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Siguiendo con mi hijo

en Amor filial

(Antes que nada quiero agradecer a mi lectores, su mensajes me dan ánimos para seguir escribiendo, los leo a todos y espero darme el tiempo de contestarles a todos. Muchas gracias.)

                Cuando me fui a la cama esa noche, no podía conciliar el sueño. ¿Qué estaba haciendo? Estaba engañando a mi esposo, con mi hijo. Y sin embargo la emoción, la adrenalina, la calentura de hacerlo, no me dejaban pensar de manera coherente. Mientras escuchaba los quedos ronquidos de mi esposo, pensaba en levantarme e ir al cuarto de mi hijo y gozar con él otra vez; pero él había dicho que mañana. Lleve mi dedos a mi entre pierna y comencé a masturbarme, lo tuve que hacer en silencio. Con movimientos suaves, imaginando que mañana, con suerte, sería la lengua de mi hijo. Exploté ahí, teniendo que contenerme. No fue lo mejor, pero me permitió conciliar el sueño.

                Al día siguiente me levanté un poco más temprano de lo habitual. Mi esposo ya no estaba en el cuarto, con suerte tampoco estaría en el departamento. Abrí la puerta del cuarto y escuche en silencio. De la cocina salían ruidos, sólo podía ser mi esposo, no había tenido suerte. Salí del cuarto y me aleje de la cocina, rumbo a la habitación de mi hijo. La puerta estaba entreabierta. La abrí despacio, sin que hiciera ruido. Su habitación estaba vacía, me giré y entré de nuevo en mi recamara.

                —Gorda. Escuche la voz de mi esposo. Me asomo a la puerta.

                —¿Mandé? Le dije.

                —Ya me voy.

                —Ok, que te vaya bien. Le dije rápidamente y me volví a meter a la habitación.

                —Oye. Me vuelve a gritar. “Puta madre” pienso.  —¿Mandé? Le grito sin salir del cuarto. —Y ¿mi beso? “Hijo de su madre” vuelvo a pensar. Salgo rígida de la habitación, me acercó a él. Lo beso rápido, de pico, pero él quiere más. Me abraza, me agarra el culo, me besa en la boca, siento su lengua que busca abrir la mía, lo dejo: le sabe a café, siento una profunda repulsión. Finalmente se aleja.

                —Bueno me voy, nos vemos en la noche. Me dice. —Oye. Lo llamo, —Lalo, ¿lo viste? —Sí, dijo que tenía un par de cosas que hacer también, que te iba a hablar en el día haber si veían una película, algo así.

                —Ok. Todavía no me podía liberar por completo. —Si vamos al cine, ¿no te molesta? Le pregunté, sin saber muy bien porque.

                —Claro que no, voy a llegar algo tarde. Te amo. Me dijo y salió del departamento.

                “Vamos a ir al cine”, me quede un momento soñando como una quinceañera. Luego me apuré a mi cuarto. “¿Qué me voy a poner?” Abrí mi cajón de ropa interior y la verdad es que no tenía nada muy sexy, me puse a rebuscar y en el fondo encontré una tanguita roja, que me la habría puesto por última vez hace muchos años. Saqué un brasier morado con olanes, “mmm” pensaba que me voy a poner ¿Una falda o un pantalón? Tenía que ir al trabajo por supuesto. Decidí que un pantalón negro de vestir ajustado y una camisa negra suelta, sin mangas, y un saquito que hace juego con el pantalón. La verdad no era muy sexy, pero no tenía mucho de donde elegir, hacía años que no iba a comprar ropa que no fuera únicamente de trabajo.

                Me metí a bañar y al salir me empecé a vestir. Me puse la tanga y solo de pensar con quien la iba a usar y que por primera vez en muchos años, me estaba vistiendo para un hombre, me volvió a poner cachonda. Me puse el brasier y me miré en el espejo. No hacía juego la tanga con el brasier, pero creo que me veía bien. Soy alta 1.70 blanca, pelo negro lacio, con poco busto, mi mejor atributo es mi traserito y mis piernas, largas y con carnita. Tengo un poco pansa difícil de quitar, pero en general creo que para mi edad me mantengo bien.

                Me puse el pantalón, la camisa y comencé a arreglarme el cabello. Me hice una coqueta trenza, y me maquille un poco más de lo que normalmente hago, una base clara, un poco de rubor y un labial rojo. Me miré nuevamente al espejo y me vi diferente, más sexy. Salí de la casa.

                Mi cambio fue mucho más notable de lo que esperaba. En el trabajo mis compañeras de inmediato me preguntaron.

                —¿Nuevo galán? Yo les decía que no, que me dejaran en paz, pero todas bromeaban; algunas con humor, las más venenosas con ganas de molestar. Me preguntaba a mí misma si no había exagerado.

                Cerca del medio día llegó a la oficina un mensajero, traía un enorme ramo de rosas rojas. En ocasiones sucede, no muy amenudeo que novios o esposo manden ese tipo de regalos. Toda la oficina se mantiene al pendiente, de ver a dónde va el mensajero. Mi situación hizo pensar que quizá venían para mí. El mensajero comenzó a buscar, luego dijo mi nombre en alto. Sólo levante la mano. —Yo. Dije para llamar su atención. El muchacho camino así mí. Me entregó el ramo, era enorme 28 rosas. Sacó también de una mochila que llevaba una bolsa pequeña de regalo. Luego pidió que firmara, lo hice y el chico se fue.

                De inmediato algunas de las chicas se acercaron: todas curiosas querían saber de quién eran. —Son de mi esposo. La mentira me salió natural. —¿Tu esposo?, llevas años trabajando aquí y nunca he visto un detalle de él. Me dijo una de las más horribles de la oficina, una madurona resentida, pero tenía razón. —Es nuestro aniversario. Volví a mentir.

                —Mira ahí hay una tarjeta. Me dijo una buena amiga, hizo ademán de tomarla, pero fui más rápida. Me estaban molestándome de verdad. —Déjenme un segundo. Las palabras salieron más duras de lo que pretendía. El pequeño tumulto que se había formado alrededor de mi escritorio comenzó a desbandarse. Abrí la tarjeta.

                Karla:

                No sé cómo explicarte lo que siento. Lo que pasó hace un mes, era algo que quería que pasara hace tiempo. No es justo como te trata papá. Yo te haré sentir mujer. Te veo abajo cuando salgas. Te amo.

                Lalo

                P.D. Te compré unos regalitos.

                Abrí un poco la bolsa, era pequeña y discreta, de inmediato distinguí ropa interior. La cerré. No sabía qué hacer. “¿Esperaba que me la pusiera antes de salir?” Por un momento pensé en hacerlo. Ir al baño y cambiarme, pero sabía que los ojos estarían sobre mí, así que decidí no hacerlo. La puse en el suelo junto a mí, e intenté seguir trabajando. Fue complicado, cada minuto volteaba al reloj, esperando que fueran las 5 y el reloj parecía no avanzar.

                Conformé los minutos pasaban lentamente me fui excitando más. Cuando faltaban quince minutos para las cinco no podía más, temblaba, mi respiración era exaltada; tenía que calmarme. Cerré los ojos un segundo y me respiré profundamente. Me controlé un poco. Era suficiente, no podía esperar más, siempre era una trabajadora puntual y comprometida, ese día saldría quince minutos antes. Tomé mis cosas con velocidad y salí de la oficina.

                Bajé al lobby, pensando que quizá Lalo no estaría ahí todavía. Pero me encontré a un joven vestido todo de negro y lentes oscuros, traía un pequeño cartel con mi nombre. Me acerqué a él. —Yo soy Karla. Le dije. —Muy bien, déjeme ayudarla con eso. El muchacho era amable y servicial. —Sígame, Lalo me pidió que la recogiera. Me asustó un poco y me excitó otro poco. —¿Mi auto? Y él ¿Dónde está? —Señorita no se preocupe por nada, enseguida verá a Lalo y su auto yo me encargare un poco más tarde. El chico siguió en silencio, caminaba junto a mí. Fuimos al estacionamiento y nos dirigimos a una camioneta completamente negra, incluso los vidrios estaban entintados de tal oscuridad que no se podía ver hacía adentro.

                El chico abrió la puerta trasera. —Pasé por favor. Al mirar al interior de la camioneta vi a Lalo. Estaba vestido, con un traje negro, similar al del chico que me esperó en el lobby pero lo portaba más desaliñado. Subí a la camioneta. —Hola. Le dije nerviosa, ¿Qué más le podía decir? —Hola. Me dijo el también. —Recibiste los regalos. —Sí, son muy lindos gracias. Me acerque a besarlo sinceramente, era lo que necesitaba, lo bese en la boca, fue sólo un beso corto, sin embargo fue muy agradable, sexy. —Nada más que no me lo pude poner. Temía defraudarlo. —Había mucha gente y todos me miraban… Me interrumpió. —No te preocupes, tenemos tiempo. Además te compré un par de cosas más. Lo dijo sonriendo con cierta malicia y me gusto. Lo besé nuevamente en la boca, con un poco más de picante está vez, me estaba poniendo al cien. Él respondió los besos, pero luego de un instante se detuvo. Me beso en la frente y me dijo al oído —Calma, calma, como te digo, tenemos tiempo. Me apoyé en su hombro, él me abrazó. La camioneta ya había salido del edificio. —¿A dónde vamos? Le pregunté. —No te preocupes. Yo no podía evitarlo. —¿Y mi auto? —Ahh sí, que bueno que te acuerdas. Préstame las llaves. Se las di, y él a su vez se las dio al chico que conducía. —Ahí te encargo. Fue todo lo que le dijo. El otro chico ni siquiera respondió.

                Se recostó otra vez en el asiento y yo me apoyé otra vez contra él. La excitación desenfrenada había dado paso a una tranquilidad y a una comodidad más sosegada. Puso su mano derecha sobre mi pierna izquierda y fue como si ese hubiese sido desde siempre su lugar natural. Me excitó sentir el peso de su brazo, el calor de su mano, las delicadas caricias que hacía en mi muslo. Yo al mismo tiempo acaricié esa misma mano. Cada cierto tiempo me besaba en la cabeza tiernamente. Era increíble, el viaje tardo unos minutos, treinta o cuarenta, pero fluyeron como segundos al lado de mi hijo. Mi amado. 

                Llegamos a un hotel a las afueras de la ciudad. Era un hotel con cabañas separadas. Entramos directamente hasta las cabañas y bajamos. Entramos a la cabaña, era una habitación bonita. El muchacho dejó la camioneta y se fue.

                Entramos a la cabaña yo estaba ansiosa. Sobre la cama había un vestido y en el suelo un par de zapatos de tacón. —También te compre esto. Póntelo, vamos a cenar.         ‘No papito’ pensé, ‘todo el día he esperado por esto’. Lo besé en la boca. Creo que él se sorprendió un instante, luego respondió los besos. Lo empujé a la cama, cuidando de no aplastar el vestido. Me abalance sobre su pantalón. Quería verga no lo puedo negar. Le abrí el cinturón, el pantalón y le baje los calzoncillos. Su miembro estaba todavía flácido, pero de eso me encargaba yo. Él se dejaba hacer. Comencé a besar su vientre, acaricié sus piernas, su pene iba levantando. Bese su verga, primer en la base, luego fui besando el tronco. Mientras lo hago miraba su rostro, me gusta verlo a los ojos, que sepa que lo deseo, que lo necesito. Su pene ya pedía guerra. Me lo llevé a la boca, primero sólo la punta. Acaricié su glande con mi lengua, luego me la metí hasta el fondo, era grande y gruesa, pero la podía manejar, empecé a subir y a bajar, con mi mano izquierda acariciaba sus huevos y con la derecha su vientre.

                Él me acarició la cabeza, luego empezó a marcar el ritmo de la mamada. Primero despacio, luego un poco más rápido. De pronto me hundió la cabeza hasta el fondo, enterrando su verga hasta el fondo de mi garganta. Yo lo dejé, quería que disfrutara. Luego de unos segundos me empecé me empezó a faltar el aire, hice esfuerzo por salirme, pero él se resistió. Me mantenía la nariz pegada a la base de su verga. Yo me ahogaba y no le importaba. Le di unos golpes y no se movió, empecé a forcejear de verdad y él me hundió más fuerte, en el momento en que estaba pensando realmente en morderle la verga para que me soltará, finalmente me soltó. Ahhh pude respirar.

                —Que cabrón le dije. Me levante y me quité el pantalón, no lo hice de forma muy sensual, porque lo que ya quería era tenerlo dentro. Pero el me detuvo. —¿Y eso? Me preguntó. —¿Te gusta? Le pregunté, mientras me giraba y le enseñaba la cola. —Me lo puse para ti. —Sí me gusta. Pero me lo quité de inmediato. Subí las rodillas a la cama, una a cada lado de su cuerpo y gateando subí sobre él. Lo bese en la boca. Y bajé la pelvis. Sentí como la punta apoyaba en mi entrada e hice presión. Fue entrando con facilidad. De inmediato comencé a cabalgarlo. Yo estaba completamente recostada sobre él. Nuestras lenguas exploraban nuestras bocas y sus manos buscaban con ansia mis nalgas, me las apretaba, las acariciaba y yo no paraba de subir y bajar.

                Él se giró de pronto. Me puso boca arriba y salió de mí por un momento. Me jaló por los muslos y quedaron mis nalgas justo en la orilla de la cama. Él estaba parado y se inclino. Me penetró nuevamente, mi pierna izquierda estaba cruzada sobre su pecho, la derecha la sostenía él con su brazo izquierdo. Esta vez cada embestida era más profunda, casi hasta el hecho de que me causaba dolor. Pero era un dolor agradable.

                Lo podía ver a la cara y vi lo guapo que era. Su cara de vicio me excitaba y él no paraba de bombear. —Dámelo papi. Hablarle lo excito más, lo sentí en su firmeza. Extendió la mano y empezó a apretarme una teta aun con la camisa. Uff  lo hizo fuerte, casi hasta el punto de dolor. —No pares bebe. Cógeme. Él no paraba siguió bombeando, dándome fuerte como a una puta. Se detuvo, salió de mí y me giró. Quedé con el torso sobre la cama, las rodillas en el suelo y el culo descubierto. Me penetró nuevamente. Ahhh que placer, lo hizo sin compasión hasta el fondo de un solo golpe.

                Me aplastaba la espalda con sus manos, aplastando mi cuerpo contra la cama. —Si papi, dame papi. Apenas podía hablar, mi respiración era entrecortada. Él también ya respiraba con profundidad. Finalmente paso una de sus manos por mi cuello y tomándome de la mandíbula me jaló con fuerza hacía atrás, mientras con la otra me aplastaba la base de la espalda para que me arqueara. —Dios, tú si sabes cogerme papi. Me jaló un poco más, el dolor empezó a crecer en mí y al mismo un torrente de placer explotó en mi vientre, en mi espalda, en mis pies… Ahhh no lo podía creer. Mi hijo no se detuvo siguió bombeando. Luego lanzó mi torso contra la cama y se dejo caer sobre mí. Su peso me aplastaba contra la cama que se mecía en cada embestida.

                De pronto se detuvo. —¿Qué pasa? Le pregunté. —Nada. Salió de mí, con la verga aún tiesa y sin haberse descargado. Verla así brillante por mis jugos me emocionó. Me la llevé a la boca antes de que pudiera decir nada. Ahí estaba yo, hincada a los pies de mi hijo, mamando la verga que acaba de darme uno de los orgasmos más intensos. Mi hijo dejo que se lo mamara unos minutos. Luego se alejo. Me levantó, me besó en la boca y me dijo vístete.