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Una esposa ausente y una hija muy complaciente.

en Amor filial

Mis padres son muy majos y muy liberales, tal vez demasiado para mí. Se quieren mucho, pero el sexo les pierde. No saben pasar un día sin engancharse como dos perros en celo.

Desde que tengo uso de razón, les he oído y en algunas ocasiones incluso les he visto follar, en su habitación, en el baño, en el desván, sobre la mesa de la cocina, en la piscina y en cualquier lugar de la casa que os podáis imaginar. A veces, incluso fuera, en sitios públicos, con discreción o si les perdían las ganas, importándoles un carajo que alguien les viese.

Si os contase… Sólo deciros que una tarde, un policía les pilló en el Retiro. Papá aserruchaba a mamá a todo meter, apoyados en un castaño centenario. Se ve que les encontró cuando ella gritaba su orgasmo y él le sacaba su monumental herramienta del coño, goteando aún los jarabes que ambos acababan de soltar. Les iba a detener por escándalo público, pero cuando les pidió los carnets y vio que vivían juntos, a cinco minutos de allí, sin entender nada, les preguntó de qué iban. Mamá, con cara seria, le dijo:

- Mire, agente, es que nos ha venido un apretón y necesitaba la tranca de mi marido dentro. Comprenderá que a veces, una no puede esperar…

Al madero le vino la risa. Acabó felicitándoles por su pasión y mirando la minga de papá, todavía colgando pringosa fuera de la bragueta, con una cara de envidia que no se tenía. Les dejó marchar, eso sí, pidiéndoles que fuesen más discretos en el futuro.

Cuando era pequeña, no entendía nada y hasta creía que cuando se apareaban con ese desespero, se hacían daño, pero claro… al ver que acababan tan contentos, con esas caras de felicidad y dándose besitos de enamorados, deduje que se lo pasaban muy bien y les debía gustar mucho.

A los doce o trece años, empecé a entenderlo todo y descubrí que mis papás lo que eran, era unos salidos sin remedio. Cuando se lo contaba a mis amigas, no sólo no me creían, sino que me tomaban el pelo: ¡Los padres no hacían eso!. Alguna, hasta había oído a su padre quejarse de su madre, porque no querer tener sexo con él. A casi todas ellas, les decían que ya lo irían entendiendo cuando creciesen o sencillamente, al preguntar sobre sexo, cambiaban de tema. En cambio, algún profesor que debió oír nuestras conversaciones, me miraba con una sonrisa y cara de cachondeo...

En casa las cosas del sexo y del cuerpo, se hablaban y mostraban con normalidad. Con mi papá, podía bromear sobre cómo me acababa de hacer un dedito de lo más placentero o de cuando estaría preparada para enterrar mi virginidad y cosas por el estilo. Con mamá nos explicábamos cosas muy íntimas, “de mujeres”. A veces, le pedía que nos duchásemos juntas y le suplicaba que me mostrase cómo proporcionar el máximo placer a mi cuerpo. Una vez, me dijo mientras me enjabonaba como a una niña:

- Mira, Martita, cuando cumplas los catorce, te voy a llevar a mi ginecólogo para que te recete anticonceptivos y te iré enseñando trucos para gozar con tu cuerpo tu solita. Estoy convencida que eres una salida, como yo, y más vale prevenir que curar. De momento, experimenta tu sola y con los chicos, sólo hablar. Eres muy joven todavía, cariño.

A los catorce, seguía virgen. Vamos, que ningún tío me había llenado el chocho con su trasto. Eso no quiere decir que no empezase a experimentar: ese curso lo acabé como una experta en hacer buenas pajas a los chicos más interesantes del instituto. ¡Ah!, y en verano, descubrí que aunque una se pueda correr a gusto con sus manos, si se hace entre dos, la cosa mejora. Lo que os quiero decir, es que ese verano me puse de bollera con dos amigas y lo disfruté.

A los pocos meses de empezar el nuevo curso, mamá me pilló en el parque dándome el lote con Felipe. Era un par de años mayor que yo y el guaperas “oficial” del insti. No sé si pudo ver mucho, pero ese día estábamos desbocados. Tenía la blusa completamente abierta, Felipe me estaba comiendo las lolas y tenía la mano dentro de mis vaqueros, desabrochados para la ocasión. Él llevaba chándal y no me había costado mucho cogerle la minga con mi mano. Le estaba haciendo un pajote de concurso.

Nati, mi madre -perdonadme, ni os la había presentado- ya os he dicho que no es como las madres de mis amigas. Al verme, me lanzó un beso sonriendo y siguió su camino, guiñándome el ojo. Felipe lo vio y mirándola con cara de vicio, soltó sus labios de mi pezón para preguntarme:

- ¿Quién es esa?, chochete.

- Mi madre, tonto.

- Joder, pues no esta buena ni nada la tía, menudo polvo tiene. A ver si me invitas un día a tu casa y me la presentas.

- Deja a mamá en paz y sigue tocándome el chichi, pero esmérate más. Lo haces con tan poca gracia que si sigues así, no vas a conseguir que me venga.

En vez de poner toda la carne en el asador y darme el gusto que merecía, me amasó las tetas como si fuesen dos pelotas y me fregoteó el higo como si quitase la grasa de la encimera. Parecía que le gustase más mi madre que yo y eso, no se lo podía perdonar. Me cabreó mucho, mucho. Le solté la pija y mirándole, me bajé los pantalones y las bragas delante suyo, hasta pasadas las rodillas.

- Me voy a hacer un dedo yo solita. Mira y aprende, porque yo no me voy a casa sin correrme como dios manda. Tu puedes hacer lo que quieras, pero no me toques más.

Se quedó más cortado que un chorizo en lonchas. Cuando me vio espatarrada, con el coño bien abierto y trabajándomelo con mis mejores dedos, decidió pelársela. Su rabo no era gran cosa. El de Jaime, un chico de mi clase al que a veces pajeaba, era el doble de gordo y más largo y el de papá, que os voy a decir… como comparar un espárrago triguero primerizo, con el cojonudo ganador de la feria de Tudela.

Le daba a la zambomba, como si pretendiese ganar un concurso, aún no sé de qué. Yo seguía a lo mío: Dedito, clítoris arriba y abajo y manita mimando mis tetas. De tanto en tanto, enviaba al más listo a acariciar por dentro el coñito, de momento, sólo hasta la primera falange.

Ver de cerca lo mal que trataba a su propia polla, retardó un poco mi orgasmo, pero en esos tiempos yo ya era una experta sacando de mi cuerpo lo mejor que podía darme y al fin, conseguí una buena corrida. Felipe, con la cara roja como un pimiento, viendo cómo me temblaba el cuerpo y me chorreaba el coño, acabó esparciendo su lechada sobre el césped.

Echó poca y encima, transparente y muy poco viscosa. No era como la que le sacaba cuando se la meneaba a Alejandro, un primo segundo muy juguetón. Eso sí que era una eyaculación. Me dejaba la mano pringosa, llena a rebosar de gruesos grumos de lefa bien densa y blanquita. ¡Qué gusto me daba rebañar mis dedos con la lengua y tragarme ese elixir!.

Nos despedimos con un ¡adiós!, que le debió saber a un ¡hasta nunca, pringao! y me fui a casa.

Al llegar, mamá ya se había duchado y me la encontré cambiada “de ir por casa”. Esto es, con una de sus túnicas de hilo o lino. La de ese día era de un fino tejido de algodón. Blanca, como casi todas. Ella no le daba la más mínima importancia, pero con una de esas, ese día enseñaba hasta el rabito del tampax.

Le di dos besos cariñosos y no me corté.

- Joder, mamá, a ver si vengo con una amiga y te ve así. Pase que se te transparenten las tetas. Desde luego, bonitas y bien puestas, las tienes un rato, pero si te ha venido la regla, al menos, ponte bragas. ¡No ves que te va colgando el cordón del tampón!.

- ¡Ja, ja, ja…! De tampax nada, Marta. Ya eres mayor y te lo voy a enseñar. Mira.

Se subió el vestido por encima de las caderas y en medio del comedor, puso el pie izquierdo encima de una silla y abriéndose la vulva con los dedos, tiró del hilo que le salía entre los labios. No salió un pringue rollito primavera de algodón empapado de rojo, no. Salieron dos bolas gruesas, con bandas de colores y atadas por un cordel. Ella se reía como si tuviese cinco años.

- Ves, son unas bolas chinas. Hoy me las he puesto para que cuando llegue papá, me encuentre ya excitada y bien lubricada, aunque también sirven para tener el suelo pélvico en buena forma. Mañana se va de viaje tres días y esta noche quiero quedarme bien satisfecha. Dos noches sin papá, es mucho tiempo para mí.

- Sois unos calentorros, pero me encanta que disfrutéis tanto. Lo malo es que, con unos padres como vosotros, ya me están viniendo ganas de estrenarme con algún chico y aunque el cuerpo me lo pida, todavía no me siento preparada…

- Te entiendo, cariño, todavía eres muy joven. Todo llegará, mi niña. ¿Sabes qué?. Estos días que no tendremos a papá en casa, iremos juntas a comprar unos juguetitos para ti, así la espera se te hará más llevadera.

Esa noche temblaron las paredes de casa. Se encerraron en su habitación al acabar cenar y les oí follar por los descosidos hasta bien entradas las tres de la madrugada. ¡Menudos padres tenía!.

El día siguiente, era jueves y por la tarde no tenía clases en el instituto. Cuando llegué a casa, mi madre ya me estaba esperando.

- Venga, Marta, vamos a vestirnos. Donde quiero ir, no dejan entrar a los menores y tendrás que pasar por una mujer hecha y derecha.

Tenía sólo catorce años y nueve meses, sí, pero un cuerpo bien desarrollado. Los pechos ya me destacaban y si usase, gastaría una buena talla de suje. Era alta, más que mamá, medía mi buen metro setenta y bastantes, con la cadera marcada y unas extremidades musculosas y bien torneadas por el baloncesto y el waterpolo que practicaba asiduamente.

Mamá me llevó al baño y delante del espejo, me maquilló la cara con sus potingues. Me perfiló las cejas y los labios y me alargó las pestañas con el rímel más oscuro. Finalmente, me peinó con un recogido.

Pasamos a su habitación. Abrió el armario y rebuscó un sujetador con relleno en el fondo de sus cajones. Ella casi nunca usa, pero tenía algunos. En su mayor parte, regalados por su hermana mayor, mi tía Enriqueta que todavía a día de hoy, le recrimina el que siempre lleve las tetas sueltas. Se ve que quería corregirle ese “defecto” y más, cuando vio que su única sobrina, seguía los pasos de su madre…

- Ponte éste. Te hará los pechos más grandes y te los juntará para marcarte el canalillo. Ya que estás, toma las bragas del conjunto.

Me puse el conjunto. Con el maquillaje, parecía una universitaria preparada para comerse la noche. La cosa no acabó aquí. Escogió un vestido de punto de seda, pegado al cuerpo y con un buen escote. A mamá le llegaba dos dedos por debajo de medio muslo, pero yo era más alta y me quedaba más descocado. Nunca me había puesto algo así, pero me quedaba de cine.

- Ponte esos pantis gris oscuro, te van de muerte con el color del vestido. A ver, los zapatos. No me acuerdo que tengas ningunos apropiados, aunque… tengo los que compré para la boda de mi amiga Chenchu. Como me quedaban grandes, no me los he vuelto a poner, pero tu gastas una o dos tallas más que yo. Pruébatelos.

Me puse todo aquello. Los zapatos me quedaban perfectos. Tenían un talón importante, pero no desmesurado y aunque yo no estaba acostumbrada, los podía llevar sin peligro. Mamá me hizo dar un par de vueltas. Me repasó el cierre del sujetador. Hizo una mueca y me palpó el culo. Parece que no le gustó del todo.

- Se te marcan los corchetes del sostén en la espalda. Vamos a engancharle un esparadrapo grueso por encima y creo que eso, quedará solucionado. Te hace unos años mayor y no quiero que te lo saques. También se te nota el corte de las bragas, las costuras no son para llevar con éste vestido. Sácatelas y déjate las medias. Total, son pantis. Yo voy muchas veces así cuando me pongo vestidos ajustados.

Hice todo lo que me dijo. Al acabar, me dio un repaso rápido al peinado y nos miramos juntas en el espejo grande que tenía en su habitación. Creo que lo que vimos nos impresionó a ambas. Yo parecía una mujer, no, ¡una señora!. Podía pasar por veinte y muchos años. Parecíamos amigas o hermanas.

- Vamos a completar tu look.

Me dio unas sofisticadas gafas de sol de Dior, unos pendientes grandotes y me puso pulseras, reloj de vestir y un collar para remarcar el escote. El remate, vino cuando se quitó su anillo de casada y me lo pasó.

- Anda, ponte esto, así parecerá que estés casada, ¡ja, ja, ja!. Yo me pondré otro. Toma este bolso y ya podemos irnos. Parecemos dos amigas que se van de marcha. Si esta noche salimos de ligoteo, arrasamos, porque las dos estamos un rato buenas, a que sí, cariño.

Tomamos un taxi al centro y bajamos por la zona de Gran Vía a tocar de Chueca. Al empezar a andar, pude percatarme del poder que tiene una mujer que se sabe guapa y lo muestra. ¡No digamos de dos amigas de rompe y rasga, andando tomadas del brazo!. Los tíos giraban sus cabezas para mirarnos el culo y si venían de frente, primero las tetas, después, algunos, la cara. También me percaté de que no le éramos indiferentes a más de una chica. Estaba aprendiendo mucho con mamá.

Doblamos por una callejuela y entramos en una tienda presidida por un rótulo que decía, en un neón verde chillón: “Sex Shop”. Mamá me miró riendo y me dijo:

- Recuerda, preciosa, ahí dentro, somos dos amigas cachondas que vamos a comprar unos juguetes guarros para divertirnos. Yo soy Nati y Tu Marta, no te equivoques, a ver si tenemos un problema.

Comprendí perfectamente lo que pretendía y entré con paso seguro. Aunque me imaginaba lo que me podía encontrar, os he de decir que me sorprendió. Aparte de los previsibles vibradores, pollas de goma, películas porno, artículos de sado ligth y esas cosas, había una colección de disfraces y ropa interior guarra que a mí, más que excitante, me pareció propia del carnaval, pero claro, debía tener muy poca experiencia para entender todo eso… Al salir le preguntaría a mamá.

Éramos las únicas mujeres, además de la dependienta. Una chica bonita, con cara simpática, pero tatuada en exceso para mi gusto y con grandes piercings en las cejas y el labio inferior. Le conferían un aspecto duro que no concordaba nada con la dulzura de su rostro. Llevaba un bustier de cuero por el que enseñaba, más que un buen escote, las tetas. Debía ser su uniforme de trabajo.

Mamá fue directa a una vitrina cerrada cercana al mostrador, donde se exponían vibradores, bolas como las suyas, unos “huevos” con radio-control y otros juguetes que no sabía para que servían. La verdad, es que eran bonitos, con un diseño elegante.

- La mayoría de mis juguetes son de esta marca. Es un poco más cara, pero son de excelente calidad y funcionan muy bien. Vamos a ver que te conviene.

- Nati, esos huevos, ¿cómo se usan?, porque si son para lo que me imagino, son inmensos, no sé cómo pueden caberle a una.

- Yo tengo dos, uno me lo regaló Pablo, mi marido, y te aseguro que me entra la mar de bien en el coñito. ¡No sabes la de gusto que da!. Quien tiene el mando a distancia, puede accionarlo cuando le parezca y regular la intensidad y la cadencia de la vibración. Eso te produce más placer todavía, por el morbo que te da el no saber cuándo…, ya sabes.

- Imagínate en una reunión de amigos, en un restaurante o… en una boda. En la de mi sobrino Luís, creo que lo conoces, lo llevaba puesto. Pablo se empleó a fondo y tuve que cambiarme las bragas y las medias dos veces, de lo mojada que acabé. Me puso tan caliente que a medio baile, me vi obligada a pedirle que me follara en el baño. ¡Qué polvo tan divino!.

Miré a mamá estupefacta. Conociéndoles, estaba segura de que eso no era una milonga. De hecho, yo también asistí a la boda y recuerdo que la abuela los estuvo buscando un buen rato… Estoy segura que la dependienta nos oía, porque nos empezó a mirar con el vicio marcado en su cara.

- Dejaremos los huevos teledirigidos para de aquí un tiempo. Mira, yo creo que te voy a regalar uno de esos vibradores medianitos con forma anatómica y unas bolas. Es el kit básico para toda mujer que se precie.

- Y ese vibrador de la vitrina de al lado, más largo, pero finito y con esas protuberancias ¿para qué sirve?.

- Es para darte placer anal. Ese modelo, no lo he probado.

La dependienta, nos oía y no se resistió a intervenir:

- Perdonadme si me entrometo, chicas. A ver si os puedo ayudar. Esas bolas tailandesas, están diseñadas para nosotras. Para los chicos, tengo esas de ahí, más gordas. ¿No las habéis probado nunca?.

- No tienen vibración ni nada de eso, pero si te las introduces en el culo y, mientras tu chico te la está metiendo, juegas con ellas: dentro-fuera, dentro-fuera, ya me entendéis…, te da un gusto que te cagas y a tu chico, más. Lo sublime, es tirar de ellas rápidamente cuando él empieza a eyacular, es una pasada. Yo lo he hecho con mi pareja y os lo puedo contar de primera mano. Me gusta probar todos los juguetes que vendo, así puedo aconsejar mejor a mis clientes.

Me reí, apretando los glúteos. Nunca había jugado con mi ano, pero me gustaría experimentar.

- Nati, ¿qué te parece si nos las quedamos?. Las podemos compartir.

Al oírnos, la dependienta debió creer que éramos una pareja de lesbianas, porque añadió:

- Bueno, entre chicas también es fantástico. Sustituyes el pene por uno de estos masajeadores íntimos y la respuesta es la misma, o tal vez mejor: ¡Éstos no se reblandecen nunca y tienen baterías para rato!.

- ¿También lo has probado?, le dije.

- No, guapa, pero si te animas, podemos probarlo juntas.

Menuda pájara era esa chica. Sería joven, pero sabía decir la última palabra. Me gire hacia mamá. Le tomé de la nuca y acerqué sus labios para darle un morreo en toda regla.

- No necesitaré probarlo con ella verdad, Nati. Creo que nosotras ya sabremos qué hacer con esos juguetitos.

Mi madre se río, sorprendida de mi atrevimiento. Creo que hasta algo escandalizada con su niña, pero entró en el juego:

- Nos quedamos dos. Es más sano no usar el mismo juguete que ya sirve a otro culo. Uno color púrpura i el otro… negro, no sea que nos confundamos, ¿va bien, Marta?. Para empezar, podemos probarlo cuando no estemos con nuestros maridos.

- Claro, preciosa.

- Danos también un vibrador de esos y unas bolas medianas.

- Mira, si me permites aconsejarte, en vez de ese modelo chiquito, te sugiero el “Elise”, es más potente y más grueso. Sacia mejor a mujeres experimentadas como nosotras. Para uno pequeñito, esos en forma de pintalabios. Los puedes llevar siempre en el bolso, listos para usar, estés donde estés, en cuanto te vengan los primeros picores allá abajo. Yo llevo uno a todas partes.

- Si os podéis gastar unos euros más, en vez de las bolas, comprad un “Luna smart bead” las sustituye, pero con muchas ventajas. Automáticamente, selecciona el mejor programa de entrenamiento y os preparará para tener unos orgasmos mucho mas placenteros. Hacedme caso. Esos suecos de Lelo, son unos cracs.

Crucé una mirada con mamá y decidí que si me había disfrazado de mujer, tenía que serlo y tomé mis decisiones, además, ¡pagaba ella!.

- Mira guapa, nos quedaremos el vibrador medianito, ese que se llama “Liv”. Lo quiero de color negro. Y las bolas… bueno, en eso, te haremos caso y compraremos lo que nos has recomendado. Negro también.

- Habéis tomado una buena decisión. Si me permitís, como veo que estáis casadas, vais a disfrutar un montón con este juguetito nuevo que han sacado al mercado. Lo tenéis que probar. Esa forma de U, es para que te puedas introducir la pata más fina dentro de la vagina y dejar espacio para el pene de tu hombre. Al mismo tiempo, también te masajea el clítoris y toda la zona púbica con la otra pata, más plana y grande. Tiene varios modos de vibración y es adaptativo. Una pasada. ¿Os pongo uno a cada una?. Ya os haré un arreglo en el precio.

Mamá lo tomó y se lo estuvo mirando. Le dio al mando pero no hacía nada.

- Espera, preciosa, en el expositor no los tenemos cargados. Lo voy a enchufar y lo podrás probar enseguida, en la mano, ¡eh!. Tú también.

Yo me lo miraba con curiosidad. Sabía que no era para mí, al menos por el momento… Decidí meter baza mientras se cargaba el cacharrito de marras:

Nati, cariño, si te pones eso en el coño, con lo gorda que es la tranca de tu marido cuando la tiene bien empalmada, no le va a caber. Aún te tendré que prestar a uno de mis amantes para que puedas probarlo.

La chica nos miró con un renovado interés. Entonces, nos confesó algo más:

- Veo que sois liberales. ¿Conocéis el “Encuentros” de Vicente Caballero?. Con mi pareja, voy a menudo. Os podemos invitar una noche. Mi hombre es bisexual y nos lo podríamos pasar muy bien los seis. ¿Os animáis?. Me habéis caído muy bien y seguro que vuestros chicos no me defraudarán.

Creo que en ese punto, a pesar de su abertura de miras, mamá decidió que las cosas estaban llegando demasiado lejos para una chica de mi edad.

- Ya nos lo pensaremos…

- Os doy mi teléfono. Llamadme no os arrepentiréis. Os aseguro que trato un coño tan bien o mejor que un buen pollón…

Al final mi madre, se quedó el novedoso juguete para parejas y yo las bolas chinas “mejoradas”, el vibrador y ambas, el artilugio ese tailandés para dar otro uso que el cagar a nuestros culos. Se gastó un pastón, aunque la chica tuvo el detalle de regalarnos dos juegos de gel lubricante y spray limpiador bactericida. Al final, le saqué también un bote de aceite estimulante genital frio-calor. ¡Tenía muchas cosas por descubrir todavía…!.

Al despedirnos, Caty, así se llamaba la dependienta, lo hizo con un piquito a cada una y un: “Os espero, no me falléis”. Aunque la situación me sobrepasaba, me gustó.

Aquella excursión al sex-shop marcó la inexorable perdida de mi himen. A los pocos días, probé el vibrador. Bien untado con el lubricante, me lo introduje en el chocho, pero le costaba llegar al fondo y me dolía. Valoré el pedir consejo a alguna amiga, pero pensándolo bien, yo era la más lanzada y experimentada en esas cosas. No me servían.

Recurrí a mi madre. Para casi todas mis amigas, tal vez eso fuese inimaginable, pero con ella sabía que podía hablar de todo. Ese día por la noche, le pedí que después de cenar me acompañase a mi habitación. Quería hablar con ella. Creo que tuvo claro que le iba a pedir, porque en cuanto acabamos los postres, le dijo a papá con una sonrisa socarrona:

- Pablo, saca la mesa y pon el lavaplatos que con Marta tenemos una conversación pendiente de mujer a mujer y por lo que veo, ya no puede esperar.

Cuando le expliqué mi problema, ella me tomó cariñosamente entre sus manos y me besó las mejillas.

- Cariño mío, ¿te lo cuento o prefieres que te ayude de forma más práctica?.

Sólo tardé medio minuto en tenerlo claro:

- Enséñame mamá. Nadie pondrá tanto cariño y paciencia como tú en ayudarme con eso.

Mientras lo decía, pensaba para mí: Tal vez, papá… Pero no sólo no dije nada, sino que aparté rápidamente esas ideas de mis pensamientos.

- Como ni tu ni yo somos pudorosas, vamos a hacerlo bien: desnúdate, cariño.

Como ya estaba de ir por casa, poca ropa llevaba. Me quité los pantalones y la camiseta y me quedé estirada sobre mi cama, esperando acontecimientos.

- Primero, has de estar preparada para penetrarte, lo mismo que si fuese un chico el que te la va a meter. Acaríciate preciosa.

Empecé pasándome los dedos por el conejo, primero por los labios y luego por mi botoncito del placer. Iba a cogerme los pezones con la otra mano, pero me lo pensé mejor.

- Mamá, ya que has venido, podrías ayudarme, no.

- Estas segura, Marta.

- Claro mamá. Ya lo he hecho con alguna amiga y es mucho más divertido.

- Mi niña… ven.

¡Cuánto sabe mi madre!. Desde el momento que puso su mano en mi pubis, supe que esa noche dejaría de ser virgen, al menos en términos fisiológicos. Me acarició suavemente. Iba a derramar unas gotitas de lubricante sobre mi vulva, pero se lo impedí:

- Dame lengua mamá. Ya sabes que es el mejor y más placentero de los lubricantes…

- ¡Ay mi Marta!, eres una cerdita depravada. ¿Qué haremos contigo?.

Mientras me decía eso, se quitó la túnica y las zapatillas. Tan despelotada como yo, me desplazó hacia el extremo superior de la cama y se estiró entre mis muslos. Abrió mis labios con su mano izquierda y empezó a lengüetearme, desde el exterior, al interior de mi sexo. Su otra mano, no perdía el tiempo. Llenó de babas los dedos y me acarició el clítoris con infinita suavidad y paciencia.

Cuando llegó a la velocidad de crucero, entré yo en materia. Me dispuse a acariciar mis pechos con las dos manos. No descuidé mis pezones en ningún momento, ¡cómo iba a hacerlo, con lo hipersensibles que los tenía!. El camino de mi placer, estaba subiendo por un sendero sin retorno y la cima ya estaba cerca.

Mamá lo notó y desplazó su lengua a mi botón mágico. ¡Oh, oh, oh…!. Pujaba como si fuese de parto, aún sin saber que se experimenta en esos momentos. La movió más rápido, metiéndome a la vez la punta de sus dedos en el coño. Maravilloso. Estaba llegando. Me venía un orgasmo avasallador y entonces, llegó el súmmum.

Me sorbió el clítoris, aspirando el aire entre sus labios. Mi botón del placer vibraba como nunca y entonces ella hizo tintinear la puntita de la lengua sobre él, a una velocidad endiablada. Mientras, no abandonó en ningún momento las caricias en los primeros centímetro de mi dilatada vagina. Con ese tratamiento, mi cuerpo explotó en un orgasmo sublime.

Justo en el momento en que me llegaba la cresta del placer, mamá me dio más. Me acarició la entrada del culo con el pulgar de la otra mano, hasta conseguir traspasar el esfínter con el índice. En ese instante, en un acto reflejo, apreté fuerte mis pezones y tiré de ellos enérgicamente.

Lo que me pasó en ese momento, lo recordaré toda mi vida. El placer que sentí fue tan, tan intenso que creo que hasta me nubló el conocimiento. Creía que me estaba meando de gusto, pero lo que estaba lamiéndome mamá en el coño, era mi flujo: Eyaculé. Luego he sabido que muchas mujeres no lo consiguen nunca y las que lo logran, acostumbra a ser en su madurez sexual. Mamá y mi calentura, lo consiguieron de una adolescente. Cuando más tarde me lo explicó, me sentí única.

Me dejo descansar unos minutos, acariciándome suavemente la tripa, los pechos, los muslos… Cuando me vio rehecha y completamente relajada, fue cuando me dijo:

- Creo que estás preparada, cariño. ¿Vamos?.

- Métemelo tu, mamá, por favor.

- Claro, mi niña. Para eso he venido.

Tomo el vibrador, seleccionó la velocidad más baja y aunque mis flujos rebosaban por doquier, lo untó a fondo de lubricante. En ese punto, lo introdujo dentro de mi cuca. Al llenar el primer tercio, topó con la membrana cabrona. Subió uno o dos puntos la velocidad y continuó moviendo el juguetito en mi interior. A tanto meneo, mi cuerpo respondió con un nuevo orgasmo. Justo en ese momento, mamá me presionó sobre el pubis, enterró el dildo hasta el fondo de mi vagina y dejé mi virginidad en el baúl de los recuerdos.

¡Qué pensamientos más gratificantes me trae aquello!. Creo que pocas chicas pueden explicar su iniciación con tanto amor y placer.

A partir de ese momento, sexualmente hablando, crecí tres años en tres días. Mamá me aconsejó esperar un par de días antes de volver a meterme a “Grinder”, que es como había llamado a mi vibrador. Era buena chica y en general, hacía caso a mis padres, pero… el cuerpo me pedía marcha.

Al mediodía siguiente, comí sola en casa. Acabé la macedonia que habíamos preparado con papá la noche anterior, fui a buscar los juguetes a mi habitación, me saqué los pantalones y las bragas, me estiré en el sofá de la sala con las piernas bien abiertas y me metí en faena.

Lo pringué bien con el aceite que nos había regalado Caty y pa’dentro. Me entró como un pie en un zapato hecho a medida. ¡Mmmmmm…!. Qué gusto daba. Empecé con el modo lento y fui subiendo hasta llegar al tope. ¡Joder, eso era la ostia!. Me corrí como la mayor de las guarras. De hecho, creo que debía serlo…

Seguí jugando hasta que el orgasmo me visitó tres o cuatro veces. Entonces probé a meterme la versión moderna de las “bolas”, pero era más gruesa y aunque casi me entraba, me tiraban las paredes vaginales. Otro día. Ya me ocuparía yo en lograr tener el coño tan elástico como el de mi madre.

Durante el verano siguiente, pasaron varias cosas importantes en mi vida. La primera de todas, me desvirgué como dios manda: Con una polla de verdad. La segunda, es la que da pié a este relato: Ofrecieron a mi madre un ascenso en la empresa donde trabajaba desde hacía ocho años. Fantástico, sí, pero un problemón, también. Os lo cuento, paso a paso.

Ese verano decidimos pasar dos semanas de vacaciones en el baserri o caserío que mi tía Enriqueta y su marido tenían no muy lejos de Gasteiz (Vitoria). Era la casa familiar de mi tío Koldo, un euskaldun de pura cepa. Mucho campo, animales de granja y mis primos. Xabier, unos años mayor que yo y su hermana Izaskun que ya estaba a punto de acabar la universidad. A ella le dejaban el coche e iba a su bola, por lo que no tenía mucha relación conmigo.

Con el primo… las cosas eran otras. Siempre me había caído bien. Simpático, franco y fortachón. Un buen tipo. La última vez que hablamos, me dijo que ya se había estrenado y yo venía dispuesta a ampliar la información y ver si su experiencia me podía servir de algo.

La primera tarde que compartimos todos, los mayores se fueron a hacer la siesta. Mi tío Koldo y su mujer, seguro que algo dormirían, pero mis padres, tenía claro que aprovecharían el tiempo para marcarse el polvo de media tarde. Mamá me había confesado antes de salir de Madrid que en vacaciones, la libido se les dispara y para ellos, eso representaba follar un par o tres de veces al día.

Izaskun decidió irse a la ciudad a ver a sus amigas. Yo tomé a mi primo de la mano y me lo llevé a uno de los establos vacíos. Teníamos que hablar:

- Xabier, ¿cuántas veces lo has hecho ya?, ¿con cuantas chicas?, ¿siempre tomas precauciones?. Cuéntame primo, que necesito saber esas cosas.

- Déjame, Marta. ¡No sé porqué te dije que ya me he estrenado!. ¿Para que quieres saber todo eso?. Te vas a parecer a una de esas de los programas de chismorreo.

Vi que no era buena estrategia divagar y decidí ir al grano:

- Mira, primo. Ya sabes que hace meses que he cumplido los quince. Me siento mujer y ya ves que tengo el cuerpo de mujer. Estoy lista para enrollarme con tíos y quiero saber todo eso para decidir si estás preparado para ser tú quien me enseñe.

- ¡Coño Marta, eres la leche!. ¿Me estás diciendo que quieres examinarme para ver te parezco suficientemente experto para desvirgarte?.

- Sí. Aunque lo de desvirgar, no hará falta.

- ¡Joder!, pero…

- No me puedo creer que no quieras tirarte a tu prima. Cuando me miras el culo y las tetas a todas horas, tus ojos dicen otra cosa. Si apruebas mi examen, seré toda tuya.

Medio acojonado, decidió que el premio merecía la pena y empezó a largar. Resulta que mi primito, tan modoso él, hacía ya año y medio que mantenía una relación, puramente sexual, con la hermana de su vecina del piso familiar en Gasteiz. La pendona, tenía treinta y dos años.

Como él, pero con quince años más, todavía vivía con sus padres en el barrio de Mendizorroza, por lo que imaginé que debía ser una pija rica. Tres o cuatro veces al mes, como mínimo, Xabier iba a su casa, cuando ella le avisaba que sus padres estaban fuera. Enviaba al servicio a hacer un recado interminable y se encerraban en su habitación para dar rienda suelta a sus ardores.

Por lo que me contó, su follamiga no era muy promiscua. Si no le engañaba, sólo follaba poco y mal con su novio de siempre y con él, eso sí, con más ganas. La chica esa, no parecía muy imaginativa, pero unas cuantas cosas sí que le enseñó. Claro que yo lo comparaba con lo que conocía, mis padres, y ellos… son de otra galaxia. ¡A ver si al final, tendría que ser yo la que le enseñase unas cuantas cosas!.

Se sentía seguro y con más experiencia que la mayoría de sus amiguetes. Al correrse la voz que ya era un tío experimentado, a algunas amigas les pasó lo que a mí: los experimentos con gaseosa. Así, se había cepillado ya a cuatro o cinco compañeras y a una guarri desconocida que coincidió con él en las pruebas de Selectividad. ¡Tenía currículo el primo!.

Acabada su confesión, decidí que podía servirme y se lo dije:

- Parece que sabes qué hacer con una mujer. Si te apetece, quedamos mañana por la tarde en la cabaña de los pastos de Mundeitia. Tiene cama y me han dicho que excepto en inverno, no va nadie. Coge tú la llave y yo tomaré agua y cuatro cosas para picar, que el follar, da hambre.

- No te andas por las ramas, prima. Por la mañana bajaré al pueblo a comprar unos condones. Pensaba que aquí no los necesitaría y no he traído.

- Como quieras, Xabier, pero me has dicho que con las otras, siempre te has puesto capucha, así que no puedes haber cogido nada malo. Que sepas que hace casi un año, mamá me llevó al ginecólogo y desde entonces, tomo la pastilla. Por mí, te puedes ahorrar el dinero. Además, creo que me gustará sentir como tu leche me llena.

Se fue con cara de alucine. Estaba orgulloso de ser de los pocos de su cuadrilla que ya habían mojado en caliente y se veía como un macho alfa. Resulta que su prima, tres años menor, le daba vueltas en más de una cosa y encima parecía mucho más guarra y lanzada que él. ¡Hombres!.

Os he de decir que mi primo no me defraudó. Nos pasamos dos semanas follando por los descosidos. A él le maravilló mi absoluta falta de pudor y las ganas que tenía de gozar y probarlo todo. A mí, la resistencia de mi primo y su dulzura. Sabía retardar su orgasmo hasta que yo me corriese a destajo y en poco tiempo la tenía de nuevo como una escarpia. Era un solete y además, con buena polla.

La primera vez le sorprendió mi desparpajo. Al parecer, su follamiga oficial, no le hacía mamadas. De vez en cuando, aceptaba darle cuatro besitos y un par de lamidas en el capullo, pero nada más. Dejar que se corriese en su boca o probar el semen, era un anatema para esa chica. ¡Pobre Xabier!. Sólo la que se había ligado en la selectividad (creo que más bien fue al revés, pero bueno…), le hizo una mamada en condiciones.

A mí, si está limpita, me encanta comerme una polla. No lo hago porque el chico me lo pida hasta el agotamiento. No. Lo hago porque lo disfruto. Además, a ellos les gusta cantidad, claro. Si es de confianza, no me importa que el chico se me corra en la boca. Eso sí, me gusta besarlos después, embadurnada con su semen: Si lo quieren para mí, lo han de aceptar por igual. Si no le ponen reparos, yo tampoco para tragármelo o jugar con él por mi cuerpo.

Después de esas palabras, ya os podéis suponer como empezó nuestro primer encuentro. El comenzó acariciándome por encima de la ropa. Yo iba a lo que iba y además venía bien preparada. Le aparté con suavidad y me quité el vestido de verano que llevaba. Debajo, mi piel y zapatillas de trekking, con calcetines. El pobre, se quedó con una cara de pasmado que echaba para atrás.

- Anda, tontorrón, te dejo que me quites las bambas y los calcetines, que lo otro ya me lo he sacado yo. Y desnúdate de una vez, ¡quiero palpar carne!.

Los dos en pelotas, nos acariciamos, nos besamos, nos magreamos… en fin, descubrimos el cuerpo de nuestra pareja. Xabier ya la tenía dura, dura y yo estaba encharcada. Decidí sorprenderlo. Le tomé la polla por la base y me puse entre sus piernas. Se la lamí, se la chupé, se la restregué con mis tetas y aquí decidí parar. ¡Yo también quería disfrutar!.

- Sólo estoy trabajando yo, gandul. ¡Y una también quiere mimitos!.

Volteé el cuerpo y me puse en el clásico sesenta y nueve. Parece que mi primo no se había comido muchos coños y se quedó dudativo, mirando la entrada de mi cueva del placer con admiración, pero sin bajar al pilón. Tuve que ayudarle un poco.

- Cómeme el coño, hombre. Chúpame el clítoris, cariño. Venga, a trabajar que yo voy a continuar mi tarea hasta que me llenes con tu leche calentita.

Tuve que cogerle de la nuca y apretar sus labios contra la vulva. ¡Es que a los hombre hay que enseñároslo todo!. En su honor, tengo que decir que en cuanto lo probó, le puso un entusiasmo desbordante. Con esas ganas y dado que yo no pensaba ponerle límites a sus prácticas, no dudé que aprendería pronto.

Los dos estábamos muy excitados por la novedad y nuestros orgasmos, tardaron poco en aflorar. Primero le vino el suyo. Me lleno la boca son su eyaculación. No dejé escapar ni media gota y continué lamiendo su bálano mientras el me hacía llegar. Como se dedicaba con devoción a lamerme los labios y rebañar los copiosos jugos que me salían del coño, le ayudé un poco pellizcándome ese botón tan gratificante, escondido en su capuchón. Me llegó de súbito el orgasmo. Fue de los buenos y muy húmedo, pero él no le hizo ascos y siguió lamiendo y engullendo.

Me dejó descansar menos de medio minuto antes de darse la vuelta y encarado conmigo, pegarme un morreo de órdago. Algo nos había quedado a ambos en nuestras bocas de los elixires del otro y los compartimos con ganas. Allí vi que era de los míos. Un poco guarrete, como hay que serlo para disfrutar del buen sexo.

Nos relajamos y un rato después, le pedí que me penetrase. Para eso habíamos venido. Era un chico considerado y empezó a advertirme para que estuviese preparada. O no me había escuchado el primer día o no había querido entenderlo: ¡Al fondo de mi coño, ya se podía llegar sin impedimento alguno!.

- Voy a empezar por meterte sólo la puntita. Iré avanzando poco a poco, pero cuando llegue al himen, tendré que dar un empujón para poder avanzar. Entonces, tal vez te duela un poco, pero…

- Déjate de chorradas, primo. Dame duro y hasta el fondo. Hace casi un año que me he llevado el virgo por delante. La polla era de goma y no de carne, pero hizo su trabajo. Si quieres, luego te la enseño. Siempre llevo algunos de mis juguetes conmigo.

Empezamos con buen pié y acabamos mejor. Fueron dos semanas intensas y gratificantes. Creo que los dos aprendimos mucho y nos convertimos en unos amantes al menos, aceptables.

Mis padres al tercer día de llegar ya se percataron que me estaba tirando a mi primo. Mamá sólo me dijo:

- Marta, vigila que no se enteren tus tíos y si llegasen a saberlo, recuerda: nosotros no sabemos nada. ¡Mira que hay hombres en el mundo y tenerte que enrollar con el primo!. Al menos, disfrútalo, aunque por la cara que pones desde ayer… me parece que ya lo haces.

A la noche papá me pidió que le acompañase a comprar cubitos de hielo para los combinados y aprovechó el viaje en coche para hacerme un tercer grado: quería detalles. Se lo conté todo. No sólo no me corté ni un pelo, sino que le añadí algunos toques morbosos de mi cosecha. Cuando me miraba, lo hacía con cara de admiración, como diciendo “ésta es mi niña”.

Al ir a darle un besito de hija agradecida, por lo comprensivo que se mostraba su padre, me apoyé en sus piernas para alcanzar su mejilla y lo que encontré, me sorprendió o tal vez… no tanto. Tenía una erección de semental listo para cubrir a la mejor yegua de la cuadra. No pude contenerme:

- Papá, es que eres la leche. ¡Hasta te pones burro con tu hija!. Lo provoco yo y va a ser mamá quien lo disfrute. ¡Jo, no hay derecho!.

- Lo siento, hija. Tus explicaciones han sido tan explícitas y sobre todo, tan calientes, que no he podido contenerme. De veras, perdóname si te ha incomodado.

- Venga papá. Me ha encantado saber que te lo he provocado yo. De incomodarme nada, lo que ha hecho, es ponerme como una moto. Me ha quedado el coño encharcado y tendré que contentarme con mis juguetes. ¡No voy a ir a la habitación de Xabier!. Aunque… ¿tal vez me dejaríais venir un ratito a la vuestra?.

- Pero que dices, Marta. Estás loca o qué. ¡Somos tus padres!. Además, aquí, ¡en el baserri de tus tíos!. Sólo de pensar que pudiesen pillarnos, se me encoge el cipote para dos semanas.

Esa noche acabó como tenía que ser. Mis padres follando como conejos, como siempre, vaya. Parece que le pusieron más intensidad de la habitual y mis tíos les oyeron. Eso les motivó y también se dieron un homenaje. Todo gracias a mí, pero nadie me lo agradeció esa noche…

Volví de esas vacaciones más mujer. Muy mujer, diría yo. Mi vida sexual fue ampliándose paulatinamente. No tenía novio, ni quería, pero follaba más y mejor que cualquiera de mis amigas emparejadas. Al cabo de un año, me enrollé de una forma más estable con una chica, Marisa. Ella es bollera y no le interesan los hombres. Como dejamos las cosas claras desde el primer día, todavía nos funciona esa especial relación.

Disfrutamos mucho juntas cuando quedamos, pero sabe que puede tener las “amigas” que quiera y yo, que no tengo cortapisa ninguna para acostarme con chicos o con otras chicas, aunque desde que la conozco, de chicas, pocas. Ella me basta.

Seis meses más tarde, mamá nos avisó que tenía que darnos una gran noticia. Papá y yo la esperábamos contentos y expectantes, pero al llegar a casa, su cara reflejaba un eclecticismo curioso. ¿Porqué no estaba feliz, si era una buena noticia?. Al contárnosla, nos dimos cuenta que incluía nefastos efectos colaterales, especialmente para papá y ella. Eso, fue lo que condujo a los libidinosos hechos que dan pié a este relato.

- ¡Hola familia!.

- Venga, mamá, cuéntanos, nos tienes en ascuas.

- Me han pedido que acepte la dirección comercial para EMEA. Europa, el Medio Este y Asia. Es la región que nos aporta más facturación, después de Estados Unidos, pero claro, ahí nació la empresa. Sería uno de los Senior Vicepresidents. Pasta larga, acceso a las prebendas de la alta dirección y una muesca de prestigio en el currículum. Siendo mujer, será un doble éxito.

- ¡Felicidades mamá!. Te lo mereces.

Papá la miraba contento, pero casi le caían las lágrimas. Ella, no estaba mejor.

- Si, pero el puesto implica viajar casi las tres cuartas partes del tiempo. Tendré que ir a las oficinas de cada país, visitar los clientes clave, tener reuniones con los políticos locales y esas cosas. No podré volver cada noche a casa…

Mamá tomó a papá de la mano y lo besó con fuerza, le apretó con el cuerpo entero. Entonces, uno empezó a arrancar la ropa del otro. En nada, se quedaron en bolas y empezaron a follar desesperadamente en el sofá de la sala. Estaba delante suyo, pero para ellos no existía nada más que su amor y sus cuerpos.

Veía a dos palmos el pollón de papá horadando la vaina de mi madre, entrando y saliendo, sin tiempo de mantener el resuello. Estaban a lo misionero. Él aprovechaba para comerle los morros con tal pasión que al verlo, se me licuaba el coño. Sus manos acariciaban las tetas de mamá con suavidad y cada tanto, dejaba su boca para comerle los pezones con gula. Mamá le acariciaba las nalgas, se las estrujaba, diría yo.

En un momento dado, ella se ensalivó el índice y se lo metió por culo a papá. Cuando él vio invadidas sus entrañas, mordió los erectos pezones de mamá, ora uno, ora el otro. Una forzó el dedo y el otro estiró más el pezón que tenía cogido entre los dientes.

En ese instante, los dos explotaron. Se corrieron entre estertores y gritos de placer, sin disimulo alguno. El semen de papá, ayudado por los flujos propios, desbordaba el coño de mamá. El charco en el suelo, sin duda, atestiguaba la intensidad de sus orgasmos. ¡Suerte que era primavera y ya habían quitado las alfombras de la sala!.

Al relajarse un poco, se dieron cuenta que yo les estaba mirando atentamente, con una sonrisa en los labios y una mano dentro de mis leggings.

- Me encanta que mis padres se quieran tanto.

Me acerqué a darles un pico casi casto a cada uno, sin importarme que tuviesen sus labios embadurnados de vete a saber qué, o tal vez sí que lo sabía… y eso me excitaba todavía más.

- Quita, quita, Marta, no ves que estamos sucios. Siento que nos hayas visto así. Una hija no ha de ver a sus padres teniendo sexo. Nos hemos desmadrado. Ya sabes como somos, pero eso no es excusa. Lo siento, cariño.

Papá, no participó de la perorata, sólo se encogía de hombros, como diciendo: ¡Qué se la va a hacer, hay lo que hay!, mientras verbalizaba a mamá:

- Un poco guarros y exhibicionistas sí que somos, pero Martita ya es mayor y creo que hasta le ha gustado vernos. Mira como ha sacado la mano de su cuca. Empapada. Es que nos ha salido a ti. ¡Siempre con ganas de joder!. ¡Ja, ja, ja!.

Esa noche se encerraron pronto en su habitación. La cosa era seria y hablaron largo y tendido.

Por lo que me contaron una y otro, parece que como buenos profesionales de la gestión, hicieron un estudio pormenorizado de la situación, sus puntos fuertes y las debilidades, sus prioridades y las oportunidades.

Se ve que llegaron a algunas conclusiones. La primera, que el ascenso era una oportunidad que mi madre no podía dejar pasar. La segunda, que ninguno de los dos podría aguantar más de dos días sin sexo y eso, ya era mucho estirar. La tercera, que nadie quería en ningún caso serle infiel al otro. Se amaban y no deseaban poner ninguna mentira en su relación de pareja. Por último, tuvieron claro que eso debía ser una situación temporal y que pasados un par de años, como máximo, mamá lucharía para volver a los headquarters de la empresa en Madrid, procurando mejorar la posición alcanzada u ocupando otra plaza de la misma categoría.

Fríos de mente, pero con los genitales hirviendo a todas horas, tomaron el toro por los cuernos. Al final decidieron que la mejor solución para sobrellevar esos periodos de separación forzosa, era comportarse como una especie de pareja liberal, aunque sin montárselo a la vez. Vamos, que se dieron mutuamente permiso para follar con otros cuando no estuviesen juntos.

Claro que la situación no era la misma. Mamá podía picotear allá donde fuese y “si te he visto, no me acuerdo”. Eso no preocupaba a su marido en absoluto. Sólo le pidió que al volver de cada viaje, se lo contase todo, con pelos y señales y que si algún amante le enseñaba alguna cosita nueva, la probase también con él.

El caso de papá era diferente. Hacía algunos viajes, pero como siempre: un par de noches fuera al mes. Eso sí preocupaba a mamá. Si siempre se follaba a las mismas en Madrid, podría encoñarse con alguna, ya fuese una jovencita de chocho fácil o una madurita más experimentada que ella.

Lo que decidió mi madre es presentarle ella misma las mujeres a papá. Las escogió entre sus amigas, alguna compañera disoluta del trabajo y familiares que sabía que iban malfolladas. Todas bonitas y con ganas de disfrutar de la merecida fama de salido y buen amante que tenía su hombre.

Sólo les exigió dos cosas: que tuviesen claro que era su hombre y que el paso por su cama era eso: sexo y sólo sexo. La otra, que los días que ella no estuviese con él, podían follar tanto como quisiesen, ellos dos, invitando a un tercero o lo que les diese la gana, pero que cuando ella estuviese en casa, bien lejos de la polla de su marido. Como mucho, una visita para largar entre amigas.

Lo último, fue pactar entre todos un voto de silencio. Unas estaban casadas, otras tenían novio, otras… sencillamente no querían que se supiese. Mis padres, tampoco deseaban airear como cubrían sus necesidades sexuales.

Unos días después de tomar esta decisión y cuando faltaba poco para el primer viaje largo de mamá, me llamó. Quería hablar conmigo.

- Marta, aunque te falte un poco para la mayoría de edad, eres muy madura y además, sabemos que sexualmente eres activa. Muy activa, diría yo… Yo voy a estar unos días de viaje y no puedo dejar a papá sin sexo tanto tiempo. ¡Ya le conoces, no lo soportaría!.

- Yo también necesitaré desfogarme si no puedo tenerlo a él cerca. Me he acostumbrado a tener buen sexo y con mis dedos y los juguetitos que ya conoces, no me basta. Lo hemos hablado mucho y hemos decidido darnos permiso mutuo para mantener relaciones con otras personas cuando tengamos que estar separados unos días.

- Vamos, mamá, que a partir de ahora vais a ser como Caty y su chico, una pareja liberal. Pero por lo que sé, esos lo hacen juntos, no uno en Madrid y la otra en París o Dubái… No sé porqué me cuentas vuestras intimidades.

- No va a ser exactamente eso, cariño. Cuando estamos juntos, nos bastamos nosotros solos. Creo que ya lo sabes bien. Sólo será para satisfacer físicamente nuestra necesidad de sexo cuando no podamos estar juntos. Los dos somos muy ardientes y… será sólo sexo, una actividad puramente física, te lo repito.

La miré con cara de malas pulgas. Aunque entre ellos lo aceptasen e incluso lo viesen bien, a mí no me gustaba nada que papá follase con otras. Es ese momento, no acababa de ver la razón, pero más tarde, reflexionando, me di cuenta: ¡me ponía celosa que se tirase a otras y no a mí!.

- Mira, preciosa, te lo cuento porque quiero que papá no vaya mariposeando por ahí y lo por eso le voy a presentar yo a las chicas y a algunas las conoces. Te pido discreción. Además le he dicho que las traiga a casa. Prefiero que se lo monte en territorio conocido, compréndelo.

- Coño, mamá, no sólo me dices que habéis decidido follar con otros y tan tranquilos. Es que además, ¡me pides que me regodee viendo como tus amigas se tiran a papá en nuestra casa!. ¿También quieres que después de cada polvo cambie las sábanas de vuestra cama?.

- Compréndelo, cariño, para nosotros también es difícil, pero creemos que es la mejor solución. Por nada del mundo queremos que haya mentiras entre nosotros y los dos, no, los tres, sabemos que no podemos estar tanto tiempo sin sexo.

- Sois la ostia. Haré lo que pueda, pero me debes una y gorda.

Así acabó esa conversación. Ella se marchó de viaje el lunes. No volvería hasta el viernes. El primer día, ni vino nadie ni papá salió de casa por la noche. A la mañana siguiente, me contó que se la había cascado un par de veces viendo como mamá le daba al dedo por Skipe. Al parecer, no le había servido de mucho. Continuaba excitado como un macaco en época de celo.

La noche del martes empezó el desfile. A las diez y media se presentó en casa Teresa, la secretaria del County Manager de la empresa de mamá. Ya la conocía porque había venido con su marido a cenar a casa un par de veces. Más que guapa, era una chica resultona. Tenía unos cinco años menos que mi madre, pero mamá estaba mejor, con diferencia.

Papá me sugirió irme a mi habitación, pero de eso nada. Si ella había aceptado venir a follarse a mi padre en mi casa, que apechugase. Mientras le abría la puesta, fui a mear. Acabé pronto y nos encontramos las dos en el salón, ellos camino a la habitación de mis padres y yo, pues, a tocarles un poco las narices. ¡Que se había creído. Si lo iba a disfrutar, al menos que lo hiciese con la presión de mi aliento en su cogote!.

Al quitarse la casaca liviana con que se cubría, vi que venía preparada para la ocasión: debajo llevaba una mini de cuero mínima, con las piernas sin medias y una camiseta de tul transparente. Enseñaba unas tetas que no estaban mal, aunque las mías eran mucho mejores y sin dudarlo, más turgentes, con diferencia. La tomé por la cintura para darles dos besos, ¡se iba a enterar!.

-  Hola Teresa. Estás increíble. Casi me gustas más así que con el vestido tan formal que traías la última vez que viniste a cenar con tu esposo. Bueno os dejo. Pasároslo bien. Ya sabemos que papá es un fenómeno en la cama, pero no gritéis mucho que mañana tengo un examen y he de estudiar.

- Esto, Marta, no es lo que parece. Es que tu madre… Bueno creo que será mejor que me vaya, no sabía que estaba en casa y…

- No te agobies, Teresa. Ya sé a lo que vienes. No pasa nada, mamá ya me lo ha contado. Puedes venir cuando quieras… Venga, iros a la habitación y disfrutad. Follad mucho y bien, papá necesita un buen alivio.

Viendo como estaban las cosas, papá intervino con su innata socarronería:

- Gracias hija, buenas noches. Pásalo bien tu también.

Y se llevó a una Teresa medio acojonada a su cama. Seguro que yo le había cortado el rollo a esa advenediza, pero eso es lo que pretendía. ¡Iba a ser ella al que disfrutase de mi padre, no yo!.

Esa situación se repitió muchas noches durante los meses siguientes. Vinieron otras amigas de mamá, alguna compañera de papá, siempre que mamá la conociese y la “aprobase”, una sobrina segunda y algunas otras que no conocía. Al final, yo estaba que me salía la rabia por las muelas, aunque si hablase en propiedad, creo que eran celos.

No me importaba que mis padres follasen con otros. Ellos lo veían bien y yo entonces ya tenía una amplitud de miras y una experiencia impropia de mi edad. No, el problema no era ese. Lo que no aceptaba de buen grado era que papá follase con esas mujeres que no me llegaban ni a la suela del zapato.

Ninguna era tan guapa como yo, ni tenía un cuerpo tan sensual como el mío. La mayoría ni tan solo eran tan desinhibidas como yo en la cama. ¿Qué les encontraba que no viese en mi?. Era su hija, claro y eso… pero a mí me importaba un rábano que fuese mi padre. Sabía que era el mejor amante y además, nos queríamos y además… me ponía un montón…

La gota que colmó el vaso fue Anabel. Era la hija de Sole, una amiga de mamá de esas de toda la vida, con las que no se tienen secretos. Se conocían desde el colegio. Pero, ¡Anabel era de mi edad!. Por ahí ya no pasaba. Si quería encamarse con jovencitas, me tenía a mí y punto.

Resulta que una tarde Sole y mamá estaban hablando de nuestras experiencias sexuales. De cómo se lo montaban sus hijas, vamos. ¡Como si sus amigas tuviesen que saber a quién me follo!. El caso es que Sole le dijo a mamá que su hija había quedado traumatizada por su desfloración forzada.

Un mal nacido la había violado en el portal de la casa de un familiar. Ni tan siquiera lo había querido denunciar. Ahora no quería saber nada del sexo y eso a su madre le traía por el camino de la amargura. Hablando, hablando, mamá la convenció que lo mejor era que una persona experta y madura, la hiciese disfrutar con la dulzura necesaria. Como buena samaritana, no se le ocurrió otra cosa que ofrecerle a su marido.

El caso es que un sábado por la mañana, después de pasarse la noche chingando como conejos, mamá vino a despertarme a mi habitación. Todavía no se había duchado y olía a sexo por los cuatro costados. Hasta podía oler como los efluvios de la lefa de papá, emanaban de su coño. Pero vamos a lo que importa:

- Cariño, el martes vuelvo a irme de viaje. Esta semana estaré en Praga y Budapest. Va a venir alguien muy especial a atemperar a papá y quiero contártelo. Has de ser muy discreta. Si cabe más que de habitual.

- Ya conoces a Sole y creo que alguna vez has visto a su hija Anabel. Anabel ha tenido una experiencia traumática con los hombres y su madre piensa que necesita que uno cariñoso y experimentado le devuelva la confianza en sí misma y el gusto por disfrutar del sexo. Le he propuesto que ese sea papá. No creo que haya nadie mejor que él y yo, por Sole, haría cualquier cosa.

- Va a venir todas las noches de esta semana que yo estoy fuera. Se comprensiva y no la presiones, como sé que has hecho con alguna otra. Su madre la acompañará a casa y esperará a que acaben. Por favor, ayúdame en esto. Es una chica que no ha tenido la misma suerte que tú.

Alucinaba pepinillos. ¿No era más conveniente que la llevase a buen psicólogo?. Incluso yo podría ayudarla mejor, de igual a igual. Pero no, ¡lo arreglaban follándose a mi padre!. Aquí ya exploté:

- La ayudaré en lo que pueda y no haré nada inconveniente, pero esta me la voy a cobrar. ¡No os saldrá gratis traer a una chica de mi edad para que papá se la folle a gusto!.

Tuvimos una discusión sobre esto y creo que mamá acabó por darse cuenta que mi enfado no era porque practicasen el sexo con terceros, sino por mis celos de papá. Por primera vez, se marchó de viaje preocupada.

Desde el punto de vista de los resultados, la experiencia resultó un éxito para Anabel. Papá también se levantó las tres mañanas siguientes, con una cara de satisfacción que mostraba sin embudos lo gratificantes que habían sido los polvos con esa chica.

Tiempo después, me hice amiga suya y me enteré de primera mano cómo había ido la cosa. Mi padre hizo gala de la su reputación y con una trabajada escalada en los placeres que le ofrecía, la tercera noche consiguió que Anabel perdiese todos sus miedos y pudores y se abriese completamente a gozar de su cuerpo.

Según me contó, la primera noche sólo jugó con ella con las manos y los labios. Anabel estuvo pasiva todo el rato, pero continuaron hasta que ella se corrió dos o tres veces. Papá no dejó ni que le hiciese una paja. Todo para ella.

La segunda noche, ya venía predispuesta. Él no quiso penetrarla todavía con la verga, pero dejó que le masturbase y se la mamase. Repitió el repertorio del día anterior, corregido y aumentado y también le introdujo los dedos por delante y por detrás, jugando a fondo con sus oquedades más íntimas. Compartieron sus flujos y cuando dieron por finalizada la noche, ella ya le pedía con insistencia que se la follase como a una perra. Papá, siempre tan listo para las cosas del amor, le dijo que eso, sería la noche siguiente. Así vendría caliente y abierta a todo.

La última noche que pasaron juntos, follaron con una intensidad desbordante. Ella le exigía más y más. Incluso me contó que le pidió insistentemente que quería que la sodomizara, pero papá, con buen criterio y a pesar de que ganas no le faltaban, no quiso hacerlo. Sabia decisión: un culo virgen y menudo, no está hecho para estrenarlo con la desmesurada polla de papá.

Su actitud y la experiencia que mostraba Anabel, hizo pensar a papá que no había explicado la verdad, o al menos, toda la verdad. Después de una noche de sexo desenfrenado y gratificante ya no pueden haber secretos y la hija de la amiga de mamá, se abrió a mi padre.

Resulta que Anabel follaba con su novio desde hacía casi un año, pero no quería que su padre lo supiese. Era de la vieja escuela. La violación, no tuvo lugar en el portal de un familiar, se consumó en la cama y más bien fue un sucumbir a la presión de su tío. Cabrón un rato, pero ella lo consintió sin demasiado esfuerzo. Era guapo, su tía siempre le decía a su madre que la tenía contenta en la cama y no quiso desperdiciar la oportunidad.

El día siguiente, había quedado con su madre para una revisión ginecológica. Al ver que no podría ocultar que estaba desvirgada sin remedio, decidió urdir esa mentira. ¡Claro que no quería ir a la policía!. A veces, las chicas somos idiotas. Los padres suelen ser mucho más comprensivos de lo que parece. ¡También ellos han sido jóvenes!.

Yo había aceptado lo de Anabel, pero la cosa acababa aquí.

La semana siguiente, ninguno de los dos viajó y la paz adueñó de nuestro hogar. Habitualmente, follaban por la mañana antes de irse a trabajar y por la noche, vamos como antes. El martes se lo pudieron combinar para comer en casa y como ya estábamos en la mitad de la primavera y hacía calorcito, cuando llegué al mediodía, me los encontré en la piscina. Papá estaba estirado en una de las tumbonas y mamá le comía la polla con devoción.

Cogí la ensalada de pollo que me habían preparado y una botella de agua de la nevera, me desnudé y salí yo también a la piscina.

- Hola. Ya he llegado. Voy a comer aquí y me baño luego con vosotros. Seguid a lo vuestro, que os veo muy puestos.

Bañarnos en nuestra piscina y tomar el sol sin ropa, era lo habitual. A los tres nos gustaba gozar del sol y el agua sin estorbos. También solíamos escoger ir a playas naturistas, si el lugar lo permitía. No era nada sexual. Cada vez más parejas y familias practican el nudismo. Cuando lo pruebas, lo disfrutas tanto que ya no hay vuelta atrás.

Lo que no es tan usual, es que los padres se lo monten delante de las narices de su hija. Los míos son muy abiertos y les pierde el vicio, ya lo sabéis, pero aún así… mamá decidió poner orden:

- Lo siento hija, no sabíamos que llegabas tan pronto y nos hemos ido animando. Perdónanos, ya nos vamos a la habitación.

De dejarlo nada, esos dos, cuando se ponen, no hay quien les pare. La única concesión: no ponerse a follar delante de mí, cuando mamá acabase de dejarle la polla reluciente, porque ¡se la estaba trabajando de cine!. Pero a mí me gustaba verlos. Aprendía mucho de ellos y me ponía un montón. Así que…

- ¡Venga ya mamá!, os he visto follando muchas veces. Ahora que me habéis puesto caliente, no me vais a privar del espectáculo. Acaba de tragarte el sable de papá y luego te la metes hasta el fondo del chumino. Lo estás deseando y no me vas a engañar: el que os esté viendo, todavía te pone más cachonda y de papá, mejor no hablemos. Además, quiero hacerme un dedo a costa vuestra y sé que a papá le va a encantar mirarme.

- Eres una guarra, Marta. Pero no puedo ocultarte que aunque tal vez sería conveniente cortar esto, tu desparpajo me pone mucho…

- Soy hija vuestra. ¡Qué esperabas!. Venga, atiende a papá, que con tanto hablar, se la está pelando solo.

Acabé haciéndome uno de los mejores dedos de mi vida. Verlos follando a menos de dos metros, me ponía cantidad. ¡Qué entrega le ponían los dos!. ¡Con que ardor buscaban el orgasmo del otro!. Papá no perdía de vista mi cuerpo y sé que eso incrementaba su excitación… y la mía.

Ellos no practicaban sexo, hacían el amor y eso, se notaba y me ponía a cien. No importaba lo duro ni lo libidinoso de sus actos, siempre destilaban cariño y compenetración. Me sentía tan ardiente y desinhibida como mamá y de mayor, yo también quería encontrar una pareja como papá.

Acabó esa semana y el lunes mi madre tuvo que marcharse de nuevo. En esa ocasión serían sólo tres días. Dos noches, apuntilló papá. Ella ya había hablado con Concha, una amiga suya del gimnasio divorciada y madurita, para que atendiese a papá la primera noche y con una vecina, soltera, bisexual y putona para que le cubriese la noche siguiente.

Después del divorcio, Concha dio la vuelta, como a un calcetín, a su vida sexual. De esposa abnegada, modosita y puritana en la cama, pasó a ser un putón verbenero sin freno. Ahora era conocida en todos los pubs de ligoteo para “maduros interesantes” y las discotecas donde van los jovencitos con ganas de probar a una mujer experimentada.

Su ex-marido era rico y le sacó una buena tajada. Así, cada fin de semana podía irse a un lugar diferente, siempre con buen hotel, acompañada de uno de sus ligues de circunstancias. El trato era sencillo: ella pagaba los gastos. El, tenía que cumplir con nota si quería repetir. Pocos repetían.

Ya tenía decidido parar el desfile de guarras en la cama de mi padre, pero cuando supe la lagarta que se lo iba a follar la noche siguiente dije: ¡Basta!. Cacé a papá antes de que se fuese a trabajar y no le di opción:

- Antes de que te vayas, te quiero pedir que llames a esa tal Concha y anules la cita de esta noche. No me gusta nada. Hazlo por mí. Como sé lo mucho que necesitas una sesión de sexo del bueno para estar a gusto, te traeré a alguien que te compensará con creces. Te lo prometo, papá.

- Pero Marta, mamá ya lo había arreglado. Si me traes a otra chica sin su consentimiento, puedo tener problemas. Tenemos nuestros pactos y yo los quiero respetar. Si no quieres que venga Concha, aunque tenga que hacerme tres pajas, prefiero que no venga nadie y tener la fiesta en paz. Ya sabes cómo es mamá.

- Será como yo digo, papá y no se hable más. De mamá me encargo yo.

Con su niña, papá era incapaz de enfadarse. A más a más, pienso que se olía lo que pretendía y creo que la idea, aunque nunca la podría aceptar si viniese de él, si era yo quien lo forzaba… pues… a nadie le amarga un dulce y menos a un libertino como papá.

Me miró de forma enigmática, se encogió de hombros y se marchó, no sin antes decirme:

- Tu lo has querido, pequeña. Ya te las apañaras con tu madre. Sólo espero que no salgamos quemados de ésta. A ver si tu amiga es capaz de dar la talla, ya sabes que para el sexo, soy muy exigente.

- La dará papá, la dará.

Esa iba a ser una de las noches más importantes de mi vida y me preparé a conciencia. No quería parecerme a mamá, ser una esposa “bis”. Quería que tuviese claro que no iba a hacer el amor con su pareja: se iba a follar, si, a follar, a su hija. Por la tarde, hice bolos en la uni y la empleé en acicalarme como una princesa.

Mamá cuando estaba en casa, en general vestía algo fácil de quitar, casi siempre una de sus exiguas túnicas. Debajo, nada. “Así siempre estoy a punto para papá”, le había oído decir en más de una ocasión. Pues yo, iba a dar trabajo a papá.

Escogí un vestido de fiesta, sencillo pero sugerente. Cortito, con falda de vuelo, entallado en la cintura y con escote halter, para realzar mis estupendos hombros de nadadora. Las dos o tres veces que me lo había puesto, nunca usé sujetador, como casi siempre y no tenía ninguno con los tirantes abrochados alrededor del cuello. Pero eso tenía solución.

Llamé a mi amiga Lisa, una entusiasta de la ropa interior sofisticada. Debía usar una talla menos de copa, pero para un rato, si me quedaban bien prietos, mejor. También me dejó las braguitas a juego: un culotte  de encaje, monísimo, como el sujetador.

Cuando le dije que era para una noche muy especial, me sugirió que lo complementase con medias sin banda de sujeción y un liguero. En mi vida me había puesto esas cosas, pero, que caray, un día es un día.

Bailarinas verdes a juego con el vestido, sutil maquillaje, pero sexy,… Que más necesitaba. ¡Claro!, un repaso a la pelambrera, axilas y demás partes. Ya puestas, sesión de peluquería. Antes de comer, ya lo tenía todo organizado, sólo me faltaba hacer cuatro llamadas. La primera, para pedir hora a una buena estheticienne. Yo no solía frecuentar a esas profesionales, pero Maria Eugenia, la superpija prima de mi tío Koldo, me facilitó el contacto de la suya. Luego llamé a mi peluquera de siempre para que me hiciese un hueco.

Con las cosas del cuerpo en orden, pasé a las propias del cortejo. Aunque papá es como es y estoy segura que lo que más le pone es una chica bonita, un poco putona, con buen coño y muchas ganas de usarlo, iba a dejar eso para más tarde. Creo que yo cumplo con creces esos requisitos y decidí empezar por algo más tradicional.

Reservé mesa para dos en el Asiana. Es un sitio muy coqueto y romántico. Parece una boutique de antigüedades transformada en restaurante para la ocasión. La exquisita decoración, no quita que se coma la mar de bien, de lujo, diría. Algo carillo para mi economía, pero poco me importaba eso: Iba a pagar papá. Está unas calles más arriba del mercado de Fuencarral, en una travesía entre San Mateo y Hortaleza, por lo que no queda lejos del curro de mi padre.

Lo conocía de primera mano. El padre de una compañera del instituto, hace un par de años, me invitó a cenar y me llevó allí. Le debían gustar muy jovencitas. Vamos, un sátrapa vicioso. Se creía que por ser un director general en no sé qué ministerio e invitarme a un restaurante lujoso, iba a abrirme de piernas sin más. Era guapote y tenía cierto interés. Si no hubiese sido tan creído y prepotente, hasta me habría acostado con él.

Al fin, la última llamada, la más difícil. Le había pedido a la sobrina de una vecina, locutora de radio, si podía hacerme un favor. Con el guión preparado, marqué el teléfono de la oficina de papá. Se puso su secretaria:

- Hola Marta, ¿cómo estás?, cuánto tiempo sin verte, ¿quieres hablar con tu padre?. Creo que ahora está solo en su despacho. Te lo paso, pero siempre que quieras, tú puedes llamarle al móvil.

- Hola, Lola. Ya lo sé, pero quería que me lo pasases sin decirle que soy yo. Le quiero dar una sorpresa.

- ¡Que misteriosa eres!. Te lo paso. Le voy a decir que eres una de nuestras jefas de proyecto.

En un instante, él se puso al teléfono.

- Si, Carla, que deseas. Si es por lo del proyecto de Calahorra, ya te lo envié ayer y …

- Señor Agüero, atiéndame, le llamo por indicación de su hija Marta para informarle que esta noche estoy a su entera disposición para lo que guste. Creo que lo he expresado con claridad y lo ha entendido bien. Le espero justo a las nueve en punto en el Asiana. Si no lo conoce, su secretaria puede indicarle la dirección. No haga planes para más tarde. Su plan, soy yo. Buenas tardes y hasta pronto. No decepcione a su hija, sería un terrible error por su parte.

- Oiga, pero…

- Tuuut, tuuut, tuuut…

- Has estado divina, Merche. Tienes una voz tan aterciopelada y con tanto carácter. Si eres capaz de encandilar a tus oyentes, más lo serás a mi padre. Gracias, para mí era importante.

- No sé qué te llevas entre manos, Marta. Me has dicho que era una broma, pero miedo me das. Si tu madre se entera que le estás montando una cita a su marido mientras ella está de viaje… no quiero ni pensarlo. Juegas con fuego. Vigila que no te quemes, tú o alguien de tu familia más próxima. ¡Ah!. Si hay algún marrón, será de los gordos. No me metas en él. No quiero problemas con mi tía.

Intenté que se fuese tranquila. Yo lo estaba, pero no podía contarle el motivo. ¡Entonces sí que me hubiese tomado por una pervertida!. A veces, pienso seriamente que tal vez lo sea, pero en vez de ir a que un psicólogo me lo aclare, prefiero disfrutarlo…

En cuanto se despidió, metí medio tarro de sales de baño de Annayake en el agua y al poco, llené la bañera con mi cuerpo. Salí como nueva. Crema hidratante repartida con prodigalidad por todo el cuerpo y quedé preparada para un duro trabajo: conseguir estar más radiante que todas esas pelambruscas que le presentaba mamá. No era muy difícil, pero en la guerra, no se puede dejar nada al azar.

Me vestí, cogí el bolso y salí corriendo a completar mi puesta a punto. El centro de estética que me había recomendado Maria Eugenia, resultó ser carííísimo y tan pijo como ella. Competente, también, todo hay que decirlo.

Primero, un repasito a mi depilación, de arriba abajo. Poco trabajo les di. Solo cuatro pelitos nuevos en las axilas, algunos bajo los pezones que no me había quitado nunca y un repaso a las piernas, para mí, innecesario, pero para Cheni, la chica que me atendió, imprescindible.

Al fin llegamos a lo difícil. Tanto mi madre como yo, llevamos el pubis au naturel, como dicen los franceses. Vamos, con toda la pelambrera. Nos recortamos los laterales y poco más. Yo así me encuentro a gusto y nunca había oído a papá pedirle a mamá que se lo depilase o se lo perfilase como muchas lo llevan ahora. Pero si quería diferenciarme de ella, tenía que hacer cambios, así que:

- Cheni, en los bajos, todo fuera. No quiero que me quede ni un solo pelo.

- ¿Seguro, señorita Marta?. ¿La raya del arrière también?.

- Claro, todo es todo y vigila bien que entre los pliegues de los labios, tengo unos cuantos rebeldes.

- Tendrá que quitarse las braguitas. Espere un momento que le traiga un tanga desechable y la deje sola un momento, para que tenga intimidad.

- Déjate de tonterías. ¿Para qué me he de poner algo que te va a molestar en tu trabajo y yo esté más incómoda?. Anda, deja mi slip por allí y empieza a aplicar la cera, que tengo prisa.

- Pero, señorita, las normas del centro…

- ¿Hay cámaras?. ¿Tú se lo vasa decir a la jefa?, porque yo, no.

Me dejó el pubis perfecto. Parecía una niña con cuerpo de mujer. Cuando finalizó su labor, le pedí un espejo para ver cómo me había quedado el culín y la vulva. Desde que empezaron a salirme, nunca me la había visto sin pelos.

- Mira, encanto, ¿a que pocas veces has visto un coño tan bonito?. Nunca lo había llevado pelado, pero la verdad es que así resalta más. Mis amantes masculinos van a quedar contentos y creo que las amigas podrán aprovecharlo mejor, sin que les queden pelitos en la lengua.

A la Cheni, al oírme, la cara se le quedó como un pimiento rojo. Tenía el tiempo cronometrado y tuve que dejar las cosas así, pero allí, había temita… seguro.

Pasé a maquillaje. La chica que me atendió, entendió enseguida lo que quería y me dejó fantástica. Me gusté y quedé convencida de que a papá, mucho más. Con la tarjeta de crédito todavía temblando en el bolso, cogí un taxi a la peluquería. Andando, ya no llegaba.

Mi peluquera de siempre, primero me riñó por no haberme maquillado con ella, después me interrogó para saber si iba a una boda o qué demonios tenía esa noche para ponerme así de guapa. Se lo dije:

- Maruja, es que esta noche va a ser muy especial para mí. Espero llevarme al catre a un chico nuevo. Creo que con él puedo tener futuro y quiero deslumbrarlo.

- Ay, Marta, que te veo ennoviada.

- ¡Nooo, mujer!. Es sexo, solo sexo, pero es que todos dicen que folla como los ángeles y ejemplares así, no abundan. Quiero dejarle contento y que aunque tenga a otra, a mí no me desatienda la almeja.

- Acabas de cumplir los dieciocho y eres más putona que ninguna de nosotras. Si fueses mi hija, no sé qué haría contigo, chata.

- Pues… pedirme que te enseñase a disfrutar de la vida, cariño, si por ti misma no te vales. Ya ves.

Creo que la dejé descolocada y decidió centrarse en lo suyo. Como le pedí, me cortó las puntas, me hizo mechas de un suave rojizo tornasolado y me peinó un recogido alto que dejaba la nuca descubierta, para realzar el talle con el vestido que ya tenía preparado.

Cuando Maruja decidió que estaba perfecta, pagué y salí corriendo a vestirme. ¡Eran ya las siete y media y había quedado a las nueve, a media hora de casa!.

Suerte que lo había dejado todo preparado, aunque esos artilugios corseteros de Lisa me trajeron por el camino de la amargura.  Me vestí, me calcé, me miré unas cuantas veces en el espejo, retoqué lo que consideré necesario y me puse los pendientes y la gargantilla a juego que me regaló papá hace unos meses, cuando cumplí los dieciocho.

El reloj del baño señalaba las ocho y cuarto y estaba a punto. Con un taxi, llegué a las nueve menos diez al restaurante. Era justo la hora planificada. ¡Es que soy la mejor!.

Pedí por mi mesa, reservada a nombre de mi padre, le encargué un cóctel de champán al camarero y me senté a esperar.

Como esperaba, papá entró en la sala cuando los relojes daban las nueve. Siempre ha sido un hombre puntual. Un camarero le acompañó a la mesa reservada a su nombre. Me miró, me remiró… Sus ojos no podían engañarme. Estaba acojonado:

- ¡Joder Marta!. Algo me temía, pero jamás me hubiese imaginado encontrarte a ti aquí. Estas preciosa. Nunca te había visto así, tan mujer, tan, no sé…

- Apetecible, Pablo.

- Venga siéntate y encarguemos la cena, que empiezas a dar la nota. ¡No ves que la tienes muy grande y cuando te empalmas, abulta un montón!.

- Lo siento, mi niña, pero es que estas deslumbrante y aunque seas mi hija, me cuesta reprimir las emociones ante una mujer que destila sexo por todos sus poros.

- Soy Marta, Pablo. Hoy no voy a ser tu niña. Voy a ser tu amante. Lo sabes y no hace falta que busques excusas para enterrar tus dudas. Trátame como tal y lo vamos a pasar muy bien juntos.

Llamé al camarero, antes de que la cara de pasmo de papá le impidiese escoger los platos. Pasado el primer momento, en cuanto su cerebro aceptó que esa noche iba a follarse a su hijita, lo pasamos divinamente. La cena, perfecta. La conversación, la propia de una pareja transgresora que quiere olvidar la imprudencia que está cometiendo.

Al llegar a los postres, ya habíamos enterrado todos los tabús y manteníamos una conversación picante sobre nuestros gustos sexuales. Cuando el maître le trajo la cuenta, nos encontró discutiendo sobre el orden en que abordaríamos nuestros juegos sexuales esa noche. La conversación, debió alterar su concentración: papá pagó en efectivo y a la mañana siguiente se dio cuenta que le había devuelto cincuenta euros de más…

El aparcacoches acababa de traer el Audi de mi padre a la puerta del restaurante cuando salíamos. Me hice la despistada y dejé que él subiese primero. Quería que me viese bien las piernas y especialmente, como sujetaba mis medias el coqueto liguero de mi amiga.

Cuando intuyó de que iba la cosa, me miró con descaro. Decidí ponerle aún más morbo y me subí la falda hasta la ingle para entrar en el coche. ¡Je, je, je!, como las celebrities de Hollywood pero, por una vez, con las bragas puestas.

Me senté sin preocuparme por bajarme el vestido y apoyé la mano en el muslo de papá para poder darle un morreo, con todo el vicio que llevaba dentro. El ego me subió unos cuantos enteros cuando me percaté que me apoyaba sobre la polla de mi padre y tenía una erección de caballo por mí. ¡Pobrecito!. Se quedó en blanco y tuve que administrarle una cucharada sopera colmada de mi empatía para que arrancara:

- Gracias, Pablo. La cena ha sido deliciosa y tu compañía mucho más. Ahora llévame a casa, que tengo el coño chorreando y necesito que me folles con tanto ardor como lo haces con la mas puerca de tus amiguitas.

- Hija, ¡no te conozco!.

- No conoces a esta Marta, pero de aquí un par de horas, te puedo garantizar que vas a conocerla hasta lo más profundo de su ser. Sólo entonces, podrás conocer a tu querida hija, tan bien como a ella.

En ese momento, papá era un hombre lleno de contradicciones, pero un hombre al fin y al cabo. Sentado al lado de una mujer que estaba como un queso y que le enseñaba las bragas mientras le decía sin ambigüedades que quería abrirse de piernas para él, no podía pensar más que con la punta del nabo.

Llegamos a casa antes de lo que aconsejaba la prudencia vial. Papá se quedó en pelotas nada más traspasar la puerta del recibidor. Yo estaba mentalizada. No quería un polvo de una noche. Quería un amante para mucho tiempo, aunque fuese sólo para los días de ayuno marital. Le tomé la polla bien trempada con mi mano y le llevé hasta su cama, sin dejar en ningún momento que pusiese sus manos sobre mi cuerpo.

- Marta quiere darte una sorpresa, Pablo. Tiéndete en la cama y goza del espectáculo. ¡Ah!, y mientras miras, no te la toques demasiado, a ver si me das un disgusto y desperdicias algo de lo que escupa ese vergón con el que te ha dotado la naturaleza. Has de saber que a partir de hoy, cuando no la disfrute tu mujer, tu simiente es sólo mía.

Empecé un estriptis no ensayado, pero sí muy pensado. No me quité primero el vestido o los complementos. Inicié la ceremonia deshaciéndome de las medias, luego el portaligas, anudado al cuello, el sujetador no fue un reto, las bragas solo una anécdota y entonces entré a matar con la estocada definitiva:

- Papá, cariño, quítale el vestido a tu niña. Está preparada para entregarse a ti. No te has atrevido a decírselo, pero sé que hace tiempo que lo deseas. Ya no puedo seguir aguantando oír a esas cerdas, resoplando de placer en tu cama. Lo quiero para mí.

- ¡Tómame!.

 Tenía los ojos inyectados en la poca sangre que no había dedicado a hinchar su miembro. Sin decir ni palabra, tomó el dobladillo de mi vestido y lo fue desplazando por mi cuerpo, hasta sacármelo por la cabeza. Yo misma me quité los pendientes y el colgante. Él no apartaba la vista de mi pubis.

- Me lo he depilado para que lo goces más. ¡Cómemelo, papá!.

Ya no pudo esperar más. Me estiró suavemente sobre la cama y empezó el martirio que más goce me ha dado jamás. Dedicó sus dedos a trabajarme la vulva, empezando por los labios mayores y avanzando paulatinamente hacia el interior de mis genitales. Sólo cuando tuvo completamente abierto mi sexo, envió su lengua a trabajar el capuchón del clítoris. ¡Y qué lengua, por dios!.

Despacito, incrementando paulatinamente la cadencia y el recorrido de los lengüetazos. Cuando la rapidez e intensidad de los pases me estaban llevando a un orgasmo irrefrenable, aumentó la amplitud del viaje y llegó de lleno a mi anito. No pude aguantar más: Eyaculé sobre la lengua de mi padre el flujo más espeso y oloroso que nunca me había salido del coño. ¡Qué orgasmo más dulce!. ¡Qué corrida más divina!. Nunca había disfrutado un placer sexual tan intenso.

Sonrió y en completo silencio, empezó a masajearme todo el cuerpo, alternando las zonas sexualmente más sensibles con las menos aparentes. Me sobaba las tetas en círculos cada vez más centrados en los pezones, duros, oscuros y erectos a más no poder. Los desatendía y pasaba a acariciarme las sienes mientras me besaba suavemente los labios. Me chupaba las tetas con su lengua sabia. Me soplaba los codos con su cálido aliento. Volvía a cercarme el clítoris con sus dos índices, dedicando los pulgares a excitarme lo labios, justo debajo. Subía a darme largos pases sobre la barriga y los costados,…

Continuó trabajándome el cuerpo. Veía como mis nervios tensaban los resortes del placer, pero no permitía que mi voluptuosidad se desbordase. Cuando estimó que no podía soportar más esa desazón, bajó su boca hasta mi botón mágico, apartó el capuchón que lo cubría con los pulgares de ambas manos y envió su lengua a hacer cosas que yo no creía posibles. Me provocó un orgasmo inacabable, largo y suave como ninguno y por encima de todo, liberador.

Había seducido a mi padre para hacerle gozar con mi cuerpo y fue él quien me llevó hasta las cumbres más altas, sin tan siquiera obtener nada de mí. Tenía que compénsale tanto esfuerzo y devolverle los orgasmos que me había regalado.

El sexo, aunque sea del bueno, también agota el cuerpo y a veces, hasta la mente. El mío no me respondía y él lo sabía. Por eso esperó pacientemente a que me recuperase.

- Papá, ha sido…

- ¡Ssshhhttt…!. Disfrútalo, preciosa.

Al cabo de una ratito, me estiré y apoyé mi cabeza sobre su pecho. Vi que su verga continuaba tan dura como cuando empecé a desvestirme. Llevaba casi media hora con una erección brutal. ¡Ese hombre es un portento!. Y es mío, con permiso de mamá…

Bajé la mano hasta su sexo y lo tomé cariñosamente entre mis dedos. Jugué un rato con él, primero acariciándole el glande con la uña y recorriendo el punto dónde se junta el frenillo con el cuerpo del pene, después. Parece que le estaba gustando, pero los dos queríamos algo más.

Me desplacé hasta que tuve su pollón al alcance de mis labios y empecé una sutil danza con la lengua, arriba y abajo del bálano de papá. Ahora por el norte, ahora por el sur, sin descuidar el este ni el oeste. Tiene un aparato importante y da para mucho. Cuando lo tuve bien cubierto de babas, moví un poco el cuerpo y me lo introduje en la boca. Primero el glande, escondiendo los dientes y presionándolo con los labios. Descendía y ascendía por la seta que coronaba su imponente cipote. Le gustaba.

No quise forzar mi garganta. Ambos sabíamos que esa noche el sexo entre nosotros debía ser dulce, delicado como la seda, propio de los amantes que estrenan algo y desean que dure mucho tiempo. Por eso, le tomé el tallo con la mano y le pajeé, alternando ritmo y presión, sin dejar de chuparle la punta de la polla en ningún momento.

Papá entendió que yo esperaba que se vaciase entre mis labios. Lo entendió bien y creo que al ver que ya estaba algo cansada, se concentró en soltar su carga lo antes posible. No pronunció palabra. Sencillamente, me miró a los ojos cuando notó que el primer trallazo le llenaba la uretra. Le sonreí y su orgasmo me inundó la boca. ¡Qué rica es la leche de papá!. No se la solté hasta que comprobé que su fuente, por el momento, estaba agotada.

- Cariño, eres una mamadora estupenda. Me has dejado seco.

- Estoy segura de que tus huevos, sabrán encontrar el remedio para esa sequía en pocos minutos. A mamá no le gustaría que hoy, tu amante, tuviese que marcharse de tu cama sin que te la hubieras follado. Y a tu hija, tampoco.

Nos pusimos a jugar como dos niños traviesos a cosas de adultos. Poco tardó en tenerla de nuevo presentable y volvimos al tajo. Lo monté sin concesiones, introduciéndome su cipotón hasta el fondo, cabalgándolo sin freno un buen rato. Cuando vio que ya me había desfogado, me cogió de las caderas con sus manos, tomó las riendas y me empotro su ariete hasta llenarme por completo. ¡Cómo distendía las paredes de mi sexo!. ¡Qué gusto daba!.

Llevaba varios año trabajándome el coño con el vibrador que me regaló mamá y asiduamente lo visitaba algún que otro miembro masculino. Aún así, doy gracias a que mi subconsciente o mi calentura, qué más da, me incitase hace unos meses a visitar de nuevo el sex-shop de Caty. Le compré un dildo bien gordo y largo. Desde ese día, no ha pasado una sola noche sin explorarme el chumino con él. Ahora lo tengo bien entrenado para abrirse a lo que pueda llegar y por eso papá me ha podido penetrar, dándolo todo, como a mí me gusta.

Esa noche lo quería todo. Todo. Acabamos exhaustos después de que en un polvo memorable, me taladrase el sexo más de una hora. Mete-saca. Mi corrida. Mete-saca. Su corrida y otro orgasmo para su niña. Descanso. Caricias. Volvemos a copular. Así hasta que yo no daba para más y él la tenía arrugada como un higo pajarero.

Físicamente estaba al límite de mi resistencia y de mi capacidad para absorber placer. Mentalmente, mi cerebro me pedía más, hasta traspasar los límites que nos impone el cuerpo. Como una corredora de ultra-maratones en los últimos kilómetros de esa prueba definitiva. Por eso, entre sábanas más propias de una porqueriza que de una cama, puse la guinda que colmó el vaso:

- Encúlame, papá.

- Hija, estás loca. Eres la mujer más libidinosa y loca que he conocido nunca. Te puedo asegurar que mamá es una máquina de follar y yo… tanto o más, pero, ¡joder, hemos parido una hija que nos supera de calle!.

- Vas a ir a ducharte mientras cambio las sábanas. Cuando salgas, iré yo y luego, a dormir lo que queda de noche. Mañana será otro día. Un día en el que tendremos muchas cosas que solucionar, pero la experiencia que he vivido esta noche contigo, Marta, hija, ya es irrepetible. Después de esto, no sé si podré dejar que se metan en mi cama otras mujeres.

- ¡Ni te lo pienses, papá!. Sólo mamá y yo.

Nos acostamos juntos. Me dormí enseguida, pero estaba intranquila y en un par de horas me desperté. Miré el reloj de mis padres. Eran las cuatro y media. Hice un cálculo rápido: Mamá está en Moscú, allá son tres horas más GMT, en Madrid vamos con una hora corrida, deben ser las seis y media y mi madre se debe estar levantando ya en su hotel.

A pesar de la maratoniana sesión de fornicio y el poco dormir, estoy en buena forma y como quería tomar el toro por los cuernos lo antes posible, di un piquito a mi durmiente acompañante y me levanté sin hacer ruido. Pasé por el baño para peinarme un poco y lavarme la cara y entré en mi habitación. Encendí el portátil, activé el Skipe, busqué la cuenta de mamá y le di al botón del call.

No contestaba y yo no estaba para esperas. La llamé al móvil. Al fin contestó con voz gangosa.

- Hola Martita. ¿Cómo es que me llamas a estas horas?. ¿Pasa algo?.

- Es que tengo que hablar contigo. Cosas de sexo. Anda, conéctate por Skipe que así nos podremos ver.

- Cariño, hoy he tenido una noche movidita. ¿Y si lo dejamos para la tarde?.

- Será poco tiempo, mamá, pero quiero contártelo yo, antes de que lo haga papá.

- ¡No me digas que te has echado novio formal!. Ja, ja, ja… Eso no me lo creo de ti. ¿No te habrán preñado?.

- Deja de decir tonterías, mamá. Cuelga y conéctate. Adiós.

En un par de minutos me llegó el ruidito ese, pidiéndome que aceptase su video llamada en la pantalla. Le di al OK y apareció ella y una cama de hotel bastante hortera al fondo. Lo primero que vi, es que el lado derecho de la cama estaba ocupado por una chica. Lo segundo, las tetas de mi madre mientras se colocaba bien para que el campo de visión de la cámara estuviera centrado.

- Coño, mamá, si que has dormido bien acompañada. ¿Quién es?.

- La secretaria del director de ventas de nuestra sucursal rusa. La primera vez que vine aquí, fue ella quien me acompañó en la visita y ya ves, cenamos juntas y acabamos acostándonos. Los rusos son muy machistas y ella es dulce y tan fogosa… Desde ese día, siempre que vengo y me quedo a dormir en Moscú, pasamos la noche juntas.

- Y qué. ¿Te lo come bien?.

- Muy bien. ¡No sabes lo guarra que puede llegar a ser!. Y eso que parece una muñequita de porcelana. Sólo tiene veintidós años. Papá está encantado con ella. El último viaje, dejé la cámara del laptop abierta y nos estuvo viendo un buen rato como nos lo montábamos. Cuando se fue, nos conectamos y… ¡buuufff!!, ya sabes.

- ¡Eres una pervertida, mamá!.

- De papá quería hablarte. Esta noche no he dejado que se acueste con Concha. Ese putón no se merece a papá. Me lo he follado yo. ¡Ha sido divino, mamá!. Cuando tú estés de viaje, no quiero que le traigas a nadie, ya…

- Pero hija, ¿qué has hecho?, ¿te has bebido el cerebro?. ¡Es tu padre!.

- Mamá, ha sido sexo, sólo sexo. Con mucho cariño, eso sí, pero sólo sexo. No podía seguir viendo como esas cerdas disfrutaban del tío bueno que tenía cada día al lado y yo no. Además, te aseguro que yo follo mucho mejor que todas esas. Lo he dejado contento y planchado, como nunca. No creo que nadie más que tú o yo le podamos llevar hasta ese punto.

- Hija, eres un demonio. Tienes el sexo metido en el cuerpo. ¡Tal vez como tu padre y como yo…!. No te voy a engañar, hace tiempo que intuía que eso podía pasar.

- Por eso te llamo, mamá. No lo habíamos hablado, pero lo sabía, viendo como me miras cuando nos despedimos.

Estuvimos hablando durante casi media hora. Nos sinceramos, lloramos, reímos y afloramos todos nuestros miedos, nuestros deseos y esperanzas. Si ya estábamos muy unidas, lo acabamos más.

Al final, no sólo aceptó que ocupase su lugar en la cama de papá cuando ella no estuviese en casa, sino que me empujó a darle el mejor sexo que fuese capaz. “Tu padre necesita más disfrutar de un buen coño que comer. Si no lo tenemos bien follado, no es feliz y yo lo quiero demasiado para permitir que le llegue a pasar eso”, me dijo.

Os podría contar muchos polvos maravillosos con papá, pero voy a acabar este caliente relato con cuatro pinceladas mas, para que os hagáis a la idea de cómo continuó nuestra feliz vida familiar.

A partir de ese día, como ya podéis imaginaros, papá sólo follaba con mamá y cuando ella no estaba, conmigo. Creo que yo era la más perversa de los tres. Debía haber heredado los genes más guarros de ambos y claro… la genética, ya se sabe, tiende a mejorar las especies.

Durante unos meses, cada una de nosotras se lo pasaba por la piedra cuando le correspondía. A pesar de ello, no abandoné mis rolletes esporádicos con algún chico interesante, alternándolos con los placenteros escarceos de Marisa o de alguna otra de mis amigas “especiales”. Pero yo, ya sabéis, nunca tengo bastante y un día decidí rizar el rizo.

Pedí permiso a mamá para que esporádicamente, alguna noche me dejase invitar a una de mis amigas bisexuales a compartir la cama con papá. Vamos, a montarnos un trío en toda regla. Después de discutirlo varias veces y garantizarle que sólo sería con alguna que ya estuviese casada, para garantizar por partida doble la imprescindible discreción, acabó aceptando.

Al final, la cosa acabó en un “extra” a tres, cada mes o mes y medio. Un día que papá la acompaño a Moscú, se ve que me tuvo envidia. Se lo montaron ellos dos con la secretaria rusa. Mamá lo disfrutó como nunca.

Cuando volvieron, me lo contaron entusiasmados, como niños con zapatos nuevos y decidí dar el paso final. Ellos no se atrevían, pero sabía que lo deseaban tanto como yo.

- Mamá, papá, este fin de semana quiero que vayamos a la casa de de la playa. Nos acostaremos los tres juntos y le dejaremos a papá la polla más seca que una mojama vieja.

Ese fin de semana fue definitivo para que nuestra familia se uniese más allá de cualquier convencionalismo. Traspasamos todos los tabús, sí, pero entramos en un nuevo estado de placer y compenetración, física y emocional que hoy todavía continua…