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Mis primeros cuernos felices

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Nos llevamos diez años y llevamos diez juntos.

María es morena, aunque le gusta teñir su pelo de color rubio ocre. Sus ojos negros a veces los esconde en lentillas de color azul o verde. Tiene buenas piernas y su cuerpo es llamativo, sin ser demasiado alta, mantiene una figura agradable y apetitosa. Un buen culo y sus tetas bien formadas hacen el resto.

Sus continuos devaneos siempre fueron evidentes. Ya no hablo de la época en que no convivíamos juntos y en la que su pareja del momento, en cierta forma la obligaba a tener contacto con otros hombres, yo entre ellos. Ella siempre alegó que el motivo era su tacañería con el dinero, lo que la obligaba, por ello, a buscarse la vida de alguna manera.

Cuando dimos el salto y para unir nuestras vidas, en apenas dos semanas de convivencia me hizo cornudo por primera vez.

Salió una tarde a lavar ropa, porque carecíamos en este momento de electrodoméstico y se desplazó a su antigua casa. Cuando regresó dos horas mas tarde su falda corta había cambiado a pantalón vaquero y su blusa era ahora un jersey. Su cara algo demacrada decía que algo había sucedido durante ese tiempo. Me confesó que su antigua pareja estaba en la casa y que la había obligado a acostarse con él, incluso me aclaró que se había corrido dentro de ella, sin embargo siempre he sospechado que ella fue vestida con aquella falda corta para tentarle.

Todos los comienzos son complicados y para nosotros no hubo excepción a la regla.

Un mes después de iniciar nuestra convivencia obtuvo trabajo como camarera de piso en un aparta hotel.

Durante la primera semana me contó que en tres ocasiones distintas había tenido algunas incidencias en su trabajo. Confesó que en dos oportunidades al entrar en las habitaciones había encontrado al huésped tumbado en la cama, dormido según ella, totalmente desnudo y erecto. En la otra ocasión no estaba en la cama, salió de la ducha también desnudo sin ocultar para nada la tremenda erección que tenía.

Durante esa época nuestra relación sexual era intensa y sus confesiones siempre las hacía mientras las manteníamos.

Una cuarta confesión de este mismo tipo la hizo dos semanas mas tarde y en todas ellas mantuvo que se retiró del escenario en cuanto se encontró con las situaciones mencionadas.

Mantuvo el trabajo durante tres meses y durante este tiempo en al menos siete ocasiones, que yo recordase, regresó a casa con evidentes síntomas de excitación. Nos metíamos de inmediato en la cama a disfrutar mutuamente. Casi lo hacíamos a diario, pero en esas oportunidades su euforia era mayúscula.

Dos años mas tarde me lo confesó parcialmente indicándome que tres veces me había sido infiel con clientes del aparta hotel. Dos veces simplemente había hecho sexo oral con el cliente mientras éste la acariciaba íntimamente a ella y que la otra vez, el cliente la había poseído usando un preservativo. Mis cuentas no cuadraban, pero no la forcé a nada mas, conocedor como soy de su naturaleza, sabiendo que mas tarde o mas temprano acabaría contradiciéndose, momento que aprovecharía para sacar a la luz lo que faltaba en su confesión previa.

Algunos meses mas tarde, durante una de nuestras sesiones de sexo alocado, le pregunté por sus experiencias en el trabajo y fue entonces cuando confesó toda la verdad. No sólo habían sido aquellas tres veces, al menos cinco veces más había tenido sexo allí y si bien las dos primeras veces sólo había sido oral, en todas las demás, se había metido en la cama y entregado al cliente de turno.

Aquello me excitaba, conocer que mi mujer había mantenido relaciones de sexo con otros hombres después de casarnos me ponía tremendamente caliente. En ésta época yo trabajaba y ella permanecía en casa atendiendo las labores del hogar, hasta hace cuatro años que la cuestión laboral cambió por la dichosa crisis.

Cambiamos los papeles cuando ella consiguió un empleo en una cafetería. Los primeros meses iba todo bien, aunque en ocasiones regresaba más tarde de lo habitual por razones del trabajo.

Seguíamos manteniendo una buena relación de sexo y nos gustaba fantasear. Ella siempre aceptó de buen modo el imaginarla manteniendo sexo con alguien mientras me hacía una mamada a mí. Se corría mientras me escuchaba imaginando como otro la poseía mientras yo era partícipe observando como lo hacía.

Hacia el tercer mes en su trabajo, mientras disfrutábamos en la cama, le pregunté si no existía alguien que le apeteciera entre sus conocidos en el trabajo, ya que le había propuesto reiteradamente que buscara a alguien para hacer realidad nuestra fantasía y ella siempre se excusaba en que no sabía de nadie. Me confesó entonces que había un chico de mas o menos su edad que la atraía, pero que no se atrevía a decirle nada.

Durante nuestra siguiente sesión de sexo marital, insistiendo sobre esa persona, le indiqué que le propusiera ir a tomar algo cuando terminara su jornada laboral y lo aceptó mientras me brindaba un orgasmo intenso por su parte.

Al día siguiente y de nuevo mientras la tomaba, volvimos sobre el tema aunque reconoció que no le había dicho nada aun. Le indiqué que compraba condones y le insistí en que le invitara ella. Su orgasmo siempre que charlábamos sobre esto era intenso y placentero.

En una siguiente ocasión me indicó que no le había visto el día anterior y de nuevo le insistí en como debía gestionar su cita, diciéndole incluso que si era divorciado, como me había dicho, no tendría problema alguno para llevarla a su propia casa sin necesidad de tener el encuentro en algún hotel o en su coche.

Sobre las doce de la noche recibí su llamada de teléfono para decirme que no la esperara despierto porque iba a salir a tomar algo. Supe sin mas palabras que había dado el paso en la cita que comentáramos y que iba a pasar la velada con esa persona, le dije que lo pasara bien y nos despedimos.

Esa noche me masturbé imaginándola en la cama con su amante esporádico.

Estaban a punto de dar las diez de la mañana cuando regresó a casa. Sus ojos iluminados, su expresión alegre, contenta se lanzó a mis brazos y nos besamos con verdadera pasión. Mientras la acariciaba, bajé una mano a su entrepierna, sobre la falda que llevaba y le pregunté sobre su noche. Me adelantó que lo habían hecho tres veces y que efectivamente la había llevado a su casa, tal como le indicase en su momento. Casi sin preámbulos nos fuimos a la cama y allí, me relató que la invitó a la copa en su domicilio y que ya el dormitorio, le había incluso comido la polla en dos ocasiones diferentes a lo largo de la noche. La monté mientras me contaba alguna de las posiciones en que la había puesto y que incluso en la mañana, antes de despedirse la tomó de nuevo. Tres veces le entregó su esperma porque no había comprado los condones alegando que conocía perfectamente que no le agradaba usarlos, pero que no debía preocuparte ya que la regla estaba a punto de venirle. Cuando le pregunté por su disfrute confesó que incluso había perdido la cuenta debido a la fogosidad extrema de aquella persona.

Tal como me adelantara, dos días mas tarde su ciclo menstrual hizo acto de presencia y de inmediato comenzó a tomar las anti baby.

Cada día de las dos semana siguientes me comentaba de la presencia de Juan en la cafetería, de sus miradas, sus gestos y ademanes hacia mi mujer y, cada vez yo le insistía en que me lo presentase para tratar de hacer realidad nuestra fantasía favorita.

En dos ocasiones mas regresó a casa bien entrada la madrugada y en ambas me informó de que había estado con Juan en su casa para echar un polvo rapidito.

Una tarde que libraba en su trabajo, me dijo de salir a tomar algo juntos. Se había vestido muy sexy, con blusa bastante ligera y una falda ajustada a mitad de sus muslos, ni me imaginaba la sorpresa que me tenía preparada.

Sentados en una céntrica cafetería disfrutábamos de unas cervezas cuando alguien se acercó a nuestra mesa. En ese momento, mi esposa me presentó a Juan, su amante. De ahí a decidir ir a su casa apenas cinco minutos.

María y Juan viajaron juntos y yo les seguí en nuestro coche. Apenas diez minutos de desplazamiento por la autovía cuando se desvió rumbo a una urbanización. Me indicó donde debía estacionar el auto y ellos aparcaron un poco mas adelante.

Su casa, bien organizada y bastante funcional demostraba que se trataba de alguien cuidadoso. Sentados en la sala, charlábamos saboreando una copa cuando mi mujer se levantó de nuestro lado indicándonos que iba a tomar una ducha.

No había tensión en el ambiente, aunque acabáramos de conocernos, la conversación era distendida y en ningún momento hubo mención a sus encuentros en las semanas previas.

María regresó del baño unos minutos después, simplemente envuelta en una toalla y cuando estuvo a nuestro lado, nos indicó que iba a irse a la cama, en clara invitación a Juan para que la siguiera.

Él se levantó disculpándose y se dirigió al baño también, dejándome a solas ante la copa y el televisor encendido. Cuando por fin regresó a la sala, me indicó que ahora era el momento para decidir ya que, podía continuar allí en la sala viendo la tv o si me apetecía, acercarme a la habitación que previamente me había mostrado al llegar a la casa, diciéndome que dejaría la puerta totalmente abierta. Dicho esto fue a la habitación donde ya se encontraba mi mujer.

Bajé el volumen del aparato y pronto escuché lo que sucedía al fondo del pasillo. Mi esposa le pedía que siguiera en lo que estuviera haciendo. Mi excitación en aumento no me permitía continuar en la sala, así que lentamente me fui acercando a la alcoba. Sin asomarme, simplemente a un paso de la puerta, escuché a mi mujer como le decía que era su turno y pocos segundos después los sonidos que llegaban a mi me hicieron suponer que se la estaba chupando en esos momentos.

Me decidí, avancé y miré al interior de la habitación. Ambos desnudos, Juan acostado sobre la cama, mientras mi mujercita, arrodillada en la misma, le chupaba la polla con deleite. Precisamente fue mi esposa quien me vio primero allí en la puerta, mirándoles y redobló sus esfuerzos por chupar todo aquel trozo que le ofrecían.

Casi de inmediato Juan descubrió mi presencia mientras me invitaba a entrar en la habitación, añadiendo que mi mujer era una estupenda mamadora y que le encantaba como se la comía cada vez que se reunían.

Yo estaba empalmadísimo mirando a mi mujer deleitarse con la polla de Juan en su boca, mientras este la acariciaba entre sus abiertos muslos, ofrecida como estaba hacia él.

Fue mi mujer quien me indicó que me sentara al borde de la cama para que pudiera ver como Juan la iba a montar en apenas unos segundos.

Tumbada en la cama, con sus piernas abiertas, el coño totalmente rasurado, con ese brillo genial en sus ojos, tomándome de la mano mientras le pedía a Juan que se la metiera entera.

Le recibió con un sonido profundo, gutural, mantenido durante los segundos que tardó en ensartarla por completo. Sus ojos se cerraron mientras la polla de Juan la iba perforando hasta que quedó totalmente enterrada en su cuerpo. Sus pezones como piedras, su mano haciendo presión en la mía al tiempo que él la penetraba, su grito profundo de placer mientras se entregaba fueron mas que suficientes, eyaculé en mis slip, sin tocarme, sin sacarme la ropa, sin hacer gesto alguno, sólo sintiéndola a ella y viendo como Juan comenzaba a embestirla cada vez mas fuerte. Sin embargo mi erección no decreció un ápice.

Estaba allí sentado a un lado de la cama, viendo en directo como se follaban a mi mujer, sintiéndola disfrutar, escuchando sus gemidos, los jadeos de ambos, el rítmico sonido de sus cuerpos golpeando cuando el pene de Juan entraba y salía del chocho de mi esposa. El vicio en su estado mas puro mientras mi mujercita cogía con su amante en mi presencia.

Noté el orgasmo de mi esposa, gritando de placer mientras se corría, escuchaba los gruñidos de Juan tratando de seguir con el mismo ritmo de follada.

Fue entonces cuando por fin mi mujer le pidió que la pusiera a cuatro patas y al mismo tiempo me dijo que quería comerme la polla. Llegó el momento ansiado de ver cumplida nuestra fantasía.

Arrodillada en la cama, mi mujercita se dejó penetrar nuevamente por Juan y casi de inmediato comenzó a saborearme la polla a mi, que permanecí de pie. Los embates de su querido la hacían abalanzarse sobre mi erección. La sentía comerme la polla mientras veía como él se hundía una y otra vez en el conejo de mi esposa, metiendo toda la extensión de su miembro en el cuerpo de mi mujer. María se corrió de nuevo mientras le acariciaba la cabeza con mis manos, sin soltar mi polla de la boca. Le advertí que estaba a punto de darle mi leche y mirándome me hizo un gesto afirmativo con su cabeza. Casi de inmediato descargué mi corrida en sus labios, bebió y tragó sin siquiera hacer un gesto para separarse de mi, vaciándome por completo.

Cuando me retiré, ella gimiendo y entrecortada la voz, le pedía a su amante que siguiera y unos minutos mas tarde Juan le llenó el conejo con su chorro blanco. Se embutió mas si cabe dentro de ella, agarrando con fuerza sus caderas para empujar mas y mas mientras se corría dentro de mi mujer, gruñendo placenteramente.

Apenas se retiró de mi esposa cuando ésta se giró hacia mi, mostrándome como su chocho dilatado expulsaba parte de la leche que su amante le había dejado dentro.

Esa simplemente fue la primera tarde de placer juntos, aunque no ha sido la única.

Fueron mis primeros cuernos como observador y partícipe de la follada que le hicieron a Maria José y, siendo sincero, debo decir que los disfruté como no me había imaginado nunca hacerlo.