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Casos sin titulares IV: fisioterapia.

en No Consentido

Casos sin titulares IV: fisioterapia.

Marta iba a cumplir los 26 años cuando todo cambió en su vida.

Llevaba un mes con problemas de cervicales cuando uno de sus compañeros de trabajo le aconsejó que acudiera a un fisioterapeuta.

Cuál no sería su sorpresa al descubrir que el gerente de la clínica era Amancio, uno de sus vecinos.

- ¡Vaya!. ¿Tú por aquí?. ¿Qué te trae? –la preguntó con una sonrisa su vecino.

- Ohhh… pues… un compañero, Cosme, me dijo que aquí le ayudaron con un dolor que tenía en las lumbares y como me está molestando el cuello pues, bueno, me dijo que a lo mejor me lo podía solucionar un fisio –respondió ella.

- Ahh… ya recuerdo… Cosme… entonces, ¿tú también trabajas allí?. Pufff.. pues no me extraña que tengas molestias. Ya me comentó que las sillas dejan mucho que desear. Muy modernas, pero poco anatómicas. Pero no te preocupes, tengo un chaval que acaba de salir de la facultad que tiene unas manos que te va a dejar como nueva –la cuenta, sonriente.

- Pues muchas gracias. Si lo llego a saber, vengo antes.

- Tú pasa a la salita y en un momento te llaman.

Cinco minutos después estaba en una camilla esperando al fisioterapeuta.

Estaba casi más nerviosa por haber tenido que dejar su teléfono móvil en el bolso con todas sus cosas que por la sesión en sí misma.

Ese momento de “desconexión” en que debería estar relajada y preparándose para la terapia, se lo pasaba aún más pendiente y casi estresada por esa lejanía con ese mundo virtual que contenía el aparatito electrónico.

Todo eso lo olvidó cuando se abrió la puerta y entró él.

No sabía si sería bueno, pero estaba muyyyy bueno.

Su corazón se aceleró y un rubor tiñó su rostro, aunque Marta intentó camuflarlo con una tos, pero en cuanto el fisioterapeuta puso sus manos sobre ella, su mente se disparó incluso mientras la provocaba ciertas molestias.

De hecho, se excitó.

No pudo evitarlo.

Y él lo notó, estaba segura.

Sus suaves pero firmes manos se detuvieron más de lo debido en ciertas partes que la pusieron a mil.

Cuando salió de la clínica estaba empapada, pero no precisamente de sudor, y ya había fijado una nueva cita para la semana siguiente y, mientras regresaba a casa, ya se estaba imaginando lo que se pondría para esa ocasión.

Vivía sola.

Hacía poco que se había independizado.

No llevaba ni seis meses en ese pequeño piso de alquiler. La habían ofrecido el derecho a compra, pero por ahora no pensaba en esas cosas.

Puso la caldera en marcha y abrió el grifo de la bañera.

Puso unas sales y, mientras se llenaba el cuarto de baño del vapor que soltaba el agua caliente, aprovechó para desnudarse y abrir un par de ventanas para que corriese el aire.

El ambiente estaba muy cargado y la gustaba ventilar unos minutos al llegar.

Pero, ese día, también ella estaba cargada. Muy cargada.

La tensión acumulada en la sesión de fisioterapia la tenía a mil y, mientras se desvestía, recordaba las manos del chico sobre su cuerpo y cómo se había dejado meter mano donde sólo su exnovio había tenido antes el privilegio.

Cuanto más pensaba en ello más se excitaba y no se molestó ni en cubrirse el cuerpo mientras iba de un lado a otro de casa completamente desnuda, preparando las cosas para cenar algo ligero después, al salir del baño.

No es que tampoco la fuera a ver nadie. Las luces de los pisos de enfrente estaban apagadas. Era una pena, pensó una parte morbosa en su interior. Casi hubiera deseado que la espiaran. No podía evitarlo. Tenía un puntito exhibicionista desde que su ex la acostumbró a hacer toples y a follar en el mar cuando iban a la playa.

Recordar aquello la excitó aún más.

Recordó cómo fue su primera vez, con otros bañistas alrededor, que no se enteraron o no quisieron enterarse de nada mientras su ex la hacía el amor por detrás después de bajarla lo justo el bañador para poder acceder a su entrepierna.

Esa primera vez lo pasó mal, angustiada por la gente alrededor, pero al final disfrutó y se corrió por esa misma tensión.

Desde entonces lo habían repetido varias veces y no la preocupó las miradas que la dirigían los hombres a sus tetas liberadas mientras estaban tumbados al sol en la arena de la playa.

Todo terminó un año atrás, cuando le descubrió fornicando con su mejor amiga un día que salió antes de trabajar, su segunda semana en la oficina donde seguía currando. Desde entonces no había vuelto a estar con un hombre.

Y empezaba a echarlo mucho de menos.

Y las manos del fisioterapeuta sobre su cuerpo se lo habían recordado.

Y por eso tampoco la importaba exhibirse (un poco) esos minutos por casa mientras llevaba su ropa usada al cesto y preparaba una cena ligera durante el rato que tardaba en llenarse la bañera.

Cuando por fin tuvo la bañera lista, puso el móvil a cargar sobre la mesilla de noche y se metió en esa pequeña sauna que se había creado en su cuarto de baño.

El calor del agua en contacto con su piel era relajante, disfrutaba de ello y cerró los ojos, dejándose llevar.

Separó las piernas y comenzó a tocarse el coño.

Estaba caliente desde que abandonó la clínica y no la costó deslizar un par de dedos al interior. El ambiente relajado en la bañera ayudaba también. Era una mezcla entre su pasada relación y la tensión sexual acumulada en la sesión de fisioterapia.

Su otra mano fue deslizándose por su cuerpo, acariciándose y estimulándose sus propios pezones a ratos mientras su diestra buscaba ese puntito de su interior que tanto placer la daba, moviéndose adentro y afuera de su depilado coño.

Un ruido la sobresaltó, incluso la pareció que era la puerta de su casa, y se detuvo, con el corazón brincando en el pecho como el de una colegiala a la que pillasen sus padres in fraganti.

Menuda tontería. Sus padres tenían llave de su casa, pero no había ninguna razón para que fuesen, y menos sin avisar, y tampoco se escuchaba nada más.

Seguro que había sido el vecino de al lado, regresando del trabajo.

Pensó en él un instante.

Sabía que estaba divorciado y que trabajaba en el super. Era madurito pero se conservaba bien y siempre era muy amable con ella cuando se veían o iba a comprar. Una vez, incluso usó su descuento de empleado cuando la cobró en el super. No estaba mal… y con la sesión de ese día estaba tan excitada que… ¿por qué no?... a lo mejor podría ir a pedirle… algo… pero no, sabía que no lo haría, pero a veces la gustaba pensar en qué podría pasar.

Sus dedos siguieron haciendo su trabajo y empezó a notar que se estaban acercando al punto justo.

Cerró los ojos y suspiró, removiendo el agua a su alrededor.

Cada vez más rápido.

Más dentro.

Más rápido.

Más intenso.

Más rápido.

Más… más… más…

Chilló sin poder remediarlo. Sin querer remediarlo. Casi la hizo ilusión desfogarse con el propio sonido de su garganta mientras su interior vibraba con el orgasmo al que la habían llevado sus dedos, liberando toda la tensión sexual acumulada.

Sonrió y siguió acariciándose aún un rato, disfrutando el momento, dejándose llevar por la oleada de emociones.

Esos momentos en la bañera, rodeada de espuma y agua caliente eran muy agradables. El lugar y momento ideales para tocarse y llegar al orgasmo. Así, después podía lavarse tranquilamente y aún mantener ese calor interior, en vez de la sensación casi de… de… de suciedad que la acompañaba cuando se masturbaba en otra parte y luego tenía que prepararlo todo para lavarse, porque el ir a dormir toda… mojada… era algo que no, que la superaba, no se veía capaz, tenía que limpiarse después de aliviar su tensión sexual.

Por eso era que adoraba su bañera y no pensaba cambiarla por un plato de ducha. Que ahorrasen otros el agua. Ella gozaba demasiado de esos momentos de pasión bajo el agua.

Por fin se decidió a salir de la bañera y secarse, ya liberada de toda la tensión acumulada y totalmente limpia. Fresca y limpia.

Todo olía a naranjas.

Era su fragancia favorita de R&G. Un aroma perfecto.

Salió del cuarto de baño con una toalla rodeándola. Ya sólo la faltaba usar un rato el secador para terminar de arreglarse la cabellera antes de irse a cenar, pero antes iba a mirar si tenía alguna llamada o mensaje en el teléfono móvil.

Todo sucedió muy deprisa.

Alguien la agarró por detrás, alzándola del suelo y tapándola la boca con la mano.

Instintivamente, Marta pataleó, pero eso sólo duró los segundos que su asaltante tardó en lanzarla sobre la cama, rodando sobre sí misma al desprenderse su toalla y quedar completamente desnuda.

Intentó escapar por el otro lado, por la ventana abierta que daba a la terraza, pero otra sombra surgió frente a ella y, de un golpe, la derribó sobre el colchón.

No la dio tiempo a revolverse cuando el que la había agarrado al principio, se subió encima suyo y empezó a darla tortas en la cara con ambas manos, sin parar ni darla un respiro.

Su rostro ardía cuando le detuvo el otro hombre.

- Hay que esperar a…

- No me jodas –respondió el que estaba sobre ella, con rabia apenas contenida, sacudiéndose de encima la mano con la que el otro hombre había detenido su serie de tortazos en la cara de la chica y, luego, dirigiéndose a ella, que, aunque no podía ver más que sombras recortadas contra la poca luz que entraba, supo que era con ella con quién ahora hablaba-. Hoy el que te va a joder soy yo, puta zorra de mierda. Abre la boca o te la abro yo –la amenazó y, obediente, Marta cedió sin una queja, dejando que la introdujese algo en la boca hasta que sintió una arcada, momento en que el hombre dejó de meter lo que fuera aquello y la selló la boca con esparadrapo-. Así no tendré que oír tus gilipolleces, puta niñata.

- Menuda mierda –se quejó el otro.

- Al menos así sirven para algo esas bragas jajaja –rio su propio chiste el primero de los hombres y, dirigiéndose al otro, se levantó y señaló a su indefensa víctima-. Venga, demuéstrame lo que sabes hacer, porque tu papaíto mucho hablar pero no te veo hacer nada.

- Ya voy, ya voy…

El segundo hombre se acercó a ella y la hizo darse la vuelta, quedando sus pechos ocultos y presionados contra el colchón.

Su cabello mojado la resultaba extrañamente molesto, y aún más la sensación de humedad que había dejado sobre las sábanas.

Con una rapidez fruto de la experiencia, el segundo de los hombres acometió su parte.

Ató con una cuerda fina, que se clavaba en sus carnes, sus muñecas entre sí y, a su vez, con el tobillo de su pierna derecha, que, a su vez, ató a la cabecera de la cama, obligando a Marta a adoptar una posición extremadamente incómoda.

El otro tobillo lo ató a los pies de la cama, de forma que sus piernas entre sí quedaban separadas menos de treinta grados.

Ella gimoteó, intentando llamar la atención de sus captores y buscar una forma de parar lo que fuese que pensaban hacerla.

No quería siquiera pensar en qué era.

Prefería no imaginarlo siquiera.

Aunque, en el fondo, se lo podía llegar a imaginar, pero no cómo realmente iba a ser.

Nada la había preparado para lo que vendría a continuación.

La empezó a dar un masaje.

La estaba dando un masaje.

El hombre que estaba sobre ella y que la había inmovilizado de forma tan aparatosa, estaba usando sus manos sobre su cuello y espalda para amasar su musculatura.

Entonces comprendió quién era.

Reconoció esas manos.

Ese tacto.

Pero… pero… pero, ¿por qué?... si ella… si ella…

Siguió ofreciéndola el masaje por toda la espalda, incluso por la pierna derecha que en tan incómoda posición la había colocado, haciendo que sus músculos se calentasen.

De hecho, parecía eso,

Parecía un calentamiento, pero sin calentar, sin que ella se estuviera preparando para hacer deporte.

Pero él sí.

Él la estaba preparando para otro tipo de ejercicio.

Y, aun así, cuando puso sus manos a trabajar en su entrepierna, el cuerpo entero de Marta se retorció de gusto.

Sus dedos la hicieron subir la temperatura por todas partes.

No tenía que tocarse, incluso aunque hubiera podido, el coño para saber que estaba empapado.

Hasta estaba babeando, se dio cuenta.

Intentó girar la cabeza y mirar hacia ese hombre que la estaba masturbando como jamás se lo había hecho nadie, pero el otro se adelantó a su movimiento y la golpeó con un pie desnudo y oloroso.

Tuvo otra arcada, esta vez por el olor tan desagradable del pie de ese hombre.

El fisioterapeuta comenzó entonces a jugar con su ano.

Usaba algo redondo, metálico, frío y fue forzando poco a poco el agujero de su culo hasta lograr introducir la primera bola.

Porque era la primera.

Lo supo enseguida, porque una segunda bola, mayor que la primera, hizo contacto con el esfínter que luchaba por cerrarse e impedir que entrasen esos objetos dentro del cuerpo de la joven.

No pudo evitarlo.

Al final, la segunda bola entró.

Y la tercera, y la cuarta y la quinta.

Cada una mayor que la anterior.

- Puffff… joder, qué fácil le han entrado las bolas a esta puta zorra –la despreció el hombre de la ira, cuya voz al final Marta supo de quién era.

No era la primera vez que la escuchaba.

Llevaba mucho oyendo sus comentarios, sus chistes y sus quejas.

Era Cosme, el compañero de trabajo que la hizo ir a la fisioterapia.

Y estaba resentido. Muy resentido. Con ella.

- Quítate de en medio, joder –dijo Cosme, empujando a Hugo, el fisioterapeuta, a un lado-. Quiero probar a esa guarra.

- Aún no está lista –se quejó Hugo-. Las bolas…

- A la mierda tú y a la mierda tus bolas. Yo me la tiro ya y punto –anunció Cosme, mientras el cerebro de Marta asimilaba que pretendían usar esas bolas para lograr dilatarla el culo lo suficiente para sodomizarla. La dio un asco tremendo la mera idea de que la follasen analmente.

Pero Cosme buscaba otra cosa entonces.

Levantó sus caderas y metió por debajo un cojín.

Lo siguiente que notó Marta fue la polla de su compañero de trabajo entrando violentamente dentro de su coño, metiéndose a pelo dentro de su vagina, abriéndose paso centímetro a centímetro.

Lo supo de inmediato.

No llevaba condón.

El preservativo no entraba en los planes de esos hombres, o, al menos, de Cosme.

- Joooder, qué fácil entra… está más lubricada que una puta… uffff… menuda zorra… ufff… qué puta guarra… ufff… -empezó a decir al ritmo de las embestidas de su tronco fálico dentro del sexo de la chica- Desde que la vi por primera vez supe que eras una auténtica zorra de mierda… ufff… joder… ufff… estás super mojada… ufff… que cerda… ufff…

- Aún no era el momento… aún no era el momento… aún… -entonaba, como una letanía, el fisioterapeuta, moviéndose al lado de la cama arriba y abajo.

Cosme iba a lo suyo.

A romperla. A castigarla por alguna razón que sólo su mente conocía y que su cuerpo ejecutaba en forma de penetración salvaje y dolorosa.

Después de un rato la incomodidad se abrió paso por entre el resto de emociones y sensaciones. El cerebro de Marta tardó unos instantes en darse cuenta, pero al final la idea surgió.

¿Cómo era posible que siguiera sintiendo ese pene raspando su coño con cada embestida casi como al principio?. Era culpa del maldito Hugo, la postura que la había obligado a adoptar, que no permitía que su cuerpo dilatara fisiológicamente y por eso cada puyazo lo sentía casi como el anterior, multiplicando por mil las sensaciones que transmitía su propio sexo, convirtiéndolo en un horno tórrido.

La humillación de estar siendo violada, forzada salvajemente por esos hombres en su propia cama, se multiplicó al darse cuenta de eso, de la traición de su propio cuerpo en el que Hugo explotaba con su habilidad su propia anatomía.

Marta notaba cada movimiento del tronco de carne de Cosme prácticamente como al comienzo de su penetración, con una intensidad de locura, forzando el paso de su polla a través de cada palmo de su vagina, llenando todo su coño con su hombría y desgarrándola por dentro con unas embestidas salvajes y cargadas de una potencia que la empezaban a llevarla al límite, sobre todo después de la intensa masturbación física y mental que se había concedido instantes antes en la libertad de su bañera.

- Ufff… ufff… joder… uffff… qué rica está la mamona… ufff... ufff… joder con la puta… ufff… uffff… qué mojada está la perra… ufff… ufff… -seguía insultándola su compañero de trabajo mientras forzaba con su gruesa y caliente polla el interior de su sexo a puyazos rápidos y fuertes.

Hugo seguía con su letanía, pero cada vez que pasaba cerca de la chica, sus manos ya empezaban a moverse con ansiedad buscando recordarla que estaba allí.

Esas manos tan habilidosas, esos dedos tan estimulantes, ahora la pellizcaban por mil partes o la tironeaban del húmedo cabello o se metían con violencia por debajo de su cuerpo para alcanzar sus tetas y estrujarlas como podía en esa posición tan incómoda para la chica.

Estaba casi más dolorida por los tocamientos esporádicos de Hugo y la postura que la había obligado a adoptar, que por la propia violación a la que la estaba sometiendo Cosme.

Por fin, después de un tiempo que se la hizo interminable, Cosme se corrió.

Fue una sensación extraña.

Lo odió intensamente por llenarla con su semilla, pero a la vez su propio cuerpo reaccionó con una intensidad que no esperaba, todo por culpa de esas sensaciones aumentadas, de la mano de Hugo que estaba en ese momento bajo su vientre manipulando su clítoris en una posición tan complicada y de sentir cada paso de esa gruesa y caliente polla atravesándola una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez hasta soltar esa corriente de leche caliente, esos ríos de lefa que salieron a borbotones en lo más profundo del coño de Marta, inundándola como hacía tiempo que no la pasaba, demasiado tiempo…

- Guauuuuu… uffff… jodeeeeer con la puta –se atrevió a levantar la voz Cosme, ahora con una satisfacción que superaba la ira que antes había transmitido- … ufff… la muy cerda se ha corrido… uffff… lo he notado… ufff… hay que joderse… ufff… yo pensando en joderla viva… ufff… pensando castigarla y… ufff… jooooder… uffff… y la muy puta gozando como una puta perra… uffff… hay que joderse… uffff…  qué pasada… uffff…

Aún se quedó un rato dentro de ella, vaciándose hasta la última gota, estremeciéndose con cada gota extra que lograba soltar bien dentro de la vagina de Marta, que ya apenas se retorcía y que empezó a sentir algo húmedo por su rostro y que no era ya su cabello.

Lágrimas.

Estaba llorando.

Llorando por la humillación.

Llorando por haberse dejado engañar por su compañero de trabajo e ir a dejarse tocar por el fisioterapeuta que ahora la torturaba.

Llorando por haberse estado tocando, pensando en todo eso… y otras cosas, pero sobre todo por haber siquiera pensado en él.

Y, sobre todo, llorando por haber sentido, muy en el fondo, pero… pero se había corrido, una parte de su cuerpo, la parte más animal, la menos evolucionada a lo largo de los siglos de evolución del ser humano, había llegado a disfrutar y obtener un placer con la violenta y salvaje penetración, con la descarga de la semilla ardiente en lo más profundo de su interior, con el roce de los dedos de Hugo en su clítoris, con… con…

Con un sonido de succión, la polla de Cosme abandonó su cuerpo, dejando un rastro de gotas de semen todo a lo largo de su ruta de salida, lo notaba muy bien Marta, humillada como no se había sentido nunca en su vida.

Mientras su compañero de trabajo estrujaba las últimas gotas sobre su culo, golpeándolo con la polla en cada movimiento, Marta supo que la cosa no había terminado, antes incluso de que él pronunciara las palabras.

- ¿No dices nada, so puta?. Seguro que has disfrutado más que yo y este maricón de mierda –insultó al fisioterapeuta, que no se dio por aludido, moviéndose aún por el dormitorio de la chica sin parar, salvo por los toques eventuales que la realizaba-, pero has sido una mala anfitriona. Mira que eres una puta desagradecida… ¿no te parece, mariconcete? –volvió a despreciar a su ayudante y, acercándose a la cabecera de la cama, añadió mirándola con intensidad, o eso imaginó Marta, porque casi no podía ver ya ni el contorno, sólo una zona más oscura que las de alrededor frente a ella-. Ya va siendo hora de que aprendas a darme las gracias por esto y todo lo demás, puta zorra.

De un violento tirón, Cosme arrancó la improvisada mordaza que cerraba la boca de la chica, sacando también las bragas completamente empapadas con su propia saliva.

Se rio en su cara. Se rio de ella.

- ¡Cómo babea la muy perra!. Se corre por abajo, se corre por arriba, esta puta desagradecida es toda una zorra.

Y, sin más preámbulos, cuando apenas Marta había podido sacar un instante la lengua para repasarse los labios y toser para limpiar la sensación que la áspera y rugosa tela había dejado en su boca, la polla de su violador entró en su boca.

Seguía dura. Demasiado dura. Demasiado gruesa.

La llenaba.

La ahogaba.

La producía arcadas.

- Vamos, zorrilla, vamos, bésame como tú sabes, bésame la polla, cabrona de mierda…

Desprecio y asco.

Desprecio y asco debería haber sentido por Cosme, pero lo sentía por si misma cuando, mientras buscaba aire, comenzó a comerle la polla, moviendo la cabeza lo poco que podía en esa postura y usando su boca por completo, sobre todo su lengua, para agradar a ese trozo de carne hinchada que llenaba toda la cavidad.

- Ufff… joder… ufff… qué bien lo haces… ufff… se nota la experiencia… ufff… ufff… sigue… ufff… sigue así, puta… uffff… qué bien lo haces… ufff… joder con la perra… ufff… ufff… vamos, puta, vamos… ufff… vamos, chupa, chuuuupa… ufff…

- ¿Tengo que esperar o puedo cogerme ya su culo? –gimoteó Hugo, el fisioterapeuta.

- Joder, maricón, haz lo que quieras pero déjame en paz –soltó Cosme, claramente molesto por la interrupción, tiempo en el que mantuvo su polla clavada por completo dentro de la boca de Marta hasta que la pobre chica casi se desmaya-. ¡Ey!, no seas vaga, chupa, joder, chupa como la puta que eres, so zorra –la imprecó, pese a que no había sido culpa de la joven el detener la mamada.

Mientras el compañero del trabajo de Marta seguía obligándola a chuparle el pene, el fisioterapeuta se subió a los pies de la cama y reptó hasta situarse entre las piernas de la mujer.

Metió no sólo su mano, sino también su boca dentro de la raja del sexo de ella y comenzó a tocarla y lamerla de forma intensa.

Ella tomó la decisión de no dejarse ir, de aguantar y resistir.

Se concentró en la tranca que entraba y salía de su boca.

Y, durante un rato, la funcionó.

- Ufff… joder… mierda… ufff… qué bien lo haces… ufff… se nota que te está gustando… ufff… sigue, puta, sigue… ufff… menuda perra… ufff… y parecías una cría estrecha… ufff…

Pero Hugo fue paciente. Insistió y acometió una y otra vez con su lengua y sus dedos el coño de Marta y, al final, la chica empezó a dejarse ir.

No pudo evitar que su cuerpo la traicionase ante la insistencia del fisioterapeuta.

Tuvo un potente orgasmo.

Su cuerpo se arqueó, estremeciéndose hasta el último centímetro de su anatomía por ese instante de placer robado por el chico que ayudaba a Cosme a forzarla.

Pero Hugo no estaba contento con lograr eso.

Sólo era un paso para lograr su verdadero objetivo.

Sacó, poco a poco, y en orden inverso, las bolas de metal que, hacia un mundo ya, metió dentro del culo a Marta.

Entre medias de una bola y otra usaba la propia corrida de la chica para lubricar las bolas y jugar con ellas a volver a meterlas y sacarlas en un proceso que duró los minutos suficientes para que, por fin, Cosme se vaciara dentro de la boca de la joven.

Marta no podía comprender las razones de su compañero de trabajo para violarla, ni las del fisioterapeuta para ayudarle, pero lo que comprendía aún menos era cuánto aguantaba ese hombre maduro y cómo lograba soltar una lefa tan abundante, caliente y espesa.

Claro que no pensaba en ello precisamente, porque él no se lo permitió.

La obligó a tragar con su polla alojada dentro de su boca, inundándola y asfixiándola al llegar a su campanilla.

Esta vez, Marta no pudo contener la arcada y su estómago devolvió la lefa de Cosme hacia arriba.

No podía salir por la boca de la joven, ocupada por el tronco fálico de su pervertido compañero, y buscó la otra forma de salir que había. Por la nariz.

Mientras Hugo jugaba con las bolas anales y Cosme mantenía clavado su pene dentro de la boca de Marta, una mezcla de jugos entre los que abundaba la lefa salió por los orificios nasales de la chavala y resbalando por su rostro lloroso hasta las sábanas que cubrían su cama, la cama donde estaba siendo sometida y forzada por esa pareja.

Cuando, por fin, el fisioterapeuta terminó de sacar las bolas metálicas del interior del culo de Marta, su agujero anal estaba absolutamente dilatado, más de lo que jamás se habría imaginado.

Hasta Cosme silbó a modo de aprobación del trabajo realizado por Hugo.

- Mierda, joder… casi me dan ganas de romperla el culo también, pero te lo has ganado chaval. Fóllate bien fuerte a esta zorra, que lo necesita más que nosotros.

Hugo no se hizo repetir la orden.

Casi no tuvo ni que aplicar presión para introducir su polla en el dilatado culo de la chica.

Casi.

Pero lo hizo de todas formas.

Empujó con todas sus fuerzas, lanzando todo su peso hacia delante y hacia atrás, perforando con ensañamiento el culo de la indefensa Marta, que no podía hacer otra cosa que suplicar medio llorando que parase.

- ¿Parar? –ladró Cosme, rompiendo su particular silencio y lanzando a la vez un fuerte tortazo contra la cara ladeada de su compañera de trabajo-. Y una mierda. Más fuerte te tendría que dar, por la puta mierda que eres, so cerda. Te lo has ganado a pulso y ahora no te hagas la santa, porque eres una auténtica puta de mierda. Una zorra de cuidado. ¡Vamos, maricón de mierda! –gritó ahora a Hugo-. ¡Más fuerte, más duro!. ¡Que chille esta zorra!.

El fisioterapeuta incrementó la fuerza de la violación anal, haciendo chocar sus huevos una y otra vez contra Marta mientras lanzaba todo su peso para incrementar la penetración y hacerla chillar como… como…

- Joooder, hostia puta. Esta puta zorra chilla como un cerdo en San Martín… jajaja… vamos, capullo, llénala ya que la noche es joven… jajaja… menuda puta de mierda…

Aún tardó un rato más, pero lo hizo.

Hugo la llenó.

Soltó chorro tras chorro de caliente líquido seminal en el interior del culo de Marta, presionando sin parar hasta descargar hasta la última gota dentro del hinchado y dolorido ano de la chica.

Cuando sacó su polla del interior de su culo, Marta pensó que lo tenía roto del dolor que sentía.

Y, de pronto, la luz se hizo en el particular infierno de la chica.

La luz de su habitación, encendida por alguien con voz de hierro, potente, acostumbrada a ser obedecida.

- ¿Se puede saber qué pasa aquí?.

Estaba salvada, las mismas ventanas abiertas para ventilar y que, pensaba Marta, habían usado Cosme y Hugo para entrar en su casa y violarla, habían servido para que uno de sus vecinos descubriera todo y fuese a rescatarla.

Empezó a llorar de alegría… hasta que siguió hablando.

- ¿Quién os dijo que empezarais sin mí, imbéciles?.

Y supo que la noche no había terminado.

Para nada había terminado.

Éste relato va dedicado a una auténtica Musa inspiradora.

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