miprimita.com

La Herrería (capítulo 10)

en Sadomaso

(10)

         A la mañana siguiente, Nora fue llevada por su dueño al comedor de la masía. Allí estaba sentada aquella muchacha, esperando las órdenes del hombre. Nora desconocía totalmente la relación entre ambos. Y no podía ocultar cierta curiosidad.

         El hombre hizo sentar a Nora junto a la muchacha. Él tomó asiento en el extremo opuesto de la mesa, frente a las dos.

         En la mesa, el desayuno. Leche, café, bollos, pan de molde tostado, mantequilla, mermelada, pastas, tomate rallado, aceite, sal, jamón y queso. Frente a cada uno de los tres: platos, cuchillos, tenedores, cucharitas, tazas, servilletas, y un pequeño florero con una hermosa rosa roja.

-Comed.

         Y ambas empezaron a desayunar totalmente en silencio. Para Nora, aquél desayuno era una fiesta absoluta de sabores, acostumbrada a la comida en un cuenco de aluminio basada en galletas de perro. Se dispuso a disfrutarlo. De reojo iba observando a la muchacha, para no meter la pata. Pues imaginó que aquella por ahora desconocida, tendría mucha más experiencia que ella.

         Al cabo de media hora, Nora estaba mucho más relajada. Disfrutaba como loca de la comida. El hecho de que ella estuviera desnuda, y la muchacha llevara un extraño sujetador a juego con el short, no le quitó el hambre. Solo alimentó su curiosidad.

-Bien. Ahora que estamos a medio desayuno y mucho más relajados los tres, podéis hacer las preguntas que queráis sin ningún tipo de miedo. Aclararemos todas las dudas que tengáis, por muy raras o íntimas que puedan ser. Así que tenéis mi permiso para poder expresaros con total claridad y sin ningún tipo de censura previa.

         El hombre siguió comiendo, con la sonrisa en la cara. Le divirtió el observar el cambio en la cara de Nora. Se puso seria. Como pensando que detrás de aquellas palabras podía existir algún truco que la pusiera en una situación no deseada. Así que se dispuso a despejar las dudas.

-No hay truco alguno, ni trampa ni cartón. Solo una premisa: sinceridad absoluta. Aunque ambas ya sabéis que esta premisa es obligatoria desde el mismo momento en que pisasteis esta casa. Y no deis nada por sentado. Ya me conocéis. Todo debe estar perfectamente claro.

         Tardaron en reaccionar. Sobre todo, Nora. No es que pensara que había algo oculto. Ni tampoco le sorprendió aquella especie de tiempo dedicado a sincerarse. Realmente siempre se había sentido libre de expresarse. Simplemente se sentía extraña al sentirse libre. No estaba acostumbrada a poder mirar en su interior, y buscar en un cajón oculto las pequeñas dudas que poco a poco se habían ido acumulando a lo largo de aquellas semanas. No tenía dudas acerca de lo que era, ni de lo que hacía en aquella masía. Lo había aceptado y deseado con todas las consecuencias. Pero sí era cierto que en su interior surgían muchas preguntas en cuanto a su dueño. Preguntas que temía hacer por temor a equivocarse al meterse en un terreno privado.

         Mientras desayunaba, Nora quedó pensativa. Al principio aquel hombre solo era una especie de educador, de profesor, para ponerla al día y enseñarle respeto y obediencia. Pero poco a poco, sin saber exactamente cuándo, ese hombre se fue apoderando de ella. Tal vez sin ser consciente de ello, pero al fin y al cabo ahora se sentía totalmente suya en cuerpo y alma. No solo era su perra o su esclava. Nora deseaba formar parte de él, ser parte de su cuerpo y de su mente. Lo que al principio había sido un juego, ahora se había convertido en una necesidad. No era sexo. No era morbo. Era un terrible dolor en su interior cuando estaba sola sin él. Aunque fueran unos simples minutos. Sentía que existían dos mundos. EL mundo con su amo, y el mundo sin él. Y éste último era pura agonía solo con imaginárselo. Cada vez se acercaba más el momento en el que aquél hombre daría por terminada su educación y su doma. Y solo con pensar en ello su mente y su cuerpo eran presas de una desesperación insoportable. Algo que jamás había sentido en la vida. Su mano empezó a temblar, y el hambre desapareció al instante.

         Nora dejó los cubiertos sobre el plato, y luego lo apartó de ella unos centímetros hacia el centro de la mesa. Luego miró los ojos de su dueño mientras éste seguía desayunando. La otra muchacha hizo lo mismo. Nora no sabía si lo hacía por educación o porque ya no tenía más hambre. Luego buscó una forma de llegar al fondo de sus dudas, de una forma más o menos diplomática. Pero no pudo.

-¿Cuánto tiempo me queda de estar en su casa, mi amo?

-Has progresado mucho. Estoy satisfecho con tu progresión, así que en un breve espacio de tiempo ya estarás preparada y podré entregarte a Enrique. Al fin y al cabo, eres de su propiedad. Yo únicamente soy un profesor que te está dando un cursillo acelerado.

         Aquellas palabras entraron en Nora como si fueran cuchillos al rojo vivo, destrozándole las entrañas sin ningún tipo de piedad. No pudo evitar que unas enormes lágrimas llenaran sus ojos hasta el punto de no poder ver nada. Pero no movió sus manos para quitárselas. Si su amo había usado aquellas palabras, era porque lo consideraba lo más pertinente. Nora respiró profundamente hasta poder volver a hablar. Pero no pudo evitar que le temblara la voz.

-¿Puedo saber quién es esta muchacha?

         Inmediatamente, Nora se arrepintió de sus palabras. Sentía que había dado la sensación de celos, de tomar a aquella muchacha como una contrincante. Cuando la verdad era que deseaba saber si su dueño tenía algún vínculo mucho más profundo con ella. Se avergonzó solo de pensarlo, y Nora se puso roja como un tomate. Deseaba que la tragar la tierra, que se abriera bajo sus pies y poder desaparecer para siempre. No pensar más. No sufrir más. Hubiera sido mucho mejor que su amo la hubiera atado a un potro y la hubiera azotado hasta el desmayo. ¿Por qué su amo no le enseñó a dejar de pensar? Pensar era un puro dolor, terrible y agónico. Era desesperación en estado primigenio. No quería pensar. No debía pensar. No deseaba poder pensar.

-Esta muchacha se llama Raquel. Tiene 37 años. Nos conocimos en un bar de Valencia. Ella me sirvió un bocata de queso con jamón que estaba buenísimo. Al servirme el plato, me fijé en unas pequeñas marcas en su brazo. Se le subió demasiado la manga y no pude evitar el ver cicatrices hechas por cigarrillos encendidos. Como puedes suponer, conozco esas cicatrices, y supuse que se las infligía ella misma. La esperé cuando terminó su turno, hablamos, y una cosa llevó a la otra. Al principio venía a verme de forma esporádica. Poco a poco pude quitarle su deseo de autodestrucción al hacerle ver que disfrutar con el dolor no era sinónimo de monstruo ni muchos menos. Al fin y al cabo, todo el mundo disfruta con el dolor. Sólo es cuestión de grados. Unas personas disfrutan con azotitos en las nalgas, y otras con latigazos en la espalda. Eso no la convertía en alguien que merecía ser destruida, ni mucho menos –el hombre tomó un sorbo y siguió con la explicación-. Poco a poco fuimos creando lazos, y ella pudo sacar su yo real a la superficie. Necesitaba pertenecer a alguien. Era como un ángel abandonado buscando desesperadamente un camino que seguir. Le expliqué como era yo y lo que buscaba. Sus visitas fueron aumentando, hasta pedirme que la tomara como esclava. Hace cosa de cuatro meses fue a Cheste por última vez. Dejó listos todos sus asuntos, y dijo a familia y amigos que marchaba fuera porque se ahogaba y necesitaba otros aires. Que no la esperaran. El resto ya lo conoces. Llegó cuando estabas conmigo. Le gustaste, me pidió probarte, y por eso te despertó como lo hizo.

         Nora quedó pensativa. Y se fijó en que Raquel la miraba sonriente y amistosa. No. No era una mirada de alguien que te odia. Todo lo contrario. Eran los ojos de quien busca en ti comprensión y complicidad. Y comprendió perfectamente por todo aquello que Raquel había pasado, cuando la que habló fue Raquel mirándola directamente a los ojos.

-Sentirse excluida, tratada como anormal y loca, no poder decírselo a nadie y llevarlo en completo silencio. El terror a que alguien te descubra y debas dejar todo atrás para empezar otra vez una nueva vida alejada de todos. No poder tener amigos, y contar mentiras tras mentira a la familia, rezando porque jamás sepan nada. Verte cada mañana ante el espejo para descubrir que tu cara va mostrando cada vez más tu terrible soledad e incomprensión. Hasta que un día llegas a odiarte a ti misma, te culpas de esa maldición, e intentas pagar con tu dolor una especie de salvación de tu alma. Jurándote a ti misma el destrozarte hasta desaparecer. Porque nadie va a echarte de menos en ninguna parte.

         Raquel tomó la mano de Nora entre las suyas. Apretó fuertemente.

-Ahora soy yo. Soy feliz. Soy parte de mi amo. No. Soy toda de mi amo. No queda parte alguna fuera de él. Le necesito como el respirar. Y sin él no quiero vida alguna. No es que lo ame. Es que es como mis pulmones o mi corazón. Sencillamente no puedo concebir vivir sin él a mi lado. Mejor dicho, a sus pies. El resto del mundo no me importa. Tuvieron su tiempo y ni siquiera se molestaron en ver quien era Raquel de verdad. Ni siquiera familia o amigos. Me harté de odiarme y de llevar una máscara día y noche para intentar aparentar ser lo que todos esperaban de mí. Ahora sé quién soy. Y no solo me acepto, sino que estoy orgullosa de ello. Porque ahora, siendo realmente libre, puedo entregar a mi dueño todo aquello que quiera de mí. Sin dudarlo. Incluso mi vida, si me la pide. Sin un solo pestañeo.

         Nora no pudo menos que sentir a Raquel como la hermana mayor. No. No era la palabra. Eran como almas gemelas. No pudo evitarlo. Y empezó a besarla. Suavemente. Sin prisas. Luego la abrazó fuertemente y quedaron así largos minutos. Fue para Nora un nuevo descubrimiento. Por fin encontraba a alguien que pensaba, sentía y vivía exactamente igual que ella. Alguien que comprendía totalmente el terremoto por el que pasaba. Alguien que había vivido la terrible sensación de que no pertenecías a aquel mundo de casa, coches, oficinas, copas en un bar y borracheras en una discoteca intentando huir de ti misma y de tu escondido interior. Harta de patéticos polvos a toda prisa sobre un coche o en unos urinarios. Cansada de ser usada como come-pollas de alivio rápido, o de agujero de carne para el ganador. Sin nadie que la tomara a ella entera, por completo, y la hiciera suya de verdad.

         Nora no quería marchar. Ahora menos que nunca. Ella pertenecía a aquél lugar. Pertenecía a Raquel y a su amo. Se ahogaba. No podía respirar. La pesadilla de su marcha era ahora más insoportable que nunca. Y lloró abrazada a Raquel. Hubiera deseado que los dos la encadenaran para siempre, para impedirle estar lejos de allí.

-¿Tienes más preguntas, Nora?

         Sin dejar de abrazar a Raquel, a Nora solo se le ocurrió una última pregunta. Todas las demás dudas habían desaparecido para siempre.

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Juan.

         Nora no pudo evitarlo. Salió sin pensarlo. Y desde lo más profundo de su alma escuchó como sus labios decían:

-No te llamas Juan. Te llamas MI AMO.

         Juan quedó pensativo. Su semblante cambió a una seriedad que Nora jamás había visto en él. Se quedó mirando fijamente a Nora. Y tras un par de minutos, habló.

-Ahora ya estas preparada.

-¡Nooooooooo!

         Nora se sintió morir. Aquello no podía estar ocurriendo. No estaba preparada. No lo estaría nunca. La desesperación la invadió. Necesitaba una salida urgente. Agarrarse a un clavo ardiendo. Al que fuera.

-!No lo estoy, mi amo! Necesito todavía aprender muchísimas cosas. Apenas me has empezado a moldear. Quiero saber más sobre lo que necesitas y deseas, para poderte dar todo. Absolutamente todo. Ahora que estoy contigo y con Raquel no me puedes abandonar. Tu eres el culpable de hacerme sentir lo que ahora llevo dentro. No puedes ahora despojarte de mí y dejarme tirada en brazos de un inmenso gilipolla que solo sabe atar y azotar. Para Enrique solo soy un trozo de carne que dejará tirado en cualquier parte cuando se canse de ver el mismo coño o las mismas tetas día tras día.

-No hay metas. Solo caminos que recorrer. Y tu camino te llevó a Enrique. Ser esclava no es ser azotada, follada o humillada horas tras hora. Ser esclava es sentir que perteneces a tu amo de verdad. Estés en la peluquería, en unos grandes almacenes o viendo una película en el cine. No son sesiones, sino una forma de vida. No es sexo, sino sentir que formas parte de alguien en cualquier momento y lugar. Y que disfrutas, deseas y necesitas sentirte así. Sabiendo que puede utilizarte como le plazca. Y deseando que, si no estás de acuerdo, te obligue. Porque en ese caso todavía le sientes más como propietario tuyo.

-Mi amo. Hay algo más que no ha dicho.

-Lo sé. Ahora ve a vestirte y haz tu maleta. Vamos los tres a Barcelona.

El viaje fue espantoso, aterrador, insoportable: una pesadilla hecha realidad. Nadie abrió la boca para decir nada. Fueron unas horas que Nora jamás olvidaría en su vida. Pasó todo el tiempo abrazada a Raquel. Con la cabeza en su regazo y los ojos cerrados. Rogando que solo fuera un sueño angustioso, y poder despertar lo antes posible.

La furgoneta estacionó en el mismo lugar en el que meses antes su amo la recogió por orden de Enrique. Raquel ayudó a Nora a bajar la maleta. Luego le pidió permiso a su amo para no acompañarles y esperarles allí mismo. No quería ver marchar a Nora. No podía.

Tres angostas calles con una fuerte pendiente. Juan andando despacio. Nora a tres pasos tras él, a la derecha. Silencio absoluto. Ya era tarde. Estaba anocheciendo. La calle totalmente solitaria. Ningún coche. Ningún paseante o vecino.

Al girar la última esquina, Juan vio a Enrique esperando de pie. Se dirigió hacia él. Cuando segundos después Enrique pudo ver a Nora, su semblante cambió rápidamente. Se le podía ver una cara de deseo apenas contenida. Juan llegó hasta su altura y le dio la mano.

-Te traigo a Nora totalmente preparada, tal como me pediste.

         Nora se puso tras Juan. Quieta. La mirada clavada en el suelo. La maleta a un lado. Quiso morir. No podía ser. Su vida no podía volver a estar en manos de aquel capullo. Pensó en salir corriendo, pero eso no arreglaría nada. No era ese el camino. ¿Cuál era?

-Espero que esta puta no te haya dado mucho trabajo. Me ha costado una pasta y deberá obedecerme como...

         No le dio tiempo a más. El golpe en la tráquea y el rodillazo en plenas pelotas hizo caer redondo a Enrique sin poder articular una sola palabra. En su cara, solo dolor y sorpresa.

-Escucha hijo de puta. Para ti es la Virgen María.

         Nora no pudo creer lo que sus ojos estaban viendo. Enrique hecho un ovillo de dolor tirado en el suelo. Juan, colocándose bien la chaqueta, mirándolo con el odio más fuerte que Nora hubiera visto en su vida. Se quedó congelada. No supo reaccionar. Y se quedó de pie, esperando. Su mente en blanco.

         Juan echó a andar calle abajo en dirección a la furgoneta, muy cabreado. Paso rápido y decidido. Nora se lo quedó mirando. Se iba… no…

-¿Piensas quedarte ahí esperando a que reviva, o te vienes con nosotros? –le dijo Juan muy serio volviéndose hacia ella.

         Fue la vez que más cerca estuvo Nora de tener un infarto en su vida. Su corazón pasó en un segundo de 0 a 300 kms por hora. Salió disparada calle abajo tras su amo. Por supuesto, llorando. Perdió los zapatos, pero ni siquiera pensó en parar a recogerlos. Cuando alcanzó a Juan, se puso tras él a tres pasos, a la derecha. Era la esclava más feliz del mundo.

-Mi amo, es usted el cabrón hijo de puta más maravilloso que haya conocido. Y, aunque sé que voy a pagar caro por estas palabras, como se le ocurra otra jugada de estas lo mato.

-Tomo nota, Nora. Y ahora prepárate para la bienvenida de Raquel.

-¿Y eso, mi amo?

-Ayer me dijo que si te dejaba marchar ella también se iba. Hay otra maleta suya en la furgoneta. Espero que esta sea la última vez con confabuláis contra mí –respondió Juan sonriendo.

-Espero que no, mi amo.

         Cuando Raquel vio volver a ambos, salió disparada de la furgoneta. Se abrazó a Nora y la acompañó llorando también a moco tendido. Juan se quedó mirando a ambas y pensó, feliz, si estaba realmente preparado para lo que venía.

-Espero que aceptes ser mi Dama de Honor –le dijo Raquel a Nora al oído.

-¿Y eso?

-No puedo esperar más. Esta noche le pediré a nuestro amo que me haga el Honor de marcarme con sus iniciales. Con hierro al rojo. Quiero ser su esclava para el resto de mi vida. Y que sea quien sea el que me use por orden suya, o pueda verme, lo sepa sin ningún tipo de duda.

(Seguirá)