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Cita a ciegas

en Jovencit@s

" C A S I A C I E G A S "

Apenas sintió la arena entre los dedos de los pies y sus plantas suspiro como pocas veces lo había hecho, con una mezcla de nostalgia tristeza y desgano. La tenue luz del crepúsculo parecía haber perdido el afán de reflejar la sombra de tan triste caminante en esa concurrida playa. Nada parecía serle agradable, nada mas q la sensación de la arena. Relajante. Muy relajante.

De golpe le llego una fecha a su memoria 7 de Julio de 2002. Pero a estas alturas no sabia que tan triste o agradable era el recuerdo. En pocos minutos mas remembranzas le empezaron a invadir los pensamientos, nombres, edades, engaños, alegrías, tristezas, desvelos, noches de serenata, de juego. Y de pronto nada. Como llegó hasta ahí?

Para él todo había sido como un chispazo, desde la llegada de ella. Nunca imagino cuanto podrían entrelazarse las vidas de dos personas de mundos y edades tan distintos, pero había magia, y el lo supo desde el primer momento que la conoció, sabia que era especial y no debía dejarla ir.

Poco a poco ambos, fueron construyendo una relación donde la compañía lo era todo, donde el cariño a flor de piel era notado por todos, y donde las envidias no llegaban. A donde iba él iba ella y donde estaba ella también él.

Ella se entrego con profundo amor, él, la recibió apasionado, enamorado, entregado por completo también, se regalaron los suspiros y sudores de sus cuerpos, las ansias de tocarse, de estrujarse, de desfallecer el uno al lado del otro. Nada los perturbaba, nada los detenía y era todo cada vez mas grande. Casi sin verse, casi sin conocerse. De dos mundos y edades distintas, rompiendo todas las barreras, condición, edad, conciencia, distancia...

Y aunque ambos llegaron a posar sus ojos en otras personas, nunca dejaron de sentir aquello que los había unido antes.

 

Se hace tarde. Con la vista hacia el suelo empezó su caminata por la arena. Con las sandalias de piel en la mano, los pantalones de manta enrollados sobre los tobillos, la camisa cuello "mao", también de manta desabotonada casi hasta la cintura, el pelo revuelto por la brisa de la playa, y en el bolsillo de la camisa una cajetilla de cigarros casi por terminar, el penúltimo estaba en viajes constantes en su mano, del aire a su boca, disfrutando cada bocanada a sabiendas que no era sano en ningún sentido.

Su nombre, ahí estaba, siempre, a diario, no la olvidaba, no la dejaba se resistía a creer que todo lo vivido había muerto en un instante, en uno de los que duelen cuando aparece una verdad, cuando se atraviesa alguien mas. Eso fue esa ocasión, las dos cosas, juntas como grandes calamidades.

El no podía creer que estuviera a punto de enloquecer por una mujer a la que le doblaba la edad, no podía creer que por su estatura, complexión, no lo pareciera. Y sabía todas las implicaciones que eso podía traer, y en muchos sentidos le atemorizaba el saber que era una locura. Pero no la desterró de su corazón. Ella hizo mil intentos por decirle que no le había confesado su edad por temor a perderlo. Se sentía traicionado. Y se refugio en otra persona, creyendo salvar así su corazón. No sabia, no quería entender su error, mientras ella hacía intentos desesperados por sobrevivir, por no cortar sus venas, por sentirse abandonada, traicionada, como si no importara. Y cada encuentro ocasional era doloroso, para los dos, aunque intentaran disimularlo, no podían evitar el saber cuando se veían, que se habían pertenecido, que juntos derribaron muros, que traspasaron fronteras insospechadas, que se habían entregado tanta pasión como en pocas historias de amor se ha visto. Ella sabia que su corazón no resistiría, no quería mas pena para su alma, su vida ya un caos.

Cuando amaneció (el lo supo después), estaba ahí, pálida, tendida en la cama de un hospital, débil, sin entender porque seguía ahí, con las interrogantes lloviendo de toda la familia. Nunca dijo nada, a nadie acerca de su decisión, nunca nada. Débil, triste todavía reinicio su búsqueda de paz, intentando apartarlo de su mente recapacitando y pensando que nadie podía volver a lastimarla de la misma manera.

 

Las olas, no cesaron su ruido, el crepúsculo se fue y la luna tímidamente mostrándose en un cuarto menguante inicio su recorrido por la cúpula mientras le veía sentarse en la arena de la playa. Quitándose un poco de la brisa de la cara, limpiando sus lentes, sin importarle mas se acostó en la arena a seguir recordando todo lo que había vivido con ella cuantas lagrimas habían derramado ambos. Ella en su recamara color de rosa todavía adornada con muñecas, él en distintos lugares de su ciudad, camino al trabajo.

Era explosiva, irreverente, irreflexiva, impulsiva y no lo entendía porque hasta que su edad lo hizo entenderlo todo. Al volver, al reencontrarse, ella no era la misma había crecido, había madurado.

Su ternura era la misma, su pasión era sin igual como siempre lo había sido desde el primer momento en que se hicieron el amor, nada la igualaba. El sentir sus manos en su cuerpo lo enloquecía, el sentir su boca recorriendo su cuello la ponía a soñar, el solo leerlo, escucharlo o saber que estaba cerca la hora de verse, la hacía ponerse en un estado casi de explosión nerviosa, de arrebato. El solo darse cuenta que ella lo esperaba, lo hacía imaginar todo lo vivido y lo que quería vivir con ella, sin detenerse a pensar en nada mas que en ellos dos desnudos recorriéndose sin cansancio como cada noche lo hacían casi a ciegas, sin verse, gritándose te amo a cada instante sin reparar en los demás, sin detenerse por nadie ni por nada, sin importarles sus diferencias, abriendo sus cuerpos, sus corazones.

Quería gritarles a todos que era de ella, y que ella lo supiera de cierto. Que ella gritara: "soy de él" y que todos supieran que era infinito el amor entre ellos, que todo lo que veían no era nada, que no sabían la clase de amor que esa pareja se daba lejos de todos, en privado, en desvelos, en mañanas de domingo, casi tomando sus manos, acariciándose con sus voces, como si no hubiera nadie mas en todo el mundo. Conociendo de ella cada detalle de su cuerpo, hasta sus mas secretos días, su fertilidad e infertilidad, su color favorito, su ropa.

Estuvo aquí. No llamó, después de esa despedida, era lógico. No lo quería cerca, pero no lo deja de amar.

Cuando no llego a la cita por varios días, el lo supo. "Esta aquí. La siento". Se repetía para si mismo una y otra vez. "Si no ha llegado a la cita, está aquí. Aquí donde debiera ser nuestra real cita, nuestro real encuentro. Donde no nos esconderíamos mas tras mascaras que solo nos esconden de nosotros mismos ante los demás".

 

Un cigarrillo mas, la arena que movía el viento fue a su cara. Ya había lagrimas en sus ojos, no entendía porque no lo había buscado, no entendía si ella estaba ahí, porque no se lo había dicho. Pero solo lo imaginaba. No sabía realmente si ella estaba en su ciudad, no tenía idea de si aun regalaba el ultimo pensamiento de sus días, antes de dormir a lo vivido entre ambos.

Ella, triste, encerrada en un cuarto de hotel de cinco estrellas. Como princesa prisionera de un palacio bajo la luna, o caminando por las calles con su familia, buscando afanosamente esa cara conocida, esa cara tan amada, con las esperanzas puestas en que cada segundo que pasaba podía significar el primer encuentro aunque fuera de lejos, aunque fuera igual que antes, casi sin verse, casi a ciegas.

Ella pensando en él, él recordando todo. Estando cerca los dos, sin saberlo. El tendido en la arena, fumando ya su ultimo cigarrillo, sin deseos de seguir caminando, queriendo quedarse ahí, sin importar la brisa, el ruido de las olas, la arena en sus ropas o en su cuerpo, imaginar que esta con ella, ahí, en la arena haciendo el amor bajo la luz de el cuarto menguante de esa luna que tantas y tantas noches se regalaron. Queriendo emular no a uno sino a muchos de los personajes de relatos que tantas veces compartieron en noches de desvelos, dejarse tendidos casi sin moverse casi sin alientos, y pidiendo a todos los cielos, dioses, ángeles y mundos que les dieran mas vida para continuar contemplándose en los ojos del otro.

Ella, en su habitación, presintiéndole, sabiendo que la humedad de su cuerpo no era mas que por el, que el temblor de sus manos recorriéndose, solo lo provocaba el, su presencia, sus latidos cerca de ella. Porque? Porque estaba así sin verlo? Estaba cerca? Que angustia, que delirio por no tenerlo, maldita impotencia de no escapar y buscarle. Con las sabanas llenas de su esencia, por pensar en el, por entregarse a el por medio de sus manos, sus manos que eran las de el. Llegando a cada rincón, tocando suavemente, apenas con la yema de los dedos, con la palma de la mano, muy apenas, con los ojos cerrados pensando solo en el y en cada instante de dicha compartida. En sus caderas perdido, entre sus brazos extasiado. Envuelto en las columnas morenas de sus piernas bebiéndose cada gota de su piel, de su cuerpo. Viajando como enajenados los dos sin tenerse, sintiendo que quizás esta era la única oportunidad de sus vidas para verse. Y si no, como tantas veces lo platicaron... En la siguiente vida. Para buscarse de nuevo, casi a ciegas.

 

No pasará la madrugada ahí, se calzará sus sandalias y se irá. No llegó. No le llamará. Quizás hasta la próxima vida. Rogando siempre, que esta vez las diferencias no sean tan grandes.