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Memorias de Sexo y Juventud (03)

en Grandes Series

La Teniente Victoria Lito patrullaba por la zona oeste de la ciudad, acompañada del Cabo Armando Prado, pendiente de todo lo que ocurría a su alrededor. Pocos eran tan capaces como ella, pocos habían ascendido tantos rangos como ella, pocos tenían tantos criminales como ella tras las rejas... y pocos, muy pocos, eran tan seductores como ella. Probablemente nadie en el Cuerpo.

A la vez que conducía y vigilaba, sin una pizca de sueño a pesar de ser las 2 de la mañana, hablaba con el Cabo Mayor sobre cosas al azar, triviales, y este asentía con la cabeza, seguro de que iba aprendiendo de la mejor hasta en los menores detalles. Además, no podía quitársela de la cabeza… la teniente era increíblemente hermosa, con largo cabello rojo, labios carnosos, ojos como esmeraldas vibrantes, curvas fascinantes, y una voz increíblemente sexy, capaz de dominar a cualquiera a su voluntad. Usaba el tradicional uniforme verde grisáceo, pero con la camisa ligeramente abierta (por el calor nocturna, decía ella), una falda corta que remarcaba deliciosamente sus larguísimas piernas, y las armas protocolares que le dotaban del aire intimidante y firme a partes iguales que merecía.

- ¿Nervioso, cabo?

- No, señora, para nada.

- Pues yo sí veo nerviosismo, cabo -dijo la teniente, con gracia, como si hubiera contado un chiste que solo ella se sabía-. Lo he visto tantísimas veces ya… pero no te cortes, mira lo que tengas que mirar.

A ella él le gustaba. Cuando se requirió de un compañero para el agente, ella misma se ofreció para enseñarle algunas cosas, y muchos en el Cuerpo lo odiaron y admiraron en silencio a la vez. Muchos sabían de lo que ella era capaz, y lo que ocurriría con él, pero nadie decía nada… así de endiabladamente buena era en todo lo que hacía, y todos podrían tener su oportunidad alguna vez.

Y él era tan atractivo… alto, de espalda ancha, pectorales marcados detrás de la camisa, corto cabello castaño y una mirada penetrante, aunque algo cohibida en su presencia. Le recordaba muchísimo a Sergio Menez, cuando era su profesor de matemáticas de las que tan enamorada estaba ella en aquella época…

- ¿Señora? -preguntó él, titubeando, cuando ella le tocó el bulto del pantalón con la mano derecha enguantada por delicada y elegante tela blanca, sin parar de manejar con perfecta precisión y calidad con la izquierda.

- Creo que la palanca de cambios necesita algunos ajustes, sabes… pero mira allá, cabo. ¿Ves cómo se mueve aquel coche? Parece que no tendremos una noche tan aburrida tampoco.

No lo sería. Ella siempre vivía al máximo todo lo que debía vivir, tanto ahora como agente policial, como antes cuando era una joven colegiala, rebelde y encendida de pasión por un video misterioso, en su último año escolar.

 

 

 

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- Victoria, ¿qué es lo que te ocurre? -le preguntó el profesor Sergio Menez mientras salían del salón de docentes, tras dejar el libro de clases. Ella seguía acompañándolo, lanzándole miradas insinuantes.

- Nada, profe, ¿por qué? -le preguntó a su vez Vicky. Su melena al estilo “bob” le rozaba la nuca y el cuello, haciéndole cosquillas como nunca, y por delante caía en un flequillo sobre su ojo izquierdo que le parecía muy sexy. Jamás se había sentido así.

- Porque te has comportado de manera… irregular durante mi clase, y porque me sigues acompañando. ¿Hay algo que quieras decirme? -inquirió el profesor, girándose para hablar con ella de manera paternal. La manera que ella, por nada en el mundo deseaba.

- Pensé que siempre había sido problemática para usted -dijo ella, de manera sugerente, logrando sutilmente que se levantara un poco más su falda y se mostrara un poco más de escote en la camisa.

- Rebelde, sí. Dueña de una personalidad fuerte, también. Con calificaciones demasiado irregulares, sin duda. ¿Pero así? Nunca.

- ¿Así como, profe? -dijo ella, adoptando un tono de voz de niña que jamás había usado… “en mi puta vida”, pensó. “¿Pero qué carajos me está pasando?”

- Así.

- Espere, espere -dijo Victoria, alejándose un poco de él, tratando de tomar aire. Hasta el aliento del profesor, dulce y varonil a la vez, le estaba volviendo loca e impidiendo pensar bien. Intentó armar sus ideas y actuar como siempre-. No lo sé, no tengo idea. Creo que hay algo que debo contarle, profesor… algo que ocurrió ayer. ¿Podemos hablar en privado, por favor?

- Pero tienes tu descanso ahora. Además, tu madre es profesora aquí, ¿no? Tal vez necesites hablar con ella.

Efectivamente, Varinka era la profesora de gimnasia en el colegio desde hacía diez años, y se le conocía como una de las más comprensivas y cercanas a los alumnos. Pero definitivamente Victoria no quería hablar con ella sobre lo que estaba sintiendo.

- No. No importa. Es importante, por favor.

 

Se fueron juntos a su despacho, la oficina de matemáticas en el cuarto piso de la escuela. A esas horas él era el único profesor activo, así que podían estar solos y hablar tranquilamente, a pesar de que, a diferencia de Varinka, Sergio Menez no era tan hábil en las pláticas de ese tipo.

- Dime -ordenó el profesor, tras sentarse detrás de su escritorio.

- Pues verá… -Victoria sintió que perdía el control. Estaba ruborizada. Estaba a solas con el profesor con el que había soñado por tres años, casi cada noche, deseando que él fuera el indicado que pudiera… “controlarla”- Anoche hubo una fiesta.

- Sí, lo sé. Es así todos los años, y por eso comenzamos un poco más tarde la primera clase.

- Sí… el caso es que anoche vimos… - “un video porno de hace veinte años que me tiene caliente perdida” y que me tuvo masturbándome durante media hora en la ducha”, podría haber dicho. Pero las palabras se le atragantaban y tuvo que bajar la mirada. ¿Por qué tenía que ser tan apuesto y varonil ese profesor?

- ¿Qué fue lo que sucedió? -preguntó Sergio, adoptando un tono preocupado, lógico. Debía estar pensando lo peor… que algo le habían hecho a ella. Algo indebido.

 

Lo que no sabía era que ella había hecho algo indebido con otros. Con varios, de hecho. Dos o tres, no recordaba bien, pero había estado fabuloso y se moría por repetirlo. Pero no con cualquiera… solo con él.

- No es lo que cree. O más bien, ¿sí lo es? No lo sé -Victoria levantó el rostro y miró a los ojos al profesor. Al “profe”. Era una belleza hecha hombre. Ella enrojeció aún más si podía, y sintió las bragas mojadísimas. Mil pensamientos pasaron por su cabeza, todos igualmente tentadores. ¿Cuánto más aguantaría? Quizás solo hasta que él volviera a hablarle… dependería de lo que dijera.

- ¿Sucedió algo malo, Victoria? Tal vez sí debamos hablar con tu madre y con el director.

- ¡No! Por lo que más quiera, por favor no les diga nada -sollozó Victoria, poniéndose de pie bruscamente. Sintió que algo húmedo caía por la cara interna de sus muslos, y respiraba entrecortadamente-. Profe, por favor, discúlpeme lo de hoy, desde ahora trataré de portarme bien… pero es que usted… usted me...

- ¿Yo qué? -No parecía ofendido, sino genuinamente sorprendido e interesado-. ¿Qué fue lo que hice, Victoria? Estoy aquí para todos ustedes. ¿Cómo puedo ayudarte?

Eso era lo que deseaba escuchar. Victoria casi se volvió loca, al instante, y se llevó una mano al seno derecho y la otra debajo de su ya cortísima falda negra.

- ¡Victoria! ¿Qué es lo que haces? -Al ponerse de pie, ligeramente indignado, Victoria notó el bulto en el pantalón del profesor, quien trató de ocultarlo ya demasiado tarde. A la chica se le hizo agua la boca.

- Se equivoca, profe… -Victoria Lito se calmó, pero era más bien como una pasión tranquila, un mar de sensaciones torrentosas bajo control. Dio media vuelta y caminó con sensualidad, cuidando de que parte de su culito se viera debajo de su falda con el movimiento de sus largas piernas, lo que sabía era lo más atractivo que tenía, junto con su mirada- Soy yo la que puede ayudarle.

Victoria cerró la puerta de la oficina con seguro, y se desató la camisa blanca, ya transparentada por el sudor. Debajo, mostró el asomo de un brasier rojo muy bonito detrás de la corbata.

- Victoria, esto es impropio incluso de ti. Hablaré con el director sobre esto, y también con tu padre. Vamos, contrólate y tratemos de hablar esto, sea lo que sea que te esté…

- Por favor, profe, no se guarde nada -Victoria caminó lenta, sensualmente, hacia el escritorio del profesor, quien retrocedió visiblemente nervioso-. ¿Qué va a hacer? ¿Gritar? ¿O quizás dejar que yo le muestre todo lo que he aprendido?

- Victoria, por favor detente…

La muchacha, de ardiente cabello rojo, le bajó la bragueta al docente, que se estremeció. Luego liberó, con algo de dificultad, la verga del profe de su prisión, y la contempló temblorosa. No sabía qué estaba haciendo, pero esta vez no estaba tratando de enfrentarlo. Tantas noches por tres años soñando lo mismo: ella realizando una felación con el profesor que la enloquecía. Por fin estaba logrando llevar esa fantasía a la realidad. Así que la tocó y el profe apenas opuso resistencia, quizás siendo la primera vez que se veía involucrado en una situación así. Hasta le daría lástima si las circunstancias fueran distintas, pero ese pene la hacía cambiar de parecer.

 

Era una verga larga y delgada, húmeda y con venas marcadas, con una cabeza rosa y tentadora. La tocó con suavidad con los dedos de la mano izquierda, mientras usaba la derecha para acariciar los grandes huevos que había más abajo.

- Esto está muy mal, Victoria… muy muy mal -dijo él, cerrando los ojos.

- Dígame Vicky cuando estemos solos, profe. -La joven se sentó en la silla del escritorio y contempló lo que deseaba tanto saborear una última vez-. Al fin… es mucho mejor de lo que soñaba.

- Tienes que parar, espera -le detuvo él, poniéndole la mano en la cabeza, alejándola de su pene ya erecto. Ella supuso lo que debía estar pensando el correcto y lógico docente de matemáticas, y le acarició la mano con la suya.

- Debe saber algo antes que nada -dijo con toda la sinceridad de la que era capaz en medio de oleadas de placer que recibía con solo mirar la verga y los ojos de Sergio-, quiero que sepa que nunca lo meteré en problemas, y que jamás de los jamases lo delataré con alguien. Esto es algo que deseo desde hace mucho, y ya tengo la edad adecuada además… Quiero que sea nuestro secreto, algo solo de nosotros… pero quiero convencerlo primero. Le juro que conmigo nunca tendrá complicaciones, siempre que intente disfrutar conmigo de lo que siento.

Victoria acercó la boca abierta tras terminar la oración, y engulló el largo pedazo de carne que deseaba. Al contacto con su campanilla, en lugar de sentir arcadas, Victoria se sintió, irónicamente, victoriosa, y un estremecimiento le recorrió la espalda.

- Victoria, uff… -El profe la alejó nuevamente, y cuando ella sintió que había fallado, que esta vez el rechazo de sus pesadillas iba en serio, él la besó-. No puedo hacer esto, pero al mismo tiempo… -La volvió a besar.

Dulce. Sincero. Apasionado. Pero, por sobre todo, experto. Ese era un verdadero hombre experimentado el que la besaba con absoluta habilidad. Sus labios eran suaves, pero firmes, y su lengua, que tocó con la propia, sumamente hábil y húmeda. Sabía cómo usarla.

- No se preocupe, profe… por ahora, solo necesito sentir y saborear esto -A pesar de los sentimientos que le estaba provocando el beso que tanto deseó, y la intensidad de los latidos de su corazón, era la lujuria la que estaba ganando esta vez sobre el romance. Era la oportunidad que tanto había esperado y no la desperdiciaría con palabras bonitas.

 

Así que lamió. Lamió desde la punta de su verga hasta el inicio de sus testículos, disfrutando lo largo que era aquel pene maravilloso. Un pene que jamás desearía perder.

También usó sus manos, ambas por necesidad. Cuando la lengua iba hacia arriba, su mano derecha iba hacia abajo, y con la izquierda acompañaba a su inexperta pero juguetona lengua.

Después experimentó chupar. Y cuando se metió toda la polla al interior de su lengua… entonces fue cuando supo lo que era el verdadero placer. ¡Se sentía completamente llena, pero nunca satisfecha del manjar más delicioso! Tenía un sabor fuerte, viril, cargado de líquidos que la enloquecían. Y cuando palpitaba, toda su garganta lo sentía y temblaba.

No pudo esperar más. Comenzó a tocarse ahora que su boca y lengua se estaban ocupando del asunto. Llenó de jugos la silla del profe, pero no le importó ni un rábano.

- Ah, Victoria… estás haciéndolo muy bien -susurró, nervioso, el profesor. Aún debía estarse enfrentando a su dilema moral interno, y por eso Victoria decidió no llevar la situación a otro terreno…… por ahora.

- Lo sé, profe -dijo ella, y cuando se quitó la verga, llena de sensuales hilos de saliva alrededor, supo que no podría aguantar sin eso -Oh no… no puedo esperar- Se la metió de lleno nuevamente.

 

Aumentó la velocidad de su cabeza moviéndose hacia atrás y hacia adelante, y movió la lengua en todas direcciones, cuidando de no usar los dientes. Al mismo tiempo, se metió dos dedos en su húmedo coño, deseando que esa verga entrara allí. Pero no todavía… aún tendría tiempo para eso.

De hecho, no lo necesitó esta vez. Cuando el profe, tímidamente al principio y bruscamente después le puso las manos en la cabeza y jaló hacia adelante, ella supo que era de su propiedad. Y se vino de puro gusto, como jamás lo había hecho, chorreando la silla hasta que escuchó sus jugos cayendo al piso encerado.

- Hm, hm, hmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm -musitó, sin sacarse la verga de la boca.

- Victoria, me…

- Vicky, dígame Vicky profe, y haga lo que tenga que hacer… soy toda suya -dijo la chica, engullendo la polla justo después. De verdad no podía estar sin la boca ocupada con esa carne.

- Vicky, disculpa, voy a…. ¡Ahhhhhh!

- Hmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm…

Dulce, maravillosa y pegajosa leche. ¡Qué cosa más rica estaba corriendo por su garganta, un sabor que enloquecería a cualquiera! No iba a escupirlo, se tragó todo lo que salía de aquel precioso manantial, a la vez que seguía corriéndose, una y otra vez, hasta que sus dedos se cansaron de entrar y salir de su coño.

Tragó, tragó y tragó… y eso era solo el principio. Esa oficina sería tan suya como del profesor, ya lo había decidido. Pensando en eso, Victoria Lito volvió a tragar, decidida a revolucionar todas las clases.

 

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La teniente Lito dejó al cabo a cargo del auto, mientras ella abría las puertas del coche donde una pareja de adolescentes tenían sexo en la vía pública. Un “afuera, niños”, bastaba, a pesar de que el muchacho era un fornido adolescente que trató de escapar, dejando a la chica detrás, llorosa y nerviosa. Qué pedazo de mierda, pensó la agente mientras lo perseguía por una cuadra, y lo doblegaba y esposaba en tres segundos. Nada que ver con el profesor Sergio Menez, siempre correcto y dulce y caballeroso y sensual.

El chico la insultó con todos los comentarios machistas que se le ocurrieron, y trató de usar su superioridad física supuesta para zafarse, pero eso no servía con ella, la mejor en todo lo que hacía. Hasta el papeleo lo terminó en un santiamén.

 

Luego, cuando volvió a patrullar con el cabo, se recordó por enésima vez que era capaz de todo lo que deseara. Que podía doblegar a quien quisiera… y el cabo también lo supo, al percibir su mirada.

- ¿Teniente? -preguntó, cohibido.

- Entre en la autopista y, cuando le ordene, orillese y pare el auto.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- Porque atrapar a un par de enanos calenturientos no es suficiente acción para mí. ¿Me entiende, cabo?

- S-sí, señora, creo que sí.

Cuando se detuvieron, ella no tardó en quitarse la camisa verde y soltarse el largo y ondulado cabello rojo que a todos volvía locos. Tampoco tardó mucho en subirse la falda hasta la cintura, quitarse las húmedas bragas, y sentarse en las piernas del cabo, ya evidentemente erecto y perplejo. Le puso las tetas en la cara tras quitarse el sensual corpiño rojo, y él, ni tonto ni perezoso, no tardó en entender que debía cumplir sus órdenes y comérselas, pues allí, con ella, no tenía ni un poco de don de mando.

Ella se metió la verga en su interior, tan dura y peligrosa como el cabo en una misión, cuando ella no estaba presente para ponerlo nervioso. Y, como siempre, se vino al contacto de esa polla con sus paredes internas. Así lo quería ella, y nada se lo impediría.

- ¿Segura que esto está bien, teniente?

- Cabo, por una hora, seré tuya, tu puta si gustas, así que no preguntes tonterías. Pero que te quede claro -Victoria realizó unos movimientos fuertes y duros que hubieran pinchado las llantas de cualquier coche normal-, tú eres mío también, y haré lo que quiera contigo, así que más te vale disfrutarlo y darme caña como me merezco.

De la nada, la teniente se sacó unas esposas y le ató las muñecas al hombre, que pareció relajarse un poco. Le comió los pezones y luego la boca completa de la teniente. Y ella, por una hora, gimió como quiso.

 

Continuará...