miprimita.com

La Excursión

en Lésbicos

Algún tiempo después, Verónica y Mari fueron a una excursión, tenían ganas de visitar aquel pueblo, pues sus monumentos eran muy conocidos y nunca habían tenido la ocasión de visitarlos. Juan y yo tuvimos que quedarnos en la capital, pues el trabajo nos impidió a ambos poder acompañarlas, cosa de la cual posteriormente nos arrepentimos.

De lo que sucedió creo que es mejor que sea Verónica en persona la que os lo relate, pues con seguridad lo hará con más detalle que lo haría yo, que no estaba.

Habíamos estado todo el día visitando monumentos, iglesias, etc. Y como no también visitamos alguna que otra tasca en donde ir descansando, aprovechando para comer con el resto del grupo con el que íbamos. Lo cierto es que lo pasamos muy bien, seguramente ayudadas por las copitas de vino que en uno y otro lugar íbamos tomando.

Cuando tocó a su fin la excursión montamos en el autobús, ya era el atardecer, y se tardaba más de una hora en llegar hasta la capital. Nos encontrábamos muy contentas por todo lo que habíamos visto y no parábamos de bromear, y de charlar de todo. De repente sonó el teléfono móvil de Mari, era Juan que llamaba para ver como lo estábamos pasando y si estábamos ya de vuelta. Mari contestó que ya llevábamos unos quince minutos de viaje, y que todavía nos quedaba un buen rato para llegar, lo cual era una pena pues lo habíamos pasado muy bien, y con seguridad el viaje era lo más aburrido y engorroso de la excusión.

–Lo será porque vosotras queréis, pues podríais pasarlo muy bien en el autobús- contestó Juan. –Tú nos dirás como- repuso Mari.

–Podríais meteos mano la una a la otra. Pero bueno, seguro que no sois capaces-.

Mari se acercó a mí de modo que pudiera escuchar lo que su marido le decía a través del móvil. -¿Qué has dicho? No te he oído bien pues me he quedado un instante sin cobertura-.

–Os decía que os metáis mano la una a la otra-.

–Pero si vamos en un autobús con un grupo de gente-.

–Pues precisamente por eso. No te da morbo el hacerlo en medio de la gente, procurando que no os vean.-

La verdad es que aquello me parecía una locura, pero ciertamente sentí una especie de nerviosismo en mi interior, una excitación por hacer algo prohibido.

-Bueno, déjanos tranquilas, que siempre piensas en lo mismo.- contesto medio en broma Mari. Tras colgar, nos reímos por la propuesta de su marido, aunque no sé si a ella le pasaba lo mismo que a mí: no paraba de mirarla, fijándome en su boca, en sus ojos, en su barbilla… y me sorprendí a mi misma notando como poco a poco me iba sintiendo cada vez más excitada. Noté incluso como se me humedecía mi sexo.

–Nos vamos unos asientos más atrás, donde no hay tanta gente, y así podemos incluso dormir una cabezadita más tranquilas-.

Me propuso Mari, y acepté casi sin darme cuenta ni de lo que me había propuesto, pues mi cabeza estaba en otras "cosas". Nos sentamos más atrás, donde no había nadie en varias filas alrededor nuestra.

Mari comentó la propuesta de Juan entre risas, y yo le contesté: -La verdad es que al oírle decir que nos metiéramos mano me he excitado un poco-.

–Sí. Pues la verdad es que a mí me ha ocurrido igual. Es más, desde aquella noche que estuvimos en mi casa jugando a las cartas, hemos fantaseado en varias ocasiones con la posibilidad de que tu y yo… Y ciertamente, solo el pensarlo, me pone muy caliente pues nunca he estado con otra mujer, y tengo curiosidad por saber que ocurriría.-

Nos miramos intensamente, y de pronto nuestras bocas se fueron acercando lentamente la una a la otra, hasta llegar a besarnos. Metí mi lengua dentro de su boca y comenzó a jugar con la suya. Sentí como sus manos se posaban sobre uno mis pechos y comenzaba a acariciarlo. Yo llevé una de mis manos hasta los suyos acariciándolos igualmente, haciendo que el beso fuera cada vez más apasionado. Sentí como pellizcaba a través de la ropa mis pezones que en seguida se pusieron muy duros por el placer que me estaba provocando. Comencé a moverme nerviosa en el asiento. Dejé de sentir su mano en mi pecho. Se posó sobre mi muslo que comenzó a acariciar acercándose cada vez más a mi entrepierna. Deseaba que aquella mano por fin llegara a su meta. Necesitaba que tocara mi sexo, por lo que la cogí y la llevé hasta él, haciendo que lo presionara, que metiera sus dedos entre mis piernas y sintiera mi humedad a través del pantalón. Estuvo tocando mi sexo durante unos minutos, haciendo que cada vez me sintiera más y más caliente. Comenzó a desabrochar mi pantalón, hasta que yo, sin pensar en donde me encontraba, levanté un poco el culo del asiento y bajé mi pantalón hasta hacerlo llegar a mis tobillos. Allí me encontraba, con los pantalones bajados en pleno autobús, con otra mujer metiéndome mano. Ahora lo pienso, y la verdad es que me parece una locura, pero en aquel momento todo me daba igual, solo quería que me diera placer.

Mari metió su mano por uno de los lados de la braguita, pasando su dedo a lo largo de mi rajita. –Ummmm, estás chorreando, marrana.-

Tras el comentario metió su dedo dentro de mi agujero. Lo hizo despacio, muy despacio, recreándose en lo que hacía.

–Muévelo, por favor, necesito que lo muevas. Hazme una paja.- le dije. Como si de una orden se tratara empezó a meterlo y a sacarlo, despacio, tanto que me estaba empezando a poner histérica. Necesitaba que me diera caña. Sin pensarlo cogí su mano y la obligué a que el ritmo fuera mayor. ¡Qué gusto me estaba dando! Solté su mano y por fin continuó ella sola al ritmo que necesitaba. Tanto era así que no pasó ni un instante cuando un orgasmo me hizo contorsionarme en el asiento del autobús, ahogando los gemidos de placer, los cuales no entiendo aún como no fueron escuchados por nadie.

Sin darle tiempo casi a sacar su mano de entre mis piernas, me arrojé sobre ella, comenzando a comerle la boca literalmente, mientras mis manos luchaban con los botones de su pantalón, tratando de desabrocharlos. Una vez lo conseguí bajé inmediatamente su pantalón e inmediatamente introduje mi mano en su coño, que encontré, como cabía esperar, muy mojado. Metí uno de mis dedos dentro de su coño, pero me pareció insuficiente por lo que añadí otro más, consiguiendo arrancarle un gemido de placer al sentirlos dentro de ella. Comencé a meterlos y sacarlos, haciéndolo en ocasiones en círculos, y sin parar de besarla. El trabajo obtuvo su premio casi de inmediato, corriéndose entre convulsiones, ahogando sus gemidos de placer entre nuestros besos.

Una vez ya calmadas, nos subimos los pantalones y, reclinada una sobre la otra, permanecimos así el resto del camino. Al llegar nos hicimos la conjura de contarles de inmediato a nuestros maridos lo que habíamos hecho.

Cuando llegué a mi casa no sabía cómo decirle a Pedro, mi marido, lo ocurrido. Habría que improvisar.

–Oye, Pedro, ¿a qué crees que huele mi mano?- era evidente que el olor pertenecía al sexo de una mujer. Él lo olió, se me quedó mirando pues lo había reconocido, y me preguntó: -¿por qué te huele a coño, es que te has masturbado durante el viaje?- .

–No. Ha sido aun mejor.- y le conté lo sucedido, un poco asustada pues no sabía cuál sería su reacción. Cuando terminé el relato, se acercó a mí, me tomó de la mano que había olido y la llevó hasta su paquete, el cual encontré muy duro.

–Ahora me toca a mí-. Me dijo mientras se desabrochaba el pantalón. Cogí su polla tiesa, me puse de rodillas y le hice una mamada a la vez que se la meneaba, hasta conseguir que se corriera por toda mi cara.

Tras aquella experiencia comencé a pensar que alguna barrera se había roto y, afortunadamente, la sensación que sentía era de alivio. Nunca podría haberme imaginado que me sentiría excitado de ver a mi mujer comportarse como una autentica puta.