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Sexo sin Fronteras: ONG del placer sin límites (4)

en Trios

Visitamos a los profesionales que nos faltaban para completar la primera fase de nuestra adaptación: Louise Marie, la dietista y preparadora física de Boston, René, el estilista y finalmente, nos desplazamos a Italia, para que Rachelle y su hija Binoche nos vistiesen de forma acorde con nuestra nueva concepción de la vida y… nos enseñasen el placer que pueden ofrecer una madre y su hija cuando copulan juntas.

Os he contado que cuando me encontré a Gerardo en el Círculo, estaba esperando a Manuel y un influyente cazatalentos amigo suyo. De esa reunión salió una entrevista con la directora de recursos humanos de su cliente, una importante empresa extranjera de venta por catálogo, luego otra, una final con el gran jefe y tachán… Idoia acabó de directora de márquetin.

Mi misión era liderar la estrategia de ventas en el país. Me ofrecieron un sueldo tres veces el que cobraba en la otra empresa -antes de impuestos, claro, porque limpio, algo más del doble justito y gracias…-. Incluía otras prebendas adicionales que ellos consideraban normales para una directiva del grupo y para mí eran sorprendentes. Entre ellas, un coche de los buenos, a mi completa disposición.

Un año después, ya afianzada en mi puesto, participé en una reunión de directivos en Berlín. Allí me encontré con una encantadora mujer francesa. Con ella había compartido, unos meses antes, en una fiestecilla del Club, un sesenta y nueve brutal, mientras su marido nos miraba y le cascaba una paja de órdago al mío. Era la directora general y una de las mayores accionistas de la sociedad matriz de mi empresa. Empecé a darme cuenta de lo que aportaba pertenecer al Club…

Como me tenía que incorporar a principios de diciembre, Álvaro pidió un par de semanas largas de vacaciones y planificamos los viajes a Boston, Francia y Salò, en el norte de Italia, para las semanas centrales del mes anterior.

Igual que la otra vez, unos días antes de partir, recibimos el sobre con los pasajes, detalles del viaje, contactos y una novedad: dos tarjetas de crédito de un banco de Delaware, USA, a nuestros nombres. Como René estaría unos días en un rodaje en Aix-en-Provence, habíamos decidido quedar con él allí.

Iríamos en coche, aprovechando que nos venía de camino a Italia. Al hacerlo así, pensaron que tendríamos diversos gastos de pago directo y nos enviaron las tarjetas. ¡Quienes liderasen el Club, eran más detallistas y generosos que lo que daba de sí nuestra imaginación!.

El viaje a Boston fue una nueva experiencia para nosotros. Tomamos en Barajas el vuelo de American Airlines de media mañana para, cambiando en el JFK, llegar al Logan, el aeropuerto de nuestra ciudad de destino, sobre las seis de la tarde. Nunca habíamos volado en “business” y eso, es otra cosa. Comimos de primera y dormimos en una cómoda cama. Bien tapados con las mantas, hasta pudimos hacernos algún que otro mimito disimulado.

El chofer de nuestra anfitriona, nos esperaba en las puertas del aeropuerto, con un coche quilométrico. Se debía ganar bien la vida nuestra preparadora. Era un negro, perdonadme, afroamericano, ya no me acordaba del país en que estaba. Tan grande como el vehículo que conducía, simpático y parlanchín.

Aparcó frente a una imponente casa de tres plantas, de estilo victoriano, en la parte alta de Beacon Hill. Allí vivía y atendía a su selecta clientela Louise Marie. Buena parte de la gente rica de la ciudad, optan por vivir en barrios como River Oaks, más modernos y con espaciosos jardines. Agradecimos que ella hubiese elegido el barrio con más historia y distinción de Boston. Pasear por sus parques durante los tres días que nos quedaríamos en la ciudad, sería un placer.

Louise Marie, nos recibió cordialmente, pero sin ese extra de calidez que nos dio Jaume en su clínica de Barcelona. Nos enseñó la casa por encima. Atendía los asuntos profesionales en la amplia planta baja y el semi-sótano. El segundo subterráneo, estaba dedicado al área técnica, garaje y trasteros. Vimos deambular no menos de veinte personas en esa zona. Nos dimos cuenta que no era una profesional autónoma, sino que dirigía un gabinete de gran envergadura.

En el ala de la primera planta que daba al rio Charles, tenía instalado un gimnasio con todo tipo de aparatos. Algunos no los habíamos visto nunca, ni sabíamos para que servían. Nos contó que lo usaba para enseñar a los clientes y a sus entrenadores personales, cuando les acompañaban, los ejercicios específicos que les recomendaba.

El resto de la casa, eran sus espacios privados. Reservaba el otro ala del piso a la cocina, despensa, comedor, salón y biblioteca. Estas dos, daban a una terraza con vistas a un jardín, no muy amplio, pero magníficamente cuidado. Las habitaciones del servicio, ocupaban la esquina peor orientada.

En el último piso, tenía su santuario. El dormitorio principal, con dos vestidores, uno a cada lado de la cámara. En uno tenía la ropa de invierno y en otro la de verano. Tres más de invitados, una increíble zona de baño, con sauna, hidromasaje,… en los que cabían, al menos, seis personas y su despacho personal.

Lo completaba una gran sala vacía que en la pared del fondo, tenía las únicas puertas cerradas con llave que vimos en toda la casa. Entre las vertientes de los tejados, la azotea albergaba una discreta terraza, con un pequeño jacuzzi y tumbonas.

Al acabar la visita, nos dijo que cenaríamos juntos y a continuación, iniciaríamos la fase diagnóstica y a la mañana siguiente, la completaríamos con los análisis y pruebas necesarias. Con todos los resultados, nos prepararía las pautas físicas y dietéticas óptimas. El tercer día, nos explicaría sus conclusiones, discutiríamos como llevarlas a la práctica y estableceríamos pautas de seguimiento.

El programa que nos habían hecho llegar, preveía que nos alojásemos en su casa, pero nos dijo que nos había reservado una habitación en el The Liberty, uno de los hoteles más lujosos y bien situados de Boston, ubicado a pocas calles, en Charles Street. Al acabar las experiencias diagnósticas de esa noche, su chofer nos acompañaría. Se ve que necesitaba los más de seiscientos metros cuadrados y las tres personas de servicio para ella, porque vivía sola y tenía, al menos, tres dormitorios libres.

Cenamos una bullabesa magníficamente preparada y pescado, acompañado de una deliciosa ensalada de caviar y trufa blanca. Desde luego, Louise Marie tenía una buena cocinera, pero para mantener ese tren de vida, también unos ingresos fuera del alcance del común de los mortales. Al acabar de comer, se puso a reír por primera vez y fue cuando llegó lo inesperado:

- Habéis venido de muy lejos y con la mejor recomendación. Os tengo que ofrecer lo más preciado que tengo. Si os parece, vamos arriba y os lo muestro.

Nos llevó a una de las habitaciones de invitados. Estaba presidida por una cama brutal: dos veinte por dos, cubierta solamente por una bajera de seda o satén negro, sin una sola arruga. En uno de los lados, había una cómoda Samuro, del reconocido ebanista catalán Jaime Tresserra. Parece ser que, desde que ha abierto la tienda de la calle 58 en New York, la gente culta y con pasta de la costa este, no ha perdido el tiempo en decorar sus casas con alguno de sus diseños más emblemáticos.

Abrió uno de los cajones y extrajo varios frascos. Uno era de lubricante, los otros dos, no lo pude discernir desde donde estaba. De la puerta inferior, tomó una bolsa y se giró hacia nosotros.

- Idoia, sobre tus gustos, ya he hablado con nuestro común amigo escocés Kendrick, pero ¿Álvaro, prefiere que le trabajemos con un consolador fino o grueso?.

Nos dejó anonadados. No sabíamos lo que nos iba a proponer esa noche, pero hasta ese instante, pensábamos que era algo relacionado con nuestras pautas dietéticas y de preparación física, no una sesión del sexo más lúbrico a tres.

Dejó los juguetes y potingues sobre una de las mesitas y nos aclaró porqué estábamos allí esa noche:

- Ahora, vamos a experimentar con nuestros cuerpos. He de valorar lo mejor que se puede llegar a obtener de ellos, para lograr un óptimo desempeño sexual. Vamos a practicar diferentes juegos y posiciones, para que pueda analizar vuestra respuesta.

- A partir de ella, determinaré qué partes de vuestro físico requieren ser afinadas, con el fin de maximizar vuestra capacidad sexual y por tanto, la satisfacción que obtendréis y el placer que seáis capaces de ofrecer a vuestros compañeros sexuales. Además, lo vamos a disfrutar. Dicen que soy una amante excelente…

- Venga, quitaos la ropa. Nos damos un baño y bien limpios, podemos empezar a trabajar.

Cuando Louise Marie se quedó desnuda, la miré a fondo y me impresionó. Debía tener unos cuarenta y pocos años. No es que fuese una modelo. Sin ser presuntuosa, pienso que yo, a pesar de mis cuatro o cinco años adicionales, soy más atractiva. Lo que ocurría es que ¡tenía musculados hasta los labios del coño!.

Tal vez me haya pasado, pero es que era pura fibra, puro músculo, sin una sola partícula de grasa. Era una mujer delgada, aunque atlética y proporcionada. Cada porción de su cuerpo, exhibía algún músculo trabajado hasta el límite. No como una culturista, no. Más bien como una mezcla de triatleta y gimnasta.

- Qué, ¿os gusto?. Venga, vamos a la bañera. Joséphine nos ha preparado el baño mientras acabábamos de cenar.

Nos dio albornoces y los tres entramos en la zona de aguas. Disfrutamos de un baño exquisito, compartiendo la esponja natural más grande y suave que haya visto jamás. Antes de dar el baño por finalizado, nos irrigó el recto a ambos y le pidió a Álvaro que se lo hiciese a ella. Al salir, nos estiráramos uno tras otro en una mesa y ella misma nos dio a los dos un corto, pero gratificador masaje tonificante.

Camino a la habitación, preguntó a Álvaro:

- ¿Qué es lo que más te gusta hacer con una mujer? y no me contestes “un buen polvo” o algo por el estilo. Quiero detalles, posturas, intensidad, respuesta…

- Depende, pero metérsela hasta el fondo y serrucharla duro a diferentes velocidades, ahora rápido, ahora dos pollazos, a fondo, pero lentos,  veinte segundos ametrallándola, vaciarle la almeja y recibir besitos en la punta del cipote, otra vez llenarle el chocho,… Y ya puestos, me gusta que la chica se ponga estirada en la cama, de espaldas y levante las piernas en ángulo recto o más atrás, si puede. Así entra al máximo.

- También me gusta much…

- Basta, empecemos por lo primero. ¡Házmelo!.

Se estiró en la cama, se abrió de piernas, las recogió hacia atrás y ¡siguió, más y más!. Cuando paró, tenía la chona abierta como una flor y todo el cuerpo plegado sobre sí mismo. Ambas piernas cruzadas por debajo de la nuca y entre ellas, salía su cabeza, sonriente.

- Venga gandul, métemela hasta el fondo y hazme lo que nos has contado. Tú, Idoia, lléname el culo con el vibrador azul bien untado con lubricante, el finito. Luego, tu marido, me tiene que sodomizar y con el pollón que calza, hay que preparar la retaguardia.

Álvaro le daba tralla con ganas, pero Louise Marie, no tenía bastante. Me pidió que pusiese la tranca de silicona que le rellenaba el recto a máxima potencia y le comiese las tetas. A los pocos momentos, le empezó a cambiar la cara y fue a por faena.

- ¡Córrete, “torero”!. ¡Lléname el coño de leche de macho!. Yo me voy yaaaaaaaa…

- ¡Aaaayyyyy!, cerda, ¡me rompes la polla!. ¡Deja de apretar!.

Nuestra anfitriona lanzó un bufido desgarrador, más propio de un estibador sobrado de cazalla que de una bostoniana de clase alta y se corrió con un orgasmo rompedor. De pasada, liberó la tranca de mi hombre de sus potentes músculos vaginales. Tuve que besársela mucho para aliviarle, aunque su cara no era precisamente de dolor… Sus palabras me lo confirmaron:

- ¡Joder, menudo polvazo!. Como aprieta la cabrona, pero que gusto da. Además, te la frota por dentro. Seguro que se ha hecho lo mismo que Jaume te hizo a ti. Es genial. ¡No había probado nada igual en mi vida!.

- Tu marido copula muy bien. Dicen que los mediterráneos son ardientes. Si están tan bien dotados como él y además saben usar sus atributos… ¡tendré que repetir!.

- Coño, Louise Marie, reparte un poco. Te acabas de correr como una cerda y yo qué… ¿acabo la noche a dos velas?.

- No pensaba dejarte así. Voy a poner a tu hombre tan cachondo que te follará como si fuese el último polvo de su vida. ¡Vas a ver de lo que soy capaz!.

Si para su primer polvo había adoptado una posición funambulesca, ahora nos dejó fuera de juego. Bajó de la cama, puso sus dos pies bien anclados en el parquet y dobló el tronco hasta que pudo trabajarse su propio clítoris a golpe de lengua.

A Álvaro se le volvió a empalmar como si hiciese dos semanas que no la usase. El glande se le puso como una ciruela roja, con la piel más tersa que la de las tetas de Pamela Anderson antes de que se las deshinchase.

- Idoia, úntasela bien. Tú, semental. Métemela. Primero, un poco por el chocho, la sacas, me rellenas el culo y empiezas a trabajar en serio. Yo mientras, te voy a hacer algo que nunca has probado.

Mi marido se puso a la labor, con una cara de salido que acojonaba. Y yo… seguía a dos velas y con cuatro de mis dedos partiéndome el coño. ¡Hay que aguantarse!.

Mientras él le daba duro, ella se sorbía el clítoris y se relamía el capuchón con la lengua. Al poco tiempo, ella misma le tomó con la mano la verga, se la sacó del chumino y la apuntó hacia su esfínter anal. Ya lo tenía bien trabajado. Respiró hondo varias veces, se relajó y su agujero trasero empezó a abrirse por arte de birlibirloque. ¡No podía creérmelo, esa mujer dominaba su cuerpo de una forma paranormal!.

- Mira que túnel te he abierto, ¡mete tu tren a toda máquina!.

La cara de Álvaro, era un poema. Las alegorías de nuestra anfitriona, le excitaban. Ver a una mujer de mediana edad, en una posición de contorsionista circense, dominando a voluntad la abertura de sus esfínteres, dándose a sí misma un cunnilingus antológico, le noqueaba.

Embistió el ano de Louise Marie como un autómata. Ya no era capar de razonar. Pero ella sí. Era capaz de eso y mucho más y… nos lo demostró. A las pocas emboladas, se la cogió con la mano y sacándosela del culo, se la metió hasta el fondo de su boca. Se la mamó unos segundos y, chas, otra vez a llenarle el agujero más oscuro. Dentro, fuera, dentro, fuera y otra vez una buena chupada.

Repitió las maniobras varias veces. Cuando él estaba a punto de correrse o de sufrir un ataque al corazón… y ella, de deshidratarse por la pérdida de líquidos que le producía el incesante río de flujo que le goteaba del coño sin parar, Louise Marie bramó en medio de una desmesurada corrida:

- ¡Sácate la mano del coño!, Idoia.

- Tú, ¡llénale el agujero y muévete con ganas!, que tu esposa necesita unos cuantos orgasmos.

Así lo hicimos, pero ella no se quedó quieta. Tomó la polla de plástico más grande con una mano y la que usó para su culo, más fina, con la otra. Las lubricó, nos dio lengua a los anos de ambos, les aplicó una energía y una cantidad de saliva fuera de lo normal y nos sodomizó a golpe de pollazo sintético. El gordo me lo embutió a mí y el fino, al mariconcete de mi marido.

Álvaro me follaba con ganas, espoleado por el intruso del trasero que tan bien manejaba su propietaria y por la exacerbada vibración del dildo que tenía al otro lado de la fina membrana, separándome el recto de la vagina. Yo me sentía llena por delante y por detrás. Todo eso me revolvía mis puntos del placer hasta el paroxismo.

La bruja que teníamos por anfitriona, supo que un estímulo adicional en el instante adecuado, desencadenaría en mí un orgasmo descomunal. Esperó el momento justo y con una de sus contorsiones imposibles, me comió la pepita, dándome lengua en el clítoris a velocidades ultrasónicas. Me corrí de una forma que nunca pensé que fuese capaz de hacerlo. Duró, duró… y la intensidad del placer, no menguaba. Recordaré siempre ese largo momento.

Ni cuenta me di de que cuando me vinieron los espasmos más intensos, la verga de Álvaro soltó un lechazo tras otro, llenándome el culo. Tampoco fui consciente de cómo iba escapando el esperma de mi hombre del agujero y resbalaba por la raja, hasta que la boca de Louise Marie lo recogía con gula.

Nos quedamos desechos, estirados sobre la lujosa cama, en un amasijo de extremidades. Al cabo de unos largos minutos, empecé a cobrar conciencia de cómo habíamos dejado la habitación. La fina sábana de seda negra, estaba llena de lamparones blancos, charcos de fluidos diversos, lubricantes,… Mejor no seguir.

La habitación olía a… lo que podéis imaginaros y tal vez, a alguna cosa más. Al sacarme el vibrador del culo, solté una larga retahíla de pedetes. Poco sonoros, pero muy olorosos. No sé si alguien más me acompañó en la sinfonía, pero si lo que se percibía en el ambiente era solo mío… ¡la bullabesa debía ser muy concentrada!.

Cuando vio que iba a recoger, al menos, la sábana. Nos dijo:

- Dejadlo todo como está. Mañana Joséphine ya lo pondrá todo en orden. Vamos a ducharnos y vosotros a vestiros. Milo, el chofer, está esperando para acompañaros a vuestro hotel. Mañana os volverá a recoger. Os quiero a las ocho, en ayunas, en mi consulta. Luego, podéis desayunar aquí o volver al The Liberty. El desayuno del hotel, vale la pena.

- Pero, ¿qué va a imaginarse Joséphine cuando vea como hemos dejado la habitación?.

- Preciosa, está conmigo desde hace más de ocho años y sabe mucho mejor que vosotros hasta dónde soy capaz de llegar… Ha visto los resultados que se consiguen, al hacer cosas mucho más puercas, con mucha más gente, si eso es lo que te preocupa. ¡A la ducha!.

Nos limpiamos, enjabonándonos unos a los otros, pero ya sin buscar más sexo. Aproveché para recrearme amasándole los pechos y recorriendo su cuerpo con mis manos. Nunca había palpado una musculatura como la suya. ¡Le cubría todos los rincones del cuerpo!. Para tomar el frasco de gel, en vez de girarse, dobló el tronco hacia atrás, riéndose de mí. Parecía que tenía la columna vertebral de goma. Le gustaba exhibir su cuerpo: en esa postura, me mostraba la vulva, completamente abierta, a la altura de los ojos. La curiosidad me llevó a preguntarle cómo había conseguido su extraordinaria flexibilidad.

- Te intriga, eh. Pues mira, resulta que tengo una enfermedad congénita poco habitual llamada SED. Para los que quieren ser médicos y todavía tienen que aprobar la asignatura: síndrome de Ehlers-Danlos. Provoca que nos falte colágeno a las articulaciones y por eso podemos doblarnos más de lo normal.

- Con mucho ejercicio y fortaleciendo la musculatura, lo voy sobrellevando sin demasiados problemas, pero algunos enfermos lo pasan fatal. Algunos de los contorsionistas profesionales, la padecen. Otros, entrenando duro desde muy jóvenes, también consiguen ser de goma.

- Ya habéis visto que soy una exhibicionista compulsiva, Me gusta mostrar mis singularidades a los nuevos amigos. Si además sirve para sorprender a mis amantes con posiciones imposibles, pues…

Aquí acabó la cosa. Dormimos como marqueses en el lujoso hotel que nos había reservado. A la mañana siguiente, Milo nos vino a recoger con tiempo suficiente para llegar a las ocho en punto a la consulta. Nos tomaron muestras de sangre y orina y nos hicieron un sinfín de pruebas médicas en sólo hora y cuarto.

Por la cantidad de ensayos realizados, nos dio la sensación de haber pasado toda la mañana en su consulta. Es que, si algo tienen los americanos, es el hacer las cosas fáciles. Si la Seguridad Social funcionase así, otro gallo cantaría. Menos absentismo, más eficiencia y menor coste, seguro. Nos despidió y quedamos para el día siguiente, después de comer.

Visitamos la ciudad, comimos camarones en uno de los baretos del puerto y aprovechamos la magnífica cama del hotel para follar por los descosidos. Se ve que la primera noche, hicimos un poco de ruido, o bastante… y cuando el ocupante de la habitación contigua a la nuestra, nos vio salir, nos invitó a comer en un restaurante que ya conocía, en el que según él, se comía la mejor carne de todo el país.

No era lógico quedar así con un desconocido y menos en un país que no era el nuestro, pero su impecable apariencia y su culta conversación, nos hicieron aceptar. Resulta que era pastor de una de los cientos de confesiones e iglesias que hay en Estados Unidos. Nos dio una tarjeta con su nombre en bajorrelieve dorado, en la que anotó la dirección del restaurante. Quedamos directamente allí, a la una PM.

Cuando llegamos, vimos que el sitio no era lujoso, pero si acogedor. Eso sí, aprovechaban hasta el último rincón para poner mesas, por lo que el espacio no era su principal virtud. Él acababa de llegar y estaba en la barra tomando una Budweiser, acompañada de los omnipresentes camarones.

- Hola, vecinos. Vamos a la mesa. Faltan cuatro minutos para la hora, pero ya está preparada.

Comimos una carne exquisita y en su punto exacto. Sólo tenían carne de los bueyes que criaban para ellos. No te dejaban elegir más allá de esas tres cosas: la parte del buey, el peso de tu corte y el punto de cocción. No tenían carta, sólo una pizarra que indicaba el precio de la libra de carne. Para beber, agua y cerveza. Así de simple.

Cuando nos trajeron la comida, Phileas, que era como se llamaba el pastor, fue al grano:

- Ayer os oí copular como verracos. Me excité mucho. Soy un hombre de iglesia y deseo respetar a mi esposa. Tengo que viajar mucho y en los treinta años que llevamos casados, no la he engañado ni una sola vez con otra persona.

- Para mí, fuera del uso del sagrado matrimonio, únicamente resultan aceptables las prácticas onanistas. En recepción me han dicho que os vais mañana. ¿Vais a tener relaciones otra vez esta noche?.

Álvaro y yo, nos miramos y reímos.

- ¿Es que quieres que cuando nos vengamos, chillemos más alto que la pasada noche?. O tal vez, quieres hacer una excepción y que te invitemos a nuestra cama.

- No es eso exactamente. Me gustaría poder quedarme en vuestra habitación mientras lo hacéis. Vamos, veros de cerca. Yo me la cascaría, eso sí, con mucho respeto hacia vosotros.

Mi marido y yo nos reímos de nuevo a mandíbula batiente. ¡Pobre cura!. Si le gustaba mirar, a nosotros, nos gustaba mostrar. Fui yo la que le lancé la invitación:

- Sea, ven esta noche, pero te advierto que vamos muy calientes e iremos a por todas. Ven preparado para despacharte a gusto. Al menos, tres pajas. ¡Ah!, queremos ver cómo te las haces. Sobre todo, cuando escupas la leche por la punta del ciruelo.

Esa noche fue curiosa. Nosotros follando como conejos en celo, por delante, por detrás, pollazo hasta las amígdalas que te va, coño bien comido a lengüetazos que te viene,… Álvaro eyaculó dos veces. Yo me corrí un montón, encadenando los orgasmos.

Durante la hora larga que duró nuestro apareamiento, Phileas estuvo sentado todo el tiempo, desnudo de cintura para abajo, sobre el sillón de cortesía protegido con una toalla. Tenía otra al lado, para irse limpiando. Zurdo, subía y bajaba su mano izquierda por su polla, siempre a la misma velocidad.

Cada diez o doce minutos, eyaculaba unos buenos chorretones de un semen muy líquido y continuaba subiendo y bajando la mano, sin perder nunca la cadencia. En ese tiempo, si no perdí la cuenta, se corrió cuatro o cinco veces, sin cambiar jamás el ritmo de su mano. Creo que él hubiese seguido igual, tanto tiempo como el que nosotros continuásemos enganchados.

Cuando decidimos que ya teníamos bastante sexo para esa noche, nos despedimos de nuestro pajillero incontinente. Se subió rápidamente calzoncillos y pantalones y se me acercó con la mano derecha por delante. Iba a darle un piquito, pero apartó sus labios y el cuerpo rápidamente.

- Perdóname, pero como vas desnuda, es muy fácil que me toque con tus pechos y no sería correcto.

La incoherencia de su comentario, nos hizo reír. Nos dimos la mano, se la dieron los hombres y salió de nuestra habitación, dándonos efusivamente las gracias por el buen momento que le habíamos hecho pasar. ¡Curioso tipo!. Al final, nuestra última noche en la ciudad, no estuvo mal, nada mal.

Nos levantamos tarde, fuimos de tiendas y compramos alguna tontería de turista. Las cosas bonitas, eran prohibitivas. Por la tarde, Louise Marie y dos de sus ayudantes nos dieron los resultados de las pruebas y nos explicaron las pautas que deberíamos seguir a partir de entonces.

Uno de ellos, nos explicó el tipo de ejercicio que nos convenía para fortalecer los músculos que más lo necesitaban, la mayoría relacionados con los más implicados en los diferentes juegos sexuales. Varios de ellos, próximos a la zona pélvica o a los glúteos. No os cuento los detalles, pero era un profesional como la copa de un pino.

Tenía seleccionados los momentos que él consideraba relevantes del vídeo en que follábamos a destajo con su jefa. A ella no parecía importarle que sus colaboradores viesen cómo le rellenábamos sus agujeros o se contorsionaba hasta lograr el máximo placer y sorprender a sus amantes con orgasmos imposibles. Pero, ¡nosotros no sabíamos que nos gravaban!. Vio nuestra cara de preocupación por el video y nos aclaró:

- Ya os expliqué que aparte de pasárnoslo muy bien, la sesión de sexo que tuvimos la noche pasada, tenía una finalidad diagnóstica. No os dije que os grabaríamos, para no alterar vuestro comportamiento. No tenéis que preocuparos. Guardamos los videos encriptados seis meses, por si hay que revisar algo y luego los destruimos.

Para cada una de las posturas seleccionadas, su ayudante nos explicaba los músculos que participaban en el “ejercicio” y lo que teníamos que hacer para mejorar sus prestaciones. Ellos trataban el tema con absoluta distancia y seriedad, pero a mí el ver lo que hicimos aquella noche con Louise Marie, me ponía cachonda por momentos. Álvaro, no estaba mejor. El bulto de su entrepierna, no pasaba desapercibido a nadie. Nuestra anfitriona se reía.

- Centraos en las explicaciones. Si no tuvieseis que tomar el avión en unas horas, después podíamos subir otra vez a desahogarnos. ¿Qué os pensáis, que yo no estoy también tan cachonda como vosotros?. ¡Tendremos que esperar!.

Su otra colaboradora, nos detalló los resultados de los análisis y de las diferentes mediciones corporales, junto con nuestro estudio genético. Nos pasó un conjunto de pautas de alimentación y como aplicarlas en cada momento, en función de nuestras necesidades.

Hay que decir que empezaba a entender el porqué el gabinete de Louise Marie estaba considerado el mejor. Al acabar, nos facilitaron las claves para entrar en una web privada para cada uno de nosotros y nos enseñaron a usarla. Allí estaba todo lo que nos explicaron, ampliado y siempre con una visión muy práctica. Podíamos introducir los cambios que se registrasen en nuestros cuerpos y comunicarnos en tiempo real con los profesionales de Boston. Impresionante.

Al acabar, nos despedimos tiernamente de Louise Marie. Tenía previsto venir a Europa el año siguiente y prometió llamarnos para compartir “buenos momentos”.

En el viaje de vuelta, cogimos más turbulencias que en el de ida. Por suerte, nos encontramos a una azafata puertorriqueña, tan caliente como yo, que nos lo hizo más entretenido. Jugando, entre bromas y piques, la convencí para que nos diésemos los números de móvil. Ella aceptó, pero me forzó a intercambiar también las bragas antes de bajar del avión. Así, cuando las viésemos, nos acordaríamos de telefonear, nos dijo. Le propuse sin embudos que cuando se quedase en Madrid un par de días, nos llamase y podíamos compartir algo los tres. Se rió, le subieron los colores, pero ¡no dijo que no!.

Ella salió ganando. Yo llevaba un demi-culotte precioso, de La Perla Studio y además, como Álvaro aprovechó la oscuridad para meterme mano, se las di bien mojaditas. La azafata usaba un tanga mínimo, de algodón. Debía ser para que no se le marcara con la ajustada falda del uniforme, pero a mí, no me gusta nada llevar tanga. Siempre se mete la tirita en la raja y me molesta, así que lo dejé en el bolso y acabé el viaje con el potorro al aire, bien fresquita.