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Historias de zoilín, el pajarito cantor 2

en Grandes Series

                                      CAPÍTULO II

                 

Zoilín no podía esperar a que Lily diese el definitivo visto bueno a su propuesta. Quería el pago, y lo quería ya…ipso facto. Lo que no debe sorprender dada la vertiginosidad de sus eyaculaciones. Un microsegundo en la vida sexual de Zoilín era todo un universo.

Miró con detenimiento el album de fotos. Aún lo recuerdo, incluso el orden de las mujeres que aparecían en él… y eso que hace años que no he vuelto a ojearlo. La primera página pertenecía a Venus de fuego. Se trataba de una foto de calle, una rubia despampanante, en minifalda, blusa a punto de reventar y un guiño en sus ojitos picarones, posaba en un parque, junto al estanque de los patos. Un pie en el aire daba a entender que la interfecta había sido sorprendida mientras caminaba hacia la cámara.

La primera impresión que me produjo aquella fotografía fue la de que merecía la pena echar un polvo a la mujer de la foto, aunque luego no resultara tan fogosa como daba a entender su nombre de guerra o incluso llegara a desincharse como un globito al clavarle el primer alfiler. Sí, porque algo indefinible hacía pensar que sus metas en la vida estaban más allá o más acá del sexo placentero, nunca justo pisando esa línea. A pesar de todo Venus de fuego quitaba el hipo… al menos momentáneamente.

Volvías la hoja y allí aparecía de nuevo aquella mujer escogida por la naturaleza para una campaña publicitaria con objeto de hacerse perdonar sus muchos errores. En tanga escueto y top-les clamoroso contra un fondo oscuro, se aferraba a la barra metálica de un escenario de streptease. Sus muslos oprimían con tanto descaro el grisáceo metal que una mirada ingenua se hubiera planteado si lo que realmente anhelaba ella, la mujer desnuda, era un falo así de grande y profundo y no la profundidad de cartera del espectador.

Venus es alta, rubia natural, potente en todos los sentidos corporales, cara de rasgos más bien fuertes que blandos y ojos pequeños, que te podrían mirar sin verte, sin hacer demasiado esfuerzo. La pose de su cuerpo te ponía cachondo casi sin querer. Asi que imagino a Zoilín con los ojos clavados en la excelente instantánea del fotógrafo particular de Lily, Florencio Cuadrado, un homosexual confeso, aunque no una loca desbocada y flamencota. Perteneciente a una agencia de prensa mangoneada por mi patrona, su trabajo consistía sobre todo en hacer fotos a famosos, no perdiéndose una sola pasarela de moda que mereciera la pena, tanto en España como en el exterior.

Se trataba simplemente de una forma de contactar con gente interesante para Lily, que estaba siempre al loro para mantener su cuadra llena con los mejores sementales y yeguas que fuera posible encontrar en el mercado. Florencio Zimerman, como se hacía llamar, para dar a su nombre un toque exótico, era un gancho de Lily y además cumplía con el encargo de llenar sus albumes personales y del negocio con excelentes fotografías propias de un genio, que lo era, a pesar de lo repelente de su forma de ser.

El revolver de bolsillo de Zoilín debió de dispararse al menos un par de veces. Una mirando esta foto y otra con la siguiente: Venus, en traje de Eva, adquirido en la mejor boutique del paraíso. Imagino lo molesto que debe ser sentir tu revolver ponerse al rojo vivo y no poder impedir que se dispare en presencia ajena. Ya lo es a veces luchando cuerpo a cuerpo con tu pareja, en absoluta intimidad, con que si estás oprimido por un pañal y ceñido por un pantalón que lo contiene, debe ser realmente molesto y doloroso. ¡Pobre Zoilín!.

Anabel no me habló de sorprender gesto alguno eyaculador, ni en el rostro ni en el cuerpecito de Pajarito cantor. De lo que se deduce la perfección que éste había adquirido en orgasmarse con discreción aristocrática. Pasó un rato con Venus de fuego…pero no la eligió. En lugar de señalar con su dedito la desnudez de la mujer y gritar…ésta, quiero ésta…pasó otra hoja plastificada y allí está mi Ani, Anabel, la mulata tropical más caliente y sandunguera que llegaría a conocer nunca. La foto de calle era ya de por si cálida y luminosa.

Con un vestido rojo de tirantes que apenas le llegaba a mitad del muslo, escote elíptico, como una sandía a la que hubieran partido por la mitad con un cuchillo curvo. Apoyada en una palmera de un paseo –al fondo la playa y el color azulón del mar- presentaba una pose de modelo mulata para la revista “Hombres ricos y fogosos”, que te hacía toser para disimular tu falta de control y correr hacia el bar para darte un lingotazo de buen ron añejo. Hermosa como un sol, poco más baja que Venus, amplias caderas, piernas exquisitas café con leche, cintura de joven que aún no ha pisado una pastelería; pechos moldeados en exclusiva por un dios tropical para su uso privado; rostro caribeño, suavizado por la leche de su génesis –el café estaba en sus morros salientes, labios sensuales, pelo fuerte y rizado- y ojos grandes, tan luminosos y llamativos que lo primero que pensabas al perderte en ellos era: esta mujer no sabe lo que es la tristeza.

 La segunda foto la mostraba agazapada como una gata, en una tumbona playera. Un escueto tanga color naranja, resaltaba su piel morena, su cuerpazo de hembra irresistible. La tercera, en un interior de estudio, con mucha luz sobre su cuerpo y fondo oscuro, muy oscuro, la mostraba desnuda en una pose de guerrera dispuesta a vencer o morir. Los brazos en jarras sobre sus caderas, los pechos gritando “queremos dar cariño sin tasa”, el sexo escondido tras un césped bien cuidado y rizadito. Recuerdo que aquella foto me hizo jurar que no moriría sin que aquella mulata fuera mía… ¡y vaya si lo fue!

Estoy convencido de que Zoilín escapó al infarto de puro milagro, porque tras Ani venía un rimero de bellezas de todas formas y calibres que te hacían pasar un mal rato, aunque ellas pretendieran todo lo contrario. Dudo que escogiera a Mari-Loly sin antes ojear hasta la última página. “Dolorcito del cuore” como llegué a llamarla con la aquiescencia de su risa, en cuanto pillamos confianza, que fue pronto, era una jovencita que no tendría más de veinticinco años, delgadita, como las anoréxicas modelos de hoy en día, pero con un poquito más de carne. Bien plantada, pechos pequeños, de esos que gustan a los fetichistas a quienes no disgustaría llevar en una bolsita, colgada del cuello, como amuletos contra la mala suerte.

Bisexual por vocación hallada en una búsqueda implacable de los tesoros del erotismo ( era tan apreciada por lesbianas de buena familia que frecuentaban el negocio de Lily como única fórmula apra calmar sus picores que rara vez podía ser disfrutada por clientes hétero) hacía a todo y a todos como si pensara que el sexo no podía ser, no debería ser, un bien al alcance de unos pocos, como el dinero, sino un bien común y público con el que el proletariado se consolara de lo mucho que tardaba en llegar el paraíso proletario.

Lo cierto es que Mariloly era un poco comunista o maoista o no sé qué y eso le trajo algunos problemas con Lily que no soportaba introdujera en una de sus propiedades a proletarios de tres al cuarto que ni siquiera pagaban un duro por utilizar el adorable cuerpo de aquella mujer, generosa como pocas, y encima se bebían los buenos licores que tenía en los surtidos bares de sus casas de lenocinio y después se meaban, ya totalmente borrachos, en sus carísimas alfombras.

A punto estuvo de echarla unas cuantas veces y lo hubiera hecho de no haber intercedido altas instancias sociales que no podían ni querían pasar sin los encantos lésbicos de Mariloly, la reina de Lesbos y de todo lo que se pusiera por delante. Johnny le fue presentado como parte de su entrenamiento amateur, antes de pasar a ser un profesional como la copa de un pino, y entre nosotros surgió una entente cordial, que continuó en la cama y en algunas charlas amistosas, que ella gustaba de tener conmigo en sus momentos libres que eran pocos.

Llegó a comentarme que estaba en contacto con Santiago Carrillo, quien tramaba en aquellos momentos volver a su España del alma enmascarado con una peluca de poco pelo, y con grupos maoistas y extremistas de toda laya. Mariloly era de quienes opinaban –puede que fuera ella sola la que opinara- que si la transición no podía hacerse pacificamente entonces comunistas, maoistas y extremistas varios deberían lanzarse a la calle, en pelota picada y hacer el amor libre sin pudor, hasta alcanzar las altas cuotas democráticas a las que aspiraba el país.

A mi estas conversaciones me ponían los pelos de punta, porque tras la muerte del dictador, ocurrida justo unos meses después de que Lily me reclutara, las cosas no estaban como para tirar cohetes y muchos menos para pensar en mandangas de amor libre en pelota picada por calles que se iban a llenar pronto de sangre.

Mariloly era así de ingenua y tuve que darle severas lecciones de pragmatismo político al tiempo que ella otorgaba impagables lecciones de erotismo desinhibido y sin prisas al amateur deseoso de aprender que era yo, el que luego sería llamado el gran Johnny con todo merecimiento.

El resto del album lo dejaremos para otra ocasión, porque Zoilín eligió a Mariloly como recompensa de sus celestineos. Coincidió que aquella noche la susodicha estaba libre porque una lésbica clienta, de altura social, había sido obligada por su marido a acudir a una recepción en la embajada de no se qué país... extranjero, por supuesto.

Me resulta raro pensar que no fuera Ani su primera opción. Creo que venció la juventud de Dolorcito del cuore a la rotundidez de formas de Anabel. La parte más oscura de Zoilín ( no recuedo bien si el estreno mundial de la Guerra de las galaxias es de aquella época) era su afición por las púberes, menores, que buscaba en las cloacas más profundas del negocio del sexo europeo y oriental. Anabel solo me pasó algunos datos que sabía de buena tinta, el resto lo descubrí a la muerte de Lily, al hacerme con su diario. Luego de leer los capítulos que hacían referencia a la vida de rata cloaquera de Pajarito cantor, deseé estrangularle con mis propias manos, pero ya era tarde, porque su cabeza, desprendida de su cuerpo, era pasto de gusanos en un cementerio madrileño.

Ani recuerda que señaló con su dedito la foto de Mariloly y dijo “esta”, con cierta dificultad, tal vez debida a su respiración anhelante y trabajosa. Luego se atrevió a preguntar su edad y si entre las pupilas de Lily no habría alguna jovencita muy, pero que muy joven. La mayoría de edad aún no había sido rebajada a los dieciocho años desde los veintiuno, por lo que se hacía la vista gorda en bastantes de estos casos, dado que parecía evidente que una persona con veinte años estaba más que capacitada para decidir por su cuenta, como se comprobó luego, al rebajar la mayoría de edad a los dieciocho.

Continuará