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¡Qué feliz es la vida de gato!

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¡QUÉ FELIZ ES LA VIDA DE GATO!

Cuando Padme cogió el libro y se puso a leer me quedé anonadada.

Mi gata, leyendo.

Me froté los ojos con persistencia y volví a mirarla.

Ahí seguía, sobre la cama, con el libro de Agatha Christie y una lata de Science Plan Feline (Light porque está a régimen) al lado.

Tumbada, todo lo larga que era ella, con las dos patitas sobre las páginas del libro, miraba absorta sus letras. Al poco rato, con una uña pasaba de página y seguía leyendo.

Nunca pensé que mi gata fuera un portento, sólo una gata divertida, cariñosa, independiente y muy orgullosa. Pero tanto como para aprender a leer, no.

Me acerqué a ella y me senté en el borde de la cama.

- Padme, estás leyendo –le dije con cuidado.

Ella subió y bajó la cabeza afirmativamente.

- Padme, eres un gato, una gata para ser más correctos.

Ella levantó la cabeza y me miró con sus ojos grises, alzando sus orejitas negras y moviendo sus bigotes en mi dirección.

- ¿Algún problema? –dijo desafiante.

- No sabía que te gustaba Agatha Christie –puse por escusa.

- Ni yo.

- Es mi escritora preferida de novelas de detectives, te recomiendo las obras en las que sale Hércules Poirot, "El tren azul" es fantástico -dije emocionada.

- Muchas gracias Sonia, investigaré el tema.

Ella volvió a su lectura y yo me quedé observando su naricita negra olfatear por las hojas mientras leía.

- Oye Padme, también hablas –dije descolocada- ¿Por qué hablas? Nunca habías hablado antes.

- ¿Antes querías escucharme? No tenía nada que decir.

Después del corte que me había pegado con su respuesta pensé que casi mejor que no hablara, qué desagradable era cuando la cortaban a mitad de una novela, ahora que lo pienso, igual que yo.

Me fui silenciosamente a la cocina, dejándola leer en paz, a por un vaso de leche de avellanas con cola-cao, la leche me sienta mal.

Me lo preparé mientras cavilaba y decidí que debía ponerme el termómetro y tomarme algo contra las alucinaciones. ¿Él qué? Ni idea.

Llamé a mi madre para preguntarle si tenía antecedentes de esquizofrenia o alguna enfermedad que provocara alucinaciones.

- Sonia, estoy trabajando, tómate un paracetamol y acuéstate, pediré cita para el médico, no digas tonterías -susurró mi madre para que su jefe no le oyera y colgó.

Así que cogí mi vaso de agua y mi paracetamol y me fui al cuarto pensando que quizá Padme habría dejado de leer ya que era una alucinación, igual ahora tocaba la guitarra o jugaba con la Wii, empezaba a gustarme la idea de tener una gata con tendencias humanoides, aunque fuera una alucinación.

Llegué y seguía leyendo, tenía muchas ganas de preguntarle un montón de cosas pero si le agobiaba tanto igual dejaba de hablar, ahora entiendo porque los gatos se pasan el día durmiendo, porque si mostraran lo listos que son nunca pararían de ser entrevistados.

- ¿Cómo es que te gusta leer?

- Siempre te veo con un libro en la mano, a veces te quedas leyendo a escondidas para que tu madre no te riña si se te hace de madrugada, así que he pensado que igual era algo interesante esto de leer.

- ¿Y cómo aprendiste a leer? –dije extrañada.

- De ti, al verte -dijo algo aburrida de tanta pregunta.

- Ahhh –dije aun sin entender nada- Oye Padme, siempre he deseado sacarte de paseo, con un collar y una de esas cuerdas para que no te escapes, ya sabes, siempre he querido preguntarte qué opinabas de ello.

- La verdad es que cuando me sacas en el transportín acabo un poco mareada del bamboleo y algo desconcertada por tantos ruidos y olores pero me apetece mucho salir a curiosear.

- ¿Te apetece ahora?

- Está bien –dijo emocionada relamiéndose las pezuñas- espera que me arregle -y comenzó a lavarse con su áspera lengua hasta dejarse el pelaje de tonos marrones y blancos reluciente.

Se dejó mejor que nunca poner el collar con la correa y con él salimos las dos nerviosas y emocionadas a la calle, qué locura.

Los ruidos de los coches ya le pusieron algo nerviosa, comenzó a maullar y tratar de estirar de la correa para esconderse debajo de un contenedor de basura.

Llegamos a un parque y estaba lleno de perros que no paraban de ladrar y aunque trató de ignorarlos mi gata es una gallina y se puso a bufar como una loca. Salimos corriendo de allí mi gata-gallina y yo, mientras maullaba.

- Por favor, llévame a casa, quiero seguir leyendo.

- Espera, quizá no te he llevado al mejor lugar, ha sido todo tan precipitado –dije apenada por desaprovechar esa oportunidad- te llevaré a un sitio de paz y tranquilidad, tanto como en las novelas de Paulo Cohelo.

No estaba de ánimo así que me costó que me siguiera hasta una alquería que tenemos cerca de la ciudad, nada más entrar en la zona rural sus ojos brillaron, quería corretear por todas partes, revolcarse en la arena y morder el césped.

Jugó con las mandarinas de los árboles, trepó, no supo como bajar, saltó, cazó ratones y fue feliz.

Le había enseñado a mi gata que no todo era lectura, la vida también hay que vivirla.

Y me desperté en mi cama, con mi gata entre los pies, con los ojos entrecerrados, medio adormilada.

- Puedes coger todos los libros que quieras –le dije.

Ella alzó la cabecita señalándome con sus orejas y al ver que no pensaba levantarme se acercó, dejó que la acariciara y se metió debajo de mis sábanas a mi lado para seguir durmiendo.

¡Qué feliz es la vida de gato!

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