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Me apetece follar (6)

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Habíamos estado follando hasta las cinco o así. Cumplió el plan escrupulosamente. En cuanto me recuperé del orgasmo, que me costó, salimos de la habitación y tomamos una copa en la sala de estar. Desnudos. Charlamos durante media hora más o menos de temas que nada tenían que ver con lo que había ocurrido las horas antes. El primer cubata lo tomé casi de golpe, estaba sedienta. Era extraño verle frente a mí, con la verga, morcillona, colgando bajo el vaso de ron, y estar yo también, todavía húmeda, y no pretender hacer nada. Tras el segundo me senté junto a él y le besé. No me dejó pasar de ahí. Me llegué a arrodillar entre sus piernas, pero me hizo levantarme con un tajante “esta habitación no es para eso, y la noche ha acabado”.

Al rato me llevó a un dormitorio y caí rendida instantáneamente.

Me desperté a eso de las diez de la mañana. Tenía agujetas en todo mi cuerpo. Demasiada tensión durante demasiadas horas. Las piernas me iban a matar. Parecía que hubiese pasado una maratón.

Me había dejado desayuno preparado y una nota: “ha sido una noche inolvidable. Cierra al salir”. Se había ido. Había bajado al salón desnuda, con la esperanza de encontrarle allí y llevarle a la habitación de juegos, pero no pudo ser.

Llegué a casa hacia las dos del mediodía. Había botellas y vasos vacíos en el salón. Era sábado por la mañana. Mi novio me dijo que tendrían fiesta, era de esperar. Yo supuestamente estaba en el pueblo de un familiar. Si él supiera...

No estaba en nuestro dormitorio. Estaba en uno de invitados. Es una habitación que tenemos para visitas, con dos camas. En la otra estaba Luis, un amigo suyo. Se habrían emborrachado tanto que optarían por dormir aquí. Apestaba a alcohol. Los dos seguían durmiendo, medio desnudos, en calzoncillos. La erección mañanera era evidente en ambos. El amigo llevaba boxers holgados y se le salía. Nada espectacular, una polla más.

Se me ocurrió una maldad.

Pasé junto a los pies de Luis, y los rocé “sin querer”. Noté movimiento, seguro que le habría despertado lo suficiente para que me viera. Me subí a la cama de mi novio y me puse a cuatro patas. El amplio escote de mi holgada camiseta seguro que daba a Luis una buena perspectiva de mis tetas, colgando, libres de sujetador. Cuidadosamente bajé los calzoncillos de mi novio y me puse a comerle esa tiesa polla. Se despertó sobresaltado, y me miró con los ojos desencajados. Le hice un gesto indicándole que no hiciese ruido, y seguí con mi trabajo. Él no lo notaba, pero yo estaba segura de que Luis nos miraba. Era obvio que lo notaría, pero un hombre al que le están comiendo la verga no puede pensar, todos lo sabemos. Se esforzaba en no emitir ningún sonido, aunque el de la succión era evidente. En aquel silencio sepulcral se escuchaba incluso el chasquido de mi lengua sobre su polla. Exageraba mis movimientos para aumentar el bamboleo de mis pechos, para aumentar el recorrido de mi cabeza... para aumentar la erección de nuestro espectador.

No tardó en llenarme la garganta de semen. Los tíos no aguantáis nada por las mañanas. Me tragué todo, como una niña buena, mientras miraba de reojo a Luis. Mi novio estaba demasiado ocupado esforzándose en no gritar, con los ojos cerrados. Luis nos miraba, claramente, aunque seguía haciéndose el dormido. Su erección mañanera había aumentado. Le guiñé un ojo.

Me erguí y, como broche final, me limpié lo que se me había escapado de los labios con los dedos. Ese gesto os encanta. Me tumbé a su lado.

  • Ha sido la ostia – me susurró al oído.

Eso pensé yo. Una noche de la ostia.

Durante varios días no sentí necesidad de sexo. Era algo extraño. Hasta mi primera noche con José había entrado en un desenfreno salvaje. Sólo quería follar, a todas horas. Sin embargo, después tuve un periodo de agradable tranquilidad. Hice el amor con mi novio varias veces, pero de forma relajada, más por él que por mí. Ni me corrí muchas de las veces. Y cuando lo hice fueron esos orgasmos relajantes que te quedan con ganas de pedir el desayuno, no otro más.

A la semana, sin embargo, una noche soñé con las imágenes que vi allí. Recordé a mi novio follándose a mi amiga, e inexplicablemente me invadieron los celos. Me desperté con lágrimas. Por primera vez fui consciente de que había instaurado en mi vida la infidelidad, y que mi novio también lo hacía. ¿Vivíamos en una mentira?

Le desperté besndo todo su cuerpo.

  • Fóllame – le dije, mirándole a los ojos.

Me puse a cuatro patas y me la metió en cuanto se espabiló. Me lo hacía suave, dándome besos en la espalda, pero no es eso lo que necesitaba. Entre lágrimas le pedí que me jodiese duro, por el culo. Que me jodiese como a una puta.

Le tuve que insistir, pero lo hizo. Me hizo daño, pero es lo que quería. Durante varios minutos me agarró de la cintura y me dio por el culo como nunca. Me dediqué a insultarle y gritarle hasta que llegó al máximo punto que yo era capaz de soportar. Grité y grité, de dolor, mientras me lo hacía, mientras su polla entraba y salía de mí igual que en el video lo hacía de mi amiga. No me masturbé como otras veces que practico sexo anal, sólo quería sentirle a él, sólo su carne violándome. Me azotaba las nalgas con fuerza. Llegó un momento en que mis gemidos se transformaron en unos quejidos casi imperceptibles. Me cogió del pelo y tiró para que me irguiese. Me hizo daño, pero me giré y le besé. Metió tres dedos en mi coño, y noté cómo se tocaban con la polla que entraba por mi otro agujero. Conocía mi cuerpo como nadie. Me dolía lo que me hacía con sus manos y con su polla, pero incluso así todo era placer. Me agarró las tetas con ambas manos sin dejar de follar mi culo. Gritó. Gemí, como una perra, como una puta de lujo, como una novia entrenada. No fingía. Nos corrimos juntos. Fue hermoso. Incluso con gritos, insultos y dolor al final resultó hermoso.

Ahí decidí que todo seguiría así. Que siguiese haciendo por su cuenta lo que fuese. Yo follaría a escondidas con José. Y cuando acabásemos, nos encontraríamos en el lecho y haríamos el amor, como siempre, con ternura y pasión. O como ahora, con dolor y sudor. Y sería hermoso.

La semana siguiente mi novio me anticipó que en unos días iría a otra ciudad de lunes a viernes por motivos de trabajo. Desde el momento en que me dijo la fecha yo ya no pensaba otra cosa que en lo que pondría en la tarjeta que le entregaría a José.

Estoy en paro y tenía todo el tiempo del mundo. En cuanto José me dijo que sí tendría varios días disponibles para mí le comenté a mi novio que aprovecharía para ir al pueblo. Era maravilloso disponer de una vía para cumplir todas mis fantasías. Lo curioso es que en el fondo lo que me apetecía esa vez era repetir. La tarjeta quedó clara: “follar al negro”. La redacción reveló además otra cosa. No sólo quería que sus manos me manejasen como la otra vez. Quería ser yo la que le follase. Sacar yo su polla y chupar. Tumbarle y montarle. Pedirle que se acerque mientras José me folla y comerle. Esposarle y vaciar sus huevos en mí.

Mi novio se fue el lunes. Se despidió con un beso y un “no te aburras mucho”. Descuida, no lo haré. Probablemente tú también tendrás algún encuentro. Pero no será tan desproporcionadamente magnífico como el mío.

La otra vez toda la ropa se quedó en la casa. Era la forma más segura, aunque me va a costar caro. Así que salí de compras. Lo primero fueron unos panties abiertos, negros. “Son muy cómodos para ir al baño”, me dijo la señora de la mercería. “Sí, y para que un negro te meta veinte centímetros de carne caliente”, pensé. Me compré también un tanga mínimo, algo transparente, de lazos de los que se atan a los lados. Me imaginé entre los dos, besando a José mientras el negro me lo desata... Para acabar en esa tienda, un sujetador que me realce bien las tetas. Quería que me las comiesen hasta desgastarlas... La señora dejó de hacer observaciones estúpidas. Obviamente estaba preparándome para follar, no para ir cómoda al baño. “Que lo disfrutes”, me dijo al salir. “Ellos lo harán”, la respondí, con una sonrisa, y me fui.

Por encima llevaría una falda y una blusa escotada transparente, de enseñar sujetador. En un escaparate vi además un collar de tela ajustado al cuello que me daba una imagen de pija viciosa que no pude evitar comprar.

Al pasar junto a un sex shop pensé en juguetes, pero realmente en la casa tenía todo lo que una mente depravada era capaz de imaginar, así que no sería necesario. Sin embargo, sí compré un disfraz que les gustaría.

El miércoles por la tarde tomé el tren que me acercaría de nuevo a la casa de José. Esta vez Max, que así llamaré al negro, me fue a buscar a la estación. Me saludó con dos besos.

  • Hola, Marta. No imaginé verte tan pronto de nuevo.

“Me muero por tu polla”, pensé. Iba vestido elegante, con traje, pero sin corbata. Quién lo habría dicho. El pantalón marcaba su paquete, eso era algo imposible de ocultar.

  • Hola. Me pareció un buen plan. - y le guiñé un ojo.

Monté en su coche. Tenía un todoterreno enorme.

  • Iremos a cenar primero. He quedado con José en un restaurante a unos kilómetros de aquí. Después iremos a su casa.

La charla fue amigable hasta que llegamos. El restaurante era una bodega bastante elegante, en un pueblo perdido. José nos esperaba en una mesa con una copa de vino. Se acercó a mí y me cogió de la cintura para atraerme y besarme en los labios, como un novio.

  • Bonita blusa. - me dijo.

Max no bebió, pero nosotros sí. El primer plato tardó en llegar, y para entonces la mitad de la botella de vino se había evaporado. Quizá por eso ni me pensé lo que José me dijo que hiciese. Me levanté y fui al baño. Ante la atónita mirada de una chica que se retocaba el maquillaje en el espejo me quité el sujetador y lo guardé en el bolso. La blusa dejaba ver claramente mis pezones. La guiñé un ojo -últimamente hago mucho ese gesto- y volví a la mesa.

Al camarero casi se le cae la bandeja con los segundos platos cuando me vio así. Yo le sonreí, divertida por la situación. Mientras nos servía besé a los dos, Max y José, en los labios. Me di cuenta que la chica del baño no me quitaba ojo de encima, desde una mesa al fondo, con otra chica. Eran algo mayores que yo. Lesbianas, probablemente.

No os contaré la charla de la cena. Hablamos de todo, pero sobre todo de sexo. Las cartas estaban encima de la mesa. Había pedido una gran polla negra para pasar unos días. No íbamos a fingir hablando del tiempo. Era mucho mejor hablar de cuántas pollas había comido, cuántas chicas se habían follado, o cómo espero desgastarles las pollas estos días. Además, eran divertidos. Serían unos días geniales.

Los postres nos los sirvió otro camarero. Creo que todos y cada uno de los camareros del restaurante vinieron a interesarse por nuestra cena para verme las tetas. Cuando lo hacían les regalaba el espectáculo de verme enrollándome con mis chicos. Con ambos. Mis pezones no sólo se veían, ya parecían querer atravesar la blusa de lo duros que estaban.

Tras los postres fui al baño. Tuve que admitir que las medias abiertas también eran cómodas para esto. Mientras me lavaba las manos entró de nuevo la chica de antes.

  • Hola – me dijo.

  • Hola.

  • Eres una chica increíble.

  • Gracias – contesté, sin saber qué más decir.

  • ¿Cuál de los dos es tu novio?

  • Ninguno. Son amigos con derechos. Si vieses sus pollas comprenderías por qué quedo con él - las dos reímos.

  • ¿Les compartirías con nosotras?

  • No, lo siento, son sólo míos. - y la guiñé un ojo de nuevo.

Sin mediar palabra se acercó y me besó. Yo la correspondí. Nuestras lenguas se entrelazaron durante unos instantes. Me acariciaba el cuello con ternura, mientras. Al acabar, se separó de mí, me guiñó un ojo y se fue. Me lavé la cara, no daba crédito a mi nueva vida.

Al salir, José estaba solo en la mesa.

  • ¿Max? - pregunté.

  • Está ocupado, en cuanto vuelva nos vamos de aquí.

Ni la apasionada lesbiana del baño ni su compañera estaban en la mesa.

  • ¿Está en el baño con las chicas?

  • Sí.

Me levanté y fui al baño de los chicos. Ni habían atrancado la puerta. Max estaba apoyado contra los lavabos. Se besaba con la que me entretuvo en el baño mientras la otra se esmeraba en cuclillas frente a él, con su lanza en la boca. Así, de traje, con dos chicas alrededor, parecía un mafioso de alguna película americana. Me acerqué a él y le abracé.

  • Ninguna chica se te resiste, ¿eh? -le dije.

  • ¿Te puedo contar un secreto? - me contestó. Y acto seguido me susurró al oído – Me muero por follarte de nuevo.

Mis pezones reaccionaron a esas palabras con un súbito endurecimiento. Las dos le abrazamos y le besamos mientras la gordita rubia le seguía comiendo la polla. Le agarraba con las dos manos y chupaba lo que quedaba de su espectacular miembro. Su técnica no era buena, se nota que está acostumbrada a comer coños.

  • Córrete en su cara – le dije, viendo que podíamos tirarnos así toda la noche. Agarré el pelo de la rubia y le separé de su polla. El se masturbó frente a ella unos segundos antes de acabar llenándole el rostro con su leche. La otra miraba ojiplática.

  • ¿Así quieres que me corra sobre ti estos días? - me dijo Max.

  • Quiero hacer todo lo que entre en tu imaginación.

Su amiga le ayudó a limpiarse. Con la lengua. Fue muy, muy erótico. Las mirábamos fíjamente. Le dieron el número de teléfono a Max y se fueron.

José parecía estar pagando la cuenta. Estaba hablando con el camarero, y enseñándole algo en el movil.

  • Hola, pareja – nos dijo. - Mientras atendíais a esas chicas estaba hablando de negocios con el camarero. Nos ha invitado a la cena.

  • ¿A cambio de qué? - dijo Max.

  • Uno de los camareros se casa, y nos ha contratado para un espectáculo a cambio de la cena. Ahora son las... 10. Vendremos a la hora de cierre.

Max parecía satisfecho, pero yo no. Y no por exhibirme delante de gente, que supuse que sería lo que tendría que hacer, sino porque me quitaban una noche de estar ensartada por mis dos hombres.

  • ¿Te parece bien, Marta? Tú serás el la estrella principal.

  • Perfecto.

Salimos. Ya era de noche.

  • ¿Qué le enseñabas en el movil? - me podía la curiosidad.

  • Ahora te lo enseño.

Antes de llegar al coche les confesé lo que pensaba. Les dije que me tendrían que compensar con sexo por esto. Que estaba dispuesta a desnudarme delante de otros, pero que tendrían que recuperar las horas de sexo perdidas.

  • No te preocupes – dijo José, dándole las llaves del coche a Max. La relación entre ellos era extraña, tan pronto parecían amigos como sirvientes el uno del otro. Se sentó detrás mientras él ocupaba el asiento del conductor, y me invitó a pasar detrás con él. Cuando el coche arrancó se sacó la polla. Creo que, como Max, tampoco llevaba calzoncillos. Yo me tumbé en los amplios asientos y, apoyando la cabeza contra su vientre, comencé a comerle.

Me acariciaba el pelo como a un gato, mientras su verga se endurecía en mi boca.

  • No te preocupes por el sexo. Vas a tener de sobra. Realmente no sólo me ha pagado la cena. Nos van a pagar mil euros, así que el espectáculo tiene que ser bueno. Comenzarás con un striptease hasta quedarte uniformada con lo que te daremos. ¿Qué se te ocurre después, Max?

  • Igual le podemos preguntar al novio cómo quiere que me la folle.

Me puso el movil junto a la cara. Era un video. En él los dos se follaban a otra desconocida chica delante de un grupo de despedida. Mi mano se coló por debajo de mi falda, masturbándome. Mis dos hombres decidían cómo dar un buen espectáculo esta noche, en el que yo sería el plato principal. No sólo me desnudaría. Me joderían. Delante de todos. Ambos. O eso espero.

  • Sí, estaría bien. Y para acabar, follárnosla entre los dos mientras se la chupa al novio. La chupa muy bien.

Me metí dos dedos en el coño, en busca de mi orgasmo. Esta noche no me tendría que contener como la anterior, me pasaría la noche corriéndome. La gorda estaca de José me llegaba hasta la garganta, y mis dedos, hasta lo más sensible. Aquí venía el primero. Le miré a los ojos mientras me corría.

  • Aaaaaaaahhhhh.........

Quedé tumbada boca arriba, con la polla de José junto a mi mejilla, sonriendo con los ojos cerrados. Qué gran noche iba a ser...

Llegamos a la casa ya conocida por mí. El espacio había sido redistribuido. Cuatro colchones, ya de por sí grandes, llenaban el centro de la estancia, rodeados por cámaras.

  • Ha pasado bastante gente por aquí últimamente – dijo José, dándose cuenta de mi interés. Me lo imaginé. Había hueco de sobra para diez o quince personas follándose sobre ese improvisado tapete. Acabaré participando en algo así, seguro. Espero.

Ellos se fueron a un armario del fondo. El interior estaba lleno de cordajes, accesorios y juguetes. Dedicaría un día entero a contaros qué había allí, cada cosa más extraña que la anterior.

  • ¿Quieres elegir? - me preguntó Max. Me acerqué. Me sentía abrumada por la cantidad de objetos ante mí. José se apartó, sentándose en una silla, a escribir en el móvil quién sabe qué. Max se puso detrás de mí, hablándome muy cerca de mi oído.

  • Igual quieres un disfraz para el striptease. - mientras me decía eso me iba desabrochando los botones de la blusa, hasta que la dejó caer al suelo. - El de enfermera es un clásico que siempre funciona.

Lo cogí entre las manos. Típico disfraz de enfermera, con sombrerito y bata muy, muy corta y muy, muy escotada. Me miré en un espejo de una puerta del armario y no me gustó. Daría muy poco juego delante de todos. Sin embargo, sí me gustó notar los gordos dedos de Max acariciándome el culo una vez me quitó la falda.

  • ¿No te gusta? ¿Algo más elegante quizá? Coge ese vestido.

Era un vestido largo, negro, transparente, de una sola pieza. Me miré al espejo con él por encima. Me quedaba bien. Por un momento vi cómo transparentaba totalmente mis braguitas, pero al instante desaparecieron, cuando Max desató los lazos que las unían a los lados de mis caderas.

José, desde su silla, nos miraba cámara en mano.

  • Me gusta cómo me queda, pero no es para un striptease. Esto, para estar por aquí estos días con vosotros.

  • ¿Algo más duro? Mira eso.

Me señaló un corsé de cuero blanco, con una cremallera delantera que lo abría de arriba a abajo. Unas pinzas lo unían a unas medias de latex negro.

  • Sí, algo más duro puede estar bien. - pero no sólo me refería al disfraz. Max se había desnudado y su polla comenzaba a endurecerse con el roce de mis nalgas. - El tacto es frío – dije.

  • ¿Te gusta más caliente? - dijo, separándome las piernas y acomodando su polla sobre mi coño.

  • Sí, mejor. - el contacto de nuestros sexos me hizo estremecer. - Caliente y húmedo.

  • Ahora toca elegir unas braguitas. Te sugiero esas – señalando a unas con una abertura para la vagina.

  • Con esas me podríais follar en cualquier momento. Ahora mismo, si las llevase puestas.

  • Sí, en cualquiera – dijo, poniendo su punta en la entrada de mi coño, separando mis labios. Las braguitas me gustaban, pero notarle, mucho más.

  • También podría ponerme unas de latex y que las rompiéseis.

  • ¿Te gusta romper cosas?

  • Me gusta notar la fuerza de un hombre al romper cosas. Los músculos en tensión, los movimientos violentos...

Y la noté. Vaya si la noté. Noté la fuerza de sus manos agarrando mi cintura. Y noté sobre todo la fuerza de su verga taladrando mi coño, con una única embestida, hasta el fondo. Noté cada vena, cada poro de su piel, rompiéndome. Y grité. No se movió más, pero seguí gritando, todo lo que mi coño me pedía gritar, que era mucho. Daba igual que todavía estuviese quieto, notaba su espesor abriéndome como nadie lo hace tras horas de sexo.

  • Igual podía ponerme otra braguita encima de esta – dije, no sin dificultades -, para jugar con el público y no enseñar todo tan pronto.

  • ¿Te gusta con dos braguitas?

  • Sí, me encanta con dos. Adoro con dos. Estaría con dos siempre.

José, que ya estaba desnudo, vino a besarme en cuanto me oyó eso. Max comenzó a follarme, muy, muy despacio, como queriendo no empeorar la herida que había abierto justo antes.

  • Que sean dos, entonces – dijo José. - Habrá que ver qué hacer con tus manos, también. - Mis manos, en cuanto lo dijo, se encaminaron a su polla.

  • Te podemos poner unas correas de cuero para que no las muevas tan alegremente desde el principio.

  • ¿No te gustan mis manos? - le pregunté mientras le masturbaba.

  • Sí, me encantan. Pero también me encantan tus tetas y tu coño y al principio no estarán tan libres. Ni tu boca.

  • ¿Qué le pasa a mi boca?

  • Que me gusta verla ocupada.

No me tuvo que decir más. Me incliné hacia él y me metí su polla en la boca.

  • Mucho mejor ocupada, sí. Te pondremos una bola de mordaza.

La indumentaria ya estaba elegida. Y yo, doblemente empalada. Me llevaron a la cama y me tumbaron boca arriba.

  • Quiero un juguete grande y negro para chupar. ¿Tenéis?

Max se acercó a mi cara. Tan cerca era imponente. Lo lamí y le sonreí.

  • Este me gusta mucho.

Comencé comiéndole sus rasurados huevos. Olía bien. Todavía quedaban trazas de perfume de mujer de las lesbianas del baño. Su polla me llegaba hasta las tetas sin dificultad.

  • En poco más de una hora tenemos que estar en el restaurante. - dijo José. - ¿No prefieres esperar?

Por respuesta me metí la polla de Max en la boca. Lo que podía, claro. José no tardó en comenzar a follarme.

  • Esta noche te follaremos el coño y el culo a la vez – me decía Max, poniendome más y más cachonda. - Cuando José os da por detrás notáis un placer indescriptible, con mi polla en el coño y la suya en el culo.

Me excitaba oírle. Mucho. Me acariciaba el clítoris mientras los dos se encargaban de mí. Me pellizcaba los pezones, y él no callaba.

  • Pero después cambiamos. Una vez os corréis soy yo el que os jodo por detrás. Y la cosa cambia.

Estaba a punto de correrme sólo imaginándome su verga dentro de mi culo. Literalmente estaba a punto.

  • Yo la aguantaré – dije entre gemidos. José seguía bombeándome, riendose. - Yo misma te montaré con tu polla en mi culo.

  • ¿Sí? Serías la primera que aguanta hacer eso. De lo que os tiemblan las piernas ninguna lo consigue.

  • Si me pones así de cachonda esta noche, será fácil.

  • Max, déjame un hueco en su boca, me voy a correr en ella – dijo José.

  • ¡No! - grité - ¡Hazme acabar! ¡Estoy a punto!

Dejé de chupar a Max y me abalancé sobre José, cambiando de postura para ser yo la que le montase. No le iba a dejar escapar. Puse mis manos sobre su pecho y comencé a subir y bajar sobre él. Le costaba contener su orgasmo, pero el mío era ya inevitable.

  • Me voy...- grité. Noté su leche llenándome. Le clavé las uñas. E hice lo que mejor había hecho últimamente: gritar, gemir y gritar de nuevo. Le veía sonreir, y yo le correspondía.

Cuando nos separamos, tumbé a Max también.

  • No te voy a dejar a medias, campeón.

Me acerqué a su polla como una gatita se acerca a su leche. Y lamí, y chupé, y, pronto, bebí. Él bufó al correrse en mi boca. El primer disparo fue a mis labios. El segundo, a mi garganta. Los siguientes, a mis tetas. Menudo semental.

Nos fuimos a duchar. Mi cuerpo comenzaba a acumular marcas, y apenas habíamos comenzado. Arañazos, chupetones... Cuando salí del agua me maquillé para disimularlo. Me retoqué la cara como las actrices porno, con mucho maquillaje pero sin parecer una puta. A juego con el corsé que ya tenía puesto encima. El segundo tanga me lo puse por encima de las medias, porque sería una pena que me tuviesen que desvestir entera para follarme. Lucía realmente sexy. Me puse los guantes que me habían dado, sin dedos, y mi collar de puta pija. Me miré al espejo. Espectacular. José llegó justo en ese momento, y me abrazó por detrás.

  • Estás impresionante – dijo, y me puso la mordaza de la bola. La mordí cuando me metió un dedo por el culo sin avisar. Qué hijo de puta. Cómo me gustó. Mi novio conocía mi cuerpo. José, el de todas. Si no hubiese tenido la mordaza le habría pedido follar en ese mismo instante.

  • ¿Confías en nosotros? - preguntó. Yo asentí. Era cierto.

Me unió las manos con las esposas. Me puso por encima una bata de raso, con una capucha me que tapaba casi toda la cara, similar a la del malo de Saw, para que os hagáis una idea. La cerró a la altura del cuello, dejándola sobre mí a modo de capa.

Salimos al coche de camino al restaurante.

  • He visto tu móvil. Tu novio te ha mandado un mensaje de buenas noches. - dijo José, sentado detrás conmigo.

Lo estaban siendo.