miprimita.com

Sexo sin Fronteras: ONG del placer sin límites (5)

en Amor filial

Aterrizamos en el aeropuerto de Madrid y fuimos directos a casa. Teníamos el tiempo justo de cambiar las maletas y salir para Francia. Como os he contado antes, íbamos a ir en nuestro coche, aprovechando el viaje para conocer un poco el Languedoc y la Côte d’Azur, antes de adentrarnos en el norte de Italia.

La primera noche, la pasaríamos en casa de nuestros amigos de Barcelona. Eso sí, ya habíamos pactado que les contaríamos nuestras experiencias bostonianas, pero de sexo, nada. ¡No era cosa de que por la falta de sueño y el cansancio, tuviésemos un accidente de circulación el día siguiente!. A la vuelta, ya sería otro cantar…

Pasamos una noche muy íntima y divertida. Las caricias más calientes que intercambiamos, fueron unos cuantos besos, pero el fuerte contenido sexual de lo que nos contamos y lo privado de las experiencias, nos unieron más que el follar juntos.

Nos levantamos al despuntar el alba y después de un buen desayuno, partimos camino de Aix-en-Provence. Teníamos reserva por tres noches en el Villa Gallici, un magnífico Relais & Châteaux que ocupa una antigua residencia de estilo florentino, rodeada de un relajante jardín privado. Todo él, estaba impregnado del espíritu de Cézanne, que tan buenos momentos pasó en la ciudad, en la que murió de neumonía y está enterrado.

Aunque nuestra idea era conducir por las bonitas carreteras secundarias de la zona, parando a menudo y disfrutar de los viñedos y los encantadores pueblecitos de la región, hicimos nuestra primera etapa por autopista para llegar a tiempo de comer con René y Donatien, su pareja, al que según nos dijo, todos sus amigos llamaban Doti. Habíamos quedado en aprovechar la tarde para la primera sesión de mejora de nuestro estilismo.

Nos dieron una amplia habitación con vistas al jardín. Deshicimos el equipaje y nos sentamos en una de las mesas de la terraza que daba a la coqueta piscina exterior, mientras esperábamos a nuestros anfitriones.

Unas mesas a nuestra izquierda, estaba sentado un apuesto cuarentón, vestido como un dandi de los setenta. Intentaba ligar de forma descarada con una chica más blanca que la leche, de no más de dieciséis o diecisiete años, pero con unas tetas apabullantes que mostraba sin tapujos a través de un desproporcionado escote. No parecía tener mucho éxito, pero no por ello cejaba en el intento.

Sobre las doce y media, llegaron a toda velocidad unas furgonetas. De la última, bajó el que sin duda debía ser René. Se fue directo hacia nuestro ligón asaltacunas y lo saludó con un cálido piquito. Tomándolo de la mano, lo llevó hacia nosotros y se presentó:

- Vosotros debéis ser Idoia y Álvaro, nuestros nuevos amigos madrileños. Soy René y este es Doti, mi media naranja y… ¡un rompeculos excepcional!. Subimos diez minutos a refrescarnos y nos vamos a comer. ¡À bientôt, cher!.

A pesar de la excelente cocina de Villa Gallici, nos llevaron a Le Saint-Estève, en el cercano pueblo de Tholonet. La comida era de primera y el servicio, de una calidez extraordinaria. Al llegar nos recibió Mathias, el chef del establecimiento.

Parece que Doti le conocía de tiempo y nos atendió como amigos, más que huéspedes. Nos ofreció directamente el menú del día, sin preguntarnos siquiera. Productos seleccionados de la región, cocinados con un grato equilibrio entre la tradición y la modernidad. Disfrutamos de la comida y de la hilarante conversación de nuestros anfitriones.

Conocían a todo el mundo que valía la pena conocer de París y de más allá... Sabían de primera mano sus chismes y anécdotas más divertidas, picantes e incluso morbosas y las contaban con más o menos ironía o maldad en función de lo bien o mal que les caía cada cual. Eso sí, siempre con un humor destornillante. Durante la sobremesa, René entró en materia.

- Os he estado observando parejita. Estáis estupendos, pero algo podré hacer para que lo estéis más. Cuando Kendrick me llamó desde su querida Escocia para anunciarme vuestra visita, ya me dijo lo fantástica que eras, Idoia.

- Ahora que te tengo delante, pienso que se quedó corto. Disfrutaré mucho trabajando contigo y con tu chico, algo podremos hacer… ¡No te mosquees, Álvaro, que eres un encanto!.

De vuelta al hotel, envió a Doti a ver si por fin conseguía ligarse a la adolescente y se centró en nosotros, aplicándonos todo su buen hacer profesional a lo largo de la tarde. Así se lo dijo a su pareja:

- Venga culo tragón, a ver si consigues que esa virgen de mármol te haga caso. Yo mientras, trataré de enseñar a nuestros amigos como sacar el mejor partido posible de su cuerpo. Estaremos en su habitación.

- Veré, René, que puedo hacer. Esa chica está muy deprimida. Viaja con su padre, pero él está todo el día de reuniones, trabajando y no le dedica ni unos minutos. A ver si consigo ligármela.

- Os cuento, chicos: Doti, es un ligón empedernido. Le gusta conseguir embaucar a las mujeres, cuanto más difíciles sean, mejor, pero sin llegar a nada sexual. Cuando se las ha ligado, desaparece todo su interés por ellas. Pone una marca en su libro de bitácora y ya está. ¿A que es un poco psicópata?.

- Además, es totalmente homo. Nunca ha metido su nabo en un coño, ni quiere hacerlo. A mí me gustan los hombres, pero si él me acompaña, puedo hacérmelo también con una pareja o… con una mujer interesante. ¿Tal vez, cómo tú, Idoia?.

- Huuuyyy, menudo peligro tienes, René. Anda, vamos a trabajar.

Pasamos la tarde estudiando nuestros cuerpos y recomendándonos que tratamientos debíamos hacernos. Primero se encaró con Álvaro. Le hizo desnudar y le miró de arriba abajo. Empezó por sugerirle como llevar arreglado el pelo del pubis y que otras partes debía depilarse le orientó en los cuidados del cabello y la barba, la importancia de una buena manicura,…

Incluso le sugirió cosas muy concretas: ponerse una funda estética en los incisivos superiores o afinarse la piel de los codos. Era un profesional y controlaba todos los detalles.

A mí me hizo pasar por lo mismo, pero me dedicó mucho más tiempo: Que si los diferentes estilos de peinados para una u otra situación, los maquillajes más apropiados para la cara, cómo debía lucir las sombras del escote según la forma del vestido que usase,…

Me corrigió el corte del vello púbico, sugiriéndome que me depilase a laser la zona entre el ano y la vagina, así como los laterales del monte de Venus, pero que le diese forma al resto con cera, según las circunstancias y las modas del momento. Me dijo que ahora se llevaba mucho dejar un rectangulito encima del inicio de los labios y que a mí me quedaría muy bien. Tomé nota.

Continuó proponiéndome cómo debía llevar las uñas de manos y pies. La suma importancia de llevar siempre las cutículas impecables y otras cosas en las que nunca había pensado, fueron el paso siguiente. Antes de acabar la tarde, me había repasado el cuerpo centímetro a centímetro, buscando cualquier punto, grano u otra imperfección. Me sacaba fotos de todo, marcándolas y diciéndome en cada caso si debía aplicarme una crema cosmética o con actividad farmacológica, maquillaje o ir al dermatólogo para solucionarlo.

Al acabar, quedó satisfecho del resultado de la primera sesión y dejó para la siguiente tarde abordar las formas y tonos de los vestidos que más podían favorecernos en las distintas situaciones, los complementos o joyas adecuadas para cada caso y los estilos de maquillaje que les maridaban.

Entonces entró en el único apartado que me preocupó:

- Mañana estudiaremos que joyas o detalles íntimos pueden hacer todavía más excitantes vuestros cuerpos desnudos. Ya me han dicho que os gusta mucho mostrarlos. Tengo un amigo que es médico y un anillador de primera. Hace unos trabajos impresionantes. Mirad que me ha puesto.

Se bajó los pantalones y nos enseñó un pollazo grueso como mi muñeca, aunque corto. Parecía una seta calabaza (boletus edulis, no sea que alguien se confunda y se intoxique…) bien gorda y con un glande redondito, cuyo borde sobresalía ampliamente del cuerpo del pene. Tenía unas protuberancias a lo largo de todo el tronco, dispuestas geométricamente, formando rombos.

- Veis que implantes me ha puesto mi amigo en el cipote. Cuando le barrenas el culo a un pavo, no sabes el placer que nos da a ambos. Ya veis que no la tengo muy larga que digamos y con el nabo que llevo, hasta Doti a veces se me quejaba. Hace un par de años, Tommy, mi amigo, me puso eso y ahora triunfo a rabiar.

- Mañana lo estudiamos, pero a ti Álvaro, ya te estoy viendo con un aro bien gordo atravesándote el capullo. ¡Joder, enseñando eso y el vergajo que te cuelga entre las piernas, en la playa, triunfarías como un campeón!. No pasa de esta noche sin que lo pruebe, ¡aunque sea sin el aro!.

Para cenar, nos vestimos informales, pero elegantes. Yo me puse un vestido corto y ajustado, con un buen escote. Desde que tenía los pechos tan bien arreglados, me gustaba lucirlos. Bajamos a cenar al restaurante del hotel y nos encontramos a Doti cambiado y sentado en una mesa preparada para cinco. Enseguida llegó René, vestido con una sofisticada elegancia que le daba un toque cuidado, pero informal.

- Hola pareja. Nos va a acompañar Margueritte. Es la niña con que he pasado la tarde. Al fin, he conseguido convencerla de que se lo va a pasar mejor cenando con nosotros que sola. Su padre, la ha llamado a media tarde para decirle que no podía venir. Todavía estaba en Lyon y tenía para largo… Un impresentable, sólo piensa en acumular más dinero y poder y no en su preciosa hija.

Mientras acababa de contarnos eso, llegó Margueritte. Se había cambiado y maquillado. Iba preciosa, exultante. Su cuerpo, decía a todos los que estaba cerca de ella: mírame, tócame y tal vez… fóllame. Sus ojos, en cambio, ponían una distancia insalvable entre ella y sus admiradores.

Nos saludamos y sentamos. Ella misma me sugirió tomar la silla de su lado derecho. Estaba saliendo de la adolescencia, pero ya sabía mandar de forma natural, sin proponérselo.

Encargamos los platos y haciendo un extra, los acompañamos del un excelente caldo de la cercana Nîmes, un Châteauneuf-du-Pape de buena añada. Entonces Doti nos fue presentando, añadiendo sus comentarios, siempre graciosos, siempre incisivos.

- Os quiero introducir a Margueritte. Tiene vacaciones, pero hoy, y creo que demasiados días, está sola y en vez de aprovecharlo para buscar compañía y disfrutar de su juventud, pasa las horas jugando con su melancolía.

- Sus padres, se han separado y esta semana le toca estar con su padre, aunque parece que demasiado a menudo le surgen ineludibles compromisos de última hora y el estar con ella, se convierte en pagar la cuenta del hotel de lujo donde se hospedan y en decirle que haga lo que quiera y que lo pague con la tarjeta que le ha dado. Es un reputado empresario, pero un padre desastroso.

- He pasado la tarde con ella. Le he propuesto desde dar un paseo por el campo o visitar el taller de Cézanne hasta subir a las atracciones de la feria o irnos a nuestra habitación y comerle ese coñito tan delicioso que debe tener entre las piernas. No me ha aceptado nada de eso, sólo cenar con nosotros. Algo es algo.

Yo la miraba mientras Doti hablaba. Ella, sólo le reía las gracias, sin decir nada.

- Creo que lo que más le ha gustado, es la última propuesta, pero no ha acabado de decidirse. Una lástima. Al final he descubierto el porqué:

- ¡A Margueritte no le gustan los hombres!. Le gustan las chicas. Además, aunque no me lo ha querido aclarar, estoy convencido de que todavía es virgen.

La indumentaria de la chica, indicaba que quería guerra, pero… algo me decía que Doti tenía razón. Yo iba un poco, llamémosle, atrevida. Ella mucho más: llevaba una falda tan corta y pegada al culo que seguro que lo enseñaba todo a la mínima distracción.

Tenía unas tetas preciosas, grandes y llenas de pecas. Desde luego, mucho más que las mías. Las llevaba embutidas en un top con un escote más que remarcable. Como yo, pensaba que los sujetadores estaban mejor en los cajones de los armarios que intentando sujetar lo que no lo necesitaba. El resultado: no enseñaba los pezones porque el top era de marca y la licra no cedía, pero cuando movía el cuerpo, una parte de la areola de la teta izquierda, quedaba a la vista.

Quería parecer muy segura de sí misma, incluso transgresora, pero yo creo que lo que pretendía, era más bien captar la atención de su padre por cualquier medio. ¡Los hombres no os dais cuenta de nada, aunque se os muestre delante de los ojos!.

Doti, tenía esa especial sensibilidad “femenina” y a la vez, la dudosa capacidad “masculina” para soltar las cosas a bocajarro. Cuando el camarero acabó de servir los postres, nos soltó:

- Bueno, ya veis, pretendía que mi nueva amiga y yo disfrutásemos de una larga noche de buen sexo, pero parece que esto no va a ser posible.

- Tal vez, no esté todo perdido. Si os parece bien, propongo que Álvaro, René y yo pasemos esta noche en nuestra habitación. Se me ocurren unas cuantas cosas en que ocupar una buena parte del tiempo…

- Margueritte, te sugiero que compartas con Idoia la tuya o la de ella, si lo prefieres. Estoy convencido que Idoia sabrá calmar tu sed de sexo, demasiado tiempo contenida. Si te gustan las mujeres, ella sabrá hacerte gozar. Seguro.

Aunque no perdió la compostura, su cara enrojeció ligeramente. Me la jugué y le besé los labios en medio del restaurante. Suspiró y me miró a los ojos agradecida. ¡Iba a ser una noche para recordar!.

Al final, decidimos que yo pasaría la noche en su habitación y ellos en la de René y Doti. Así Álvaro y yo podríamos volver a la nuestra cuando quisiésemos, sin molestar a nadie. Mi marido y yo, primero pasamos por nuestra habitación. Yo quería coger algunos juguetitos y un frasco de lubricante y él quería cambiarse. Aproveché el trayecto para hablar con él:

- ¡Qué, mariconcete, esta noche vas a comer rabo!. ¿Te va más dar, o que te den?, porque seguro que con esos dos salidos, puedes escoger…

- Pues mira, desde hace unos meses, ya sabes que no cierro ninguna puerta. Esos dos, parece que saben lo que se hacen, así que lo voy a probar todo, sin poner puertas al campo. Bueno… al ojete. ¡Que sea lo que dios quiera!.

- Y tú qué. Te vas a comer a esa chiquilla. Mira que esta un rato buena. ¡Menudo par de tetas se trae!. Cuando la conoces, parece un poco retraída, pero ¿has visto cómo va vestida?. Me ha tenido empalmado toda la cena. Tu no estabas delante de ella y no podías verlo, pero creo que ni bragas llevaba. Vamos, como tú cuando te pones en plan guarra desbocada.

- Anda Álvaro, no pienses más en ella. Mira como se te pone el rabo. Si te ven así nuestros nuevos amigos, les vas a durar menos que un helado en un microondas. Te confesaré algo que te gustará: Voy a intentar que mañana nos lo montemos los tres, esa niña, tú y yo. ¡A ver si se deja desvirgar por una buena polla de verdad!.

Al oírme, se le salió el haba del cipote por la cinturilla del pantalón. Me cogió de las tetas y quiso montarme como un mono desbocado. Tuve que pararle los pies. Lo morreé a fondo mientras lo tenía bien cogido de los huevos y lo aparté. Salí de nuestra habitación riendo, a la carrera, sin olvidarme mi bolso, ni lo que había metido dentro.

Recorrí el pasillo hasta el fondo y giré a la derecha. La habitación de mi partenaire era la de la esquina que daba al jardín. Al llegar frente a su puerta, llamé con los nudillos. Me abrió inmediatamente. Debía estar esperándome detrás de la puerta.

Nuestra habitación, era muy espaciosa y lujosa, pero la suya, era una suite impresionante. Tres veces mayor que la nuestra, con un salón independiente, equipo de home cinema en la salita, dos baños,… todo para una mocosa que lo que realmente necesitaba, era compañía y cariño.

- Hola, Idoia, pasa.

Iba vestida igual que para la cena. Ni se había quitado nada, ni se había cambiado. Yo tampoco. Mientras caminaba hacia su habitación, iba pensando cómo la abordaría. Ya lo tenía decidido y lo llevé a la práctica.

- Preciosa, voy a sentarme en ese sillón. Ponte ahí delante. Quiero ver cómo te desnudas.

Creo que estaba más preparada para lo que iba a venir de lo que nosotros pensamos. Además, lo deseaba. De eso, no me cabía duda alguna. Tal como intuyó mi hombre, llevaba poca ropa.

Primero se quitó el top. Aparecieron dos mamas impresionantes. Redondas, llenas, pesadas, pero sobretodo, turgentes como pocas he visto. Estaban coronadas por unos pezones gruesos y oscuros. Los tenía completamente empitonados. Rodeados por unas areolas más claras y en proporción, pequeñas. ¡Qué apetitosos!. Tenía treinta años más que ella y se me caía la baba.

Se las acarició un par de veces y sin apartar la vista de mis ojos, llevó las manos a la falda y tiró de ella hacia abajo. Era de fino punto de seda y se sujetaba únicamente por una cinturilla elástica, por lo que se la pudo sacar con suma facilidad. Lo que quedó a la vista, fue un pubis precioso, de niña, pero a la vez, de mujer. Lo cubría una pelambrera notable, que vetaba mostrar los labios y la grieta de su sexo.

Acabó, quitándose las delicadas sandalias con que cubría unos pies exquisitos. Sin duda, un festín para los fetichistas de esa parte del cuerpo. Yo quería ver más y se lo hice saber:

- Margueritte, apóyate en la cama y muéstrame tu coño bien abierto.

Aunque le volvieron a subir los colores al rostro, lo hizo. Creo que le gustaba exhibirse, como a mí.

- Ahora, enséñame cómo te haces un dedo. Hasta que te vengas.

- Pero Idoia, nunca lo he hecho delante de nadie. ¡Me da vergüenza que me veas!.

- No te ha de dar ninguna, pero por ser tu primera vez, lo haremos juntas. ¿Me desnudo yo o prefieres hacerlo tú?.

- Tú, por favor.

La entendí perfectamente. Tiempo tendría para acariciar mi cuerpo, pero ver cómo una mujer lo va mostrando paso a paso, sin tener que hacer nada más que mirar y gozar del espectáculo, es un placer añadido. Me desnudé sin demasiados alardes. A mí me gusta empezar por abajo. Me saqué los zapatos. Abrí la cremallera lateral del vestido, lo tomé por el dobladillo y… alehoop, todo fuera.

Ahí estaba, cubierta únicamente por un sencillo bikini sin costuras, azul turquesa, cortado a láser para no marcar. La miré e hice como ella: Me pasé las manos por las tetas unas cuantas veces, aprovechando para pinzarme los pezones entre los dedos. ¡Qué placer!.

Sin apartar la mirada, me bajé las bragas y empujándolas con el pié, volví a sentarme en el sillón. Ahora, completamente despatarrada. No paré aquí. Iba a lo que iba. Separé mis labios con la mano izquierda y utilicé la derecha para masturbarme. Me acaricié los labios de abajo, arriba, pinzando el clítoris al llegar a él, sin descuidar el darle cada vez un buen repaso al capuchón. No me metí los dedos en el chocho ni una sola vez. Quería hacer lo mismo que Margueritte.

Ella empezó a replicar mis movimientos. ¡Qué coño tan bonito y delicado tenía esa chica!. Iba a disfrutar lo que no está escrito comiéndoselo luego. Pasaron un par de minutos dándonos dedo a la par. Yo estaba como una moto y a ella, incluso la veía sudar. Entonces chilló:

- ¡Me vengo, me vengo, me vengo…!. !Mon dieu, quelle brandette... superbe!.

- Idoia, nunca me había corrido así. ¡Ha sido fantástico!.

- Querida, esto sólo es el principio. Anda, estírate de espaldas, relájate y déjame hacer.

Empecé por besar su cuerpo de arriba, abajo, con delicadeza, sin forzar las partes más sensibles. Labios, cuello, escote, rostro. Pechos, sin atacar a fondo esos pezones tan dulces. No me faltaban las ganas, pero sabía tenía que avanzar despacio. Seguí por la panza, el ombligo, vuelta arriba. Ahora, sí. Le comí las tetas como se merecía. Cuando le estaba titilando los pezones a golpe de lengua, pude gozar viendo como le sobrevenía otro orgasmo. Suave, lento y largo. Era de las mías: de tetas sensibles.

A los pocos segundos, me dijo una sola palabra, corta, pero con un significado muy largo:

- ¡Hazlo!

Le besé los labios. Le besé sus pechos y continué, sin que ya nada pudiera frenar mis ganas de darle placer. Cuando llegué a su sexo, lo abrí como una flor y lo acaricié. Primero con los dedos. Primero los labios exteriores. Pasé a su zona más íntima, siempre sin penetrarla. Ascendí y disfruté como nunca palpando su botón del placer. Era una mujer de flujos abundantes. Eso es bueno. Ya tenía tanto el clítoris, como los labios vaginales, completamente empapados. Era la hora de dar un paso más.

Introduje mi rostro entre sus piernas. Lo levanté para mirarla a los ojos. Sabía que tenía su aprobación, pero se la quería ver en la cara. Dejó caer los parpados. No necesité mas. Me comí con ganas ese coño virgen, precioso, deseoso de placer.

Empecé dándole lengua por la parte exterior de su raja. Tenía el matorral algo recortadito, pero seguía siendo muy abundante. Aunque me encontraba pelos en la lengua a cada lamida, lo disfrutaba mucho. Ya le enseñaría más tarde como se puede llevar una melena importante en los bajos y que no entorpezca un buen trabajo de lengua.

Continué jugando con labios y lengua en toda la zona genital, desde su agujerito más fruncido, hasta la vaina del clítoris. Sólo usaba las manos para tomarla por las nalgas y apretarle el coño contra mis labios. Conseguí que entre su sexo y mi lengua, no cupiese ni una hoja de papel de fumar.

Deslizaba la lengua en vertical sin descanso, restregándosela en lujuriosos círculos cada vez que llegaba al agujero del culo o la entrada de su raja. Así, conseguía metérsela un par centímetros en cada oquedad. Cuando empezó a destilar sus flujos, le ataqué el clítoris sin piedad. Utilicé la lengua como si fuese un vibrador, punteándole el botoncito mágico a una velocidad increíble.

Empezó a correrse y le introduje mi dedo medio en el culo, frotándole la membrana que separa el recto de las paredes vaginales. Hacía fuerza en dirección al suelo púbico y así conseguí estimularle también el punto G, sin poner en peligro el himen.

Descargó su pasión con una voluptuosidad inusitada. Tuvo un orgasmo arrebatador que la dejó completamente desmadejada sobre la cama. No me extraña, ¡las placenteras convulsiones le duraron varios minutos!. Me excité hasta tal punto, que yo misma me corrí por simpatía. ¡Os puedo asegurar que ni me toqué!.

Con la boca aún empapada de sus secreciones, la morreé con ganas. Ella respondió voraz, con una plácida sonrisa en el rostro. Liberé mi dedo de su recto, le di una suave palmadita en coño con la otra mano y me levanté para ir a ducharme.

Al poco de abrir el agua, apareció Margueritte. Entró en la bañera y me besó con ternura.

- Eres muy mala, Idoia. No me has esperado.

No dijo nada más. Cogió el gel de baño y aplicando una generosa porción en sus manos, empezó a lavarme el cuerpo. Me acarició tan suavemente y de una forma tan tierna que consiguió emocionarme. ¡Cuánto cariño necesitaba esa chica!.

Utilizó su gel íntimo para lavarme la zona genital y al acabar, me enjuagó el cuerpo y me acercó los frascos que había usado conmigo, diciéndome:

- Ahora, lávame tú.

Me recreé frotándole una y otra vez sus increíbles tetas. Lo gocé mucho. Sus pechos eran una pasada. La lavé con delicadeza, especialmente la zona que acumulaba más humores: entre las piernas y el agujerito trasero. Le quité el jabón y salimos de la bañera. La envolví con el suave albornoz del hotel e hice que se sentara en un taburete. Con una toalla le sequé los pies, las pantorrillas y las manos.

Al acabar, la besé de nuevo y le quité el albornoz. Con otra toalla nueva, le quité las últimas gotas de agua de su entrepierna y le peiné el vello púbico con mis dedos. Entonces habló ella.

- Sécate. Cuando estés lista, ven. Te espero en la otra cama. La que has usado para descubrir de lo que es capaz mi cuerpo, ha quedado cochambrosa. Quiero devolverte, al menos, una parte del placer que me has dado.

Iba a contestarle, pero puso el índice de su mano sobre mis labios. Sonriendo, lo quitó para darme un piquito de amiga e irse hacia la cama, mostrándome unos glúteos tonificados, pecosos y más blancos que una pared de yeso.

Ya podéis imaginar lo que hicimos. Me devolvió las caricias con creces. La fui guiando, instruyéndola en el arte de dar placer a una mujer. Era la mejor de las alumnas. Se veía que quería darse a los demás y lo hacía con total generosidad.

Me condujo a disfrutar varios orgasmos, cada uno mejor que el anterior. Seguramente, no fueron los más intensos y placenteros que he tenido, pero con toda seguridad, los más tiernos. Margueritte era un sol. No paró hasta que tuve que pedirle una tregua. Físicamente podía haber aguantado bastantes embates más, pero psicológicamente, me había llevado al límite.

Nos acurrucamos una contra la otra en la cama y tuvimos una larga conversación de mujer a mujer. Tal vez, en algunos momentos, como de madre a hija… Empezó ella:

- ¿Cuántos años tienes, Idoia?.

- Cuarenta y siete, cariño.

- ¡Nunca lo hubiese dicho!. Te ponía treinta y bastantes y resulta que eres mayor que mi madre. Ella se conserva la mar de bien, pero tú… ¿Cómo consigues estar así?.

- Bueno, las mujeres de mi familia nos conservamos bastante bien. Luego, últimamente me he hecho algunos retoques, cuido mucho la dieta y hago ejercicios pautados por una especialista buenísima. Aunque yo creo que lo que me mantiene siempre en forma es… follar mucho y bien.

- ¿Tienes sexo con otros hombres, aparte de tu marido?, porque con mujeres, ya sé la respuesta…

- Sí. Hasta hace unos meses, éramos una pareja bastante convencional, pero en las vacaciones de la pasada Semana Santa, unos vecinos nos abrieron las puertas a nuevas experiencias. Desde entonces, hemos cambiado.

- Ahora, tanto Álvaro como yo aceptamos e incluso promovemos el gozar del sexo con otros. Lo que ha pasado hoy, es una excepción. Normalmente, vamos juntos, pero no nos ponemos ataduras. Ya lo has visto. Eso ha enriquecido mucho nuestra propia relación de pareja y… ¡disfrutamos mucho más de la vida!.

Me miró intensamente a los ojos y mientras iba haciendo círculos con uno de sus dedos alrededor de mi pezón, me dijo entre susurros :

- Tengo muchas dudas sobre mi sexualidad. Estoy segura que aunque no lo digas, piensas que el que sólo quiera acostarme con chicas, es un mecanismo para protegerme falsamente de mi misma. Tal vez, para no aceptar algún deseo inconfesable. En lo más hondo de mi misma, sé que tienes razón.

- Me he dado cuenta que a tu marido le ponen mucho mis tetas y tiene unas ganas locas de hacer el amor conmigo. También veo en tus ojos que estás deseando que me entregue a él y que además, nos quieres acompañar. Crees que lo mejor para mí, es que un hombre experimentado como él, me desflore.

- Voy a dejar a tu chico estrenar mi coño, pero antes quiero veros follar a vosotros dos. Así sabré hasta dónde podré gozar de mi cuerpo, cuando sea mujer. Arréglalo todo para mañana. Si me dejas, pasaré toda la noche con vosotros.

Me reí con ganas. ¡Menuda putilla!. No iba a dejarla sin antes decirle un par de cosas. No soy psicóloga, pero algo he aprendido con los años…

- Mira, Margueritte, estaré encantada de que el primer hombre que te folle sea Álvaro. Porque has de saber que el amor, sólo lo hace conmigo.

- Con las otras, folla, copula, juega,… o como quieras llamarle. Es sólo sexo. Con algunas, puede haber un vínculo afectivo, de amistad o cercanía que lo haga toda más fácil y, por qué no, más placentero. Pero amor de pareja, sólo entre nosotros dos.

- Tiene una buena polla, pero sabrá tratarte como a una princesa y yo te preparé antes ese coñito tan rico que tienes. En un par de días, estarás preparada para ofrecerte al hombre que de verdad deseas y no te atreves ni a plantearte seducirlo.

- Pero que dices, Idoia. No tengo novio, ni nadie a quien desee tirarme, aunque sea porque me mola como tío, sin más.

- Te mientes a ti misma y lo sabes.

- ¡No digas tonterías!.

- Hace tiempo que quieres que tu padre llene algo más que tu corazón. No escondas la cabeza bajo el ala. Afróntalo. Después, decide si quieres cometer una locura que te haga feliz o lo entierras en lo más hondo de tu mente y te enrollas con media facultad para olvidarlo.

Al oír estas palabras, Margueritte se puso a llorar. Las lágrimas sólo le duraron un instante. Entonces, se secó los ojos con el reverso de la mano y me abrazó, besándome los labios con cariño.

- Eres una puerca vidente. Sabes que tienes razón y que yo lo sé. Soy más bien tímida, pero hace meses que cuando estoy con él, visto como una puta y me exhibo ante todo el que quiera mirarme. Él, ni me riñe, ni me hace caso. Como si no existiese. Sólo cuida de mi para las cosas prácticas: estudios, dinero,… ¡Estoy desesperada!.

- No conozco a tu padre, pero ante una chica como tú, un hombre no puede quedarse indiferente. ¡O se empalma como un macaco en celo o es que es gay de nacimiento!. Estoy segura que te tiene miedo. Mejor dicho: miedo de verte como a una mujer.

- Mmmmmm,… maricón no es. Ni tan sólo creo que toque los dos palos, como tu marido. De hecho, conozco algunas amigas suyas con las que, desde que se ha separado de mi madre, ha tenido algo más que un roce.

- Te he de confesar que con alguna de ellas, empleada suya o amiga de mi madre desde hace muchos años, antes, nos tratábamos con simpatía. Desde que sé que se acuesta con ellas, no puede traerlas cuando está conmigo. Las trato tan mal que acaban saliendo por piernas. ¡Ja, ja, ja,…!.

- Te dejo con tus pensamientos. Hasta mañana, Margueritte.

Me puse a pelo el vestido con que había venido y me marché hacia nuestra habitación. Tenía que contarle muchas cosas a Álvaro y él… muchas otras a mí.

Al entrar, me encontré a mi marido roncando a pierna suelta en nuestra cama. Estaba estirado boca arriba, cruzado en la cama en diagonal y con la sábana arrugada alrededor de sus pies. No me dejaba ni sitio para estirarme y eso que el lecho era grande.

Lo primero en que me fijé, fue en su miembro. Lo tenía hinchado y más rojo que una ciruela. ¡Cómo debía estar por detrás!.

Lo segundo, en la beatífica sonrisa de felicidad que adornaba su cara. Sin duda, René y Doti, debían ser unos virtuosos.

Estiré como pude la sábana y le empujé por los pies para hacer sitio sobre el colchón. Me metí en la cama y a pesar del concierto que ofrecía mi hombre, me dormí al momento. Había tenido un día muy ajetreado y una noche todavía más intensa…

Al despertarme, bien entrada la mañana, oí la ducha y a Álvaro cantando bajo el agua. ¡Eso era nuevo para mí!. Me desperecé y me fui a mear. Al entrar en el baño, me saludó lanzándome un besito e invitándome a unirme con él en la ducha.

- Cariño, déjame mear primero. Tengo la vejiga a tope.

- Ven, hazlo en la ducha, como la Milá.

Me reí y entre en la bañera con él. Separé las piernas y solté un largo chorro amarillo. A medio hacer, el puerco de Álvaro, me puso la mano entre los labios y los separó para ver mejor como salía el chorrito. No contento, se recreó dejando caer mis meados en su mano, antes de que llegasen al fondo de la bañera. La orina me salpicó en los muslos y a él, le gustó la gracia y encima me la repartió por las piernas. ¡Menudo cerdo!.

- Eres un cerdo, cabrón. ¡Déjame acabar de mear en paz!.

- Uy, Uy, mira como se pone mi tigresa. Quería ver si te gustaban estas guarradas. Ayer, cuando acabamos nuestros jueguecitos sexuales, los dos pervertidos que tenemos por anfitriones, se fueron a duchar. Me enseñaron como jugaban con la orina y hasta con otras cosas peores. ¡Son unos guarros de cojones, pero saben llevar a un hombre hasta más allá de los límites del placer!. Los miré un momento y me vine a ducharme solo a nuestra habitación. ¡Era demasiado para mí!.

- Veo que os lo pasaste bien entre tíos. A ver si ya no te va a gustar follarme. Además, te he conseguido trabajo extra con una mujer.

- No me digas que Margueritte…

- ¡Exacto!. La vas a desvirgar esta noche y yo te voy a ayudar. Es una chica fantástica y está para mojar pan. Bien que te fijaste.

- Gracias, cariño. Te debo una. Jamás pensé que podría llegar a meterla en ese chochito, pero encima estrenarlo… es un sueño. Ven, que te lleno el tuyo para ir agradeciéndotelo.

-  De eso nada, cerdo. Acaba de lavarte y ven a la habitación. Esta noche te quiero a tope. Ni pienses en vaciar las pelotas hasta entonces, pero ya que me quieres dar las gracias, te dejaré comerme la pepitilla como tú sabes hacerlo. Un orgasmo mañanero, siempre viene bien.

Salió del baño con la verga más dura que la porra de un madero. Lo esperaba acariciándome el coño, espatarrada en la cama. Se estiró entre mis muslos y puso lengua a la obra. La verdad, es que era un chico eficiente: en menos de cinco minutos, había conseguido que me corriese dos veces.

La obra de Paul Cézanne a mí me entusiasma y convencí a Álvaro de dedicar la mañana a recorrer tres de las cinco rutas que unían los sitios más emblemáticos relacionados con el pintor. Hace ya varios decenios, las identificaron por colores.

Al final, entre los escarceos mañaneros y el espléndido desayuno de Villa Gallici, sólo nos quedó tiempo para disfrutar de las dos más próximas. Primero tomamos la amarilla, el camino del Jas de Bouffan. Visitamos sus casas de Bellevue y de Montbriand, sobre la colina de Valcros, tantas veces reflejada en sus pinturas. Luego, seguimos la gris, donde vimos el museo y su estudio, en la calle que lleva su nombre.

Comimos solos en un pequeño bistró del bien conservado centro antiguo de Aix-en-Provence y volvimos al hotel. A las tres estábamos a punto para completar los consejos de René. La sesión fue amena y provechosa. ¡Entendí el porqué lucen tan estupendas las actrices y otros personajes públicos!. Tomamos buena nota de los trucos que nos enseñó, adaptados para nosotros.

Cenamos con René, Doti y unos amigos suyos, actores de la película en la que trabajaba René. Unas mesas más allá, vimos a Margueritte sentada con un hombre que aparentaba nuestra edad y una mujer algo más joven. Sin duda, su apuesto acompañante, debía ser su padre y la mujer, por la familiaridad con que se trataban y la mala cara de mi bollera más querida, una de las amigas de su padre.

Ellos acabaron antes. Para salir del comedor, tenían que pasar cerca de nosotros. Al aproximarse, Magrgaritte nos dijo a Álvaro y a mí:

- Os espero a las nueve y media en mi habitación. No tardéis. Desde esta mañana, me he tenido que cambiar cuatro veces el salvaslip de lo húmeda que estoy pensando en esta noche.

Doti estaba sentado a mi lado y lo oyó perfectamente. En cuanto salió, nos dejó caer, entre risas:

- No sé que le hiciste ayer a esa chica, pero parece otra. Has conseguido en pocas horas lo que alguien tan experimentado como yo, no ha podido lograr en una semana. ¡Mis más sinceras felicidades, Idoia!.

A la hora prevista, salimos hacia a su cámara. Nos abrió completamente desnuda, sutilmente maquillada y con una sonrisa en los labios. Estaba radiante y sabía lo que le quería.

- Os estaba esperando. Miriam, la mujer tan fea que nos acompañaba en la cena, se ha puesto muy contenta cuando les he dicho que me iba a mi habitación hace media hora. Seguro que ya se está follando a mi padre. Esa furcia, quiere camelárselo para que le deje pasar las vacaciones en la casa que tenemos en la Toscana. Quiere ir cuando no estemos nosotros para llevarse a su “amigo” con ella.

- No seas rencorosa. Lo que has de hacer, es ganarle la mano y que tu padre sólo tenga ojos para ti.

- Deja, deja. Venga, quitaos la ropa y enseñarme como folla una pareja bien compenetrada. Luego me lo tendré que practicar yo y quiero estar preparada.

Nos reímos de sus ocurrencias. Nos acercamos a saludarla con unos dulces besos. Mi marido, no podía esperar ni un minuto más y los complementó acariciándole la delantera sin escatimar esfuerzos. Mientras nos desnudamos, fue Álvaro el que le contestó:

- Todos tenemos el disfrutar del sexo como algo innato y creo que tú, más que la media. No te preocupes, sólo te has de soltar y ya verás que estás más que preparada. Con nosotros, aprenderás antes lo que tú sola, tardarías más tiempo y necesitarías experimentar con bastantes amantes para conocer. 

- Te podremos enseñar más rápido trucos y formas no tan habituales de disfrutar del sexo, pero sólo la practica te convertirá en una amante experimentada y sin prejuicios.

- Basta de cháchara. ¡Os quiero ver follar ya!. ¿No veis que sólo escuchándoos, ya me están resbalando mis jugos por los muslos y todavía ni me habéis tocado?.

Nos reímos de sus palabras y tomando a Álvaro de su cipote, me lo llevé a la cama. Nos estiramos y llamé a Margueritte para que se estirase a nuestro lado. Así tendría una visión del espectáculo desde la platea.

Había iluminado la habitación con una sutil luz tamizada, incluso había cubierto las luces de las mesillas de noche con unos pañuelos o pareos. Lo primero que hice, fue quitarlos y encender todas las luces de la sala. Quería que viese bien nuestro cuerpos y lo que hacían. Sin tapujos. Íbamos a enseñarle con toda su crudeza cómo follábamos, no a tener una sesión de sexo de parejita feliz.

Nos pusimos a la faena. Como podéis imaginar, la compenetración con Álvaro es total. No hizo falta palabra alguna. Los hechos hablaron por sí solos. Movimos nuestros cuerpos hasta quedarnos de través, para que nuestra alumna pudiese ver de cerca como el pollón de Álvaro se introducía hasta el fondo de mi coño. Ya veníamos calientes y ninguno queríamos preliminares.

De cucharita, él arriba, a caballo, cara a cara, por detrás, sentados, con el culo en pompa, siempre sin dejar de entrar y salir su émbolo de mi vaina. Las manos, siempre ocupadas, las bocas y labios, haciendo su trabajo… Al cabo de quince o veinte minutos, chorreando ambos sudor a mares, Álvaro se estiró en la cama con su cipotón mirando al cielo, me colocó encima suyo y me dijo:

- Preciosa, dalo todo. Estoy a punto. Te voy a llenar el coño le leche caliente.

- Margueritte, cariño, acércate, mira bien como me escurro en su raja. Mira nuestras caras de placer. Luego, tu vas a gozarlo tanto o más.

Me dio con ganas. Yo le recibí con más deseo y nos corrimos felices, mirando a los ojos de nuestra pupila. Fue un orgasmo muy bonito. Tuve que apartar la mano de su sexo a la niña. No quería que obtuviese su placer antes de que mi marido la penetrase por primera vez.

Permanecimos un par de minutos abrazados, sin que él me dejase la vagina huérfana de su rabo. Entonces, me di la vuelta y me estiré sobre mi hombre. Su polla quedó a la altura de mi boca y mi coño, de la suya. Queríamos mostrarle que nada es sucio en el sexo, si se hace respetando la salud y la voluntad de todos.

Escarbamos nuestros sexos a fondo, a golpes de lengua, sorbiendo con gula los humores que contenían. Ya sabéis que Álvaro es un guarrete y le encanta saborear un coño bien empapado de los flujos propios del lugar, o de los del macho que lo haya llenado de buena lefa, tanto le da que sea la propia o la de algún compañero de plena confianza.

Está claro que Margueritte es de los nuestros. Si pensábamos que podían eso asquearle, nos equivocamos de medio a medio. Nos miraba con deseo, tocándose las tetas voluptuosamente. Al final, no pudo contenerse más y me dijo:

- ¿Puedo?.

Aparté los labios de Álvaro de mi vulva y me abrí completamente a nuestra ninfa. Se tiró de cabeza a mi sexo. Lamió, comió, limpió y sorbió todo lo que contenía mi coño hasta dejarlo seco o al menos, intentarlo. Al ver que era una alumna aventajada, la aparté y le señalé con el dedo el miembro de mi hombre.

Se volcó en él sin dilación. No le cabía entero en su boquita, pero lo chupó, lo relamió y lo estrujó entre sus labios hasta dejarlo tan limpio como mi vagina. ¡Parece que le gustó!.

Se merecía un premio. Le acariciamos el cuerpo a cuatro manos, llevando reiteradamente a las puertas del orgasmo, pero sin dejar que se viniese. Después de unos cuantos minutos de sensuales caricias, decidí que era hora de empezar lo que habíamos venido a hacer.

- Venga, gandules a la ducha. ¿No querrás que éste te desvirgue estando todos así de sucios?.

Nos duchamos, nos tocamos un poco, para ir haciendo boca y volvimos a la cama. Aproveché para preguntarle a mi niña algunas cosas prácticas:

- Oye, ¿tú tomas precauciones?.

- Desde los catorce, tomo la píldora. Me venían los periodos muy desordenados y mamá me llevó al ginecólogo. El doctor, nos propuso varias alternativas, pero fue mamá quien le sugirió que los anticonceptivos podían ser una buena solución.

- Desde hace un par de años que pienso que la escogió también para su tranquilidad… Ella fue y creo que sigue siendo, una mujer muy promiscua y tal vez pensaba que yo podía ir por el mismo camino. En fin, como siempre, lo hizo más pensando en ella que en mí, pero ahora, nos viene muy bien, ¿verdad?.

- Sí, cariño, pero has de saber que eso no evita que te contagien algo. Si no lo haces con tu pareja habitual o alguien de confianza contrastada, siempre has de usar condón. Con Álvaro y conmigo, no te has de preocupar. Nos cuidamos y nos hacemos pruebas regularmente.

Al llegar a la cama, la estiré en medio y me puse entre sus piernas. La acaricié y le lamí el chochete a fondo. Cuando vi que ya lo tenía bien abierto, cogí el lubricante que llevaba y se lo unté sin escatimarlo. Recubrí también la tranca de Álvaro y empujé a uno contra el otro.

- Todo va a ir bien, preciosa.

Tomé el bálano de mi hombre y lo acerqué hasta la entrada de su vagina. Ellos eran los protagonistas, pero yo también quería ser partícipe de ese momento tan entrañable.

Álvaro la penetró unos centímetros. Acomodó el glande en el interior de su vagina y vio que se distendía perfectamente. Era el momento. Empujó con cierta fuerza y le introdujo el pene hasta más allá de la mitad. Si esperaba encontrar la resistencia de un himen pertinaz, nada de eso le impidió llegar hasta el final.

- Tontorrón, ¿no pensarías que todavía llevaba el virgo puesto?. Hace ya más de dos años que utilizo vibradores para masturbarme. Tengo alguno casi tan gordo como tu pija y me lo he metido muchas veces.

- Nunca me ha penetrado un hombre, pero no me seas tan ingenuo, que te lo veo en la cara…

- Me gusta que me lo pongas más fácil. ¡Ahora te vas a enterar!.

Más tranquilo por no tener que ir con tantas precauciones y poder metérsela a todo trapo, o casi, se folló a Margueritte con ahínco. Ella se lo agradeció. Se pasaron unos buenos minutos en pleno mete-saca. Yo les ayudé. No dejé de acariciarle las tetas a una, los huevos a otro.

Cuando se separaban, metía la mano entre ellos para restregar mis dedos sobre el delicado clítoris de nuestra iniciada. Ella no se estaba quieta. Me mordía los pezones en cuanto se ponían a tiro o me introducía los dedos en mi coño y los movía con pasión en su interior.

Esa chica había nacido para follar. Era de las mías.

Acabamos corriéndonos con ganas. Primero ella, luego yo. A los pocos minutos, Margueritte de nuevo y al final, aguantando como un campeón, Álvaro le lleno el chumino de leche. Nuestra amiga, disfrutó de un orgasmo cósmico. Lo hizo durar, se revolvió en la cama, en medio de estertores de placer y escurrió sus buenos chorros de flujos piernas abajo. ¡Me encantaba esa cría!.

No quiso ser menos que yo y en cuanto a mi hombre se le deshinchó su trabuco, se dio la vuelta y se la chupó con ganas. Yo estaba como una moto y no resistí la tentación. Me tiré de cabeza al coño de nuestra nueva mujer y le rebañé el coño a golpe de lengua.

Me costó mucho no tragar el delicioso cóctel que contenía, pero a pesar de las contracciones que le produjo su nuevo orgasmo, lo aguanté casi todo en mi boca. Al fin, pude girarme y traspasárselo a la suya, en un beso guarro y muy húmedo. No sólo no le hizo ascos, sino que me lo agradeció, enseñándonos a ambos como tragaba la mezcla de tan íntimos elixires.

Seguimos jugando un buen rato más. Nosotras dos, nos corrimos de nuevo, más de una vez. El pobre Álvaro, estaba ya en las últimas. ¡Muchas emociones para una polla en una sola noche!. Al final, nos duchamos juntas mientras nuestro macho dormía a pierna suelta. Entonces, aprovechamos para hablar de mujer a mujer.

- Idoia, sois divinos. Jamás había gozado tanto, pero sobretodo, nunca me había sentido tan libre. Creo que partir de hoy, los chicos me van a gustar, como mínimo, tanto como las chicas. Aunque tal vez tendré que probar a algún otro para aclararme del todo…

- ¡Tu lo que eres es una guarra, Margueritte!. Y me encanta que lo seas. Vas a disfrutar de la vida sin las ataduras que constriñen a mucha gente.

- En otras chicas, me preocuparía que se metiesen en malas relaciones, o peor. En tu caso, aún con lo poco que te he tratado, hemos compartido experiencias muy intensas. Me he dado cuenta de lo madura que eres y lo bien amueblada que tienes la cabeza. Estoy segura que sabrás aprovechar la libertad que acabas de descubrir en tu cuerpo.

Escuchó mis palabras y me dio un beso.

- ¿Qué he de hace con mi padre, Idoia?

- ¿Qué es él para ti?. ¿Un padre del que quieres conseguir la atención que te mereces?. ¿Un padre al que quieres castigar, que te encela porque dedica más tiempo a sus amantes que a su hija?. ¿Un protector al que quieres mostrar que no te pone límites, como debiera?. O tal vez, ¿un hombre al que quieres amar como mujer y que además es tu padre?.

- Ya sabes la respuesta, Idoia.

- La decisión que has de tomar, es muy seria y va a marcar tu vida. Lo has de tener muy claro, Margueritte. Si no vas a poder vivir bien contigo misma sin abordarlo y además, por lo que me has dejado entrever, esperas ser correspondida, tal vez has de plantearte el lanzarte al vacio.

- ¡Es lo que quiero!.

- Piensa que es una relación que la sociedad, no sólo no va a aceptar, sino que va a estigmatizar. Tendréis casi todo en contra. Ya ves que yo soy muy liberal, pero incluso así, me cuesta hacerme a la idea.

- No serás la única. De hecho, por lo que sé, hay más casos de incesto, porque será eso, de los que se habla y se piensa. Algunos, han implicado a gente célebre. Me vienen a la memoria el de un famoso poeta y ensayista catalán con su hija y el de un conocido político galo, aún vivo, con su hermana… La mayoría, siempre han permanecido ocultos y la mayoría, no han acabado bien.

- Ya lo sé, ya lo sé, pero yo le amo como mujer. ¡Quiero hacer el amor con él como tú lo haces con Álvaro!. No puedo seguir así. Tengo claro dónde quiero llegar y creo que él desea lo mismo, aunque nunca se atreverá a planteármelo.

- Entonces has de ser tú la que rompa la olla.

- Sí, pero ¿cómo?.

- Creo que un acercamiento gradual, no te va a funcionar. Su parte racional, hará el trabajo y aunque haya algún acercamiento, al final tendrá tiempo de valorar lo negativo y te rechazará. Entonces, todavía vais a padecer más los dos.

- Creo que la única forma es apelar a la inmediatez de la libido, de lo carnal a flor de piel, de los sentimientos… y que cuando tenga tiempo de pensar, ya sea demasiado tarde.

- ¿Que me sugieres que haga?.

- No sé… Has de hacer algo con él sin retorno. ¡Te ha de follar!. Puedes meterte en su cama y ya sabes… A los hombres, cuando tienen sexo a la vista, el cerebro les baja a la punta del nabo.

- Mañana cenamos otra vez con esa desgraciada de Miriam. Seguro que espera meterse de nuevo entre las sábanas de la cama de mi padre. Ayer, él la envió primero a la habitación. Así se pudo despedir de mí y me hizo ver que iba a dormir solo. ¡Inocente!. Lo que voy a hacer, es encontrar alguna escusa para enviar a Miriam a tomar viento fresco y sustituirla en la cama de mi padre. Lo he decidido.

- Si estás tan convencida, te vamos a ayudar. Tu ocúpate esta noche de que vaya a la habitación de tu padre antes de que vosotros os marchéis a dormir y nosotros nos ocupamos de que la pierdas de vista. Nos tendrás que presentar a tu padre.

- Hecho.

Finalizada tan escabrosa conversación, acompañamos a Álvaro en la cama. Las chicas nos despertamos temprano y como teníamos tiempo, nos enrollamos. Mi marido se despertó con el trasiego y quiso participar. No le dejé, pero tampoco le escatimé un premio.

- Deja que acabemos nuestro bollito en paz, cariño. Después, le enseñamos a Margueritte como se encula a una mujer, seguro que nunca lo ha visto hacer en vivo. Te voy a dar mi culito. Todo para ti. ¿Vale?.

- Hecho, cariño.

Las dos nos corrimos como unas auténticas cerdas. ¡Esa niña es brutal!. Va ha hacer gozar a mucha gente. Si lo de su padre acaba bien, tendrá a su macho lamiéndole la mano por mucho, mucho tiempo.

Álvaro, no me dejó ni un momento de descanso. Todavía tenía los labios del coño bateándome como las alas de una mariposa, que ya me estaba metiendo la lengua por detrás. Mientras, Margueritte no perdía el tiempo y le chupaba la polla para que la tuviese a punto. Eso sí, sin descuidarse el dejar una de sus manos en la vulva. Viendo que no había otra, me dejé hacer.

- Cariño, úntame bien con el lubricante, que aunque lo tenga bien entrenado, la tienes muy gorda.

Margueritte, reía con ganas, sin perder de vista en ningún momento el aro que formaban mis esfínteres. Nos metimos en materia y mi marido me porculizó con ganas. Como él sabe hacerlo y yo, recibirlo. Me taladró hasta que me sobrevino un nuevo orgasmo. La lengua de mi amiga dándome caña en el clítoris, ayudó.

Me vine de una forma expansiva, intensa y… diferente, pero buena, buena. Lo gocé mucho. Entre el placer físico que siempre me proporciona el buen sexo anal y el añadido psicológico de lo que estábamos haciendo con nuestra alumna…

Por los bramidos de Álvaro y lo que le caía entre las piernas a Margueritte, creo que ellos también se lo pasaron muy bien. Como ha de ser.

Dedicamos la mañana a visitar algunos rincones de la ciudad. Por increíble que os pueda parecer, nos acompañaron Doti y nuestra amiga. Comimos en una trattoria que nos recomendó el propio Dotti. La regentaban una pareja de chicos italianos. La pluma les llegaba a los finos scarpe con que se cubrían los pies, pero sus pizzas eran las mejores que había probado jamás.

Dedicamos la tarde a completar nuestro aprendizaje de estilo y mejora corporal con René. Al acabar, nos despedimos de ellos dos, ya que esa noche tenían un compromiso y nosotros nos marchábamos a la mañana siguiente. Todo muy afectivo, con mucho restregón y morreo con mi hombre. Se ve que la noche que pasaron juntos, fue algo para recordar…

Íbamos a cenar solos. Justo cuando acabábamos de sentarnos, apareció Margueritte y guiñándonos el ojo, nos invitó a sentarse con ellos.

- Venid, cenad con nosotros. Os presentaré a mi padre y a Miriam.

- Mira, papá, te presento a Idoia y Álvaro. Iban a cenar solos y les he pedido que nos acompañen.

- Alan, mi padre. Miriam, una amiga de mamá.

- He compartido con ellos buena parte del tiempo que me has hecho pasar aquí sola. Nos lo hemos pasado muy bien juntos y ahora ya son amigos. Son de Madrid, pero dominan el francés, ¿verdad Idoia?.

Nos saludamos. No me pasó desapercibida la sutil mirada de Alan a mi escote, ni la mala cara que Miriam era incapaz de disimular. Los camareros añadieron dos cubiertos a la mesa y elegimos sin demora.

Fue una velada curiosa. El padre de Margueritte era un auténtico encanto. Un poco prendido de sí mismo y de sus éxitos empresariales, pero ya sabemos cómo son los hombres. La tal Miriam era un cardo borriquero envuelto en celofán. Era estúpida y aburrida. Alan debía ir muy necesitado para acostarse con ella.

Disimuladamente, le pedí a mi marido que se mostrase todo lo amable y seductor que fuese capaz con Alan. Tenía claro como llevar a cabo la treta. Necesitaba montar una película a Miriam, pero no tenía tiempo de contárselo a Álvaro.

Al traernos los postres, me excusé. Iba a ir al servicio a retocarme el inexistente maquillaje. Invité a Miriam con un gesto y sea que le picó la curiosidad u otra cosa, me acompañó. Como debe ser: una mujer no puede ir sola al baño.

Nada más pasar la puerta, ya se despachó a gusto:

- Con lo simpático que es Alan y la hija tan horrible que tiene. ¿Con vosotros se ha portado bien?. A mí, no deja de martirizarme. Es una malcriada. Ya la enderezaría yo, si fuese su madre.

- Querida, ¿cómo esperas que te trate si piensa que acuestas con su padre?. No ves que compites con ella por el poco tiempo que Alan dedica a otra cosa que no sean sus negocios.

- Pero, ¿quién te crees que eres?. ¿Cómo puedes pensar que tengo algo con Alan?. Te voy a…

- ¡Txxxxt!. No te hagas la inocente, que no te queda el papel. Te cuento:

- Me casé con Álvaro para guardar las apariencias. Yo soy lesbiana y el es homosexual. Es uno de los amantes de Alan desde hace muchos años. De hecho ha sido la causa de la separación con Chantalle, su ex-esposa, pero eso ya debes saberlo, siendo buenas amigas. No sé como funciona contigo, porque por lo que me cuenta Álvaro, las mujeres, no es que le vayan demasiado…

Vi como le cambiaba el color de la cara. Estuvo unos segundos sin decir nada y entonces, se desató.

- ¡Ahora lo entiendo todo!. Yo le buscaba. Le acariciaba el cuerpo. Incluso llegué a tocarle sus partes y… y… a darle un beso en la punta de… ya sabes. Y él, ni caso. Me tocaba los senos y un poco el culo, pero sin pasión. Cuando le abrí las piernas para que me acariciase el conejito, me pasó la mano un par de veces, pero nada más.

- Al final, le pedí que se pusiera un preservativo. No es que tuviese muchas ganas, pero ya sabes, a los hombres si no les dejas meterla un poco, no te hacen favores. Ni así. Me dijo que estaba cansado y me besó la mejilla. Sólo se giró para decirme que se iría a primera hora y pedirme que me marchase antes de las ocho y media, para no encontrarme con su hija.

- ¡Los hombres son unos cerdos!. Por eso yo me acuesto con mujeres. ¿Nunca has probado tener sexo con otra mujer?.

- ¡Nooooo, que dices!.

- Lo que oyes. Ven.

La sujeté por el antebrazo y tiré de ella hasta tener sus labios a tocar de los míos. La morreé. No respondía, pero no se separaba. Le desabroché la blusa y le levanté el sujetador. ¡Puffff!. Tenía más tallas de relleno que de teta. A mí, también me gustan las chicas con poco pecho, pero no las que lo esconden de esa forma.

Además de poco, lo tenía completamente descolgado. Esa tía no debía hacer ni el mínimo ejercicio. Tenía quince o dieciocho años menos que yo y estaba hecha un adefesio.

Como yo venía a lo que venía, empecé a comerme sus pezones. Tuve que agacharme bastante y no porque ella fuese mucho más baja… No reaccionaba. Pasé a la siguiente fase. Le metí la mano entre la falda. ¡Me encontré una faja!.

- Pero chica, un poco de glamur. ¿Cómo quieres que te de placer si no hay quien llegue ni a tocarte la piel?.

- Es que si no me pongo faja, me cuelgan las lorzas. Pero es tipo body. Se abre por debajo.

- Perdona que te lo pregunte, pero es que necesito saberlo. ¿Ayer te sacaste todo esto para meterte en la cama con Alan?.

- No, claro. Me quité el vestido y me desabroché los cierres del body. Siempre lo hacemos así con Rosend, mi novio. Me daría mucha vergüenza que alguien me viese desnuda.

Iba para machacarla, pero lo que me dio es pena. La besé sin ánimo sexual, como una amiga íntima y le pedí que se arreglase la ropa. Cuando estuvo presentable, con el dedo y medio de maquillaje y afeites de nuevo en su sitio, la miré y le dije:

- Miriam, eso no puede seguir así. Ya ves que de Alan, mejor olvidarse. A las que quieren obtener cosas materiales a cambio de sexo, se les llama putas. A ti no te veo como tal. Además han de dar al hombre lo que no les dan sus mujeres y no te veo muy preparada.

- Nos vas a decir a los de la mesa que vas a refrescarte o lo que te de la gana. Le das a entender a Alan que luego irás a su habitación directamente. ¿Tienes la llave?.

- Sí, ayer se me olvidó devolvérsela al irme.

- Ya. Yo te voy a acompañar. Iremos a mi habitación y voy a hacer que goces de una vez. Has de descubrir lo bueno que es el sexo, no usarlo como lo haces. Venga vamos.

No invité a Álvaro, porque no se lo merecía. Follarse a esa tipa, era todo un sacrificio. Yo me lo tomé como una penitencia para ganar el cielo. Dicen que hay que ayudar al desvalido y Miriam lo era mucho. Tuve que desnudarla yo, casi a empujones. Si la miraba bien, no tenía mal cuerpo, pero estaba tan dejada y vestía de forma tan horrible, que o hacía un cambio radical o no tenía arreglo.

Tuve que untarle el coño con lubricante para no hacerle daño. Estaba más seca que un bacalao de Escocia. Con tiempo y paciencia, conseguí arañarle dos orgasmos y medio. Digo medio, porque a medio correrse, se puso a llorar sin parar.

- ¿Por qué lloras?

- Nunca, en mis treinta y tres años, había sentido el placer que me has dado, No sabía que fuese lesbiana.

- No creo que lo seas. Lo que pasa, mujer, es que has de experimentar. Has de abrirte a los hombres sin miedo. Has de follar con chicos que se hayan acostado con varias mujeres. Así irás aprendiendo cosas nuevas. Y si también te lo montas con chicas, pues, mejor. La mayoría de nosotras somos bisexuales y hay que aprovecharlo…

- Cuando te haces un dedo, ¿no te corres más o menos como ahora?.

- Nunca me masturbo. Sólo lo probé un par de veces en la ducha, cuando hacía la secundaria.

Así siguió la cosa. ¡Qué desgracia!. Le di unos cuantos consejos sobre cómo podía abrir su mente y… sus piernas a hombres y mujeres y un mal extracto de los consejos de Marie Louise para tonificar su cuerpo. Le sugerí hacerse algún arreglito, por lo que le facilité el teléfono de Jaume y le pedí como favor personal que cambiase radicalmente su forma de vestir.

Creo que lo asimiló y le gustó. Al cabo de medio año me llamó y no os imagináis... Pero eso es otra historia y aquí nos toca centrarnos en lo nuestro, así que os voy a contar cómo Margueritte recondujo de raíz la relación con su padre.

Cuando ella se despidió para irse a su habitación, Alan y mi marido decidieron tomarse un buen armagnac antes de retirarse. Alan era un buen conocedor y el establecimiento tenía una carta amplia. Escogieron un cuidado Château de Millet de 1974. La familia Dèche, producía con mimo desde hace decenios este estupendo licor enteramente en su propiedad del Bas Armagnac.

Mientras su padre degustaba la copa, Margueritte no perdió el tiempo. Entró en la mejor suite del hotel. Su padre no se conformaba con menos. Sin abrir la luz, se desnudó completamente. Se perfumó levemente con la esencia del frasco que le di. Era el que usaba Miriam. Sin duda, no era mi perfume preferido, pero que me gustase a mí no era la finalidad.

Se acarició el sexo hasta notarse mojada y se metió bajo las sábanas de la cama principal. Le gustó el tacto de sus labios vaginales, libres de vello. Antes de cenar, se los había arreglado. Le había dejado la pelambrera intacta sobre el pubis, pero le había eliminado los vellos desde el capuchón del clítoris, hasta la raja del culo y también de los laterales de las ingles. Al natural,  pero arreglado y preparado para gozar con una buena comida de bajos.

Para mantenerse caliente, de tanto en tanto, iba acariciándose el coñito o las tetas. Al cabo de media hora, entró su padre. Ella estaba completamente tapada. Parecía que su amante le quería dar una sorpresa. ¡No se imaginaba Alan cuán grande iba a ser!.

Normalmente, el dormía desnudo, pero con esa monja… no sabía qué hacer. Después de lo de ayer… de hecho, no sabía ni el mismo porqué la había dejado volver.

Cuando iba a buscar un pijama en el armario, oyó una voz aflautada de debajo las sábanas decirle:

- Mejor en bolas, cariño y cierra todas las luces. Estoy desnuda y me da vergüenza que me veas.

¡Joder!, menudo cambio. A ver si hoy sacaba algo de esa estrecha. Hizo lo que le pidió y se metió bajo las sábanas.

Nada más acomodarse, se le vino encima un torbellino de manos, labios, tetas, muslos,… Aunque la pasada noche Miriam no se quitó la ropa, le parecía imposible que bajo esas bragas o no sabía bien qué, tan castrantes, se escondiese ese coño tan, tan fresco y apetitoso. Y el sujetador de cacerola, ¿cómo podía contener esas tetas tan exuberantes, tan tersas?.

- Miriam, coño, pareces otra. Ayer, no es por ofenderte, pero parecías medio frígida. Y con este cuerpo, no entiendo cómo te quedaste más vestida que desnuda. No puedo creer que seas la misma. Debía estar muy cansado ayer para no hacerte ni caso.

Esa mujer se le tiró encima, le besaba con ardor, con pasión. Le puso los pezones en la boca y los degustó como sólo había hecho con su ex. Lástima que se hubiese liado con su socio para robarle la empresa, porque en la cama era divertida e insaciable como ninguna. Al final, se quedó con el socio, pero ni uno ni otra, con su empresa. ¡Qué se habían creído!. Apartó esos pensamientos en cuanto notó como Miriam descendía por su cuerpo hasta su sexo.

Cuando llegó al premio, lo cogió con ambas manos para acariciarlo delicadamente. Dos, tres, cuatro veces. Entonces, se lo introdujo en la boca y a base de lengua, labios y puntualmente, algún toque cariñoso con los dientes, de dio la mejor mamada de su vida.

- Miriam, eres la ostia. Aparta que no puedo más, ¡voy a correrme!.

Lo dijo lo bastante fuerte para que no pudiese decir que no lo había oído, pero actuó como si no fuese con ella. Siguió chupándosela con ahínco y no paró hasta que su padre se vació en su boca. Tragó, se relamió los labios y subió a besarle.

Él iba a acariciarle el culo. Ella no se lo permitió. Testó la dureza del miembro paterno y viendo que se mantenía en unas condiciones aceptables para llenarle el coño, se montó a horcajadas sobre él y tomando el bálano con una mano y abriéndose la raja con la otra, introdujo el glande en sus entrañas. Entonces se elevó y se dejó caer sobre el abdomen de su padre. La penetración fue profunda y placentera.

La llenó, pero la polla de mi Álvaro era de mayor calibre y la había engullido sin problemas. Inició una dura cabalgada sobre su padre. Vinieron unos minutos de auténtico frenesí. Ella iba corriéndose con un orgasmo tras otro, sin estridencias: estaba centrada sólo en el placer del que quería que a partir de entonces, fuese su hombre.

Cuando a él le faltaba poco para llegar a un orgasmo sublime, miró hacia la cara de su amante. Entonces, se dio cuenta de que no podía ser Miriam. Ella era rubia y llevaba permanente. La mujer que lo estaba follando, era morena y tenía una suave melena lisa, por debajo de los hombros. Había poca luz, pero aún así, lo podía distinguir perfectamente. Estiró la mano para dar la luz de la mesilla, pero no llegó.

Su hija aceleró el ritmo, se tiraba sobre el pecho de su padre, haciendo rebotar sus deliciosas tetas sobre él. Volvía a levantarse e imprimía un ritmo desaforado a la cabalgada. Así, una, dos y tres veces. No dio para más. Alan se corrió entre bufidos. Esa mujer le acababa de dar el mejor orgasmo de su vida. ¿Quién podía ser?.

Entonces, lo descubrió de golpe, sin necesidad de luz alguna. Y menudo golpe…

- Papá. Te amo.

En ese instante, el tronco se le encogió dentro de la vaina de su hija. ¡Acababa de eyacular en el coño de su hijita adolescente!. ¡Era un degenerado!. Fue ella la que lo buscó, eso es cierto, pero él era el adulto. ¡Cómo no se había dado cuenta!.

Mientras seguía inmóvil, sin capacidad para reaccionar y su flácido cipote continuaba llenando la vagina de su hija, ella estaba estirada encima suyo, sin moverse. Piel contra piel. Sólo le besaba los labios una y otra vez, con besos delicados, de profundo amor.

- Papá, no te recrimines nada. He sido yo la que lo ha provocado. Quería hacer el amor contigo y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Necesitaba demostrarte que puedo ser tu mujer, tu amante. Tal vez no haya sido la mejor manera de decirte que te amo, no sólo como hija, eso ya lo sabes, sino como mujer.

- Ya has visto que soy una mujer ardiente, no como esas pazguatas que a veces metes en tu cama. Nada de lo que puedan hacer dos personas para lograr el máximo placer sexual, me detiene. Soy una mujer muy liberal y… estoy muy buena…

Entonces, Margueritte alargó la mano y encendió la luz. Quería que su padre la viese en todo su esplendor. Se puso en cuclillas sobre él, sin sacar nunca su verga del preciado envoltorio y levantó el tronco. Se acarició las tetas, ofreciéndoselas a su padre e inició un sutil movimiento giratorio de cadera.

- ¡Mírame!.

- Hija, hija, me has dado el mayor placer de mi vida, pero esto que hacemos no puede estar bien…

- ¿Tú soñabas con ello?. ¿Lo has disfrutado?. Porque yo te puedo responder con un sí, sí a las dos preguntas. Papá, quiero hacer el amor contigo un día y otro. ¡Déjate de convencionalismos y gocemos de la vida!.

- Sé que tú me deseas como mujer desde hace tiempo. Veo como me miras. Tus miradas a mi escote, al culo, buscando verme las tetas, no son las de un padre. Son las de un macho que busca sexo con su hembra.

- Yo te deseaba de igual manera. ¿No te dabas cuenta que me vestía como una putilla para excitarte, para reclamar tu atención?. Y tú, ni caso. Sólo me comías con los ojos. Has sido un cobarde. ¡He tenido que ser yo la que rompiese la baraja y viniese a tu cama para que me tomases de una vez!.

- Hija, eres toda una mujer. No sólo de cuerpo, del que mejor no hablo, porque me volvería a empalmar. Nunca pensé oír palabras así de tu boca. Es que eso que me pides, es muy fuerte.

- Olvídate de todos los prejuicios. Tómame y fóllame como un semental. Tenemos que ponernos al día.

Lo desmontó y le chupó la polla como una experta. Quería parecer a los ojos de su padre una mujer experimentada. Ya sabéis que poca práctica tenía, pero aprendió mucho de nuestro encuentro y lo que no sabía, lo suplió con su voluntad y desinhibición.

Cuando se la puso bien dura, le pidió de le comiese el coño. Alan nunca había degustado un coño lleno de sus propios caldos. Pensó que era la inexperiencia de la niña y se lo dijo.

- Hija, mejor te lavas un poco antes, todavía lo tienes lleno de mi eyaculación.

Su respuesta, le dejó traspuesto hasta tal punto, que se olvidó de todos los prejuicios y se dejó llevar por su hija, sin más.

- Papa, no seas tan remilgado. Yo me ha comido el coñito de una chica lleno de lefa de nuestro acompañante. Es deliciosamente guarro. Después compartimos los tres todos los elixires. Fue fantástico. Yo, hasta me corrí sin que me tocase nadie la pepita.

¡El mundo al revés!, pensó su padre. Se lanzó de cabeza al sexo de su hija y lo disfrutó como nunca hubiese pensado que fuese posible hacerlo…

Disfrutaron de sus cuerpos con hambre atrasada. Hasta bien entrada la madrugada, no cambiaron el folleteo, por un sueño reparador. Pero, ¡qué bien se quedaron!. Entre uno y otro orgasmo, tuvieron tiempo de hablar. Margueritte le confesó a su padre toda su actividad sexual, especialmente, la de los últimos días con nosotros. Él, sus esporádicas amantes y el vacío que encontró en sus coños.

Cuando se levantaron, eran otros. Vinieron los dos a despedirse a nuestra habitación, ya que nosotros nos marchábamos esa mañana a buena hora. Hablamos poco, pero intenso. Nos despedimos con un abrazo a Alan y un beso en los morritos de Margueritte. Ella cerró la conversación:

- Ves papá, ellos son una pareja muy liberal y mira que bien les va. Idoia me ha dicho que lo que hace que esté tan buena, es que folla mucho. Tendremos que hacer lo mismo. ¿Quedaremos con ellos otra vez?. Quiero que compartamos la cama, papá. ¡Adios!.

Visto lo visto, me acerqué a Alan y le calcé un pico intenso en la boca. La sonrisa de sus labios, lo dijo todo.