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Memorias de una Alumna (1)

en Grandes Series

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Sentía sus manos sobre mi cuerpo y no podía evitar estremecerme, sus suaves labios recorrían poco a poco mi cuello estremeciéndome y aumentando el calor de mi piel. ¡Cuánto había deseado tenerlo así, besándome y acariciándome!

Mientras terminaba de desnudarse pude apreciar con plenitud su cuerpo entero, sus piernas fuertes y largas, esos músculos que se notaban fruto del ejercicio. Ese cuerpo delgado y ligeramente bronceado… su miembro, duro y largo, que desafiaba la gravedad apuntando hacia el cielo.

Poco a poco me acerqué a él y puse mis manos en su espalda, abrazándolo mientras volvía a besarle y lo llevaba poco a poco hacia atrás hasta lograr que se sentara en la silla de mi escritorio; noté como se reclinaba hacia atrás mientras yo poco a poco me ponía en cuclillas dispuesta a hacerle disfrutar. Corrí la mano por debajo del asiento para desbloquear el seguro de la silla y permitir que se reclinara del todo para estar cómodo.

Y así, teniéndole por completo a mi disposición, me incliné hacia él para poner mis labios sobre su polla.

Entonces desperté.

Me había quedado dormida mientras terminaba una traducción para la clase de latín, y ahí estaba yo, sentada en esa misma silla del sueño, y mientras yo misma me reclinaba hacia atrás y miraba hacia el techo cerré los ojos para recordar ese sueño. Deslicé los brazos por la suave piel sintética de la silla mientras recordaba el contraste de su piel con el rojo del material y como se hundían sus glúteos entre los pliegues acolchados de la silla. ¡Vaya culo!

Hacía semanas que tenía estos sueños, a veces era en mi habitación, a veces en algún lugar que no reconocía, a veces en el centro de estudios, a veces en su despacho, pero todas las veces era igual, despertaba justo antes de que empezara la acción; no podía ya más con esa ansiedad. Y es que desde el primer día de clase de latín me había quedado prendada de él, cuando le escuché hablar mientras me distraía con el móvil entre una clase y otra me quedé de piedra.

— Buenos días — dijo al cruzar la puerta de aula, y enseguida me di cuenta que sería un gran día. Su voz jovial y alegre me habían hecho despegar enseguida los ojos de la pantalla del móvil y dirigirlos a la puerta. En ese momento entraba un hombre joven, alto y delgado. Con cabello corto y unos ojos color marrón que brillaban de forma especial.

Yo llevaba un día entero preguntándome por qué si había ido a tomar una especialización para mi carrera como diseñadora gráfica tenía que estudiar latín, me había pasado la mañana imaginándome a un hombre mayor, metido en un traje con corbata más viejo que las primeras computadoras y con una voz aletargada y cansina.

Pero ahí estaba él, todo lo opuesto a lo que me había imaginado y en ese momento supe que estudiar latín no sería tan mala idea si podía contemplar esos ojos y escucharlo decir “Buenos días” de ese modo varias veces por semana y poniendo esa dulce sonrisa. Cuando siguió su camino hacia el escritorio y lo miré por detrás decidí que esa sería mi asignatura favorita, a pesar de los jeans se notaba un culo bien formado y una espalda preciosa que se marcaba debajo de la camisa de cuadros azules.

Desde entonces hacían ya varios meses, y el tiempo no había hecho más que aumentar mi deseo por Raúl, el profesor que me tenía completamente obsesionada. Las últimas semanas me lo pasaba soñando con él, con encuentros fugaces que no se concretaban y eso me estaba sacando ya de mi cordura. De sobra sabía que no era la única, entre compañeras habíamos comentado en varias ocasiones lo atractivo e interesante que era el profesor, y estaba segura que más de una fantaseaba tanto o más que yo con tenerlo para ella. En particular había otro par de chicas de la clase que estaban tan interesadas como yo, lo notaba en la forma en que lo miraban, el modo en el que se vestían, cada vez más provocativas. Y por eso mismo es que estaba ya decidida a no permitir que ninguna fuese a adelantarse.

Llevaba semanas trazando un plan que, a mi parecer, era más que perfecto. La idea era ser anónima de modo inicial, puesto que no sabía qué tipo de reacción tendría él y no me apetecía meterme en un problema. Yo era por mucho la mejor alumna del curso y no quería que eso se arruinara por mis deseos terrenales. Por otro lado estaba decidida a no quitar el dedo del renglón hasta conseguir mi objetivo, tenerlo en exclusiva para mí, poder disfrutar de esa polla que adivinaba cuando se giraba de frente, el paquete se le marcaba debajo de los jeans y yo no hacía más que imaginar cómo sería al desnudo, qué forma tendría, puesto que el tamaño ya de sobra se adivinaba, ¿iría depilado? ¿se curvaría hacia algún lado?

Las veces que había pasado masturbándome a su salud, las noches de desvelo, las sábanas mojadas al despertar, el calor que me entraba al tenerlo cerca durante las clases. No podía ya seguir con esa angustia.

Miré al reloj, eran las dos de la mañana. Guardé la traducción a medio terminar en la carpeta y me desnudé entera para dormir. Así desnuda me metí a la cama sin dejar de pensar en lo que tenía planeado para el día siguiente.

Cuando desperté después de unas horas supe que nuevamente había soñado con él, y sabiendo que no podría ya dormir decidí darle gusto al cuerpo y saqué un dildo del cajón.

Mientras cerraba los ojos lo clavé entero dentro de mi coño, así, sin preámbulos ni caricias, estaba ya empapada y lista después de soñar con él.

Mientras embestía con fuerza dentro de mi sexo decidí que no podía ya echarme atrás, era ya hora de luchar por conseguir lo que tanto anhelaba y así, sin detenerme, seguí con fuerza hasta sentir como mi coño explotaba de placer.

Me levanté por la mañana y me preparé rápidamente para salir hacia las clases. Justo antes de salir de mi habitación tomé de mi escritorio el sobre rojo que llevaba ya un par de días guardado en el cajón. Lo abrí un poco para sacar de él la nota que había escrito y lentamente la rocié con el perfume que suelo usar, Channel n° 5. La acerqué hacia mi rostro y aspiré el aroma mientras me preguntaba si tal vez tendría la suerte de que él pudiera reconocerlo, de que quizás, en el mejor de los casos, ya lo hubiese notado en mi cuando se acerca.

Doblé la nota nuevamente con cuidado y extraje del sobre las dos fotografías, una de mis pechos, con los pezones duros y las sábanas rojas y la otra, una foto de mi sexo húmedo y depilado mientras lo penetraba con uno de mis dedos. Imposible que supiera quién era la de las fotos, no se miraba ahí ni mi rostro, ni ningún rasgo que le dejara adivinar.

Metí todo con cuidado en el sobre y lo sellé. Después tomé un bolígrafo y escribí intentando que no se notaran los rasgos distintivos de mi caligrafía

“Para mi profesor de latín”

Luego lo introduje en mi bolso y salí hacia el centro de estudios.

Después de un par de clases y justo antes de volver a casa me dispuse a llevar a cabo mi plan. Sabía que tenían, en la sala de profesores, unas taquillas con sus nombres donde se les dejaban notas y fotocopias de la administración o alguna cosa más. Siendo una buena alumna en varias ocasiones me habían enviado a dejar algún documento ahí. Los profesores tienden a hacer eso, enviar a los alumnos de confianza a hacer recados o llevar papeles importantes, así que sabía perfectamente dónde podía dejarle el sobre.

Tenía que hacerlo justo antes de la hora de su descanso, puesto que no quería que algún administrativo pudiese ver el sobre, notar que era de un alumno y revisarlo. Los alumnos, en general, no estábamos autorizados a entrar ahí, así que levantaría sospechas si alguien lo miraba.

Ya en una ocasión me lo había encontrado en esa sala, justo a esa hora, porque estaba llevando unas fotocopias del profesor de Historia del Arte; en aquella ocasión, de forma superficial, comentó que siempre pasaba por ahí a revisar antes de salir a su descanso. Así que ese día fue que empecé a planearlo todo.

Necesitaba alejar de ahí al conserje, así que derramé sobre el suelo fuera del aula un envase de yogurt que llevaba en el bolso sin que nadie me mirara. Fui a buscar al conserje y le mencioné sobre el desperfecto del pasillo. Lo miré mientras se iba refunfuñando sobre lo descuidados que son los alumnos con la comida y me sentí un poco culpable. Sin embargo necesitaba distraerle con algo que lo ocupara el tiempo suficiente y la conserjería estaba al lado de la sala de profesores, así que de otro modo me miraría casi seguro.

Cuando lo vi girar en el pasillo emprendí el paso hacia el lado contrario con el corazón latiéndome con fuerza. Iba tan nerviosa y distraída que cuando llegué a la sala me topé casi de cara con el profesor de Historia del Arte.

— ¡Vaya! — dijo el profesor mientras a mí se me detenía el corazón — ¿Qué estás haciendo por aquí?

— Buen día, profesor, vengo solo a hacer un recado, ya sabe, lo de siempre. — respondí esperando que no notase mi respiración agitada ni que desviaba la mirada.

— ¡Ah, claro! Algún colega se estará aprovechando de tu nobleza — dijo riéndose mientras yo imaginaba cuál de sus colegas me encantaría que se aprovechase de mi

— Sí, justo eso — respondí

— ¿Será que puedo aprovecharme yo también de ti y encargarte un trabajito? — preguntó mientras yo otra vez entraba en pánico, si me enviaba a otro lado o si me ponía a hacer mandados no tendría ya oportunidad de dejar el sobre ni de volver, el profesor de latín no tardaría en aparecer por ahí y sería ya demasiado obvio si le dejaba el sobre y me veía en la sala.

— Claro, sí, profesor— le dije intentando no sonar nerviosa

— Mira, tengo estos exámenes a los que necesito sacarles fotocopia, pero es ya el descanso y no quiero quedarme sin comer… ¿será que puedes sacar tú las 20 copias y dejármelas en mi taquilla?

— Sí, profesor, claro que sí. Deme eso y vaya a comer antes de que se haga más tarde — le apuré tomando los folios con la esperanza de que saliera ya del lugar.

— Gracias, te debo una. — me dijo guiñándome un ojo y saliendo de forma apresurada por la puerta.

Miré al reloj, faltaban solo unos cinco minutos para que mi profesor saliera a su descanso así que me estaba quedando sin tiempo.

Decidí poner el sobre en la taquilla de mi profesor mientras respiraba profundamente, mi plan estaba a punto de desmoronarse y sabía que me metería en un buen lío si al profesor no le gustaba la situación que le proponía en la nota y encima me encontraba ahí.

Puse los folios en la fotocopiadora, la programé en 20 copias y tomé la engrapadora dispuesta a engrapar a toda máquina, así que conforme fueron saliendo los exámenes yo los engrapaba.

Me faltaban ya solo unos cinco o seis pares de folios cuando escuché que la puerta de la sala se abría. Con los nervios y el susto la engrapadora se me resbaló de las manos y fue a dar atrás de la mesa. Me agaché al suelo para intentar alcanzarla, aún de espaldas a la puerta cuando escuché un saludo

— ¡Buenos días! — era él, su inconfundible y dulce voz.

Me quedé ahí, muerta de miedo deseando con todas mis fuerzas que cogiera el sobre y se fuera de una vez.

— Buen día — respondí aún sin levantarme y notando que mi voz salía más grave de lo habitual gracias a los nervios.

Intenté alcanzar la engrapadora mientras escuchaba como removía los papeles de su taquilla y salía de la sala de profesores al momento que yo cogía el artefacto con la mano.

Me puse de pie lentamente y miré por la ventana. Se alejaba despacio con el sobre rojo en la mano, me quedé ahí embotada mirando como su culo se movía al compás de sus pasos y sintiendo como mi corazón se aceleraba, esta vez no por nervios sino por la visión.

Terminé de acomodar los folios de los exámenes, los puse en la taquilla y salí de ahí de forma apresurada. Me había tardado demasiado y lo único que me faltaba era toparme al conserje ahí.

Cuando salí del centro de estudios y caminé un poco en dirección a casa me detuve un momento para mirar hacia el parque. Busqué con la mirada hasta encontrar a mi profesor ahí, sentado en el banco de siempre, tenía la cabeza inclinada hacia abajo y el sobre rojo se alcanzaba a distinguir en su regazo. Tenía entre las manos la nota y la acercaba a su rostro para olerla. El corazón me latía cada vez más fuerte mientras permanecía ahí, semioculta detrás de un árbol al otro lado de la calle.

Vi cómo se alejaba el papel del rostro para leerlo y decidí que era hora de alejarme del lugar antes de que se le ocurriese mirar hacia los lados y descubrirme espiando.

Mientras caminaba no podía dejar de pensar en él, mi plan ya había dado marcha y no había más vuelta atrás. Ahora la decisión estaba en si debía o no continuar con las insinuaciones o si el miedo y la cordura me harían detenerme.

Sonreí mientras subía al metrotren. Ese hombre iba a ser mío antes de que terminase el curso… eso estaba decidido.

 


 

Nota: Este relato está inspirado en la serie de 12 relatos originales “Diario de un profesor acosado”, publicados por otro autor en su blog “Ratos de sexo” en blogspot [http://ratosdesexo.blogspot.mx/] , con permiso y aprobación suya me he decidido a escribir la historia desde la perspectiva de la alumna.

 

Para que esta serie de relatos pueda ser comprendida y saboreada en su totalidad debe ser leída desde ambas perspectivas, puesto que habrá detalles como por ejemplo, el contenido de la nota y las reacciones del profesor al leerla, que no serán escritos aquí.

 

Entiéndase esta serie como un homenaje y complemento a esa serie de espectaculares relatos, la primera parte puede ser leída en este enlace [ratosdesexo.blogspot.mx/2015/04/diario-de-un-profesor-acosado-1.html]

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