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X-Change 4

en Fantasías Eróticas

Al llegar a mi casa luego de pasar la noche con Marcelo, me puse a hacerme algo de comer, era sábado por la mañana. Al poco tiempo el efecto de la pastilla desapareció y volví a mi estado de hombre. Aún estaba muy confundido, pero cada vez se reafirmaba en mí la idea de vivir con Marcelo como mujer. A las 11, mientras escribía en mi diario algo de lo que me había estado pasando los últimos días llegaron un par de mensajes a mi celular. Era Magda, la chica con la que había salido. Me decía que quería verme. Que se la había pasado muy bien conmigo etc. Claro a quien no le gusta escuchar eso. Así que lo pensé un rato. ¿Estaría bien que saliera con ella? En particular si pensaba lo que pensaba sobre mi futuro con Marcelo, etc. Pensé que probablemente no le estaría jugando limpio, pero sucio propiamente tampoco, no iba a prometerle nada. Sería solo estar con ella, por un tiempo.

                Nos pusimos de acuerdo, ella como dije en otro de los relatos vivía casi del otro lado de la ciudad. Pero resulto que había tenido una vuelta a un centro comercial cerca de mi casa con su familia, así que podía pasar a recogerla ahí, sin tener que ir hasta tan lejos. Así que me di un baño rápido y fui a verla. La encontré a eso de la 1. No quería que pareciera que lo único que me importaba era el sexo, así que nos pusimos a caminar por la plaza, comimos algo. Me contó porque habían ido etc. Como a las 4 nos preparamos para irnos, al caminar rumbo a la salida Magda vio una tienda de mascotas y me pidió que entráramos, me dijo que tenían un perrito y que le quería comprar algún premio o algo así. Entramos y ella se puso a mirar libremente, mientras yo también miraba, más que interesado en las cosas, solo pasando el tiempo. Miraba los collares, y vi uno rosa bastante grande. Pensé ¿quién puede querer algo así?, y entonces de la nada, una idea me golpeó la mente como un martillo.

                La tomé y me acerqué a la caja. Magda me alcanzó ahí. Puso un par de premios, yo le miré el cuello y lo medí con la mente. La chica detrás de la caja, tomó el collar y la correa, eran rosa ambos, para una perra grande. —¿Qué raza es su perra?— me preguntó. Yo miré brevemente a Magda, —En realidad es un poco corriente, la encontré en el trabajo hace unos días pero creo que me la voy a quedar, es buena—. Magda entendió de inmediato, su cara adquirió un color rojizo muy agradable para mí. La chica detrás de la caja quedó un poco extrañada, pero marcó el collar, la correa y los premios de Magda, pagué y Magda recogió la bolsa, que la chica la ofrecía. Yo tomé a Magda con fuerza por el cuello, y dije —Vamonos perrita—. Con suficiente fuerza para que la chica detrás de la caja escuchara. No giré la vista para ver a la chica, solo obligué a Magda a seguir andando.

                —¿La correa es para mí?— Me preguntó en voz baja, —Sí— le respondí, —¿la quieres?— —Si—, respondió. —¿Te la ponemos de una vez?— le pregunté. Ella me miró con una sonrisa, más que picara. —No, hay mucha gente—. Yo me conformé con la respuesta y seguimos caminando. Pero ya cerca de la salida, le dije, —espera—. Me senté en una banca que estaba a unos quince metros de la salida, tomé la bolsa que ella tenía, la senté en mis piernas. Saqué el collar, se lo ajusté en torno a su cuello. Ella llevó su mano y dijo —No—, pero era un no sin fuerza, y su mano bajo de inmediato cuando hice que bajara. Lo ajuste a lo más grande que se podía y quedaba ligeramente ajustado. No la asfixiaba ni mucho menos, solo apretaba un poco. Luego tomé la correa y se la coloqué en el pequeño anillo que estaba diseñado justamente para eso. Me levanté y caminé frente a Magda, ella me seguía sin dejar que la correa se estirará completamente. La correa partía de mi mano, bajaba un poco y luego se elevaba hasta su cuello. Me detuve, —¿sabes que olvidé?— le pregunté. Ella miraba el suelo, —tu placa—. Seguí avanzando, miraba al frente, y notaba como la gente nos miraba, eran pocos, pues la salida estaba cerca. —Magda, Calle Principal 132, en caso de encontrarla por favor regresarla a su dueño—. Le dije sin mirarla. Ella era increíblemente dócil, no pelaba y no se resistía. Abrí la puerta y miré hacia atrás, ella seguía mirando el suelo. —Vamos muchacha— le dije en el tono animado y alto, que se les llama a las perras cuando el amo está de buen humor. Le di una nalgada sonora y salimos de la Plaza. Caminamos por el estacionamiento en la misma configuración, yo adelante y ella atrás, sin dejar que la correa se tensara. Los pocos ojos que estaban fuera del lugar nos miraban, al llegar junto al coche, le pregunté —¿no quieres ir al baño?, no quiero que ensucies el carro—. Ella no podía dejar de mirar el suelo, no contestó. —Perra, contesta— le ordené. Levantó su rostro y noté que estaba a punto de llorar. —No—, solo dijo y volvió a bajar la vista. —Orina aquí— le ordené. Ella levantó nuevamente la vista, —No—. Pero no era un no con voluntad, era un no que se quebrara mientras lo pronunciaba. —Por favor—, sus lágrimas comenzaron a correr mientras decía por favor. Pensé en forzarla, pero quizá de momento había llegado a su límite. —Ok— abrí la puerta del auto. Y ella se subió en silencio. Di la vuelta y subí igualmente al auto. Sus lágrimas aun escurrían en silencio por su rostro. Tomé la correa y la jale suavemente hacía mi. Tomé su rostro y limpié sus lágrimas con mis manos. —No llores, hermosa—. En lugar de hacerlo, estalló un llanto sordo. Comencé a besarla, me pregunté si no me había excedido en mis acciones, pero no había vuelta atrás. Solo podía quitarle el collar. Así que empecé a quitárselo. Pero llevó sus manos a las mías —No, déjalo—. Era algo contradictorio, pero me gustó. La besé y encendí el auto. —¿Te gusta?— le pregunté, —Si— dijo, con la voz aún ligeramente congestionada. Salí del estacionamiento del centro comercial pero no fui de inmediato a la casa. Llegué a una sexshop, tenía un par de ideas para Magda. Al detener el vehículo tomé su correa y la amarré del volante, no muy fuerte, solo para que quedará patente de que debía esperar ahí. Compré aquellas cosas que tenía en mente. Tardé posiblemente entre 15 o 20 minutos. Salí de la tienda, subí al auto, desamarré la correa y la puse en mi regazo. Ella no me preguntó que compré y yo no se lo dije. El resto del camino fuimos en silencio. Pero mi cerebro iba al 100, solo pensando en lo que le iba a hacer.

                Al llegar a la casa, baje del auto, no le dije nada, pero ella se quedó esperando para que abriera la puerta. No fue como una dama que espera que su caballero le abra la puerta. Sino una perra que espera que su amo le abra la puerta. Abrí la puerta, tomé su correa, y ella se mantuvo inmóvil. Extendí la correa y le di un ligero jalón en el cuello. No fuerte, solo para indicarle que debía bajar del carro. Así lo hizo. Entramos a la casa. Le ordené que se desnudara. Y lo hizo. Puse la correa en un perchero para poder dejarla un momento y entré a la cocina, tomé el periódico del día. Volví con ella, y la miré en silencio. —Dios que hermosa eres—. Le dije, y lo era. Sus tetas enormes ligeramente flácidas, su pancita ligeramente abultada. Sin embargo a pesar de su pansa, se marcaba una cintura que se ensanchaba hasta las caderas. Me acerque con el periódico en la mano, y con la mano libre empecé a acariciarla. Su piel era cálida y tersa, —uff que rica estás—. Apreté uno de sus senos, primero despacio, luego un poco más fuerte, hasta que un gemido escapó de su boca. Empecé a besarla, me encantaba hacerlo, sus mejillas, su cuello, mi verga estaba dura como un palo. Luego me alejé, y puse el periódico en el suelo. —Haz pipí— le ordené. Abrí el periódico para que abracara una mayor área. Se quedó inmóvil. —Ponte en cuatro patas—. Lo hizo un poco más lentamente de lo que yo hubiera deseado, pero supongo que debía darle un poco de espacio, estaba haciendo todo lo que yo pedía. Una vez que estuvo a cuatro patas moví el periódico de tal forma que quedaba bajo sus genitales. —Orina— le ordené nuevamente con un tono de voz firme. No empezó a orinar. —¿Lo vas a hacer?— Le pregunté con firmeza. No respondió. Le di una nalgada fuerte. —Si— dijo. Pero no empezó a hacerlo. Le volví a dar una nalgada, en el mismo punto, con la misma fuerza. Era la nalga izquierda, la más cercana a mí. La nalga empezó a enrojecerse, mi verga seguía más dura que nunca. —No puedo—. Volví a nalguearla, en el mismo lugar. El contraste del rojo donde la había nalgueado, con el blanco de su piel era excitante. —Por favor— dijo con una voz lastimosa, —no puedo—. Me agaché junto a ella, y empecé a acariciarla, su espalda, su nalguita, la besé. —Por favor perrita, haz pipi—. Dije suavemente mientras la acariciaba el cabello. Me miró y su rostro decía, no puedo, aunque no lo dijo. Acaricié su cabello, lo pasé por detrás de sus orejas, me encantaba su rostro. —Vamos bebe, por favor, hazlo por papi—. Le dije, con dulzura. Ella se esforzó, puede sentir el esfuerzo que hizo hasta donde yo estaba y la meada salió. Sonreí con verdadero placer, me levanté para poder ver mejor y un chorro salía por entre sus piernas cayendo en el periódico con un crujido húmedo.

                —Ya ves bebe, sabía que podías hacerlo—. Ella me miró con una sonrisa. Y siguió meando. La orina pronto rebasó la capacidad del periódico para contenerla y empezó a extenderse por el piso. En ese momento puse mi pie sobre su nalga y la aplasté, la obligue a recostarse en el suelo. Su vientre y sus piernas se mojaron en sus meados. —Sigue—, le ordené. Siguió. La orina no dejaba de salir. Hasta que se detuvo. —Muy bien hermosa, pero mira nada más el mugrero. Y tú, eres una perra cochina—. Le dije intentando trasmitir asco en mis palabras. —No soy cochina— me dijo —tú me empujaste contra el suelo—. Sus palabras me enfurecieron. Jalé con fuerza su cadena, para alejarla del sitio húmedo. Me volví a agachar frente a su rostro. —¿Estás diciendo que yo soy responsable de eso atascada?— Le dije señalando el suelo lleno de orines. —No, pero…—. No la deje terminar, le crucé la cara con una bofetada. —Levántate, tienes que limpiar eso—. La levanté con un firme jalón y la hice caminar por donde estaba la meada. Se resbaló y puso una mano sobre mi brazo para evitar la caída. Sacudí su brazo con un movimiento firme. —Cuidado y me manches de tu mierda— le dije con un tono duro. Sabía que sus manos estaban limpias y por no hice más problemas. La guie hasta el pequeño cuarto donde guardo, las cosas de limpieza, le dije que tomara un trapeador, cloro, y una tina.

                Volvimos al recibidor, que era donde estaba la orina. Pero antes de que se acercará le di un pequeño jalón. Para que se detuviera. Su cuerpo temblaba ligeramente. Lleve la mano hasta donde la correa se une con el collar y lo separe. Durante todo este tiempo mi verga está como un bate de dura. —Hazlo tú sola—. Me miró como desamparada. Yo sabía que ella era perfectamente capaz de limpiar un mugrero como eso, yo lo podría hacer, pero la había dejado en un estado de tal dependencia que tenía miedo de hacer algo mal. Me senté en una silla para mirarla trabajar. Puso la tina en el suelo y el cloro, junto a ella, y lanzó el trapeador. Yo lancé un gruñido de inconformidad. Ella me miró, pero no dijo nada. Empezó a trapear el suelo. —¿Cómo vas a limpiar todo con el puto periódico todavía en el suelo?— me miraba sin moverse. —Recógelo—. No se movía. —Recoge el puto periódico con las manos—. Le dije con firmeza pero sin gritar. Lo tomó, el periódico escurría orines por sus manos, goteaba bastante, dio un paso. Pero de inmediato la detuve. —Espérate ahí—. Me levanté y fui por una bolsa de basura. La abrí y se la acerqué teniendo cuidado de no pisar meados. —Ponlo aquí, cuidado con mojarme—. Efectivamente lo hizo con cuidado.

                Deje la bolsa en el suelo lejos de la meada, y volví a mi silla. —Pon un poco de cloro en el suelo y empieza a trapear—. Me levanté nuevamente y entre otra vez a la cocina. Llene un vaso con ¾ de agua y volví al recibidor. Lancé un poco de agua al suelo donde había más meados. En mi idea eso diluiría los meados y haría que se limpiará mejor. Quedaba un cuarto de agua en el vaso y se lo lance a ella en el vientre. Volví a la cocina, deje el vaso en el fregadero y lleve el aromatizante de pisos. Ella seguía trapeando. Dejó limpio el lugar. —Limpia también eso—, señale el camino de sus huellas que había dejado cuando camino a recoger el trapeador. —Espera— le dije. —Antes tenemos que limpiarte los pies—. Nuevamente la guié a la lavandería, en el lavadero hice que levantará un pie hasta ahí. Estaba de pie, desnuda, con un pie sobre el lavadero y el otro en el suelo. Abrí la llave fría del agua y limpie su pie y si pierna hasta media pantorrilla. Luego la otra. Olvidé lo mojada que estaba de meados y pase mis dedos por su panocha. Estaba empapada. —¿Esto son meados o es tu panochita?— —Creo que son los dos—. La besé mintiéndome un poco alejado de su cuerpo. Me lavé las manos. —Acaba tu tarea princesa— le dije. Ella se puso a hacerlo. Enjuagó el trapeador, luego terminó de limpiar todos aquellos lugares donde había orines.

                —Muy bien, bebe— le dije con verdadero orgullo. —Ahora solo falta limpiarte a ti. Sigueme sin tocar nada—. La llevé hasta el baño. Le quité el collar. —Te voy a quitar el collar para bañarte, pero tienes que seguir siendo una buena perrita. ¿Vas a seguir siendo una buena perrita?— le pregunté. —Si—. —Muy bien bebé—. Le dije y le quité el collar. —Espérame aquí— le dije. Ella no dijo nada. —Tienes que responderme siempre, no hagas que me moleste. ¿Me vas a esperar?— —Si— dijo finalmente. Me fui a desnudarme en la habitación y volví. Abrí la llave y empecé a bañarme y a bañarla a ella. Llene un estropajo con jabón y empecé a pasarlo por su cuerpo. Es maravilloso su cuerpo. La besaba, la acariciaba, el jabón hacía el tacto resbaloso. Ella tomó mi verga y empezó a masturbarme despacio. La deje hacerlo un poco, pero luego seguí bañándola. Mientas lo hacía en algún momento el agua empezó a salir muy caliente. Así que cuando me volví a colocar bajo el agua, me quemó. Eso me dio otra idea. Cerré el agua fría y abrí la caliente. De inmediato el agua empezó a salir muy caliente. Tomé a Magda por los hombros y la coloqué bajo la corriente de agua. Ella lo toleró bien. Yo limpiaba el jabón bajo esa agua hirviente. Pero toleraba muy bien el agua caliente. Así que cerré el agua caliente y abrí la fría. El agua ahora estaba helada. Ella trató de moverse, la sujeté otra vez por los hombros y la obligué a permanecer bajo el agua. —¿Te gusta?— le pregunté. —No— me dijo y su cuerpo empezaba a temblar. —Muy bien—, seguí limpiándola y luego simplemente me quedé mirándola, mientras seguía temblando. Luego de unos minutos, supuse que era suficiente. Cerré la llave y tomé una toalla, la cubrí con ella y empecé a secara. Salimos del baño y seguí secándola. Empecé a secarme yo mismo, mientras lo hacía ella se acercó y empezó a mamar.

                Uff lo hacía de maravilla. La levanté la puse en la orilla de la cama, levante y separe sus piernas. Me coloqué entre ellas lleve mi pene hasta su vagina y presioné. Estaba tan mojada que se le fue toda de un jalón. Empecé a bombear, era increíble. Nos besábamos con pasión. Luego de unos minutos, cambiamos de posición, ahora ella arriba, y no duró ni dos minutos cuando tuvo un gran orgasmo. Se recostó sobre mí, agotada. Me dijo que ya no podía más. La besé con cariño, luego solo me salí de ella y me masturbe sobre su rostro hasta que me vine. El semen cayó en su boca, en su nariz en todo su rostro. Se tragó lo que cayó en su boca, luego con el dedo, yo junté el resto y se lo llevé a la boca. Relamió mi dedo. Me quedé sobre ella besándola. Luego me recosté a su lado y la abracé. Y seguí besándola. El sexo con ella era increíble, y su rostro y su cuerpo eran adictivos. La abracé y ella se quedó medio dormida, yo también quería dormir, pero que iba a hacer, quedarme con ella o con Marcelo. En estos 4 días había tenido más sexo que desde mi divorció, hace mas de 2 años. Pensando eso me quedé dormido.