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Me apetece follar (4)

en Interracial

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Llegamos a casa de día. Estaba reventada, así que ni me duché y me metí en la cama. Mi novio tardó algo en venir, y ya me encontró dormida. No recuerdo lo que soñé siquiera. No desperté hasta más tarde del mediodía del domingo. Mi chico estaba tumbado junto a mí, despierto, mirándome. Nos dimos los buenos días y nos besamos. Nos abrazamos. Al hacerlo tuvo que notar sobre mí los restos de la noche anterior, pero no le importó. Él ya se había duchado, olía bien. En mi boca, por el contrario, se mezclaban los sabores de tres personas diferentes. No le importó, y me besó. Estábamos desnudos, y quise hacer el amor. Le tumbé con suavidad y me puse sobre él. Entró sin problemas. Lo hicimos despacio, largo, sin prisas. Hicimos el amor. Sé que suena cursi viniendo de una chica que horas antes pedía ser follada por varias pollas, pero son cosas diferentes. Sé que le tendría que mentir, que le iba a engañar con José, pero él no estaba preparado para asumirlo. Le amo y sólo a él le haré el amor. Lo otro es... otra cosa.

Acabamos a la vez, casi en silencio, besándonos.

Me fui a duchar y le dejé allí, dormitando. Probablemente habrá pasado una mala noche.

Tuve que usar el doble de gel, champú y suavizante de lo normal para recuperar una apariencia digna. Me rasuré el pubis, seguro que a José le gustaría.

Cuando salí de la ducha y me miré al espejo vi que mi cuerpo estaba plagado de marcas, mordiscos, chupetones... De las tetas a los muslos, a cada poco había una silenciosa marca del día anterior. Pero me miré y me gusté. Unas tetas firmes, un coño afeitado invitando a ser comido...


Me puse el albornoz y me fui con el ordenador al salón. Mi novio seguía dormido. Al conectarme a Internet José me saludó amablemente.

  • ¿Qué tal te lo pasaste anoche?

  • Estupendamente. Creo que fui una niña muy buena.

  • Eso me han contado Raúl y Sara, sí...

Es curioso, ni siquiera sabía sus nombres. Quién me lo iba a decir...

  • Bueno, esta es tu última oportunidad de arrepentirte.

  • No.

  • ¿Segura?

  • Te habrán contado que cuando acabamos me masturbé.

  • Sí.

  • Pensaba en ti.

  • Bien. ¿Sigues con las prisas?

  • Sí.

  • Perfecto. Te acabo de mandar las instrucciones al correo.

Y cerró, sin decir nada más. En el correo, efectivamente, tenía las instrucciones.

“Irás al sex shop de la Calle Mayor, a las 6. Le dirás al que esté en la tienda que eres la nueva, y harás lo que te indique.”

Apenas tenía media hora para vestirme e irme. Cogí lo que pude y dejé una nota a mi novio en la que le decía que tenía que salir por una urgencia, que no se preocupase. No tenía tiempo para inventarme ninguna mentira.

Tuve que correr para llegar, y apenas me sobraron tres minutos. Por la puerta rondaban un par de putas y unos mirones. Justo antes de entrar me recordé entrando aquí, borracha, para cumplir mi primera prueba.

Al entrar la dependienta me miró con cara de reconocerme.

  • Hola, guapa. ¿Has disfrutado los juguetes?

  • Sí, mucho. Pero soy la nueva.

  • Ah, perfecto. Ven conmigo.

Me cogió de la mano y me llevó hacia una puerta que había entre unos vídeos. Un viejo nos miró con cara de cerdo cuando pasamos a su lado, me dio bastante asco.

La habitación conducía a un vestuario. Había un armario con atrezzo: correas, vibradores, disfraces... todo bastante limpio.

  • ¿Ya sabes lo que tienes que hacer, verdad? Estate en la cabina el tiempo que quieras y utiliza lo que necesites, todo está limpio. Las propinas que consigas, para ti. Sales en diez minutos.

Y se fue. Abrí la otra puerta y, efectivamente, lo que tenía ante mí era una cabina de un peep show. Ahora mismo estaba vacía. Había cristales para unos cinco hombres, y un hueco para que pudiesen tocar y pasar dinero.

Mientras me desnudaba miré el móvil, tenía dos mensajes. En uno, mi novio me preguntaba que dónde estaba. En otro, José me decía que me pusiese guapa, que iba a estar viéndome. A mi novio le respondí que le estaba preparando una sorpresa. A José, que sería la mayor de sus putas.

La variedad en la vestimenta era enorme. Caperucitas, enfermeras, dominatrix... Al final opté por unas medias negras que se unían con un corsé de cuero. Se ataba delante, realzándome el pecho. Un collar también de cuero y unos zapatos de aguja completaban mi indumentaria. Me decidí por ponerme también unas bragas, pero de las que tienen una abertura, de forma que puedes follar sin quitártelas. Pretendía darle un gran espectáculo.

Cogí también algún juguete: un consolador de dimensiones monstruosas y algo un poco más normal para el culo.


A la hora exacta se encendió una luz que me invitaba a entrar. Era un espacio reducido pero cómodo y limpio. Era como un gran colchón circular que giraba para dar la mejor perspectiva al público. Salí a cuatro patas y gateé un poco, dejando que disfrutasen de mi escote y mi culo. Vi a un viejo, el mismo que antes, y a José. Esta vez no iba en traje.

Una luz roja era mi única iluminación. Me dijo que estaba muy guapa, y dejó un billete de cinco euros junto al cristal. Me acerqué para cogerlo con la boca y, para agradecérselo, me sobé las tetas por encima del corsé, a un palmo suyo. Noté su paquete empalmado, y me sentí halagada.

El viejo también hizo lo mismo, y me puse ofreciéndole una buena perspectiva de mi culo. Se estaba masturbando, era bastante asqueroso, pero quería que todo saliese perfecto. Miraba a José mientras me abría las nalgas para él. Sin cambiar de postura, me puse a chupar el consolador, como si fuese una polla, como si fuese su polla. Apenas podía metermelo en la boca. El viejo me tiró otro billete para que me masturbara, y lo hice. En el fondo, lo estaba deseando. Separé algo las piernas para colar mi mano entre ellas y acariciarme. Gemí. Exageré un poco, como una puta, como una actriz porno, pero gemí. Me excitada sentirme observada. Saber que él me miraba. Ni se la había sacado, pero sé que también estaba como yo. Me metí dos dedos.

De repente, noté una mano. El viejo me había tocado el culo. José me tendió otro billete.

  • Déjale.

Acerqué el trasero para que el viejo pudiese meterme mano. La plataforma dejó de girar. No dejé de mirar a mi futuro amante mientras lo hacía. El asqueroso anciano, sin embargo, sabía lo que hacía. Me comenzó a masturbar. Y vaya cómo lo hacía. Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar. El viejo me hablaba, me insultaba, pero no le hacía caso, sólo a sus manos. Me pellizcaba el clítoris, me metía uno y dos dedos... Me follaba con ellos...Los dos gemíamos. Los dos estábamos a punto de acabar. Me ofreció cincuenta euros por mis bragas. Me las quité, y, al hacerlo, le dejé que siguiese su trabajo. Esta vez me arrodillé frente al cristal, apoyándome en él. Él pasó la mano por el agujero, y me metió un dedo en el coño y otro en el culo. Me iba a hacer correrme a lo grande. Me quité el corsé, quedándome sólo con las medias. No tenía manos suficientes para apretarme las tetas.

Me corrí, justo antes de que el viejo hiciese lo propio sobre el cristal que nos separaba.

Caí sobre los cojines, y seguí acariciándome, exprimiendo los últimos segundos del orgasmo. Cuando me levanté, el viejo ya se había ido.

  • Ha sido espléndido – dijo José. - He contratado un pase especial.

Me tendió un billete de cien euros.

  • Arrodíllate junto a mí, follándote el consolador.

Así lo hice. Lo puse cerca del cristal, mirando hacia arriba, como un potente misil. Y me lo fui metiendo, poco a poco, era descomunal. Lo notaba llenándome, partiéndome. Nunca había entrado en mí nada semejante. Él me miraba, entre divertido y excitado, sin desviar mi mirada, disfrutando de cada momento como yo disfrutaba de cada pulgada del aparato.

  • ¿Me follarás hoy? - le pregunté. No me respondió.

En una de las cabinas entraron a mirar otras dos personas, dos chicas. Parecían muy jóvenes, recién cumplidos los 18 años. Las dos con minifaldas y blusas, muy guapas. Al cerrar la puerta una se quedó de pie, apoyada en el cristal, mirándome cómo me introducía el consolador. La otra la abrazó y la besó el cuello. José no podía verlas (los clientes no se veían entre sí) pero le gustaría la imagen. Incluso a mí me gustaba.

Cuando por fin estaba dentro de mí todo lo que podía, cuando me empezaba a acostumbrar a ese tamaño, se abrió la puerta. Tras ella, un negro gigantesco. Seguramente medía casi dos metros, casi llegaba hasta el techo. Musculado como un guerrero africano. Y con una lanza acorde...

Se acercó a mí. Estaba totalmente desnudo. No esperaba llegar a esto, pero no dudé en agarrar su tronco. Estaba duro como una piedra, y tan grande como mi brazo. Aproveché su cuerpo, firme como una estatua, para subir y bajar sobre mi intruso de plástico con más intensidad. Gemía sin reparos mientras me follaba el juguete. Con mi cara acariciaba la polla del negro, y de vez en cuando mi lengua salía a lamerle. Necesitaba correrme de nuevo. José lo debió ver en mi cara. Me tiró un billete y acercó su mano a mi clítoris. Sus hábiles dedos por fin se depositaban en mi cuerpo para darme placer. Varios días esperando este momento y al final, con un consolador enorme dentro de mí y un espectacular miembro negro pegado a mi cara, llegó. Y yo llegué con él. Apenas me rozó, me corrí, para él, apenas a un palmo suyo. Mi vagina se contrajo abrazando con fuerza el plástico que me violaba, y el negro me dejó disfrutar del orgasmo un momento.

José sonrió cuando, desfallecida, me tumbé sobre los cojines.

El negro, sin embargo, no pretendía dejarme descansar. Me cogió como si fuese uno de los cojines sobre los que me tumbaba, puso mi cabeza junto a las chicas, y me puso la polla en la boca. Escuché gemir a una de ellas. Su amiga le había quitado las bragas y la masturbaba desde detrás, mientras nos miraba. Sacó un billete y puso su mano sobre el tronco del negro. Sus deditos se veían diminutos sobre aquella verga que yo me afanaba en comer.

Posiblemente las dos chicas eran pareja, pero la que estaba enfrente mío parecía bisexual.

  • ¿Quieres chuparla? - dijo el negro.

  • Sí. - respondió ella.

Sacó su enorme mástil de mi boca y lo sacó por la abertura del cristal. La joven rubita lo engulló ansiosa. Yo le comía los huevos mientras ella le chupaba la punta. Apostaría a que su miembro era tan grande que un palmo separaba nuestras bocas. Su compañera la masturbaba más y más.

Mientras, el negro se afanó en desabrocharme el corsé. Sus enromes manos comenzaron a trabajarse mis tetas y mis pezones, haciendo que me retorciese de placer.

Le sacó la polla de la boca, y las chicas se besaron. Se susurraban, cómplices, mientras se acariciaban.

A partir de entonces mis recuerdos fueron un caos. Polla. Es lo único que recuerdo con certeza. Una magnífica, dura y enorme polla negra follándome en todas las posturas posibles.

  • Te voy a follar como a la puta que eres – me dijo. Y le preguntó a José - ¿cómo empezamos?

  • A cuatro patas – respondió él.

Me cogió del collar del cuello, ahogándome un poco, y me colocó a cuatro patas con las manos apoyadas en el cristal de las chicas. José vería mis tetas balanceándose con cada embestida de mi amante. Noté su sexo, duro y caliente, entrando en mí y os juro que pensé que me iba a partir.

Las dos chicas sacaron las manos y me acariciaron las tetas. Él me agarraba de las caderas y me follaba. Me jodía como un puto caballo.

José había visto las dos manos femeninas y había salido de su cabina. Llamó a la puerta de las chicas. Le abrieron.

  • ¿Os parece que compartamos la cabina? Así tendremos las mismas vistas.

Se sentó detrás de ellas, que siguieron con mis pezones. La morena masturbaba a la rubia mientras me los pellizcaba. Yo gemía y gemía, incontroladamente. José se levantó y las acarició la espalda tiernamente. Después las levantó la falda y comenzó a masturbarlas, a una con cada mano, mientras ellas seguían mirando al negro taladrándome. Me iba a matar, no podría aguantar mucho más. Pero ellas tampoco. José trabajó sus coños muy bien, porque pronto se corrieron. Las vi sus caras de placer, y yo tampoco aguanté más. Por tercera vez en esa sala tuve un orgasmo. El negro lo notó pero no paró, ni me soltó las caderas. Era incansable. Chicas, tenéis que probar algo así. Un negro así es como si os conectáseis a una máquina con un enorme consolador, grande, duro e incansable, pero además caliente, impredecible, dominándoos, bufando detrás de vosotras...

Las chicas se arrodillaron delante de José y le desabrocharon los pantalones. Él no dijo nada. Símplemente se dejó hacer. Las dejó sacar su polla, y que le comenzasen a hacer una felación entre las dos. Parecía que no era la primera que hacían. Se turnaban para lamer y chupar, y mientras, la otra acariciaba a la que lo hacía. Él las miraba, y me miraba a mí. Yo estaré en su lugar en pocas horas.

El negro me levantó y se puso a follarme manteniendome en volandas. Mi peso no era un reto para su musculado cuerpo. Me sujetaba por las piernas y me follaba. O, mejor dicho, se follaba conmigo, como quien usa una muñeca hinchable. Yo notaba que era imposible que me volviese a correr, pero el placer que me daba su poderosa herramienta lo compensaba. A mi espalda oí cómo José se corría. Me habría gustado verlo, pero mi amante estaba demasiado ocupado en ofrecerles un buen espectáculo.

Escuché el ruido de una puerta. El negro me bajó al suelo. Se habían ido.

  • ¿Descansamos un poco? - me dijo. Él estaba de pie, y me miraba a los ojos con una inocente sonrisa. Yo estaba sentada, con su polla húmeda de mí a la altura de mi cara. En el reloj ponía que ya llevaba casi una hora, así que debía marcharme.

  • Me voy a ir. ¿Quieres acabar? - Su mirada me lo afirmó. Arrodillándome frente a él, sumisa, me puse a masturbarle. Me metí la punta de su verga en la boca y con la mano le masturbé tan rápido como pude. No tardó en acabar. Me lo intenté tragar todo, pero fue demasiado abundante y acabó goteando sobre mis tetas. Me levantó y me dio un tierno beso.

Recogí el dinero que me habían tirado. En apenas una hora había reunido más de doscientos euros.

Al salir al camerino me encontré un regalo. Entre mis cosas había un taco de tarjetas de visita de José, en blanco, envueltas con un lazo.

El negro se metió a la ducha. Ver un hombre así es demasiado para cualquier hembra. La espuma destacaba sobre su negra piel, y su verga, flácida, parecía colgarle hasta casi la rodilla. Relajada era más grande que cualquiera de las que hubiese disfrutado en mi vida.

Me metí bajo el agua con él y le enjaboné como su fiel sirvienta. Me recreé especialmente en ese gran pedazo de carne que tanto bien me había hecho. Me lo agradeció y salió.

Cuando acabé ya no estaba, pero entre mis cosas, una nueva tarjeta de visita. De un formato casi igual al de José, pero con el teléfono de esa negra máquina sexual, y una nota a mano: “para cuando quieras repetir”. Lo guardé junto a las demás.

Salí a la tienda. Necesitaba una sorpresa para mi novio, y me compré un disfraz de caperucita y un bote de lubricante. Esta tarde tendría que usarlo con él y la sesión me había dejado dolorida. La de la tienda no me dejó pagar.

- He visto lo que has hecho ahí dentro, vuelve cuando quieras. - y me guiñó un ojo.


De camino a casa sopesaba cómo y cuándo estrenar el tarjetero de José. Tendría que ser algo especial.