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La oficina - Capitulo 3 - El Taxi

en Hetero: Infidelidad

CAPITULO 3

El taxi

Nancy y Juan viajaban en silencio, mientras el taxi se movía ágilmente entre las solitarias calles de la ciudad en busca de la dirección solicitada. A estas horas el tráfico en la ciudad era una bendición y por demás ligero, pero aun así el conductor manejaba con bastante cautela. Habrían pasado unos escasos 5 minutos, cuando Federico empezó a roncar desvergonzadamente, justo en medio de Nancy y Juan, era claro que había quedado profundamente dormido y entonces ella se animó a formular la pregunta:

–       ¿Qué fue lo que le contaste? – dijo con voz quebradiza desviando la mirada hacia la ventana.

–       ¿Yo? – respondió fuerte Juan algo contrariado- esa pregunta deberías hacértela tu mismo ¿qué le dijiste? De pronto viene un día a reclamarme por tus acciones, ¿Quizás te descubrió en alguna de tus aventuras?

–       No seas idiota, -Gritó Nancy - ¿vas a tratarme igual que tu amigo?, ¿Quién crees que soy? te vi conversando con él ¿qué le decías?

–       No le dije nada, era él quien preguntaba. – Juan bajó su tono de voz tratando de apaciguar el momento

–       Sabes bien que desde que soy pareja de Federico, no he tenido ninguna de mis “aventuras”, como tú les dices. – Juan regreso la mirada incrédulo y dibujo una sonrisa cínica en su rostro, cual toro que está apunto de atacar.

–       Bueno ¿Qué me dices de lo que pasó esa noche en casa de Ricardo? Entonces, eras novia de Federico y aun así…

–       ¡Eres un imbécil! eso… fue un error. – Nancy bajó la mirada abochornada por el recuerdo Juan había tocado un punto sensible de sus recuerdos. – Juan envistió una vez más.

–       Pues eso no decías en ese momento. - pero Nancy no era de las que se quedaba callada.

–       ¿Ósea que tú también crees que soy una cualquiera? ¿Qué me acuesto con el primero que encuentro en el camino? –Nancy increpó obligando a que Juan le mirara a los ojos y le diera una respuesta.

–       No lo sé, ¿dime tú? – Juan hacía gala de sus ataques infantiles, viéndose acorralado.

–       ¡Te digo que no! Si te estoy preguntando es porque me interesa saber qué pasó con Federico, se supone que eres mi amigo, así no me estas ayudando, me haces sentir aun peor. Además esa noche, la cual traes a colación,  Federico me había tratado muy mal, yo estaba muy dolida, no quería volverlo a ver… después bebí demasiado a ti te consta. Tú estabas ahí, estoy segura que eso no le contaste a tu “Amigo” y tampoco a Mishelle. – Juan desvió la mirada, como arrepentido de lo que había dicho, suspiró tratando de ordenar sus pensamientos, al fin atinó a responder en tono tranquilizador.

–       Discúlpame, no soy quien para juzgarte, no soy un santo, también tengo mucha culpa encima. Y lo peor de todo  Mishelle nunca va a perdonarme.

–       En eso tienes razón, vi lo que pasó, intente ayudarte, la llamé poco después de que salió de aquí, pero fue imposible hablar con ella, no acepta razones, no me dejó hablar, me acusó de hipócrita y alcahuete, esta vez la fregaste completa… bueno quizás yo también.

Vino a la memoria de Juan los desagradables eventos en los que estuvo involucrado solo pocas horas antes. No entendía en que momento había perdido el control de su vida, repasaba los hechos tratando de encontrar una posible salida. En su fuero interno luchaba por obtener una respuesta y su mal humor era evidente. Parecía todo perdido, pero algo le daba a la vez esperanzas, tenía que encontrar la forma de salir de este problema, entonces decidió ignorar a Nancy  y repasar las últimas tres horas de su vida.

Todo había empezado el viernes aproximadamente a las 8 pm, Juan llevó a su novia una cena romántica en un restaurante por demás lujoso y bohemio en la parte alta de la ciudad, la vista era espectacular, Juan había reservado la mejor mesa, para pasarla con la mejor de las compañías. Este era solo el inicio, luego la llevaría a bailar a alguno de esos clubs de moda, aquellos lugares que antes solían frecuentar pero con las múltiples ocupaciones que ahora tenían les resultaba difícil. Mishelle disfrutaba tanto del baile y él quería darle ese gusto esta noche, aunque no compartiera esa afición. Juan también había planificado terminar la velada en un lujoso hotel cercano, en el cual había hecho reservaciones anticipadamente, ahí después de consumar su relación al fin le pediría la mano, había planificado tanto ese momento. Juan sentía que había encontrado la pareja perfecta, con la ya cual compartía toda su vida y con quien estaría gustoso de formalizar su relación. Luego de la cena, Mishelle desbordaba alegría por todos sus poros, caminaba románticamente del brazo de su novio por las afueras de un restaurant, sabía que esa noche era especial, pensaba en lo dichosa que se sentía junto a Juan, el amor de su vida, primer y único hombre, capaz de cumplir todos sus deseos y anhelos. Hablaban de cosas sin importancia, reían y disfrutaban del simple hecho de estar juntos. Pero Juan tenía su pasado y lo que menos se hubiera esperado es que esa misma noche le sacaría factura.

Aproximadamente a las 9:45 pm, entró una llamada al celular de Juan, era Federico su mejor amigo, quien le daba instrucciones para llegar a uno de los mejores bares de la ciudad, donde según decía se había prendido la fiesta y él no podía perderse tal evento, ahí los esperaban Federico, su novia Nancy con algunos de sus amigos conocidos. Juan no pudo negarse, después de todo era el plan que habían trazado para esa noche, sin embargo consultó a su novia, ella estuvo de acuerdo, entonces tomaron de inmediato un taxi y se dirigieron al sitio indicado.

Cuando eran cerca de las 10 de la noche la pareja llegó a un bar, completamente lleno, no había donde poner un pie, la gente se apretujaba para entrar en una fila enorme. De alguna manera Juan y Mishelle lograron ingresar escabulléndose entre el tumulto de la puerta principal, gracias a un amigo de Juan que cuidaba el acceso. Una vez adentro la música ensordecedora revoloteaba por cada rincón del lugar, mientras las luces aleatorias terminaban desorientando a los recién llegados, sin embargo estas mismas luces parecían encender la alegría eufórica de aquellos que ya estaban instalados. Los jóvenes presentes ocupaban cada espacio disponible, algunas chicas en la barra demostraban sus dotes de bailarinas. Las mesas todas, ocupadas con grupos de conocidos que brindaban con licores de distintos tipos y marcas. La pareja se deslizaba como podía hasta que al fin encontraron a sus amigos, en una mesa del fondo con un grupo grande y bastante animado que los llamaban con ansia. En cuanto estuvieron cerca saludaron a los presentes, ondeando sus manos mientras la gran mayoría respondía alzando sus copas en señal de aprecio.

La pareja estaba de pie, intercambiando impresiones con sus buenos amigos Federico y Nancy cuando de pronto, apareció de la nada una despampanante rubia, quien sin ningún reparo plantó un beso en la boca de Juan, justo en frente de Mishelle quien no podía creer lo que pasaba. Juan se apartó tan ágil como pudo mientras su rostro enrojecía avergonzado. Entonces hizo el ademán de presentar a Mishelle, tartamudeando y visiblemente nervioso, Mishelle lo miraba incrédula sin entender que pasaba. Nunca antes había visto a esa chica y se preguntaba ¿porque su novio parecía tan asustado? Federico y su gran amiga Nancy eran los únicos conocidos para Mishelle los demás eran unos completos extraños, sin embargo nadie a excepción de ella parecían reaccionar ante este inesperado evento. ¿Por qué esta atrevida tenía confianzas con su novio? Esperaba impaciente una respuesta sin obtenerla, la reacción de Juan no fue pana nada  acertada y esto acrecentó la desconfianza de Mishelle. Sin embargo la Rubia retomó la situación, entendiendo el problema en que había metido a su amigo Juan, extendió su mano derecha y se presentó con el tono más cordial del que fue capaz.

–       Hola preciosa soy Elizabeth, discúlpame por el atrevimiento es que no había visto a Juan hace mucho tiempo y a veces me emociono mucho, yo soy así de expresiva, no mal interpretes con Juan somos buenos amigos y nada más. – Mishelle la miró con desconfianza y respondió firme.

–       Está bien, acepto tus disculpas, pero no lo vuelvas a hacer, yo no acepto ese tipo de confianzas con mi novio.

–       Hecho, no volverá a pasar.

De inmediato, Elizabeth dio vuelta como si nada hubiera pasado y fue a buscar su lugar en la mesa. El bar contaba con mueblería del tipo fija, es decir, no se podía cambiar de lugar o moverla para facilitar el paso, solo había dos formas de alcanzar los sitios del fondo, que era justamente a donde Elizabeth quería llegar. Una era solicitando a toda la fila de personas se levanté para dejarla pasar la otra era sortear el estrecho pseudo-pasillo, entre la gente sentada y la mesa. El sillón donde estaban sentados formaba una larga hilera compuesta en su mayoría de hombres, quienes no tenían intención de moverse. Elizabeth no dudo ni un momento escogió la segunda forma. Se acomodó como pudo y emprendió el camino, a su paso algunos trataban de incorporarse o movían sus piernas cediendo el paso, ella de vez en cuando se detenía para acomodar su minifalda blanca, delicadamente posaba sus manos en su cintura y las deslizaba hacia abajo tirando la delicada tela que parecía de ceda. Cuando lo hacía inevitablemente resaltaba sus pronunciadas curvas, incitando a los presentes a enfocar sus miradas en la esbelta figura de la hermosa mujer. Con las puntas de sus dedos pellizcaba delicadamente los terminales laterales de la falda y de nuevo jalaba hasta donde alcanzaba el corto trozo de tejido. En realidad era muy poco lo que lograba cubrir de sus largas, esbeltas y bien torneadas piernas, las cuales quedaban a solo pocos centímetros de los hombres o mujeres quienes reían pícaramente disfrutando de su presencia.

Con todo el descaro del mundo Elizabeth reclinaba su torso causando deliberadamente que sus respingadas nalgas repunten y terminen rozando coquetamente al afortunado que estuviese en el camino de sus esculturales caderas. Todos miraban con atención el sensual jugueteo y acompañaban con aplausos o a carcajadas. Elizabeth no discriminaba a nadie a su paso, algunas chicas, las más osadas le ponían una o dos manos encima como ayudándola a pasar. Ella aceptaba gustosa las caricias devolviendo alegres sonrisas. Los hombres eran más discretos pero seguramente más de uno hubiera querido ponerle las manos encima. Al fin, Elizabeth llegó al sitio más lejano, dando por terminada su actuación, en el sitio le esperaba paciente un chico que parecía de su misma edad, ella fue directo hacia él lo rodeo con sus brazos y pasó a sentarse en sus piernas. Para quienes la conocían, este comportamiento era de lo más normal en Elisabeth, ella era una chica totalmente desinhibida y de mente abierta, solo soportaba una pareja, siempre y cuando le permitiera sus acostumbrados deslices, los celos no iban con su forma de ser. Le daba lo mismo llegar sola o acompañada, siempre conseguía algún grupo con el cual podía compartir la velada, para ella una fiesta solo eran tal cosa, si terminaban hasta bien entrada la mañana y a veces se extendían hasta por dos días. Al salir de un bar, siempre había de aquellos que se ofrecían a llevarla para continuar la fiesta en otro lugar. Elizabeth siempre estaba abierta a nuevas experiencias, nuevas aventuras siempre y cuando estuviera rodeada de su selecto grupo de amistades.

Una vez superado el momento, las parejas salieron a bailar, Mishelle no tenía intención de arruinar esta noche, prefirió olvidarlo mal rato, ignorar a esa resbaladiza rubia y disfrutar el momento. Todo transcurrió bien hasta cerca de media noche, el grupo parecía bastante animado, hablaban, brindaban y reían entre cada set de baile. Juan y Mishelle se habían acoplado a la peculiar caterva de individuos. Entonces la música sonó nuevamente invitando a los presentes, salió a bailar Federico con Mishelle y Juan con Nancy, las dos parejas disfrutaban la noche. Los cuatro conversaban amenamente. Hasta que de un momento a otro, se cruzó una pareja y se acercó a donde se encontraban Nancy y Juan, saludaron, intercambiaron algunos comentarios, para luego retirarse a otro lugar. Eran Marcelo y Janeth quienes ahora tenían una relación pero antes habían tenido sus respectivas historias. Marcelo había sido el gran amor de Nancy, el primer hombre en su vida, a quien nunca había podido negarle nada y quien se había aprovechado varias veces de esto para llevarla a la cama y luego dejarla sin explicación. Algunas veces Nancy había caído en la tentación con otras parejas, pero nunca con Federico, era el momento de poner a prueba su fuerza de voluntad. A Juan le pasaba algo parecido con Janeth. Ella había sido una de sus aventuras, especialmente recordada por los amigos de Juan debido al cambio que provocó en ella. Janeth era una chica muy reservada y bastante juiciosa pero cuando conoció a Juan se enamoró perdidamente, cuando se dio cuenta que había sido solo un juego, decidió vengarse, dejó de lado completamente su recatada vida, perdió sus escrúpulos y convirtió a Juan en una obsesión. Siempre que Juan tenía una nueva conquista ella aparecía e insistía en salir con él, llevárselo a la cama y guardar alguna evidencia de su encuentro,  luego desaparecía sin más. Para ella era como un logro saberse deseada por Juan mientras poseía a otra, le bastaba con que le prometiera que cada vez que hiciera el amor con su nueva novia tuviera en mente esos momentos juntos. Era su forma de vengarse, Janeth se esforzaba por ser cada vez más apasionada, satisfacía todas las exigencias o perversiones que tuviera Juan, con eso le bastaba, después de su encuentro no volvía a interferir en la relación pero si por el contrario él se negaba, Janeth reaccionaba furiosa, se las arreglaba para terminar la relación de Juan, a veces enviaba fotos, videos o mensajes como prueba de sus tantos encuentros, de alguna manera siempre lograba salirse con la suya.

Juan había previsto los problemas que Janeth podría causarle y tomó medidas anticipadas, pasó una noche completa con Janeth, justo cuando empezó la relación con Mishelle. Para él era la forma de asegurarse un buen futuro junto a la mujer que amaba, de ninguna manera lo consideraba una traición, al menos eso pensaba. Esa noche era diferente, tanto Marcelo como Janeth estaban decididos a salirse con la suya. Últimamente estos dos seres despreciables se habían juntado para compartir sus vidas miserables formando una suerte de pareja oscura. Se habían reunido con el único fin de salpicar sus malas vibras a los que los rodeaban, esta noche era el turno de Juan y Nancy, pero estos aun no los sabían.

Luego de haberse cruzado con esta pareja, Juan y Nancy perdieron todas las ganas de seguir bailando, entonces se dirigieron a la mesa que habían dejado, se acomodaron mientras compartían impresiones respecto al mal rato que habían pasado. Solicitaron algo para beber mientras charlaban más relajados, jamás se hubieran imaginado que la pareja oscura los asechaba para repartir su ponzoñoso veneno. Pasaron solo unos minutos, de pronto Janeth y Marcelo aparecieron nuevamente, justo en frente de la mesa en la cual se encontraba Nancy y Juan, sin pedir permiso tomaron asiento uno de cada lado, Janeth junto a Juan y Marcelo junto a Nancy, intentaron entablar conversación.

–       ¿Y ahora son pareja? – preguntó descaradamente Marcelo.

–       ¡No!, no somos pareja – Respondió Juan enérgico.

–       No es necesario que nos oculten nada – Agregó Janeth – ya estamos enterados de sus aventuras, recuerden que tenemos un amigo en común, Ricardo, vaya fiesta, todo el mundo habla aun de ella.

La afirmación desarmó a Juan y Nancy, ambos se quedaron sin palabras, hace algún tiempo atrás Juan y Nancy habían ido a un bar, Nancy había tenido una fuerte discusión con Federico y este último había pedido a Juan como un favor especial que cuidara de su novia, pues él esa noche estaba algo embobado con una chica y tenía pensado perpetrar la traición por lo tanto necesitaba lejos a su novia. Nancy inteligente como ella misma se había percatado de que algo andaba mal, encaró a Federico y este le respondió con groserías. Federico nunca había reaccionado de esa forma y Nancy estaba muy dolida, pero ella no quiso echarse a llorar por el desplante de su novio, en su lugar decidió salir a divertirse y escogió a Juan como su acompañante. La noche había terminado con excesos y precisamente en casa de Ricardo, un amigo común, el cual se especializaba en fiestas que causaban sensación entre la juventud, era un privilegio ser invitado. Juan no dudo en ir, sin embargo para Nancy fue la primera vez en ese tipo de fiestas, jamás habría ido, a no ser porque Juan la acompañaba. Esa noche ambos sucumbieron al alcohol y se dejaron llevar por un instinto irracional que terminó por confundirlos hasta el punto de querer terminar las relaciones que llevaban con sus respectivas parejas. Pero eso no fue lo único que querían olvidar. Las fiestas de Ricardo se caracterizaban por el alcohol, lujuria y desenfreno, los recuerdos les traían a la mente escenas por demás bochornosas. Por si fuera poco, esa noche fue solo el comienzo de un destartalado conjunto de eventos que ambos intentaban borrar de sus memorias. No solo se sentían culpables también estaban asqueados de su propia existencia y del oscuro pasado que intentaban esconder. Ambos lo hayan disfrutado y llevaban una pesada carga por no poder hablar con nadie de esto. A partir de esa noche ambos sucumbieron ante la pasión en varias oportunidades. Luego lo hacerlo, llegaba el remordimiento, sentían que estaban engañando a sus respectivas parejas. Ambos tenían claro que se trataba solo de atracción física, pero les era difícil dejarlo. Sabían que no valía la pena poner en riesgo las parejas estables que ambos tenían y por las cuales habían luchado tanto. Hacerlo fue difícil pero al fin después de un tiempo decidieron dar por cerrado este capítulo de sus vidas, aunque al principio el deseo los comía por dentro lograron establecer una sólida amistad. Para su mala suerte, ahora estaba frente a ellos estos dos personajes de su pasado los cuales irónicamente les recordaban aquello que necesitaban olvidar.

Juan no soportó más la desagradable presencia de estos dos individuos y decidió alejarse, huir de ahí cuanto antes, para evitar que se compliquen más la situación. Se puso de pie rápidamente y antes que atinaran a decir algo, exclamo con voz firme:

–       Bien muchachos es un gusto charlar con ustedes pero tengo que abandonarlos un momento. – hizo el ademán de despedirse y se retiró, mientras la pareja se quedaba con las palabras en la boca, eso hubiera sido suficiente para que otras personas entiendan la indirecta, pero no para esta pareja.

Juan pasó por la pista de baile cerca de Mishelle y Federico, ellos estaban atentos las acciones de este, les explicó que salía un rato hacia cuarto de aseos. A Federico no le gustó nada tener a Marcelo junto a Nancy, conocía muy bien la historia de esos dos. Una vez que Juan se había perdido entre toda la gente, pasó Janeth en una descarada intención de seguirlo, Mishelle que nunca había pecado de tonta, sospechó que algo pasaba, de inmediato pidió a Federico que cesaran el baile, Federico estuvo de acuerdo y de inmediato se dirigieron a la mesa en la que se encontraban. La sorpresa de Federico no fue nada agradable, encontró a Nancy conversando a solas con Marcelo, ella no tenía ninguna intención de seguir hablando, pero él era bastante insistente y siempre conseguía lo que quería. Federico lo conocía muy bien y estaba consiente de todo lo que representaba para Nancy. La situación fue muy incómoda para Federico y aún mas cuando Marcelo hacia ciertas insinuaciones o contaba anécdotas poco conocidas de Nancy, la situación se ponía cada vez más tensa mientras Mishelle no dejaba de mirar los alrededores esperando que de algún lado aparezca Juan.

Juan salía de los aseos masculinos cuando se encontró a Janeth esperándolo en la puerta. De inmediato esta se abalanzó a sus brazos e intentó besarlo, pero Juan la rechazó y trató de zafarse de sus garras. Janeth no entendía, se enfureció, no soportaba los desplantes de nadie menos aun de Juan, esta lo increpó por su actitud, con su habitual tono de niña que siempre lo consigue todo:

–       Qué te pasa amor, antes no eres así, no me digas, ¿Nancy te está cambiando? todos sabemos el tipo de chica que es, no quieras hacerte el difícil conmigo, ella no dirá nada, te aseguro que ahora está feliz con Marcelo recordando viejos tiempos y yo quiero hacer lo mismo, después podemos, si quieres, salir los cuatro rumbo algún lugar privado, seguro la pasaríamos genial. Se bien que a tu amiguita le gusta este tipo de encuentros y por Marcelo no te preocupes somos una pareja moderna.

–       ¡No Janeth! Detente, no es Nancy quien me preocupa, es Mishelle ¿la recuerdas? Habíamos hablado de ella, es mi novia y no le gustaría nada verme en esta situación tan comprometedora.

–       ¡Ah! ya recuerdo a la mosquita muerta esa, tengo entendido que es bastante puritana y conservadora, pero está bien no quiero causarte problemas con ella.

En ese momento salió la persona que estaba ocupando el baño masculino y Janeth jaló a Juan hacia dentro, cerró la puerta con seguro. Él quiso detenerla pero también sabía que armar un escándalo fuera podría ser más peligroso, sobre todo a sabiendas que su novia estaba tan cerca.

-       ¡No!, Janeth ya te dije que no, estás loca, estoy cansado de tus juegos.

–       Sí, estoy loca por ti y quiero que me hagas feliz aquí y ahora.

–       Ya te dije que ¡no! suéltame.

–       Está bien no lo hagas, mira lo que tengo aquí. –Janeth le mostró la pantalla de su teléfono celular. – Seguro que estas fotos le van a encantar a tu noviecita, sobre todo cuando vea la fecha.

–       ¡Estás demente! – respondió Juan visiblemente alterado.

–       Solo compláceme esta vez y te dejaré en paz.

Juan no tenía alternativa, tuvo que poseer a Janeth en ese mismo lugar, sabía de lo que era capaz y no podía arruinar la noche, Janeth lo miro sensual, sabiéndose triunfadora, acercó su cuerpo a Juan, ella era visiblemente más pequeña, alzó sus brazos rodeándolos por el cuello de su expareja, en ese momento, empezaron los golpes en la puerta y los ruidos de la gente que quería entrar. La verdad sea dicha, Janeth es una mujer muy atractiva, de mediana estatura, facciones delicadas y una belleza escondida bajo un par de anteojos que disimulaban sus bajos instintos. Cabello negro, lacio, largo, tez blanca algo pálida, un cuerpo más bien delgado. Lo que más resaltaba en su figura eran sus senos firmes, grandes pero sin exceso, bien formados, los cuales últimamente los presumía con escotes descarados. Sus piernas delgadas pero lindas casi perfectas, unas nalgas pequeñas, bien contorneadas las cuales despuntaban y realzaban su pequeña cintura. Para Juan nunca fue un esfuerzo acostarse con ella, al contrario su obsesión por el sexo la hacía casi insaciable, jamás presentaba objeción para alguna fantasía de Juan. Recientemente había experimentado sexo en grupo y estaba ansiosa por pasar un buen rato con Juan, mostrarle lo que había aprendido, Janeth era una verdadera experta y complaciente amante, maestra del erotismo y poseedora de grandes cualidades como seductora. Habilidades que había descubierto por pura casualidad tratando de vengar el infortunado romance con Juan.

Juan la penetraba fuertemente, desde atrás, Janeth daba las espaldas ligeramente inclinada con sus dos manos pegadas a la pared, él estaba a punto de termina, mientras Janeth no dejaba de gemir al ser perforada por su amante, Juan tiraba con una mano de los cabellos de Janeth, esto la excitaba bastante, con su otra mano tomaba fuertemente los pechos de Janeth los cuales habían salido por entre el gran escote que llevaba, la fuerte mano de Juan los estrujaba, jalaba y jugueteaba como si de un esferas maleables se tratara. Janeth mordía sus labios tratando de contener las convulsiones de su cuerpo, pero seguía empujando sus blancas caderas hacia la pelvis de Juan extendiendo su excepcional orgasmo. Justo en ese momento abrieron bruscamente la puerta de baño y un grupo de personas se asomó a la puerta solo para descubrir infraganti a la pareja que estaba adentró, Janeth sonrió y se apartó de Juan mientras procedía acomodarse sus vestidos, regresó sus hermosos senos al escote y subió delicadamente su pantalón, con toda la paciencia del mundo, mientras los mirones disfrutaban el espectáculo, Juan ya se había acomodado sus ropas y se disponía a salir cuando Janeth se dio vuelta y le plantó un beso en la boca.

–       Lástima que nos interrumpieron-le susurro al oído- lo estaba pasando muy bien, pero esto no ha terminado nos vemos luego amor.

Juan asintió sin ganas y levantó su mirada tratando de aclarar los pensamientos, los muchachos presentes lo alentaban y  aplaudían a su paso, no era nada nuevo en ese lugar encontrar a parejas en posiciones comprometedoras. Para ellos era como mostrar su apoyo y admiración al compañero, Juan levantó el rostro recuperando el aliento, de pronto se puso pálido. Al fondo de toda la muchedumbre agazapada en una esquina, semi-oculta entre la muchedumbre, estaba Mishelle, mirándolo fijamente ¿cuánto hace que estaba ahí? ¿Había visto todo lo que pasó? ¿O solo estaba esperándolo?, el rostro de Mishelle no daba a notar ninguna emoción en ese momento. Juan bajó la mirada y caminó hacia su novia tratando de actuar normalmente. Cuando estuvo cerca pudo notar que el rostro impávido hasta entonces dejaba escapar una lágrima, esa era la confirmación, Mishelle lo había visto todo, no había ninguna excusa que Juan pudiera presentar como válida.

–       ¿Por qué ahora? –preguntó Mishelle, Tratando de contener su voz que se quebrada con cada palabra – ¿esta es tú idea de una noche romántica?

–       No es lo que parece.

–       Lo sé, no vuelvas a buscarme nunca más, esto se acabó.

Juan intentó seguirla pero no había nada que explicar, ¿como lo haría? la siguió hasta la calle, pero Mishelle tomó un taxi y se alejó sin decir más, había arruinado el que sería el mejor día de su vida. No había nada que pudiera hacer, Juan se debatía entre salir corriendo tras ella o esperar a que se calme, optó por la segunda, conocía muy bien el carácter de Mishelle y no era nada agradable cuando se enojaba. Además no estaba seguro de lo que ella había visto. Tenía que encontrar una justificación válida no podía permitir que esto se acabe aquí y ahora, algo se le iba a ocurrir, sentía que el mundo se derrumbaba bajo sus pies pero aun así le quedaban esperanzas.

Desecho por lo ocurrido, Juan caminaba con la mirada perdida, iba en busca de sus pertenencias con la firme intención de salir a lamentarse en algún otro sitio. En la mesa en la que había estado encontró únicamente a Federico, quien se hallaba en la tarea de vaciar una botella de licor, la misma que antes habían comprado. Federico ya estaba bastante avanzado, cuando lo miró lo invitó a sentarse junto a él y tomarse una copa. Juan no puso objeción, respondía con monosílabos las preguntas de su amigo. Después de un buen rato apareció Elizabeth y sus amigos, quienes procedían a retirarse del lugar.

–       Vamos a casa de Ricardo – dijo Elizabeth  mientras se despedía con un sonoro beso en la mejilla - por si les interesa venir

–       No, aquí estamos bien no se preocupen. – respondió firmemente Federico.

–       Bien, que disfruten entonces, adiós. – Elizabeth pudo notar la fría despedida de Juan y el estado casi de ebriedad de Federico pero no se animó a preguntar, había hecho su mejor gesto de amabilidad invitándolos a otra fiesta, no le gustaba meterse en problemas ajenos.

Juan terminó de acomodarse junto a Federico mientras este le servía una copa tras otra. Nancy no aparecía por ninguna parte, no se atrevería a abandonar a Federico ahí y tampoco se habría marchado con Elizabeth. Por algún lado debía estar, quizás hasta decidió escaparse con Marcelo, en todo caso eso era lo que menos le importaba en ese momento. No era mala idea beber alcohol como desesperado, después de todo que más podía hacer tenía que sentarse en algún lugar y pensar que iba hacer para remediar la situación en la que se encontraba, no quería perder a Mishelle. Decidió quedarse junto a su amigo, por lo menos hasta que aparezca Nancy y se lo lleve, pero Federico a esas horas daba más muestras del alto grado de embriaguez y se le hacía ya difícil articular palabra, entonces empezaron los reproches:

–       Juan, por favor respóndeme con la verdad si eres mi amigo, yo no te voy a reclamar nada, pero debes ser sincero conmigo.

***

 

–       ¡Juan!, ¡Juan! – Nancy trataba de volverlo a la realidad –

–       ¿Qué pasa?

–       Ya llegamos, ayúdame a bajar a Federico del taxi y meterlo a la oficina, yo mientras pago el taxi.

–       Está bien.

CONTINUARÁ...