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No me vas a superar (II/II)

en Fantasías Eróticas

Soy la mujer del relato de “No me vas a superar” (http://todorelatos.com/relato/118820/), que deberíás leer para entender esto.

 

Álvaro, mi marido, me ha pedido que le relate lo sucedido. No se atreve todavía a ver las imágenes, pero su lado morboso implora información. Estas líneas serán mi confesión, tras la promesa de inmunidad, tras su asunción de responsabilidad por mi reto.

 

Se arrepentirá.

 

Según comienzo a escribir esto, la cámara descansa a mi lado. Fue uno de los primeros juguetes en incorporar aquella noche. La enciendo. En la pantalla se listan al menos una decena de vídeos. Abro el primero. En primer plano, su cara. Él, medio dormido. Cubierto por su semen, resbalando desde su cuello, tras su primera corrida, tras mi primer orgasmo. Mi dedo, recogiendo un poco. Subiendo por su abdomen hasta su barbilla. Metiéndoselo en la boca.

 

“¿Te gusta?” - le dije, jugando con el pelele en que le había convertido el vino, untándole su propia corrida en los dientes, en la lengua.

 

Jodida viagra… Su polla todavía estaba firme y durísima a pesar del alcohol y la corrida. Hice un primer plano antes de colocar la cámara en la estantería, mirándole.

 

En la televisión, dos negros se follaban a una pelirroja parecida a mi. Me acerqué por detrás de él, y le sujeté la cara para que mirase.

 

  • ¿Ves? Esa es la novia de alguien. La mujer de alguien. Quizá a ella también la retaron.

 

Cogí otro poco de semen y lo puse sobre su lengua. Volvió a lamer.

 

  • Mañana no sabrás distinguir qué le hicieron a esa chica y qué le hicieron a tu mujercita.

 

En el ordenador, en un viejo vídeo sus manos, ahora esposadas, me quitaban la ropa.

 

Cogí el móvil. Abrí el hilo de mensajes que había abierto unos días atrás. Pasé rápido por las fotos, las condiciones y el precio. “Ya”, escribí simplemente.

 

Mi coño estaba encharcado. Me arrodillé delante de él y empecé a comerle la polla.

 

Recibí un mensaje.

 

Me toqué, lo admito. Antes de que todo empezase, me toqué. Mi mano fue a mi coño, estaba más excitada que nunca. Admito que estaba cachonda, muy cachonda, pensando en que me acababa de correr sobre mi marido en lo que era el tímido comienzo de la noche más loca de mi vida, que su polla estaba engordada a base de viagras, y que la comía, dura, tras una primera corrida, y que me metí uno, dos, tres dedos en mi coño pensando en lo que se avecinaba mientras mi lengua recorría el sexo de mi marido, borracho.

 

Bebí una copa de vino cuando me saqué su gorda polla de la boca. Yo también necesitaba algo de alcohol.

 

Le chupaba por propio placer. Siempre me gustó, pero dudo que él notase nada. Emitía leves gemidos, pero era poco más que un autómata en mi boca. Mi culo notaba el frío contacto de los tacones, arrodillada, sentada en ellos. Con las piernas abiertas permitiendo el acceso a mi propio sexo. La máscara rozaba en su pubis, quizá sobrio le habría hecho cosquillas. Ahora, con las plumas manchándose de su semen, no siente nada.

 

Llamaron a la puerta.

 

Al sacarme su miembro de la boca le miré a los ojos y le besé. “Te quiero”, le dije. Le dejé allí, a medias, empapado con mi saliva. Me puse una bata, pero no me quité la máscara ni los tacones, y fui a abrir.

 

Ellos.

 

Pasó primero Antonio, que se quedó a mi lado, serio, en silencio. Borja cerró la puerta y me miró de arriba a abajo. “Por clientas como tú me he metido a esto, guapa”, dijo. Me dio un azote y sonrió. Musculoso, rapado y embutido en una camiseta de lycra. Pantalón de cuero marcando. Puede que con relleno. Puede que gay, aunque mi coño palpita esperando que no.

 

Antonio me arrinconó simplemente girándose hacia mi. También alto y musculoso, aunque mayor. Barba arreglada y traje sin corbata. Llevaba un maletín que dejó en el suelo.

 

Me apoyé en sus hombros para acercarme a su oído. “La palabra de seguridad es León”, le dije, como acordamos.

 

Su atlético cuerpo me apretó, mi culo contra la pared, mi vientre contra su paquete. Introdujo un dedo en mi coño sin preliminares, estaba más que lista para recibirle. Suspiré. Mi pintalabios le gustó, lo vi en sus ojos. Me cogió la barbilla, y me besó con fuerza, y me quitó la bata, que dejó caída en el suelo. Su compañero fue al salón mientras él me daba un aperitivo de mi noche. Su mano empujaba hacia arriba, casi levantándome del suelo.

 

“Cariño, te vamos a hacer disfrutar esta noche como nunca soñaste”, me susurró. Un segundo dedo se coló en mi coño. Su lengua violaba mi boca cuando me apretó un pezón. “No va a ser suave. No va a ser lento. Pero te va a gustar”. Sus palabras me estremecieron. Le apreté contra mi. “Hoy soy vuestra puta”, le dije, cuando un tercer dedo acarició mi clítoris.

 

Todavía estaba en el pasillo cuando escuché a Borja reir en el salón.

 

“Joder con las viagras, voy a tener que probarlas”, dijo a voces.

 

Inesperadamente Antonio me empujó, tirándome al suelo. Me agarró del pelo y me hizo seguirle gateando, tirando de mi como si tuviese una correa. Dolía, pero no dije nada. Al llegar, Borja jugaba con la polla de mi marido, golpeándola, riendo viendo cómo se mantenía erguida ante su impasividad, medio dormido. Él apenas abría los ojos, inmóvil, atado a la silla y esposado.

 

Antonio tiró de nuevo de mi melena, esta vez para levantarme y obligarme a lamer el chorreante semen en mi marido. “Límpialo”, ordenó. Comencé en su mejilla, donde resbalaban algunas gotas, y aproveché para susurrarle. “Me han costado caros, pero los voy a disfrutar, cielo”. Bajé por su cuello hasta detenerme a chupar en su pubis, donde se había acumulado la mayor parte. Borja se desnudaba mirándome. Le limpié los huevos antes de acabar en su polla. Mi cara tenía también restos, que recogí con mi mano y lamí, antes de comenzar con su verga. Miré a Antonio a los ojos mientras la carne de mi marido iba desapareciendo completamente en mis pintados labios. Noté su mirada fija en mi cuando su glande llegó a mi garganta y mis labios a la base. No todas serían capaces de tragar semejante miembro. Él se mantuvo impertérrito. Su amigo, sin embargo, continuó bromeando. La mantuve en el fondo lo que aguanté, sin retirarle la mirada, casi sin parpadear. Retando a mi chulo. No presté atención a lo que decía Borja. Saqué su polla empapada y reluciente, sin traza de semen, como me ordenaron.

 

Borja cogió la botella de vino. “¿Siempre eres tan seria?” preguntó. “Hay que disfrutar de las cosas de la vida”, dijo, dando un trago y acercándose a nosotros. Se colocó detrás de mi marido, abrazándole. Le agarró la polla con una mano. “Está bien dotado tu maridito”, constató masturbándole. Su gran mano iba desde la base hasta la punta, apretando fuerte, deslizando sobre mi saliva. Le metió la botella en la boca y le obligó a beber. Parte cayó sobre él. “Traga”, dijo. Le besó en el cuello mientras lo hacía, sin dejar de masturbarle. “Nos vamos a follar a tu mujercita, guapo”, le dijo. “Y quizá a ti también”.

 

Noté presión en mi cabeza. Antonio se había acercado por detrás y me obligó a comer la polla de mi marido de nuevo, sin dejar sacármela para respirar. Me asfixiaba. “A ver cuánto aguantas con ella hasta la garganta”, amenazó. Borja le seguía obligando a beber. Me hacía daño, y parte del vino caía sobre mi. Uno de los dedos de su otra mano fue a la entrada de mi culo. Me mareaba de la tensión. Me introdujo un poco. Tras unos segundos eternos, ambos pararon y por fin mi marido y yo pudimos respirar y toser, aguantando la arcada que nos provocaron. Mi marido chorreaba vino y yo saliva cuando me levanté y, revolviéndome, encaré a Antonio, enfadada. Él me sacaba casi una cabeza a pesar de mis tacones.

 

“¿Ya te rajas?” Dijo. “Quizá tu marido tenía razón. ¿Tan pronto vas a usar la palabra de seguridad?”.

 

Borja se acercó y noté su cuerpo pegándose a mi espalda. Dudé un instante. La locura de mi vida. Meter a dos extraños en mi casa para que me follasen, con una palabra salvadora… Pero ¿qué evitaría que me violasen si se torcía?

 

Mis manos fueron a la hebilla del cinturón. Desabroché a Antonio, despacio. Parecía caro, como su dueño. Abrí su pantalón y bajé ligeramente la bragueta. Mi mano se coló dentro del boxer, palpando su erección. “Esperaba que la tuvieses más grande que mi marido”, le dije, desafiante.

 

Borja, detrás de mi, me dio un beso en el hombro. “Cielo, danos el dinero y verás lo que es una polla”.

 

Saqué la mano de sus calzoncillos y fui al dormitorio. Cerrando la puerta, me dirigí a la cómoda, donde guardaba un sobre con dinero entre mis bragas. Mientras lo buscaba, la puerta se abrió. Antonio entró. Con su mirada fija en mi, dejó el maletín sobre la cama. Le tendí el fajo. “Hombre de negocios cobra de una puta por follársela”, se titularía la foto. No lo cogió todavía. Abrió el maletín y, sin dejarme ver el contenido, sacó un contrato y un boli.

 

Detallaba lo que me habían contado. Lo que solicitaba que me hiciesen, los límites que estaba dispuesta a cruzar, la exención de responsabilidad, el secreto. No prometían que no ocurriese nada. Nunca habrían estado aquí. Nunca me habrían follado ni golpeado.

 

Firmé.

 

Sin quitarse más ropa, se desabrochó el pantalón. Me miró y supe que debía arrodillarme, bajarle los calzoncillos y comenzar a comérsela. Ciertamente no era tan grande como la de mi marido, pero fue creciendo a medida que contaba los billetes, hasta convertirse en un ejemplar con un espesor mayor. Cuando acabó de contarlos mis labios casi no lo abarcaban. Cerré los ojos y saboreé esta desconocida polla.

 

“Lo haces muy bien, puta”, dijo, justo antes de obligarme a ponerme a cuatro patas en la cama. Instintivamente mi mano separó mis labios para facilitar la entrada de mi amante, pero sólo escuché el clac del maletín abriéndose, tras lo cual un generoso chorro de lubricante cayó por mi culo y mi coño, manchando las sábanas. Justo después, lo que parecía una bola metálica se introdujo en mi ano, dilatándome. Me sobresalté. Golpeó mis nalgas una, dos, tres, cuatro veces. Cinco. Con la sexta, grité.

 

Tras hacerlo, cogió el maletín y salió del dormitorio.

 

Le seguí, no sin miedo. Notaba mi culo caliente por los golpes.

 

“Siéntate sobre tu marido”, dijo Borja, que todavía no se había desnudado por completo y esgrimía una botella de champán. Lo hice. Me empalé con su polla, que me llegaba hasta las entrañas. Le abrazé y le besé. Él estaba grogui totalmente.

 

“¡Vamos a celebrar el aniversario de estos tortolitos!”, gritó Borja, descorchando la botella y echandola por encima de nosotros. Mi marido, sorprendentemente, reaccionó al frío líquido y comenzó a comerme las tetas mientras apenas le follaba. Casi me mordía, dejándome marcas. Intentó decirme algo, pero no fue capaz de articular palabra.

 

Antonio se quitaba el traje despacio mientras nos miraba.

 

Borja se acercó, no pude reprimir tocar su paquete.

 

“Parece que tu mujercita quiere un rabo de verdad”, dijo. Lo miré. Dios. Su punta asomaba por la pierna de los calzoncillos. Cuando se lo quitó parecía ciertamente increíble, el anuncio no engañaba. Más de veinte centímetros, y gorda como la de Antonio. Pero fue la cabeza de mi marido la que agarró y bajó para que comenzase a chupar. Si no hubiese estado yo sobre él le habría tirado de la silla al hacerlo. Su brazo se retorcía, esposado a su espalda, para conseguir bajar su cabeza hasta su miembro. Lo agarré con mi mano derecha mientras mi marido tragaba los primeros centímetros. A mi me besó. Su lengua sabía a polla y vino. Con una mano me guiaba, indicándome cómo follarme a mi marido mientras con la otra era él el que le follaba la boca, moviendo su cabeza. Nos mantuvo a los tres así durante un rato.  i marido se atragantaba y no se le metía ni la mitad, mi mano no soltó su falo en ningún momento mientras yo seguía subiendo y bajando. “Parece que a tu marido le está gustando”, dijo al notar por sus espasmos que se corría dentro de mí. Se vació por segunda vez, y le besé la frente cuando paré.

 

Mi marido me miró, vacío, cuando Borja le liberó de su trabajo y le quitó las esposas. Me levantó, pero a él tuvo que ayudarle para que se tuviese en pie. Le hizo tumbarse en el suelo, boca arriba, y a mi me puso tumbada sobre él, invertida, mi coño en su cara, su polla en la mía. No podía ni chuparme, y el semen de su corrida se vertía sobre él desde mi entrada. “No, cielo”, me dijo Antonio, acercándose despacio, cuando fui a comer a mi marido. “Es nuestro turno”. Se arrodilló frente a mi. Sus huevos rozaban la polla de mi marido. Comencé a chupar su grueso falo de nuevo. Las manos de Borja se situaron en mis nalgas. “Dile a tu marido que me puede comer las bolas si quiere”, dijo riendo cuando situó su polla en mi entrada.

 

“Fóllame”, le dije. “Fóllame”, le repetí. Como si fuese a hacer falta. Gemí cuando noté, por vez primera en muchos años, una polla diferente entrando en mi. Engullí a Antonio de nuevo mientras lo hacía. Cuando noté a Borja casi al fondo de mi, eché la mano atrás para agarrarle. Todavía quedaba media polla por entrar. Muchos euros por centímetro de polla, pero lo disfrutaría.

 

Comenzó a moverse imposiblemente despacio. Gemí, empalada. Gemí y grité no sé durante cuanto tiempo, notando mi piel tensa rozando contra sus vergas. Mi marido respiraba con dificultad debajo de mi mientras me follaban. Notaba su aliento en mi coño, y le agarraba la polla, que rozaba con la de Antonio. No recuerdo cuánto me follaron. Recuerdo las fuertes manos de Antonio sujetando mi cabeza, y los duros dedos de Borja clavándose en mi culo penetrándome más y más adentro con aquel prodigio de la naturaleza, mientras el juguete dilataba mi ano y mi marido de vez en cuando reaccionaba, sacando la lengua y lamiendo mi clítoris o sus genitales. Recuerdo mis orgasmos, y cómo pedí más y más.

 

No recuerdo cuántas veces me corrí, pero cuando por fin lo hizo Antonio, el primero de ellos, me obligó a tragar todo, hasta la última gota. Borja no dejó de follarme mientras el semen de su socio  bajaba por mi garganta. Y después me levantó. “Eres una niña sucia”, dijo, arrodillándome y haciéndome sujetar una copa llena de vino junto a mi, pegada a mi barbilla. Borja se puso frente a mi, su polla erguida frente a mis ojos, apuntando a mis labios. No me dejó comerle. Sus grandes manos recorrieron su falo hastacorrerse en mi cara. Su leche fluyó por mi frente, por mis ojos, por mi boca hasta el recipiente. Sus dedos limpiaron mi rostro, vertiendo los restos en el vino. El gracioso de la pareja se reía mientras Antonio daba otro trago a su vaso. Después, echaron una pastilla más en la que yo sostenía.

 

“Ya sabes para quién es la copa”, dijo.

 

Erguí a mi marido lo suficiente para que pudiese beber, y le ayudé a pasar el vino con su semen. Le besé en el cuello mientras lo hacía. Tuvo que contener varias arcadas. Su polla ya se había dado un descanso. Cuando acabó, le abracé y, tumbándole delicadamente en el suelo, me repetí que le quería. Sólo esperaba que se quedase dormido.

 

Ellos se sentaron en el sofá, con sus pollas flácidas, hermosas, tentándome. Antonio estaba al teléfono, pidiendo unas pizzas para cenar. Descansé un rato, tumbada junto a mi marido, recobrando fuerzas. Me quedé traspuesta.

 

Creo que me despertó el timbre del portal. Mi marido seguía dormido. Borja seguía sentado en el sofá, quizá dormido, con su gran polla descansando sobre su abdomen, y Antonio se había puesto unos pantalones. Me acompañó al portero para abrir. Me puse la bata, que todavía estaba junto a la puerta.

 

“Las pizzas”, dijo el repartidor, al otro lado de la línea. Antonio, detrás de mi, me empotró contra la puerta, en el mismo momento en que pulsé el botón de abrir la puerta de la calle, y dejé caer el teléfono. Sacó su polla y me penetró sin contemplaciones. Sus empujones retumbaban a través de mi cuerpo junto a la puerta, lo cual se estaría oyendo en todo el bloque, y mis gemidos probablemente llegaban hasta el portal a través del telefonillo. No podía más que gritar e intentar que no se me cayese el dinero de mi mano, apoyada contra la puerta mientras era salvajemente follada por él.

 

Creo que el repartidor estuvo esperando, asustado, varios minutos, al otro lado de la puerta, a un palmo de la follada de mi amante, separados sólo por la madera. Me folló hasta que sonó el timbre. Cuando paró, se guardó la polla pero se mantuvo detrás de mi. Abrí la puerta tras taparme como pude con la bata. Seguía con la máscara y los tacones cuando él me vio. Estaba blanco.

 

Me conocía, era un chaval del barrio.

 

Me dio la comida. No hablamos. Le di el dinero y cerré, sin esperar la vuelta.

 

Dejé las cajas en el suelo.

 

Me apoyé contra la puerta de nuevo, y me levanté la bata, ofreciendo mi coño anhelante. Antonio rió.

 

Oí el ascensor bajar. Me corrí cuando, imperceptible bajo el sonido de los golpes de mi cuerpo contra la madera, abajo, escuché el portal cerrándose.

 

Ellos comenzaron a comer, pero yo no tenía hambre de pizza.

 

Fui gateando hasta Borja. “Todavía no te he probado”, dije, como la mayor de las putas. Fui hacia él moviendo el culo, aumentando el roce del dilatador anal, al que ya estaba hecha.

 

No me reconocí cuando me apoyé sobre las rodillas de Borja y lamí la superficie de su larguísimo falo mirándole a los ojos mientras él seguía comiendo, riendo. Antonio le pasó la cámara. En la pantalla, mi lengua lamía la punta, mientras miraba al objetivo sonriendo. “Con bocas como la tuya igual me hacía hetero, guapa”, me dijo. Mi marido me miraba, creo, cuando comencé a chupar. “Es imposible comérmelo entero”, me dije a mi misma, cuando vi que no llegaba a la mano con la que se lo sujetaba tras engullir una buena porción. “Seguro que tu marido está cachondo viendo cómo me comes”.

 

De los tres fui yo quien mas disfrutó de la comida. Me atragantaba con él, intentando introducirme más y más. Tuvo que dejar la pizza para concentrarse en lo que le hacía. Sus grandes manos acariciaron mi cara en señal de agradecimiento.

 

Antonio me retiró el dilatador anal, y volvió a usar el lubricante.

 

Después, un dedo.

 

Un centímetro más de Borja en mi boca.

 

Dos dedos.

 

Otro centímetro.

 

Ningún dedo. Ese instante previo, cuando sabes qué va a ocurrir.

 

El último centímetro que me pude meter, y la mirada de placer de Borja.

 

Su polla. Su gorda polla desvirgando mi culo. Quince centímetros menos de polla de Borja en mi boca, liberada para gritar al recibir la punta.

 

Un poco más de polla en mi culo, y más gritos.

 

Su cuerpo reclinándose sobre mi, sus labios en mi espalda. Su mano en mi clítoris.

 

Mi ano acostumbrándose a él.

 

Mi boca en Borja de nuevo.

 

Su polla comenzando a moverse. Yo, comenzando a disfrutar y volviendo a comerle.

 

Mi marido, borracho, mascullando algo.

 

“Álvaro, vamos a partir a tu mujer”, gritó Antonio.

 

Las manos de uno en mi cabeza, follándose mi boca con su polla absurdamente grande, golpeando en mi garganta, empapándose en la saliva que caía por mis labios sin control ante su fuerza. Las del otro, en mis caderas, manejándome como una muñeca, a su antojo, follándome el culo sin compasión, golpeando mi coño con sus huevos. Las mías en mi clítoris exprimiendo cada centímetro de placer de mi cuerpo. La larga verga sobre mi lengua, y movimiento, fuertes penetraciones, fuertes azotes. Fuertes gritos pidiendo más. Sus insultos poniéndome más cachonda. Mis dedos penetrándome. Largas pollas, largo tiempo. Gritos y sexo. Más gritos, más sexo. Mi marido vomitando a un lado. Porno en la televisión, más suave que en el sofá. En el ordenador yo, haciendo un tímido striptease mientras a cuatro patas ahora como la polla de un bisexual al que he contratado. Sudor, sexo, placer, su piel rozando con la mia, nuestros ojos mirándonos...

 

Mi primer orgasmo anal. Mi mayor orgasmo.

 

Mis mayores gritos.

 

Mis siguientes orgasmos, incontables, empalada en mis amantes.

 

Su semen cuando mi cuerpo más tembló, virtiéndose en mi culo, en mi garganta, en mi cara, en mi pelo.

 

Yo desmayándome de placer.

 

Yo, despertando, horas más tarde, en mi cama. Como en un sueño, con dos sementales a mis lados. Borja dormido, Antonio mirándome acariciándome el pelo.

 

Yo, subiéndome sobre él para follarle.

 

“Tu marido duerme”, dijo mientras me pellizcaba los pezones. “Le hemos seguido dando vino, no recordará casi nada”, dijo cuando le besé el cuello. “Eres una puta perfecta”, dijo mientras me penetraba. Él se puso las manos en la cabeza y me dejó hacer, como si él fuese el pagador. Me eché hacia atrás para que pudiese, con la luz que entraba por la ventana, ver mi cuerpo subir y bajar sobre él, ver mis manos sobre mi pecho, mi coño rasurado y mi cara de vicio tras la máscara. “Perfecta”, dijo.

 

Despertar a Borja con mis gemidos. Que se coloque detrás de mi y me empuje para tumbarme sobre Antonio.

 

Más lubricante. Mucho más. Dos dedos. Tres dedos. Antonio y yo quietos mientras mi ano es liberado de tres dedos y deja paso a algo más gordo y duro. Borja penetrándome con el tubo de lubricante. Ardor.

 

“Cariño, yo soy más gordo…”.

 

Lo saca y me echa más líquido, relajándome el quemazón.

 

Su punta. Penetrada por el culo con la polla más grande que nunca conocí.

 

“Despacio”, dijo. Besé a Antonio con pasión mientras contenía los gritos al notar cómo, centímetro a centímetro, su polla desaparecía en mi.

 

Notarme follada por mis dos agujeros a la vez, a turnos, a la vez, a turnos… Ellos bufiendo dándome placer… La cara de Antonio en la cama, donde siempre duerme mi marido. Ellos parando, y siendo yo la que me empalo entre ellos… Me mareo, grito, sudo...

 

Correrme de nuevo con ellos dentro, mientras me susurra “me he follado a tu marido mientras dormías, tiene el culo más prieto que tú”.

 

Correrme de nuevo imaginando a Borja sobre mi marido.

 

No poder correrme más. Borja abandonando mi culo. Antonio levantándome con facilidad, sacándome de él. Tumbándome boca arriba en la cama.

 

Ellos arrodillándose a ambos lados de mi cabeza. Mi mano izquierda en Antonio, la derecha en Borja. Su polla sobre mis labios. Ellos besándose. Ellos mirándome. Sus pollas corriéndose una última vez sobre mi cara, sobre mi pecho, sobre mi pubis.

 

Al acabar, escuchar la ducha encendida, y levantarme y encontrarme a mi marido allí de pie. Saber que le he ganado al conversar mientras el agua limpia el semen de mi cuerpo mientras la casa se queda sólo para nosotros dos.