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Notable alto

en Hetero: General

Quizás sea yo la rara, no lo sé, puede ser. No es falta de experiencia, tuve más amantes de los que puedes pensar y menos de los que hubiese querido. Pero, entre tantos hombres que acariciaron mi cuerpo solo dos o tres pasaban el aprobado. Quizás solo uno llego al notable. Igual es que soy muy exigente, pudiese ser, pero odio que me usen como juguete sexual. Me niego, no soy un objeto de placer, no soy una diva del porno, ni lo soy ni quiero serlo. No me gusta atragantarme con un trozo de carne hasta la arcada, odio el sabor del semen, que nadie se acerque a mi parte trasera sino es para acariciar mis glúteos. No soy contorsionista, nunca trabaje en el circo del sol. Y no, no soy el trozo de carne que rodea un coño.

Soy una mujer, con mi sexualidad muy clara, muy definida y sé que cosas me gustan en una cama y que cosas no.

Y es que, a veces, muchas veces me canso de esperar a cumplir mis deseos. Por eso que, entre tantos hombres que me amaron, apenas uno llegó a la nota más alta.

Me sedujo desde el primer momento que, en lugar de darme un beso en la mejilla, tendió su mano tomando la mía sin apretar, dulcemente. No era guapo, no nos vamos a engañar, solo sus ojos verdes destacaban en aquella extraña cara. Pero su voz era profunda y grave, me atraía, parecía una de esas voces de la radio, de esas de programas de noche que llenan una habitación y te hacen temblar un poco.

Nunca miró mi pecho, a pesar de llevar un generoso escote, al menos que yo pudiese darme cuenta. Nunca lo vi babear por tenerme. Era un tío, con todas las letras. Cortés, amable, pero sin ser adulador, educado, atento, detalloso, graciosos cuando tenía que serlo y serio cuando la ocasión lo requería.

Vestía bien, sin exagerar de moderno, tenía gusto al vestir, era evidente que cuidaba su aspecto exterior. Siempre bien afeitado, perfectamente peinado, sus uñas y manos cuidadas. Usaba perfumes suaves, no de esos empalagosos que se pegan al paladar y a la nariz dejando su pestilencia pegada a tu ropa por días.

Nos presentó un amigo común en una fiesta. Charlamos un buen rato, me cayó muy bien, era simpático. A mis 22 añitos pocos había conocido como él. Las horas pasaron rápidas mientras charlábamos. La fiesta termino casi sin darnos cuenta. Nos despedimos esperando vernos otra vez. Yo, para que engañarnos, deseaba que así fuese. Se marchó en su coche azul cobalto, no se la marca, no entiendo de coches.

Unas semanas después coincidimos de nuevo en un concierto de música. Fue por casualidad, casi chocamos el uno contra el otro sin querer. Me reconoció al momento, yo también a él. Esta vez sí nos dimos un beso para saludarnos. Lo acompañaban unos amigos, yo iba con unas amigas. Las dos pandillas nos quedamos juntas entre la gente, saltando, disfrutando del concierto, haciendo palmas, coreando canciones. Nos divertimos.

Aquello termino y nos animamos a seguir de fiesta por ahí todos juntos. Salimos del concierto comentado lo que acabábamos de disfrutar. No tengo que decir que trate de todas las formas posibles estar junto a él todo el rato. Sin acercarme demasiado, pero a su lado. Creo que él busco lo mismo, aunque podría ser que yo lo malinterpretara.

Da igual, salimos de allí camino de los pubs. Risas, bromas, tonterías típicas de los chicos, salvo él, que siempre permaneció en su sitio. Procure hacerme un hueco a su lado siempre que podía, buscar su conversación. Los pubs se sucedieron aquella noche. Algunos de la pandilla terminaron enrollados por alguna esquina. Jugamos al billar, él me enseño delicadamente como hacerlo colocándose detrás de mí, procurando no rozarse al poner mis manos en el taco. Nunca había jugado y las risas y bromas cuando fallaba el tiro sonaban divertidas a mi alrededor, salvo la suya, me miraba con comprensión, me animaba a seguir practicando. Me hacía sentir bien.

Una noche más que llegó a su fin sobre las 5 de la madrugada. Esta vez sí me pidió mi número de móvil, cosa que hice sin dudar. Me dio las gracias y prometió llamarme la semana próxima.

Un beso en la mejilla de nuevo y un adiós cuando me subí al taxi que me llevó a casa.

Al llegar a casa y acostarme no pude reprimir mis últimos pensamientos para él. Me gustaba a rabiar. Me hacía sentir especial entre las demás, él era diferente a los demás.

La semana pasó lenta y aburrida hasta el viernes por la tarde. Mi móvil sonó y pude escuchar su voz grave al otro lado. Se me encogió el ombligo. Me invitaba a tomar café sino estaba ocupada. Y claro que no lo estaba, no para él.

Quedamos en una cafetería céntrica. Me arregle un poco, Un vaquero ajustado y roto por las rodillas, un suéter blanco. Tampoco quería ir llamando la atención. Un leve toque de rímel y maquillaje, sin exagerar. Salí en busca de un autobús que me llevara a mi esperada cita. Estaba nerviosa. A solas con él, tenerlo entero a mi disposición mmmm…. Casi quería que el autobús no parase hasta llegar al centro, pero no, tuve que contener mis ganas por casi media hora más hasta llegar mi parada.

Una vez fuera del me dirigí a la cafetería donde me esperaba. Se levanto al verme entrar con una sonrisa, me dio un beso mientras me pedía que me sentara. Pedimos unos cafés y comenzamos a charlar distendidamente, como si nos conociéramos desde siempre. Me sentía extraña, él me hacía sentir extraña.

Sentado frente a mi podía ver a la luz de la tarde el intenso verde de sus ojos clavados en los míos mientras sus manos se entretenían dando vueltas al plato que sostenía la taza de café. Hablamos de mil cosas, me conto de su vida, yo le hable de la mía. Intimamos lo justo, sin ir más allá. Nos reímos contando anécdotas personales. Me ganaba a cada minuto, me hacía sentir tan bien que rogaba porque el reloj no anduviera.

Tras los cafés pedimos unos refrescos. A nuestro alrededor las personas entraban y salían, pero nosotros seguíamos allí sentados, disfrutando el momento.

Pero el tiempo pasó y el sol dio paso a la luna. Con ella la mirada al reloj que nos decía que debíamos de irnos. Él se empeñó en pagar las consumiciones, no me permitió pagar nada. Retiro la silla para que me levantase, tomó mi brazo con su mano al acompañarme hasta la salida. Cómo queriendo protegerme de algo. Me gustó.

Decidimos dar un paseo, la noche era cálida y el calor ya había pasado. Caminamos despacio, sin rumbo fijo, por el gusto de estar juntos paseando. Llegamos a una placita donde unos kioscos de flores comenzaban a bajar sus persianas, tuvo el tiempo justo de comprar una rosa y regalármela junto a su mejor sonrisa. Que tierno.

De vez en cuando nuestras caderas se rozaban, pero él se disculpaba, dios…pensaba para mí que me moría por darle un beso de tornillo allí mismo. Pero no, él siguió contándome cosas divertidas mientras caminábamos. Nos reíamos mucho.

Pero al rato me canse un poco de tanta cortesía, simulando tener frio pase el brazo por su cintura como buscando su calor. Me miro desde arriba con aquellos ojos verdes suyos y se limitó a pasar su brazo por mis hombros. “Tengo frio” deje caer como excusa y me aprete un poco a su cuerpo, él respondió bajando su mano por mi brazo varias veces para calentarme.

Mi corazón se aceleraba cada vez que mi pecho rozaba su costado. Me sentía en la gloria. No quería más pero tampoco menos. Quería que todo fuese así, dulce, sin prisas, despacito, como a mí me gusta. No era amor, era ese sentirse bien con alguien que te hace cosquillas en el estómago y alegra la mirada.

La noche nos sorprendió andando abrazados por las callejuelas de mi vieja ciudad, apenas iluminadas por farolas mortecinas que casi se negaban a alumbrar. Ambos habíamos perdido la noción del tiempo o el espacio, ni siquiera éramos conscientes de cuanto habíamos andado.

En un momento dado nos apoyamos en una pared, más bien yo lo apoye a él, aunque quedando mi cuerpo entre su cuerpo y la pared. Mis labios se abrieron un poco y busque los suyos. Sus labios me besaron como si nunca me hubiesen besado, era pasión lo que sentí a través de su piel. Su lengua busco la mía sin ansias, apresurada pero no invasora, como pidiendo permiso para entrar en mi boca. Su cuerpo se pegó al mío mientras sus brazos me rodeaban tiernamente. Los míos lo buscaron a él.

Así pasamos un buen rato, intercambiando saliva, emborrachándonos de deseo, sin apresurarnos, dejando que ocurriera lo que tuviese que ocurrir. Sentí una dureza chocar contra mi muslo, era normal, él era chico. No intente separarme, el no presiono más. Se quedo allí, besándome con pasión mientras sentía mis pechos clavarse en el suyo.

Parecía que los astros se confabulaban a nuestro favor. Nos separamos despacio, como queriendo aplazar el momento. Me miro a los ojos sin dejar de abrazarme, yo me limite a hundir mi cabeza en su pecho y estrecharlo contra mí.

Despacito, muy despacito se separó de mí, me tomo de la cintura y tiro para animarme a seguir caminando. Pero esta vez nuestros brazos agarraban con ganas el cuerpo del otro. El mundo se había parado a nuestro alrededor. Todo me importaba un pimiento.

Desandamos lo andado, llegamos hasta su coche y me invito a llevarme a casa. Acepté más que agradecida. Ya en el coche me pidió que tipo de música me gustaba, conteste que cualquiera que fuese tranquila. Manipuló el equipo de música y una suave melodía nos envolvió mientras salíamos hacia mi calle. Las luces y los semáforos pasaban rápidos mientras tratábamos de conversas sobre nimiedades. Creo que los dos estábamos sorprendidos, era una situación extraña creo que para los dos. Todo fue rápido, pero sin meternos prisa. Simplemente ocurrió. No había compromiso ni palabras de amor. Ocurrió y ya.

Al cabo de un rato, y dirigido por mí, llegamos a mi destino. Paró el coche, me quité el cinturón de seguridad y me incliné sobre él. Le di un largo beso, promesa de un futuro. Me lo devolvió apasionado. Un “llámame” de su boca, la promesa de hacerlo en mis ojos. La puerta que se abrió empujada por mí. Su espera hasta que entre en mi portal. El sonido de su coche alejándose calle abajo. Mi habitación acogedora, mi almohada que se llenó de suspiros y sonrisas calladas. Mi ropa por los suelos, mis bragas mojadas, no puedo negarlo, me excito. El sueño reparador.

Si, así fue nuestra primera vez, sin sexo, solo pasión, insinuaciones, calma, infinita calma y paz con pequeños jadeos de deseo.

La siguiente vez que nos vimos fue en un parque. Esta vez sí nos besamos en la boca en cuanto nos vimos. Nos abrazamos con ganas, creo que ambos queríamos recordar el tacto de nuestros cuerpos apretados. Reíamos alegres mientas caminábamos en busca de un lugar tranquilo donde poder estar sin molestas miradas. Despacio, pero con la prisa en el alma llegamos a un lugar apartado del parque, nos dejamos caer sobre el césped, nos colocamos muy pegados el uno al otro, mientras nuestras bocas se buscaban con urgencia. Poco nos importaba manchar nuestra ropa de verde o que el césped recién cortado picara en mis piernas. Solo había labios enfrentados, lenguas que se buscaban, manos que amenazaban clavarse en el otro.

La noche cómplice nos tapaba, nuestra respiración subió de nivel. Su pierna entra las mías, rozando con el muslo mi entrepierna, la mía sintiendo la presión de su sexo apretado bajo el vaquero. Una mano que se paseó por mi espalda hasta llegar a mi cintura, la rebaso, mi cadera, la rebaso, llego hasta el principio de mi culo y lo amaso sin apretar demasiado. Lo necesitaba. Me sentía muy excitada.

Mi mano se coló bajo su camisa buscando su espalda que “barrí” de arriba abajo apretando su pecho contra el mío. Sintiendo mis pechos taladrarlo. Nuestras bocas no se separaban, las lenguas iban y venían dejando gemidos en nuestros labios apretados.

Una mano se metió despacio entre su cuerpo y el mío, me separe lo justo para dejarla llegar a mi pecho. Lo acaricio por encima de la camisa haciéndome estremecer. Con mis propias manos desabroche los botones de mi camisa para dejarle el camino abierto a sus caricias. No tardo en rebasar la frontera de mi sujetador apoderándose de mis pezones ya duros como rocas. Empuje su cara hasta mi cuello y su boca arranco de la mía gemidos de placer cuando sentí sus dientes mordisquearlo. Lo deje hacer un rato allí antes de empujarlo de nuevo hasta llevar su boca a mi pecho que ya subía y bajaba alterado.

Creí correrme cuando su lengua recorrió mi pezón antes de hundirlo en su boca cálida. Mi mano estrechaba su cabeza contra mis pechos mientras sentí una mano subir por mi muslo hasta colarse bajo la falda. Mis piernas casi cobraron vida propia y se separaron esperando la caricia en lo más íntimo de mi ser. La dejo allí, posada sobre mi pubis, acariciando levemente el borde de mi braguita con un dedo. Volvió a besarme casi con rabia.

Mis manos jugaban con su pelo, con su cara. Buscaba su mirada verde con mis ojos entre beso y beso para volver a cerrarlos lánguidamente cuando su mano resbalo bajando por mi humedad hasta notar mi clítoris ya erguido hacia un buen rato. No podía reprimir los gemidos que me nacían en el vientre al sentirlo apretar con delicadeza sobre aquel lugar.

Casi pidiendo permiso se coló bajo la tela para sentir mi piel expuesta a sus caricias, mi ralo vello en su palma, mi humedad de hembra en celo en sus dedos. Mi mano se crispó sobre su nuca al sentir su tacto.

Comencé a temblar, primero levemente después algo más rápido, al mismo ritmo que imponía su dedo en mi vagina. Me aferré a sus hombros cuando comencé a verterme por dentro, el corazón se me salía por la boca. Estallé en un grito lastimero mientras cerraba mis piernas atrapando aquella mano entre ellas, evitando que siguiese moviéndose, torturándome.

Deshizo el contacto lentamente, su mano subió por mi vientre, entre mis pechos, hasta mi nuca, manejo mi cabeza hasta besar mi boca profundamente, ahogando los últimos gemiditos que aun escapaban de ella. Mi mente aun flotaba en una voluta de placer.

Por unos momentos me quede allí, tumbada sobre la hierba, notando su respiración entrecortada rebotar muy cerca de mi boca. Reaccioné como pude. Pasé una pierna sobre las suyas, hasta rozar su paquete entre ellas. Lo note duro contra la parte interna de mi muslo. Lo volví a besar con ganas mientras deslizaba mi mano por su pecho, su vientre, más abajo, su dureza.

Se le escapo un gemido cuando lo aprete con dulzura por encima del pantalón. Me dejó hacer. Lentamente bajé la cremallera hasta poder colar mi mano por ella, podía sentir el calor que emanaba, rebasé el slip hasta notar en mi palma la tersura de su miembro. Lo acaricie suavemente.

Para entonces sus ojos se habían cerrado y una mano se crispaba en mi hombro mientras mi boca dejaba pasear la lengua de su oreja hasta el cuello. Tire de su pene hacia afuera, hasta sacarlo a la luz, quería sentirlo bien firme en mi mano. Lo acaricie arriba y abajo, como tantas veces había hecho antes a otros hombres. Sentía sus pulsaciones entre mis dedos, de su glande resbalo una gota de liquida transparente que se perdió entre mis dedos.

Jadeaba a cada caricia mía. Lo dejé por un momento para desabrochar el pantalón y tener más libertad de movimiento. Separe bien el pantalón y baje mi mirada hacia mi mano que de nuevo lo empuñaba subiendo y bajando aquella piel suave. Mis ojos se llenaron.

Repté por su pecho hasta llegar a su vientre donde dejé reposar mi cara bien cerca de aquel trozo de carne caliente y duro. Lo podía mirar directamente mientras desaparecía entre mis dedos para volver a salir quizás más desafiante a cada caricia. Me sentía bien.

Su olor me llegaba suave y algo dulzón, desee tenerlo en mi boca. Bajé un poco la cabeza hasta tocar su punta con mi lengua, la pase unas cuantas veces mientras notaba la crispación en sus caderas, después lo metí un poquito en mi húmeda boca donde mi lengua siguió repasándolo una y otra vez, una y otra vez.

Su mano en mi nuca me dijo que el fin se acercaba, aumente el ritmo hasta sentir la primera contracción en el tronco de su miembro, su mano me empujo a un lado para sacarlo de mi boca, seguí subiendo y bajando mi mano mientras sus caderas se dispararon hacia adelante lanzando al mismo tiempo su semen contra el césped y su propio pantalón, gimiendo, casi gritando. Lo mantuve firmemente mientras dejaba regueros blancos y pegajosos correr sobre mis dedos. Poco a poco se fue calmando y esta vez fui yo quien subió hasta su boca para besarlo con ganas.

De su bolsillo saco un pañuelo con el que limpio primero mi mano y después su pantalón, bueno, lo que pudo. Se cerro la cremallera guardando su miembro ahora flácido tras ella y se dejó caer de espaldas sobre el césped.

Lo sé, solo fue un desahogo, pero creo que a ambos nos vino bien, creo que los dos necesitábamos descargar un poco. Calmar las ganas de sexo, aunque fuese a través de esta manera. Deseado sí, pero solo un desahogo, lo importante éramos nosotros por encima de aquello.

Después de un rato tratando de calmarnos se incorporó sobre su codo, se quedó allí, frente a mí, con la cara muy cerca de la mía, clavándome sus ojos. Me dio un leve pico en los labios. Se puso en pie y me tendió la mano para ayudarme a levantarme.

No estuvo mal, nada mal. Me sentía bien, fue casi espontáneo, sin obligaciones, sin premuras, sin exigencias, sencillo y muy muy agradable.

El resto de la tarde-noche lo pasamos por ahí, fuimos a tomar unos helados, bebimos unos refrescos en una terracita. Caminamos abrazados. Ahondamos en nuestra amistad un poco más. Nadie hablo de amor ni cosas así, solo éramos dos amigos que empezaban a conocerse, con derecho a roce si surgía, pero nada más.

A aquella noche le siguieron varias, no seguidas, esparcidas en unas cuantas semanas, algunas llamadas por teléfono, algún wasap hasta las tantas de la madrugada. Despacio, sin prisas.

Poco a poco fuimos tomando confianza, nos contamos intimidades, inquietudes, sueños por realizar, alguna pena. Intimamos.

Y así llegamos al día de nuestro primer encuentro sexual serio. En un ataque de sinceridad me confeso que estaba deseando hacer el amor conmigo pero que no tenía prisa, cuando yo quisiera, si es que quería, donde quisiera, de la forma que me apeteciera. Por un momento me quede callada, perdida en sus ojos, la pajita de refresco colgada de mis labios. Nunca antes había sido así con ningún chico, siempre fue de prisa, corriendo, sexo rápido y sin sentido. Pero nunca así. Yo también tenía ganas de tenerlo para mi sola en cuerpo y alma, aquellas caricias solo habían sido una primera toma de contacto, pero mi cuerpo se revelaba cada vez que sentía su cuerpo pegado. Quería más, mucho más.

Quizás por eso me quede pensándolo tanto rato. Él bajo la cabeza y creo que pensó que había ido demasiado lejos. Me pidió disculpas por su atrevimiento. Le sonreí levantando su barbilla hasta que mis ojos miraron a los suyos. Si, yo también quería dar ese paso. Le explique mi silencio momentáneo, él lo entendió. Sonrió, nos besamos.

Salimos en busca de su coche. Subimos en él y apretó el acelerador. Me propuso ir a un hotel y pasar la noche. Acepte, pero no hoy, mejor mañana o el sábado mejor aún. Le pareció bien y esa noche me dejo de nuevo a la puerta de mi casa. Hoy era miércoles así que tenía tres días por delante para “prepararme”.

Me fui a la cama un tanto excitada por la idea. Me ponía húmeda de solo pensarlo. Me acurruque bajo las sábanas y dejé que mi mano levantase un poquito el pijama para llegar a mi pecho mientras me imaginaba aquel pene rozar mi entrepierna. Me mordí un labio cuando mi pezón reacciono irguiéndose. Lo amasé suavemente, pasé un ratito llevando mi mano de un pecho a otro hasta que la calentura entre mis piernas alcanzo grados suficientes. Tire del pantalón hacia abajo quedando con él a la altura de las rodillas, las piernas semiabiertas y mi mano pasando suave por mi monte de venus. Baje mis dedos justo hasta la comisura superior de mis labios vaginales, mi clítoris aún no estaba muy hinchado pero sus alrededores estaban húmedos, muy húmedos. Introduje un poco el dedo en mi vagina y mordí la almohada de puro placer. Saque mi mano de allí para llevarla a mi boca, moje mis dedos de saliva y los acerque de nueva a mi grutita húmeda. Alcance mi clítoris que ahora si ya sobresalía entre los pliegues. En mi mente era su lengua la que lo acariciaba, mis gemidos aumentaron. Mas nerviosamente el ritmo de mi mano se aceleró y abrí las piernas un poco más. Gemí mordiendo la almohada.

Del cajón de la mesita de noche saqué mi querido vibra, lo introduje en mi boca imaginándome que era su pene erecto el que jugaba contra mi lengua, lo quería humedecer bien antes de su siguiente trabajo. Mientras mi mano seguía atormentado mi clítoris. Giré la base del aparato y su zumbido se dejó oír, lo puse al mínimo al acércalo a mi pezón, me excitaba muchísimo.

En mi mente seguía viendo aquel pene jugar en mi pecho, resbalar por mi vientre y rozar la entrada de mi coñito. Baje el vibra hasta mi entrepierna y aumente su vibración cuando mi clítoris se acostumbró a sus temblores, lo hundí solo un poquito en mi interior, me sentía humedísima. Lo empujé un poco más y temblé mientras mi dedo atormentaba mi clítoris y aquella cosa se clavaba en mí.

Me tumbe bocabajo para poder controlar la profundidad, ahora era Jorge el que me taladraba desde atrás en mi mente. No paraba de gemir mientras aumentaba el ritmo de penetración. Me imaginaba sus manos en mis caderas tirando de mí, el golpeo de sus testículos contra mi culo. Hundí más mi juguete de látex en mi interior mientras abría más aun mis piernas. Lo sentí nacer en mi útero, al principio unas cosquillas, fueron en aumento hasta alcanzar mi columna vertebral, lo noté subir por ella mientras boqueaba abrazada a la almohada.  Llego hasta la base de mi cabeza, a mi nuca y me golpeo haciéndome temblar entera.

Caí sobre mi juguete clavándomelo hasta el alma mientras jadeaba sin control, Las piernas extendidas, mi culo aun oscilante, el pijama arrollado en una pierna junto a mis braguitas. Por un momento creí notar su semen entrando caliente hasta lo más profundo de mí.

Me quede dormida así mismo. El consolador se salió solo de mi entrepierna, ni me entere. Estaba muerta de placer y cansancio.

Llegó el sábado. Por la mañana me llamó. Quedamos en vernos sobre las ocho de la tarde en la cafetería donde nos vimos por primera vez. Pase el día nerviosa después de aquella llamada. Que tontería, como si fuese mi primera vez. Me abroncaba a mí misma por comportarme como una quinceañera…pero no podía evitarlo. Quería que fuese diferente, no quería más de lo mismo de siempre, deseaba que no fuese igual que siempre, con Jorge no podía ser así, no me lo imaginaba así.  De ninguna manera, él era muy diferente a lo que antes había tenido entre mis piernas.

Después de almorzar me metí en el baño, tenía unas horas para prepararme para esta noche. Una larga ducha, el rasurado de piernas y demás partes, recortar el vello del pubis, crema hidratante…” ¿que estará pensando él?”, de frente al espejo una larga sesión de secado y peinado del cabello, “¿qué hará en este momento, quizás lo mismo que yo?”. Me miro satisfecha con mi pelo y me dispongo comenzar una larga sesión de maquillaje. No, no quería nada exagerado, no me gusta llamar la atención demasiado pero tampoco pasar muy desapercibida, ese lugar a medio camino entre lo barriobajero choni y la espectacularidad de un maquillaje de los muchos que miré en you tube.

Revolví entre mis cosas, saqué todo lo que me pareció acertado y lo dispuse frente al espejo. Aparte un poco mi pelo hacia atrás y comencé. La música de mi móvil de fondo, el reflejo de mi cuerpo desnudo en el espejo, ese nerviosismo tonto en el estómago…

Me puse y quite no sé cuántas cosas en la cara, nada me contentaba. Después de una hora larga me miré y me di por satisfecha. Una larga mirada al espejo me devolvía una cara agradable y sonriente mientras mi mente ya bajaba entre sábanas e intimidades.

Envuelta en la toalla caminé hasta mi dormitorio, la deje caer a mis pies cuando abrí el armario, me miré en el espejo, me di la vuelta para ver mi parte trasera. Estoy segura que cualquier mortal caería rendida a mis pies.

Me probé varios juegos de ropa interior hasta que encontré con el que mas sexi me veía, un conjuntito de braguita y sujetador blancos transparentes. Dejaban ver mis pezones y el oscuro triangulo de mi pubis bajo la tela.

Una falda cerrada con corchetes, corta pero no en demasía, rápida de quitar. Probé varias blusas, ninguna me gustaba. Al final opte por una de color mostaza clarito, fresca, también muy transparente. Me miré varias veces al espejo coqueta, presumía, entre excitada e ilusionada.

Unos toques de perfume fresco, un nuevo retoque al peinado. Mire el reloj, la hora se aproximaba. Seguro que Jorge me llamaría en poco rato. Volví a repasar mi maquillaje. Debía de estar perfecta.

No me equivocaba, unos minutos después sonaba el móvil. La voz de Jorge sonó al otro lado, grave, “dios como me ponía”. En unos minutos estaría a la puerta de casa. Puntual, en él no podía ser de otra manera.

Cogí mi bolso de la entrada y salí hasta la puerta de casa. Lo vi llegar desde lejos. Hizo sonar el claxon con una sonrisa desde detrás del cristal. Estacionó y bajó para recibirme. En sus manos un pequeño ramo de flores, un beso, un hola y ambos subimos al vehículo.

Primero a cenar, me dijo mientras me miraba de arriba abajo y me dedicaba un piropo cariñoso que agradecí. Él también venia especialmente guapo y le devolví el cumplido. Sonrió mientras cambiaba de marcha y aceleraba un poco.

Mientras cenábamos no paramos de mirarnos a los ojos, nos bastaba cualquier excusa para tonar nuestra mano. Nos comíamos literalmente con la mirada. Los dos nos moríamos de ganas y no podíamos disimularlo.

Apuramos la ultima copa de vino, “una noche especial no podíamos beber refresco”, bromeo él mientras lo pedía un ratito antes.

Salimos del local. Debo reconocer que estaba nerviosa a la par que ansiosa, no sabía que podía esperar de aquella noche, o un gran éxito o un gran fracaso o, quizás, como tantas otras, una noche mas casi ni llegando a recuerdo.

El coche entro en un parking subterráneo de un gran hotel. Me extraño, pero no dije nada. Tomándome de la cintura me condujo hasta el ascensor. Una melodía monótona sonaba en él mientras se movía hacia arriba. Primera planta, segunda planta, tercera planta y ese frenado que te hace sentir extraño en las piernas, se paró en la cuarta planta. Un pasillo amplio, enmoquetado y con muchas puertas a ambos lados del ascensor.

Paramos junto a una de las puertas blancas. De su bolsillo saco una tarjeta y abrió la puerta de cerradura electrónica. Me invito a pasar primero. Aquello era maravilloso, mis ojos miraban de un lado a otro como niño en fiesta de cumpleaños sorpresa. Una habitación color marfil, muebles a juegos con filos dorados, un gran ramo de flores amarillas en la mesita. Tomó de mi hombro el bolso para dejarlo sobre una silla mientras se dirigía hacia la mesa. Junto al ramo de flores una champanera con un Don Piregnon y dos copas delante de ella.

Estaba como alelada, no sabia que decir, no esperaba algo así para nada. Esperaba algo más discreto, mas…no sé, más sencillo. Me sentí abrumada.

Parecía leer mis pensamientos y se acercó hasta mí, me beso dulcemente mientras me acompañaba hasta el centro de la habitación. Un “tranquila” susurrado a mi oído acompañado de un beso en la mejilla aumento mis nervios mas que calmarlos. Tomo la botella entre sus manos y la abrió con destreza, lleno las copas mientras yo leía una nota que había en el ramo de flores “Todo será como tu y yo queramos que sea”. Lo mire ilusionada, de veras que estaba abrumada, nunca me habían tratado así.

Me tendió una copa y se dirigió hacia el balcón que abrió de par en par, nuestra ciudad estaba allí, a nuestros pies, con sus luces y coches, con su gente caminando de prisa, su ruido y contaminación. Me acerque a la barandilla y él paso sus brazos desde detrás de mi abrazándome tiernamente. Me pareció vivir un sueño, todo era como muy irreal.

Sentí su cuerpo pegarse al mío mientras me besaba el cuello. Me estremecí. Dejé caer mi cabeza hacia un lado. Su voz pidiéndome calma me retumbaba en el cerebro, en el pecho, más abajo….

Así pasamos un rato, abrazados, casi sin hablar, dando largos tragos a aquel champan que me sabia a gloria. Entro un momento en la habitación para amortiguar las luces. Todo quedo en una semioscuridad que invitaba a hacer locuras. Volvió hasta mi y me giro para besarme profundamente. Nuestras lenguas se unieron por enésima vez y nuestras manos volaban por el otro cuerpo.

Tiro de mi delicadamente hasta llegar al centro de la habitación, tomo la copa de mi mano para dejarla sobre la mesa junto a la suya, me miro a los ojos y comenzó a desabrochar mi blusa. Mi corazón se salía del pecho. Tras la blusa fue la falda. Me quede allí , semidesnuda en medio de la habitación mientras él daba un paso atrás para contemplarme, me ruborice pero él no lo vio, sus ojos se paseaban por mis curvas y valles. Se acerco hasta besarme de nuevo mientras sus manos abrían el broche del sujetador, fue a parar con el resto de mí ropa mientras su boca golosa bajaba hasta mis pechos, que ya se mostraban duros al tacto. Estuvo allí arrancándome los primeros gemidos durante un ratito mientras sus manos bajaban por mi espalda hasta mi culo.

Mis ojos cerrados se imaginaban que parte de mi piel besaría a continuación, Mis piernas apenas si me mantenían. Delicadamente tiro de mis braguitas para abajo dejándome desnuda, temblando de excitación y desvalida ante sus ataques, pero tremendamente tranquila.

Se volvió a retirar un pasito, me miro de arriba abajo una vez más. Para entonces perdí la timidez y mis manos buscaron su camisa que abrí de par en par hasta dejarla caer al suelo. Con ella fueron a parar los pantalones y el resto de ropa, lo deje tan desnudo como estaba yo. Me abrace a él con pasión, mi boca en su cuello, entre mis piernas su miembro amenazando abrirlas. Baje hasta su pecho para saborear sus pezones mientras mi mano se hundía entre nuestros vientres para palpar la ambrosia de su sexo. Palpitó al contacto de mi mano, lo frote suavemente contra mi pubis.

Se separó un poco, me tomo de la mano y tiro de mi hasta la cama hasta dejarme sentada sobre ella. Llenó de nuevo nuestras copas de champan y brindo por nosotros y lo que pudiese pasar aquella noche. Se sentó a mi lado, su mano en mi espalda, la mía en su pierna, nos miramos a los ojos. Lo quería así, sin prisa, sin premuras, quería sentirme llena de algo más que de sexo. Él parecía pensar igual que yo. Me hablaba de largas noches de espera para este momento, de ensoñaciones húmedas en la soledad de su cuarto, de deseos reprimidos cada vez que nos habíamos visto, de ganas de mí.

Yo callaba y escuchaba, su voz me hacía vibrar, por mi mente pasaban también aquellas noches de sexo en soledad pensando en él, de deseos callados y ganas de sentirme aita de su sexo. Tome un trago mas antes de besarlo, esta vez fui yo quien se dejó llevar y mi lengua se coló hasta su garganta, rebusqué en cada rincón de su boca, me sacie de su saliva mientras acariciaba su pecho y sus hombros. Tiré de él hasta que cayó sobre mí, su cuerpo temblaba igual que el mío.

A partir de aquel momento todo fue como un sueño, su boca en mis pechos, en mi vientre, en mi sexo, mis manos apretando su cabeza, las suyas atormentando mis pezones. Vueltas sobre las sabanas hasta quedar enfrentados cada uno al sexo del otro, su miembro en mi boca, su lengua buscando arrancar los gemidos mas profundo de mi garganta. Aquel sabor en mi paladar, mis piernas apretando su cabeza entre mis muslos.

Un nuevo giro y de nuevo su boca abierta recibiendo la mía, su sexo contra el mío, sus manos recorriéndome entera, erizando hasta el ultimo vello de mi piel, mis poros abiertos al placer, mi sexo cada vez más húmedo al contacto del suyo. Su glande haciéndose camino entre mis labios vaginales, ese sentir que me estaba llenando a cada empujón de sus riñones.  Hasta llegar a lo más hondo de mí. Se quedó quieto allí, rozando mis paredes interiores mientras mi vagina se contraía a su alrededor. No se movía, yo tampoco, solo sentía.

Su boca iba de mi boca a mis hombros, a mi cuello, bajaba hasta un pezón o respiraba fuertemente junto a mi oído. Mis manos casi arañaban su espalda o sus glúteos cuándo lo empujaba un momento contra mí, sintiendo su pene llenando mi espacio interior.

A mis oídos llegaban palabras casi obscenas, pero sin serlo, tiernas palabras que me excitaban en su voz. Sentía resbalar por mi culo los mil fluidos que me arrancaba a cada pequeño movimiento. La cabeza me daba vueltas mientras mordía el lóbulo de su oreja y mis piernas se cruzaron a su espalda. Seguía allí, casi sin moverse y, sin embargo, en mi útero un fuego abrasador se comenzaba a extender hasta mi espalda.

En un momento le pedí “muévete” y bastaron dos o tres empujones para arrancarme bramidos de placer ahogados en su hombro. Mi estomago se daba la vuelta mientras me corría temblando. Mis uñas se clavaron en su espalda, mis piernas se tensaron y convulsiones involuntarias me agitaban como poseída por el demonio del placer.

Me dejó relajarme a mi ritmo, sin salir de mí, pequeños movimientos de su pelvis me procuraban nuevos pequeños estremecimientos. Me beso con cariño sin dejar de penetrarme.

Permanecimos así abrazados por un rato. Como queriendo no romper el abrazo, el contacto intimo que nos unía. Lentamente saco su miembro de mi y se tendió a mi lado pasando su brazo bajo mi cabeza, yo aun permanecía con los ojos cerrados en el mundo de los placeres.

Al cabo de un ratito se puso en pie, las luces casi apagadas de la habitación me dejaron ver su cuerpo a mi lado, lo admire. Su miembro aun apuntaba hacia arriba. Sus ojos seguían paseando por mi cuerpo rendido. Tomó de nuevo la botella de champan y llenó las copas. Inclinándome un poco hacia adelante bebi, necesitaba de aquel néctar, lo necesitaba.

Me puso en pie y tiro de mi hasta llegar al balcón, al principio me mostré remisa, alguien podía vernos, sus palabras me aseguraron que nadie podía vernos, estábamos demasiado altos. Me dejé convencer y me mostré desnuda ante la noche, mis brazos apoyados en la barandilla, una copa entre las manos y mi cuerpo tembló al notar el roce del suyo por detrás. Su pene se rozaba contra mis glúteos haciendo que me excitara de nuevo. Una mano pasó bajo mi brazo buscando mis pechos y si boca posó los labios en mí nunca. Un estremecimiento me recorrió. Me acomode para poder sentir mejor su pene entre mis glúteos, abrí mis piernas dejando que se clavara un poquito entre ellos, lo note pasear por mi ano camino de mi vagina. Me incline un poco más y casi se coló sin darme cuenta mientras un gemido se me escapaba y luchaba por no dejar caer la copa de mis manos. Sus manos buscaron mis caderas y despacio comenzó a entrar y salir de mí.

A cada empujón un nuevo gemido escapaba de mi boca. Me excitaba que alguien pudiese escucharnos. Baje mi cabeza hasta apoyar mi frente en la barandilla y subiendo mi culo para que se clavara más adentro. Lo sentí muy dentro. Entraba y salía casi sin parar. Mis piernas separadas luchaban por mantenerme en pie, sus manos subieron hasta mis hombros para impedirme escapar a cada empellón suyo o bajaban hasta mi culo para masajearlo a su antojo. Mordía mi nuca o dejaba la lengua pasear por mi espalda.

De nuevo aquella sensación de la pequeña muerte, como dicen los franceses, naciendo en mis entrañas, de nuevo aquel perder el sentido de la realidad. De nuevo aquel dejarse ir sintiéndome llena. Mis caderas aceleraron, buscando clavarse aún mas aquel intruso en mi vientre, mis pies se alzaron hasta quedar casi de puntillas por tal de sentirlo más aún. Mis manos temblando, toda yo era un temblor cuando me llegó de nuevo aquella sensación de vaciarse por dentro. Gemidos y mas gemidos, espasmos y más espasmos de nuevo. Mis piernas que dejaron de aguantar mi peso y sus brazos fuertes que me aguantaron para no dejarme caer.

Me alzó en vilo, sin dejar de penetrarme, y me llevó de vuelta a la cama donde me dejo caer de costado. Su glande, que se había salido por un momento, volvió a invadirme desde atrás, una mano levanto mi pierna, mi pubis quedaba totalmente expuesto al ataque de su miembro y sus dedos, que bajaron a acompañar los movimientos sobre mi clítoris. Aun no terminaba de recuperarme de uno cuando el siguiente ya pedía paso en mis entrañas, su glande rozaba una y otra vez la cara interna de mi vulva arrancando nuevos gemidos. Mis manos aferradas a la almohada, me pelo enmarañado sobre mi cara. Mis caderas que no paraban de balancearse. Mi boca que no daba abasto para meter aire en mis pulmones.

Me sentí partida en dos, me sentía morirme por dentro. Todo aquello no lo había experimentado nunca, nunca de esa manera. Egoístamente pensé que no quería que se corriera, quería que aquello durase siempre.

No lo hizo, me bombeo hasta que mis gritos llenaron la habitación, hasta que me hizo temblar por enésima vez entre sus brazos. Hasta que me dejo rendida de nuevo sobre las sabanas húmedas a estas alturas de sudor. Esa seminconsciencia del orgasmo casi me llevó a dormirme. No podía mover ni un dedo. Él permanecía quieto y callado a mi espalda, comprensivo, ¿Por qué era así? ¿no se daba cuenta de que me cautivaba aquella sensibilidad suya?

Pasó su brazo por encima de los míos abrazándome cálidamente, me sentía flotar entre ellos.

Me preguntó al oído si estaba bien, Mi contestación fue un profundo suspiro mientras me pegaba un poco más a él. ¿Que si me sentía bien? Nunca en mi vida me había sentido así…

Me beso junto a la oreja mientras me estrechaba contra su pecho “yo también” murmuro quedándose quieto pegado a mí.” La noche recién empieza” musito a mi oído. ¿Mas? ¿más aun?

Sentí que se giraba en la cama, sonó el descolgarse de un teléfono, su voz casi llenó la habitación, hizo un pedido. Escuche el golpeteo del teléfono al volver a su lugar. Se levanto. “Voy a darme una ducha, por favor, si tocan a la puerta abre. Sobre el escabel de la cama hay unas batas, ponte una si no te quieres vestir” dejo caer junto a mi odio.

Me quede allí, callada y sorprendida. No sabía que decir, bueno, en realidad no había nada que decir, él ya lo había dicho todo.

Escuche correr el agua en el baño. Busqué a tientas el cabecero de la cama, sabía que allí estaba el aparato de hilo musical, encendí la luz de la lampara para dar con él. Presioné los botones hasta que una suave melodía sonó. Apague de nuevo la luz y me quede allí tumbada boca arriba, impúdicamente desnuda, más que satisfecha, expectante. Mire a mi alrededor en aquella casi oscuridad, vi mi copa sobre la mesilla de noche, alargué la mano y apure el champan que quedaba en ella. Suspire profundamente.

Al ratito escuche unos toques en la puerta, me levante, tomé una de las batas, me la puse y me dirigí a abrir. “Buenas noches, su pedido” dijo un camarero perfectamente uniformado empujando un carrito. “permiso” continuo, mientras entraba en la habitación. Lo dejo junto a la mesita. “Que aproveche, buenas noches” y se marchó igual que llego. Le di las gracias cerrando la puerta tras él.

Escuche salir del baño a Jorge, envuelto en un albornoz y secándose la cabeza con una toalla, lo mire con mirada interrogante y sonrió “chica, algo hay que comer para recuperar fuerzas” bromeo dirigiéndose hasta el carrito. Destapó los platos cubierto y ante mis ojos apareció salmón ahumado, fresas con nata, pan tostado, unos platos que no sabían lo que eran pero que apetecía probar. Una nueva botella de champan que resonó al ser abierta por Jorge.

Con la bandeja en la mano nos tumbamos en la cama. Jugamos a darnos el uno al otro de comer entre bromas y risas. Bebimos mas champan. Dejamos pasar el tiempo aprovechando cada segundo compartido. Sus ojos se clavaban de vez en cuando en los míos, parecía como incrédulo ante este momento, igual que yo, todo era como irreal.

Apuramos el tentempié, la bandeja fue a parar al suelo junto a la cama, un nuevo brindis, un nuevo beso de pasión. Sus manos abriendo mi bata, las mías desatando su albornoz. Mis pechos al aire , su mano en ellos. Ese pellizco en el estomago y mas abajo, esa sensación al rozar su miembro de nuevo erecto contra mi piel.

Su lengua de nuevo jugueteando en mis labios, la mía asomando burlona, como haciéndole frente, el juego de amor despertando de nuevo agitadas respiraciones.

En un momento dado me pidió que cerrara los ojos, obedecí, note como se giraba, al poquito algo frio y pegajoso se posaba en mis labios “abre la boa”, lo hice y note la textura de la fresa entre mis dientes, mordí notando su acidez bajar por mi garganta. La saco muy despacio, un himpas de espera y la noté posarse sobre un pezón, se erizo al contacto, resbalo por mi voluptuoso pecho, camino en el valle que los separa y ascendió hasta el otro. Lo sentí frotarse allí por un momento. Se retiró y una lengua húmeda y caliente lamio los lugares por donde había pasado. La note posarse de nuevo en mi vientre, resbalar por él hasta llegar a mi monte de venus, una mano abrió mis piernas delicadamente mientras notaba la fruta resbalar entre mis labios vaginales, mis pulsaciones aumentaron. Llegó hasta mi clítoris y lo bordeo lentamente antes de frotarlo directamente, bajo un poco mas y note su jugo resbalar por mi piel.

Su lengua entró en acción de nuevo, bajo por mi vientre limpiando cualquier resto que allí quedara, se enredo en mi vello, revolvió mi clítoris hasta arrancar nuevos gemidos. Un dedo se insinuó en mi entrada, solo se insinuó sin llegar a entrar. Mi mente divagaba, a ella acudían escenas de películas morbosas y calientes, memorias de momentos caliente frente a un televisor.

Alzó mis gemidos a conciencia para dejarme allí colgada de un gemido cuando abandono mi sexo abrasado y sin sofocar. Una nueva fresa en mi boca, esta vez no tuvo que decir nada. Abrí mis labios y mi lengua se paseó por ella, en mi mente era su miembro el que saboreaba, un glande dulce, un poco áspero, acido, Lo tome entre mis labios simulando una felación, él lo empujo un poco entre ellos. Mi lengua jugueteo en su punta mientras dejaba volar la imaginación.

Abrí mis ojos, aparte la fruta de mi boca y la tomé en mi mano. Ahora quería hacerlo yo. Me incline sobre su pecho, termine de abrir su albornoz, posé un beso en sus labios antes de poner sobre ellos aquella fresa sensual, con una mano tapé sus ojos, quería que sintiera lo que yo había sentido. Entreabrió la boca y su lengua saboreo la punta roja, la mojé un poco en la nata que había en el plato junto a la cama y volví al ataque. Esta vez su boca se abrió y su lengua arrastro hacia adentro parte de aquella nata. La lleve a su pecho mientras lamí golosa sus labios, asegurándome de que no quedase rastro de nata.

Miré hacia abajo y su pene destacaba erecto entre sus piernas, lamí sus pezones después de pasar por ellos la fresa, seguí bajando hasta depositarla sobre su glande. Tome más nata con los dedos y embadurne aquel miembro erecto con ella. Dejé la fresa sobre el plato y devoré, literalmente, aquel trozo de carne que ahora sabia a nata y fresa. Su glande desapareció entre mis labios llevando su sabor acido al interior de mi boca. Mi mano, pringada de nata, resbalo por él hasta llegar a sus testículos, los masajee mientras no dejaba de introducir su miembro hasta donde me permitía la boca, sin llegar muy lejos, quería disfrutar no atragantarme.

Sus ojos permanecían cerrados pero su boca se abría buscando aire, pequeños gemidos brotaban, convulsiones, cada vez más frecuentes, se apoderaron de su cintura. Mi lengua seguía haciendo su trabajo, lamí hasta el ultimo rastro de nata de su miembro y testículos. Cuando intuí que casi estaba en el camino de no retorno paré. Me quité la bata del todo, me senté en su vientre e introduje su pene en mí.

Sus manos alcanzaron mis pechos, mis costados, mis glúteos mientras yo cabalgaba sobre él. Mis manos, apoyadas en su pecho, mi cabeza inclinada hacia un lado, mis ojos cerrados, aquel calor en mi interior, aquel subir y bajar, mi clítoris rozando su pelvis.

Quería gritar, pero me contuve, seguí cabalgando hasta sentir sus manos apretar mis caderas y su cintura acelerar el movimiento. Ahora sí, rote mis caderas para sentirlo en todo mi interior,

Un movimiento oscilante adelante y atrás que frotaba mi clítoris contra su pubis, sus manos bajando hasta mi culo, aquel dejarse ir y la explosión de su semen en mi vientre que me hizo caer sobre su pecho aullando de placer, contrayendo mi vagina para sentir cada latido de su pene en lo más profundo de mí.  Su gemido postrero retumbando en mis oídos, su cara contraída por el placer. Sus manos impidiendo que me escapara apretando mis nalgas contra él. La paz, el abandono, la inconsciencia.

Quedamos allí, tendidos uno sobre otro, jadeantes, soñolientos, saciados. Su miembro aun en mi interior, mis fluidos y su semen mojando la cama. Piel con piel. El latido de su corazón en mi oído, calmándose poco a poco, sus manos posadas sobre mi espalda.

Así se sucedieron los momentos aquella noche. Perdí la cuenta del número de orgasmo, ¿a quién le importaba? Hicimos el amor hasta sentirnos saciados por completo, hasta caer rendidos, hasta que nuestros cuerpos dijeron basta, hasta pensar que moríamos de placer.

Así nos hundimos abrazados en un profundo sueño reparador.

No se cuantas horas dormimos, cuando abrí mis ojos el amanecer comenzaba a poner luz sobre la habitación, algo de frio entraba por la terraza abierta. Con sueño en los ojos me levante a cerrarla. Él dormía profundamente, apenas tapado por la sabana. Volví a la cama y me acurruqué a su lado, entre el sueño y mis pensamientos. Tuve que abrirlos para comprobar de que todo había sido real. Mas parecía un sueño caliente, pero el calor de su cuerpo a mi lado me confirmaba que no había sido así.

Sin hacer ruido me levanté, me puse el albornoz que él uso la noche pasada. Sali a la terraza, un escalofrió me recorrió al sentir el frio de la mañana. Siempre me gustó ver amanecer y hoy era un amanecer especial. Quería repasar todo lo que había pasado esa noche. De vez en cuando volvía mi cabeza para mirarlo dormir, sonreí. Si, había sido real. Muy real.

Pase un rato allí antes de dirigirme al baño. El agua caliente de la ducha me reanimo. La dejé correr por mi cuerpo hasta que sentí reaccionar toda mi piel. Extendí jabón por mi piel y me quedé allí parada bajo el agua por un buen rato.

Al salir tome uno de los albornoces limpios junto a la ducha, me lo puse y me mire al espejo, algunas ojeras se mostraban bajo mis ojos. Tomé el estuche del maquillaje y disimulé lo que pude en aquella cara cansada que veía reflejada, cansada, pero con un puntito de satisfacción brillando en mis ojos.

Cuando salí Jorge estaba sentado en la cama, apoyada la espalda contra el cabecero, pareciera que estaba esperando por mí. Un precioso buenos días en su boca, un beso amoroso y un tirar de mi para hacerme caer sobre él. Un nuevo beso , un abrazo y la calidez de su piel. No podía pedir más a aquel amanecer.

Pocas semanas después dejamos de vernos, su trabajo lo llevo a otro continente, nunca más volveríamos a vernos, nunca más volveríamos a repetir aquella noche, nunca mas hubo otra en mi vida con aquella. Hubo más, muchas más, no soy obsesa del sexo, tampoco una mojigata pero como aquella ...pero ,que puñetas, ¿a quién no le gusta un buen polvo?