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La nuevo yo

en Fantasías Eróticas

Era una mujer de caderas anchas, en realidad mi cuerpo era perfecto; pero mis caderas eran el rasgo más perfecto de todo mi cuerpo. Podía ponerme cualquier ropa y la lucía. Pero como estaba mejor era con un traje de baño. La cámara lo sabía, me encantaba posar para ella. Simulábamos a veces que yo estuviera dormida, con un calzoncito pequeño o una tanga y él abría la puerta. Yo simulaba empezar a despertar, unos instantes después. La cámara atrapaba cada centímetro de mi piel.

                El pliegue de mis nalgas, la suave reducción de mi cadera hacía mi cintura. La piel suave y tersa de mi espalda. Abría los ojos, jugaba con la cámara, sonreía, lanzaba almohadazos, besos, simulaba vergüenza. Disfrutaba siendo una chica. No sé cómo había pasado, solo que había pasado y lo agradecía.

                Lo que recordaba era difuso, creo que alguna vez fui hombre, no un muy hombre o muy macho, solo un chico con pene, que no sabía bien cómo usarlo y no sabía cómo ser hombre. Cuando entré a la universidad, mis amigos me obligaron a ir a una casa para estudiantes foráneas que solo recibían chicas. Me disfrazaron de manera por demás mala, nadie podría ser engañado por mi disfraz, pero entré. Las chicas platicaban conmigo, algunas se mostraban en ropa interior o se quitaban el brasier o la pataleta. Era una más de ellas. Yo no podía creer que mi disfraz fuese convincente, ¿qué significaba? ¿Qué era lo suficientemente femenino para que en una borrachera un par de idiotas me vistieran y me arreglaran como una chica?

                Fuese la que fuese la respuesta para esas preguntas, lo cierto es que conforme la noche avanzaba las chicas no mostraban ningún tipo de empacho por mi presencia. Lo último que recuerdo es que una de las chicas notó mi pequeña erección. Eran apenas 12 cm de polla, pero cuando las chicas tienen 0 cm, 12 es mucho.

                Una mujer mayor, guapa, pero mayor me dijo: —¿Qué quieres aquí? ¿Vernos o ser una de nosotras? —Yo no supe que contestar. Estaba asustado. A mi alrededor 20 o 30 chicas en ropa interior, cada una más buena que la anterior me miraban.

                —Ser una de ustedes. —Dije.

                —Muy bien hermana, será tu bautismo de fuego.

                Dos de las chicas en ropa interior me sujetaron de las manos. Su tacto era delicado y sensual, pero firme al mismo tiempo. Sentía como si me hubiesen drogado, ¿pero quién? Mi amigos antes del inicio de la noche o las chicas, ¿pero cuando? No tomé nada, y las chicas no me habían dado nada. Quizá en sus manos tenían una droga y la había absorbido por vía cutánea. Luego pensaba, pero las chicas llevaban guantes o como podrían prevenir que la droga las afectara a ella, una parte de mi mente decía que estaba muy mal y por eso pensaba todas esas cosas, otra parte pensaba que posiblemente ellas habían sido expuestas previamente a cantidades industriales de la droga y por eso ya no les hacía efecto.

                Se lo que fuere, las chicas me guiaron y yo dócilmente las seguí. Llegamos a una habitación oscura, con antorchas y me di cuenta que estaba drogado otra vez, pues mi corriente de pensamiento brincaba rápidamente sin ilación lógica. En el centro del circulo de antorchas había un potro, o ese nombre le daría yo y nunca me he preocupado por buscarle su nombre exacto. Es un artículo de madera con tres huecos, dos pequeños para las muñecas en los costados y uno un poco más grueso para el cuello. Las chicas me colocaron las manos y el cuello en su lugar y yo no me resistí. Bajaron el madero que me encerró en aparato y en ese momento empecé a preocuparme, pero era demasiado tarde.

                —¿Qué hacen? —Preguntaba como un loco, pero nadie me contestaba.

                Noté como ingresaban nuevas personas a la habitación. Las chicas que me habían rodeado se alejaban. Me sentía como en el centro de un altar, concéntrico, no lo podría asegurar hoy, pero así lo entendería. Los sujetos que entraban eran hombres, casi podía sentir su libido, sus penes erectos. Eran negros, latinos, solo esperaba sus manos sobre mis nalgas. Al final sentí las primeras manos, primero en mi cadera derecha, luego en la izquierda, y casi al mismo tiempo algo entre mis nalgas. Al mismo tiempo pensé, a qué horas me despojaron de mi ropa. Estaba desnudo, empinado en ese potro, o lo que fuera que sea ese aparato del demonio. La mano que estaba en la derecha de mi cadera se despegó. Pude imaginar al hombre sujetando su verga erecta y guiándola con su mano derecha hacía mi ano, mientras su mano izquierda sujetaba mi cadera. Sentí la cabeza de su pene abrirme las nalgas y posarse sobre el final de mi recto, era cálido y duro.

                Empezó a ejercer presión sobre mi ano, sentí como mi esfínter anal comenzó a ceder, y grité. No le importó. —Ahora eres una de nosotras. —Escuché la voz de la mujer como a distancia. Intenté liberarme, pero el potro, o como se llamé, era en realidad un elemento sumamente eficiente. No podía moverme o evitar la penetración. Mi ano seguía abriéndose, recibiendo esa negra verga descomunal. No podía saber si era negra, blanca, morada o azul, pero yo me imaginaba un negro detrás de mí, no sé por qué. Al final el dolor alcanzó un cenit, sentí todo adentro de mí, la cintura del hombre contra mis nalgas y luego bombeo. El dolor físico empezó a ceder. Pero la humillación seguía creciendo. Lo disfrutaba y había todo un grupo de mujeres que me observaban. El primer pene se descargó, sentí un extraño espasmo en mi culo; y algo cálido que se derramaba en mi interior.

                Luego de eso, todo se vuelve más confuso si es posible. Solo recuerdo, risas, dolor, penetraciones, espasmos, calidez dentro de mí. Creo que mis amigos fueron parte de esa fila, malditos idiotas, la única forma que ellos conseguirán penetrar a otro ser era cuando ese ser estuviese drogado; eran basura.

                Al final, solo escuche nuevamente la voz de la mujer mayor.  —Tu nuevo ser, ha sido creado. Ahora eres tú. —Sentí el suave tacto de las chicas otra vez. Me sujetaron de las muñecas, al levantarme sentí el semen salir de mi culo. Algunos cálidos, lo más reciente, otros fríos, los primeros. Caminé sin fuerzas, guiado por las chicas.

                Me deje caer en una cama exhausto y sin sentido.

Al despertare era yo. La nueva yo. No sé si mejor o peor, pero yo. Supe que era yo, pero que era algo diferente de lo que había sido.

                Al abrir los ojos, una chica estaba junto a mí, pero no sentí deseo. Sentí amor, quería estar junto a ella darle amor y calor, no sexo. Por mi parte si quería sexo, quería un pene grande y erecto, ¿Qué me pasaba?

                Me laventé y me miré en el espejo, era una mujer espectacular. Delgada, altura media, caderas anchas perfectas, que se adelgazaban en la cintura y tenía pechos medios. Mi rostro era latino, pensé mierda, quiero ojos azules y cabello rubio, en lugar de estos ojos café oscuro y cabello negro, pero no se podía tener todo en la vida.

                Sería estúpido decir que a partir de ese día mi vida cambio, porque lo hizo. Las clases eran más sencillas, los profesores, me pasaban sin razón, aunque no entendía plenamente los conceptos de lo que decían. Mis amigos eran más cooperantes, me ayudaban, aunque yo no sé los pedía. Supongo que me querían penetrar, pero como yo no les decía nada, si ellos me querían ayudar era su pedo.

                Algunos claro me gustaban, y cuando estaban cerca de mí se erectaban. Podía ver sus penes por debajo de sus pantalones, pero yo pensaba en que si mi nariz era demasiado grande. Sabía que mi culo era perfecto, mis caderas, mis tetas, pero ¿mi nariz? ¿Tendría eso importancia? Supuse que a los hombres no les importaba si creía que mi nariz era grande o pequeña, en tanto me pudieran meter la verga a ellos no les importaba el tamaño de mi nariz, pero a mí sí.

                Me gustaba usar jeans entallados y camisetas ajustadas a la universidad. De esa forma no enseñaba nada, pero todo estaba a la vista. Mi cuerpo era similar al de Priscila Ricart, y todos los chicos de la escuela estaban locos, las mujeres me envidiaban, pero a mí no me impotraba.

                Cada noche volvía al lugar donde había amanecido ese primer día. A veces llevaba chicos, pero el sexo era insuficiente. Creo que lo que me movía era la admiración, quería que me miraban, era lo que me alimentaba. Hombres, mujeres, perros, quería sus ojos sobre mí. Y en general ciertamente los tenía.