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La Herrería (capítulo 7)

en Sadomaso

(7)

         La habitación era enorme. En el centro, una enorme colchoneta recubierta de cuero colocada sobre una base de madera que llegaba casi hasta la cintura. Daba la sensación de ser un tatami, y se accedía a ella por unos escalones colocados en los cuatro laterales. Desde el alto techo (unos 3 metros) colgaban potentes focos que iluminaban aquel cuadrilátero tan especial. Incluso los laterales tenían 4 cuerdas que iban de poste a poste, a excepción de las partes en las que estaba el acceso por los escalones. Todo ello protegido convenientemente para que nadie pudiera golpearse contra ningún hierro o madero. Debía medir unos 5 ó 6 metros por cada lado. Alrededor, y dejando un espacio libre, como una docena de distintos potros de madera y/o hierro construidos por una mente imaginativa y diabólica. Nora reconoció a algunos de ellos, pero por mucho que se esforzó, no consiguió visualizar la función del resto. Eso sí. Su cuerpo reaccionó al instante, y mientras su mirada iba de uno a otro potro, su imaginación completó la labor y en pocos minutos estaba totalmente húmeda.

         Nora vio algunos polipastos (poleas complejas) con sus cadenas y cuerdas. Imaginó que serían capaces de levantar muchísimo peso, pues las había visto en algunos talleres mecánicos para levantar motores de coches. Iban ancladas a unas vigas de hierro colocadas en el techo para poder soportar grandes pesos. También se fijó en que toda la habitación estaba llena de sumideros. Supuso que su función era desaguar rápidamente la habitación cuando se usaran mangueras para su limpieza.

         El hombre indicó a Nora que subiera al cuadrilátero. Ella obedeció al instante. Estaba hermosa con sus anillas y su arnés. Aunque iba totalmente desnuda, nadie lo hubiera dicho. Pues los piercings y el tanga que formaban los plugs con sus diminutas cuerdas, la vestían perfectamente. Nora se colocó en el centro. El hombre manipuló unos botones en uno de los postes, y las luces subieron inmediatamente de intensidad hasta el punto de que para Nora, su  dueño quedó oculto en la sombra. Ya no veía nada que estuviera alrededor. Solo la lona, las cuerdas de los laterales, y poco más allá una completa oscuridad. Se puso nerviosa, pues aquellos focos la convertían en la protagonista de algo que desconocía totalmente. No supo que hacer, así que se puso de rodillas sobre el tatami con las piernas separadas. Se sentó sobre las mismas, colocó sus manos a la espalda y bajó su mirada hasta el suelo a la espera de que su dueño le indicara que debía hacer a continuación.

         Las palabras de su dueño retumbaron. En aquella habitación tan grande había eco, lo que amplificaba y daba una sensación muy ancestral a cualquier sonido que se produjera en la sala.

-Hasta el momento has ido dejando atrás algunos prejuicios, como cuando te sentiste realmente una perra. También te has despojado de cargas inútiles como la vergüenza y el orgullo, la hacer tus necesidades en público y sobre unos papeles de periódico, o ir totalmente desnuda. Algunas de ellas te han sido fácilmente asumibles, porque estábamos solos. Esto cambiará.

-Sí, mi amo.

-Me has demostrado que aceptas y asumes el dolor y los castigos que pueda inferirte. Incluso algunos de ellos los has disfrutado. Y me he dado cuenta de que llevas con orgullo tus signos de esclavitud como son el arnés y las anillas.

-Sí, mi amo.

-Vamos a seguir en ese camino. Estás prosperando mucho. Quiero dejarte claro que en cualquier momento y lugar puedes preguntarme lo que necesites saber. No habrá castigo por ello. Prefiero que pidas que te aclare cualquier duda, a que metas la pata. Por supuesto, siempre pidiendo permiso para hablar.

-Sí, mi amo.

-Cualquier orden mía será llevada a cabo de forma instantánea y en el mismo lugar donde yo te la dé. Sin vacilar. Y si preguntas, recuerda que puedes hacerlo sin problemas, pero que no siempre vas a recibir una respuesta. En ocasiones puede que me interese el que no sepas más de lo estrictamente necesario.

Sí, mi amo.

-Y sobre todo, recuerda que estas aquí voluntariamente. En cualquier momento puedes decidir que deseas marcharte. En tal caso, te vestiré y te dejaré en el mismo lugar donde me fuiste entregada para tu educación. Pero si sigues conmigo, es porque has decidido servirme, obedecerme y ser moldeada y educada a mi capricho, olvidando todos tus deseos y tomando los mios como tuyos propios.

-Sí, mi amo.

-Baja y ven conmigo.

         El hombre llevó a Nora ante una especie de camilla ginecológica, colocada en una de las esquinas de la habitación. La colocó sobre ella, atándole las manos a la misma por encima de la cabeza. Luego colocó sus piernas sobre unos brazos metálicos y las inmovilizó con unas anchas cintas. Con una manivela fue separando ambas piernas hasta dejar a Nora totalmente abierta y expuesta. Luego colocó frente a su pubis un pequeño objeto parecido a un teléfono de ducha, con varios tubos de goma. Inspeccionó que todo estuviera perfectamente colocado. También verificó que la joya que llevaba Nora en sus labios vaginales mantuviera totalmente visible y al descubierto su clítoris. Por último colocó una corre alrededor de su cintura para que no pudiera llevar a cabo movimiento alguno. La apretó fuertemente. Por último colocó sobre cada pecho otro teléfono de ducha.

         Nora estaba nerviosa, pero no pudo evitar el seguir humedeciéndose. Su amo se dio cuenta enseguida, al ver como el plug que llevaba Nora en su vagina estaba totalmente empapado por su base. Cada vez que su amo le ponía una correa y sentía la presión en su piel, Nora se excitaba más y más. No podía evitarlo. Sentir las manos de su amo en ella la transportaba y enloquecía. Cuando le ató las manos atrás, por encima de su cabeza, Nora se fijó en sus pechos y en las anillas de sus pezones. Su sola visión hizo que se endurecieran rápidamente.

         El hombre depositó un suave beso en los labios de Nora. Ella jamás hubiera esperado algo así. Pero no le dio tiempo de pensar mucho más. Acto seguido, los vibradores de su vagina y ano empezaron a zumbar. El cuerpo de Nora se estremeció, conociendo lo que venía a continuación. Nora cerró los ojos y se dispuso a disfrutar de nuevo de aquél maravilloso arnés que su amo le había instalado en su interior desde hacía ya semanas. Intentó moverse, pero le fue imposible.

         Los vibradores fueron aumentando su ritmo y potencia, y a los pocos minutos el cuerpo de Nora rogaba tener permiso para correrse. Por supuesto, Nora intentó aguantar todo lo que pudo. Cerró sus ojos y apretó fuertemente su boca para evitar lo inevitable. Cuando ya no pudo más, empezó a susurrar la palabra “amo…”.

         Lo que vino a continuación fue la locura. De los teléfonos de ducha se dispararon fuertes chorros de agua que iban rotando sobre los pechos, los pezones y el clítoris de Nora. Eran casi inyectores, ya que la fuerza con la que expulsaban el agua era muchísima. Nora gritó fuertemente al ser cogida por sorpresa. La sensación en el clítoris era indescriptible. Dolor y placer a la vez. Imposible soportarlo. Y Nora explotó. Sin recibir permiso para hacerlo. El hombre colocó una toalla sobre la cara de Nora. Nora apenas se dio cuenta. Ojos cerrados, gritos, babas, un orgasmo tras otro (o uno interminable), espasmos, convulsiones… y entonces el hombre empezó a echar agua sobre la toalla que Nora tenía en la cara. Muy despacio. Sin prisas.

         Nora empezó a notar que no podía respirar. La toalla mojada le impedía hacerlo. Su cuerpo no paraba de convulsionarse, y en Nora se mezclaron sensaciones tan primitivas como el sentir que iba a morir porque no podía respirar, y estar en un cuerpo atravesado permanentemente por terribles convulsiones y estremecimientos. Brazos, piernas, el vientre, las nalgas… todo el cuerpo de Nora parecía como atravesado por una fuerte corriente eléctrica. Nora explotaba y explotaba de nuevo… No podía parar. No controlaba nada. Se iba. Se perdía. Se fundía.

         Y en eso, cuando las sombras empezaban a adueñarse de Nora, la toalla le fue retirada y Nora recibió en su boca la boca de su amo. Su amo se alimentó de ella. Bebió sus babas, sus lágrimas, sus gritos, su dolor, su placer y su agonía. Nora pensó y deseo que también su alma pasara a su amo por su boca… y se desmayó con ese último deseo.

         El despertar de Nora fue muy sensual. Su amo la había atado sobre la hierba, boca arriba, en forma de X. Le había untado todo el cuerpo con aquél brebaje que Nora conocía tan bien. Y las lenguas de los dos perros adultos y los cachorros bebiendo del cuerpo de Nora la despertaron, unas horas después de que se desmayara en la camilla ginecológica. Su amo le había despojado del arnés y la había depilado totalmente. Las lenguas de los perros en su pubis y ano la hicieron explotar de nuevo. Su amo no estaba. Los perros disfrutaron de ella y ella de los perros hasta que su cuerpo quedó completamente limpio de aquella infernal salsa o ungüento. Luego, el sol del atardecer acarició su piel hasta que quedó plácidamente dormida.

        

         Se despertó cuando sintió la lluvia sobre su cuerpo. Era una lluvia fina y suave. Refrescante. Se dio cuenta, al moverse, de que ya no estaba atada. Yacía en el mismo sitio en el que quedó dormida, sobre la hierba. Recordó la camilla ginecológica, y luego los perros bebiendo de ella. Sonrió. Llevó las manos a su cabeza para atusarse el pelo cuando se dio cuenta de que no tenía. Pasó las manos de nuevo por su cabeza. Ni un pelo. Su amo la había rapado al cero. Su primer deseo fue matarlo. Luego sonrió para sí misma mientras una mano todavía buscaba algún vestigio de pelo. Ni uno. Un corte perfecto. Seguro que con navaja. A la mierda el pelo. Si su amo la deseaba así, ella también lo deseaba. Se levantó. Le escocía mucho el clítoris. Y se sentía hueca, vacía. Le encantaba que su amo la llevara con ano y vagina llenos. Y ahora echaba de menos aquel diabólico arnés. Era como llevarle a él dentro de sí misma. Ocupándola, teniéndola dispuesta para él en todo momento y lugar. Ahora se sentía como medio abandonada. Sin sentirlo a él en lo más íntimo.

         Al levantarse, se dio cuenta de que su amo estaba a unos metros de ella, con la manguera en la mano, regándola usando el modo aspersor. Pensó que por eso no había visto ni una maldita nube en el cielo a pesar de recibir aquella lluvia sobre ella. Se puso de pie y colocó una mano sobre los ojos para evitar el sol directo. Solo vislumbraba la silueta de su amo con manguera en la mano. Pensó en un cartel de una película del oeste y volvió a sonreír.

         El hombre se sentó junto a la mesa de madera. Invitó a Nora a sentarse junto a él.

-¿Permiso para hablar, amo?

-Adelante

-Llevo unos días pensando en algo que me preocupa, mi amo.

-Dime.

-Estoy con usted desde hace meses. No sé cuántos, ni tampoco me importa ni quiero saberlo. Pero no me ha follado.

-Ni pienso hacerlo. Si lo que quieres son pollas, marcha y ve a buscarlas.

-No es eso, mi amo. Más bien pienso que no le atraigo lo suficiente como para follarme. Que solo soy un trozo de carne que está amaestrando por encargo.

-Bien. En algo tienes razón. Eres un trozo de carne al que estoy educando. Pero un trozo de carne mío. Tan importante como pueda ser mi mano, mi pierna, mi lengua o mi pie. Eres parte de mí. Mis manos o mis pies son importantísimos para mí. Forman parte de mi cuerpo. De mí mismo. Pero no por eso me follo mi pie. Ni estoy enamorado de él. Podría vivir sin él, pero me sería muy difícil y doloroso, y lo echaría en falta a cada momento el resto de mi vida. Tu eres tan o más importante para mí como lo es cualquier parte de mi cuerpo.

-Entiendo, mi amo.

-Por otro lado, sí que me hubiera gustado follarte en alguna ocasión. Pero mi castigo es una maldita diabetes que me ha dejado incapaz de follarme a nada o nadie. Sigo sintiendo igual, pero no hay manera de que levante cabeza. Por eso te has alimentado de ella en alguna ocasión.

-Lo siento, mi amo.

-No lo sientas. En cierto modo ha sido una bendición. Aprendí que el sexo no es meter la polla en un coño. Que hay muchísimas más cosas que se pueden hacer y disfrutar. Y que el sexo está en la cabeza y no el clítoris o el glande. Y sobre todo, que no soy ningún dios. Solo un hombre, mas o menos pervertido y degenerado

-¿Puedo decir una cosa, mi amo?

-Por supuesto.

-Cuando estaba en la camilla ginecológica, a punto de morir no sé si de placer, de dolor, por asfixia, o por todo a la vez… Cuando en el último instante me besó en la boca… me sentí tan suya que deseé morir en aquel momento para que pudiera absorberme toda y pasar a su interior para el resto de mi vida. Me sentí tan suya como jamás ninguna polla hizo sentirme de alguien ni de nadie. Es que no lo puedo comparar. Una polla me da placer como lo puede hacer un consolador o unos dedos. Pero no llena. Solo da unos instantes de gozo, un orgasmo, y luego el vacío total al sentir de nuevo la soledad. En cambio ayer, en la camilla, sentí por primera vez el deseo y la sensación de ser devorada. La necesidad de morir para ser suya. Sentirme no sola, sino formando parte de usted. Y eso jamás ninguna polla o coño van siquiera a rozar lo que me hizo vivir en ese momento. Si hablé de follarme fue porque en el fondo sigo siendo superficial. Y lo siento, amo. Perdóneme.

-No eres superficial. Si lo fueras, no habrías dicho lo que ahora ha salido de ti. Y ahora tengo una sorpresa para ti. Ven.

         El hombre hizo levantar a Nora para acompañarle. Nora le siguió, 3 pasos detrás de él y a su derecha. Entraron en la masía, y el hombre la llevó hasta el comedor. Sobre la mesa, un montón de cajas de diversos colores.

-Creo que recordarás como se usa todo esto. Te espero fuera en dos horas.

         Nora no tenía ni idea de nada. Empezó a romper paquetes y cajas. Y se quedó boquiabierta. Se sintió como colegiala. Zapatos de tacón altísimo. Blancos. De piel. Tipo sandalia. Sujetos por una correa que abrazaba el tobillo. Ropa interior. Tanga blanco tipo hilo dental. Sujetador de ¼ de copa que solo sujetaba los pechos por debajo, sin cubrirlos. Pendientes preciosos con un enorme aro de oro y pequeños diamantes. Brazalete de oro con pequeñas incrustaciones de zafiros azules. Un precioso y delicado collar formado por tres pequeñas cadenas de distinta longitud. Vestido blanco de lino, cuya falda llegaba justo a cubrir las rodillas, espalda totalmente desnuda y dos pequeñas tiras que apenas cubrían sus pechos. Un bolso blanco a juego. Y una gargantilla  ancha y blanca con incrustaciones doradas y dos anillas a los lados. Llevaba en el centro la silueta de una perra. Y para rematarlo todo, un pequeño y precioso reloj blanco de Bulgary, con diamantes.

Lo llevó todo hasta el cuarto de baño. Y durante dos horas estuvo duchándose, aseándose, depilándose y probándose todo lo que su amo le había comprado. Se vio hermosa en el espejo. Incluso sin pelo en la cabeza. Lo llevaba muy corto, así que no se le veía la cabeza totalmente blanca. No se puso perfume ni se maquilló, recordando los gustos de su amo.

Tuvo algún problema en llevar los altísimos tacones. Pero su cuerpo enseguida recordó viejos tiempos. Paró en la puerta de la masía para que su amo la pudiera admirar desde la mesa. Cosa que el hombre hizo al instante. Se la quedó mirando como embobado. Y esa mirada hizo correr la sangre de Nora por todo su cuerpo con una locura que jamás había sentido. Se sintió por primera vez deseada por su amo. A distancia, sin que mediara contacto alguno. Y eso la hizo volar de felicidad. La hizo sentirla más suya, si eso hubiera sido posible a aquellas alturas. Tras unos minutos inacabables de mutua contemplación, Nora fue a dar un paso sobre la hierba. Y en ese momento se dio cuenta del problema. Aquellos tacones eran del todo imposibles para andar por la naturaleza.

Nora se dio cuenta de algo. Mientras su amo la miraba, supo dónde estaba el error. Ella no era una colegiala. Y aquella ropa solo hacía que apretarla, estrujarla e incomodarla. Se sentía mucho más libre y más ella misma con las anillas y el corsé. Mucho más Nora cuando iba desnuda, vestida solo con aquello que su amo le había colocado en su carne con sus propias manos. Aquella ropa, aquel collar, aquel reloj eran solo vanidad. Y superfluos. La intención de su amo no era embellecerla, sino someterla a una nueva prueba. Porque la mirada de su amo cuando la vio desnuda sobre el cuadrilátero no la olvidaría nunca. Y no tenía nada que ver con la que ahora le lanzaba su amo desde la mesa.

-No te muevas.

         El hombre fue hasta la furgoneta, y la condujo hasta colocarla justo en la entrada de la masía, donde estaba Nora. Abrió la puerta de atrás, e hizo subir a Nora ayudándole con la mano para que no cayera por culpa de aquellos tacones. Luego sentó a Nora en una silla de esparto. El hombre cerró la puerta de atrás, subió a la furgoneta y se dirigió hacia la ciudad, a unos 70 kms.

         Durante el viaje ninguno dijo nada. Ambos estaban absortos en sus pensamientos hasta tal punto que, sin darse cuenta, ya habían llegado.

         Ayudó a descender a Nora de la furgoneta, y ambos marcharon andando por las calles de la ciudad. En esta ocasión Nora iba tres pasos por delante de su amo, y a su derecha. El hombre no dejaba de pensar que, con las bonitas nalgas que Nora tenía, era un desperdicio el llevarlas enfundadas en aquel traje. No podía admirar sus músculos al tensarse en cada paseo, ni ver el contoneo de su cadera. Además los tacones hacían surgir los gemelos de las piernas dándoles una forma bastante horrible y ordinaria.

         Nora intentaba no dar un paso en falso con aquellos tacones. Se sentía observada no solo por su amo, sino por toda la gente que paseaba por aquella avenida. Se estaba poniendo nerviosa al ver que era el centro de todas las miradas. El sujetador se le estaba clavando, y el vestido la tenía como salchicha en agua hirviendo. Notó entonces la mano de su amo que tomaba la suya. Y todo miedo desapareció. Fue horrible el sentirse sola y observada, aunque solo hubiera sido por unos minutos. Sobre todo porque su amo había estado lejos de ella. Tres pasos o un millón de kilómetros era lo mismo.

-Ven

         El hombre se sentó en la terraza de un bar. Un enorme parasol daba una sombre más que suficiente. El camarero vino enseguida. Su amo pidió dos Coca Colas sin azúcar. El camarero marchó bar adentro para volver con las bebidas pocos minutos después. Nora siguió sintiéndose incómoda con el traje. Y más sentada sobre una silla de aluminio caliente.

-Sírveme tú. Nunca dejes que nadie lo haga por ti.

         Cuando el camarero trajo las bebidas, Nora se levantó enseguida y lo abordó.

-Deme la bandeja y retírese. A mi amo solo yo puedo servirle. Luego puede venir a buscarla.

         El camarero quedó tan estupefacto que no acertó a abrir boca. Nora le cogió la bandeja, colocó el vaso de su amo sobre la mesa, y con mucha gracia y destreza sirvió la mitad del refresco dejando al lado de la mesa la botella con el resto. Luego dejo botella y vaso en su lado de la mesa, y le devolvió la bandeja al camarero que seguía como petrificado.

-¿Espera propina?

         El camarero, ante la pregunta del hombre, dejó la nota sobre la mesa y salió disparado bar adentro sin poder articular palabra.

         Nora se sintió satisfecha. Muy satisfecha. Por primera vez había demostrado ante un desconocido lo que sentía de verdad. Rara, feliz, satisfecha, libre y muy contenta consigo misma. No sintió vergüenza alguna por dejar bien claro quién era ella y quién era su hombre. Se sirvió refresco y se quedó mirando orgullosa a su amo.

-Cuando vuelva el camarero, pones tu tanga junto a mi mano sobre la mesa. No puedes levantarte.

         Nora sonrió divertida. Ya no estaba apurada. Realmente disfrutó cuando alzó un poco las nalgas de la silla, se puso la falda del vestido sobre las piernas y se sacó allí mismo el tanga. Lo guardó dentro de su bolso y se volvió a poner bien la falda. No sabía si alguien había estado mirando o no. Tampoco le importaba. Estaba disfrutando de aquel juego. Y se daba cuenta de lo mucho aue había cambiado. Ahora la gente era solo un objeto más que usar para los juegos que su amo deseara desarrollar con ella. Lo que esa gente pensara no le importaba nada, pues ya eran completamente ajenos a ella y a su amo. Como si de percheros se tratara.

         Al volver el camarero, mientras su amo sacaba la cartera para pagar, Nora dejó su tanga junto al vaso de su amo. A propósito, lo dejó totalmente desplegado para que el camarero no tuviera ninguna duda sobre la procedencia del objeto. El camarero, rojo como una gamba, apenas recibió el dinero volvió a salir disparado bar adentro. Nora se sintió inmensamente feliz. Su amo no recogió el tanga y lo dejó sobre la mesa. Luego se levantó y ayudó a Nora a hacer lo mismo. Le tomó por la mano y continuaron su paseo. Nora a tres pasos por delante de su amo, y a la derecha.

         Ya estaba oscureciendo. La bebida y el viaje pronto hicieron efecto en Nora.

-¿Permiso para hablar?

-Dime

¿Puedo ir a un cuarto de baño, mi amo?

-No será necesario. Acompáñame.

         El hombre llevó a Nora hasta colocarla entremedio de dos coches aparcados en la calle. Había multitud de personas deambulando arriba y abajo.

-Hazlo ahora. De pie y sin levantarte el vestido. Piernas juntas.

         Nora sonrió. Juntó sus pies y orinó. Sintió como un pequeño rio caliente bajaba por sus piernas y muslos hasta llegar a los tobillos. Parte cayó al suelo a través de los tacones, y parte resbaló por su empeine hasta mojar los dedos de los pies. No le costó. Recordó los papeles de periódico. Y se dio cuenta de que cada paso que su amo le había ayudado a dar era solo una forma más de moldearla, de quitarle sus miedos, su vergüenza, su estúpida moral y sus prejuicios.

-He terminado, mi amo. Gracias.

         Ahora el blanco vestido había quedado muy manchado por los orines, desde la cadera para abajo. Era ya de noche, y apenas se notaba. Solo cuando paseaban por delante de luminosos escaparates, se veía la enorme y creciente mancha en el vestido de Nora.

         Estaban parados frente a un escaparate de electrodomésticos. Tres o cuatro personas más observaban su interior.

-Sácate el sujetador y tíralo.

         Sin apenas moverse. Nora se desabrochó el sujetador, se lo pasó primero por un brazo y luego por el otro, y lo tiró al suelo. Ahora estaba mucho mejor, sin ropa interior. Ya solo le molestaba aquel ridículo traje blanco. Sobre todo porque, al estar empapado de orina, se le pegaba a los muslos a cada paso.

         Entraron en un pequeño bar para cenar. El hombre llamó al camarero y pidió dos pizzas y dos refrescos. Y mientras el camarero iba a preparar el pedido, el hombre le dijo a Nora que le acompañara al cuarto de baño. Miró que no hubiera nadie, y ambos entraron en el de caballeros. El hombre abrió una de las puertas de los excusados y metió a Nora. Luego le siguió y cerró la puerta. Sentó a Nora sobre la taza y se bajó la bragueta. Nora comprendió enseguida y rápidamente se metió el pene de su amo en la boca. Golosa, excitada y deseosa, se volcó como loca en llevar a su amo al cielo. Y aunque el pene no consiguió su máximo esplendor, en unos minutos consiguió que su amo explotara.

-No lo tragues. Mantenlo en la boca.

         Nora hizo caso y retuvo todo el semen en su boca. Limpió el glande con la lengua hasta dejarlo impoluto. Y luego esperó a que su amo guardara su pene y se cerrar la bragueta. Le puso la mano delante de la boca, y Nora soltó todo el semen. Entonces el hombre embadurnó el vestido de Nora hasta dejar la mano bien limpia. Quedaron multitud de lamparones por todas partes.

         Al abrir la puerta del excusado, en el cuarto de baño dos jovencitos con cazadora y tejanos se les quedaron mirando. Sobre todo la pinta de Nora sin ropa interior, manchada de orines y semen por todas partes, y con el pelo rapado al cero.

-Déjame unos minutos a esta puta para que le reviente el culo, abuelo. Seguro que nunca más me va a olvidar.

         Fue tan rápido que Nora solo pudo ver como el chaval caía de rodillas en el suelo con una mano en la garganta y la otra en las pelotas. El amo le cogió el pelo y le puso la cara sobre los pies todavía húmedos de orines de Nora.

-Estás ante una mujer. Y le mostrarás el mismo respeto que a la Virgen María, hijo de puta. Recuérdalo tú para el resto de tu vida. Y ahora lame sus pies en señal de arrepentimiento.

         El chaval lamió los pies de Nora, gimiendo de dolor. Luego el hombre lo lanzó sobre el suelo del cuarto de baño con bastante mala leche. El acompañante no dijo ni palabra y quedó como estatua de piedra. Y Nora, pasados unos segundos, explotó a llorar. No atinó al principio. Solo le salió así, sin avisar. Necesitaba llorar. Sacar algo que todavía llevaba dentro.

         Cenaron muy bien. Desde meses atrás, Nora no había utilizado cubiertos, y se le hizo extraño. Aquello le hizo sentirse persona de nuevo. Distinta, nada que ver con la Nora de tiempo atrás, pero persona. Por su mente pasaba una y otra vez la imagen  del joven lamiéndole los pies y de las palabras de su amo. Había algo en todo ello que no atinaba a comprender.

         Una vez terminada la cena, el hombre llevó a Nora a un club swinger. Durante dos horas, multitud de hombres y mujeres estuvieron usando a Nora por todas partes. Penes enormes abrieron su dilatado ano multitud de veces. Su vagina fue usada sin descanso, lo mismo que su boca. Y varias bellas muchachas le devoraron el clítoris hasta la saciedad. Nora no pidió permiso a su amo para correrse. Simplemente porque no tuvo necesidad. No pudo llegar al orgasmo en ningún momento.

         Nora no lo entendía. Camino de vuelta a la masía, ambos estuvieron callados. No salió una palabra de sus bocas. La mente de Nora trabajaba sin descanso. Buscaba caminos que no sabía dónde encontrar. Algo fallaba en ella. Algo no estaba bien. Meses atrás se hubiera corrido como una cerda ante semejante orgía. Y aquella noche no consiguió sentir nada. Estaba muy preocupada.

         Al llegar a la masía, lo primero que hizo Nora fue sacarse el roto y manchado vestido y dejarlo en el suelo junto con reloj, collares, zapatos y bolso. Luego se quedó mirando a su amo, en total silencio. Preguntando sin palabras.

-No eres un trozo de carne. Eres mi trozo de carne. Y si alguien no entiende eso, va a lamentarlo.

         Y Nora explotó. Lloró como nunca lo había hecho. Y sin poderlo evitar, se abrazó a su amo. Lo necesitaba más que a su vida. Y compendió lo que toda la noche anduvo buscando su mente. No era una perra. No era una zorra. Ni era una puta. Era su perra, su zorra y su puta. Solo para él. Y para quien él ordenara. Y simplemente porque era suya. Solo algo que es tuyo de verdad puedes usarlo como te place y sin preguntar. Y ella le pertenecía. Porque así lo deseaba, así lo había escogido libremente, y porque era ya una necesidad más vital que el poder respirar. No se pudo correr en aquel club porque le necesitaba a él, y no a las pollas. Sin él, nada tenía sentido. Sintió el corazón de su dueño a escasos centímetros de su mejilla. Aquel sonido relajante, tranquilizador. Ahora todo estaba bien. Allí, en brazos de su dueño, era donde debía y quería estar. En sus brazos o en sus pies. Pero junto a él.

-Mi amo. ¿Permiso para hablar?

-Dime, Nora

         La primera vez que su amo la llamaba por su nombre.

-¿Da su permiso para ponerme mi ropa, amo?

-Por supuesto.

         Y Nora marchó al comedor donde había dejado todo bien colocado sobre la mesa. Se puso las anillas y el arnés. Se puso la joya en su clítoris. Y el collar de perra que su amo le había regalado meses atrás, jurándose a sí misma no volver a quitárselo jamás. Se colocó la correa y la enganchó al collar. Luego volvió a la entrada y puso la correa en manos de su amo. Luego besó su mano y se puso de rodillas ante él, en cuclillas, con las manos a la espalda y en estado de espera.

         Desde aquella noche, el lugar habitual en el que Nora dormiría sería en el suelo, sobre un mullido cojín, tapada con una manta, al lado derecho de la cama de su dueño. A tres pasos de distancia. La correa de tres metros estaba siempre sujeta a su collar, y junto a la mano de su amo.

         Quedó dormida pensando en que le podría esperar al día siguiente en aquella habitación del cuadrilátero. Y se mojó mientras pasaba a un sueño dulce, cálido y lleno de potros.