porque con brutalidad la toma de la nuca y busca su boca. La encuentra y comienza a mover las caderas arriba y abajo sobre la cama. Ella se atraganta y se retira, de una forma tan violenta que él no puede retener su cabeza. La mira con sorpresa. Ella está a punto de explotar, pero no lo hace, por algo será. Cambia de táctica. Se acuclilla en la cama, se pone sobre sus caderas y con las manos busca su miembro, lo sacude un poco, le da un masaje y trata de introducírselo en la vagina. No lo consigue. Debe estar muy nerviosa. Entonces él reacciona con su típico salvajismo. La voltea sin delicadeza y se lanza sobre ella. Veo que su polla está recobrando la firmeza a gran velocidad. Abre sus muslos, se masturba con rabia y luego busca su raja. La encuentra, apoya sus brazos sobre el lecho y la penetra con fuerza, una y otra vez. Se calma, la abre más de piernas y se arroja sobre ella. Está mordiendo uno de sus pechos, luego el otro, lame un pezón y luego el otro. Ella gime un poco. Eso le gusta mucho, sé muy bien cuánto le gusta.

 

Pero el maromo no está para tonterías. Pone las manos bajo su culo, su bendito culo y de nuevo la penetra con rabia. Se retira. Veo su polla enhiesta, al máximo de su potencia y me acerco con el zoom. Luego hago otra pasada sobre el rostro de ella. Tiene los ojos cerrados y la boca abierta. Lo está pasando bien. ¿Y pensar que yo creía que lo que le gustaba era un coito largo, muchas caricias, mucho tiempo dentro -como yo no podía aguantar me salía y eso cortaba su excitación, idiota- y que cuanto más aguantaba mejor lo pasaba? Siempre fue una mujer difícil de excitar. Ahora comprendo que en realidad era yo el que no la excitaba. No le gustaba físicamente, eso estaba claro, y menos cuando echaba barriguita, cuando no me cuidaba. Este brutote puede que no sea su tipo, pero la folla sin contemplaciones, la penetra, le da unos buenos meneos con su polla enhiesta, mayor que la mía, eso sí, y ella se queda tan feliz, con la boca abierta.

 

No puedo evitarlo, siento tal rabia, tanto odio, tal humillación, tanta vergüenza, que todo se me revuelve y antes de de que pueda salir corriendo al servicio una feroz arcada me dobla en dos y vomito sobre la mesa. Y sigo vomitando después de haber echado toda la cena. Y algo se me revuelve muy dentro y cierro la boca de golpe. Me he mordido la lengua. Salgo corriendo para el servicio, me limpio la boca, me miro la lengua en el espejo y me pongo un trozo de papel higiénico. Salgo corriendo para la cocina, tomo una bayeta y un recogedor y como puedo limpio todo. Miro hacia el monitor. El se la está follando con ganas, se nota que ella le gusta mucho y que sus palabras anteriores le han encendido. Debe pensar que si logra un orgasmo salvaje después de una follada brutal se hará perdonar todo y podrá tirarle alguna frase hiriente. Me he perdido algo, pero ya lo recuperaré cuando pase la grabación con calma.

 

La penetra con tal violencia y rapidez que se le sale la polla. Ella abre los ojos y se la mira. Esto también es nuevo para mí. Ella no podía mirar la mía, mucho menos tocarla, mucho menos metérsela en la boca. El decide adoptar otra postura. Se baja de la cama, a un lateral, tira de sus piernas sin la menor consideración. El culo, el precioso culo de ella, está en el borde. Toma sus piernas y las abre. Sin pensárselo dos veces la agarra de los tobillos y se los pone en los hombros. Para ello dobla sus rodillas y se acuclilla un poco. También es más alto que yo, no demasiado pero sí más alto. Ella no protesta, aunque le enfoco el rostro y veo que le duele, debería gritarle, debería llamarle algo fuerte, pero no lo hace. El se aferra a su culo con deseo salvaje, sus manos oprimen y oprimen. Es que su culo es mucho culo, eso lo sé muy bien. Quita la garra derecha de su nalga derecha y guía a su polla hasta la cueva. Hago un zoom con la cámara de la esquina y puedo ver que su sexo está abierto, muy abierto. Tanto que me asombro, nunca lo había visto así. Me gustaría pasarle el dedo, a ver si lubrica, si está mojada hasta las cejas. No sería fácil porque ella entró en la menopausia  poco antes de nuestro divorcio. Si mi información no es errónea las mujeres se resecan con la menopausia y les cuesta más lubricar, mojarse. Pero eso no parece importarle porque está esperando con ansia la embestida del maromo. A este le cuesta encontrar la cueva, debe estar muy excitado. Le enfoco la cara y está tensa, sus ojos muy intensos, el cabrón se lo debe de estar pasando de miedo con mi esposa, digo con mi ex.

 

Ha introducido el dedo en su coño y lo voltea, lo saca y lo mete. Ella está gimiendo. ¡Cielos, está gozando de lo lindo! No puedo contener la excitación y comienzo a masturbarme con ganas. Veo cómo él por fin ha encontrado lo que buscaba y ha introducido su polla de un fuerte envión. Se agarra de nuevo a su culo y con los tobillos de ella en sus hombros comienza a embestirla salvajemente. Ella debe sentir dolor por la postura porque se ha echado para atrás, tratando de que sus piernas no sufran. El golpea y golpea. Enfoco su rostro, tiene la boca abierta, los ojos cerrados y todo su cuerpo crispado. Está en puro éxtasis salvaje. Con la cámara de la lámpara del techo la enfoco a ella el rostro. Tiene los ojos cerrados, tiene los rasgos desmadejados y el sonido me transmite un constante gimoteo que crece y crece y se convierte en un gritito y luego en otro y en un largo grito que se corta y comienza, que se corta y comienza. Yo estoy llegando al orgasmo, estoy a punto de explotar. Y lo hago cuando llega ella, porque su grito es de llegar, no de estar llegando. Y el cabrón aprieta la boca para contener un grito y le da unas sacudidas tremendas. Y ella se desmadeja totalmente y él ha debido de explotar porque se ha parado. Luego entra y sale con calma, como queriendo aprovechar los últimos espasmos. Y se para y abre la boca, de ella sale un pequeño mugido. Le da unos azotitos en el culo y no puedo dejar de comentar.

 

-¡Vaya polvo, guapa! ¡No te quejarás!

 

Ella no dice nada, está gimiendo dulcemente. El insiste, un poco enfadado y al fin ella reacciona.

 

-Ha estado genial.

 

Entonces él se contenta, hincha el pecho y sonríe. De pronto se deja caer sobre ella, a lo bruto, y la besa. Por fin un beso, ya era hora. No la ha besado en todo este tiempo. Ella no protesta, al contrario le ha puesto las manos en la espalda y veo que le está clavando las uñas. Luego le abraza. Claro que él pesa mucho menos que yo, así cualquiera. Al fin, al cabo de unos minutos le pide que se aparte. La está aplastando. Conmigo no llegaba a los diez segundos, claro que yo peso mucho, bastante más. Ella ha buscado una postura más acorde con el lecho, se ha puesto de costado y le mira.

 

-¿Por qué no te acuestas a mi lado y me abrazas?

 

-Yo no sirvo para mariconadas. Tampoco para dormir con mis troncas. Eso es como si pensaran en casarse. No me gusta. A ella se le ha puesto una cara como de aquí a Roma. Es lo peor que podía decirle. Estoy esperando que lo eche a patadas. Pero no lo hace.

 

-¿Podrás echarme otro polvo?

 

-Si me das tiempo, sí. Pero esta vez necesito más, y una buena mamada.

 

Ella se levanta y se va al servicio. Por la cámara de la ducha veo cómo se restriega y restriega. Ha debido gozar con el polvo salvaje, pero siente una repugnancia por el hombre que con toda seguridad la llevará a tomar la decisión de no volver a verle. Aunque tal vez haya cambiado tanto que en cuanto se le pase, en una semana, en un mes, le llamará para otra noche salvaje. Es natural, el cuerpo pide su ración de bestia salvaje, aunque eso las mujeres no lo saben, al menos algunas, o tal vez esté equivocado y haya que follarlas así para que se den cuenta, para que sus complejas emociones no interfieran. No sé, no sé, yo nunca he entendido a las mujeres. Le lleva mucho tiempo ducharse, luego sale y se seca con rabia, y busca una crema y se da con ella en los muslos. Ha debido de rascarla con ganas. Pero no le importa. Veo su rostro en primer plano, es un rostro pleno, satisfecho, el de una mujer bien regada.

 

Cuando ella sale él no está. Lo llama como a gritos, creo que ha perdido el control.  El responde, ha ido a buscarse otra copa. Regresa con ella.

 

-Este polvo bien merece un pitillito, ¿no crees?

 

Ella asiente. Ha debido ser un polvo fantástico para que le deje fumar.

 

-Pero abre la ventana y echa el humor fuera.

 

Vale, ya decía yo que tan salvaje no podía haber sido. Él da un trago largo a la copa y busca sus pitillos en la cazadora. Enciende uno, abre la ventana y se asoma. Ella le está mirando el cuelo. No es gran cosa, pero mejor que el mío, que es “quam tabula rasa”. Le está mirando con ojos libidinosos, y eso también es nuevo para mí. Enfoco su rostro y saco un primer plano. Ella parece nerviosa, creo que está tan excitada que no puede soportar la espera de otro polvo salvaje. ¿Es multiorgásmica? Nunca lo hubiera creído. O tal vez es verdad que tenía tanta hambre que ahora se va a poner morada, va a reventar. Recojo el slip, donde dejé caer mi semen triste y a carrerilla lo introduzco en la lavadora. Regreso. Enciendo un pitillo. Me sirvo algo fuerte y bebo un trago tan largo que toso y mi estómago está a punto de retorcerse. Sigo bebiendo. Necesito beber o esta noche me tiraré por la ventana.

 

El ha terminado su pitillo. Regresa a la cama. Ella se aleja un poco, no soporta el olor del tabaco. El está hinchado, cree que la tiene dominada e impone sus condiciones.

 

-Si quieres que me quede para un tercer polvo vas a tener que contarme cosas de tu marido, cosas ricas, que me pueda reír a gusto.

 

Ella le mira como si le viera por primera vez. El polvo ha debido de ser magnífico porque de otra forma ya estaría tirándole la ropa por la ventana. Le dice que se acueste a su lado. Ella también impone condiciones.

 

-Tienes que besarme los pechos. Estoy muy excitada. Si no puedes follarme por lo menos haz algo.

 

-Vale, pero la historia tiene que ser buena.

 

Y la historia es buena. Ella le cuenta cómo tuvieron unas relaciones prematrimoniales de la época, vergonzosas y a hurtadillas. Eso sí, el se excitaba mucho, la besaba la metía mano siempre que podía y ella a veces tenía que pararle los pies. Pero el pobre no aguantaba mucho. Luego tenía que irse corriendo al servicio para cambiarse de calzoncillos y quitarse la mancha. Ella no sabía que hacer para no excitarle tanto. Eran otros tiempos, no podía evitar pensar que eso no estaba demasiado bien. Pero algo tenía que hacer porque una chica que no se deja un poco acaba perdiendo al novio.

 

-¿Te gustaba?

 

Ha preguntado mirándola entre las piernas. Ella tiene unas piernas preciosas y unos muslos de primera, si lo sabré yo. Se está regodeando, se está excitando con la historia. Termina la copa y enciende un pitillo. Ella lo observa pero no dice nada. El mira, buscando algo que le pueda servir de cenicero. Ella señala un pequeño jarroncito con flores artificiales. ¡No es posible! ¡Tanto le ha gustado el polvo salvaje!

 

-Entonces estaba bien. Éramos jóvenes y estaba delgado. Luego se abandonó, como un cerdo.

 

Ya empieza, y esto es solo el principio. Da su versión de los hechos. Que si me iba en cuanto la miraba, que si no aguantaba nada, que si la dejaba con hambre, que muchas veces no llegaba al orgasmo. Que además tenía problemas, le diagnosticaron una enfermedad mental. A veces perdía el control. Pero era tan cariñoso que  le perdonaba.

 

-¿Te zurraba la badana? Si te gusta eso, puedo ser un poco brutote.

 

El muy cabrón la ha cagado. Esta vez sí, esta vez le echa a patadas. Pero no. Esto me hace medir la intensidad del polvo, mucha. El ha terminado el pitillo que ha apagado de cualquier manera en el jarroncito, ante la mirada colérica de ella. Ha terminado la segunda copa. ¿No dicen que el alcohol inhibe la libido? Pero esta conducta de cerdo tiene un precio.

 

-Si quieres que te cuente más vas a tener que trabajar un poco.

 

Y le obliga a besarle los pechos, a lamerle los pezones, y le da indicaciones que me recuerdan lo que yo hacía con ella. Esa lengua que jugueteaba eternamente con sus pezones, arriba y abajo, en círculo, esa boca que mordisqueaba la carne, que engullía y luego soltaba. Eso le gustaba, ya lo sé. Mientras él trabaja, muy a disgusto, ella sigue contándole su versión. Yo tengo la mía, por supuesto. Si en mi vida hubiera habido un gran número de mujeres sabría comparar. Solo puedo decir que ella era muy pasiva, extraordinariamente pasiva, como si el orgasmo solo fuera cosa mía. Era propio de la época, claro. Pero parecía convencida de que todo el trabajo era mío, ella se limitaba a poner su cuerpo desnudo a mi alcance, lo que no era poco, lo reconozco. Fuimos hijos de nuestra generación represiva lo reconozco, pero algo más pudo haber puesto.

 

El tronco se ha cansado de jugar con sus tetas. Las toma con las manos y aprieta. ¡Quieto bruto! El no sabe que sus pechos son muy delicados. Ella se lo dice y él se baja hasta los muslos, los abre y se hunde en ellos. ¡Vaya! Parece que también le gusta el sexo oral, al menos no todo es meter la polla y darle hasta cansarse. Ella se deja hacer, ha cambiado mucho, mucho. El parece no ser muy experto porque le hace daño y ella se lo recrimina con acritud. Entonces él la voltea y comienza a jugar con su culo, su precioso culo. Se excita tanto, como me pasaba a mí, que le mete el dedo y ella chilla. Le llama de todo. El se enrabieta y tirando de sus piernas coloca el culo en el borde de la cama. Abre sus piernas y masturbándose un poco, sin más, se la mete hasta la empuñadora. Ella grita, pero ahora no dice nada y el muy cabrón comienza con el mete-saca otra vez.

 

Estoy a punto de vomitar otra vez, pero tan excitado que comienzo a masturbarme con fuerza. Juego con mi capullo para conseguir una buena erección, pero me duele. Algo sale y no es semen. Miro el dedo. Creo que estoy sangrando, pero no me importa. El la taladra un largo rato, seguro que no va a poder correrse, tres en tan corto espacio de tiempo es mucho, hasta para ese cabrón. Ella gime. De pronto se da la vuelta y le dice, le ordena que se ponga boca abajo en la cama. Su orden es tan perentoria que obedece. Ella entonces comienza una mamada concienzuda, luego le besa todo el cuerpo, llega a la boca y le besa con rabia, con una rabia terrible. El no sabe qué hacer, creo que está pensando que ha conseguido hacerle perder los papeles, está tan excitada que no sabe de lo que será capaz. Se acuclilla sobre sus caderas, busca su polla, ahora se la introduce sin problemas y comienza a subir y bajar, apoyando las palmas en sus muslos. Deja caer la cabeza hacia atrás, abre la boca. Su melena cae sobre sus hombros, sus pechos se bambolean y yo me masturbo con terrible fuerza. Siento dolor, puede que esté sangrando pero no me importa. Ella sigue subiendo y bajando, a cámara lenta, disfrutando tanto que yo siento tal rabia que me muerdo la lengua. Estoy sangrando, la sangre me cae sobre el mentón. No me importa. Continúo masturbándome con desesperación. Siento un terrible placer, al tiempo que un dolor muy intenso. Ella se va excitando más y más, acelera el ritmo, gime, grita. Se echa hacia adelante y le da un mordisco en el pecho. A él le duele y le suelta una bofetada, no muy fuerte, pero bofetada. Esto la excita más. Se pone a horcajadas y comienza una galopada salvaje. Grita, gime, acelera el ritmo. Le clava las uñas en el pecho, pero esta vez él no responde porque está tan excitado como ella. Y creo que muy sorprendido, porque el zoom a su rostro me dice que está completamente entregado y alucinado. La galopada es formidable. Yo me masturbo con tal fuerza que exploto, pero creo que es sangre lo que estoy echando. Al fin ella llega y grita, es un grito que me hace estremecer. Me pongo lívido y pasan por mi cabeza ideas lúgubres. Luego saldré con el coche y me tiraré por un barranco.

 

Se ha dejado caer sobre él, que apenas puede respirar. Está rendido, agotado. Están así un largo rato, sin moverse. Los micrófonos de ambiente recogen el jadear de ella, que se va calmando, pero tarda un tiempo interminable. El respira por la boca, muy abierta. Al fin pasa el tiempo, al fin pasa, porque yo estoy a punto de hacer algo irreparable. He ido a por las llaves del coche. Voy a hacerlo...voy a hacerlo... voy a hacerlo. Prefiero emborracharme, me sirvo otra copa. Enciendo otro pitillo. Al fin ellos se han separado. Ella le pide que vaya con ella a la ducha. El dice que está muy cansado. Ella regresa a la ducha, pero esta vez no se restriega. Se hurga con las manos el culo, ha debido de hacerle daño. Se toca con suavidad los labios, los debe tener doloridos. Veo su cara en el zoom. Esa expresión nunca la había visto... Bueno, sí, en alguna ocasión en que nuestro amor pudo con nuestras deficiencias y llegamos a disfrutar tanto que nos mirábamos y reíamos, también nos besábamos como locos y nos jurábamos amor eterno.

 

Ella no tarda tanto, pero cuando regresa a la habitación él se ha vestido. Le sonríe.

 

-Eres una leona... una tigresa... una pantera. Quiero volver a verte.

 

Ella parece orgullosa de sí misma.

 

-¿Has disfrutado, cariño?

 

Lo dice con recochineo, echándole en cara sus modos machistas. Pero él le pide el número de móvil y ella, desnuda, preciosa, bien regada, alegre como unas castañuelas, lo busca en su móvil, lo anota  y se lo da.

 

-¿No quieres quedarte el resto de la noche?

 

 - Si me quedaran fuerzas lo haría. Pero ya te he dicho que no me gusta quedarme a dormir. No lo soporto.

 

-Ella debería estar enfadada, pero se ríe, orgullosa, plena, como una mujer bien regada.

 

Veo como le acompaña hasta la puerta. Ella le besa con dulzura. El parece bastante asombrado e incapaz de responder adecuadamente. No dice nada, tiene que ser ella quien lo diga.

 

-Te llamaré, pero tienes que prometerme que serás más cariñoso.

 

El no responde, sonríe bobaliconamente y se marcha. Ella regresa, moviéndose con una sensualidad terrible, que me pone lívido. Parece muy contenta. Llega al dormitorio, se quita la bata y desnuda -siempre dormía en pijama, por el frío- se introduce entre las sábanas. Toma su libro electrónico e intenta leer. No se concentra. Apaga la luz y al cabo de unos minutos escucho una respiración fuerte. Nunca era capaz de dormirse tras hacer el amor, yo tenía que contar historias interminables. A veces conseguía dormirla.

 

Tengo las llaves del coche en la mano. Observo que he regado el suelo de sangre. Dejo las llaves en su sitio. Desnudo, porque me he desnudado completamente durante la última sesión, abro la ventana, miro la noche, enciendo un pitillo y pienso. Pienso en que morir sería lo mejor. Luego me digo que no, antes tengo que hacer algo. Miro en el ordenador teléfonos de prostitutas y llamo. Una contesta y me dice que por suerte le han fallado los clientes. Puedo ir a verla. Le digo que sí, no pregunto el precio. Enciendo otro pitillo en la ventana y cavilo. Recuerdo que hice fotocopia de su agenda. Tengo los teléfonos y direcciones de sus amigas, de sus compañeras de trabajo. Voy a diseñar una estrategia para acostarme con ellas. Me río. ¡Seré imbécil!  No ligaría ni con una mosca cojonera. Pues utilizaré las páginas de contactos. Tengo que pensar en ello, muy detenidamente, pero antes me voy de putas.

 

Me ducho, miro mi glande, parece que no sangra. Quito el papel higiénico. Toco mi boca, ha dejado de sangrar, aunque me duele la lengua. Me seco bien, me echo colonia, me adecento, incluso me afeito. Tengo que pasarlo bien con la mercenaria. Sería una solución si fuera millonario. Tengo que pensar en otras estrategias. Me visto con mi mejor ropa. Tomo la llave del coche y salgo. He dejado grabando las cámaras... por si ella se despierta y vuelve a llamar al tronco, o a cualquiera de sus múltiples amantes. Se ha convertido en una promiscua, aunque no lo sé. Es una pena que tardara tanto en decidirse a pone la alarma.

 

Conducto como borracho, con mucho cuidado. Y pienso, pienso, no dejo de pensar. ¡Qué idiota he sido! Si otros han podido sacar la pantera que lleva dentro, por qué no yo, por qué no lo intenté. Al menos debería haberlo intentando con todas mis fuerzas. Y la veo tan deseable que me vuelvo loco y me paso un semáforo en rojo. Una multa, me importan una mierda las multas. Y elucubro. Tengo que follarme a sus amigas, a sus compañeras, y que se lo digan. Antes voy a tener que ir al gimnasio y cuidarme. Diseño una estrategia en las redes sociales. Y probaré en las páginas de contactos, debo entrenarme. Tal vez algún día ella no me odie tanto, tal vez podamos vernos, charlar y tal vez ella acepte probar para ver si he cambiado en la cama. O tal vez sienta remordimientos por su conducta promiscua y me llame para sentirse a gusto con alguien que conoce bien. Deliro.