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La Herrería (capítulo 4)

en Sadomaso

(4)

         Por la mente de Nora pasaron mil imágenes distintas. No tenía ni idea de aquello para lo que su amo la había dejado allí preparada, aceitada y expuesta. Ya había transcurrido mucho tiempo desde que marchó, y el estar sola la volvía loca. Pues aunque en su corazón sabía que nada malo podría pasarle, su mente le había enseñado que aquél hombre era capaz de todo. Y se dio cuenta de que precisamente esa característica era la que la tenía totalmente entregada, pues sabía a ciencia cierta que nada de lo que ella pudiera decir o hacer haría cambiar los planes de su amo. Por primera vez no podía manipular a nadie. Y por primera vez se sentía como juguete sin voz ni voto, a expensas de lo que pudieran desear hacer con ella.  Y era lo que tan profundamente había deseado toda su vida. Pertenecer a alguien sin límite ni condición.

         Ensimismada en sus pensamientos, Nora apenas se dio cuenta de que su amo había entrado. Pero no estaba solo. Unos sonidos difíciles de identificar le acompañaban. Poco a poco, identificó aquél sonido. Sobre todo cuando se vio rodeada por unos cachorros de apenas un mes, a cual más precioso. Enseguida se pusieron a jugar con ella. Le hacían cosquillas en manos, piernas, pies… y pechos. Sin duda, aquellos cachorros la habían confundido con su madre, y algunos estaban buscando sus pezones para mamar. No podía hacer nada, estando totalmente inmovilizada. Únicamente sentir sus patas masajeándola para intentar producir leche. Poco a poco, y por hambre y desesperación, aquellos cachorros se aglutinaron alrededor de los dos pechos de Nora, intentado ganarse su sitio idóneo para poder mamar. Y lo que en principio fueron cosquillas, fue poco a poco cambiando. Los cachorros ahora acariciaban ambos pezones, y sus dientes eran puntiagudos y duros. En los primeros intentos, lamian. Pero ahora mordían e intentaban succionar. Los pezones de Nora se pusieron duros y sensibles. Y le llegó una mezcla de dolor y placer simultáneos. No podía creer que unos pequeños cachorros pudieran hacerle sentir todo aquello. Los mordiscos eran cada vez más fuertes, debido a que Nora no daba leche y el hambre los acuciaba. Unos en los pezones, y potros en las aureolas. Nora sentía lenguas, patas y pequeños colmillos como agujas.

         El dolor empezaba a ser fuerte, y tan centrada estaba que cuando sintió aquella enorme y rasposa lengua invadiéndole ano y vagina a la vez, solo pudo gritar. Pero no de dolor, sino de sorpresa. El perro (pensó ella que lo era), no dejaba de lamerla de arriba abajo. Cada lengüetazo era como un golpe eléctrico que cruzaba el cuerpo de Nora. Jamás había tenido nada que ver con animales. Era más. El solo hecho de pensar en ello la repugnaba. Siempre había pensado que era una salvajada. Pero atada y abierta, y abandonada a lo inevitable, su cuerpo empezó a disfrutar de aquello. A los pocos minutos estaba totalmente empapada. La mezcla del dolor de los pezones y del placer de aquella enrome lengua la tenían totalmente descontrolada, sin poderse centrar en nada. No podía intentar resistirse a los orgasmos y a la vez gritar por los mordiscos. Era imposible. Y no veía a su amo delante de ella. Supuso que estaría mirando.

         En realidad, el hombre estaba sentado en su silla viendo el espectáculo. A su lado, un enorme dogo argentino estirado tranquilamente en el suelo, observando también. Nora empezó a gritar “mi amo, mi amo”, pero sin recibir respuesta alguna. El hombre parecía no haber escuchado nada. Y Nora no podía aguantar mucho más. El hombre se acercó al potro, y observó que Nora tenía ano y vagina totalmente abiertos, dilatados y húmedos. Incluso el clítoris estaba fuera de su capucha, crecido y duro como un pequeñísimo pene. Estaba preparada. El hombre dio una orden, y el pastor alemán colocó sus patas sobre Nora, intentando penetrarla. Los golpes iban dirigidos de forma descontrolada, así que daban en cualquier parte. Eso volvió más loca a Nora, que ya había perdido toda vergüenza y pudor. Ahora gemía como perra en celo, suplicando a su amo que la dejara correrse. El hombre encaminó el pene del perro a la entrada de la vagina de Nora. Ya se la clavó hasta el fondo de un solo golpe. Nora aulló. Y el hombre le dio entonces permiso para correrse. El perro empezó un brutal y salvaje ataque al coño de Nora, como intentando traspasarlo. Nora empezó a gritar, al correrse de forma descontrolada y bestial. Nada podía hacer, solo sentir.  La bola del perro se hinchó al cabo de unos minutos, forzando la vagina de Nora totalmente. Aquello, y los mordiscos de sus pezones por los cachorros, llevaron a Nora a perder toda humanidad y sentirse totalmente una perra. Sintió como chorros y chorros de semen eran descargados en su vagina hasta llenarla por completo. Y eso solo hizo prolongar sus orgasmos en una cascada interminable. Nora se abandonó totalmente. Ya no era ella. Nunca más lo sería. Solo lo que su amo quisiera hacer de ella. Gritos, babes, lágrimas, súplicas fueron siguiendo unas a otras. Hasta que al cabo de unos 15 minutos, el perro deshinchó la bola y sacó su pende del interior de Nora. Ahora, un rio de semen caía de la vagina de Nora, mientras el perro iba a sentarse junto al dogo, lamiéndose el pene para dejárselo limpio.

         Los pequeños cachorros siguieron con su trabajo, intentando sacar leche de los pezones de Nora. Éstos ya tenían algunas pequeñas heridas sin importancia, pero no por eso menos dolorosas. Se diría que algunos de ellos, en lugar de leche, estaban consiguiendo mamar pequeñas gotas de sangre. Nora no podía quejarse. No encontraba fuerzas ni palabras.

El hombre se colocó frente a Nora. Le miró la cara y echó un vistazo a las pequeñas heridas de sus pezones. Luego untó un poco más de aquel aceite especial en ellos, para que los cachorros siguieran con su trabajo. Miró a Nora, se colocó en cuclillas en el suelo, y la besó suavemente en los labios. Llamó al dogo, que vino rápidamente para colocarse junto a su amo. El hombre colocó la boca del dogo en la de Nora. Y al sentir el sabor de aquel aceite, el enrome dogo empezó a lamer la cara y boca de Nora. Nora, sin pensarlo, sacó su lengua para lamer la del perro, pues ya no era humana. Y si su amo había ordenado que fuera perra, lo sería. Era una imagen increíble, el ver a la perra Nora alimentando a los cachorros con su propia sangre, y dando un enorme morreo con lengua al enorme dogo con los ojos cerrados y totalmente fuera de sí.

El hombre se levantó, se colocó tras Nora, y llamó al dogo. Le puso el enorme hocico en el ano de Nora. El perro, fiel y obediente a su dueño, empezó a dar lengüetazos en el abierto ano y la dolorida vagina de Nora. Y Nora empezó a gritar y gemir de nuevo.

Al cabo de unos minutos, el dogo no se lo pensó dos veces y se montó sobre Nora, con las patas en su espalda. El hombre le ayudó a dar en el blanco rápidamente, y el dogo perforó de una forma brutal el ano de Nora. Nora gritó como una loca, temiendo ser destrozada por aquello que amenazaba con empalarla viva. El dogo empezó a penetrarla salvajemente, mientras para mantenerse sobre Nora, intentaba agarrase a ella con su patas. La espalda de Nora estaba siendo dolorosamente arañada por las uñas del dogo. Aquel enorme y duro pene le parecía a Nora un enorme palo de madera que amenazaba con partirla y destrozarla por dentro. No había forma humana de para de correrse. La bola del dogo se hinchó dentro de ella, y Nora sintió que algo amenazaba con hacerla explotar por dentro. El suelo frente a Nora estaba totalmente lleno de sus propias babas y lágrimas. Nora gemía, gritaba y jadeaba. No pensaba que pudiera soportarlo mucho más. Y entendió entonces la razón de la máquina de un tiempo atrás. El hombre la había estado preparando para aquello. Nora empezó a llamar a su amo a gritos, mientras su cuerpo empezaba a ser pasto de convulsiones. En ese momento el dogo empezó a llenarla con su semen. Nora sintió cada golpe de cada eyaculación en sus intestinos. Y eso aumentó la fuerza de sus orgasmos, llevándola a la sensación de que si ella sería humanamente capaz de soportarlos. Pero ella era una perra. Se sentía totalmente perra. Y una perra debía serlo hasta el final.

Cuando el dogo deshinchó su pelota y se retiró del interior de Nora, otro rio de semen quedó en el suelo entre las piernas de Nora, saliendo a borbotones de su desmesuradamente abierto ano. Agotada, muerta, hecha una piltrafa, Nora apenas podía hablar. Su cuerpo había agitado todas sus energías, y había quedado tirada sobre el otro de madera, incapaz de sujetarse a 4 patas. Las convulsiones seguían en su cuerpo, hasta el punto de que el intestino grueso le asomó unos centímetros, rojo, lleno de semen y totalmente limpio de excremento alguno. Era su primer prolapso rectal. El hombre, al verlo, tomó nota mental de hacerlo constar en su bloc. El salido intestino se agitaba al mismo ritmo que cada convulsión del cuerpo de Nora. Los cachorros seguían mamando de ellas, y lo que hasta entonces era dolor, se había vuelto en cálido placer. La espalda le ardía entera, totalmente llena de los arañazos del dogo. Levantó la vista y vio a su amo frente a ella. Sintió que lo amaba hasta la última gota de su cuerpo.

-Te voy a dar tu premio, Nora.

         El hombre levantó de nuevo el potro apretando un botón. Los cachorros, al no tener donde mamar, volvieron a colocarse junto al dogo y al pastor alemán, fuera de la jaula. Ahora Nora esta justo a la altura adecuada. Se bajó la cremallera del pantalón, colocó su pene en la boca de Nora, y  por primera vez penetró el cuerpo de Nora con el suyo. La tomó por la cabeza y usó su boca como si fuera su coño. No le importó si Nora tenía arcadas, si estaba a punto de ahogarse, o si iba a vomitar. La boca de Nora estaba llena de babas, por lo que el pene entró suavemente hasta el fondo de su garganta. Nora sabía que era su perra, que por primera vez su amo la estaba usando, y que no podía defraudarle bajo ningún concepto. No le importó ahogarse, o incluso morir por ello. Solo  necesitaba a su amo dentro de ella. Y cuando su amo se corrió, tragó con ansiedad y desesperación cada gota de su semen como si en ello le fuera la vida. Era totalmente feliz. Ahora su amo estaba formando parte de ella. En su interior. Para siempre.

         El hombre dejó que la lengua de Nora terminara de limpiarle totalmente el pene. Luego se cerró la cremallera, besó a Nora en la boca, y empezó a acariciarla. Nora no pudo más y quedó tendida sobre el potro de madera, sin fuerza alguna.

 

Cuando Nora despertó, el potro de madera había desaparecido. Era de noche. Estaba tumbada sobre la manta, desnuda como siempre. Escuchó una respiración. Se puso nerviosa. A oscuras y a 4 patas, empezó a palpar con las manos. Se dio cuenta de que el dogo y el pastor alemán estaban durmiendo junto a ella. Al moverse, notó algo en el cuello. Lo tocó con las manos. Era el mismo collar que llevaban los perros. Se acurrucó junto a ellos buscando su calor. Notó un frasco. Lo cogió con una mano y enseguida notó el olor del aceite con el que le masajeó su dueño. Sonrió feliz. Y se quedó dormida feliz, pensando en que ahora tenía tres amos a los que servir plenamente. Su mano derecha no soltó el collar de su cuello para nada. Ahora supo en el interior de su alma lo que era ser la perra de su amo. Y nunca sintió tal plenitud, libertad y entrega dentro de ella. Ser lo que él quisiera hacer de ella, y dejar el mundo aparte. Sin ninguna condición. Solo ser suya. Vivir para él. Ser parte de él el resto de su vida, y hasta que él así lo quisiera. Su vida ya no tenía ningún otro sentido, ni tampoco lo deseaba.