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Matacrisis (5, la consulta 1)

en Dominación

            Este relato viene de:

  • Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
  • Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
  • Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
  • Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final..

CAPITULO 5.A. SERGIO.

 

5.A.1. LA CONSULTA: DISTRIBUCIÓN.

Sergio y Rebeca pasaron un apacible fin de semana en el chalet que tenían en una urbanización próxima a la sierra.

            Por lo menos apacible en apariencia, porque Sergio no se pudo quitar de la cabeza la primera visita de Begoña y la increíble mamada que le había hecho. Sólo pensar en ello hacía que se excitase y se ensuciase su mente de pensamientos lujuriosos.

            Tenía que controlarse, no se podía repetir aquella situación. Había sido un error y a partir de entonces debería mantener las distancias con su paciente.

            Pero cuando ya lo creía tener todo bajo control, un mensaje llegó a su móvil. Eran dos frases cortas pero claras: Ya tengo el justificante, D. Sergio. A sus órdenes, Begoña.

            Dominando a duras penas los impulsos que le surgían de la entrepierna, Sergio hizo caso omiso del mensaje y no respondió. Debía mantenerse sereno y hasta el lunes no la avisaría de la hora para la primera sesión… que esta vez sería de lo más serio y profesional.

            En el fondo de su mente una pequeña parte salvaje y primitiva soñaba con poseer a la pobre chica, pero luchó hasta recuperar el autocontrol y ni tan siquiera dejó que las energías acumuladas se liberasen, entre otras cosas porque Rebeca volvía a estar con dolor de cabeza. Menuda puñetera casualidad que fuese uno de esos días que ella no se dejaba tocar.

            Volvieron tarde el domingo y la incomodidad de Sergio no hizo sino aumentar cuando apareció su hija con un camisón de dibujos infantiles pero que se ajustaba a su cuerpo de tal manera que parecía que sus pezones estaban a punto de romper por mitad de los personajes animados que ilustraban diferentes situaciones, sin contar con que dejaba bien a la vista buena parte de sus estilizadas piernas juveniles.

            Todo eso le recordó nuevamente la potente sensualidad explosiva que estaba desarrollando su hija en su forma de vestir últimamente y algo obvio… que ya era toda una mujer. Pero también le trajo a la memoria su propia excitación cuando se dio cuenta el sábado que su hija no había llevado sujetador debajo del vestido y la posterior llegada de Begoña con el resultado de haber tenido una pequeña pero intensa sesión de sexo oral con su futura paciente. Por un lado esto revolvió esa zona de su mente en la que dominaba el deseo animal y que provocó el comienzo de una nueva reacción de su pene al contacto con su hija en el momento de besarla para darle las buenas noches, todo mezclado con la imagen de la otra chica que había aliviado un poco de esa oscura presencia escondida en el fondo de su mente. Y por otra parte, se convenció nuevamente de que debía aislarse de esas influencias si quería no meterse en ningún lío… y porque era lo que tenía que hacer como buen profesional. No podía repetir lo sucedido con Inmaculada, tanto por respeto a su mujer como por la edad de su futura paciente.

             - ¿Por qué habéis cambiado las sábanas de la cama? –escuchó comentar a Rebeca.

            - Es… pusimos una lavadora de toda la ropa de las camas y ya de paso metimos la vuestra… -comentó Darío con un tono no excesivamente firme en la voz, pero como estaba distraído, Sergio no prestó atención a las palabras de su hijo.

            - ¿Vienes a la cama, cariño?. Mañana tengo que madrugar, tengo muchos informes que leerme.

            - Ya voy, Sergio… y vosotros dos…

            Cerró la puerta del dormitorio y se cambió rápidamente, para meterse en la cama antes de que su mujer entrase y preguntase por los restos de la erección que aún luchaba por rebajar y lograr la relajación de su pene.

            Minutos después entró ella, que fue al lavabo de la habitación para desvestirse. Hacía ya tiempo que no se cambiaba delante suyo, lo cual le ocasionaba una molesta incomodidad pues cada vez eran menos los ratos en que podían relacionarse en una intimidad que permitiese aflorar los restos de la pasión.

            Al final, cuando se metió en la cama junto a él, aprovechó para acariciarle los pechos sobre el pijama.

-        Para… ¿no tenías que madrugar y ahora quieres tontear?.

-        Cariño, sólo será un…

- No, hoy no puedo. Los niños están despiertos y mañana tenemos que madrugar.

- Ya no son tan niños, Camila es toda una mujer y Darío tampoco es…

- Te he dicho que no, digas lo que digas no es el momento, ya lo haremos otro día.

Resignado, al final terminó durmiéndose, hundiéndose en un sueño en el que se mezclaban imágenes suyas azotando a su mujer desnuda y puesta a cuatro patas como si fuese un perro mientras le miraban también desnudas Inma, Begoña y Camila, para luego cambiar a otras en las que su mujer seguía desnuda comiéndole el coño a Inma mientras él follaba con Begoña en mitad de la clínica… para al final encontrarse con que no era Begoña a quien estaba penetrando, ¡¡era a su propia hija!!.

Se despertó bañado en sudor y con una tremenda erección. Como no podía dormir y no quería que Rebeca se diera cuenta, se levantó despacio y se fue cerrando la puerta del dormitorio, dispuesto a tomarse un trago de una de sus botellas del mueble bar.

Se sentó en la oscuridad del salón un instante, pero la ansiedad no le dejaba estarse quieto, así que empezó a andar por la casa.

Su hijo tenía la puerta cerrada, pero por la luz que pasaba bajo la puerta y el sonido del teclado supuso que estaría navegando por internet o chateando con su novia.

El dormitorio de su hija tenía la puerta entreabierta. La podía ver tumbada sobre la cama durmiendo gracias a la luz que entraba por la ventana, se habría estropeado la persiana, supuso. La sábana estaba a medias tirada en el suelo y entró para cubrirla, pero se quedó parado a medio camino. El camisón estaba subido prácticamente hasta la cintura. No fueron sus perfectos y tersos muslos lo que le llamó la atención. Fueron las bragas. Estaban manchadas. No, manchadas no… mojadas. Empapadas. Y descolocadas.

Su imaginación conjuró imágenes de su hija masturbándose. Volvió a empalmarse. Casi sin quererlo una de sus manos se deslizó desde la sábana que sostenía hacia la piel de su hija, acariciándola con la yema de los dedos. No reaccionó y su mano se deslizó por la pierna de su hija hacia la húmeda rajita que escondía una cueva de placer que… Su hija se removió en sueños y cambió ligeramente de postura.

Asustado, Sergio retiró la mano. Había estado a punto de dejar que la locura del primitivismo que anidaba en el fondo de su mente adormilada le llevase a tocar el sexo de su hija. Asqueado, agarró la sábana y cubrió totalmente a Camila  antes de salir rápidamente y volver a la cama junto a su mujer.

Aún así no pudo evitarlo. El resto de la noche fue una lujuriosa pesadilla en que su mujer, su hija, Inmaculada y Begoña aparecían en diferentes escenas de ardiente sexo con él y entre ellas.

Acudió temprano al día siguiente al despacho y aprovechó que no tendría ninguna cita para empezar a buscar entre los informes que le habían llegado el sábado para intentar localizar cuál de todas las chicas que le habían sido asignadas era Begoña.

La tarea era complicada, sobre todo porque después de unos folios al final se vio dominado por la necesidad de ir leyéndolo todo y para cuando quiso darse cuenta ya había pasado una hora de mezcla de repulsión por las barbaridades que habían sufrido algunas de las internas con la excitación que nacía en esa recóndita y primitiva parte de su interior que despertaba y le metía imágenes de un sexo fuerte, brutal, rabioso y posesivo.

            Fue interrumpido en su ensoñación por un golpe en la puerta, sobresaltándose porque no había escuchado el timbre ni sabía que su mujer fuese a venir tan temprano. Sería uno de los miembros de la sección médica de la clínica.

            - Adelante.

            Se dio cuenta de que nuevamente su subconsciente había generado el comienzo del endurecimiento de su pene, así que intentó relajarse mientras se abría la puerta.

            En el portal apareció una mujer joven, una chavala en realidad. Llevaba el pelo castaño suelto enmarcando su encantadora cara con unos oscuros ojos que combinaban con la suavidad de sus rosados labios. La cubría una blusa de tirantes que hacían una pequeña curva en la zona del canal entre sus pechos, en donde iba colocado un lazo azul que daba la sensación de que si se tiraba de él, se desprendería su vestuario por la mitad. La semitransparente prenda dejaba entrever la juvenil piel escondida debajo en las zonas donde no tenía estampados los dibujos de ramos de rosas azules cogidos mediante lazos de un tono más oscuro. No llevaba sostén. Se estaba convirtiendo casi en una norma en su consulta, pensó rápidamente Sergio, mientras adivinaba las oscuras formas del pezón derecho sin darse cuenta.

La verdad es que no parecía una combinación muy adecuada para ir por la calle, pensó otra parte de él, la más pudorosa. A pesar de ello, no pudo sino admirar las curvas de la joven y el otro trozo de su piel que se veía entre el final de la blusa y los pantalones vaqueros.

- Hola… ¿Don Sergio?... –empezó la chica, con una media sonrisa que debía desarmar a cualquier chaval de su edad y a muchos hombres, pensó Sergio.

- Sí, ¿qué deseaba?.

La chica no prestó atención a que no se levantase para ir a recibirla y cerró con cuidado la puerta tras de sí antes de avanzar hasta la mesa donde tenía extendidos los documentos que había estado ojeando.

- Es que… verá, me llamo Soraya y… vamos, que me han dado su dirección para venir a verle por lo de mi estancia en… ya sabe, allí… -comentó con un gran rubor en la cara, que bajó hasta que parte del pelo se la cubrió.

- Ya –una parte pequeña y oscura de su interior empezó a darse cuenta de que la selección de las internadas que habían hecho los responsables del incidente estaba demostrando tener un nivel muy alto en lo que a belleza física se refería y entendía cómo habían logrado recaudar unas cifras tan altas con las que se había descubierto que habían sido prostituídas, pero desechó rápidamente ese pensamiento para concentrarse en el presente y apartó toda idea de repetir la situación que tuvo con la anterior-. ¿Y qué querías?. Aún no he empezado a organizar los horarios de las visitas. De hecho no sé aún siquiera si tú o… o ninguna otra, estáis entre las que me han asignado.

- Me han dicho que sí, que tenía que hablar con usted, Don Sergio, y… bueno, la verdad es que además venía a pedirle un favor –comentó en voz ligeramente más baja y bajando la cabeza.

- ¿Qué clase de favor?. Y puedes sentarte, no hace falta que estés de pie.

- Gracias, Don Sergio –sonriendo de una forma insinuante, se sentó frente a él-. Verá, necesito un trabajo para el verano y me preguntaba si usted podría darme uno, el que sea –y añadió mojándose ligeramente los labios-. Haré cualquier cosa.

No pudo evitar que su cerebro conjurase imágenes suyas follando a la chica allí mismo sobre su mesa del despacho, pero rápidamente las apartó a un lado. Estaba empezando a alarmarse ante la intensidad de su libido desbocada en los últimos días. Apenas podía refrenar la monstruosa excitación que recorría su pene, así que decidió cambiar de tema.

- ¿Y qué sabes hacer?. ¿Qué conocimientos tienes?.

Sonrojándose y bajando nuevamente la mirada, ella empezó a enumerar sus habilidades.

- Sé hacer mamadas, traga…

- ¡Alto!. No me refería a eso, quiero decir que qué habilidades laborales tienes… -y antes de que pudiese haber ningún otro malentendido añadió- no sexuales.

- Ahh… lo siento, Don Sergio. Es la costumbre. Pues… ayudé a limpiar pasillos y lavabos… emmm… también tengo buen nivel de idioma en inglés, y me apaño con el francés y portugués… emmm… y estuve un tiempo de secretaria personal del Director Don Rafael… emmm… y no se me ocurren más cosas, Don Sergio.

- No está mal. Déjame tu teléfono y preguntaré.

- Gracias, Don Sergio –respondió a la vez que anotaba su número del teléfono móvil en una hoja que le tendió Sergio. No pudo evitar mirar de reojo el canalillo que formaban sus tetas, parcialmente visibles al inclinarse para escribir.

- Puedes irte, ya te avisaré si encuentro algo.

- Gracias, Don Sergio, no se arrepentirá. Haré cualquier cosa, no me importa.

Se levantó y se dirigió hacia la puerta, mientras Sergio no podía dejar de mirar ese perfecto culo que se movía de una forma tan sugerente e hipnótica al compás de las caderas, haciéndole tener el casi incontenible deseo de poner sus manos encima de sus carnes para separarlas y tener libre acceso a un sexo que en su imaginación podía ver depilado e hinchado pidiendo que lo atravesase con su polla y lo rellenase con su leche.

Cuando agarró el picaporte y lo giró, se rompió el hechizo de la situación y volvió rápidamente a la realidad, a pesar de lo cual no pudo evitar hacer una última pregunta para darle un último vistazo a sus tremendos ojazos.

- Sobre lo de la consulta… -recordó cuando ella estaba a punto de salir-, ¿qué edad tienes?.

- Diecinueve años, Don Sergio.

-De acuerdo. Ya te llamaré.

Cuando se fue, Sergio se dio cuenta de que estaba extremadamente cachondo, con su pene a punto de explotar y que esa pequeña parte oscura de su mente que había empezado a despertarse menos de cuarenta y ocho horas no dejaba de crecer y pedir a gritos tomar el control.

Debía concentrarse. Tenía que controlarse. Luchar para doblegar esos instintos primarios que le llevaron a tener una aventura con la mejor amiga de su mujer y que ahora amenazaban con arrojarle a una situación extrema con alguna de sus futuras pacientes, algunas con edades que las situaban en posición de haber podido ser sus hijas.

Apenas pensó eso, inmediatamente le vinieron a la mente las imágenes de su propia hija en la cama medio desnuda y…

- ¡No!. ¡Basta! –grito casi sin darse cuenta.

Por suerte aún no había nadie en esa zona, así que aprovechó para ir al lavabo a meter la cabeza bajo el grifo del agua fría un rato suficiente para calmar sus ánimos. Era una suerte que tuvieran unas toallas extras…

Notó una vibración en el bolsillo y sacó su móvil. Un mensaje. Era de Begoña: “A qué hora puedo verle, Don Sergio?”. Esta vez decidió controlar sus impulsos. Ignoró el mensaje y se dijo que no la respondería hasta el miércoles o el jueves, como pronto.

Al llegar a su despacho, encontró la puerta abierta y una lista encima de la mesa. Incluía varios nombres de féminas y varones que habían estado en la institución, con sus teléfonos para concertar las citas. Nueve nombres, siete chicas y dos chicos.

Estaba claro que no podría llevar a tantos en un solo día… ni siquiera repartiéndoselos con Rebeca. Tendría que dejar algunos entre la semana.

Estaban por orden alfabético: Bambi, Begoña, Juan, Lola, Manuel, Sara, Soraya, Tatiana y Zoraida.

Primeramente se le ocurrió repartirlos alternados con su mujer, quedándose con Bambi, Juan, Manuel, Soraya y Zoraida. Pero luego terminó dejando que su propio interés subjetivo desplazase la selección y se quedó para citar a Begoña y Soraya, pero también a Bambi por el curioso nombre. Finalmente añadió a su grupo a Lola y Tatiana, dejando a su mujer con los dos chicos junto a Sara y Zoraida.

Casi sin darse cuenta empezó a organizar los horarios y terminó dejándose dos huecos para el sábado tanto a él como a su mujer. El resto los situó a lo largo de la semana para su mujer y jueves y viernes para él mismo.

Otra vibración de su móvil le condujo de nuevo frente a un nuevo mensaje de Begoña en la pantalla: “Tengo todo lo que me pidió. Necesito poder contarlo, Don Sergio”.

Cansado de tanto mensajito, fue a coger el teléfono para responderla, pero cuando ya lo tenía escrito se detuvo y lo borró. Cogió la lista y buscó el teléfono de Soraya, era un fijo. Por alguna extraña razón decidió no utilizarlo y telefoneó al móvil.

- ¿Sí?.

- ¿Soraya?.

- Soy yo, ¿quién es?.

- Sergio. Acabas de estar en mi consulta hace una hora. Te he encontrado un trabajo.

- Gracias, Don Sergio… no le defraudaré, sea lo que sea lo dejaré quedar bien.

- Estupendo, pásate por mi consulta mañana a eso de las… -ojeó su horario- … a las siete de la tarde.

- A las siete, apuntado.

- También aprovecharemos para tener la primera sesión, ¿comprendido?.

- Sí, Don Sergio… ¿podría pedirle un favor?.

- Dime.

- ¿Podría llamar a mi casa para decirles la cita?... es que… no quiero que sepan que vine a verle… ni lo del trabajo, por favor, Don Sergio.

- Como quieras. Nos vemos mañana. Adiós.

- Adiós, Don Sergio.

CAPITULO 5.A. SERGIO.

 

5.A.2. LA CONSULTA: SORAYA.

- Empecemos por lo básico –dijo Sergio una vez tuvo a Soraya tumbada en el diván y con su teléfono móvil desconectado-. Para poder rellenar tu ficha necesitaré tu nombre completo.

- Soraya Abadía Vergas.

- Me han dicho que os solían poner apodos, ¿cuál era el tuyo?.

- ¿Es necesario, Don…? –y se interrumpió, puesto que Sergio la había indicado previamente que no era necesario que fuese tan formal durante el desarrollo de la sesión, bajando los párpados a modo de disculpa y sonrojándose un poco-. Me llamaban Devora Vergas, porque decían que… que me comía… que me comía las… pollas… -empezó a sonrojarse aún más.

- En esta consulta no tienes nada de que avergonzarte, -comentaba Sergio, mientras cruzaba sus piernas bajo la libreta en donde tomaba sus notas para evitar que se notase el incremento del tamaño de su propio paquete tanto por esas primeras palabras como por estar viendo la parte interna de los pechos de la chica subiendo y bajando al compás de su respiración apenas contenidos por el escotado vestido de una pieza que llevaba ese día y que también mostraba unas sugerentes piernas brillantes en su juventud- exprésate sin ningún tapujo, con la máxima confianza. Entre estas paredes estás a salvo, soy tu confesor secreto. Tienes que decir todo. Responder con absoluta sinceridad porque sólo así podrás ayudarte a ti misma a pasar página. ¿Lo comprendes?.

- Sí, Don Sergio… lo siento…

- No sientas nada, simplemente libérate y no ocultes nada.

Tras cambiar de posición inconscientemente para tener una mejor vista de la región pectoral de su paciente, Sergio prosiguió.

- Veamos… recapitulando tus datos: Soraya Devora Vergas Abadía Vergas, 19 años y ¿residente en Madrid capital, verdad?.

- Sí.

- Estado civil…

- Soltera.

- ¿Con quién vives?.

- Con mis padres y mis hermanos.

- ¿Todos son hermanos varones?.

- No… bueno, tengo un hermano y una hermana.

- Tienes que recordar que debes hablar sin tapujos ni esconder información, procura dar lo más amplias posibles tus respuestas.

- Lo siento, don Sergio.

- ¿Cómo te llevas con tu familia?.

- Bien… -se sonrojó al máximo y le miró como disculpándose- … emm… bueno, bastante bien. Quiero decir que en fin, fueron mis padres quienes me enviaron el Internado y… supongo que en parte los odio por lo que me pasó, aunque sé que estaban pensando en mi bien y… no sé, es una mezcla de sentimientos. Supongo que los quiero aunque por su culpa me sucedieron esas cosas.

- Interesante… hablaremos de ello más adelante. ¿Y con tus hermanos?.

- Pues… también tengo una mezcla de sentimientos… mi hermano mayor fue la causa de que mis padres me internaran y mi hermanita… la quería un montón hasta… hasta que me he enterado, porque me lo dijo este fin de semana, que fue ella quien les contó cosas sobre mi a mis padres.

- De eso también hablaremos más adelante, ¿y con el resto de tu familia?.

- Pues bien… todo bien.

- ¿Consumes o has consumido alcohol o drogas?.

- Sí… quiero decir que ya bebía alguna vez alcohol antes de que me internaran… y aún tomo algunas veces. Drogas sólo allí, a veces nos chutaban.

- Ya veo…

- ¡Pero ya no, se lo aseguro! –dijo medio incorporándose.

Sergio apoyó su mano sobre uno de sus hombros, haciendo que volviese a recostarse.

- Está bien, todo está bien… aquí estás en una zona segura y nada de lo que digas saldrá de aquí. Y como es una zona segura, no mentirás nunca… así que creo todo lo que me digas, ¿de acuerdo?.

- Sí, Don Sergio… gracias –añadió besándole tímidamente la mano que tenía apoyada aún sobre la carne de su hombro, pues llevaba al descubierto los hombros hasta el comienzo de sus pechos.

Sin quererlo, empezó a acariciarla el cabello y escuchó su suspiro de invitación, pero su consciencia se mantuvo firme y apartando su mano decidió proseguir de la forma más profesional.

- ¿Por qué decidiste hacer terapia?.

- No sé… supongo que como una manera de quitarme las sensaciones de angustia y remordimientos por lo que tuve que hacer… y porque nadie más quiere escucharme para poder desahogarme.

- Eso está muy bien y es lo que lograremos con un poco de esfuerzo, pero te aseguro que valdrá la pena. ¿Quién te recomendó mi consulta, o ya la conocías?.

- La verdad es que me la ofreció un señor que… bueno, no sé en que parte trabajaba exactamente porque había mucha gente entrando y saliendo cuando terminó todo lo del internado… pero me dio su dirección y teléfono.

- A ver, tengo varias notas aquí de lo que sucedía en el internado, pero de eso hablaremos más adelante. Hoy vamos a empezar por cómo terminaste allí.

- Mi hermana les contó a mis padres que me había visto con mi hermano… -dijo Soraya, enrojeciéndose al límite.

- No podemos estar así, Soraya. Si no quieres seguir mis normas, tendremos que posponer…

Se dejó caer rápidamente de lado hasta el suelo, quedándose de rodillas con las manos en las piernas de Sergio y mirándole de forma implorante.

- No, por favor, Don Sergio. Seré buena, pero es que… no quiero que piense mal de mi ni que me lo merecía ni nada…

Por un momento regresó la tentación en forma de una intensa erección al tenerla de rodillas frente a él, con sus pechos subiendo y bajando con su tersura juvenil dejándose entrever por el pronunciado escote del vestido… por un momento se imaginó obligándola a hacerle una mamada como la que disfrutó con Begoña. Le costó mucho apartar de su mente la escena en que Soraya terminaba con la boca llena a rebosar de su esperma.

- Ya te dije antes como funcionan las cosas, sin ningún secreto ni tapujo. Cuando te pregunte algo quiero la respuesta larga, sin rodeos ni esconderse nada, ¿comprendido?.

- Sí, Don Sergio.

- Vuelve al diván… -y aquí no pudo evitarlo, esa perversa parte de su mente escondida tuvo que poner un añadido- y creo que vamos a llegar a un acuerdo tú y yo. La próxima vez que no cumplas con tu parte, te castigaré. ¿De acuerdo?.

- Sí… sí, Don Sergio.

- Esta bien, sigamos… quiero decir, volvamos a la pregunta. Cuéntame las razones por las que tus padres terminaron enviándote al internado y no me vale un simple mi hermanita se chivo.

- Dejé de ser virgen con 15 años. Estábamos en una fiesta por las navidades con gente del trabajo de mi padre porque fuimos a recogerle. Me invitaron a beber y… se me subió a la cabeza y me enrollé con uno de los empleados, debía de tener diez años más que yo o así. Fuimos al cuarto de fotocopias y me desnudó. Estaba tan borracha y tan excitada que tuve un orgasmo cuando me comió las tetas con su boca. Me empezó a llamar guarrilla, zorrita y cosas así pero no me importaba, eso me ponía más cachonda. Me hizo ponerme con las tetas apoyadas en esa zona como de cristal de la fotocopiadora… y me abrió de piernas mientras se encendía la máquina. Me estaba follando mientras me sacaba en papel. Justo cuando se abrió la puerta y entró mi madre, tuve un segundo orgasmo. No llegó a correrse y se largó. Mi madre no le dijo nada a mi padre, pero me dio una buena bronca y me castigó sin salir fuera de mis clases y actividades durante tres meses…

- ¿Volviste a ver a ese hombre?.

- ¿Al de la fotocopiadora?... no.

- Está bien, sigue.

- El caso es que me gustó… me gustó mucho el sexo… el ser sometida por ese desconocido… además, los chicos de mi clase y los de mi edad eran unos críos. Tuve algún roce, incluso un par dejé que me tocasen pero ninguno me llenaba ni me producía esas sensaciones. Empecé a tener fantasías con mis profesores. Me masturbaba pensando en algunos de ellos y me los imaginaba follándome… hasta que la noche que iba a cumplir los 16 entró mi hermano en mi cuarto y me pilló masturbándome desnuda.

- Tu hermano…

- Arturo, tenía 19 años entonces.

- ¿Y qué hizo tu hermano cuando te encontró de esa manera?.

- Entró en mi cuarto y cerró con el cerrojo. Intenté cubrirme, pero me dijo que si era una niña podía cubrirme pero que si ya era mayor, que se lo demostrase, así que me quedé desnuda y de pie en la habitación. Me tocó por todas partes. Usó sus dedos para masturbarme al final, después de haberme estrujado las tetas y sobado de arriba abajo. Logró que me corriera y me tapó la boca con su mano para que no chillase. Luego me obligó a hacerle una mamada de rodillas y a tragarme su leche.

- ¿Consideras que tu hermano te violó?.

- No, yo le dejé… y disfruté mucho esa vez.

- Ya veo, así que hubo otras veces.

- Sí, venía un par de veces a la semana a mi cuarto para sobarme y que le comiese la polla porque ninguna de sus novias los sabía hacer como yo.

- ¿Te llegó a penetrar?.

- No… nunca se atrevió a llegar tan lejos, aunque algunas veces parecía a punto.

- Vuestra hermana lo descubrió y por eso terminaste entonces en el internado.

- No, Don Sergio… fue otra cosa…

- Explícate entonces, que parece que tengo que sacarte las respuestas con cucharilla.

- Lo siento, don Sergio… verá, el caso es que mi hermana, Almudena, me descubrió follando con un vecino. El día antes se le había caído un tanga cuando estaba recogiendo la colada y bajamos a pedirlo. Abrió el vecino de abajo que se acababa de mudar, debía tener unos cuarenta tacos y olía un poco a alcohol. El caso es que nos invitó a tomar una coca-cola y nos empezó a lanzar insinuaciones por el tanga, así que cuando nos invitó a ver su casa mandé a mi hermana de regreso a casa. Por un lado me hacía sentir algo asustada pero por otro tenía un punto de morbo que… -la chica llevaba un rato removiéndose en el diván, haciendo pequeños amagos de llevarse las manos hacia su sexo y la excitación de Sergio no dejaba de ir en aumento, hasta que parte de su subconsciente logró salir y lanzó una idea que terminó calando. Era una oportunidad perfecta para calmar la inquietud de ese lado oscuro y la vez se dejaba llevar por la engañosa idea de que podría ser un nuevo estilo de terapia alternativo- creo que habría intentado algo con nosotras si le hubiéramos seguido y… supongo que por un lado quería proteger a mi hermanita y por el otro hubiera sentido celos de la posibilidad de que...

- Te dije que tendría que castigarte si volvías a interrumpirte o recortar los hechos, ¿verdad?.

- Sí, Don Sergio, lo siento, pero…

- No hay peros, tú verás si quieres seguir a mi manera o hacer un paripé que no llevará a ninguna parte –la idea de tenerla bajo su control, de hacerla de todo volvió a pasar por su cabeza… la lucha entre su parte consciente, lineal y lógica frente a la bestia que pugnaba por librarse de las cadenas de lo establecido y saltar a tomar el control… tuvo que ceder un punto, aunque ahora todo dependía de la respuesta que diera Soraya.

- De acuerdo.

- ¿De acuerdo, qué?.

- Lo haremos a su manera, Don Sergio.

- ¿Obedecerás todo a partir de ahora y cumplirás con tu parte al pie de la letra? –quiso confirmarlo, buscando un resquicio que evitase que la bestia ganase ese primer punto.

- Sí, Don Sergio… obedeceré y aceptaré el castigo –la confirmación rompió su dique… pero lo que había imaginado quedó eclipsado por una imagen.

- Sobre mis rodillas.

Ella lo miró un instante sin comprender y parpadeó mientras se hacía la luz en su mente. Se levantó y se situó sobre sus rodillas boca abajo, con su culo expuesto a los azotes que ella intuía que vendrían como castigo… los había sufrido peores en el internado.

Sergio se entretuvo moviendo la mano en círculos concéntricos sobre los perfectos glúteos de Soraya, luego alzo la mano y lanzó el primer azote. Ni se quejó. Repitió la operación otras dos veces antes de que la furia por la escasa repercusión del castigo lo llevase más lejos.

Levantó despacio el extremo del vestido, deleitándose con las piernas suaves de la chica, rozándolas con las yemas de los dedos hasta tener a su vista su culo. Llevaba un tanga diminuto. No pudo resistir la tentación y lo arrancó de un tirón, obteniendo la primera respuesta de su paciente, con un intento de queja que cortó voluntariamente y convirtió en un suspiro forzado. Tenía depilado su sexo y tenía la conchita tremendamente hinchada y húmeda. El recordar sus primeros avances sexuales estaba claro que la había excitado y por eso había estado tan inquieta sobre el diván.

Por un instante, alcanzó a rozar con un par de dedos la entrada al sexo de Soraya, cuya anatomía respondió de un modo automático dejando escapar un nuevo gemido ante la extrema sensibilidad de sus zonas erógenas. En ese momento supo que era suya, que podría hacerla lo que quisiera y no se resistiría… tenía hinchadísima su concha, que empezaba a desprender un intenso aroma y eso le sobreexcitaba, pero en una negación violenta pasó sin mediación del comienzo de la masturbación de Soraya a aplicarle un fuerte correctivo en sus glúteos con potentes tortas que esta vez la hicieron gritar.

Tardó varios minutos en volver a controlarse y darse cuenta de que su paciente tenía el culo al rojo vivo. Se levantó, dejándola caer al suelo y con la respiración agitada, la indicó que volviese al diván mientras se calmaba y ella se enjugaba las lágrimas que habían brotado como resultado facial del castigo. Pero no se quejó.

Era una suerte que ya no hubiese nadie en esa parte de la clínica y que su mujer se hubiera ido a jugar al tenis, porque estaba seguro que habían montado un escándalo.

Mientras se secaba el sudor, se dio cuenta de que Soraya estaba extremadamente incómoda, seguramente por el dolor en sus glúteos y no pudo evitar ceder otro punto ante su lado oscuro.

- Túmbate boca abajo con el vestido hasta la cintura, voy a por una crema para aliviarte el dolor y seguimos.

- Sí, Don Sergio… gracias.

Fue a por un gel con efecto frío que sabía que su mujer tenía en su despacho y al volver se encontró con el divino espectáculo de unas impresionantes piernas completamente a su disposición, puesto que también se había descalzado y que terminaban en el colorado culo.

Tenía las piernas ligeramente  abiertas para permitir una visión completa de la conchita de la chica, ahora menos hinchada al haberse reducido su calentura durante el castigo pero igualmente deseable.

El vestido se alzaba descubriendo buena parte de su espalda, incluyendo una zona donde se apreciaban tres pequeñas lesiones circulares en forma de triángulo.

Se sentó a su lado y empezó a extender el gel por los glúteos de la chica, que reaccionó inicialmente con un escalofrío al aplicarle el producto, pero que fue relajándose mientras lo extendía suavemente con las manos por todo su trasero… aprovechando a veces para acercarse inconscientemente hasta la entrepierna de la hermosa hembra y acariciársela.

- Venga, sigue, ibas a contar algo sobre tu hermana y el día en que bajasteis a por el tanga.

- Supongo que tenía miedo de descubrir que mi hermanita tuviese los mismos instintos que yo… ummm… -gimió al contacto de las manos de Sergio con su sexo.

- Concéntrate –respondió él, dándole un pequeño pellizco en las nalgas- y continúa.

- Ayy… sí, Don Sergio… es que pensé que mi hermana podía sentirse tan puta como yo y no quería porque en el fondo también quería protegerla de convertirse en alguien como yo, a veces me sentía sucia por mi forma de pensar en los hombres y ella no debía ser así… umm… -esta vez procuró esconder el gemido con una expresión de estar pensando y en el fondo Sergio la dejó, aunque la había descubierto- … cuando se fue me empezó a enseñar la casa y a hacerme insinuaciones. Intenté hacerme la dura, pero cuando llegamos al dormitorio me tiró sobre la cama y se lanzó sobre mí. Empezó a besarme y… ummm… tocar, tocarme… no pude resistirme. Terminamos desnudos y follando encima de la cama de matrimonio… umm… -cada vez se la notaba más excitada, tanto por las caricias del masaje como por sus propios recuerdos que provocaban que nuevamente su conchita estuviese mostrándose receptiva.

- Entonces fue cuando te descubrieron.

- No, volví a casa y le conté a mi hermana que había tenido que ayudar al vecino a mover un mueble y aproveché para ducharme por el sudor del trabajo… jeje… ummm… estuve viéndole un par de veces más cuando no estaban su mujer ni sus hijos y follábamos encima de la cama grande… ummm… pero al final Almudena se dio cuenta, supongo que estaría en la escalera y me vio entrar… el caso es que de repente entraron mis padres, la vecina y mi hermana justo cuando estaba con su polla entre mis tetas. Se montó una gorda, mis padres decidieron entonces enviarme al internado y los vecinos se mudaron… no sé ti también se divorciaron o si al final coló lo del alcoholismo, realmente no me importaba… sólo era sexo… ummm…

- En fin, creo que por hoy ya hemos alcanzado los objetivos –añadió con un ligero golpecito amistoso en el culo de la chica y quitándose los restos del gel frotando sus manos contra la espalda de Soraya-. Y ahora hablemos de lo del trabajo. Creo que dijiste que buscabas cualquier cosa.

- Sí… es que pronto empezarán las vacaciones y… no quiero estar tanto tiempo en casa.

- ¿Has vuelto a tener relaciones con tu hermano? –se le ocurrió de repente a Sergio.

- No, la verdad es que Arturo tiene una novia que también es militar… bueno, es que poco después de que me internasen se metió en el ejército y…

- ¿Sientes celos?.

- No, no es eso. Pero preferiría no estar tanto tiempo en casa por ahora.

- ¿Quieres estar lejos de tus padres?.

- Emmm… no, tampoco es eso… yo sé que no tuvieron la culpa, no sabían cómo era el internado pero a veces sí, pienso que en parte fue su culpa por no haber buscado otra cosa.

- ¿Y qué me dices de tu hermana, la has perdonado?.

- Bufff… no sabría decirlo, pero la verdad es que prefiero no estar demasiado tiempo con ella en estos momentos. Es muy pronto aún.

- De acuerdo, entonces si te parece trabajarás aquí. Harás unas cuantas horas limpiando y ordenando los archivos. Ganarás un poco de dinero y a la vez saldrás de casa, por ahora es lo que puedo ofrecerte.

- Gracias, Don Sergio, me parece muy bien.

- Y ahora levántate y coge un cojín si quieres, te voy a llevar a tu casa porque sin bragas no puedes ir en metro… ahhh… y recuerda, todo lo que sucede en la terapia es secreto entre tú y yo, no debe salir de estas paredes, ¿comprendido?.

- Sí, señor, ya le dije que acepto todas sus condiciones.

Poco después enfilaron el trayecto hasta la casa de la chica, tiempo en el cual Sergio siguió deleitándose con la visión de las piernas dela Sorayay su entrepierna, había conseguido que para no mancharse el vestido con los restos del gel aplicado en el culo, llevase el vestido subido para apoyarse directamente en el cojín y así dejaba ver buena parte de su sexo al examen visual de Sergio.

Al llegar, paró un momento en doble fila delante del portal de la vivienda de la chica y ella se lanzó sobre él.

Sorprendido, Sergio se echó instintivamente hacia atrás contra la puerta de su lado, pero en realidad Soraya lo único que hizo fue quedarse tumbada con la cabeza apoyada casualmente sobre su pene endurecido por el trayecto. Aquello no pareció importarla, sólo estaba buscando esconderse un rato, dedujo Sergio.

- ¿Qué haces?.

- Es que ahí está mi hermana y no me apetece que cuente que me ha visto salir del coche de un desconocido y tener luego que estar explicando nada, sobre todo justo hoy que no llevo…

Sergio miró al portal y vio a un par de chicas altas, una rubia y otra castaña, ambas vestidas con chándal. Estaban justo despidiéndose. Mientras una se marchaba, la del pelo castaño rizado entró en el portal. Se notaba que tenía un culo tan perfecto como el de su hermana.

- Ya se han ido las dos, puedes irte.

- Gracias, Don Sergio –dijo Soraya mientras se levantaba, apoyando discretamente una mano sobre la pierna derecha de él lo justo para rozarle con los dedos el paquete y justo antes de darle un beso en la mejilla-. Hasta luego.

- Adiós.

La vio entrar en el portal y puso rumbo a su propia casa. Su excitación residual era tan grande que pensó que podría forzar a su mujer a tener sexo incluso aunque volviera a decir que la dolía la cabeza.

Sin embargo, al llegar, su mujer aún no había vuelto a casa. Se tuvo que conformar con masturbarse en la ducha mientras pensaba en la sesión de ese día y en las futuras sesiones con Soraya… y con Begoña, no pudo evitarlo.

Sabía que estaba siendo superado por su lado oscuro… y una parte de él quería dejarse arrastrar en esos momentos, a pesar de que sabía que luego se arrepentiría y llegaría la hora de volver a ser racional al cien por cien.

Continuará…

Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.

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