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Matacrisis 10.E (¿de la sartén al fuego?)

en Dominación

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Los capítulos anteriores de las aventuras de esta semana de Rebeca, la psicóloga y mujer de Sergio:

Matacrisis 10.A: http://www.todorelatos.com/relato/87104/

Matacrisis 10.B: http://www.todorelatos.com/relato/91028/

Matacrisis 10.C: http://www.todorelatos.com/relato/92199/

Matacrisis 10.D: http://www.todorelatos.com/relato/94807/

10. CAPÍTULO 10. QUINTA PARTE.

 

10. Duodécima parte: la confesión de Inmaculada.

            - … así que fuimos arriba, a su cuarto, y me dejó atadas las manos a la cabecera porque quería hacer algo especial, me dijo –la contaba Inmaculada en la sesión que había empezado apenas diez minutos después de la marcha de Juan.

            La mujer de Sergio apenas había podido asearse mínimamente antes de la llegada de Inmaculada y en esos momentos la escuchaba contar lo que había sucedido cuando desaparecieron de su vista ella y Juan. Justo antes de que entrase para recuperar el collar de Inmaculada y terminase siendo objeto de la brutal violación por parte de los tres varones de la casa.

            - Ya sabes que soy incapaz de resistirme a explorar nuevos horizontes –seguía diciéndola, mientras por la mente de Rebeca una vocecilla añadía “eso y que eres una absoluta ninfómana que se tiraría cualquier cosa con pene entre las piernas”. Tenía que admitir que cada vez aguantaba menos las actitudes sexuales de Inmaculada y sobre todo la forma en que la había llevado a la situación actual, de la que la consideraba culpable en un 90%, ¡por lo menos!-. Luego me tapó la boca y se marchó para buscar su sorpresa. Tardó bastante en regresar, cualquiera habría pensado que se fue a comprar la mermelada al super… ¡ja, ja!.

            - ¿Mermelada? –preguntó la esposa de Sergio, interesada de repente pese a que pretendía mantenerse lo más distanciada posible para intentar recuperar algo de su profesionalidad neutral antes de procurar buscar una solución a su problema con el chico que ya la había violado en dos días consecutivos, primero en la casa de la familia de Juan y luego en la propia consulta de Rebeca apenas unos minutos antes.

            - De ciruelas –específico su amiga, guiñándola un ojo con picardía-. Quizás deberías probarlo con Sergio. El caso es que me la extendió por todo el coño y luego se pasó un buen rato lamiéndomelo hasta dejármelo limpio… y luego repitió un par de veces más. Buffff… no me había corrido tantas veces sin tener una polla dentro desde hacía años… -y la psicóloga no creía que la mintiese. Inmaculada tenía mucha experiencia… muchas experiencias. Inesperadamente, el sexo de Rebeca empezó a reaccionar de nuevo. Lo sentía irse calentando lentamente, creciendo conforme la amiga y paciente de la esposa de Sergio iba contando su experiencia sexual del día anterior.

            ¿Sería posible que tuviera envidia, que su cuerpo desease ser poseído nuevamente por ese salvaje y… y…?. ¡Por favor!, otra vez se estaba dejando ganar por las hormonas, debía controlarse. ¡Tenía que hacerlo!.

            Ella, que tanto había luchado por demostrar que sólo los adultos adictos al sexo, como su viciosa amiga Inmaculada, y algunos jóvenes durante su etapa de auto-descubrimiento, eran controlados por sus deseos básicos… ahora ella misma sentía cómo su cuerpo… incluso por momentos su mente… sentía que era dominada por una especie de lujuria desenfrenada.

            ¿Cómo podía seguirse sintiendo tan caliente imaginando las escenas que contaba Inmaculada?. Y, sobre todo, ¿por qué había una parte dentro de ella que gozaba colocándose en el lugar de su amiga, dispuesta para recibir la polla de Juan?.

            No lo comprendía. Ella no era así, nunca lo había sido. Cierto que al principio de su relación con Sergio habían tenido numerosas relaciones sexuales, pero con la edad, los hijos y el trabajo se habían ido alargando en el tiempo esos encuentros. Pero ella no quería buscar otra relación. Amaba a Sergio. Si estaba en esa consulta era precisamente por una temporada en la que había imaginado que él sí había buscado otras cosas fuera del matrimonio, y eso no podía tolerarlo.

            Y ahora su cuerpo, sobre todo, estaba reaccionando cada vez de una forma más intensa a la más mínima estimulación. Las sesiones con Inmaculada, el espionaje al que la había sometido en su relación con Juan y sobre todo sus propios y violentamente humillantes encuentros con el chico la hacían dudar de sí misma.

            Dudas que se incrementaban con Soraya. La joven ejercía una atracción sobre ella que nunca habría podido sospechar. Incluso en ese momento, la mera insinuación del nombre de la chica provocaba un aumento del calor que se propagaba desde el interior del sexo de Rebeca y hacía que sus pezones crecieran de tal forma que se marcaban claramente a través de la ropa.

            Se sentía completamente desorientada en esos momentos, cada vez la era más complicado mantener la mente alejada de esos pensamientos y las imágenes que conjuraba su imaginación se iban volviendo más y más insinuantes conforme transformaban las palabras de Inmaculada en escenas irreales en las que la propia Rebeca sustituía a su amiga.

            - ... me pasé toda la noche allí. Durmiendo a ratos, follando otros… hasta que esta mañana me despertó con su polla llena de mermelada y me tocó a mí comérsela hasta que se corrió en mi boca. Luego tuve que seguir hasta dejársela completamente limpia… y los huevos… los huevos más dulces que he probado –añadió con otro exagerado guiño-. Deberías probarlo.

            - No soy como tú, Inma –se defendió la psicóloga-. Estoy casada y Sergio es un espléndido amante.

            - Lo sé -respondió ella. Por un momento regresó la parte celosa y suspicaz de Rebeca. ¿Estaría hablando Inmaculada de Sergio?. ¿Habrían mantenido relaciones?. Era muy capaz… ¿sus sospechas habían sido reales?. ¿Estaba Inma confesando que Sergio la había puesto los cuernos con su mejor amiga?. O quizás sólo era una frase hecha para referirse a un matrimonio serio y consolidado como era el de Sergio y Rebeca. ¿O acaso la estaba incitando a mantener una relación extramatrimonial con Juan de forma voluntaria?-. Pero no me digas que a Sergio no le gustaría que le cubras de mermelada y luego le comas… o él a ti, ¿no te parece?.

            - Anda, deja de decir tonterías. Ya seguiremos otro día, que he quedado- cortó la conversación.

            - ¿Con quién has quedado, pillina?. Cómo te lo tenías escondido… -respondió Inma, acercándose con la avidez propia de una cotilla de pueblo.

            - No es nada de eso, pervertida –aclaró Rebeca, aunque a esa parte de mujer prehistórica le resultó atractiva la idea y no logró evitar una nueva oleada de calor en el interior del volcán en que se había convertido esa tarde su sexo. Inventó sobre la marcha-. Tengo un paciente enfermo que no puede venir y voy a su casa, así que tengo que salir ya porque tardaré bastante entre ir y volver.

            - ¡Vale, vale, lo que tú digas!... ya sé que para ti no hay canitas al aire… ¡era una broma, mujer!. Aunque te aseguro que más de uno te tiraría los tejos en los sitios a los que suelo ir.

            Cuando por fin Inmaculada se fue, Rebeca estuvo aún dándole vueltas a lo de ir a la casa de Manuel.

            Al final descartó todas las ideas absurdas que habían estado cruzando su mente. Iría. Pero sólo por educación y, si se daba la oportunidad, para conocer más detalles sobre Juan. ¿Quién sabe?, quizás incluso Manuel pudiera ayudarla.

10. Treceava parte: en casa de Manuel.

            Tuvo suerte de no encontrarse con Soraya según salía de la consulta, por alguna extraña razón sabía en su interior que la resultaría más difícil mentirla a ella que a Inmaculada.

            La cuestión que rondaba su cabeza en el corto trayecto hasta el piso de Manuel era esa. ¿Por qué tenía que mentir?. ¿Por qué ocultar la visita que iba a realizar a uno de sus pacientes que por casualidad se había encontrado en la calle y la había invitado?. No tenía nada de raro, ¿verdad?.

            Y, sin embargo, se sentía como si estuviera haciendo algo malo. Como si fuese una travesura.

            Para cuando quiso darse cuenta, ya estaba frente a ese par de hipnóticos ojos. Estaba atrapada, se veía presa en el embrujador mar azul de los ojos de Manuel, al fondo de los cuales parecían arder los fuegos que tenía por apellido.

            - Bienvenida –la recibió, adjuntando una seductora sonrisa para enmarcar sus profundos ojos-. Justo acaban de traerme un ramo de claveles y me parece que son para usted.

            Rebeca no pudo evitar sentirse halagada… y deseada. Recordaba con claridad la primera sesión durante la cual Manuel se había comportado con gran educación, pero también cómo la había dedicado varias miradas de valoración.

            No podía evitar que la gustase sentirse deseada por un macho joven como ese, sobre todo después de haberle visto comerse con los ojos a Camila, su hija, justo instantes antes de comenzar la primera sesión. Era una sensación extrañamente dulce, el saberse observada y valorada tanto o más que su hermosa hija.

            La psicóloga estaba pensando en todo esto cuando Manuel sacó un par de claveles de un profundo color rojo, colocando uno en sus cabellos y el otro en el centro del escote, quedando alojado por encima del sujetador entre sus pechos. Ella no podía apartar la vista de sus ojos, atrapada.

            No sabía que la inducía a ello, porque notaba su pulso más rápido y que el volcán que dormitaba en lo más profundo de su sexo volvía a reactivarse, pero según la iba hablando Manuel cada vez se encontraba más relajada. Como si su mente flotase en un sueño.

            El chico la condujo a un saloncito en el que una gran televisión ocupaba la mitad de la pared del fondo, mientras una mesa baja era rodeada por un lado por un sofá de una plaza y otro que pegaba a la pared y estaba preparado para recibir a tres personas de una complexión normal. Enfrente unos amplios ventanales daban a una pequeña terraza.

            La psicóloga se sentó en el sofá más grande, en la esquina junto al individual que ocupó el chico.

            - ¿Quiere algo de comer, Doña Rebeca?.

            - Sólo Rebeca, por favor –contestó ella, como en una ensoñación.

            - De acuerdo, Rebeca. Hoy la veo encantadora, se nota de dónde ha sacado Camila todos sus encantos –comentó él, provocando una pequeña corriente de celos en la mujer de Sergio por la inclusión de su hija en el piropo, para luego pasársele por la cabeza que aquel chico bien podría ser uno de esos personajes que buscan compartir una sesión de sexo formando un trío con madre e hija.

            Apenas formuló ese pensamiento, la imagen se recreó en el fondo de su retina… y se excitó. Rebeca descubrió que la mera idea de mantener una sesión de sexo con su hija y Manuel la ponía a cien.

            Cerró los ojos con fuerza por un instante y sacudió brevemente la cabeza, intentando desechar esa idea de su mente. Estaba teniendo un día donde las perversiones más increíbles adoptaban forma en su cerebro… y su cuerpo reaccionaba de una forma que era todo lo contrario a lo que ella hubiera esperado. Si hace apenas un par de semanas alguien la hubiera sugerido algo similar, sin duda habría reaccionado a la inversa, con asco y repulsión. Claro que en realidad, seguramente ni siquiera habría imaginado esa segunda intención en una frase tan aparentemente bien intencionada.

            Se estaba comportando como una cría tonta, viendo un doble sentido sexual en todo lo que la rodeaba. Y no podía dejar de pensar que la culpa era de Inmaculada, de sus constantes sesiones llenas de comentarios e historias perversas. Pero una parte de ella también sabía que en realidad había sido ella misma la que luego había tomado las decisiones que la habían conducido al momento actual… y eso era algo que la perturbaba.

            - ¿Se encuentra bien? –la preguntaba su paciente, mientras la sostenía una mano entre las suyas. Se la debía de haber cogido durante el instante que había tenido cerrados los párpados. Un escalofrío de placer recorrió su cuerpo desde la yema de los dedos que sujetaba el varón.

            - Juan abusa de mi –soltó de repente. Había sido uno de esos momentos en que miraba el fondo de los azules ojos de Manuel y tuvo el irreprimible impulso de contar la verdad al natural.

            No sabía porqué, pero la mera visión de esos brillantes e irresistibles ojos desmontaba sus defensas más elementales… casi era como si la obligase a desnudar su alma ante él, como si estuviera controlada por un poder hipnótico que irradiaba de esa cara.

            - ¿Qué Juan?. Conozco a varios, cariño –la contestó, mientras mantenía la mano de Rebeca sujeta con una de las suyas y la otra la usaba para acariciar lentamente sus pómulos rumbo a sus labios.

            - Juan de Mindsor Rodríguez-Mayoral, el toro –respondió ella, girando ligeramente su cabeza para que Manuel no tuviera que estirar demasiado el brazo de la mano con que acariciaba su cara.

            Él dejó que su mano siguiera el camino hasta los labios de Rebeca, que repasó lentamente con las yemas de los dedos antes de que la psicóloga, de forma inconsciente, los separase lo justo para que Manuel metiese un poco sus curiosos dedos.

            Ella se los chupó poco a poco, sin darse cuenta de lo que hacía, concentrada toda su atención en esos profundos y seductores ojos azules.

            - Pobrecita, cariño, pero no sé qué podría hacer yo contra esa bestia –decía el chico, fingiendo falta de los recursos que Rebeca sabía que tenía después de hablar con Soraya. Pero por alguna razón su mente pensante era incapaz de dar voz a ese conocimiento, moviéndose como si estuviera atravesando una espesa niebla que emanaba de la imponente presencia del macho que tenía junto a ella, y a quien estaba chupándole los dedos como una colegiala lo haría con un chupa-chups especialmente sabroso-. Aunque tuviera algún interés en hablar con él, necesitaría algo con lo que negociar... un intercambio. La gente como él sólo entiende el lenguaje de los animales, necesitaría carne fresca a cambio, ¿entiendes, cariño?.

            La esposa de Sergio oía las palabras, pero no las escuchaba, tan concentrada estaba en los ojos que la devolvían la mirada con una intensidad que iba penetrando capa a capa hasta las regiones más íntimas de su identidad.

            Era esclava del deseo más primitivo y no dejaba de chupar con deleite los dedos de la mano del macho, cuyos labios sentía acercarse con cada palabra hacia los suyos. Se estremecía de emoción.

            Su pecho subía y bajaba, acelerándose con el aumento del ritmo de su respiración, y sentía una gran presión sobre sus atrapados senos. Deseaba despojarse del sujetador, exhibirse ante el chico, ser deseada y poseída.

            Su diestra avanzaba lentamente por su propia pierna, levantando su falda con rumbo a su ardiente sexo. Tenía el coño tan hinchado y húmedo que parecía gritar exigiéndola tumbarse allí mismo y abrirse de piernas para recibir en su interior la poderosa polla que intuía aún sin mirar en el paquete que encerraban los pantalones del joven macho.

            Entonces, por fin, llegó el momento. Manuel fue sacando uno a uno los dedos de la ansiosa boca de la psicóloga, que los iba despidiendo uno por uno con un último repaso combinado, primero con la lengua y luego con sus labios.

            Cuando el último de los dedos del chico abandonó la boca de Rebeca, se adelantó ligeramente en el sofá para cerrar sus labios sobre los de la hembra que respondía dejándose llevar por una urgencia irrefrenable.

            Estuvieron besándose varios minutos sin parar, hasta que Rebeca no pudo aguantar más y parpadeó.

            El embrujo de los ojos del joven macho se desvaneció. Regresó la mente consciente de la esposa de Sergio y se separó del chico.

            No lo hizo bruscamente, fue algo lento, pues incluso en esos momentos su inflamado coño seguía exigiendo que la polla endurecida y viril que sabía a su alcance fuese guiada a su interior para obtener placer sexual.

            Nuevamente había perdido el control y sólo veía una solución inmediata. Contra su educación, y la formación como psicóloga, no podía mirar directamente a los ojos del chico. De lo contrario, sabía muy en su interior que terminaría cediendo a los instintos más bajos de la especie y ofrecería su abierto e hinchado sexo al miembro del joven… si éste quería. Y una parte de ella lo ansiaba, deseaba ser objeto del deseo del chico y ser poseída allí y ahora. Pero se debía a Sergio, a sus hijos y a si misma… y a Soraya, añadió otra vocecilla desde unas sombras al fondo de su mente.

            - Perdona, ¿qué decías sobre Juan?.

            - En fin… -comentó en voz baja Manuel, tras un pequeño resoplido mostrando su fastidio por el giro de acontecimientos… o eso le pareció a esa parte deseosa de dejarse llevar que habitaba la parte más primigenia del cerebro de Rebeca. El chico se hechó hacia atrás en su sofá y siguió hablando, adoptando un tono incitante y buscando un contacto visual que la psicóloga procuraba evitar-. En el Internado yo contaba con una pequeña ventaja, pero ahora no. Doña Blanca me tenía por uno de sus favoritos, por decirlo de algún modo. Juan también lo era, pero yo más –anunció con un resto de orgullo en su tono de voz-. Se puede decir que yo tenía más rango, así que podía orientarle en ciertos momentos hacia lo que más interesaba… sobre todo a mí, para ser sinceros. Pero ahora no estamos en el Internado, así que si pretendes que te ayude, tendrás que darme algo a cambio, ¿entiendes, cariño?. Sólo entonces podré buscar qué pueda interesarle a cambio, pero te advierto que casi seguro pedirá carne fresca a cambio, ¿entiendes, cariño?.

            Un soborno, eso la pedía. Y sólo se la ocurría una cosa que pudiera desear Manuel en ese momento… o al menos era lo que a cierta parte de la propia Rebeca le gustaba imaginarse.

Continuará...

Toda la saga al completo (hasta ahora):

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  8. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  9. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s.

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