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La Bruja de las Uñas Blancas

en No Consentido

La Bruja de Uñas Blancas

El blanco nacarado cubría sus afiladas uñas a las que ella daba su último retoque.

Mientras, en la mesa de al lado un grupo de varios chicos y una chica parloteaban en voz más alta de lo normal. Eran conocidos suyos pero ya no iba con ellos.

Echó una ojeada a los dueños del griterío: dos chicos jugando a magic, un chico que se despedía de otro chico y Mónica: una chica morena que leía un manga mientras reía como una sirena de ambulancia estropeada.Un sonido que se le hacía insoportable, así que giró la cabeza hacia el otro lado.

No vio nada que le convenciese dentro de la cantina.

Necesitaba una chica. Estaba claro que un lunes a las 10 de la mañana en la universidad era más fácil encontrar gente en la cantina que en las propias clases, pero buscaba algo especial, no la típica chica pija de bolsito rosa, mirada superior y más maquillaje que una puerta recién barnizada.

Debía esperar para que la venganza fuese perfecta.

Un chillido volvió a sacarla de su ensimismamiento, dos chicos de la mesa de al lado le habían quitado la carpeta a la chica morena y esta chillaba como un conejo.

Le parecía detestable. Su cabello despeinado y ondulado se movía en su alocada cabeza al compás de sus gritos. Las manos de uñas pintadas de negro trataban de alcanzar su carpeta, medio alzada de su silla e inclinada hacia delante.

No le hacía falta mirar para saber que el holgado sueter marrón dejaba a la vista unos pequeños pechos pero duros, igual que una espalda ancha, más propia de un chico.

Su cintura no era fina ni su cadera femenina, pero lo ocultaba con pantalones anchos que caían enseñando una cicatriz al final de su espalda, un pentágono. Solo Ariadna sabía como se había creado.

Después de recuperar su carpeta se ajustó las horribles gafas de pasta que marcaban sus mofletes y su ganchuda nariz, dándole un aspecto de cuervo bien alimentado.

Ariadna se preguntaba cómo había llegado a desear a esa criatura. Después de enseñarle sus secretos la había abandonado por un hombre, algo totalmente despreciable.

Pero Ariadna sabía como devolverle la pelota. Mónica estaba con él solo por interés, realmente le gustaban las mujeres. Solo hacía falta la chica ideal, un pequeño espectáculo en la cantina y entonces borraría todo el poder que le había dado.

Dejó de acicalarse las uñas para sacar de su bolsa un libro y ponerse a leer como una estudiante más, aunque distaba mucho de serlo. Jamás en su larga vida había pertenecido a una universidad ni le hacía falta, pero no por ello había dejado de querer aprender.

Ajustó la coleta en que recogía su fino y sin gracia cabello castaño y se colocó bien las gafas sobre el puente de su nariz respingona que coronaba esa carita gris y sin edad.

Hecho esto se sumergió en la lectura para alzar la cabeza de vez en cuando en busca de una víctima lo suficientemente espectacular.

Tenía que ser una mujer, sabía que eso le haría más daño, además Ariadna solo había estado una vez con un hombre y las cosas no habían salido bien.

Se tapó automáticamente con la manga del jersey la muñeca donde se veían unas finas cicatrices, su primera y única experiencia le había dejado esas marcas pero a él le costó la vida.

Con tan solo nueve años la habían dejado en la alcoba de un príncipe quinceañero porque el rey deseaba que se hiciese un hombre.

Nadie era consciente de que su madre había sido una bruja que habían quemado en la hoguera, creían que era la hija de una sirvienta muerta. Solo ella sabía la verdad.

-No lo hagas- dijo Ariadna al verlo entrar en la alcoba.

Él hizo caso omiso a sus palabras, acostumbrado a satisfacer todos sus caprichos y creyendo que ella no tenía derecho a protestar.

-Cállate- ordenó agarrándola con fuerza de las muñecas y provocándole con las uñas la cicatriz que aun conservaba.

La tiró sobre la cama y alzó sus faldas hasta descubrir su sexo, tuvo que soltarla, un error por su parte, para poder sacar su miembro y tantear el lugar totalmente desconocido para él.

Puso su sexo en el de ella buscando su entrada.

-Hazlo y morirás- dijo tranquilamente Ariadna provocándole un asomo de duda, pero enseguida se recompuso.

-Cállate u ordenaré que te maten, estúpida sirvienta- dijo el príncipe nervioso porque no lograba su objetivo.

Finalmente la penetró con brusquedad, provocándole un dolor escalofriante que se mezcló con placer cuando ella clavó sus dedos en el cuello de él, manchando sus uñas blancas con el rojo de su sangre.

El cuerpo del joven se desplomó sobre ella mientras Ariadna susurraba:

-Te lo advertí, y ni si quiera tuve que usar la magia- reflexionó para si misma.

Tuvieron que sacarla de palacio con sumo cuidado, y por supuesto, el rey jamás supo la verdad. Desde entonces solo había estado con mujeres, con ellas el placer carnal siempre había sido más agradable y dulce.

Por fin entró la chica perfecta: alta, rubia, vestía de negro… Por un momento dudó, se planteó si tenía derecho a hacerle eso a una chica tan bella.

Tenía el cabello largo y liso hasta la cintura, piel bronceada, los ojos perfilados en negro, cuerpo curvilinio que quedaba perfecto con la ropa ceñida que llevaba y uñas negras.

Sus labios eran carnosos y no paraba de sonreír cuando hablaba con sus compañeras.

Se sentaron en la mesa de enfrente y sus miradas se cruzaron por un momento: ojos verdes.

Habló un poco más con sus amigas y estas se fueron dejándola sola con sus apuntes.

Era el momento, pero volvió a dudar, era extraño que la dejaran sola de repente, además era demasiado guapa, no es que tuviera miedo de que el conjuro no funcionara, o ¿quizá sí?

No había tiempo para pensar, podía aparecer alguien y distraer a la chica rubia llevándosela de la cantina.

Guardó las gafas en su cajita, se quitó la chaqueta larga, se alzó con decisión y se soltó el pelo que tomó forma de una melena ondulada, espesa y brillante como el de una dama medieval, su piel se volvió más pálida y brillante y sus ojos negros parecían más grandes y almendrados.

Los labios se le enrojecieron y nació un suave rubor en sus mejillas, se desabrochó los dos primeros botones de la blusa dejando ver un escote insinuante y se alisó la minifalda de terciopelo negro.

Se acercó a la chica contoneando las caderas, de forma que sus tacones repiquetearan llamando la atención de todos los ojos del lugar. A la vez susurró un pequeño sortilegio.

-Hola- dijo Ariadna en un tono más alto de lo necesario a propósito.

La cabecita rubia la miró y sonrió como si la conociera:

-Hola Silvia- dijo usando su nombre actual y se levantó buscando los labios de Ariadna.

El contacto fue suave. Un placer intenso se apoderó de ella al saber que la morena las miraba. Para luego dejarse llevar por los labios suaves y gruesos que acariciaban los suyos, besándose cada vez con más atrevimiento hasta que empezaron a jugar con sus lenguas.

Ariadna posó una mano bajo la melena rubia para acariciar su cuello, y con la otra cogió su cintura acercándola para sentir su cálido cuerpo.

La chica rubia arañaba su espalda con suavidad provocándole escalofríos, mientras con la otra mano bajaba por su trasero para agarrárselo con obscenidad.

Ariadna empezaba a notar que el asunto se le estaba escapando de las manos, pero no quería parar. Sentir esa boca acariciando la suya y las manos jugando por debajo de su blusa o metiéndose bajo su falda para mover la húmeda braguita y…Ariadna se apartó.

El corazón le iba a cien por la excitación y su piel estaba enrojecida por el deseo, quizá se había pasado con el hechizo.

La chica rubia también se veía agitada, tenía los ojos entreabiertos y de sus labios no paraban de escapar jadeos.

-Olvida- susurró Ariadna y la chica se volvió a sentar concentrándose en sus apuntes.

Se giró para ver la cara de asombro y de envidia de media universidad, borró la cicatriz de la chica morena con otro hechizo, y le quitó el poco poder que le había otorgado.

Se acercó al grupo para saludar cortés y disfrutar del efecto en la chica morena que a pesar de mantenerse callada escondía muy mal su envidia.

Luego volvió a su mesa y susurró:

–Olvida- la chica morena sintió que algo dentro de si desaparecía, pero no podía recordar el que.

Ariadna recogió sus cosas y salió de la cantina.

-Ariadna ¿quieres unirte a nosotras?- se quedó petrificada al oír esas palabras, nadie que siguiera vivo conocía su nombre de verdad.

Al girar y ver que era la chica rubia sonriendo mientras le enseñaba un collar con un pentágono lo entendió todo.

Automáticamente se arañó la mejilla creándose un pentágono, una marca que jamás podría borrarse. Había olvidado su collar en casa, su amuleto de protección.

-Me llamo Kasandra- dijo la chica rubia sacándose un pañuelo y limpiando con el la mejilla de Ariadna- ¿Por qué sois tan desconfiadas las antiguas?

-¿Por qué me ayudaste?- preguntó Ariadna quitándole el pañuelo y limpiándose sola.

-Me pareció justo- dijo sonriendo.

-¿Y a cambio me pides la unión?- dijo con sarcasmo.

-Solo si tu quieres- dijo mientras sus ojos verdes brillaban.

-No- dijo Ariadna dándose la vuelta para marcharse.

-Besas muy bien- oyó a sus espaldas.

Consciente de que volverían a verse no se giró, siguió andando hacia delante.

Siempre hacia delante.

 

FIN

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Confianza de cariño resquebrajada sin sentido

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Lo voy a hacer o no

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Fuego Esmeralda Corre Conmigo

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Voy a ser una perfecta Ofelia

¿torre, torre, dónde te escondes, torre...?

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