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Ana ( 1 de 3)

en Sadomaso

Dejó las llaves sobre la mesita de la entrada. Estaba realmente cabreada. Le habían dado el cargo al capullo de Luis, que solo vivía para hacer la pelota a los dueños. Era un tío de lo más rastrero y arrastrado que se podía alguien imaginar. Y un total inútil que seguía adelante aprovechándose del trabajo de los demás.

Ana estaba furiosa. Necesitaba relajarse. Se fue directa al dormitorio, entró en el cuarto de baño, y abrió el grifo para que se llenara la bañera mientras se desnudaba. Fue dejando la ropa sobre la cama. Los zapatos la estaban matando, así que se dio un pequeño masaje.

Le gustaba que los hombres la miraran, así que vestía de forma lo suficientemente provocativa como para que todas las cabezas masculinas se fijaran en ella a su paso. Su trabajo y su deseo de ascender le habían impedido tener una relación seria y estable. Sus prioridades no casaban con las de aquellos que habían intentado algo más que un buen polvo. Ella no había nacido para ama de casa. Y en su interior se vengaba de ellos explotándolos en el trabajo, demostrando que una mujer podía ser tan productiva, dura y cruel como un hombre. O tal vez más. No tenía escrúpulos a la hora de calcular el rendimiento del personal que estaba a sus órdenes. Si no daban el 120%, no los quería.

Miguel había sido una de sus víctimas más sonada. Debía dinero hasta a los cobradores del autobús. Y pasaba su vida en la oficina, intentando hacer méritos para un ascenso. Su horario laboral nunca había bajado de las 14 horas diarias. Y así y todo, a Ana le encantaba exprimirlo más y más. Un día no pudo soportar la presión del trabajo y las deudas, y su única salida fue lanzarse desde el último piso del edificio para buscar la paz total en el asfalto de la calle.

Una vez desnuda, Ana se miró en el espejo del cuarto de baño. No estaba nada mal y lo sabía. Muchos hombres suspiraban por poseer aquel cuerpo de diosa. Y a ella le encantaba someterlos, jugar con ellos, humillarlos, y luego despreciarlos. Se recogió el pelo y lentamente se introdujo en el agua de la bañera. Estaba ardiendo (le gustaba así), por lo que se apoyó en los bordes de la bañera y poco a poco se fue deslizando dentro a medida que su piel se acostumbraba a aquella excesiva temperatura.

Sumergió todo el cuerpo, incluso la cabeza. Cerró los ojos, puso los brazos a ambos lados, y dejó que la paz y la tranquilidad se adueñaran de ella. Al poco, solo escuchaba los latidos de su propio corazón. Enseguida sacó solo la nariz para poder respirar. Le encantaba aquél silencio, aquella nada. Separó un poco las piernas para que el agua pudiera entrar por todas partes. Empezó a entrar en una especie de letargo, la somnolencia se apoderó de ella, y sin darse cuenta quedó adormecida y con el pensamiento en blanco, arropada por sus propios latidos.

Se despertó sobresaltada… le estaba entrando agua por la nariz. Se había quedado dormida y sin darse cuenta se estaba ahogando en su bañera. Quiso levantar la cabeza pero no pudo. Estaba inmovilizada. El terror se apoderó de ella. No comprendía lo que le estaba pasando, pero o respiraba enseguida o iba a morir ahogada. Intentó mover los brazos. Imposible. Las piernas tampoco le obedecían. Y le era imposible incorporarse para sacar medio cuerpo fuera de la bañera. Se intentó debatir, pero su cuerpo no reaccionaba, no la obedecía. El aire era ahora desesperadamente necesario. Si alguien la hubiera visto en la bañera, no habría podido entender que Ana se estaba ahogando sin mover un solo músculo. Solo sus ojos evidenciaban el terror por el que estaba pasando. Hasta que la luz se volvió oscuridad y las tinieblas envolvieron a una Ana ya agonizante.

Tenía frío. Estaba helada. Abrió los ojos y se encontró en la bañera. Tal como estaba cuando perdió el conocimiento. Pero algo había cambiado. Seguía sin poderse mover, pero la bañera estaba totalmente vacía. Se dijo a sí misma que tal vez había sufrido una parálisis. Así que se lo tomó con un poco de tranquilidad, pues al menos no había muerto ahogada. No entendía como el agua de la bañera había desaparecido, y lo achacó a que el tapón no cerraba bien y que eso le había salvado la vida. Empezó a respirar poco a poco hasta sentir de nuevo el aire entrando en sus pulmones.

Escucho un leve ruido que situó en la puerta del cuarto de baño, pero no pudo girar la cabeza para saber de dónde procedía. Eso le puso nerviosa, pues le hizo suponer que en la casa había alguien más. Escuchó como unos pasos se dirigían al cuarto de baño, y como se abría lentamente la puerta, haciendo sonar las bisagras como si de un lamento se tratara. Intentó alzarse otra vez, y otra vez se dio cuenta de que le era totalmente imposible moverse. Por el rabillo del ojo vio algo parecido a una forma humana. La forma se fue desplazando a lo largo de la bañera hasta quedar justamente a los pies de Ana. Estaba de espaldas. Ana enseguida se dio cuenta de que era un hombre, pero no supo quién. El miedo se apoderó de ella. Aquella figura quedó quieta, y luego se fue dando la vuelta… Ana gritó como una poseída al verle la cara. Pero de su garganta no salió ni un triste gemido. Allí, de pie en su cuarto de baño, estaba Miguel observándola con una sonrisa que hubiera helado la sangre al mismo diablo. Sin moverse. Simplemente observándola.

Tras unos minutos que le parecieron siglos, Miguel se colocó al lado de Ana, y la tomó por las axilas hasta lograr sentarla en la bañera. Era como mover a una muñeca, pues Ana no podía hacer el más pequeño movimiento. Se la quedó mirando, disfrutando de la vista. Las manos de Miguel acariciaron las mejillas de Ana. Muy despacio, como si se tratara de porcelana y no quisiera romperla. Ana lo sintió ardiendo, le dio repulsión y pánico. La hizo temblar, aunque su cuerpo seguía absolutamente inmóvil. Las manos de Miguel bajaron lentamente por su escote, hasta llegar a sus pechos. Tocaron sus pezones, y estos se pusieron duros al instante. Ana no lo podía creer, y Miguel sonrió al ver la mirada de Ana. Luego sus manos bajaron por su talle, hasta llegar a sus caderas, buscaron su depilado pubis y lo acariciaron sin prisas. Quedaron enterradas entre los muslos de Ana jugueteando con los labios de forma muy dulce.

Ana suspiró. No podía comprender como aquél hijo de puta seguía vivo, y se había colado en su departamento. Pero si todo lo que quería obtener de ella era meterla mano, la cosa no era tan grave. Antes o después se cansaría y se marcharía. La mente de Ana se había puesto de nuevo en marcha tras el susto inicial…