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Matacrisis 10.G (regresa Zoraida)

en Dominación

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Los capítulos anteriores de las aventuras de esta semana de Rebeca, la psicóloga y mujer de Sergio:

Matacrisis 10.A: http://www.todorelatos.com/relato/87104/

Matacrisis 10.B: http://www.todorelatos.com/relato/91028/

Matacrisis 10.C: http://www.todorelatos.com/relato/92199/

Matacrisis 10.D: http://www.todorelatos.com/relato/94807/

Matacrisis 10.E: http://www.todorelatos.com/relato/94829/

Matacrisis 10.F: http://www.todorelatos.com/relato/97312/

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final…

CAPÍTULO 10: REBECA. Terminando la semana. El final de un largo viernes.

            Ya sólo quedaba una paciente ese día.

            En cuanto hubiera terminado con Zoraida, la psicóloga podría volver a preocuparse por su situación.

            Y era muy complicada, atrapada entre los dos jóvenes del Internado a los que tenía que tratar y con los que estaba jugando algo muy peligroso. De hecho, aún no sabía cómo había podido meterse en semejante embrollo.

            Sí, estaba claro que todas las sesiones con Inmaculada la habían hecho que se encontrase especialmente vulnerable, pero no se podía engañar. No ella. Era una mujer adulta, culta y especializada precisamente en los trastornos de comportamiento. Además, también era madre de familia y esposa ejemplar. Y, sin embargo…, allí estaba. Se encontraba en una peligrosa encrucijada de la que aún no sabía cómo saldría.

            Había llegado a un acuerdo con Manuel con el que esperaba eliminar la amenaza de la violenta posesión sexual con la que Juan amenazaba su cuerpo de mujer.

            Pero también estaba el asunto de Soraya.

            Aún no estaba segura de lo que sucedía, pero era evidente que cada vez que aparecía la chica su cuerpo reaccionaba a su presencia de una forma que nunca antes habría sospechado.

            Para terminar de complicar el asunto, ahora sospechaba que otra de sus pacientes estaba intentando seducirla. El comportamiento de Sara en sus dos sesiones era de una sexualidad tan desinhibida que casi rallaba en algo que parecía un acoso hacia Rebeca.

            Y lo peor es que esa extraña parte suya que no reconocía, y que saltaba de repente hacia delante, estaba tentándola a explorar todas las posibilidades.

            Rebeca se encontraba tremendamente confusa por ello, incapaz de tener ese nivel de claridad mental que solía poseer, y todo ello encima incrementado por un cierto sentimiento de culpabilidad por ese cúmulo de pensamientos que se entremezclaban con unos sueños indecentes que hacían que incluso durante el día se sintiera casi permanentemente excitada… a un nivel bajo, pero que ahí estaba.

            Por momentos incluso pensaba contárselo todo a Sergio. Desde el principio. Incluyendo el asumir que se había trasladado a esa misma clínica por unos celos relacionados con la idea de que él estuviera manteniendo relaciones con otra mujer a su espalda… y que habían retornado por haber contratado a la bella Soraya, pero que ahora comenzaba a ver como mero producto de su excesiva imaginación.

            Bueno, era hora de recibir a su última paciente del día. Tenía que concentrarse y apartar a un lado todo para regresar al lugar que la correspondía: una psicóloga madura y profesional.

10. Quinceava parte: la consulta del viernes: Zoraida II.

            La joven rubia apareció esta vez de un blanco absoluto, con un vestido ibicenco de cuerpo entero que sujetaba a su cintura con un cinturón de cuero marrón oscuro que resaltaba aún más contra la intensa blancura del tejido.

            - Bien, buenas tardes, Zoraida, siéntate –la saludó Rebeca, indicando con un gesto de su mano el asiento frente a ella.

            - Gracias, Seño… Rebeca –respondió la chica, corrigiéndose a mitad del saludo tradicional que tan fuertemente le habían inculcado en el Internado.

            - Veo que aún te cuesta rebajar el tratamiento a la gente, pero recuerda, ya no estás en el Internado. No eres ni un objeto ni un papagayo, eres una persona… una mujer libre, ¿entiendes? –la animó, añadiendo una sonrisa a su discurso.

            - OK, pero es… complicado… es lo primero que pienso… es como nos enseñaron a pensar…

            - Ya… lo de vuestra marca.

            - ¿Marca?. ¿Qué marca? –preguntó intentando aparentar un tono de inocente ignorancia mientras toda su cara se encendía de un intenso color rojo, que contrastaba con la propia blancura de la piel de su cuello y brazos y con el impoluto blanco del vestido.

            - Lo sabes tan bien como yo. Las tres marcas que tenéis todas en la espalda.

            - Ahhh… eso…

            - ¿Recuerdas lo que significan, verdad? –siguió Rebeca, intentando abrir una puerta que la permitiera seguir adentrándose en la terapia y romper un nuevo grillete del intenso trabajo, cercano a un lavado de cerebro, al que habían sido sometidas aquellas jóvenes durante su internamiento.

            - ¿Qué si lo recuerdo?. No podré olvidarlo nunca: disciplina, obediencia y educación –recitó la chica, casi escupiendo las palabras-. Me las grabaron a conciencia antes de mi primera salida…

            - ¿Salida?.

            - Sí, la primera vez que me llevaron al centro a… a…

            - Vayamos al diván –la interrumpió Rebeca, segura de que allí su paciente se encontraría más relajada y también podría ocultar sus propias reacciones. No es que fuera a tener, no esa vez, estaba completamente convencida de que en esta ocasión sería capaz de mantener fría la cabeza, pero… y, además, es que era el lugar más indicado para tratar a sus pacientes en las primeras sesiones-. Te encontrarás más cómoda.

            - OK –contestó la joven, que se desplazó con una gracia natural que hizo que la mirada de la mujer de Sergio se detuviera más de lo que ella misma hubiera considerado aceptable en las caderas de la chica.

            - ¿Mejor, más cómoda? –la preguntó mientras se sentaba al lado suyo, junto a la cabecera del diván.

            - Sí, gracias, Seño… Rebeca.

            - Recuerda que aquí estamos para irte liberando de todas esas cadenas que te impusieron en el Internado, así que no tengas miedo. Será un proceso lento. No tengas prisa. Hay que ir poco a poco, pero entiende que el ritmo lo marcarás tú y que esta zona es segura. Habla con total libertad. No voy a juzgarte, soy como esa extensión de tu mente con la que hablas por las noches o cuando estás sola, ¿comprendes?. Estoy aquí para ayudarte y nada de lo que digas saldrá de aquí, ¿vale?.

            - OK, gracias… Rebeca. Es que… ya sabe, es muy complicado y…

            - No te preocupes, es complicado abandonar las posiciones defensivas. Tranquila. No tengo ninguna prisa. Sigue, por favor. ¿Adónde te llevaron?.

            - A un local del centro. Bueno, en realidad era un semisótano. Entramos por una de las puertas traseras del local y me llevaron por un pasillo hasta una sala rodeada de espejos. Allí me tenía que desnudar y sentarme en una silla que había en el centro hasta que me llamaran.

            Según iba escuchando el relato, la psicóloga no podía evitar irse sintiendo de nuevo extrañamente excitada. Poco a poco, notaba como su sexo y sus propios pezones respondían de forma involuntaria ante esa descarga hormonal que iba sintiendo desarrollarse en su interior. Aún así, Rebeca luchaba por mantener el control y empezó a realizar un pequeño ejercicio respiratorio a la vez que procuraba centrarse en lo que su paciente la contaba, a la vez que intentaba dejar de pensar en ello de una forma tan íntima.

            - … me tuvieron esperando un buen rato esa primera vez. Ahora sé que lo que sucedía era que al otro lado de los espejos estaban espiándome y soltando dinero para tener derecho al mejor agujero…

            - Perdón, -la interrumpió por pura curiosidad- ¿agujero?.

            - Sí… ¿sabe lo que es un cuarto de agujeros de la gloria?.

            - No –respondió llanamente la mujer de Sergio, a la vez que se daba cuenta de que nuevamente se estaba saliendo de su papel profesional… y que cada vez, con cada paciente, la importaba menos.

            - En este sitio era otro cuarto que había siguiendo otro pasillo. Uno muy pequeño y que tenía las paredes llenas de agujeros a distintas alturas. Cuando estás dentro, empiezan a aparecer pollas por los agujeros y tienes que comérselas. Según dónde estaba el agujero o el color que lo rodeaba, sabía si tenía que tragarme su corrida o no… o si habían pagado más y entonces… entonces… tenía que dejar que me follasen por el culo.

            - ¿Así, sin más? –fue lo único que se le ocurrió a Rebeca, aún a medias entre la conmoción de lo que estaba escuchando y la excitación del breve instante en que su mente calenturienta la había imaginado en ese mismo cuarto.

            - Bueno, yo sabía si alguien lo había pagado porque me daban un bote con lubricante antes de entrar y una caja de preservativos para ponérselos después de hacerles un rato de sexo oral… aunque a veces pasaban imprevistos.

            - Ya, me imagino.

            - Aunque casi era peor lo que me decían… nos decían -se corrigió-. Justo antes de pasar al segundo cuarto, solían decirnos que teníamos que esmerarnos porque una de las pollas que aparecerían era de…

            - ¿De? –insistió Rebeca, cada vez más íntimamente excitada.

            - Del padre de alguna de las compañeras del dormitorio… o de su hermano… o de su novio… o de mis hermanos… -terminó, turbada.

            - ¿Y lo eran? –preguntó la psicóloga en voz baja, completamente absorbida su atención por la historia. Un relato en el que poco a poco su mente iba sustituyendo a Zoraida por si misma y, sin poderlo evitar, sintiendo cómo su propio sexo se iba humedeciendo cada vez más.

            - Una de las chicas, la que tenía más confianza con Don Rafael, me dijo que sí, que a veces iban familiares de alguna de nosotras… pero no sabía quienes.

            - ¿Y tus hermanos…? –dejó la pregunta en el aire a propósito la mujer de Sergio, dominada por una lujuria que la hacía excederse en su labor.

            - No –contestó categórica la chica, pero apenas un instante después añadió-. Creo que no. No se comportan conmigo… mal. No sabría explicarlo, pero no. Lo sabría si hubieran estado… ¿verdad?.

            - Sí –la aseguró para calmarla y sabiendo que estaba necesitada de un cierto consuelo, aunque ella misma no podría asegurarlo realmente-. Y, cambiando de tema, me dijiste que eso fue justo después de obtener la marca del Internado, ¿cierto?.

            - Sí, ninguna salíamos fuera del Internado sin que nos marcasen como al ganado. Conmigo tardaron todo un fin de semana.

            - ¿Cómo?. Cuéntame, quizás podamos ir descubriendo cómo ir desmontando su significado.

            - No lo creo, pero si quiere saberlo…

            - Insisto –sentenció Rebeca, pensando que por fin podría lograr avanzar algo en la terapia en vez de seguir teniendo visiones de sí misma desnuda y arrodillada en un pequeño cuarto comiendo pollas… y todas eran las de… ¡por todos los Santos!. Debía concentrarse, era una profesional… y muy bien pagada precisamente por ello. No podía tirarlo todo por la borda por una absurda lujuria.

            - El sábado de la semana anterior a mí primera salida del Internado me llevaron al establo, la casa donde vivían los tres mejicanos que hacían de jardineros… pero que trabajaban más haciendo de… bueno...

            - Comprendo. Sigue –la animó la psicóloga.

            - El caso es que Don Hugo me fue a buscar a mi cuarto a eso de las seis de la mañana. No es que tuviera un cuarto propio, ¿sabes?. Lo compartía con otras dos chicas. En cuanto entró encendió la luz y nos ordenó que nos pusiéramos en posición de revista –y, al ver la expresión interrogante en el rostro de Rebeca, explicó aún más la situación-. Era ponernos de pie con las piernas abiertas en unos treinta grados y las manos detrás de la cabeza… y lo primero que hizo fue comprobar que las tres no llevábamos nada debajo del pijama del internado. Sólo teníamos un pijama, así que cuando tocaba lavarlo teníamos que dormir desnudas… según ellos era para que aprendiéramos a cuidar nuestra ropa y de paso poder buscar sin problemas si llevábamos algo oculto… fuera lo que fuese. Ese día todas llevábamos el pijama y Don Hugo empezó a meter la mano bajo nuestros pijamas, tocándonos las tetas hasta pellizcarlas mientras le teníamos que dar las gracias por hacerlo porque era por nuestro bien y…

            - ¿Y si no?.

            - ¿Qué? –preguntó Zoraida, confundida.

            - ¿Qué sucedía si no le dabas las gracias? –no podía evitarlo, como una fuerza irresistible su mente ansiaba conocer los más escondidos detalles a la vez que notaba aumentar la intensa picazón de su propio sexo.

            - Dependía del profesor… Don Hugo era de los que solían darte unas cuantas tortas, fuertes, y luego te obligaba a comerle la polla o cosas de ese estilo… así que preferíamos no enfadarle.

            - Comprendo… sigue.

            - Luego empezó a meter sus negras manos en nuestros coños y a masturbarnos una a una hasta que le entraran tres dedos para comprobar que no escondiéramos nada dentro. Aunque él solía hacerlo durante más tiempo, hasta lograr que nos corriéramos. Yo era la última y cuando ya estaba a punto de llegar… paró y sacó un tampón. No era mio, lo tenía él, pero fue su excusa…

            - ¿Excusa para qué? –preguntó, con un leve toque de ansiedad, Rebeca. Ya la era imposible dudar que el relato estaba consiguiendo que su propio sexo palpitase y se hinchara presa de un calor interno cada vez más alto.

            - Para violarme. Siempre ponían una excusa para mostrar que había reglas, pero sobre todo Don Hugo se las inventaba cuando quería. Así que nos hizo desnudarnos a todas y ponernos a cuatro patas. Volvió a usar sus dedos en nuestros coños un buen rato, hasta lograr que mis compañeras volvieran a correrse y dejándome a mi justo en el último momento. Luego, según dijo sólo para asegurarse, empezó a meternos su polla hasta el fondo a cada una diez veces. Nos hizo contarlas. Primero apoyaba la punta de su polla y, cuando decíamos el número, entonces la clavaba de un golpe hasta el fondo antes de pasar a la siguiente… y así diez veces nos lo hizo. Luego ordenó a mis compañeras que hicieran un 69 allí mismo, en el suelo, delante mio. Él sabía que eran heteros, como yo -aclaró-, pero era su forma de acostumbrarnos a la bisexualidad, por si luego alguna clienta o Doña Blanca querían jugar con nosotras –y siguió con la historia-. Todo porque él quería comprobar mi culo “a solas”. Primero volvió a masturbarme el coño, esta vez hasta llevarme al orgasmo. Usó mi propia humedad para lubricarse los dedos y meter dos en mi culo. Luego fue su polla. Las primeras veces repitió como antes, diez veces metiéndola entera de golpe, apoyándose con todo su peso para forzar mi ano. Luego empezó a bombear una y otra vez mientras me obligaba a mantener la vista en mis compañeras. Paró antes de correrse y sacó su polla para ir hasta ellas y las ordenó ponerse de rodillas frente a él para lanzarles en la cara su corrida. Se la tuvieron que lamer mutuamente de sus caras mientras a mi me tocaba dejar que me follase la boca para terminar de limpiársela antes de ponerse un preservativo. Dejó que mis compañeras se volvieran a sus camas, pero teniendo que seguir masturbándose desnudas. Luego me arrastró del pelo hasta el centro del cuarto y me tumbó boca arriba. Se tumbó sobre mí y empezó a follarme por el coño, pellizcándome los pezones sin parar, hasta correrse dentro. Luego vació todo lo que había dentro del preservativo dentro de mi boca y tuve que tragármelo antes de volver a dejar que me follase la boca para tenerla bien limpia de nuevo antes de darme la vuelta y…

            - ¿Darte la vuelta?.

            - Sí, quería volver a violarme el culo y…

            - ¿Seguías en el suelo?.

            - Sí.

            - Cabrón –se le escapó a la psicóloga, a la vez que no podía dejar de imaginarse a si misma poseída de la misma forma, siendo follada su boca contra el suelo, por… ¡otra vez!. ¿Es que no podría dejar de imaginarse esas cosas y sentir ese ardiente fuego en su interior cuando escuchaba a las jovencitas del internado?. Ya era una mujer adulta, esas cosas ya no eran propias de su edad. Y encima era psicóloga profesional, debería estar más allá de esa situación en que su mente se implicaba tanto con lo que escuchaba. ¿Qué la estaba pasando?. Ella no era así. Tenía que ser por Inmaculada y todo el lío en que la había metido. Pero ya no. El sábado iba a terminar todo eso y por fin se libraría. Y ahora tenía que concentrarse. No podía dejar que siguieran afectándola tanto los sucesos que habían padecido las chicas en el Internado-. Perdona, sigue.

            - Sólo eso. Volvió a violarme el culo hasta correrse dentro esta vez y luego hizo que me pusiera de pie y abriera las piernas para que una de mis compañeras pudiera lamerme el coño mientras la caían en la cara gotas de su leche de mi culo… y luego la otra tuvo que comerme el culo y tragarse lo que seguía saliendo. Esta vez me tocó a mí limpiarlas la cara con la lengua antes de poder ponerme el pijama y acompañarle al establo.

            - ¿Qué pasó en el establo?.

            - Me marcaron. Esos tres cabrones me hicieron desnudarme y comerles las pollas hasta tragármelo todo. Luego me hicieron subir a un taburete. Me senté en el borde, con las piernas apoyadas casi en el borde en unos semicírculos que luego cerraron por encima con otra tabla que encajaba y tenía otros espacios donde tuve que apoyar los brazos antes de que la cerrasen también por encima. Entonces fue la cabeza lo que me tocó poner y ya se cerró todo el…

            - Eso suena a una especie de cepo de tortura medieval.

            - Lo era, pero no podía hacer nada. Eran tres y me amenazaban físicamente si intentaba no obedecer. Luego empezaron a violarme por turnos la boca, el culo y el coño. No pararon hasta mediodía. Entonces me dieron una sopa y de postre volvieron a correrse en mi boca. Me sacaron y me dejaron descansar en un colchón la hora que estuvieron de siesta.

            - ¿Sola?.

            - Sí, pero no podía escapar –contestó Zoraida, creyendo que se refería a eso la mujer de Sergio-. Me habían puesto un collar que me ataba a la pared.

            - Sigue, por favor, ya casi hemos terminado por hoy.

            - Cuando se levantaron, tuve que volver al cepo y me marcaron en la espalda después de meterme en la boca un paño en el que habían meado antes, para que no gritase –aclaró-. Volvieron a dejarme descansar otra hora y luego siguieron follándome por todos lados los tres. Sólo podían hacerlo dos a la vez mientras estaba en el cepo, pero por la noche y todo el día siguiente alternaron el cepo con el colchón para poder violarme los tres a la vez.

            - Ya veo, lo siento. Pero espero que así, poco a poco, podamos ir subiendo escalones en tu recuperación y regreso al mundo normal, fuera de las humillaciones que sufriste en el Internado.

            Sin embargo, mientras se despedían, Rebeca no podía dejar de pensar en ello y en la intensa sensación de calor y humedad que había despertado en su interior. Sólo podía esperar que se solucionara todo ese fin de semana.

Continuará...

Toda la saga al completo (hasta ahora):

 

 

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sara María Zorrilla Silvestre: paciente de Rebeca. 20 años. Apodada “Zorra Salvaje”. Internada con 14-15 años. Lesbiana. Amante y protectora de Tatiana en el Internado. De pelo castaño y silueta deportiva. Vive en Madrid en un piso compartido con dos de sus hermanas (Magdalena y Mónica, hermanas directas del primer matrimonio de su padre). Tiene un total de 5 hermanas (del segundo matrimonio son: Clara, Estela y Elisa), el resto viven en Valladolid con su padre, quien planea una nueva boda con Luciana, de origen argentino.
  8. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un      fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  9. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  10. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s y FELICES FIESTAS.

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