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Más masaje sin límites

en Trios

Yo también di un nombre falso. “Olga”, dije tras llamar al timbre.

Subí las escaleras, y la madame me saludó con dos besos. Sonreí y extendí el sobre. Como habíamos acordado, me sirvió una copa pero me llevó directamente a la habitación privada. No quería tener que esperar en la barra y tener que explicar a los clientes que yo también lo era.

Dejé mi ropa a un lado y me metí en la piscina con mi minúsculo bikini. Recordé la primera visita, contigo, esperando a nuestros masajistas.

Me gustó demasiado.

“Hola”, dije al abrirse la puerta y entrar de nuevo. Sólo llevaba un pequeño bañador que apenas le tapaba, y champán. Me sonrió. Sin decir nada, entró en el agua junto a mi. Cogió mi cubata y lo puso en mis labios, haciéndome beber. Al inclinarlo noté el vodka rebosando, resbalando por mis mejillas hasta mi pecho. Me hizo beberme la mitad sin parar. Con un dedo recogió parte de lo que había derramado sobre mi piel y lo llevó a mi boca. Se lo chupé. Me besó.

  • ¿Hoy no brindamos primero?

Cogió la botella de champán, y la descorchó.

  • Me han dicho que hoy quieres las cosas más… directas, ¿no?

Me mordí el labio.

  • ¿No habrá problemas, no?

  • No si tú has tomado precauciones.

  • Sí.

  • Entonces hoy seremos más… directos.

Cogió la botella por el cuello y dio un trago a morro. Su musculatura se marcó al levantarla para beber. Después me la pasó a mí e hice lo mismo. Sonrió.

Me guió por la cintura, poniéndome apoyada en el borde de la piscina, con mis codos en el suelo y mis tetas a la altura del agua.

  • También me han dicho que no necesitas masajes esta vez - susurró detrás de mi.

Asentí en silencio.

Se pegó a mi espalda y me besó el cuello. Suspiré. Sus manos subieron por mis muslos hasta mi bañador, el cual desató para separarse de mi cuerpo flotando en la piscina.

  • No lo necesitas.

Siguió su recorrido y se coló debajo de la tela de mi bikini, acariciándome las tetas. No me lo quitó, pero lo apartó. Mis pezones eran piedra.

Invirtió el trazado sobre mi piel hasta llegar a mi rasurado coño, que ya estaba en ebullición, y comenzar a acariciarlo.

  • ¿Sabe tu marido que estás aquí?

  • No.

  • ¿Se lo vas a contar?

  • Sí.

Me introdujo dos dedos. Dios. Pegué mi culo a él, quería notarle.

  • ¿Le vas a contar todo?

  • No.

Mi clítoris, que estaba a punto de reventar, explotó. Tuve que contenerme para no morder el brazo con el que me rodeaba para tocarme mi pecho mientras me masturbaba. Noté mi vagina estrangulando sus dedos, y la sala fueron mis gritos.

  • Quiero notarte - dije al recobrar la respiración.

Él se quitó el bañador. Mantuvimos la misma postura pero abrí las piernas.

  • Dentro.

  • Como mandes, pero apenas llevas diez minutos…

  • La quiero.

Él rió. Me la introdujo despacio.

  • Qué bien…

Sus manos en mis caderas guiaban el polvo. Éste me lo tomaría con más calma.

 

Estando pensando en eso, la puerta se abrió. En un reflejo absurdo me tapé las tetas. Otro hombre entró en la sala. Mi amante colocó mis brazos de nuevo en el borde para poder seguir follándome.

  • Hoy tenemos un dos por uno, preciosa.

Era negro, de rasgos marcadamente africanos, alto y delgado. Se quitó el calzoncillo y se acuclilló para besarme. Os juro que al hacerlo su inmensa verga rozó el suelo.

  • A esto invita la casa - dijo.

Yo estaba sin palabras. Se metió en el agua con nosotros. Quedé entre los dos, pero José no dejó de follarme. Mi nuevo amigo, mucho más alto que yo, se inclinó para besarme de nuevo. Su lengua era grande y áspera. Mis manos fueron a su polla.

  • ¿Quieres que te folle con esto?

Asentí rápidamente, excitada.

Él se sentó en el borde de la piscina. Apoyé mis codos en sus rodillas, y se la agarré. Era grandiosa.

José me estaba trabajando profundo, lento. Le pedí que me follase más rápido, que sólo tenía una hora. Me dijo que no me preocupase por el tiempo.

Joder.

Mi mano derecha fue a la base de la verga de mi nuevo y negro amigo. La izquierda, encima de la derecha.

Joder.

Habría necesitado una tercera mano para llegar a tocar su glande.

La solté, para admirarla. Noté que me corría. Le abracé al hacerlo, quedando mi cara pegada a ella. Mi amante me la clavó hasta el fondo y paró, haciendo que notase mi vagina apretándole al acabar.

Cuando terminé, se sentó fuera, al lado del otro. Les miré.

  • Me váis a follar. - afirmé, tomando conciencia.

Agarré sus pollas con las dos manos. Joder. Lamí la de mi amante.

  • ¿Te da miedo? - dijo el negro. Joder.

  • Sí.

  • ¿Te ayudo?

  • Sí.

Saltó dentro del agua y me besó. Sin avisar, me cogió en volandas y me sacó, llevándome a la cama. Me tumbó. Se arrodilló junto a mi cabeza, sujetando su verga.

  • ¿La quieres?

No respondí. Acerqué mi boca y di un lametón a sus huevos. Él acercó su polla a mi boca. La abrí para introducirme su glande. Él cogió mi cabeza, guiándome. Era raro pensar que yo era la que pagaba, pero estaba disfrutando cada centímetro de su carne. Conseguir que emitiese un gemido fue una pequeña victoria para mi, a medida que conseguía abarcarle más y más.

Tan concentrada estaba en mi trabajo que no me di cuenta que José se había acercado. Se situó entre mis piernas para comerme. Estaba tan excitada que, literalmente, me corrí con el mero contacto de su lengua. Reí avergonzada.

  • Mirad cómo me tenéis…

Reímos a carcajadas.

 

Más relajadamente me siguió lamiendo mientras yo disfrutaba haciendo lo mismo.

 

La miré una última vez, inmensa, antes de pedirle que se tumbara.

 

Me coloqué sobre él y le hice lamer mis pezones. Notaba su verga golpeándome en el culo, humedeciéndome.

Gemí.

Bajé.

Le besé.

Agarré su negra polla para dirigirla a mi interior.

Grité.

Noté su misil partiéndome en dos sólo con la punta. Cuando introduje el glande gemí y paré de bajar. Apoyé mis manos en su duro pecho.

  • Eres gigantesco - le dije, riendo, sudando. Él me enseñó su perfecta hilera blanca de dientes. - Sois una raza superior - bromeé. - Déjame adaptarme a ti.

Comencé a bajar en él. Abriéndome. Casi podía escuchar mi piel estirándose en su contorno. Entrando suave y duro. Mi flujo resbalaba por él ayudándome, anticipando su siguiente centímetro. Yo casi no respiraba.

Cuando me sentí llena, casi rozando mi útero, bajé mi mano. Me topé con mi inflamadísimo clítoris y gemí sin quererlo. Pero quería comprobar que, efectivamente, todavía quedaba una buena parte fuera. Abrí los ojos como platos. Él rió. Mojó su pulgar e índice en el flujo que resbalaba por su polla y apretó mi clítoris. Jugó con él unos segundos.

  • Más - dijo. Me introduje otro poco

El otro, que se había mantenido al margen, se arrodilló a mi lado y me besó. Mi clítoris seguía atendido, él seguía provocándome, y yo rodeando cada vez un poco más.

Estaba comiendo mis pezones cuando noté que ya sería imposible abarcar más, así que le aparté y comencé a subir y bajar alrededor del émbolo del otro. Primero un poco, después sobre toda su extensión. Dios. Era interminable. Él sencillamente se dejó hacer mientras yo seguí esa rutina. Comencé despacio, haciendo el recorrido en torno a él interminable. Después aceleré, quería más. Subí y bajé cuanto me dieron las fuerzas, hasta que me corrí una vez más y caí extasiada.

  • Maravilloso, simplemente maravilloso… - dije.

Había quedado tumbada en la cama entre ambos.

  • ¿Cuánto tiempo me queda? - pregunté.

  • Has pagado bien y no tenemos prisa, cielo - respondió mi primer amante.

  • Me voy a la ducha, id pensando qué hacer cuando salga.

  • ¿Qué te gustaría?

  • ¿Qué sabéis hacer?

  • Cielo, vivimos de esto…

Me giré a su oreja y agarré su polla morcillona. “Hacedme todo lo que podáis”.

  • ¿Segura?

Joder. Me encontraba muy, muy cerda. Mucho. Habría hecho cualquier cosa.

  • Segura.

Antes de entrar en la ducha miré mi móvil. Tenía varios mensajes de mi marido: “¿Dónde estás?” “Joder, ¿lo has hecho?” “¿Estás bien?” “Dime algo para quedarme tranquilo”. Lo habíamos hablado. Le excitaba la idea de imaginarme sola aquí. Me dio permiso. Hoy, la primera noche que él no iba a estar, lo hice. “Sí. Estoy con el masajista del otro día. Me ha follado varias veces ya. Voy a la ducha para un segundo asalto. Te quiero.”

Me metí bajo el agua. Noté mi piel totalmente erizada todavía.

  • Has escrito a tu marido, ¿verdad? - dijo José, entrando. Asentí. - Yo también necesito una ducha.

Se enjabonó y se limpió. Me dediqué a mirarle en todo su esplendor. Me contuve de agarrar su polla. Al acabar, me besó.

  • Ahora viene Darío a limpiarte a ti.

Salió, y al poco entró mi negro. Tras un poco de agua, puso gel en mis manos y me hizo frotarle. El placer de notar sus músculos era estremecedor. Me recreé en limpiar su polla.

  • Me toca - dijo.

Me dio la vuelta y me puso las manos contra la pared. Me enjabonó todo el cuerpo y después, con la alcachofa de la ducha, me aclaró. No lo hizo con la delicadeza que esperaba, y se lo dije. Me susurró al oído “No vamos a ser delicados ahora”.

Joder.

Apoyó su enorme cuerpo en el mío. Noté su verga entre mis glúteos. Sus manos fueron a mi pecho.

  • ¿Es lo que quieres? - me preguntó.

Primero froté mi culo en él. Después, me di la vuelta y le miré desafiante. “Demostradme que valéis lo que pago”.

Apagó el agua. Su mano izquierda fue a mi cuello. Su dedo corazón derecho, a mi punto G, sin miramientos. Grité. “Tú vas a ser nuestra puta”, me susurró.

José entró en la ducha con un antifaz. Me lo puso. Me cogieron cada uno de una mano y me guiaron a habitación.

  • ¿Confías en nosotros? - dijo José.

  • Sí.

  • ¿Quieres pasártelo bien?

Asentí.

Alguien me agarró del pelo. Firmemente pero intentando no hacerme daño, me guió sobre la cama. Subí arrodillada. Dos manos hicieron que apoyase el culo en los talones, pero manteniendo las piernas abiertas. Otra mano hizo que bajase la cabeza.

  • Come.

Palpé con mis manos hasta notar dos duras piernas. Pronto fui guiada a mi objetivo. La gran verga de Darío se alojó en mi garganta y comenzó a follarme la boca. José pronto hizo lo mismo en mi coño. Comenzó suave, pero pronto su ritmo me impedíía esmerarme en la mamada. Recuerdo agarrar su verga con una mano mientras gemía sobre el tronco, imposible lamer o chupar.

Recuerdo correrme.

Gritar.

Notar mi coño estrangulando su verga.

 

Salió de mi y no me dejaron cambiar de postura. Noté cómo él se sentaba al lado de Darío, porque guió mi mano a su empapada verga.

Darío guiaba mi cabeza para comerle hasta casi asfixiarme.

Unas manos se posaron en mi culo.

Un tercer hombre me penetró. Noté que llevaba preservativo.

  • Hemos invitado a un cliente de confianza para poder llenarte por completo, cielo.

No dije nada. Me limité a alternar mi boca entre sus dos pollas, mientras el desconocido me follaba.

 

Pronto comprendí lo que me querían decir.

Le tumbaron y me hicieron montarme sobre él. Me penetró. Quedó parado.

Darío puso su polla en mi boca.

Un chorro frío de lubricante cubrió mi ano. José me besó la nuca.

  • ¿Sabes lo que viene ahora? - Darío se apartó, dejándome hablar.

  • Sí.

Lo sabía. No podía ver al extraño que me follaba. No podía ver la verga de Darío apuntando mi cara. Pero podía notar la polla de José, detrás de mi, apuntando a mi culo, a punto de sodomizarme.

  • ¿Lo quieres?

  • Sí.

Dios.

Su gran polla comenzó a colarse en mi culo. Noté el momento en que su glande venció la resistencia de mi ano. En ese momento la sacó, despacio, y aplicó más lubricante antes de repetir la operación.

Las manos del desconocido me sobaban, ansioso, y de vez en cuando notaba su boca chuparme donde podía. Darío usaba mi boca a su antojo. Y José iba avanzando hacia lo más profundo de mi interior, poco a poco.

  • Ya la tienes toda, cielo - me susurró.

Eché una mano a la espalda y clavé mis uñas en su culo, apretándole contra mi. Saboreé ese instante de tener a ambos parados en mi interior.

Darío se acercó de nuevo. Tres pollas dentro de mi cuerpo.

José consiguió colar su mano hasta mi clítoris. Iba a reventar, y reventé. Allí, los cuatro parados todavía, disfrutamos mi orgasmo.

Después comenzó la locura.

Me embestían a la par. Yo chupaba lo que podía.

Gritos, sudor, semen…

 

Llegué a casa aproximadamente hora y media después. Mi marido me esperaba despierto. “Ha sido la ostia”, le dije. Él comenzó a hacerme preguntas. Yo sólo me arrodillé para comerle, sin decir una sola palabra más, ni dejar que me tocase.

 

Sólo una palabra salió de mi boca: “sí”.

Me había preguntado si iba a repetir.