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Relatos eróticos morbosos 5

en Grandes Relatos

Tengo los ojos cerrados, por eso no puedo verla, para eso está la imaginación. Me abre la boca con las dos manos y casi percibo cómo se agacha sobre mi cabeza. Puedo ver sus pechos perfectos, tan blancos como el resto de su cuerpo, con esos pezones armonizando con el perfecto tamaño de sus tetas, son como botones rosados de una flor exótica. Y cuando sus labios rosados, carnosos, sensuales se acoplan a mi boca, como una ventosa siento rozar sus pezones contra mi pecho, mi pecho lobo donde brota la pelambrera como una mala hierba, contra mi torso pétreo, una pared de carne y hueso, la parte de mi cuerpo de la que me siento más orgulloso. Y los botones de carne rosada me hacen cosquillas y el ansia de lamer esa fruta exótica del jardín del Edén está a punto de acabar con mi dramática interpretación del celoso sangrador, el del glande herido, pero logro contenerme a tiempo y dejo que ella tome aire con fuerza y luego se doble sobre mí para que sus tetas me acaricien y sus pezones se pierdan en la selva de mi vello. Me gusta el sabor de su boca, la ventosa de sus labios, me gusta el aire perfumado que exhala su boca y puedo ver sus ojos claros, de un color indefinido, tal vez un azul desvaído o un verde deslavado, o una mezcla de ambos, sus ojos de jovencita pícara, de mujer experimentada y fatal, que se tornan oscuros como un cielo de tormenta. ¿Qué estará pensando? Hasta es posible que piense que lo mío es grave, tal vez un amago de infarto o algo parecido. No me extrañaría que estuviera dándole vueltas a la posibilidad de que “palme” y tenga que llamar a la policía y explicarles que su cliente ha comenzado a sangrar por el pito como un cerdo al que clavan el cuchillo en el cuello y luego se ha desmayado, y ¡plaf!, ha muerto sin más, sin darle oportunidad de llamar a urgencias. No deben ser pensamientos agradables, no.

Yo mismo me veo allí en el suelo, muerto, cadáver, casi desangrado por haberme masturbado como un loco mientras veía cómo aquella mujer que lo fue todo para mí estaba siendo perforada por un mono estúpido, creído de sí mismo por haber sido dotado por la naturaleza con un instrumento muy superior a sus merecimientos. No es una mala muerte tras haber dejado un reguero de sangre en el interior de aquel culo casi divino y tan blanco como la nieve en la Antártida. No, no lo es, y fantaseo con un infarto que me lleva al otro lado, casi sin sentir nada, como en un sueño.

Un cadaver al que una diosa está haciendo la respiración artificial. Quiero prolongar eternamente este momento pero Gilda debe estar realmente preocupada porque ha comenzado a masajear mi corazón como he visto hacer en las películas. No tiene la menor contemplación, lo hace con rudeza de camionero. Me pregunto cómo aquellos brazos largos, perfectos, blancos, tan femeninos pueden poseer tanta fuerza. Debe ir a un gimnasio, pero sus músculos no se han hecho con las pesas, tal vez tenga un entrenador personal, un musculitos idiota pero que sabe cómo hacer que el músculo crezca sin perder su feminidad.

¡Uf! Ya no puedo más, me va a quebrar alguna costilla, casi temo que la palma de su mano me horade el pecho y se hunda hasta dentro de mi corazón. Es una bruta, una deliciosa y encantadora bruta. Estoy a punto de regresar a la vida cuando ella deja el masaje y regresa al beso. Eso me gusta más y prolongo el momento, como uno de esos instantes irrepetibles que un hombre alargaría todo lo que estuviera en su mano. Sus pezones acariciantes me vuelven loco y la imagen de sus pechos rozando mi piel hacen que una parte de mí mismo resucite antes de tiempo. Noto crecer el miembro y me gustaría evitarlo porque todo el glande está en carne viva, pero no puedo, crece y crece. Me gustaría verlo, sacar una foto, porque ha debido alcanzar un tamaño descomunal... para sus posibilidades habituales, claro, porque la naturaleza me ha castigado por mis muchos pecados con un pene más bien normalito, tirando a pequeño si se compara con mis huevos de avestruz, con esos enormes testículos que podrían ahogar a Gilda si intentara introducírselos en su boca. Especialmente cuando me excito, cuando la producción de espermatozoides haría las delicias de un banco de semen, parecen hincharse como pelotas, como sólidos globos peludos. Es molesto, especialmente si estoy vestido, casi no me caben entre las piernas, rozan contra mis muslos y apenas me permiten caminar. Si puedo, esté donde esté busco con desesperación un servicio para masturbarme. Cuando los espermatozoides salen en fila, tocando la trompeta, siento un inmenso alivio.

Ahora estoy desnudo, pero la hinchazón de mis huevos es muy molesta y al glande, despojado de su caperuza, le molesta todo, casi hasta el aire que le rodea. Pero no puedo evitar la excitación, ni tampoco seguir pensando en sus pechos, en sus pezones, en su culo, en su triángulo púbico, en su sexo abierto. Me estoy volviendo loco  por el deseo, a pesar de las molestias, del dolor. Y sin poder evitar mis manos resucitan y cuando me está besando tomo su nuca con fuerza hercúlea y mis labios se pegan a los suyos como ventosas y mi lengua busca la suya en una pequeña caverna, y encuentra la suya, juguetea, hace cabriolas. Noto la sorpresa en la rigidez del cuello de Gilda. Pretende desasirse con todas sus fuerzas, pero yo me he convertido en un depredador y no voy a soltar a mi presa. Me golpea el pecho con las manos, con fuerza, pero no suelto. Solo cuando estoy a punto de ahogarme, de quedarme sin respiración, comprendo que ella ya se ha quedado sin oxígeno, no en vano me lo ha estado dando todo a mí.

La suelto y abro la boca buscando aire con desesperación. Ella hace lo mismo, jadea como una locomotora. He abierto los ojos, me he fijado largamente en sus pechos que se bambolean al compás de sus jadeos, luego en su rostro y al ver sus ojos de tigresa a punto de clavarme los colmillos soy consciente de lo muy enfadada que está. Alza la mano y cierra el puño. Va a darme un puñetazo en la cara. Me lo tengo merecido. Cierro los ojos para no verlo, no intento evitarlo porque me lo he merecido. Los vuelvo a abrir cuando noto que la espera se prolonga demasiado. Ella está sonriendo, mirándome con enorme sorpresa. Al fin algo explota dentro de ella, lo que sea, y estalla en carcajadas que hacen que sus pechos se bamboleen con terrible sensualidad. No puedo evitarlo los tomo con mis manos y acaricio sus pezones con los dedos. Su sorpresa no tiene límites y creo que es lo que hace que deje de carcajearse. Tarda en recobrarse y cuando lo hace escucho su voz dulce comme “le miel” que dirían los franceses.

-¿Todo era una broma? No puedo creerlo. Me has dado un susto de muerte. Ya estaba buscando la mejor forma de explicárselo a la policía. ¿Por qué lo has hecho? ¿Eres un masoquista, un sádico? ¿Te gustan estos juegos?

-De verdad que no, preciosa, el desmayo ha sido real, pero luego cuando te he visto besarme de esa manera y sobre todo cuando he sentido tus pezones acariciando mi piel no he podido resistir la tentación.

Su risa cristalina vuelve a estallar. Se recobra poco a poco entre hipidos.

-Pues has estado a punto de recibir un buen puñetazo, créeme. Me has enfadado mucho, mucho. Eres un bastardo cabrón.

Ahora soy yo el que se ríe hasta casi el histerismo. Ella se contagia y las carcajadas resuenan en aquel servicio que casi parece un salón, incluso con yakuzo, lo acabo de ver ahora. Aquello hubiera tardado en amainar pero Gilda descubre algo que la deja muy sorprendida.

-¡Pero si estás cachondo! ¡So cabrón, te has excitado tanto que hasta te han crecido los huevos! Ya había notado que eran grandes, pero es que ahora son descomunales. Esto no me lo pierdo.

Y sale corriendo. Puedo ver su culo blanco, perfecto saliendo como una exhalación por la puerta. Regresa con su móvil y comienza a hacerme fotos, de cerca, media distancia, plano general. Tengo que pedirle que me mande las fotos, pienso, serán perfectas para colocarlas en mi perfil en las páginas de contactos. Sí, porque llevo un tiempo haciendo el idiota, ni una sola cita, el ridículo más espantoso. Tal vez con esto pueda tener alguna “chance”. Gilda deja el móvil sobre el armarito del baño y me mira sonriente.

-Sabes que eres raro hasta en esto -mira entre mis piernas- nunca había visto unos huevos tan grandes, y he visto muchos, son como de avestruz. Si tuvieras la polla haciendo juego no te dejaría marchar, te ataría a la cama y no dejaría de jugar contigo. Pero, perdona que te lo diga, tu polla no está a la altura... Bueno, ahora no está mal, no parece tan ridícula...

Y para mi sorpresa se pone de rodillas, me abre las piernas y se inclina. Me está haciendo una mamada. Esto es increíble. Una “fellatio” en toda regla. Ha comenzado a pasarme la lengua por los testículos que sostiene con la ayuda de las dos manos. Se está deleitando, la muy cabrona, como si fuera un helado con dos cucuruchos. Nunca hubiera creído que a las mujeres les gustaran los huevos de los hombres, tal vez fritos, tal vez a la plancha, tal vez al horno, pero no así, cruditos. No puedo creérmelo. Tal vez porque a mi “ex” le repugnaban. No puedo evitar pensar en ella y me pregunto si le habrá comido los huevos a algún hombre. Ahora puede que sí, lo acabaré viendo en las grabaciones. Y esa posibilidad me pone aún más cachondo. Gilda ha dejado de jugar con mis testículos, como si tuviera miedo a atragantarse, o será que el miembro se ha estirado al máximo y sigue engordando. Debe ser una tentación irresistible para ella llevárselo a la boca, y lo hace. Lame el glande y un dolor persistente y muy agudo está a punto de hacerme gritar. No lo hago, el placer es tan grande como el dolor, un placer masoquista, pero placer al fin y al cabo. Y ahora se lo mete en la boca y se lo traga hondo, no podría llegarle hasta la garganta, ni aunque no fuera garganta profunda, pero no está mal, creo que es el mayor tamaño que alcanzará nunca mi polla, la muy cabrona.

El juego se prolonga y no sé si reír o ponerme a llorar, porque esto me está haciendo mucha pupa. Solo el placer, intenso, me compensa de tanto dolor. Estoy muy excitado, terriblemente cachondo, pero no podría eyacular ni con una ventosa haciendo el vacío, esto duele, duele mucho. No sé cuánto tiempo llevamos así, Gilda parece no cansarse, creo que está disfrutando de lo lindo, esto no es la representación estúpida de una prostituta intentando congraciarse con su cliente. Y por sorpresa deja de hacerlo. Estoy a punto de rogarle que siga cuando veo que está buscando una buena postura. ¿Para qué? Para tragárselo por su otra boca. Sus manos se apoderan de mi polla y ahora puedo ver con nitidez que está enorme... para lo que acostumbra, casi me siento orgulloso de ella. Con delicadeza y maestría se la introduce en su sexo y suspira, yo también suspiro y gimo al mismo tiempo, de placer y de dolor, porque el glande está muy machacado y los testículos tan hinchados que temo vayan a explotar en cualquier momento.

Gilda me está mirando... y sonriendo. Casi me siento feliz de hacerla tan feliz, aunque estoy viendo las de Caín, con sus muslos aplastando mis huevos y el glande rozando en las paredes carnosas de su vagina que me parece enorme y muy profunda, vagina profunda la voy a llamar desde ahora a Gilda, y debe tener unos músculos vaginales de primera, porque están oprimiendo mi polla contra las paredes carnosas y la sujetan como si fueran los muslos de una jineta que temiera caerse a la grupa del fogoso caballo. Ha dejado caer la cabeza hacia atrás, las palmas de sus manos se sujetan en mis muslos y está subiendo y bajando con mucha lentitud, como si temiera clavarse unas hipotéticas espinas en el coño. Por suerte mi polla está hoy enorme o ya se habría salido, uno de mis problemas, o hubiera explotado ya, otro más de mis problemas, pero por suerte el glande está como si lo hubieran lijado y me duelen tanto los huevos que dudo que vayan a expulsar nada, están como comprimidos y al mismo tiempo tan hinchados que me daría miedo que explotaran si fueran globos, por suerte no lo son.

Gilda ha cerrado los ojos, la cabeza sobre sus pechos que se bambolean, tan sensuales que alargo mis manos y los oprimo con fuerza. No creo que la esté haciendo daño porque comienza a gemir con suavidad. Está muy centrada en el movimiento. Parece perfecto, como un reloj, como un metrómono. Sus caderas suben y bajan como programadas por un artilugio electrónico, casi podría medir el tiempo de cada bajada y subida y no habría una diferencia mayor de una micronésima de segundo. Esta mujer es un portento, una profesional de primera, o más bien parece entrenada... Y al pensar esto me vienen a la cabeza ideas muy delirantes. Se van cuando noto que se ha dejado caer a plomo sobre mi polla y esta ha penetrado todo lo que podía penetrar. Se queda clavada allí, sujeta por sus músculos vaginales y el placer es tan inmenso que grito. Juraría que es por placer, aunque puede que sea también por dolor. Allí me mantiene un buen rato y luego sus caderas suben despacio y con un espasmo toman carrerilla e intentan volver a caer a plomo, pero esta vez mi polla no da para más y se sale. Ella ni siquiera intenta volver a colocársela, simplemente se deja caer y mi pene, duro como el hierro acaba encontrando la entrada por sí mismo. Grito como un energúmeno, el glande ha recorrido la piel de sus muslos y ha tropezado en sus labios antes de entrar, el dolor es terrible y grito, también de placer porque nunca había sentido tanto placer, nunca.

Ella parece no poder soportar ya ese ritmo de metrónomo, está muy excitada. Se deja caer sobre mí, apoyando sus manos en el colchón, y comienza a galoparme. Sus pechos suben y bajan, bamboleándose con tal sensualidad, que acabo por intentar que mi boca se haga con el pezón izquierdo, luego con el derecho, luego con los dos. Soy como un bebé hambriento al que una madre sádica le estuviera obligando a contorsionarse para mamar el alimento. A veces logro lamer un pezón, hasta mordisueo un pecho. Gilda no abre los ojos, solo gime con más fuerza y galopa más y más. Y cuando creo que va a llegar al orgasmo se contiene. Se pone a grupas  y comienza a girar con sus caderas, como si mi polla fuera un tornillo que ella tuviera que ir introduciendo en su tuerca,, vuelta a vuelta. Me muero de placer al tiempo que el dolor me hace gritar. No creo que ella sea tan inconsciente como para no darse cuenta del estado calamitoso de mis partes pudendas, pero su placer debe ser tan intenso que no piensa en otra cosa que en prolongarlo. Y de nuevo comienza el metrómono, esto es el más sádico tormento del infierno, al tiempo que el mayor placer del sexo celestial. Ha tomado mis manos y las oprime con fuerza. Abre los ojos y me mira sonriente y exclama algo que no puedo entender. Esto ya no es profesional, aquí solo hay una mujer que está disfrutando de lo lindo, y yo también, salvo que el dolor me está haciendo ver las estrellas.

Noto que mi polla ya no puede más y está exhalando algo viscoso, pero mucho me temo que no sean los espermatozoides saliendo en fila india y tocando la trompeta, no, esto es algo mucho peor, creo que estoy sangrando otra vez. Podría parar, pero no me perdonaría interrumpirla, ahora voy a llenar su vagina de sangre, como antes llené su culo, si fuera una vampira, tal vez lo sea, sería la primera vampira en beber sangre por detrás y por delante. Y la sangre debe ser deliciosa porque el metrómono estalla en mil pedazos y comienza a dejarse caer a plomo, con fuertes sacudidas, y mi polla se queja al tiempo que grita que no pare. No, no pares, Gilda, mi amor, sigue, sigue, aunque me desangre. Y me temo que me estoy desangrando. No sé si ella lo nota, nunca he sabido si las mujeres notan cuando los espermatozoides salen tocando la trompeta, porque ninguna me lo ha dicho. Si lo percibe debe pensar que estoy manando como una fuente inextinguible, y así es. Sus gritos me hacen comprender que aunque lo perciba no es consciente de que ni mis testículos hinchados, mis huevos de avestruz, pueden producir tanto espematozoide, tal vez una fábrica bien equipada, pero no unos huevos, por grandes que sean. Su placer debe ser tan intenso que no se preocupa de nada más. Lo entiendo. Me siento muy orgulloso y feliz de estar dándole tanto placer, aunque sea a costa de un dolor terrible.

Sus sacudidas son ahora bestiales... y mi polla se escabulle. Ahora sí, no puede permitirse el lujo de interrumpir la subida del bolero de Ravel tocado por Stravinsky, sus manos se la introducen a toda prisa y se inclina hasta apoyar sus pechos en el mío. La galopada es salvaje y ahora sí, por fin, ahora sí, estalla en fuegos artificiales y grita y gime y no para hasta que el shock del orgasmo la hace caer sobre mí. Se levanta un poco para dar una última sacudida y clava sus uñas en mi pecho como una arpía. Las estrellistas dan vueltas y más vueltas alrededor de mi cabeza y... me desmayo.

Cuando regreso en mí, creo que no mucho después, Gilda está derrengada sobre mi cuerpo, resoplando como una locomotora. Está balbuceando algo, intuyo que lleva un tiempo haciéndolo. No puedo saber lo que dice con claridad. ¿Me está diciendo que me quiere? Alucino en colorines. No puede ser, no me lo creo, pero me gustaría creérmelo. Yo también farfullo a su oreja que la quiero y ella debe haberlo escuchado porque me mordisquea una oreja, luego me besa, largamente, con fuego en la boca, chupando mis escasas energías. Noto algo raro, mi polla sigue tiesa e hinchada y de ella sigue manando algo que no me gusta nada. Por suerte ella no parece notarlo. Se está poniendo mimosa como una gatita y me hace carantoñas. No se ha desprendido de mí y al intentar hacerlo nota que nada parece haber cambiado ahí abajo. Creo que también siente la fuente manar porque me mira con ojos “ojiplatos” y me dice:

-Joder, tío, eres lo más raro que me he echado a la cara. ¿Aún sigues eyaculando? No me lo puedo creer. Debes tener unos huevos que pagarían a precio de oro en un banco de semen. El chico de los huevos de oro.

Y se pone a reír como una loca. Lo que no le impide comenzar a mover sus caderas con suavidad, como queriendo aprovechar hasta el último momento de tiesura. Pero ya no debe ser capaz de sentir más, seguramente estará ahíta de placer. Se desprende, se tumba a mi lado y comienza a reírse con ganas. La miro y veo sus pechos blancos, perfectos, moviéndose a un ritmo desconcertante y tan sensual que no puedo evitar echar mano al más próximo. Así podríamos haber estado horas, pero percibo que mi polla, tan dolorida que casi ni la siento, sigue echando algo que no me gusta. Me levanto un poco y miro hacia abajo. Gilda ha comprendido al fin y se sienta con rapidez. Observa mi polla y se asusta. Se levanta como una exhalación y va hacia el botiquín. Dejo de mirar la fuente roja para observar su culo. Me vuelve loco. Regresa y la miro de frente, también su pubis me vuelve loco, y ahora lo que me vuelve loco es el terrible dolor que siento cuando ella echa agua oxigenada. Grito como un energúmeno. Gilda está muy ocupada poniendo una compresa en mi polla. Buena idea, pienso, si puede absorber una regla, podrá con esta maldita regla apocalíptica.

La primera compresa ha absorbido todo lo que ha podido en su vientre vacío, ahora viene una segunda. Gilda se está empezando a preocupar seriamente. Me mira y su preocupación se convierte en pánico.

-Estás muy pálido. ¿Has estado echando dentro de mí?

-Me temo que sí.

-Pero, serás idiota, ¿por qué no me dijiste nada?

-Nunca lo había pasado tan bien, y tu parecías disfrutar tanto...

-Pero no ves que te estás desangrando...Voy a llamar a urgencias.

-No lo hagas, se me pasará. Ya me ha ocurrido otras veces.

-¿Otras veces?

-Y entonces recuerdo algo que es verdad y que me ayudará a salir del paso.

-De adolescente llegué a masturbarme hasta seis veces al día. Las últimas ya eran casi por pura cabezonería y porque no podía dejar de intentar darme todo el placer que pudiera. Terminaba sangrando en la vacinilla. En mis tiempos había “vacinillas”. ¿Sabes?

-No puedo creer que te lo tomes así. Ya vas por la tercera compresa. Esto es serio. Te vas a desangrar.

-Que no, ya verás como para.

Ahora yo también siento la palidez de mi rostro, es como una sensación de frío, creo que se me está erizando el vello. Miro a Gilda y veo que no las tiene todas consigo. Lo del cadáver está dejando de ser una fantasía morbosa. Aún está más preocupada porque ha visto el reguero de sangre en el suelo. Ciertamente me estoy desangrando. Una bonita muerte, con una Parca tan divina a mi lado, poniéndome compresas en el pito. Jajá, esta es la situación más ridícula que viviré nunca. Un bonito remate a una noche apocalíptica, mi “ex” sodomizada por un idiota con una polla grande y este idiota “palmando” tras haber dado tanto placer a una diosa que ahora ya puedo morirme orgulloso de mí mismo.

Subir hasta aquí

He cerrado los ojos, presto a morir de una puta vez, y entonces escucho un suspiro de alivio. Vuelvo a abrirlos. Es Gilda.

-Has dejado de sangrar. Tenías razón, pero no vuelvas a hacerme esto, no te lo perdonaré.

-Lo haría mil veces por volver a verte gozar así.

-No seas idiota. Bien, ahora creo que deberías intentar acostarte y descansar un poco, yo limpiaré esto.

Intento levantarme pero no lo consigo. Gilda me tiene que ayudar a llegar al lecho, como si fuera un borracho. Consigo tumbarme boca arriba y dejo escapar un suspiro de alivio. Miro entre mis piernas. Es increíble. El miembro sigue erecto. Por fin he descubierto la forma de satisfacer a las mujeres, desangrándome en su coño. Ella se ha apercibido de mi mirada y seguido el hilo de mis pensamientos.

-¿No crees que es mejor utilizar la viagra? Creo que la muerte por infarto es mejor que desangrarse, al menos será más rápido.

Me río y ella me acompaña. Debe ser un gran alivio no tener que llamar a la policía para explicarles cómo ha aparecido un cadáver en su cama.

-No lo sé. ¿Puedes conseguir viagra?

-Claro, la probarás la próxima vez.

-¿Habrá próxima vez? ¿No serás una vampira? De otra forma no me lo explico.

Me sonríe con dulzura y la mando un beso. Se aleja hacia el servicio. No puedo dejar de mirar su culo. Me duele mucho ahí abajo, pero al menos he dejado de sangrar. Tarda un poco. Me digo que he tenido una suerte loca esta noche. Podría haber pillado con cualquier otra y ahora estaría por ahí, en el coche, tal vez buscando un precipicio en alguna parte. Miro el reloj de la mesita. No puedo creer que hayamos estado tanto tiempo en el servicio, no con este dolor. Entonces recuerdo las noches que pasé con los terribles dolores de la úlcera, después de haber echado sangre, pensando que me moría. Tengo más vidas que un gato. Gilda regresó muy solícita.

-¿Estas mejor?

-Ya estoy bien, no te preocupes.

-¡Cómo no me voy a preocupar! Has perdido mucha sangre. Creo que beber es bueno. ¿Te traigo algo?

-Un güisqui con hielo.

-¿No te vendría mejor un zumo?

-Bueno, las dos cosas.

Trajo las dos cosas. Se tumbo a mi lado y me acarició el pecho.

-¿Qué te ha pasado hoy? No creo que te hayas masturbado seis veces antes de venir a verme.

Se lo conté todo, aunque obviando lo más importante. No podía decirle que había espiado a mi “ex” con cámaras ocultas. No cuando pensaba hacer lo mismo con ella. Así que todo pasó a ser una fantasía.

-¿Has contratado a un detective para que la espíe o la has seguido tú?

-Bueno, algo así, me consta que ha estado toda la noche con ese hombre del que te he hablado, y con otros.

No sé si Gilda se lo creyó o no, mis descripciones fueron muy vivas, aunque no tanto como para que se le ocurriera lo de la cámara oculta.

-¿Sigues enamorado de ella?

-No, es algo enterrado.

-Pues para ser algo enterrado piensas mucho en ello.

No me gustaba nada el derrotero que de pronto había tomado la conversación. Antes del divorcio yo me consideraba un hombre normal, con algunos problemas mentales y no mentales, problemas de salud, de relación con la gente, en el trabajo, fuera del trabajo, pero entonces me parecían bastante normalitos, cotidianos, todo el mundo tiene problemas. Pero tras el divorcio me estaba convirtiendo en un monstruo, en un pervertido, en un psicópata, en una mierda de persona. Eso también podía ser normal, te cambia la vida, entierras el pasado, pasas un luto, no es fácil, cualquiera se descontrola. Yo no lo veía así, algo en mi interior estaba asomando la oreja, un Mr. Hyde bestial. A veces sentía miedo de mí mismo. Además acababa de conocer a Gilda y todo en ella me parecía bastante raro. No era una profesional al uso y parecía comportarse como si me conociera, como si supiera cosas de mí, como si no hubiera caído en sus manos por pura casualidad. Nada de esto tenía el menor sentido, por supuesto. Yo había escogido un número al azara en Internet, el sexo que habíamos tenido era extraño, pero explicable dadas las circunstancias. Yo era el que había hablado el primero de mi profesión, que ella me hubiera propuesto aquel trato tan sorprendente no dejaba de ser algo lógico. Sin embargo una mosca me estaba picando tras la oreja y no era capaz de olvidarme de su aleteo a mi alrededor.

Decidí contrarrestar su curiosidad, morbosa aunque muy natural y femenina, interesándome por su vida. A cada pregunta contestada por mi parte formulaba otra, bastante molesta para ella. El que respondiera con naturalidad me preocupó aún más, las profesionales no hablan de su vida y si lo hacen inventan más que hablan, tal vez se sinceren un poco con los clientes habituales, pero yo acababa de aterrizar allí. Hilé muy fino, mi prioridad era parecer normal, no ahuyentarla porque en realidad me gustaba, me gustaba mucho. Su cuerpo desnudo, a mi lado, era un regalo de la vida y solo los imbéciles desprecian estos regalos.

Gilda bebió un poco de mi vaso, apuré el resto y sin decirle nada me trajo más licor y un cartón de zumo. Tenía mucha sed. Procuré no emborracharme, debía controlar todo lo que decía aunque haciendo como que se me escapaban cosas de las que no quería hablar. Aquello se transformó en una escena de película, de espionaje, por supuesto. Mi pene se había encogido, apenas era visible entre mis enormes huevos, aún hinchados. Sentí alivio cuando el capuchón escondió el glande. Me permití el lujo de acariciar el cuerpo de Gilda, como haciendo ver que la noche aún no había terminado para mí, aunque estaba casi seguro de que no podría penetrarla otra vez, al menos deseaba gozara de su cuerpo con las manos, con la boca, no tenía sueño, las molestias me impedirían quedarme dormido, con seguridad. Algo me decía que Gilda no quería librarse de mí, pero no descarté que esa fuera la última noche que pasaba con ella, no quería desaprovecharla.

Le conté muchas cosas íntimas de la relación con mi “ex”, demasiadas, aunque nada que yo no quisiera contar. Ella a su vez me hablaba de su vida como si fuéramos viejos amigos. Sin embargo todo parecía muy artificial, impostado, como una interpretación ensayada con anterioridad. Me llamé paranoico. Aún así no podía bajar la guardia. Si hacía caso de su historia, Gilda, o como se llamara, era una chica bastante normal, salvo por su cuerpo. Hay bastantes chicas a las que la naturaleza ha premiado con un cuerpo diez y que además lo miman como si les fuera en ello la vida, y tal vez sea así. Ella había decidido utilizarlo para pagarse los estudios, supuestamente, claro, yo no me lo creía. Le pregunté por sus clientes, para pillarla en un renuncio. Me contó algo, no mucho, como era normal en una profesional que acaba de conocer a un cliente nuevo. Quise saber cómo una mujer con ese cuerpo no había pillado a un ricachón o se había buscado algo mejor que el oficio más viejo del mundo. Su respuesta fue muy lógica. No quería ser esclava de nadie, la libertad era lo primero, y haciendo lo que hacía era libre, elegía a los clientes, si no le gustaban los despachaba y no volvía a saber de ellos. No buscaba hacer dinero rápido, solo lo que necesitaba. Su experiencia no era muy amplia, solo llevaba unos meses en la profesión y aprendía deprisa, pronto todo iría sobre ruedas, cuando tuviera una clientela escogida, habitual. Sus precios eran un poco más altos de lo habitual, lo que no dejaba de ser comprensible, habida cuenta de que un cuerpo como el suyo no podía venderse con la misma tarifa que otro cualquiera.

Poco a poco fuimos tejiendo en el telar una escena bastante compleja y matizada. La puta y el cliente que se conocen, se hablan, se cuentan cosas tras el consabido sexo. Yo había pagado una noche, era normal que ella me diera un poco de cancha. Cuando  se interesó por mis partes pudendas advertí, sorprendido, que las molestias casi habían desaparecido, lo que aproveché para ponerme cariñoso. Decidí disfrutar ahora yo de su espléndido cuerpo. Eso me venía muy bien para evitar algunas preguntas astutas sobre mi vida que me iban a poner en un compromiso, porque iba a tener que mentir de forma descarada, y eso siempre se nota. Comencé alabando su cuerpo, acariciando sin prisas sus pechos, explorando cada rincón de su piel. Cuando la besé ella no me rechazó, al contrario, se regodeó en ello. Me sentí muy bien besándola como a una amante, como si estuviera enamorado de ella, y creo que de alguna manera ese proceso ya había comenzado. Apretujé su cuerpo contra el mío, mis manos buscaron sus nalgas. Sentí el calor de su cuerpo, la suavidad de su piel. Estábamos de costado. Me entusiasmé con su larga melena, con aquel pelo negro tan sedoso. Conforme lo acariciaba un torrente de emociones pugnaba en mi pecho. Ella era mi nueva esposa, estábamos en el lecho, disfrutando de una noche más de amor. Nos queríamos mucho y todo iba bien. La fantasía se hizo tan intensa que una lágrima resbaló por mi mejilla. Gilda se dio cuenta.

-¿Te pasa algo? ¿Te duele?

-Un poco pero estoy mucho mejor, gracias. Creo que cometo un error al decirte lo que voy a decirte, pero me siento muy bien contigo. No temas, aunque me enamorara de ti no voy a darte problemas, para mí ya han pasado los tiempos en los que el amor es para toda la vida y una mujer es la esposa con la que envejecer. Pero me gusta soñar con que eres mi esposa y que nunca nos dejaremos.

-¿Por qué iba a ofenderme? Es muy halagador lo que me estás diciendo. A veces hay que huir de la realidad para poder soportarla. Además, quién te dice que no acabaremos queriéndonos como si fuéramos marido y mujer.

La expresión de mi rostro le ayudó a comprender su error. Para mí la vida matrimonial no era precisamente el vivo ejemplo del amor de pareja. No me pidió disculpas, hizo como que nada especial había ocurrido.

-Nos acabamos de conocer, pero ya siento un gran afecto por ti. Y aunque el sexo haya sido tan estrambótico debo confesarte que nunca había disfrutado tanto.

-Nada, que debes ser una vampira.