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Sola. Hundida. Desesperada. Abrazada a mi almohada en la soledad de aquel cuarto, que hoy, se me antoja gigante.

Lagrimas de cristal agrietando mis mejillas, agujeros sin llenar del corazón.

Te habías ido, me habías dejado  y el dolor era tan intenso, como el vacio, que habías dejado.

Me dormía, y en mis sueños, estabas tú. Desnudo, acariciándome por enésima vez. Haciéndome tuya .Partiendo  mi piel en dos. Arrancándome  del alma gritos de placer  y ríos de luz que eran aquellos orgasmos.

Me desperté, aun sollozante. Note mi entrepierna húmeda. Tan real fue aquel sueño.

Cerré los ojos y vi, claramente tus manos recorrer mis pechos, haciéndolos tuyos en el cofre de tus labios. Mis manos, casi mecánicamente, habían bajado las braguitas hasta los tobillos y comenzaban el ascenso de mis piernas. Despacio, muy despacio, notando en las yemas  de mis dedos la suavidad de la parte interna de mis muslos. En mi mente eran tus manos las que me acariciaban.

Me mordí el labio cuando alcance mi pubis encharcado. Un estremecimiento me recorrió la espalda hasta llegar a mi cerebro  cuando, suavemente, abrí los pétalos de sus labios calientes.

Sin abrir los ojos, te vi deslizar tu boca hambrienta por mi vientre, hundir, con sabiduría cierta, la lengua en mi ombligo .Tu cabello se mecía entre mis dedos, apremiando,  casi con exigencia, tu acercamiento a mi pozo de placer.

Un dedo se había colado en mi interior y pequeñas descargas eléctricas  hacían temblar mis piernas, abiertas de par en par, ocupando toda la cama, hoy tan fría.

En mi imaginación, tu boca ya vagaba libre por mi  templo oculto. Arrancando de mi garganta, en su quehacer, largos gemidos  e ininteligibles palabras que se amontonaban en mis labios.

Mi cuerpo entero, era un grito a los placeres de Eros. Mis manos crispadas, hacían suyos por enésimas vez las dos rocas que ahora eran mis pechos, indecentemente apuntando al techo.

Mi cabeza daba vueltas mientras tus manos, ilusorias,  apretaban mis glúteos  como queriendo separar la carne en  pos de mis profundidades.

Tu boca se fundía en mi sexo, sediento de caricias, hambriento de tu ser, de tu aroma, de todo tu.

La almohada, apenas si llegaba a acallar mis gritos placenteros, cuando un dedo acariciaba rápidamente mi clítoris, henchido de vida propia.

Una ola de placer me cubría por entero sintiendo  tú, miembro duro, abrirme en dos, clavándose en mi alma.

Mis ojos cerrados, se apretaban queriendo retener para siempre la imagen de tu cuerpo sobre el mío, taladrando, con sabios embates  mis entrañas que, ahora, eran un rio que desembocaba  entre mis piernas.

Largos quejidos llenaban ahora el espacio vacío de tu piel en mi cuarto y, mis manos, subían y bajaban  por mi piel caliente, queriendo arrancar, una vez más, un orgasmo del alma. Un lamento de amor, un estallido de luz en mi mente, un relajarse entre  tus  brazos ausentes.

No abría los ojos, me negaba a salir del sueño. Te sentí llegar a lo más profundo de mí, mientras tu boca, apretaba  sabia, mis pezones, hambrientos de tus caricias.

Te abrazaba en la oscuridad como si estuvieses aquí. Dos dedos se afanaban en rebuscar en mis entrañas el punto del placer, mientras, con la otra mano, apretaba la almohada a mi cara, como queriendo amordazar y que no escapasen  los lamentos de placer que me  ataban  a la cama.

En un momento, la oscuridad se hizo luz, el tiempo  pareció pararse, mi cuerpo saltaba como poseído sobre los muelles castigados del colchón. Mi mano ,era apenas un borrón que volaba sobre mi sexo.

Un golpe noqueador me dio  de lleno en el alma cuando abrí las compuertas de  mi sexo, mojando mi mano con oleadas de suavidad que hicieron aun mis caricias onanistas del momento, más suaves, más placenteras.

Una semiinconsciencia se apodero de mi mente mientras sentía, mi cuerpo  entero, latir como si fuese todo uno con mi corazón.

Mis ojos permanecían apretados, mis manos dejaron, poco a poco, su trabajo placentero para dejarme disfrutar del momento.

Mi cuerpo quedo tirado sobre la cama como muñeca de trapo.

Mi boca se afanaba en  bajar el aire que faltaba a mis pulmones.

Mi  mente aun bajaba por los campos de Afrodita.

La luz se fue apagando lentamente. Lentamente obligue a mis ojos a tomar conciencia de la realidad. Poco a poco volví a la cruda realidad de tu ausencia de hombre en mi cama, en mi casa, en mi vida, en mi alma.

Y, de nuevo, lagrimas de cristal laceraron mis mejillas, de nuevo la verdad solemne del vacío de tu boca, de tus manos, de tu piel.

Y, de nuevo, el sueño reparador me acogió en los brazos de Morfeo, alejando mi  alma de la oscuridad de mi cuarto, hasta un nuevo amanecer de soledad y placeres solitarios que evoquen tu ausencia.