miprimita.com

Memorias de Sexo y Juventud (09)

en Grandes Series

- Ahhhh, ah, ah, ah, ahhhhhhhhhh

- ¿Ana?

- Hmmmm, ah, ahhh, ahh

- ¿Ana? ¿Estás arriba todavía, hija?

- Hm, ahhhhhh, uff, uf, ahhh, hmmm, qué ricoooo

- ¿Ana? ¡Responde! ¿Todavía no te vas a la escuela?

Al fin, Ana Fakas escuchó a su madre, cuando un pequeño orgasmo matutino le recorrió el cuerpo entero. Un orgasmo era algo realmente nutritivo, le hacía sentir viva como nada más en el mundo, con excepción, desde luego, de follar con otras personas.

- No, mamá, aún no… pero tranquila, cualquier cosa hablo con el directoooor -le gritó Ana, desde arriba.

- Hija, escuché unos ruiditos. ¿Estabas usando a Mr. Hard otra vez?

- Nooooo -respondió Ana, sin poder de convicción.

- ...Hija, ¿lo estás usando otra vez? -preguntó Analia con aire picarón. Su madre y una de las más famosas actrices porno del país. En unas horas tendría que salir de nuevo al estudio, donde dirigía una parodia para adultos de la historia de Cleopatra y Marco Antonio.

- Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

- Dios mío, no tienes remedio, se nota que eres mi hija, jajaja -Analia tomó las llaves del auto y abrió la puerta de la casa, cuidando de acortar lo más posible su ya pequeña falda negra, para que se mostrara toda la longitud de sus perfectas piernas de gimnasio-. Pero por favor, lávalo después de usarlo, ¿quieres? Que la otra noche todavía tenía tu olor. Y no vayas a llegar muy tarde, que ni siquiera el director tiene tanta paciencia contigo.

- Bueno, mamáaaaaa… ¡Ah, ahhhhh! Que te vaya bieeeeeen.

Ana seguía en la cama, usando solo su camiseta de pijamas, de tela delgada y blanca que dejaba bien marcados los pezones debajo. En la entrepierna se metía a Mr. Hard con todas sus fuerzas, un vibrador buenísimo que le habían regalado hace años a su madre, para su cumpleaños número 30, y que se movía como una perforadora, girando y desplazándose de atrás hacia adelante. Había temido romperlo unas cuantas veces con tanta fuerza que le ponía, pero hasta el momento no había ocurrido. Eso la ponía feliz.

 

Esta es la historia de un día cualquiera, en la vida de Ana Fakas, la puta del colegio.

 

La entrada era, desde luego, a las 8 de la mañana, y Ana solía llegar a esa hora, pero su placer la había retrasado un poco, y había terminando arribando cerca de las 9:30. De todos modos, honestamente no tenía muchas ganas de asistir a la clase de matemáticas del profesor Sergio Menez, ahora que le hacía ojitos toda la clase a la plana esa de Victoria, parte del grupito ese de mojigatas de mierda.

La otra era la tetona nerd de Penélope, siempre tan cubierta de ropas, que le temía hasta a su sombra. Ana no podía entender cómo se la había follado Marcos esa noche de la película. Su excusa era que estaba borracho y que quería follarla para hacerle sentir mal en su primera vez, pero no se lo creía. Los hombres eran muy simples, veían un par de tetas grandes y ya querían poner la polla entre medio.

Loreto al menos era valiente, una chica más de cuidado, la única que se atrevía a hablarle a Ana y sus amigas a la cara. Pero ahora se pasaba el tiempo follando con su novio, lo que le facilitaba a Ana el trabajo de joder a las niñatas esas. Aunque no se olvidaba que también haría un infierno de último año escolar a esa rubia de mierda.

Y Valentina era la peor de todas. La niña de los ojos de medio mundo, la chiquilla perfecta que no mataba a una mosca y que hacía salivar a Pedro. Tan santita que se hacía, cuando su madre era una cachonda de cuidado, una de las más famosas actrices pornográficas, igual que Analia. ¿Qué se creía con dar una imagen que no era?

Pero en fin. No iba a estar amargándose todos los días por ese cuarteto de chiquillas de mierda. Había otras muchas cosas que hacer, como entrar al colegio. ¿Cuál era la clase a esa hora? ¿Biología con la profesora Mina Aki, no? Amaba esas clases… la profesora Mina era una perra sin remedio, se hacía pasar como una tímida extranjera tradicionalista cuando al mismo tiempo se dejaba el escote bien abierto frente a los chicos, la falda bien levantada y los ojos asiáticos tan provocativos. Enfocaba casi todas sus clases en la anatomía y la reproducción, de la manera menos políticamente correcta posible. La última clase de la semana pasada había sido sobre el tamaño de los penes y la importancia biológica de los senos. ¡Qué puta era, le encantaba!

- ¿Señorita Fakas? -llamó la encargada de marcar la entrada, cuando la vio pasar con descaro por la puerta, directo al pasillo de las salas. Era una octogenaria de mierda que solo servía para juntar polvo y llorar porque ya no se le podía pegar a los niñatos que le caían mal.

- Oh, por la mierda -suspiró Ana, sin cuidar el volumen de la voz. Se dio vuelta para enfrentar a la vieja, logrando que su cortísima falda negra se levantara para mostrar que llevaba una tanga delgadísima del mismo color. Por supuesto no le importó si alguien la veía- ¿Sí, qué quiere?

- ¿Cómo se atreve a hablar así? Llega con esa lengua, más de una hora tarde, y vistiendo esa ropa tan poco apropiada. Todo el tiempo lo mismo con usted, señorita Fakas.

- Con mi lengua hago cosas que usted ni se imagina, puedo llegar a la hora que quiero porque lo que les conviene a ustedes es que haya alumnos dentro, y puedo vestir la prenda que quiera -se defendió Ana, casi de memoria, ante el discursito habitual de la vieja de quien no se sabía ni el nombre.

- ¿Pero qué se cree, insolente niña hija de Sata…?

- Ok, ok, ¿pero qué tenemos aquí? -interrumpió el director, justo quien Ana esperaba y no esperaba a la vez-. ¿Otra vez llegando tarde, señorita Fakas?

- ¡Mire como anda vestida esta jovencita, don Roberto! Debería llamar a su madre, y obligarla a que esta vez sí venga, ambas vestidas como corresponde.

- Lo sé, lo sé, pero como tengo entendido, la señora Analia siempre está muy ocupada -dijo el director, posando una mano sobre la espalda de Ana, que se estremeció de inmediato-. Señorita Fakas, otra vez voy a tener que darle una charla, ¿me acompaña a la oficina? Esta conducta suya ya tiene que ir terminando…

- Sí, señor director -contestó Ana, sumisa y sonriente.

- ¡Dígale todas sus verdades, don Roberto! -exclamó la vieja, volviendo a la puerta a juntar polvo mientras ellos se alejaban-. Dele una lección para que no vuelva a ocurrir, y me avisa si quiere que llame a su madre para que responda por la niña. Si quiere puedo preparar algunos ejercicios de matemáticas para que realice mientras usted le recrimina por… blablabla.

 

Roberto Fierro era el hombre más alto y fornido que Ana conocía. Debía rondar los 50 años, tenía algunas canas sobre las sienes junto a su natural cabello negro; utilizaba anteojos tan gruesos que no permitían que se vieran bien sus ojos; tenía la piel algo arrugada ya, una barriga cervecera bien cuidada, hombros anchos y un pecho durísimo y extenso. Cuando sonreía, mostraba unos dientes bien alineados y perfectos, y su voz era gruesa y algo ronca, pero mostraba siempre claridad y limpieza elegante en su tono.

Ana lo conocía mejor que otros alumnos. Era medio cascarrabias, apenas lo veían los estudiantes fuera de su despacho, y no se guardaba para espiar debajo de las faldas de las chicas cuando creía que no lo notaban. Podía parecer un viejo verde fingiendo ser un hombre cordial, correcto y pulcro… y quizás lo era. Por eso a Ana le encantaba. Por eso y su grueso miembro viril, que ahora se estaba metiendo a la boca.

- Ah, vaya que lo haces bien, putita -le felicitó el director, sentado frente a su escritorio con la cremallera abierta y la polla olorosa y venosa afuera, en medio de los labios de la chica que, apenas había entrado a la sala, se había quitado la camisa. Era lo habitual, una rutina que Ana quería disfrutar al máximo durante aquel último año en el colegio.

- Gracias, señor director -dijo Ana, con experiencia, hablando claramente sin dejar de dar lametones al duro y férreo pene de Roberto Fierro.

- Me da la impresión de que llegas tarde solo para que yo te dé una lección aquí, ¿eh?

- Bueno, hay un poco de eso, señor director -Ana procedió a comenzar a darle una paja al hombre, con los dedos puestos firmemente alrededor de aquella polla gruesa, si bien no tan larga, pero dura y que apenas le cabía bien en la garganta-, pero la verdad es que me demoré porque me estaba masturbando en casa.

- ¿Ah sí? -suspiró el director, salivando y soltando gemidos guturales. Le encantaba que ella le dijera lo puta que era fuera y dentro del colegio- ¿Y cómo lo estabas haciendo, perrita? ¿Dos o tres dedos? ¿Pensabas en mí, perrita?

- Dos dedos en mi clítoris mientras me metía un vibrador de mi mamá, señor director, jijiji -rio Ana, antes de volverse a meter aquella polla que adoraba en la boca. Sentía cómo hacía aguas allá abajo, tenía el coño empapando sus bragas, y sus pezones estaban tan duros que parecía que su sujetador no podría contenerlos.

- Vaya que son putas ustedes dos… ufff, haces las pajas igual que tu madre, ahhh, síiiiii…

- Me encanta que me diga lo mucho que me parezco a la puta de mi madre, señor director, me halaga mucho.

- ¿Ah sí? ¿Entonces nunca te molestó lo que ella hace, Ana? -preguntó el director, mientras ayudaba a Ana a levantarse y la sentaba sobre el escritorio con las piernas abiertas.

- ¡Por supuesto que no! Ella me enseñó mucho de lo que sé, y me abrió los ojos al placer cuando me mostró por primera vez esa película en que aparece ella y… -Ana se quitó las bragas empapadas con increíble facilidad, pero calló su boca, solo expresando una sonrisa cómplice.

- Jeje, puedes decirlo, con mi ex… vaya, qué bien lo pasé con ambas, tu madre y Valeria -dijo Roberto Fierro antes de sumergirse en el interior de los labios mayores de Ana Fakas, quien soltó un maravilloso suspiro de satisfacción. Ana sentía que no podía vivir sin que alguien le chupara el coño al menos una vez al día.

- Ayyyyyy, señor director, qué bien lo hace… dígame, ¿también se parece mi vaginita a la de mi madre?

- Sí, son muy parecidas, pero la tuya es más pequeña y jugosa, kljsdjfls -dijo el viejo, sin dejar de pasar la lengua por el clítoris e introducirla en el agujerito de la muchacha-. ¿Ves? Por eso te dejé hacer todo lo que quieras aquí, coger con absolutamente quien quieras y dónde quieras, siempre y cuando estés disponible para mí cada vez que lo necesite.

- Y así será siempre, señor director. -Ana le agarró la polla durísima al director, y la guio a su entrada mientras se acercaba, con la lengua afuera, a besar al hombre de quien conocía un gran secreto (uno que la niñita estúpida de Valentina, por ejemplo, no conocía)-. No podría cansarme de usted.

Roberto Fierro se la metió al mismo tiempo que Ana comenzaba a lamer su lengua, su cuello y su cara completa con su lengua traviesa. Era una experta con ella, se enorgullecía de su habilidad con la lengua y la saliva, que se volvían aún más hábiles cuando una polla dura la taladraba como el director estaba haciendo ahora. ¡La volvía loca!

- ¿Te gusta, perra?

- ¡Me encanta! -exclamó Ana, mientras su cuerpo era golpeado por la polla gigante en su interior, derramando sus jugos vaginales hacia afuera, llegando hasta el punto más profundo y causándole escalofríos de lujurioso placer- ¡Pene, pene, pene! Sí, más pene, ¡más!

El sexo era lo mejor que existía. Sin sexo, ella no existía. Sin pene, ella no podía vivir. En la boca, en el coño, en el culo, entre las tetas. Fuera grande, pequeña, larga, gruesa, corta, negra, blanca, venosa o no, tampoco importaba. No podía vivir sin ello, sin un día de duro y fantástico placer. Desde hacía años que era una ninfómana, tal como la puta de su madre, y se enorgullecía de ello.

- ¡Dime que te gusta, pequeña putita!

- Sí, señor director, me fascina su polla, es la mejor polla de este colegio, ¡siga, más, más, me corro!

 

Así estuvieron por diez minutos hasta que el director, babeando sobre el hombro de la chica (que, a su vez, se estaba derritiendo), se vino en su interior en medio de contracciones y bruscas explosiones de semen que la llenaron por completo. Y ella, durante esos diez minutos, se vino dos veces.

Cualquier otra chica se quejaría si su pareja de turno se venía en tan poco tiempo, pero Ana era todo lo contrario. No le importaba el tiempo porque disfrutaba como loca apenas una polla le entraba en el cuerpo, y de hecho, prefería que fuera poco, para así poder cogerse a más chicos durante el día.

Así que Ana se bajó del escritorio mientras se arreglaba la falda. Había restos de semen en sus muslos que no se molestó en limpiar, y en el rostro tenía una sonrisa de oreja a oreja, a través de sus mejillas rojas. Abrazó al director colgándose de su cuello, mientras éste se subía los pantalones, y le plantó un jugoso beso de lengua en los labios, lamiéndole la parte baja de la cara.

- Muchas gracias por la follada, señor director.

- Gracias a ti. Ya vete a clases, Ana.

- Bueno. ¿Puedo pasar mañana también? ¿O más tarde?

- Solo si yo te lo pido. Y recuerda… siempre disponible para mí.

- Así será, señor.

 

Ahora tocaba la clase de biología. Entró al salón después del primer receso con todo el descaro del mundo, como si nunca se hubiera ido, y cuidando de pavonearse de sus maravillosas curvas, tras subirse un poco la falda a pliegues.

Fue hasta Marcos, Scarlet y Tita, y se sentó con ellos en la parte de atrás del salón después de dedicarles una mirada al grupito de Valentina, mirada que decía “soy mucho mejor que ustedes, zorras”. Fue en ese momento en que llegó la profesora Mina Aki, bella y sensual, con el cabello azabache recogido en un moño alto, los ojos negros y penetrantes, unos pantalones grises que le levantaban el culo y una camisa blanca con líneas azules, bien escotada. Podía verse perfectamente la línea superior del sujetador negro, y cuando se inclinara (lo que iba a hacer varias veces, como siempre), se le podría ver toda la curvatura de los senos. A Ana le encantaba, y a veces le hacía dudar de su sexualidad. ¡Cuánto desearía que esa profesora asiática tan sexy le lamiera el coño!

Ya estaba caliente de nuevo. No habían pasado ni quince minutos desde que le había entregado el chumino al director y ya estaba chorreando otra vez. La profesora Mina llegó al rescate, pidiendo a sus alumnos que trabajaran en grupos, en la construcción de una maqueta del sistema nervioso. Era la oportunidad perfecta.

 

Nadie se acercaba a los “populares” cuando estaban trabajando. Los cuatro podían hacer la puta maqueta y estar lejos de los demás, que iban a ir de un lado para otro compartiendo materiales y mil otras mierdas innecesarias. Era el momento perfecto.

Así que, ocultos por el mar de alumnos que iban de allá para allá, y con la profesora enfocada en ayudar a los más aventajados, los de adelante (como el grupito formado por Valentina, Victoria, Penélope y Loreto… o el de Pedro, cerca de la puerta), Ana pudo hacer lo que se estaba muriendo por hacer. Sentada frente a su escritorio se quitó las bragas y las metió en su bolso, ante la atenta mirada lujuriosa de Scarlet, la risita cómplice de Tita, y la expresión de asombro del bobo de Marcos, que nunca lo veía venir. Él ahora sabía lo que le esperaba, y como un perro casi se ponía a babear mientras se bajaba sutilmente la cremallera del pantalón, mientras las chicas llamaban la atención de quienes miraran en esa dirección inclinándose sobre las mesas, mostrando la curvatura de sus traseros (el de Scarlet era particularmente maravilloso) y las bragas mojaditas que siempre llevaban.

Ana, sin miramientos, con descaro, se sentó sobre Marcos y comenzó a juguetear con los materiales que tenía en las mesas reunidas, lápices, cartulinas, pegamento y cosas así. Tuvo que ahogar un grito de satisfacción y un gemido de perra cuando la grandiosa polla de Marcos se hundió en su coño.

Tuvo que fingir que no estaba pasando nada, que solo estaba trabajando, mientras algunos compañeros le echaban miradas cómplices y otros (especialmente las típicas mojigatas de siempre) miradas de desprecio. Ambas le encantaban, porque la hacían sentir como una perra, una puta barata, tal como le gustaba.

¿Qué había de malo en disfrutar del sexo de vez en cuando? ¿Qué había de malo en disfrutar del placer de una polla al interior del coño, si para eso servían? Para follar, no había otra razón para ello, ni palabra más hermosa que esa.

Así que se movió sobre el pene de Marcos de adelante hacia atrás, lentamente, mientras cubría la acción con su corta falda oscura, ya manchada de fluidos. Marcos no era tan bueno para disimular como ella, pero si atraía miradas, siempre sería para ello, no para él. Ana se llevaba las loas, la admiración y el respeto; así como el odio, el desprecio y los gestos de asco.

- ¿Quieres que me mueva también, Ana? -le susurró Marcos al oído.

- No, querido, o nos descubrirán -respondió ella. Le hubiera encantado que la penetrara como una bestia, pero también tenía su gustillo esa cosa tan lenta, pero con el pene tan adentro en su interior. Uff, qué gustazo, pensó. Se correría en cualquier momento, momento que se aceleró cuando Marcos le dio un pequeño lametón en el lóbulo de la oreja que casi le saca un gemido.

“Si sigo así voy a enloquecer”, se dijo Ana. Tita y Scarlet la miraron y luego cruzaron los ojos. Rápida y fugazmente sus dos amigas se dieron un breve, pero sensual piquito en los labios, cosa que sabían que a Ana la haría correr. Cualquier cosa sexual le provocaba de todo, ellos lo sabían mejor que nadie. ¿Cuántas veces se habían divertido en una pijamada, en casa de alguna de ellas, desde que comenzaron su adolescencia? ¿Cuántas veces una sola caricia en el pezón, o un lametón de dedos la habían hecho gemir de pura lujuria? No aguantaría mucho.

 

Mina Aki se les acercó sorpresivamente. Se paró en frente de ellos y preguntó cómo iba el trabajo. Tita, boba pero lista cuando debía serlo, le mostró con una gran sonrisa lo que ella había conseguido con Scarlet, que le miró las tetas a la profe con todo el descaro del mundo. Ella las felicitó, pero observó detenidamente a Ana, sentada todavía sobre las piernas de un sudoroso Marcos.

- Señorita Fakas, por favor bájese de las piernas de su compañero.

- Lo siento, profesora, es solo que mi silla estaba algo endeble.

- Entonces debió preguntarme e ir a buscar otra, a otro salón.

- Sí, eso debí hacer profesora. Deme un segundo y voy.

- Le dije que se bajara ahora, señorita Fakas.

La voz de Mina Aki sonaba intimidante, y fácilmente captó las miradas de los otros alumnos. Sin embargo, su rostro no indicaba molestia, sino que… ¿qué era? ¿Jugueteo? ¿Interés? Su camisa estaba más abierta que antes, se había desabrochado otro botón, y ahora solo Ana y su grupo podían ver perfectamente la redondez de sus tetas. Ana cada vez se preguntaba más si era o no heterosexual.

Estaba esperando a ver su reacción. La estaba desafiando. ¿La castigaría también, cumpliendo su rol de profesora, si ella se levantaba y quedaba visible el miembro erecto de Marcos? Lo peor era que Ana no tenía la menor gana de levantarse, no había asiento más cómodo que una polla dura.

Sin embargo, tampoco quería llamar más la atención. Sabía que no siempre se saldría con la suya, no era una estúpida, como creían las demás chicas. Así que se puso de pie…

...y en ese momento, Scarlet le lamió sorpresiva y llamativamente el cuello a Tita, que se rio como una hiena y gimió como una zorra, captando la atención de todo el mundo, incluyendo de la profesora. Los alumnos silbaron y dijeron cosas de esas que las viejas llaman “escandalosas”.

- ¿Qué acaba de hacer, señorita Culsso? -preguntó la profesora, al tiempo que Ana regresaba a su silla y mostraba su sonrisa inocente y dulce (una que, de hecho, también le había ganado varias folladas de algunos vecinos de mayor edad), y Marcos se cubría rápidamente la erección con el bolso.

- Disculpe las hormonas, profe -respondió Scarlet, mucho más zorra de lo que Ana jamás sería. Se quedó mirando sin culpa al escote de la profesora, que daba la espalda al resto del curso.

Para sorpresa de Ana, Tita y Marcos (pero no de Scarlet), Mina Aki sonrió, aunque adoptó una voz de vigoroso mando y enfado.

- Usted vendrá a mi oficina después de clases, ¿está claro, señorita Culsso? -ordenó, relamiéndose los labios. ¡Ana lo sabía! ¡Era más caliente que las gallinas!

- Pfff, ¿otra vez van a castigarme? No se crea tanto, profe -le desafió Scarlet, que tenía la hoja de anotaciones llena de reclamos de profesores-. No es tan especial.

- Ya veremos, señorita -susurró Mina, antes de elevar la voz- Más le vale que cuide el tono y se presente bien vestida, señorita. Es una vergüenza que muestre así las piernas.

Dicho eso, se alejó, y Ana no perdió tiempo en agarrar la polla de Marcos debajo de la mochila. “Uff, está más gruesa y dura que antes”, pensó Ana, pero no podía arriesgarse a metérsela adentro de nuevo. Se conformaría con otra cosa.

Así que lo pajeó. Rápidamente, el tiempo era corto. De arriba a abajo, disfrutando cada centímetro de ese miembro vigoroso, listo para soltar un líquido delicioso tan rápido como pudiese.

Y cuando faltaba poco, y Marcos lo anunciaba, Tita tiró un lápiz al suelo. Ups, dijo, y se agachó a recogerlo antes de que Ana hiciera exactamente lo mismo. Se metió la polla a la boca, oculta por la mesa, la mochila y los materiales, y se tragó todo aquel líquido glorioso que Ana había trabajado con el coño. Simplemente había sido más rápida, y como habían acordado mucho tiempo atrás, la más rápida se llevaba el premio. De hecho, la tendría que regañar traviesamente y felicitar después, por vencerla con esa facilidad. Tal vez… hasta se atrevería a sacarle un poco de lo que le quedara en la lengua con la suya…

Pero el problema continuaba. No había tenido leche. ¿De dónde iba a sacar? ¿Cómo iba a pasar un día sin un lechazo en la boca? ¿Sin probar aquel manjar que los dioses habían creado solo para ella?

Durante el almuerzo, las tres chicas se llevaron cada una a un chico a los baños de hombres, y se los cogieron hasta que quedaron saciados, pero el que Ana se había llevado se vino demasiado rápido, en su coño. Luego no pudo encontrar a otro. Y las clases iban a terminar. ¿Qué carajos iba a hacer? Marcos había desaparecido también, y no llegó a la clase de la tarde. Ana estaba entrando en desesperación. Era una adicta. Pero sabía dónde encontrar su droga….

 

***

Así lo recordaba Ana Fakas, la actriz más solicitada del mercado, mientras grababa su escena, un remake de “Cleopatra y Marco Antonio”, de su madre, mucho más hardcore y explícita que la anterior. Ella era Cleopatra, y estaba al interior de una gigantesca tina de leche, rodeada por vigorosos muchachos que solo actuaban por ella. Algunos le echaban litros de leche encima, y otros se masturbaban mirándola, mientras ella se acariciaba la entrepierna.

De pronto, dos de los chicos se lanzaban a la ingeniosa piscina, que tenía forma de verga erecta, y se acercaban a su vagina chorreando. Una de las esclavas, en tanto, bajaba lentamente también y se duchaba en leche, marcando sus curvas con litros de jugoso líquido blanco ante la atenta mirada de su ama. Ana, o Cleopatra, le indicaba que se acercara mientras uno de los hombros le realizaba sexo oral, y el otro le agarraba fuertemente las tetas. Ojalá no cortaran la escena, que fuera todo en una sola toma, porque no podía esperar más.

La esclava, totalmente desnuda, se acercó a Cleopatra y le ofreció su intimidad, ficticamente virgen.

- Mi reina, ¿me mandó a llamar?

- Me habían dicho que harías todo por mí.

- Todo, mi reina.

- ¿Estarías dispuesta a ofrecer tu feminidad por mí?

- Sí, mi reina.

- ¿Estarías dispuesta a compartir la cama conmigo, tu diosa?

- Sí, mi reina, por supuesto que sí.

- ¿Te gustaría que te prestara a alguno de estos hombros, para que tomara tu flor enfrente de mí?

- Oh, sí mi reina, me gustaría mucho.

- Dime, esclava… -Y en esa escena, que había practicado mucho en casa, Cleopatra se levantaba y buscaba a su presa, tal como hacía siempre cuando joven. Hizo agachar a la muchacha, sumergida en leche, y se abría los labios mayores frente a ella, mientras los hombres a su alrededor se masturbaban frenéticamente, igual que los otros esclavos que pronto se comenzarían a derramar sobre su voluptuoso cuerpo-, ¿te gustaría que tu reina se hiciera sobre ti? ¿Quisieras los líquidos de tu diosa?

- Oh, mi reina, me haría muy feliz que hiciera eso conmigo.

- Entonces abre la boca, esclava… y disfruta de mí.

¿Cómo iba a vivir sin eso? Era una adicta al sexo sin remedio.