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Matacrisis 10.F (de nuevo con Sara zorra salvaje)

en Dominación

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Los capítulos anteriores de las aventuras de esta semana de Rebeca, la psicóloga y mujer de Sergio:

Matacrisis 10.A: http://www.todorelatos.com/relato/87104/

Matacrisis 10.B: http://www.todorelatos.com/relato/91028/

Matacrisis 10.C: http://www.todorelatos.com/relato/92199/

Matacrisis 10.D: http://www.todorelatos.com/relato/94807/

Matacrisis 10.E: http://www.todorelatos.com/relato/94829/

10. CAPÍTULO 10. SEXTA PARTE.

 

10. Catorceava parte: la segunda sesión de Sara

            - Bien, ya estamos aquí de nuevo –comenzó Rebeca la segunda sesión con Sara María Zorrilla Silvestre, la más deportiva de sus pacientes.

            De nuevo se presentaba ante ella con un vestuario completamente deportivo e informal.

            Esta vez se cubría con un top que representaba la bandera nacional y que se la ajustaba tan perfectamente que parecía una segunda piel, marcando con claridad la significativa ausencia de sujetador.

            Sus pezones la apuntaban, como si fuesen misiles dispuestos a ser lanzados contra la psicóloga.

            Un pantalón de malla la cubría las piernas hasta por debajo de las rodillas, adhiriéndose también a sus fabulosas curvas. Sólo el color negro del tejido evitaba descubrir el color del tanga que se marcaba por debajo.

            - Y es todo un placer por mi parte, Rebeca –respondió la chica, con una sonrisa amplia que hubiera desarmado al más serio.

            - Veo que eres una amante del deporte –afirmó Rebeca.

            - ¿Por esto? –preguntó ella, señalándose la ropa de forma insinuante mediante el gesto de pasar sus manos desde las curvas de sus senos hasta su cintura-. Sí, se puede decir que me gusta estar en forma. Todas en casa lo hacemos. Nuestro padre nos inculcó desde pequeñas el estar en forma. Ya sabe: mens sana in corpore sano. Nos sacaba a hacer ejercicio todos los días que pasaba en casa siempre que podía. Por eso tampoco nos incordia el levantarnos temprano.

            - Estás hablando de ejercicio matinal, entiendo, pero no estamos precisamente reuniéndonos temprano.

            - Es que me he apuntado a un gimnasio –y añadió, entornando los ojos como si estuviera disculpándose-. No la habré ofendido, ¿verdad?.

            - ¿Eh?. No, para nada. Sólo era una observación. La mayoría de mis pacientes no suelen… emmm… vestir tan informal -dijo la mujer de Sergio, intentando aclarar sus comentarios.

            Sin pronunciar palabra, antes incluso de que Rebeca terminase de hablar, Sara se levantó y se sacó en un único movimiento fluido el top. Sus perfectos pechos de joven hembra salieron a la luz, luciendo en sus cumbres unos pezones crecidos al límite que parecían apuntar directamente a la mujer de Sergio.

            La chica se disponía a despojarse del pantalón cuando la psicóloga recuperó el habla, desconcertada por los acontecimientos y, en una pequeña región de su subconsciente, ligeramente excitada ante el espectáculo de la desnudez de la chavala.

            - Quieta, quieta… -decía mientras esa íntima parte de su ser anunciaba a través de un ligero cosquilleo en la entrepierna de Rebeca que en realidad no quería que se detuviese- ¿qué haces?.

            - Desnudarme –expuso ella sin tapujos, tan normal la parecía desnudar todo su cuerpo ante la esposa de Sergio, a quien veía por segunda vez-. Está claro que se ha ofendido, Rebeca, y debo ser castigada por ello.

            - ¿De qué hablas?.

            - Ya se lo dije –se extrañó ella-. Si había algo que nos inculcaban en el Internado es que cada acción incorrecta tiene su castigo –y se giró para, dándola la espalda, bajarse el pantalón lo justo para que la psicóloga pudiera ver tres pequeñas marcas que formaban un triángulo. Luego volvió a ponerse mirando a Rebeca y recitó lentamente, como si fuese el lema de una Orden medieval-. Disciplina. Obediencia. Educación.

            - No entiendo… -comentó la mujer de Sergio, confusa por cómo se estaba desviando la sesión de lo que tenía planeado.

            - Merezco un castigo –anunció la chica-. La he molestado y acepto el castigo que…

            Hubo un momento entre la confusión y el momento de darse cuenta de lo que la estaba ofreciendo la joven hembra, que esa parte instintiva y primitiva de Rebeca estuvo a punto de aprovechar.

            Se imaginó a si misma obteniendo placer de esa chica, hacer que la comiera su, cada vez más excitado, coño. Pero incluso en su propia imaginación calenturienta fue sorprendida por una escena inesperada. Se descubrió pensando qué sucedería si Sergio y su hija entrasen precisamente en el instante en que Sara se encontrase desnuda frente a ella, devorándola su hinchado sexo… y se excitó aún más.

            Quizás fue esa la razón que la hizo despertar de su estupor, porque logró desechar la idea de ofrecerla el castigo que cierta parte de ella la pedía. Recuperó el control de la situación. Regresó su parte analítica y profesional… o casi.

            - Siéntate, lo único que conseguiríamos así sería perder de vista los objetivos reales de la sesión.

            La joven hembra se sentó frente a ella, con sus sugerentes pechos aún al descubierto. La mujer de Sergio no había dicho nada sobre ese punto y la chica había adivinado correctamente que realmente no necesitaba volver a cubrirse los senos.

            - Y ahora que lo pienso, ¿no habrás estado ofreciéndote a ser castigada al primero que pasaba por la calle? –quiso asegurarse, tras recapacitar sobre este impactante comienzo de la sesión.

            - ¡Nooo!. Por supuesto que no, Rebeca –respondió, ligeramente sorprendida al principio-. Sólo las figuras de autoridad tienen ese derecho… y también los clientes con los que nos prostituían y que nos pedían ese tipo de cosas… -se sonrojó al terminar su respuesta.

            - Ya veo… bien, vamos a considerarlo como uno de los puntos a superar, ¿comprendes?. Lo que quiero es que dejes de pensar que existe alguien con derecho a castigarte ni física ni sexualmente, ¿de acuerdo?.

            - Pero…

            - Sé que será difícil, porque estuviste bastantes años en el Internado y lo llevas bastante grabado en la cabeza… y en el cuerpo –añadió, antes de que Sara volviese a mostrarla lar marcas en su espalda-. Pero debes intentarlo. Iremos paso a paso. Cada vez que sientas la necesidad, quiero que la guardes en un rincón de tu mente y me la traigas. Luego diseccionaremos ese momento hasta lograr que se diluya esa necesidad de una forma u otra, ¿te parece?.

            - Sí, Rebeca, sin problema… espero –dicho lo cual, se sonrojó al añadir-. Pero si es voluntario…

            - ¿Cómo que si es voluntario?. ¿No habíamos quedado en…?.

            - Me refiero a que sea consentido… ya sabes… durante… en el sexo… es que… a veces…

            - Entonces sí –aceptó Rebeca, antes de que la cara de Sara se pusiera del color del tomate-. Aclarado esto, prosigamos, ¿te parece?.

            - Sí, lo que usted diga, Rebeca –contestó la joven, mostrando de nuevo una intensa sonrisa y, le pareció a la psicóloga, cierto guiño con picardía.

            - Antes de empezar con el tema del Internado, quiero que volvamos sobre los comentarios que hiciste de tu madrastra, esa tal Luciana, ¿te parece?.

            - Lo que usted diga, Rebeca –repitió Sara-, pero esa mujer aún no se ha casado con mi padre. Aún no es madrastra ni mía ni de mis hermanas.

            - Detecto cierta hostilidad hacia Luciana por tu parte –hablaba Rebeca mientras anotaba en un cuadernillo-. No debería ser así. Cierto es que, como me contaste, esa mujer tuvo un desliz con un antiguo amante, pero ni tú ni yo tenemos todos los detalles de cómo se produjo esa situación ni tampoco podemos basarnos en ese instante para suponer que pueda seguir manteniendo una relación infiel o… parcialmente falsa con tu padre –siguió desgranando la introducción al tema en ese punto de la sesión-. Es verdad, nadie lo puede negar, que se aprovechó de ti en ese local y que te hizo participe de sus juegos y fantasías sexuales con la complicidad de la presencia de ese antiguo amante. Pero igualmente es cierto que fue ella quien al final comenzó los acontecimientos que permitieron tu liberación por la policía y evitaron que siguieran prostituyéndote. Yo creo que es una buena partida para una cierta relación de confianza con Luciana, ¿no te parece?.

            - Lo que tú digas, Rebeca, pero...

            - ¿Pero?. Habla. Habla sin tapujos, recuerda que todo lo que digas en las sesiones es algo que no saldrá de aquí. Es entre tú y yo.

            - Gracias, Rebeca –respondió la joven mientras lanzaba con la rapidez del rayo su diestra hasta agarrar la mano de la psicóloga y apretársela en un claro gesto de complicidad. Con la misma rapidez, cortó el contacto aunque en ese mismo movimiento la mujer de Sergio creyó detectar un guiño cómplice adornando una sonrisa pícara en la cara de la chica, cuyos senos se movieron atrayendo de forma casi hipnótica a los ojos de Rebeca-. Es algo que valoro mucho.

            - Bien… -siguió la psicóloga, con un ligero carraspeo por la incómoda situación, a la vez que otra parte de su anatomía respondía con una ligera picazón-. Veamos, has dicho “pero”. Explícate.

            - Es que… no puedo dejar de pensar que esa mujer…

            - Luciana –apuntó Rebeca.

            - Ya sé cómo se llama –contestó ligeramente airada la joven, pero luego se dio cuenta del tono y bajó los ojos mientras se disculpaba-… lo siento, Rebeca, no pretendía… yo…

            - No pasa nada. Por favor, sigue.

            - Ya… bueno… en fin… que no puedo dejar de imaginarme que… que Luciana –pronunció el nombre al fin, aunque con un tono claramente hostil que rápidamente detectó la mujer de Sergio pese a que cada vez la costaba más concentrarse mientras sus ojos se desviaban cada vez con más frecuencia hasta las perfectas areolas que enmarcaban los erectos pezones de la joven paciente- sigue de alguna forma siendo infiel a mi padre… lo presiento.

            - ¿En qué te basas?. ¿Hay algo que pueda hacértelo sospechar de forma objetiva o es simplemente una reacción subjetiva por las experiencias vividas?.

            - No sé… no tengo ninguna prueba… pero…

            - Exprésate sin problemas, ninguna confidencia saldrá de aquí.

            - Son mis hermanas –contestó la joven, soltándolo de golpe como si estuviera liberando de golpe todo el gas de una bebida gaseosa y mostrando una expresión de alivio en su sugerente cara, mientras sus pechos aceleraban su movimiento con el aumento del ritmo respiratorio-, las que viven con mi padre en Valladolid. Cuando hablo con ellas noto algo raro… no sabría decirlo, pero presiento que hay algo.

            - Podría ser cualquier cosa, no tiene porqué tener nada que ver con Luciana.

            - Ya –concedió Sara-, pero es que resulta que mi padre está fuera y es ahora cuando las he empezado a notar raras. Normalmente alguna de mis hermanas o yo habríamos ido a cuidar de ellas, pero Luciana insistió a mi padre para ir tomando contacto durante más tiempo con ellas aprovechando el tiempo que estará fuera en la misión de Afganistán.

            - Creo que deberías hablar directamente con ellas, preguntarlas y comentarlo. Si, como dices, es la primera vez que se quedan al cargo de Luciana, es posible que se encuentren incómodas con la situación… o que algunas de las formas que tiene ella por sus costumbres argentinas las resulten chocantes. Antes de empezar a sospechar algo más, me parece que es lo más correcto. Debes mantener la cabeza fría e intentar no mezclar las experiencias anteriores, porque ten en cuenta que también está en juego la felicidad de tu padre y toda tu familia. Les harías un flaco favor si por una idea casual removieses los cimientos de la relación sin que conozcas todos los detalles, ¿no te parece?.

            - Pero…

            - Tómalo como un consejo. Hay que ofrecer a Luciana la oportunidad de mostrar su nuevo rumbo, de lo contrario también tu propia familia y quienes te conocen podrían seguir pensando que aún ofreces tu cuerpo a cambio de dinero como en el prostíbulo donde te encontró Luciana, ¿no crees?.

            - De acuerdo, Rebeca. Lo haré. Lo preguntaré, pero sólo porque me lo pides tú –sentenció la joven, mostrando una encantadora sonrisa en su brillante cara, a la vez que mostraba seguir desconfiando totalmente de su futura madrastra.

            - Bien, ahora pasemos a la siguiente fase de la consulta. Si te resulta más cómodo, túmbate en el diván, por favor –indicó la psicóloga, señalando el mueble situado a apenas unos pasos de distancia.

            La joven marchó hasta el oscuro diván, sentándose primero y luego tumbándose con estudiada lentitud y movimientos que mostraban cada una de sus increíbles y femeninas curvas.

            La mujer de Sergio no pudo evitar seguirla con la mirada y esa parte suya que parecía haber despertado en su interior se mostraba extrañamente impaciente por acercarse a la fértil hembra que medio desnuda la esperaba sobre el diván.

            - Volvamos al Internado. El otro día me comentaste que abusaron de ti por primera vez por llevar mal puesto el uniforme y que desde entonces te apodaron Zorra Salvaje. Bien, pues… -se interrumpió cuando escuchó a la chica aclararse la garganta y la descubrió mirándola. Por alguna extraña razón, sentirse observada por la joven la provocó una intensa turbación y que su corazón se acelerase-. ¿Que… querías decir algo?.

            - No fue la primera vez.

            - ¿Cómo? –se extrañó la psicóloga, tras haber perdido el hilo de la situación en esos breves instantes en que sus ojos habían entrado en contacto.

            - Ya habían abusado de mí antes. El día que llegué, durante el reconocimiento médico.

            - ¿Reconocimiento médico? –preguntó la esposa de Sergio, incapaz de resistirse a la tentación morbosa de escuchar esa nueva anécdota de los sucesos en el Internado.

            - Sí. Nos lo hacían a todas al llegar y luego había otros de rutina con el tiempo… pero fue esta primera vez donde… -tragando saliva, la joven empezó el relato de una de las numerosas veces en que había sido humillada y vejada sexualmente durante su estancia en el Internado-. Me llevaron a la sala de reconocimiento donde estaba el médico. Venían conmigo Doña Blanca, dos de los jardineros y un par de chicos. Cuando entré el médico me pidió que me desnudara para hacerme el reconocimiento. Le dije que no, que estaba lleno de gente… y me abofeteó. Entonces Doña Blanca le ordenó que se estuviera quieto y frente a mi me dijo que esa vez se olvidaría de mi conducta, pero que a partir del momento en que había entrado en el Internado les pertenecía y que o aprendía a obedecer la más pequeña de las órdenes o se encargarían de aplicarme los castigos más adecuados para lograr mi total y absoluta devoción al servicio del Internado. Luego ella me ordenó que me desnudase y yo… yo…

            - Volviste a negarte –la ayudó Rebeca.

            - Sí.

            - ¿Y esa Doña Blanca te golpeó entonces?.

            - No, ordenó a los jardineros y a los chicos que me pusieran cómoda para la exploración. Se lanzaron sobre mí y… y… te aseguro que lo intenté, pero… -empezó a disculparse, temblando ligeramente.

            - No pasa nada, nadie te lo podría reprochar –la consoló la psicóloga, apoyando una mano sobre el hombro de Sara, que dejó rodar su cara hasta apoyar su pómulo contra la mano de Rebeca mientras dejaba entrever una pequeña sonrisa-. No fue culpa tuya.

            - Gracias –respondió, antes de darla un tímido beso en la mano mientras la retiraba de su hombro-, significa mucho para mí tu apoyo, Rebeca.

            La psicóloga se sintió nuevamente desorientada, sin saber muy bien cómo dirigirse a la chica. Los casos del Internado eran verdaderamente especiales, todo un reto a nivel profesional. Nunca se había encontrado con nada parecido, ni tan siquiera lo había llegado a imaginar en sus fantasías profesionales más extremas. Y no sabía cómo comportarse. Ella, la terapeuta, no lograba encontrar el modo de que la sesión no siguiera desviándose de lo que era habitual en otras ocasiones.

            Y para complicarlo más, algo estaba despertándose en ella. Rebeca sentía un impulso extraño, cada vez más fuerte y no sabía…

            - … le partí un diente… -captó su distraída mente, cortando de golpe los pensamientos que la habían alejado de su labor profesional.

            - Disculpa, ¿podrías repetirlo? –dijo, procurando no demostrar el despiste que acababa de tener, algo que también era nuevo en ella.

            - Que le partí el diente… -repitió Sara, con una breve sonrisa victoriosa al recordar ese pequeño triunfo- a uno de esos cabrones que hacían de jardineros, carceleros y violadores. Pero al final entre todos me desnudaron, mientras no dejaban de insultarme y de darme tortas en las tetas y el culo. Entonces Doña Blanca les ordenó que me sostuvieran en el aire, cada uno agarrándome por un brazo o una pierna porque… porque te aseguro que yo seguía peleando y retorciéndome para que no… yo no quería… te lo aseguro… yo…

            - Ya, ya, calma… -la consoló Rebeca, pues la chica estaba claramente nerviosa e incómoda al recordar su primera toma de contacto con el Internado. Quizás hubiera debido detener ahí la sesión, pero el morbo que se había instalado en la mujer de Sergio deseaba escuchar el resto de la historia- sigue, por favor.

            - Ellos me mantuvieron en el aire mientras ese cabrón que hacía de médico del Internado me hacía lo que él llamaba su reconocimiento. Me estuvo auscultando antes de cogerme las tetas como si estuviera exprimiendo unas naranjas y luego me metió uno a uno todos sus dedos en mi vagina… después de untárselos con un gel que tenía en bidones en una pared… y como me había portado mal no se puso guantes… y no paró hasta lograr meterme la mano entera... –se detuvo un instante en ese momento de la historia, cogiendo fuerzas para terminar de relatar esa primera y terrible exploración brutal- fue… fue… muy doloroso… pero cada vez que chillaba, Doña Blanca me azotaba con su fusta y me decía que me acostumbrase porque cada vez que me portase mal sería castigada y que si no era capaz de aguantarlo, me volverían a castigar hasta que aceptase todo su sistema educativo. Luego el médico les pidió que me pusieran boca abajo en la camilla que tenía en el centro del cuarto y allí me ataron. Esta vez sólo me llegó a meter tres dedos por el culo para terminar su reconocimiento…

            - Pobre, cuanto lo siento –comentó la psicóloga, mientras en su mente iba dibujándose una situación parecida, salvo que era ella misma la que se encontraba sobre la camilla y sus captores eran… Tuvo que sacudir la cabeza para despejarse y lanzar al baúl del fondo de su mente esa inquietante y morbosa imagen… sobre todo porque lograba elevar un punto más aún su actual excitación.

            - Gracias, cariño –contestó la chica, antes de proseguir sin que la mujer de Sergio dijera nada acerca de esa intimidad a la hora de hablar-. Entonces fue cuando comenzó el castigo.

            - ¿Castigo?... pero…

            - No, a eso no lo consideraba un castigo Doña Blanca. Sólo era el reconocimiento.

            - ¿Y…? –Rebeca la animó a continuar.

            - Les pidió a todos que se bajaran los pantalones y Doña Blanca me dio dos opciones. Podían sodomizarme todos en ese momento o si empezaba a obedecer quizás me perdonase por ser mi primer día.

            - Vaya, no parece que fuese un mal trato –comentó la psicóloga.

            - Acepté –sentenció con un deje de amargura la chica, mirando de reojo a la mujer de Sergio- y me soltaron. Me ordenó hacerles una mamada durante cinco minutos a cada uno de ellos o hasta que se corrieran en mi boca, sin escupirlo. Si lograba que se corrieran todos daría el castigo por finalizado, pero si alguno no llegaba a correrse entonces tendría que darle mi culo.

            - Qué cruel… eso es casi media hora haciendo…

            - Entonces no tenía experiencia… además de que realmente los hombres nunca me habían atraído especialmente. Logré que se corrieran los dos chicos y… y con el médico justo acababa de llegar a los cinco minutos.

            - Así que tuviste que mantener relaciones con los… jardineros.

            - Y con el médico.

            - Pero acabas de decir que a los cinco minutos justos…

            - … empezó a correrse, sí –confirmó Sara-. Pero terminó de soltar toda su carga fuera del tiempo, así que también le dio permiso para follarme el culo. Y como no quería esperar a recuperarse, agarró un consolador eléctrico de los que tenía y me lo metieron a la fuerza. Tuve que aguantarlo un cuarto de hora antes de que me lo sacaran y para entretenerse mientras, me volvieron a poner en la silla con las piernas abiertas para que Doña Blanca pudiera comerse el coño de la estudiante más salvaje que habían tenido hasta ese momento, según me dijo… y era la mejor… -añadió con un aire de ensoñación.

            - ¿La mejor? –se interesó Rebeca.

            - Bueno, aparte de Soraya y Tatiana –dijo como si fuese una información de lo más trivial, aunque en el momento de pronunciar el nombre de la nueva ayudante en la clínica a Rebeca le dio un vuelco el corazón sin poder evitarlo.

            - ¿A qué te refieres? –indagó, presa de una curiosidad irremediable.

            - Que Doña Blanca, Soraya y Tatiana eran las mejores del Internado para dar placer a otras mujeres –explicó, antes de añadir mientras giraba la cabeza hacia la psicóloga y hacía un guiño rápido-… y yo, claro.

            - Ya, ya… -la interrumpió Rebeca, viendo que la chica podía intentar desviar la conversación a temas que ella no deseaba tratar- y luego te mandaron a tu cuarto.

            - Sí… bueno, no. Primero esas dos malas bestias me forzaron el culo a lo bestia para vengarse de haberle roto un diente a uno y me lo dejaron dolorido durante un par de días. Entonces ya me llevaron desnuda a mi cuarto, aunque cada cierto tiempo me hacían pararme y lamer el suelo en los lugares en donde caía alguna gota del semen que se me iba saliendo del culo.

            - Repugnante, desde luego –sentenció Rebeca-. ¡Anda, qué tarde!. Por hoy lo damos por concluido y ya la próxima semana me seguirás contando. Y no te olvides del top.

            - Gracias, Rebeca –decía la hermosa joven mientras se levantaba en un fluido movimiento y se acercaba hasta ella con un contoneo de caderas que le recordó al de un gato.

            La mujer de Sergio se echó involuntariamente hacia atrás, quedando apoyada contra su escritorio, mientras la joven se detenía a unos centímetros de ella, apuntándola con unos pezones que parecían aún más evidentes en ese momento que al empezar la sesión.

            Con una sonrisa en los labios, la joven se inclinó y agarró la prenda de vestir para cubrirse los pechos antes de marcharse con un movimiento de caderas tremendamente insinuante.

Continuará...

Toda la saga al completo (hasta ahora):

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sara María Zorrilla Silvestre: paciente de Rebeca. 20 años. Apodada “Zorra Salvaje”. Internada con 14-15 años. Lesbiana. Amante y protectora de Tatiana en el Internado. De pelo castaño y silueta deportiva. Vive en Madrid en un piso compartido con dos de sus hermanas (Magdalena y Mónica, hermanas directas del primer matrimonio de su padre). Tiene un total de 5 hermanas (del segundo matrimonio son: Clara, Estela y Elisa), el resto viven en Valladolid con su padre, quien planea una nueva boda con Luciana, de origen argentino.
  8. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  9. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  10. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s.

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