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Sexo sin Fronteras: ONG del placer sin límites (1)

en Intercambios

La Semana Santa de hace un par de años, tenía previsto irme de vacaciones con Álvaro, mi marido, a alguna de esas islas tropicales paradisíacas. Una coralina, llena de cocoteros, en las que sólo hay un hotel con bungalós sobre el mar y no se puede hacer otra cosa que ver pececitos y follar, comer y follar, tostarte al sol y follar, darle al gintonic y,… ¡si el cuerpo todavía aguanta!.

Llevábamos veintidós años casados y la chispa de los primeros tiempos, estaba iniciando un periodo de hibernación a marchas forzadas. Como nos seguíamos queriendo, intentábamos buscar alicientes para reactivar las ganas de disfrutar del sexo en común.

Un par de semanas antes de contratar el viaje, la empresa en la que yo trabajaba desde hacía casi diez años, decidió cerrar de un día para otro. Como tantos otros, me quedé en la puta calle, esperando cobrar algún día la mísera indemnización. Tuvimos que reducir gastos. Ya sabéis que los supermercados y los bancos no entienden bien esas cosas…

Primero pensamos cancelar las vacaciones, pero finalmente, optamos por darnos un homenaje antes de iniciar la travesía del desierto, aunque nos decidimos por algo más cercano y económico y nos fuimos al Cabo de Gata.

Como veréis en este relato, fue la mejor decisión de nuestras vidas.

Por cierto, antes de continuar: me llamo Idoia.

Cogimos una habitación en un hotel baratito cerca de Las Negras, una zona tranquila, muy bonita y un poco hippy, especialmente fuera de temporada. El hotel resultó ser mucho más acogedor y divertido de lo que podíamos esperar. Era casi como una comuna alternativa, pero con todo organizado, limpio y de calidad.

Los propietarios gestionaban directamente el hotel. Eran una pareja austríaca que había venido por primera vez a la zona en los noventa. Se enamoraron del lugar, compraron la propiedad y con un gusto exquisito y trabajo duro, la convirtieron en un acogedor rincón para disfrutar relajadamente de la naturaleza y aflorar lo mejor de uno mismo.

Al ir a formalizar el check-in, aparte de pedirnos la tarjeta de crédito (alternativos, mucho, pero con lo de comer, poca broma…), lo primero que nos dijo Karl, el chico de la pareja propietaria, fue que nos sintiésemos como en nuestra casa, nos olvidásemos de los horarios y dejásemos que nuestros cuerpos nos llevasen a un profundo relax y a disfrutar de la sensualidad del lugar. Eso último, dirigiéndose a mí y mirándome profundamente a los ojos con una sonrisa traviesa.

- Venid, que os enseño nuestra casa y os acompaño a vuestra habitación.

Las habitaciones estaban distribuidas por la propiedad. En la casa principal, tenían cuatro o cinco habitaciones, la recepción, la cocina y la sala del restaurante interior, así como sus espacios privados, dónde vivían ellos.

El resto de habitaciones, eran pequeñas casas dispuestas sin un orden establecido alrededor de un gran patio, presidido por una imponente alberca que hacía las veces de piscina. Todas ellas, muy bien integradas en el entorno. Cada construcción, al estilo rústico del lugar, estaba compuesta por una o dos habitaciones.

- El desayuno lo servimos alrededor de la piscina. Cuando os levantéis, ya os veremos y os lo preparamos al instante. Panecillos recién horneados por Marlen –su compañera-, embutidos y quesos de la zona, fruta y zumo de naranja recién exprimido. Si queréis cereales, yogur u otra cosa, nos lo pedís.

- La cenas, se han de reservar y si el tiempo lo permite, también ponemos las mesas aquí. Queda muy bonito y siempre es un buen comienzo para una noche de pasión.

- Tanto para el desayuno como para la cena, si es en el exterior, podéis venir con ropa o sin. Para tomar el sol y bañaros, lo mismo, aunque en la piscina y las tumbonas, nadie suele usarla.

Al escuchar las explicaciones, se nos iba poniendo cara de tontos. ¡No nos habíamos enterado que era un hotel naturista!. Miré a Álvaro con cara de desconcierto. Él se encogió de hombros, con un escueto: Lo hablamos en la habitación.

Mientras Karl seguía con sus explicaciones sobre la historia del lugar, salió Marlen al patio y eso me turbó todavía más. Venía tan tranquila, con sus pechos morenos al aire y la cintura cubierta con un pareo de gasa que no ocultaba la ausencia de unas bragas de bikini u otra cosa que le tapase el felpudo.

- ¡Hola!. Bienvenidos al nuestra casa. ¿Ya os lo ha explicado todo mi chico?. Venid, que os acompañaré a vuestra habitación. Os daremos una superior, ya que estos días, no las tenemos todas ocupadas. Tienen un jacuzzi para que os podáis hacer mimitos. Espero que lo disfrutéis y pronto volváis con amigos vuestros.

La habitación nos gustó mucho. No tenía los lujos inútiles de los hoteles más normales, pero era amplia, cómoda y rezumaba un aire muy sensual. La cama era antigua, enmarcada por un alto dosel y tenía un colchón inmenso y con la justa firmeza. Al verla, me tiré de cabeza sobre ella.

- ¡Mmmmm, cariño!. Menudos polvetes nos vamos a echar estos días. ¿Quieres empezar ahora?.

- Deja, deja, ya tendremos tiempo. Vamos a deshacer la maleta y a ver dónde vamos mañana, que tenemos que ir a cenar en menos de una hora.

- Eres un muermo, cariño. ¡Ponle un poco de sal a la vida!. A ver si estos días se me liga un tío que tenga más ganas de jugar con mi coñito, que a ti no te veo por la labor.

Pusimos o mejor dicho, puse, nuestra ropa en los armarios. Como todavía quedaba tiempo y mi marido no pensaba usarlo para darme una alegría, como a mí me hubiese gustado, decidí que al menos, iría a cenar con la polla tiesa, ¡a ver si después la usaba para algo!.

- ¿Nos duchamos antes de cenar, cariño?.

Se lo decía, mientras iba quitándome la ropa. Cuando me quedé completamente desnuda, no me cubrí, sino que me puse a su lado y tomándole la mano, se la acerqué a mis tetas.

- ¿Te ayudo a desnudarte?. Mientras te desabrocho, puedes acariciarme. Ya sabes que tengo los pezones muy sensibles y necesitan mimos.

- Déjame, Idoia, estoy bien así y ahora me da pereza ducharme. Ya lo haré antes de irme a la cama. Anda pasa a la ducha. No se qué haces paseándote desnuda por la habitación. No ves que ahora no tenemos tiempo de hacer nada.

¡Coño!, ¿qué le pasa a mi hombre?. A ver, nunca he tenido el tipazo de una top model, pero sé que a pesar de mis cuarenta y siete años, todavía estoy buena. Cuando me desnudo en el vestuario de la piscina, veo la cara de cochina envidia de mis amigas. Un día incluso oí comentar entre algunas jovencitas que ya les gustaría estar como yo cuando tuviesen mi edad y ¡las que estaban hablando pensaban que llegaba a la cuarentena justita!.

Me gusta cuidarme y como mi madre y la abuela, las mujeres de la familia, tengo buenos genes. Siempre he sido delgadita y además, como tristemente no hemos tenido hijos, tampoco he tenido que hacer grandes esfuerzos para mantener el tipo. No tengo mucho pecho. Supongo que por eso, por la natación y porque desde hace muchos años, cada noche me los masajeo a fondo con crema hidratante, se mantienen en su sitio. Sé que a Álvaro le gustan más grandes y estaría feliz si me los operase, pero yo me siento muy a gusto con lo que me ha dotado la naturaleza.

Aunque me gustaría revelarme y dejar de usar sujetador, los pezones se me ponen tiesos con facilidad y a veces quedan demasiado prominentes para que no se me noten si prescindo del castrante envoltorio. Debería pasar de ello, pero tal vez sea demasiado puritana. Esas vacaciones me hicieron olvidar estos prejuicios...

Lo que más me gusta de mi cuerpo, es el culo. Tengo un culito duro, con unas nalgas respingonas y musculadas. ¡Ya os gustaría a muchas de vosotras con la mitad de mis años tenerlas así!. A sí, perdonad, tengo un coñito precioso: labios cerraditos y simétricos, con la capuchita en lo alto, bien marcada, envolviendo un grueso botoncito, muuuuuuy sensible.

Para mí, sólo desmerece algo mi cara. Tengo una ligera papada y ya me han aparecido unas delatadoras arruguitas alrededor de la curva de los ojos. Aunque cuando pienso en cómo está mi marido, me sube el ego unos cuantos puntos. No se cuida demasiado. Resultado: barriguita, descuidado,… Ni tan solo se recorta el pubis, a pesar de que se lo pedido multitud de veces.

Al entrar en el baño, me miré con detenimiento en el espejo de cuerpo entero y llegué a una gratificante conclusión: Objetivamente, creo que estoy buena. Pero también a otra mucho menos gratificante: ¡Joder!, si soy la que estoy mejor de mis amigas, soy divertida y buena persona y… me encanta el sexo, ¿por qué coño mi marido me presta tan poca atención?.

Mientras me acariciaba el cuerpo indolentemente delante del espejo, sumida en mis reflexiones, tomé una decisión: Estas vacaciones iba a dejar todos los prejuicios en casa y me iba a desmadrar como jamás había hecho y más de una vez me había quedado con las ganas de hacer: A ver si Álvaro reacciona y reencontramos la pasión para gozar de nuestros cuerpos. No sé él, pero yo, ¡lo necesito!.

Me duché, frotándome el cuerpo con un gel tonificante, gentileza del hotel. Perfumada con ese aroma marcadamente sensual, no podía pasar desapercibida. Al acabar, me miré de nuevo en el espejo y me vi diferente. Más mujer. Con ganas de enseñar que lo era y que todavía me quedaba mucho por disfrutar de la vida y… del sexo.

Al llegar al pubis, se me ocurrió que me quedaría mejor más recortadito. Para este viaje, me lo había rebajado un poco, igualándome los ricitos y me había hecho la cera, dejándolo bien depiladito por los lados, para que no me saliesen pelillos de las bragas del bikini nuevo, con un poco menos de tela que los que suelo usar.

Me reí sola. No me saldrían los pelos de las bragas, porque ¡llevaría a Álvaro a alguna playa nudista y por primera vez en mi vida, no me las pondría!. Cogí el barbero de mi marido de su neceser y me dejé el vello de los bajos al mínimo. Se me veía un pubis de mujer, pero moderno y cuidado. Vamos, para enseñarlo. Para completar, me afeité los lados un poco más y eliminé los pelitos que me quedaban en los labios y entre el agujero de atrás y la rajita.

Volví a mirarme en el espejo. Separé las piernas y me abrí los labios vaginales con los dedos. Lo que vi, me gustó. Miré más arriba. ¡Si señora!. Todavía tenía un buen cuerpo. Merecía enseñarlo y yo… ¡tenía ganas de hacerlo!.

Guardé las cosas y salí del baño seca y sin toalla.

- Mira, cariño. Me he recortado más los pelitos del coño. ¿Te gustan así, o prefieres que me los quite del todo?.

Me miró con curiosidad, pero sin ese morbo que me hubiese gustado ver en sus ojos…

- Haz lo que quieras. Total, si no se te van a ver.

- Pero, querido, ¡tú sí que los ves… y los tocas!. Si te va a gustar más comerte mi coñito pelón, yo me los quito todos ahora mismo.

- Además, en la playa, nos vamos a despelotar. Estos días, me siento muy liberal y quiero ser la envidia de mis amigas de la piscina, cuando vean mi moreno integral.

Mi marido, me miró con cara de circunstancias y no dijo nada más. Eso, me cabreó bastante. Yo sabía que desnuda, cachonda y recién bañada, estaba divina de la muerte y él, ni caso. Decidí ir a por todas, a ver que hacía. O me cuidaba y me follaba bien follada, o me tendría que buscar a alguien que lo hiciese... ¡No pensaba desperdiciar más el tiempo que me quedaba para disfrutar de mi cuerpo!.

Escogí el vestido más corto y calado que me había traído. Me lo compré para llevarlo con unos bajos de combinación y un top o al menos un sujetador grueso. No me puse nada de eso. Lo dejé estirado en la cama, esperé a que él me mirase y sólo entonces, lo tomé por el dobladillo y me lo puse sobre mi piel.

- Cariño, abróchame la cremallera lateral. Vigila no me pellizques la teta.

- Pero…. Idoia, ¡se te ve todo!. Quítatelo y ponte otra cosa o, al menos, ponte algo debajo que te tape.

- Déjalo, Álvaro. Hace calor y al mirarme en el espejo, he visto que todavía estoy muy buena. Como de aquí unos años no estaré igual, en este viaje, quiero desmelenarme. Creo que tú debieras hacer lo mismo. Este sitio es ideal. ¡Pensaba que lo habías elegido por eso!.

- Anda, súbeme de una vez la cremallera, sóbame un poco las tetas y vamos a cenar. Así podrás presumir de mujer.

Antes, nunca me habría atrevido a salir vestida así, pero algo había cambiado en mí en los últimos días. ¡Quería disfrutar del placer de sentirme una mujer guapa y deseable y enseñarlo sin falsos pudores!.

La cena estuvo muy bien. Medio vegetariana, pero con una calidad y presentación exquisitas. El entorno era precioso. Sentados en mesas alrededor de la piscina, bajo la luz de la luna, acompañados de velas.

Había otras cuatro parejas cenando. Dos de ellas, cenaban sin ropa y el resto, vestidas, como nosotros. El único que parecía sentirse incómodo era Álvaro, porque el resto, nos lo tomábamos con absoluta normalidad.

Al acabar, Marlen nos invitó a quedarnos un rato en la alberca y presentarnos a los otros huéspedes. Una de las parejas, se despidió y marchó hacia su habitación. El resto, nos instalamos en los sillones dispuestos en el lado sur de la piscina. Antes de sentarnos, nos trajo a todos toallas de baño.

- Os dejo toallas por si luego queréis bañaros y para sentaros. El agua está buenísima a estas horas. Yo me voy a bañar ahora mismo.

- Karl, trae unos aguardientes y un vinito fresco antes de remojarte.

Marlen, sin más, se quitó el escueto pareo y se tiró de cabeza al agua. Estaba fantástica y a mí también me apetecía. Respiré hondo, miré a mi marido y me saqué el vestido por la cabeza. Al verme desnuda, hizo un gesto de desaprobación o de incomprensión, no supe interpretarlo.

- Venga, acompáñanos. El agua está perfecta.

Me hizo un gesto con la mano, como diciendo, continuad que esto no va conmigo y siguió a lo suyo.

Otra de las parejas, también decidió aprovechar el baño nocturno. Dejó la ropa al lado de sus sillones y se metió al agua. Nadamos todos un poco y al cabo de unos minutos, fuimos saliendo del agua. Los cuatro nos secamos sin prisas, comentando lo agradable que era un baño a esas horas en un ambiente tan idílico y nos estiramos en los sillones. Entonces, Marlen aprovechó para presentarnos:

- Idoia, nuestros compañeros de baño son Luisa y Jaime, de Zaragoza.

Se me acercaron y nos dimos dos besos. Luisa tenía unas tetas grandes y al acercarnos las mejillas, se tocaron con las mías. Ella se rió. Debían tener como unos quince años menos que nosotros.

- ¡Vigila, que tengo muchas cosquillas!. Tienes unos pechos preciosos, Idoia.

Ahora, la que se rió fui yo y aproveche para decirle que ellos sí que eran una pareja guapa. Llamé a mi chico para presentárselo:

- Cariño, ven a conocer a nuestros compañeros.

Álvaro le dio la mano a Jaime, mirándole de reojo el rabo y se recreo besando a Luisa, sin rechazar que ella al acercarse le frotase el brazo con los pechos. Aunque Jaime tenía un cuerpo diez, no estaba tan bien dotado como él. Seguro que eso le acrecentó el ego, mientras Jaime le decía:

- No te quitas la ropa, Álvaro. Hace una noche con una temperatura ideal.

- Mmmmm…. No solemos ir desnudos por ahí, pero un día es un día. ¡No voy a ser el único con calzones!.

Casi no me lo creía. Cuando se hubo desprendido de la última prenda, me acerqué a él, le pasé una mano por detrás, hasta tomarle del culo y le di un beso o mejor dicho, le morreé en toda regla. Empezaba a vislumbrar unas vacaciones inolvidables.

Llegó Karl con el carro de bebidas bien surtido y aprovechó para presentarnos a las otras dos parejas. Unos eran daneses, mayores que nosotros, debían rozar los setenta años y los otros, una joven pareja francesa, de Nîmes. Parecía que los cuatro llevaban ya días de vacaciones. Estaban todos morenos y sin marca alguna de ropa de baño.

Me sorprendió el ver que los daneses, a pesar de su edad, iban depilados hasta el último pelo. Ambos se conservaban muy bien. De hecho, él estaba más en forma y con las carnes más prietas que mi marido. Además, al no tener pelo alguno, se le veía una polla grande y muy apetecible.

Nos sentamos en los sillones y Karl nos fue sirviendo las bebidas que le pedimos. Yo, al ver que la mujer danesa, le decía riendo algo a su hombre y se inclinaba por el combinado secreto de Karl, también me apunté. Al dármelo, me advirtió con una sonrisa:

- Vigila, preciosa, que lleva un afrodisiaco muy potente.

Estuvimos hablando e intercambiando opiniones sobre el bien y el mal. Cuando el alcohol empezaba a hacer efecto, el chico francés se levantó y al rato volvió con una bolsita de maría. En su más que aceptable castellano, nos dijo a todos:

- ¿Qué, un porrito?

Hacía más de veinte años que no probaba uno. De hecho, no fumaba desde hacía muchos, muchos años, pero… estando en pelotas, en medio de una gente que hacía unas horas ni conocía, tomando un cóctel delicioso, con mi marido irreconocible, abierto a lo que pudiese caer… Los otros, ya lo daban por hecho, ¡yo no iba a ser menos!.

- Anda pásame uno poco cargado.

Él preparó el material y luego lo pasó a su chica. Ella los liaba con arte, aunque de forma un tanto singular, seguro que fruto de una amplia experiencia. Mantenía replegada la pierna izquierda en ángulo recto. La cara interna le quedaba plana. Puso el papel con el tabaco bien mezclado encima del muslo y lo enrolló hacia arriba, hasta tropezar con los labios del coño. Le pasó la lengua, lo cerró con los dedos y me lo dio con una sonrisa y un piquito. Continuó preparando uno para cada pareja, siguiendo el mismo procedimiento para todos.

- ¿Lo quieres encender tú?, le dije a Álvaro.

- No, no, yo no voy a probarlo. Soy demasiado viejo para empezar con los porros.

- Tú te lo pierdes. Hoy estoy muy cachonda y tan desmadrada como si fuese una adolescente.

Lo encendí y le di una calada profunda. Si ya estaba en el quinto cielo, ¡en unos minutos, llegué al séptimo!. Me relajé completamente, dejando resbalar el culo en el sillón. Pasando de todo, pasé una pierna en cada uno de los brazos del sillón y aspiré otra calada con ganas. Estaba en el paraíso. Entonces mi marido me tuvo que cortar el rollo…

- Idoia, por favor, ¡estás enseñando a todos la raja completamente abierta!. ¡Baja las piernas!. Como si no fuese suficiente que estemos en pelotas, has de enseñar el coño como si fueses una puta buscando clientes.

La verdad, estaba tan cachonda y a la vez en un estado de relajación casi espiritual, que todo me daba igual. Miré a las otras parejas y lo que me encontré, todavía me excitó más.

El danés estaba masturbando a su mujer mientras ambos hablaban distendidamente con la pareja propietaria del hotel. Ella aprovechaba para acariciarse los pechos y de tanto en tanto, coger el miembro de su marido y darle un repasito. Marlen y Karl estaban sentados sobre el césped, frente a la pareja que ocupaba los sillones, con lo cual, sus genitales les quedaban a la altura de los ojos. No parecía que eso incomodase a nadie.

Nuestros proveedores de maría, no desaprovechaban el tiempo. Compartían uno de los butacones. Él sentado en el mueble y ella, cara con cara, sentada sobre su hombre. Aunque no podía verlo desde dónde estaba, era evidente que la chica tenía el chocho lleno a rebosar de polla gala. La posición les permitía seguir con su pasatiempo favorito: compartían el segundo canuto mientras ella rebotaba sobre los muslos de su chico. Su cara desencajada por el placer, era un buen indicador de que debían follar tan bien como liaban los porros.

No veía por ningún sitio a nuestros nuevos amigos maños. Iba a decirle a mi hombre que hiciese algo, porque ya íbamos muy retrasados con respecto al resto, cuando los vi parecer. Se tiraron a la piscina y la cruzaron nadando con un estilo impecable. Al llegar a la otra esquina, Luisa salió, se sentó en el borde, se estiró hacia atrás, dejando las piernas en el agua y Jaime no perdió ni un momento: se puso a comerle el coño con una energía y sabiduría tales que me hicieron coger la mano de Álvaro y llevármela directa a mi raja.

- ¡Pero qué haces!. Como quieres que te toque aquí en medio.

- Joder Álvaro, ¿no ves cómo están todos?. Estoy que reviento si no me la metes. ¿Quieres que te la coma?. Pídeme lo que quieras, pero ¡fóllame de una vez!.

Vi que se le iba poniendo dura y se la cogí. Empecé a meneársela y me apartó la mano con una sacudida.

- Para, coño. ¿Pero qué te pasa?. Venga vamos a la habitación y acabemos con esto.

- Es que a mí me gusta más que me lo hagas aquí, como los demás. Me pone a mil. Nunca había estado tan caliente. Suéltate y métemela. Venga, no seas aguafiestas. Este lugar es mágico y nadie va a contar nada de lo que pase aquí.

- Yo me voy. Si tú te quieres quedar, allá tú. Ya eres mayorcita para saber lo que haces.

Se levantó y recogió su ropa. Como podéis imaginar, cogí mi vestido y le seguí. Veníamos a ponerle salsa algo más picante a nuestra pareja. No era mi intención tirar mi matrimonio por la borda, pero la verdad, es que me dejó con la miel en la boca, o mejor, en el coño. Lo que hacía unos años, también me hubiese escandalizado, ahora… me atraía profundamente.

Entramos en la habitación y todo fueron mimitos. Follamos como hacía tiempo que no lo hacíamos. Fue un polvo para recordar, pero aunque me corrí dos veces, con ganas, y él otras dos, una rellenándome la raja de lefa y la otra untándome bien las tetas, me quedó un regusto ambivalente: Me hubiese gustado enseñar a las otras parejas lo muy mujer que era y… tal vez, compartir algo con alguno de ellos.

A la mañana siguiente, me desperté temprano, como habitualmente, antes que Álvaro. Salí sólo con la toalla, la dejé en una de las tumbonas y me tiré a la piscina. A pesar de lo temprano de la hora, a los diez minutos, apareció Marlen con su breve pareo a la cintura y una bandeja con un desayuno hand made:Fruta de su huerta, zumo de naranja de los árboles de la propiedad, pastas macrobióticas, un surtido de quesos de las granjas de la zona y pan tostado hecho en casa con aceite y tomate. ¡Una delicia impagable!

Cogí la toalla para secarme y arroparme, pero Marlen me la arrebató suavemente, en medio de su eterna sonrisa, a la vez plácida y sensual, como esperando algo de ti.

- Preciosa, deje que te seque.

Más que secarme, me acarició hasta conseguir que el agua adherida a mi cuerpo se evaporase. Su tratamiento, secó la mayor parte de mi piel, pero creó nuevas humedades entre mis muslos. Eso nunca me había pasado con una mujer, pero empezaba a entrever que Marlen era especial y que yo… estaba iniciando un camino hacia una nueva manera de entender el sexo.

Extendió la toalla sobre el sillón, sin darme opción a cubrirme con ella.

- Siéntate, cariño. Muestra tu desnudez. Tienes un cuerpo magnifico. No lo quieras ocultar.

Iba diciendo esas gratificantes palabras sin dejar de pasarme la mano por todo el cuerpo. Entended, no parecía algo sexual. No me tocaba la zona genital. No, pero tampoco dejaba de hacerme largos pases desde el cuello hasta la barriguita, por los brazos, desde la nuca hasta el inicio del culo y al subir, sus manos envolvían mis pechos, acariciando sutilmente los pezones. Seguía hablando mientras me recorría la mitad superior del cuerpo con sus manos, casi levitando sobre la piel. Era mágico.

- Te voy a decir cual son las mejores playas de esta zona. Sólo os voy a indicar aquellas en que no os hará falta ropa. Quiero que cuando te vayas de nuestra casa, estés completamente embebida de nuestro sol. En la piel, pero también en tu interior. Libre. Como tú estás intentando ser.

- Tus ojos me dicen que quieres vivir más que hasta ahora y empezarás por perder todo el pudor que sientes por tu cuerpo. Eres preciosa, Idoia. Te lo has de creer y lo has de enseñar.

- Gracias, Marlen, pero creo que te excedes en mucho.

- ¡Ssshhhhttttt…!. Disfruta del desayuno.

Estaba acabando el desayuno cuando vi salir a mi marido y acercarse hacia la mesa. Cuando me vio de cerca y se percató que iba totalmente desnuda, me llamó la atención.

- Idoia, ¡pero que haces desayunando en pelotas!. Demasiado dimos la nota ayer por la noche. Debió ser el alcohol o el porrito, pero nos pasamos un huevo. No sigas por ahí.

- Pues mira, me he dado un baño y no me he vestido. ¿Para qué?. Tírate a la piscina antes de desayunar. Ya verás, es mágico.

- Además, yo creo que la nota la hubiésemos dado si nos quedamos vestidos, como en Madrid. ¿No ves que aquí las cosas son diferentes?.

- Por cierto, Marlen nos va a decir cuáles son las mejores playas nudistas de la zona, porque al menos lo que es yo, no pienso ponerme nada encima para tomar el sol o bañarme durante estas de vacaciones.

- Deja, deja. Voy a desayunar. De lo de estar en bolas en la playa, ya hablaremos, pero no te digo que no. Creo que me va a gustar eso de airear las feromonas…

Como de la nada, apareció de nuevo Marlen. Traía otra bandeja, con un nuevo servicio completo.

- Venga, dormilón, que has de reponer fuerzas. Si te tiras a la alberca antes de desayunar, vas a quedar más que nuevo. Al salir, te daré un masaje ligero y ya podrás desayunar.

Los ojos de Álvaro no dejaban de mirar las estupendas tetas que lucía Marlen. Ella lo veía y cuando se giró me guiñó un ojo y le dijo:

- Venga, gandul, al agua. Veo que miras mis tetas con mucho interés, así que las usaré para darte el masaje por la espalda. No será tan tonificante como debiera, pero seguro que sí mucho más excitante.

Álvaro se puso rojo como un tomate. Iba a decir algo, pero la anfitriona le llevó su dedo a los labios y con su eterna sonrisa le desabrochó el botón de los pantalones y le señaló el agua. No tuvo opción: se acabó de quitar la ropa y se tiró de cabeza al agua.

Después de unos largos, salió eufórico de la alberca.

- Realmente está buenísima.

- ¿Tu mujer?, eso ya lo vemos. O, ¿te refieres al agua de la piscina?. No creo que seas tan insulso. Aunque… tal vez… ¿te estás refiriendo a mí?. Si es así, me gusta mucho que lo pienses.

- Venga, estírate en esa tumbona.

Puso la toalla sobre la tumbona y le hizo estirar. Iba a ponerse boca abajo, pero Marlen no se lo permitió, así que imbuido por el espíritu del lugar, se estiró de espaldas, con su polla mirando al cielo.

- ¡Huuuuy!, mira que le sale de entre las piernas. Así no podré masajearle. Se lo tendrás que hacer bajar.

- Perdona, pero viéndoos esos pechos, los coñitos y tu desinhibición, no puedo más y se me ha puesto dura. Lo siento de veras. Déja que me vaya un rato o al menos que me cubra.

- ¡Noooo, de ninguna manera!. ¿Cómo nos vas a privar el disfrutar de vistas tan magnificas?. ¿Verdad Idoia?.

- Claro, ¿tiene una polla bonita, eh Marlen?

- Mmmmm, sí, sí, no está nada, nada mal. Y, ¿sabe usarla bien?

- No lo hace mal del todo, pero últimamente está un poco desganado. Me tiene a régimen y eso que yo cada día tengo más apetito. De hecho, estos días de vacaciones, creo que se me va a desbocar el hambre…

Álvaro me miró con la cara desencajada al oírme. Estoy seguro que mis palabras, en vez de servirle de estimulo, las vio como una agresión a su masculinidad. El pobre, acabó de alucinar al oír como Marlen me decía entre risas:

- Cariño, se la bajas tú o lo hago yo, porque así, no puedo darle un masaje en condiciones. Aunque, si lo prefieres, podemos hacérselo entre las dos.

- Deja, deja, no me lo pongas más nervioso de lo que está. Ya se la relajo yo. Tal vez otro día…

Le cogí su miembro con la mano derecha y empecé a hacerle una paja de lujo. Le deslizaba el prepucio arriba y abajo. Al llegar al tope, continuaba restregando la verga hasta llegar al pubis y volvía a subir, arrastrando su pellejo hasta la puntita. Luego, un tratamiento parecido, pero sólo con los extremos de los dedos, presionando con diferentes intensidades todas las zonas del bálano. Y vuelta a empezar, cambiando sutilmente los tiempos de ascensión y descenso…

Él tenía la cara roja y miraba a su alrededor, buscando si alguien podía vernos. Yo, ¡hubiese deseado tener público!. Como podéis comprender, estos manejos estaban poniéndome cachondona y creo que también a Marlen. No aguantaba más y le dije:

- Cariño, hazme tu también una pajita, que me arde el coño. ¡Su respuesta, fue para enmarcar!.

- Idoia, es que me da vergüenza, aquí en medio.

Miré a Merlen y no hicieron falta más palabras. Vino a mi lado, me hizo separar las piernas, se puso en cuclillas y empezó a acariciarse el chumino mientras acercaba sus labios a mi chochito. Me regaló una comida de coño como nadie me había ofrecido hasta ese día. ¡Joder!, me corrí entre espasmos. Fue un orgasmo laaaargoooo y muy intenso. ¡Menuda lengua se gastaba la tía!.

A pesar de esas placenteras distracciones, no dejé en ningún momento de masturbar a mi marido. Poco después de mi corrida, se le hinchó la base de la tranca y empezó a soltar lechazos por la punta del ciruelo, como si fuese un geiser. Se le quedó la panza más nevada que el Alto de los Leones en un buen año.

Mientras, nuestra amiga no perdía al tiempo. Las fuertes caricias manuales con que atendía a sus genitales, dieron sus frutos. Cuando estaba en el punto álgido, se metió tres dedos de una mano hasta el fondo del coño, los hizo trabajar cual batidora y se pellizcó el clítoris con rudeza con la otra. En unos instantes, le sobrevino un brutal orgasmo, eyaculando patas abajo un río de flujos densos y pegajosos. Permanecimos los tres un par de minutos en silencio y entonces nos dijo Marlen, como si nada hubiese pasado:

- ¿Nos pasamos una duchadita para no ensuciar la alberca y nos damos un chapuzón?

Así iban las cosas en ese hotel. No esperábamos nada por el estilo, pero ese hedonismo sibarita, nos despertó los sentidos y tal vez, la pasión que, al menos yo, echaba en falta.

Nos habían indicado una amplia lista de calas y playas bonitas y casi vírgenes en las que lo usual era no entorpecer los rayos del sol con ropa innecesaria. Como teníamos varios días, escogimos la que quedaba más al norte, una llamada “Playa de los Muertos”. Tomamos el coche y hacia ella nos dirigimos.

Es una playa de fácil acceso, con un aparcamiento al pie de la carretera que va de Níjar a Carboneras. Bajando por un sendero llegamos fácilmente a una playa preciosa, con el agua limpia, muy grande y de arena gruesa. Marlen nos había informado que la zona donde preferentemente se situaban las parejas naturistas heterosexuales era la que quedaba más al sur, protegida por unos riscos. Hacia ella nos dirigimos.

Al llegar a la playa, empezamos a ver textiles y otros sin tela alguna, conviviendo tranquilamente. Al irnos acercando a la zona indicada por nuestra anfitriona, las ropas se iban quedando en los bolsos de playa, ya que prácticamente todo el mundo tomaba el sol y se bañaba a pelo.

Buscamos un espacio libre un poco amplio y allí plantamos la sombrilla. Estiramos las toallas, nos quitamos las alpargatas y dejamos las bolsas. Entonces llegó el momento de la verdad. Yo lo tenía tan claro como que no llevaba nada debajo del primaveral vestido de tirantes. Lo tomé de la parte baja y ¡alehoop!. Todo fuera.

Quedarme en pelotas en un sitio público era una sensación nueva para mí, pero me gustó. Disfrutar, sin impedimentos inútiles, del sol y el mar, todavía me gustó mucho más.

A Álvaro, aunque convencido de dar el paso, le costó un poco más, pero no tardó mucho en bajarse el anticuado bañador de flores que se había puesto. Tenía la polla morcillona. Tanta teta y coño sueltos, hicieron su efecto… y eso, me encantó.

Entre baño y baño, estuvimos retozando bajo el sol de Andalucía un par de horas. No nos olvidamos de darnos crema solar. La primera vez, cada uno protegió su piel, pero cuando tocó reponerla, intercambiamos los papeles y nos regodeamos acariciando, quiero decir, extendiendo la cremita, sobre el cuerpo del otro. Cerca de nosotros había otra pareja y se la habían puesto de una forma tan morbosa, que nos contagiaron las ganas de no dejar parte alguna sin “tratar”.

Justo cuando Álvaro estaba protegiéndome a fondo las tetas y el pubis de los malignos rayos solares, tuvimos el encuentro que marcaría definitivamente nuestra vida sexual a partir de ese día.

- Idoia, Álvaro, que ilusión encontraros aquí. Hace al menos un par o tres de meses que no habíamos coincidido y ahora, nos encontramos en este paraíso. ¡Quién lo iba a decir!. ¿Os importa que nos pongamos a vuestro lado?.

El que se dirigía a nosotros era Manuel. Le acompañaba Pilar, su mujer. Eran vecinos nuestros de la urbanización. Tenían una de las parcelas esquineras. Eran las más grandes y la casa, aunque nunca habíamos entrado, parecía tres veces mayor que la nuestra y mucho más lujosa. Coincidíamos en pocas ocasiones, ya que ellos tenían un nivel socio-económico más elevado y se movían en otros círculos. Además eran muy discretos y no hablaban casi nada de su vida.

Nos sorprendió verles aparecer en esa playa, tan desnudos como nosotros y bronceados sin marca alguna, lo que indicaba que el dejar los bañadores en casa, era habitual para ellos. Les teníamos por una pareja muy conservadora. Debe ser que las apariencias engañan, porque luego nos contaron que también a ellos les había sorprendido encontrarnos allí.

Se nos acercaron como si fuésemos amigos íntimos de toda la vida. Nos besaron, con una cercanía más allá de la que podía esperar en unos conocidos de circunstancias. Pilar aplastó literalmente sus abultados pechos contra el cuerpo de Álvaro al besar sus mejillas. A mí, Manuel me tomó por la cintura para besarme. Noté perfectamente como su miembro acariciaba mis muslos.

Al vernos sorprendidos, despelotados y con mi marido acariciándome el coño, nos quedamos traspuestos al encontrarnos unos conocidos. El que les dijese que me estaba aplicando bloqueador solar, era una escusa mala y pueril. Una cosa es desmelenarse donde nadie te conoce, pero otra… es que tus conocidos lo sepan. No piensas que ellos están en parecidas condiciones. En cambio, ellos actuaron con toda normalidad, como si nos acabásemos de encontrar en el club social.

Extendieron sus toallas muy cerquita de las nuestras y se estiraron a tomar el sol. Pilar se puso de espaldas, apoyada sobre sus codos y con los muslos mucho más separados de lo necesario para que les llegasen los rayos del sol. Parecía que quisiese enseñar el coño. Y si no lo quería hacer, lo hacía igual, bien abierto, sin pudor alguno.

Tanto Manuel como Pilar llevaban el pubis completamente depilado. Es en lo primero que me fijé, pero al mirarle a él de arriba abajo, vi que en realidad, todo él no tenía un solo pelo en el cuerpo. Volví a mirarle disimuladamente la polla y me encontré con que tenía tatuado un sátiro en el pubis, justo encima de su miembro, en el lado izquierdo. Era un trabajo muy fino, a color, en el que destacaba un enorme falo erecto, coloreado en azul, rojo y amarillo.

Ladeé un poco el cuerpo y centré la mirada en Pilar. Primero me recreé en sus tetas. Las tenía preciosas, ni muy grandes ni pequeñas, sin estrías, con los pezones bien marcados y sobre todo, nada descolgadas. Estaba segura de que las debía tener operadas, pero fui incapaz de confirmarlo con la mirada. Me vinieron ganas de tomarlas en mis manos para ver si su textura lo revelaba.

Seguí repasando su cuerpo, hasta que llegué a su sexo. Tenía un coñito precioso, diría que impropio de la que pensaba que era su edad. Moreno, con los labios mayores marcados y los otros bien visibles. La raja, más arriba de lo normal, hasta tal punto que enseguida pensé que un tío se la podría meter de pie, frontalmente, sin necesidad de doblar el miembro hacia abajo. Al pensar en esas cosas, me puse cachonda…

No pude pasar por alto fijarme en lo que parecía un eccema en lo alto del capuchón del clítoris. Iba a  preguntarle si tenía algún problema en esa parte tan delicada de su cuerpo, pero pensé que no tenía la confianza suficiente con ella para revelarle abiertamente que le estaba repasando el coño. Vi que, como su marido, tenía tatuado el mismo sátiro en el pubis, pero ella en el lado derecho y con la tranca azul, roja y verde. ¡Sería una muestra de su compenetración!.

Estuvimos hablando de todo un buen rato, hasta que ellos fueron llevando la conversación hacia los temas de relación de pareja y sobretodo, sexuales. Parecía que ellos eran muy abiertos en eso. No tuvieron empacho alguno en contarnos cosas como que les gustaba mucho follar al aire libre o junto a otras parejas. Cuando la conversación derivó hacia derroteros demasiado íntimos, Álvaro empezó a incomodarse y Manuel, al percatarse, decidió irse a tomar un baño y pedirle que le acompañase.

- Ves que bien, me dijo Pilar, ahora que nos hemos quedado solas, podemos hablar sin cortapisas.

- A Pablo, le has gustado desde que os conocimos. Muchas veces, me ha dicho lo mucho que desearía poder follar contigo o mejor, los tres juntos. No cree que tu marido aceptase compartirte y por esto nunca lo hemos hablado con vosotros, pero al veros aquí, tan desinhibidos… he pensado que a lo mejor podemos disfrutar los cuatro juntos estos días.

- Por supuesto, sin ir más allá de lo que a vosotros os parezca bien y os sintáis cómodos. Nosotros hace años que somos una pareja abierta. Vamos, que los intercambios de parejas y las fiestas desmadradas entre amigos, no nos vienen de nuevo.

- A ti, Idoia, ¿te gustan las chicas?. ¿Te has acostado alguna vez con alguna mujer?. Te lo digo porque a mí, tú también me gustas y yo soy bisexual. ¿Te gustaría enrollarte conmigo?. Te puedo asegurar que sé cómo tratar el cuerpo de una mujer para exprimirle hasta el último aliento de placer que sea capaz de destilar.

Yo la escuchaba con la cara entre la sorpresa y el estupor. Tenía las piernas apretadas, como queriendo cerrar el coño a esas palabras, pero los pezones y las paredes vaginales decían otra cosa: Mostraban los síntomas inequívocos de la excitación que realmente me causaban. En cuanto me serené, le dije a Pilar:

- Cariño, ¿me estas proponiendo que intercambiemos las parejas?.

- Sí. Y que te acuestes conmigo. Y….. mucho más que eso, pero vayamos paso a paso.

Aunque tenía claro lo que nos proponía, la frialdad con que me lo confirmó, me dejó sin capacidad de reacción y… ¡con el chocho encharcado!.

- Nos gustáis, Idoia. ¿Vosotros también nos encontráis atractivos?. Si he de juzgar por cómo me miraba las tetas tu hombre, creo que vamos bien. A ti, ¿yo te pongo?.

- Eres muy directa Pilar. Nunca me he encontrado en esta situación, ni me he acostado con otra mujer. Déjeme pensar un poco y hablarlo con Álvaro.

Me puso la mano en mi muslo, muy cerca de la ingle y mirándome a los ojos, me dijo:

- Sé que tu lo estás deseando. Convence a tu marido. Os haremos entrar en una nueva dimensión del placer que os va a cambiar la vida, como nos ha pasado a nosotros.

Se me acercó más, me dio un piquito, se levantó pasándome la mano de abajo arriba del cuerpo y sonriéndome, se fue a disfrutar del agua del mar.

Pilar me había sorprendido, pero sin entender la razón, sus propuestas no sólo no me habían escandalizado en absoluto, sino que me habían excitado de sobremanera.

Tendría que hablar con Álvaro. Había decidido tirar mis prejuicios y pudores por la borda y lo iba a hacer. Ellos me lo ponían a huevo.

Mi marido venía abstraído caminando por la playa. Se le cruzó una chica despampanante a medio metro suyo y ni tan solo levantó la vista hacia sus tetas, y eso que valía la pena mirarlas. Se sentó a mi lado y yo no me contuve.

- ¿Qué habéis hablado con Manuel, que llegas tan pensativo?

- Si yo te contase… ¡Tiene cada idea!. Ni te imaginas hasta donde llega el desmadre de esos dos. Te aseguro que no son en absoluto la parejita aburrida y conservadora por la que les teníamos. Bueno, lo que vas viendo aquí en la playa, no es ni la punta del iceberg.

- Cariño, déjate de discursitos y ve al grano. Cuéntame, cuéntame…

Esto último se lo dije dándole un beso en los morritos, apoyando la mano en su tranca y restregándole mi mejor teta, la izquierda. Seguía hasta tal punto ensimismado en sus pensamientos, que ni protestó.

Me miró a los ojos y me lo soltó:

- ¡Me ha propuesto hacer un intercambio de parejas!

- ¡Huuuyyy!, pues a mi Pilar, me ha dicho lo mismo.

- Además, Manuel me ha contado cosas de su vida que me han dejado de piedra.

- Y con la polla bien empalmada, ¿verdad?.

- Deja, deja. Y tú, ¿qué le has contestado a Pilar?.

- Pues que le iba a decir, lo normal, que tenía que hablarlo contigo. Además, me ha dicho que si nos lo montábamos los cuatro, ella también quería enrollarse conmigo y eso… me lo he de pensar yo solita, ¿no te parece?.

- Pero… ¿No la has mandado educadamente a tomar viento fresco?.

- ¿Acaso lo has hecho tú con Manuel?. Venga, no seamos hipócritas. A mí, de la conversación con Pilar, aún me chorrea el coño y tú, no me vengas con chorradas. No has perdido de vista las tetas de nuestra vecina ni un momento y cuando has llegado aquí, todavía venías con tu tranca morcillona y mira que hay un cacho desde el mar…

Estuvimos unos largos minutos compartiendo un silencio plomizo. Nos miramos y como tenía claro que era obligado que fuese yo la que tomase la iniciativa si queríamos llegar a algo, fui a ello:

- ¡Joder Álvaro!. Te quiero mucho, pero me tienes mal follada. Desde hace casi veinticinco años, sólo me la metes tú y últimamente muy poco. Tampoco creo que tú te hayas enrollado con otras, si dejamos aparte aquel desgraciado polvo con Nieves, la de facturación, la noche de la fiesta de Navidad del curro. Y ese no cuenta. Te acosó hasta llevarte a su casa, ibas bastante tocado y además, la dejaste a medias. Se lo contó a toda la oficina y no me hizo ni pizca de gracia que al menos, no cumplieses como es debido con una mujer.

- En fin, cariñito, que lo que es a mí, me apetece un montón que nos desmandemos un poco. ¡Tengo ganas de que me llenen el coño con una polla nueva!. Y creo que también de que me lo trabaje a fondo una lengua delicada… Pilar me ha contado que sabe muy bien cómo llevar a una chica al paroxismo del placer y… me están viniendo ganas de probarlo.

- ¿Y tú qué?, no me dirás que no te apetece tirarte a la Pilar, que tan modosita parecía. Tiene unas buenas tetas. Grandes y bien puestas, como a ti te gustan. Además, por lo que he hablado con ella, creo que es una guarra de cuidado y eso, a los hombres, os pone. Tal vez a las chicas también… me lo estoy pensando.

- Pero Idoia, es que no sabes lo que me ha dicho Manuel: ¡también es bisexual!. ¡Le van tanto los hombres como las mujeres!. ¿Y si quiere algo conmigo?.

- Ja, ja, ja. Mira por dónde, me ha salido el machito de casa. Es decir que a ti no te importaría si yo follase con Pilar, de hecho, pienso que hasta te excitaría. Pero si Manuel alargase la mano para cogerte ese pollón tan guapo que tienes, o… ¡te lo chupase!, el mundo se te vendría abajo.

- Déjate de tonterías, Álvaro. Crucemos el Rubicón y que sea lo que dios quiera. Sin prejuicios y sin pudores. ¡Disfrutemos, que sólo se vive una vez!.

- Coño, es que tu les quieres decir que sí, que aceptamos eso de ser swingers. ¡Me dejas noqueado!.

- No seas tontorrón, será sólo sexo. Sin mentiras. Yo seguiré queriéndote tanto como ahora. ¡No!, más que ahora, porque nos dará la libertad para gozar cómo últimamente ya no lo hacemos y eso nos va a unir. Seguro. ¿Qué piensas?.

Alvaro se tiró al menos dos o tres minutos sin abrir boca. Seguro que pensaba en mí, en él, en nuestro matrimonio y… ¡en las tetas de Pilar!. Al final, habló:

- Si tú quieres y va a mejorar nuestra relación… ¡sea!, pero eso sí, no me pidas que se la chupe a Manuel.

Al oírle, lo abracé y le pegué un morreo en toda regla, como hacía años que no le daba, y así quedó la cosa.

Creo que nuestros vecinos, desde el mar, adivinaron a la perfección que acabábamos de aceptar montárnoslo con ellos. Vinieron sonrientes hacia nosotros, cogiditos de la mano.

- ¿Os hemos sorprendido?. ¿Qué habéis decidido?, nos dijo Pilar nada más sentarse en la toalla.

- Pues mirad, la verdad es que nos falta ese punto de picante en nuestra relación y creo que vosotros nos lo podréis dar.

- Yo he venido aquí para romper moldes y Álvaro, no lo va a admitir, pero también quiere nuevas emociones. Nunca se nos había pasado por la cabeza quitarnos el bañador y yo, me había quedado en tetas en contadísimas ocasiones y ya nos ves… ¡aquí en pelotas y sin ganas de volvernos a poner la ropa!. ¡Estamos dispuestos para dar un paso más!.

Durante las dos horas siguientes, nos estuvieron explicando cosas de su vida, lo felices que eran abriendo su pareja a otras muy íntimas y cómo eso les había unido mucho más. Primero, las mujeres hablábamos entre nosotras y los hombres entre ellos. A partir de cierto momento, Pilar me pidió que me cambiase de sitio con ella. Continuamos las confidencias, ahora entre parejas, pero intercambiadas.

Manuel me contó que habían alquilado una casita rural cerca de San José con otras dos parejas. Una era de Barcelona y se conocían, vamos, follaban, con ellos desde hacía años. La otra escocesa, de un pequeño pueblo al norte de Edimburgo y era la primera vez que quedaban, aunque según me dijo, estaban muy bien recomendados.

Ellos habían llegado un día antes e iban a recoger a recoger a los otros cuatro al aeropuerto de Almería la tarde siguiente. Por eso habían venido solos a la playa.

Me propuso abiertamente que pasásemos esa noche juntos, yo con él y Pilar con mi marido. Cada pareja de circunstancias en uno de los alojamientos. Voló rápidamente mi imaginación y me vi saludando a Marlen, presentándole a Manuel diciéndole con una sonrisa concupiscente: “Te presento a un amigo. Esta noche he dejado a Álvaro con su mujer y me lo he traído aquí para enseñarle vuestra casa y… lo mejor de mi cuerpo”.

Esos pensamientos, ya no me teñían de rojo la cara, pero me hicieron brotar una catarata de espesos caldos del chocho. La propuesta de Manuel me ponía tan caliente como la colada de una fragua.

Pilar le estaba diciendo lo mismo a Álvaro. Nos miramos a los ojos, aceptamos y quedamos en que cama pasaba la noche cada “pareja”. Yo lo tenía muy claro y así lo dije:

- Manuel y yo nos pedimos nuestro hotelito. Quiero sorprender a Marlen.

- Te va a gustar, ya lo verás. Es un hotel rural medio nudista. Lo lleva una pareja entre hippy y ecologista, pero tan liberal como vosotros. ¡Nos lo vamos a pasar muy bien!. Está en Las Negras. ¿Sabes cómo ir?.

- Sí, no te preocupes. ¿Nos vamos?. Mañana, quedamos en nuestro apartamento y os enseñamos las playas de la zona sur, entre la de los Genoveses y la valla de la pista del faro. Veréis que dunas más impresionantes.

Subimos por el camino los cuatro hacia la zona de parking. Al llegar, Manuel se despidió de su mujer, besándola mientras le acariciaba el culo por dentro de la falda. Al separar los labios, le bajó un tirante y cuando le quedó toda la teta a la vista, le mordió el pezón, se lo chupó y acabó lengüeteándoselo, sin detenerse ni a mirar si había otra gente que pudiesen verles.

- Hasta mañana, pitufa. Folla mucho y bien con nuestro amigo. Mañana nos tenéis que contar lo que hayáis hecho.

Álvaro me besó, sin tan siquiera jugar con lengua. Yo no me conformé. Saqué mi recién descubierta lascivia y cogiéndolo de las pelotas, lo acerqué de nuevo a mí y lo morreé con ganas mientras le decía:

- Cariño, esta noche Manuel me va a devorar el coño como tú hace tiempo que no me lo comes. Después, vamos a follar como conejos. A lo mejor, hasta les decimos a Marlen y Karl que nos ayuden… Tú, dale polla a Pilar, seguro que ella no se corta por nada y puedes probar cosas que yo no te hago… Disfrútalo mucho, amor mío.

Manuel y yo montamos en su coche y ellos en el nuestro. Nada más cerrar la puerta, Pilar se bajó el vestido, dejó al aire sus pechos, tomó la cabeza de mi marido y le forzó para que le comiese la teta que no le había chupado el suyo. No le dejó arrancar el coche hasta que Álvaro se la dejó roja y bien empitonada. Arrancaron, aunque por la postura de Pilar y lo desorbitados ojos de mi marido, creo que ella decidió acabar la faena acariciándose el chumino sin recato alguno.

Al llegar al hotel, nos recibió Marlen. Manuel avanzaba tomándome por la parte baja de la cintura, vamos, con la mano en el culo. Me miró con una sonrisa socarrona, me saludó con un piquito, y me preguntó:

- ¿Dónde has dejado hoy a tu marido?.

- Pues mira, nos hemos encontrado con unos vecinos en la playa y hemos decidido conocerles más en profundidad, así que me he traído a Manuel y Álvaro se ha ido a su apartamento a follar con su mujer. Por cierto, soy una maleducada. Te presento a Manuel, el vecino nuestro de Madrid.

- Encantada. Creo que con Idoia, te vas a divertir en nuestra casa.

- No lo dudo, preciosa.

Manuel no se cortó lo más mínimo y cogiéndola por el costado, a la altura de sus pechos, la tomó y le plantó un beso en todos los morros.

En cuanto llegamos a nuestra habitación, nos desnudamos y nos duchamos juntos. Intenté darle un buen repaso al cuerpo de mi acompañante, pero él no me dejaba y simplemente me enjabonaba y frotaba, como podría haberlo hecho una amiga o una profesional en un hidromasaje. Al acabar, me pidió que extendiese una toalla en la cama y me estirase encima. Ahora viene lo bueno, pensé, pero nada.

Me extendió crema hidratante por todo el cuerpo. Lo hizo con la sobriedad de un masajista, sin ninguna complicidad y menos, sexual. Al acabar, me explico sus intenciones:

- Vístete. Vamos a comer al mejor restaurante de esta zona. Te gustará.

- ¿Qué me pongo?. ¿Elegante, informal?. Y tú que vas a ponerte, si sólo llevas lo de la playa.

- Cariño, creo que la ropa de tu marido me va a sentar estupendamente. Tenemos tallas bastante parecidas. Y tú, quiero que te pongas elegante, pero descaradamente sexy. Me tienes que mostrar la chica desinhibida en la que te has convertido.

- Elige la falda o vestido más corto que te hayas traído. Arriba, ponte algo bonito, pero ajustadito o al menos, que te transparente un poco las tetas. Quiero que las enseñes, eso sí, con elegancia.

Lo veía venir y no os puedo engañar, me gustaba. Pensé un poco y fui directa al vestido de Max Mara que me había comprado en las últimas rebajas. Escote breve, con cuello Halter y casi sin espalda. Anteriormente lo había llevado con algo debajo, ya que los laterales poco cubrían. Ahora, ni tan sólo valoré el ponerme nada más. Seguro que mostraría los pechos por los costados al mínimo movimiento y eso, me excitó.

Tenía la falda muy cortita y con vuelo. En la única ocasión que me lo había puesto, mostré sin querer las bragas más de una vez. Lo sé porque Álvaro me lo recriminó y me pidió que no lo volviese a usar sin unos leggins. Esta vez me aseguré de que, ni queriendo, las enseñase.

Manuel tomó del armario de Pablo unos Avirex de color arena y una camisa blanca de hilo, de manga larga, muy fina. Como tenía los pezoncillos muy oscuros, se le transparentaban y le daban un toque de chico malo, muy chic. Dobló las mangas y salimos hacia el restaurante.

Al pasar por la recepción, iba colgada de su brazo y Marlen nos dio un buen repaso.

- Chicos, estáis guapísimos. ¿Dónde vais tan elegantes?.

Fue Manuel quien le contestó, sin apartar una mirada cargada de vicio de sus bonitos ojos:

- Quiero que Idoia se abra a nuevas experiencias. Tu y yo sabemos que está preparada. Por eso, vamos al restaurante más elegante de por aquí. Deseo que pierda el poco pudor que todavía le queda y se exhiba allí algo más allá de lo normalmente admitido. Aún no se lo había dicho, pero estoy seguro que al oírlo, se le ha mojado el coño. ¿Porqué no lo compruebas, preciosa?.

Marlen se echó a reír y no perdió el tiempo. Me levantó el vestido y me acarició los labios de la vulva  intensamente. Le quedaron unos dedos relucientes.

- Veo que vas preparada, querida. Si te chorrea el coño así sólo con pensar en lo que vais a hacer, ¡no sé como dejarás la silla cuando estés cenando!. Anda, iros a disfrutar y perviértela un poco más, Manuel. Lo está deseando.

El restaurante era rústico, pero pretendía un cierto aire de exclusividad. Los clientes, sin ir vestidos como lo hubiesen hecho en Madrid, cuidaban su look. Las chicas, en general, iban maquilladas y arregladas. Sólo vi a otras dos mujeres vestidas tan sugerentes como yo. Una superaba por poco la veintena y la otra era una treintañera explosiva, enseñando prácticamente la totalidad de sus tetas operadas y con una apariencia que más parecía la de una escort de lujo.

El maître nos sugirió una discreta mesa en un lateral de la sala, pero Manuel pidió que nos sentasen en otra mucho más expuesta, justo frente a la joven extrovertida y su acompañante, un chico muy guapo aunque, como mínimo, diez años mayor que su pareja de mesa.

- Siéntate cara a él. Quiero que lo pongas tan cachondo que al verlo, la chica se gire para descubrir el motivo. Entonces, ya te diré lo que espero de ti.

La comida del establecimiento era correcta y bien presentada, aunque no excepcional. El servicio muy atento con los clientes. A nosotros nos atendía una mujer próxima a los cuarenta, más resultona que guapa, delgadita y bien arreglada. Su mirada no paraba de relamerse en mis curvas, expuestas con generosidad. Manuel lo veía con agrado y cuando se acercó a servirle las habitas con hierbabuena que había pedido para compartir, no la dejó marchar sin decirle unas palabras descaradas:

- ¿Le gustan las tetas de mi amiga?. Veo que las mira con mucha atención. Si lo desea, seguro que Idoia se las puede mostrar con más detalle.

- Perdone, señor… pero creo que se confunde.

Entonces, entendí lo que pretendía Manuel, me gustó y decidí que era el momento de actuar.

Con un sutil movimiento del hombro, dejé caer un tirante del vestido, el del lado por el que estaba sirviéndonos la camarera. Al ir a ponerlo en su sitio, sin querer queriendo, se me enredó entre los dedos y quedó mi pecho izquierdo completamente a la vista de la azorada camarera y de paso, de buena parte del resto de los comensales. Entre ellos, del afortunado ocupante de la mesa que tenía enfrente, al que le dediqué una sugerente sonrisa, sin apartar mi mirada de sus ojos.

Cuando estuve segura de que la mirada del joven estaba fija en mi teta, di un pasito más. Bajé la vista al regazo y separé las piernas descaradamente, vamos, para enseñarle mis genitales sin trampa ni cartón. Volví a mirarle para asegurarme que dirigía su vista dónde yo pretendía. Su cara a la par entre el desconcierto y la excitación, me señaló que estaba por la labor. El simpático bulto que apareció en su bragueta, me lo acabó de confirmar.

Obviamente, la camarera, estando a un palmo de nosotros, se dio cuenta de mis manejos. Tal vez reprobase mi descaro, pero lo que vimos, fue como cómo su cara se ponía roja de excitación y sus ojos vidriosos, de puro libidinoso. En ese punto, Manuel decidió dar una vuelta más de tuerca a la situación y sin cortarse ni un pelo, le dijo:

- Es que mi amiga es un poco exhibicionista, sabe. Le encanta mostrar sus atributos en público. Por eso no se ha puesto ropa interior. Aunque a usted, eso ya veo que le gusta. Vaya al aseo y hágase un dedo a nuestra salud, mujer. Se le quedará mejor cuerpo.

- Ahora, ayúdenos un poco, venga. Consiga que la chica que acompaña al pagafantas ese de la mesa de al lado, se de la vuelta y cuando vea que Idoia ha sacado una teta a tomar le aire y enseña el coño a su acompañante, venga a quejarse.

- Lo intentaré, pero no puedo garantizarle nada.

Se dirigió hacia la otra mesa e inició una conversación con la chica mientras nos señalaba, disimulando. La clienta, tomó una polvera con espejo y aparentando retocarse, pudo comprobar la tersura de mi pecho y lo que se escondía entre mis muslos. Al final, aparentó enfadarse y le indicó con gestos que los dejase en paz.

Cuando ya creíamos que todo estaba perdido, la chica se aseguró que la camarera no estuviese cerca y se encaró con su acompañante. Aunque no podíamos escuchar bien la conversación, oíamos frases sueltas como: “eres un cerdo”, “fijarte en el coño de una mujer mientras cenas conmigo”, “es una puta”, “con ese vestido lo enseña todo”, “le voy a decir cuatro palabras”, “ya hablaremos luego tu y yo”,…

La conversación acabó con un ¡esto no va a quedar así!. Entonces se levantó y se dirigió a mí con cara de pocos amigos.

- Puedes ser mi madre y vas enseñando el coño y las tetas a todo el que quiera verlos. Eres una puerca. ¡Vete del restaurante, llévate a tu marido y deja en paz a mi hombre!.

Recapacité unos segundos, muy pocos y mientras me colocaba el tirante del vestido en su posición original, decidí sacar del baúl a la nueva Idoia. Recreándome en la irónica sonrisa de Manuel, me encaré con la joven:

- ¿A que tengo un buen par de tetas para mis cuarenta y ocho años?.

- Hoy he decidido empezar a disfrutar de nuevo de mi cuerpo y me he dado cuenta que, como a muchas otras mujeres, entre las que te incluyo, me encanta exhibirme y ponérsela dura a los hombres y tal vez… conseguir que a algunas chicas les queden los pezones tan prominentes como tienes los tuyos ahora.

Manuel entonces también metió baza. Dirigiendo una mirada descarada al descubierto escote de la chica, le dijo:

- Mira cómo vas vestida. ¡Te estoy viendo hasta el ombligo por ese escote!. ¡Con esos shorts tan finos y apretados se te marcan los labios mejor que si fueses en pelotas!. Y nos vienes a dar lecciones de moral…

- Por cierto, tienes unas tetas preciosas.

- Lo que has de hacer es follarte esta noche a tu novio hasta que estéis más cansados que una pareja de tortugas después de correr un maratón. Verás como en vez de sublimar tus inseguridades con otros, te quedas a gusto contigo misma y gozas como nunca has imaginado que sea posible hacerlo.

- Otra cosa, Idoia, no es mi mujer. Somos vecinos en Madrid y esta noche la vamos a disfrutar juntos. Mientras, mi esposa y su marido, supongo que están en nuestro apartamento jodiendo como fieras enjauladas. ¡No sabes bien lo guarra que puede llegar a ser mi mujer!.

Ella, lo iba escuchando todo, callada, con cara de pasmo, hasta que explotó:

- ¡Hace más de un mes que no follo!. Él, dijo señalando a su acompañante, no es mi novio. Lo quiero mucho, me ha invitado a cenar y me lo paso muy bien en su compañía, pero no me sirve para un buen polvo. Es mi hermanastro y aunque eso tal vez se pudiese arreglar… ¡es gay!.

Al oírla, me compadecí de ella. ¡Tan joven y malfollada!. Ya puestos, tiremos la casa por la ventana, pensé.

- Manuel, que te parece si esta noche les invitamos y la pasamos los cuatro juntos. Seguro que te va a encantar follar con ella. Yo, ya puestos, también me la puedo tirar. En la universidad tonteé con alguna chica y ahora, me apetece volver a probarlo. Ya me ha dicho Pilar que a ti, aunque te va más la carne, no rechazas un buen plato de pescado. Puedes hacer feliz a su hermano y de paso, veo como os lo montáis dos hombres. Nunca lo he visto y me da morbo.

- ¿Qué te parece, preciosa?. ¿Os apuntáis a una noche loca?. Venga explícaselo a tu hermanastro y convéncelo. Veo que tú lo estás deseando. Por cierto, ¿cómo os llamáis?.

- Roberto y Lola. Y vosotros Idoia y Manuel, ¿verdad?.

- Sí. Venga vamos a acabar de cenar y luego… a descubrir lo mejor de todos nosotros.

Manuel, alucinó de mi cambio de actitud. Pensaba que a la hora de la verdad, tendría que convencerme para follar juntos y se encontró con que ¡era yo la que le organizaba una orgía!. Entonces decidió contarme el mayor secreto que compartían Pilar y él.

El segundo plato se nos alargó, aunque él fuese directo al grano:

- Idoia, desde hace unos cinco años, formamos parte de un pequeño y discreto club. Los fines son poco convencionales, pero muy estimulantes para sus miembros.

- Todo consiste en ayudarnos entre los nosotros a disfrutar lo máximo posible de la vida a través de todo aquello que nos puede ofrecer la práctica del sexo sin falsos pudores ni hipocresía alguna. Los límites los ponemos nosotros mismos, siempre respetando nuestros cuerpos y los intereses propios y de nuestros compañeros.

- Nos ayudamos entre nosotros en todo, incluso más allá de los estrictos objetivos del Club. Además, cuando vemos una pareja con posibilidades, a la que le convendría ampliar sus experiencias sexuales para crecer como pareja, les ayudamos a conseguirlo y cuando estimamos que están preparados, si al menos tres parejas miembros lo estiman, les invitamos a formar parte de nuestra especial Sociedad.

- A nosotros nos captó hace ya unos siete años una profesora mía de la universidad y su marido. Pasamos dos años de aprendizaje y prueba y hace cinco, nos integramos en el Club. A partir de ese momento, nuestra vida cambió radicalmente a mejor. No sólo en lo sexual y como pareja. Nos ayudaron a mejorar como personas, en lo profesional y sobre todo, a ser tan desinhibidos como nos habéis conocido estos días. Sin dudarlo, ahora somos más felices.

- Las dos parejas que vamos a recoger mañana al aeropuerto de Almería, también son miembros del Club. Los de Barcelona, fueron nuestros mentores al entrar a formar parte de él. Quedamos con ellos de tanto en tanto, al menos un par de veces al año. Los escoceses, son una de las parejas miembros más experimentadas. Como este verano hace cinco años que nos incorporamos, se han ofrecido y hemos quedado con ellos para ampliar nuestros horizontes.

- A vosotros y especialmente a ti, te veo un potencial enorme. Creo que en poco tiempo serás otra persona y podréis formar parte del Club. Eso os cambiará la vida. Ya verás. Cuando estemos con Álvaro y Pilar, lo hablamos los cuatro juntos con calma.

Al empezar con los postres, nos cruzamos las miradas con Lola y Roberto. Ella hizo una clara afirmación con la cabeza y el asintió encogiendo los hombros con una sonrisa. ¡Todo estaba dicho!.

Al acabar los cafés, pedimos la cuenta. Nuestra caliente camarera, nos la trajo en una cajita de madera tallada, junto a un platito con pequeños bombones artesanales. Se la había pedido Manuel, pero curiosamente, me la entregó a mí. Al abrirla, lo entendí.

Dentro del estuche, lo primero que vi fueron unas bragas de algodón de corte brasileño coquetamente plegadas. Usadas, bien mojadas de lo que sin duda eran los olorosos flujos vaginales de una mujer hecha y derecha. Sólo podían ser las suyas. Lo mejor fue que en medio de la tela destinada a cubrir el culo, había escrito con un rotulador grueso, tres líneas: la primera, un número de móvil, las otras, “libro el jueves” y “Rocío”.

Creo que nuestros ya amigos de la mesa de al lado y algún que otro cliente se percataron del regalo, ya que para leer el mensaje, tuve que extender la prenda sobre la mesa. Si alguien se escandalizó, lo guardó para sí, o… ¡tal vez, aplicó esa noche a su pareja su calentura!.

Cuando Rocío volvió con el TPV inalámbrico para cobrar, Manuel al darle la tarjeta de crédito, no pudo contenerse:

- La llamaremos, Rocío, pero le he de pedir un favor personal. Si no le ha de venir la menstruación antes del jueves, siga como ahora y no se vuelva a poner bragas hasta entonces. Creo que eso la va a excitar y queremos que cuando nos veamos, esté como un volcán a punto de erupción. Ya de paso, puede dejar también el sujetador en el cajón. Aunque hasta ahora no se las hayamos visto, parece tener las tetas firmes.

Ella no contestó, sólo bajó la mirada y nos dio las gracias. ¡Se nos estaba acumulando el trabajo!.

Dejamos una generosa propina y nos marchamos los cuatro del restaurante. Ellos nos dijeron que estaban en el cortijo que tenían sus padres a unos a cinco minutos en coche. Como esa semana lo ocupaban ellos dos solos, decidimos solazarnos allí esa noche.

Lola y yo cogimos su coche y los chicos en nuestro. De lo que hablamos, deduje que aunque Lola era una chica sensata y responsable, disfrutaba del sexo sin cortapisas desde los inicios de su adolescencia. Durante el corto viaje, no dejó de tocarme el muslo mientras intercambiábamos confidencias.

El cortijo era una magnífica casa de labranza antigua situada en medio de la nada. Totalmente reconstruida, incorporaba las facilidades modernas con un gusto y respeto por el entorno exquisito. Una coqueta piscina rodeada de macetas con plantas propias de la zona, presidia uno de los patios interiores del recinto.

- ¿Nos bañamos?, dijo Lola al enseñarnos la estancia.

Dejamos la ropa en unas sillas y uno tras otro fuimos entrando en la piscina. El último en meterse en el agua fue Roberto. Antes había encendido las luces de la piscina y unos farolillos que rodeaban el patio, sin olvidarse de cerrar las luces principales. Con esos detalles, el entorno rebosaba una sensualidad embriagadora.

Pasamos unas horas extraordinarias acariciando nuestros cuerpos sin distinciones. Al principio, Roberto no dejaba que nosotras le acariciásemos la polla, preciosa, por cierto, o los huevos y buscaba a Manuel con insistencia. Al final, toda piel era buena y acabamos jugando unos con otros sin distinguir sexos.

Fue una noche novedosa y mágica para mí. Follé con Manuel, me comí el coño de Lola. Ante la insistencia de su hermana, hasta Roberto me dio por el culo, a pesar de ser el pasivo con sus colegas masculinos. Oí como le decía a Lola que los coños le daban un poco de asco y prefería ni tocárnoslos. Él se lo perdía. ¡Con lo bonitos y acogedores que los teníamos nosotras!.

Disfruté del placer de sentirme observada de manera obscena por Lola y Manuel al estirarme con las piernas bien abiertas en una de las tumbonas. Me encantó ver como centraban sus miradas en mi coño, completamente expuesto. Me excitó tanto, que bajé la mano y me acaricié los labios y el botoncito hasta correrme, sin dejar de mirarles a los ojos en ningún momento.

Nunca me había masturbado en público hasta entonces, pero decidí que no iba a ser la última vez. Acababa de descubrir que exhibirme impúdicamente, me daba un extra de placer…

Al acabar el folleteo compartido y después de una ducha y un nuevo baño reparador en la piscina, dejamos a los hermanos en su casa, eso sí, mucho más satisfechos que cuando salieron de ella al final de la tarde y volvimos a “nuestro” hotelito.

Al llegar a la habitación, nos desnudamos y después de la necesaria meada, nos estiramos en la cama a dormir. No dábamos para más. Bien entrada la mañana, Manuel me despertó, acariciándome todo el cuerpo de una forma tan lúbrica y placentera como sutil. Nadie me lo había hecho antes así.

Al finalizar los pases de quiropráctico, me besó los pezones, jugando con su lengua con filigranas imposibles. No os lo he dicho hasta ahora, Manuel tiene la lengua más larga, pulposa y versátil que jamás he visto. No está mal dotado en los bajos, pero su lengua, es única, ¡portentosa!.

Continuó lamiéndome las axilas con ahínco, siguió por el abdomen, volvió a los pechos, envolviéndolos con su desmesurado apéndice, recorrió de nuevo la barriga, se centró en el ombliguito y al final… atacó mi sexo. ¡Qué maravilla!. Me trabajó los labios exteriores con un saber hacer desconocido para mí. Luego, jugó con su increíble lengua, dentro, fuera, dentro, fuera, dejándome la vagina a punto de caramelo.

Acabó con lo mejor, un desbordante tintinear de lengua en la puntita del clítoris, enroscándola alrededor del capuchón y vuelta a repasar el delicado bálano. Con semejante tratamiento, sólo podía pasar lo que pasó: me corrí como una puerca. Fue un orgasmo largo, largo e intenso. Subí y descendí por las colinas del placer sin descanso. ¡Llegué a entender el porque los franceses llaman petite morte al orgasmo!.

Descansé unos minutos y decidí que le debía devolver a Manuel, al menos, parte de sus favores. No fui tan sutil como él.

Estirado panza arriba en la cama, con su mástil inhiesto y lleno de sangre caliente, no perdí el tiempo. Me senté sobre su polla, con un muslo a cada lado de su cuerpo y empecé una singular danza del vientre que sólo acabó cuando mi vecino me llenó el coño de leche caliente. Descabalgué rápido y situé mi sexo sobre su boca. Sólo le dije una palabra:

- ¡Lame!.

Me regaló un nuevo orgasmo, más dulce y lánguido que el anterior, pero no menos placentero.

Desplacé el cuerpo a los pies de la cama y me comí con gula su apéndice más sensible. Lamí, tragué, jugué con la lengua alrededor del glande, aspire los elixires que expiaba el extremo de la verga y volví a tragármela con un movimiento ascendente y descendente continuado. Cuando su lefa me llenó la boca, pensé que era buen momento para ducharnos.

Salimos a la alberca en pelotas. Marlen ya nos esperaba con las preciosas tetas al aire y su eterna sonrisa socarrona. Desayunamos tan bien como lo hice con Álvaro el día anterior. Nos vestimos y marchamos hacia el apartamento de Manuel y Pilar.

Al despedirnos, le pregunte por Karl, ya que no le había visto. Su respuesta fue muy explícita:

- Está metiéndole un polvo de campeonato a una amiga mía que lo necesitaba mucho. Se lo he pedido como un favor especial y nunca me defrauda. Como sois los últimos en desayunar, ahora podré ir a echarle una mano. Mi amiga, está buenísima y aparte de ayudarla, quiero disfrutarla. ¡Ciao queridos!.

- Por cierto, Idoia, esta noche, ¿vendréis a cenar?, ¿vendrás con tu marido, con tu amigo, con ambos o con otro?. Lo digo para prepararos la mesa…

Me reí, tomé uno de sus pezones, siempre erectos, entre mis dedos para acercar su cara a la mía, la besé en los labios y le dije la verdad:

- Querida, todavía no sé si vendré y menos con quien. Os llamaremos con tiempo.

Después de circular casi media hora entre bellos paisajes de tierras pobres pero sobrias, llegamos a la casa rural que habían alquilado nuestros vecinos madrileños. Estaba algo alejada del pueblo de San José, rodeada toda ella de un muro que le confería una completa intimidad. Manuel abrió con su llave.

- Me la llevé para entrar sin molestarles. No sabía cuando llegaríamos.

Nos los encontramos en la piscina. Álvaro estaba estirado en una tumbona grande de rafia. Tenía en la mano lo que parecía un daiquiri y mientras chupaba el combinado con una pajita, Pilar le mamaba la polla con una maestría sublime. Nos daba la espalda. Mejor dicho, el culo, ya que estaba inclinada sobre mi marido para poder chupársela como dios manda. ¡Menudo ojete tenía Pilar!. Rojo y bien distendido. Al percatarse Manuel de mi mirada, me lo aclaró:

- Le encanta que le den por el culo y con la buena tranca que se gasta tu hombre, se lo debe haber dejado así de abierto.

- Están tan concentrados en sus labores, que ni se han dado cuenta que hemos llegado.

- Hombre, Manuel, ¡es que hemos entrado como agentes de la secreta!. Vamos a decirles que hemos llegado:

- Álvaro, Pilar, ¡ya estamos aquí!.

- Joder, acabamos de entrar y… lo primero que vemos es lo bien que os lo montáis, chingando como conejos, cabroncetes.

- Claro, cariño. A eso hemos venido.

- Mira que me hace Pilar. Me la está comiendo de cine. Porno, claro… y del bueno, bueno. ¡Es una artista!, antes de la siesta, me ha pedido que le diese por el culo. Tu nunca me dejas, pero a ella le encanta. ¡Ha conseguido que me corriera dos veces sin sacársela!. Algún día, lo tendremos que probar.

- Cuando quieras. Tengo mi culito bien preparado para ti.

Nos desnudamos y nos tiramos a la piscina. El agua estaba en su punto, calentita, pero sin que pareciese la olla del caldo navideño.

Cuando Pilar acabó su trabajo bucal y dejó a mi marido vacio y su boca a rebosar, ellos también se metieron. Nos saludamos, besándonos todos, incluso Manuel se morreó con Álvaro sin que él le partiese la cara… y le dimos a la sinhueso sin descanso.

Nos contamos las experiencias de la noche. Lo mucho que todos habíamos disfrutado y nuestras aventuras extra. Álvaro alucinó conmigo. Pilar también, pero creo que ya intuía mejor que yo misma lo desenvuelta que podía llegar a ser. Manuel no se ahorró los detalles más escabrosos o tal vez… los más eróticos y sensuales…

Entonces, ellos nos explicaron sus aventuras. Mucho más previsibles, como era Álvaro, pero no por ello menos rompedoras: Estuvieron follando por los descosidos toda la noche. Pilar no le negó nada, aunque según me dijo, si hubiese pedido más, más duro o más guarro, también se lo hubiera dado. Se durmieron a las seis de la mañana. Cuando llegamos, hacía menos de media hora que se habían despertado. Al acabar, me giré hacia mi chico:

- Cariño, veo que te lo has pasado bien con Pilar. Eso me gusta mucho. ¡Disfrutemos del sexo sin tapujos!. Te quiero, mi niño grande.

Y le besé, no con un morreo guarro, sino con un beso de amor.