No, ya no era como antes, pensaba mientras daba vueltas y más vueltas al café vespertino. No es que no hubiese amor o que algo se hubiese roto entre nosotros, pero ya no era igual el hacer el amor.
¿Porque paso? No lo sé, de veras que no lo sé. Un impulso, un momento tonto, no lo sé, pero paso. Ahora ya es tarde para arrepentimientos o explicaciones. Paso y ya.
Quizás sea yo la rara, no lo sé, puede ser. No es falta de experiencia, tuve más amantes de los que puedes pensar y menos de los que hubiese querido. Pero, entre tantos hombres que acariciaron mi cuerpo solo dos o tres pasaban el aprobado.
Un trato es un trato y si yo había hecho mi parte ahora me tocaba a mi cobrarme la mía.
Estaba caliente, muy caliente. Mis pechos amenazaban con romper la camisa y mis bragas nadaban en un mar de humedades. Ni la ducha de agua fría me quitó la calentura. Necesitaba una polla, así, sin más, la necesitaba urgente.
Mi melena negra tapaba lo poco que quedaba por descubrir de mi pecho. Intencionadamente dejaba que mi pelo tapara mis pezones a su vista.
Aquella noche no podía dormir. Si cerraba los ojos mi mente se llenaba de imágenes que acaba de vivir aquella misma tarde.
Ese medio día, mientras comíamos, las miradas de mi hermano y mías, eran más que casuales. Casi ni hablábamos. Mis padres se extrañaban que no estuviésemos discutiendo sobre alguna banalidad.
¿Y si por una vez, por solo una vez me atrevo a dar el paso y miro? ¿Qué puede pasar? Un vistazo, solo un vistazo rápido. Solo eso, una miradita fugaz.
Los últimos rayos de sol rozaban el tejado del domus y algunas antorchas del exterior comenzaron a alejar las sombras que se cernían ya, mensajeras de la noche.
Ya el sol calentaba alto, casi pasada la cima de su órbita. De la calle llegaba el rumor de carros y gente. El domus aparecía como sumido en un silencio apenas roto por el chocar del agua en las fuentes del jardín.
El frio mármol de las paredes proporcionaba cierta frescura a la estancia. Una luz trémula de candelarias hacia bailar las sombras de las columnas Grandes cojines aparecían dispersados sobre el inmenso salón alojando a los comensales, dando comodidad a la frialdad del suelo.
A veces, muchas veces, ni siquiera sabes el porqué pasan las cosas, solo pasan. Puedes ser espectadora o personaje, a veces ambas cosas a la vez. Estás allí, parada o activa, depende del papel que te toque representar en ese momento. Pero el hecho es que estas.
¿Por qué negarlo? ¿Por qué no contarlo? ¿Por qué esconderme en la mojigatería de lo normal?.A fin de cuentas ¿Qué es lo normal? Ser mujer, hacerte mayor, casarte, tener hijos, una vida sexual más o menos complacida, ¿Qué es lo normal?
El agua estaba un poco fría para mi gusto así que salí pronto del mar. Apenas un baño rápido y corrí hacia la toalla calentita que me esperaba sobre la arena.
Aquella tarde se repitió en mi mente por muchas noches. Cada gesto, cada sensación, cada poro de aquella piel se quedo como tatuado en mi mente y era inevitable recordarlo y no ponerme a mil
Sabía que me estaba mirando. Desde la corta distancia que separaba mi pupitre de su mesa podía sentir el calor de su mirada clavada entre mis piernas
El dinero no me llegaba, como a casi todos los estudiantes. Pagar universidad, el piso, la comida, las copias y demás gastos eran muchos para el poco dinero que mis padres me podían mandar.
Me pare un momento a pensar si aquello que me disponía hacer sería una buena idea. Me gustaba, me gustaba a rabiar.
Estaba sentada delante de mi ordenador. Tenía un montón de ideas rondando la cabeza pero nada con sustancia. Quería escribir un buen relato erótico pero nada de lo que se me ocurría me parecía bueno.
Esa era, por aquel, entonces mi tema favorito. Siempre que lo escuchaba trataba de imaginarme como seria hacer el amor.
Podía notar su dureza rozar mi vientre. Su aliento en mi cuello me hacía sentir escalofríos por todo el cuerpo .Sus manos en mi espalda, acariciando lentamente, me hacían cerrar los ojos para sentirlo más aun.
La maldita ametralladora se me estaba clavando en el hombro. ¿Quién me mando a mí alistarme en el ejército? Con lo agusto que estaba yo en casa.
Hundida. Desesperada. Abrazada a mi almohada en la soledad de aquel cuarto, que hoy, se me antoja gigante.
Llegue a casa cansada. Una larga jornada. Un día de los que no pasan. El reloj parece arrastrarse para contar los minutos.