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Sexo sin Fronteras: ONG del placer sin límites (3)

en Lésbicos

Cansados pero felices, habiendo vivido nuevas experiencias impensables sólo unos días antes, volvimos a Madrid el domingo a media tarde. Manuel y Pilar nos vinieron a recoger a Atocha. Suponían acertadamente que estábamos cansados y querían ayudarnos. También conocer de primera mano que habíamos hecho y… ¡cotillear sobre sus amigos!.

Al cabo de unos días, recibimos la planificación y la documentación necesaria para las intervenciones y tratamientos previstos en la clínica de Jaume. Dos meses más tarde y después de unas cuantas visitas a Barcelona, el equipo médico dio por finalizado su trabajo a plena satisfacción de todos.

Sin ánimo de alimentar mi narcisismo, aparentaba, como mínimo, una década menos. Si antes ya estaba muy buena, ahora tenía un cuerpo diez. Mi marido no me iba a la zaga. Aunque le habían retocado menos y los cambios más visibles le vendrían de la dieta y el ejercicio, había mejorado mucho con esos pequeños, pero cruciales, detalles.

Nuestros amigos ajenos al Club, se hacían cruces con los cambios que estábamos experimentado. Físicos, pero sobre todo en nuestras actitudes y desenvoltura. Os voy a contar un par de anécdotas, a modo de ejemplo.

Habitualmente voy a un gimnasio que tengo cerca de casa, pero una o dos veces al mes quedo con las amigas del instituto para ir a un establecimiento pijín del centro. Sesión de yoga o Pilates todas juntas, remojo grupal en el jacuzzi, sauna o baño de vapor a elección… Después, ducha, puesta a punto, comida y a largar todo y más, hasta destripar a las que no han venido y a alguna politiquilla o conocida del papel couche.

Ya sabéis de que hablamos las “amigas de siempre” de cierta edad en esas comidas: A ver como se conserva esa o aquella, si el vestido de una u otra es de tal o cual diseñador o una copia barata, cómo se le ocurre llevarlo tan corto con esos muslos, menudas lorzas se le han puesto a menganita este verano, los cuernos que le pone a zutanita su marido con la fresca de…

A mí me habían destripado sin piedad en más de una ocasión. Se mofaban de cómo vestía, siempre tan recatada e impersonal, de mis inseguridades, de mis pudores al entrar y salir de las duchas de los vestuarios con la ropa interior puesta. Exageraban, pero algo de razón tenían. A pesar de saber que era la que mejor cuerpo tenía de todas ellas, me daba vergüenza aceptarlo y supongo que por eso actuaba así.

La nueva Idoia no tenía esos complejos. Me gustaba a mí misma. Estaba segura de mí y con mi cuerpo. Y quería mostrarlo sin tapujos. Antes, ya me conservaba muy bien para mi edad, pero después de pasar por las manos de Jaume y su gente, cuando me miraba en el espejo de cuerpo entero de nuestra habitación, veía a una “tía buena” con quince años menos de los que decía mi carné de identidad y ganas de comerse el mundo.

Ese jueves, habíamos quedado para la clase de Pilates de las doce en el Arsenal de Ortega y Gasset. Siempre vamos allí. Yo fui una de las que lo propuse. Entonces, me gustó el que fuese exclusivamente femenino. Después, habíamos reservado mesa para nueve en el Gasset 75. Demasiado caro para mi bolsillo, pero estaba al lado del gimnasio, era cómodo y… un día es un día y ese iba a ser mi día: Había decidido que mis queridas amigas del instituto iban a conocer a fondo a la nueva Idoia.

Me levanté tarde y me duché. Después de secarme bien, me apliqué leche corporal y otra de específica que me había dado Jaume para ponerme a diario en los pechos y el escote. Al acabar, fui a desayunar a la cocina. Me saqué la toalla con que envolvía el cuerpo y la puse doblada sobre uno de los taburetes para no dejar mi huella en él: es que desde que he cambiado, siempre tengo el chocho húmedo, preparado para lo que venga… Di por terminado el desayuno, tiré la toalla a lavar y entré en nuestra habitación a prepararme la ropa de deporte y vestirme.

Antes, siempre iba al gimnasio con pantalón de chándal, una camiseta amplia con mangas y sujetador y bragas deportivas de la abuela debajo. La semana anterior había comprado ropa de fitness nueva en el Decathlon de Leganés. Práctica, barata y ¡sexy!. Cuatro pantaloncillos de algodón grueso con licra, dos tops a juego, de los que recogen las tetas y dejan la barriga al aire y una cinta modernilla para el pelo. Debajo, decidí seguir el consejo de la guapa dependienta que me atendió y hacer como ella: no necesitaba otra cosa que mi piel. Era lo más cómodo y total… ¡costaba lo mismo lavar un short que unas bragas!.

Tomé un juego de ropa deportiva, zapatillas, un bikini, el neceser con las cremitas y el resto de esas cosas tan imprescindibles y todo a mi saco. Elegí el conjunto fucsia con bandas amarillo limón. Mi subconsciente debía querer que me hiciese ver...

Entonces, me vino una inspiración. Riéndome ruidosamente yo solita, me acerqué al chiffonnier que tenemos en la pared del lado de mi mesilla y abrí el segundo cajón. Escogí una cajita y separé la cubierta. De su interior extraje las elegantes bolas chinas negras de Lelo que me regaló Álvaro hace unas semanas.

Según el espabilado Kegel ese, sirven para mejorar el suelo pélvico y la musculatura vaginal, pero es que además… dan un gusto… Las iba a poner en la bolsa, para sorprender a mis amigas, pero me lo pensé mejor. Las tomé con la derecha, me abrí el coño con la izquierda y ¡adeeeentroooo!. ¡Mmmmm, que gozada llevarlas puestas mientras haces ejercicio!.

Examiné mi armario con los ojos de quien quiere vestirse para gustarse a sí misma y de paso… provocar una cochina envidia a las amigas. Estábamos entrando en el otoño, pero era un día soleado. Decidí ponerme un vestido recto, sin mangas, de lana fría color grafito, cuatro dedos por debajo de medio muslo y con escote redondo cerrado. A pesar de tener cierto grosor, al no estar forrado, me modelaba el cuerpo como un guante, pero ahora yo me podía permitir llevar eso y mucho más.

Sabía que me marcaría cualquier cosa que me pusiese debajo. Por eso y porque quería romper, decidí ponerme sólo unas medias panty finas, grises, de esas que no tienen costura ninguna, ni protector cosido en la entrepierna. Aunque no esconderían el hilito de las bolas, son las que quedan mejor. Bailarinas de Patricia y un collar étnico a juego con dos pulseritas. Prescindí del reloj.

Llegué al gimnasio en metro, unos minutos antes de la hora. En recepción, me dieron una taquilla, toallas,… y pasé a cambiarme sin encontrar a ninguna de mis amigas en la zona del vestidor que usábamos habitualmente. Al acabar, entré en la sala de musculación para hacer tiempo hasta la clase de Pilates.

Antes, yo iba a lo mío, sin fijarme en nadie. Ese día, repasé con la mirada a todas las chicas de la sala. A esa hora, no eran muchas, pero entre ellas, destacaba una: Pantaloncitos de esos que enseñan medio culo y un top que cubría la mitad que el mío, aunque ella también tenía la mitad de lo mío debajo... Zapatillas caras, a la última, sin calcetines o al menos, no se le veían.

Yo estaba bastante morena, pero ella más. Delgadita, no le hacía más de treinta años, con un cuerpo muy trabajado. Resumiendo, una chica muy mona y desenvuelta. Me gustó mirarla e imaginar que nos lo montábamos juntas, tal vez, invitando a nuestras parejas… Debió ser telepatía, pero en ese momento, se giró y me miró con una sonrisa. Yo se la devolví y no me corté:

- Me llamo Idoia. ¿Y tú?.

- Mary Luz. ¿Vienes a menudo?. No te había visto nunca y eso que tú no pasas desapercibida.

- Anda, aduladora, ya será menos. ¡Será que no te miras en los espejos!. Yo vengo muy poco, una o dos veces al mes. Voy con un grupo de amigas del instituto. Mira, por allá llega Azucena, una de ellas. Me largo a Pilates, que va a comenzar la clase.

- ¿Nos veremos después en las duchas, Idoia?.

- Pilates, cuarenta minutos, jacuzzi, veinte más, darle a la lengua, ponle un cuarto adicional. Me tendrás lista para la ducha en una hora y veinte, más o menos. Estamos en la zona B-2.

- Yo tengo la taquilla en la A, porque tengo abono, pero ya vendré a vuestro territorio. Me ha gustado esto de darle a la lengua…

- ¡Qué mala eres!. Hasta ahora, Mary Luz.

Entré en la sala dónde hacían la clase de Pilates. Faltaban dos minutos para la hora exacta y cinco de mis amigas ya estaban allí. Tomé mi esterilla y me instalé a su lado. Sólo faltaban dos compañeras. La última prevista, finalmente, no podía venir.

Al ir a estirar la esterilla, la amiga que tenía más cerca, Merche, se giró casi sin mirarme y me dijo con voz desganada:

- Perdona, te importaría no ocupar estos sitios de aquí, es que estamos esperando a unas compañeras y nos gustaría hacer la clase juntas.

- Ostias, Merche, que soy Idoia.

Se giró hacia mí, ella y las otras cuatro. Me miraron de arriba abajo. Unas, con los ojos parpadeando, otras, más abiertos que los de un pez. Finalmente, fue Merche la que soltó:

- Pero, pero, Idoia, si casi no te he conocido. Estás guapísima. Además, no sé, diferente, muy diferente. Aparte, la ropa. Nunca te habíamos visto vestida tan… ¿alegre?, ¿joven?, ¿sexy?. No sé… ¡menudo cambio, mujer!.

- ¡Huuuy, huuuy!, Merceditas, he cambiado mucho desde las últimas vacaciones. Comiendo os cuento. Ahora vamos a hacer caso al profe, que además está para mojar pan y no quiero que me riña…

Mientras decía esto a Merche, entraron las dos compañeras restantes. Berta, la más dicharachera, en cuanto me vio, me  reconoció y pegó un grito.

- Coño, Idoia. ¿Qué te has hecho?. No pareces para nada la misma. Estás maravillosa, vamos, para hacerte un favor.

Les lancé un ¡ssshhhttt! disimulado, acompañado del típico gesto con el índice en los labios, pero no fue suficiente. El instructor tomó cartas en el asunto.

- Chicas, chicas, chicas, por favor. Ya sois mayorcitas para saber comportaros en mi clase. Venga, tercera posición, todas. A trabajar, ya tendréis tiempo después para cotillear.

Lo dijo mirándome directamente a mí, con una sonrisa, sí, pero con cara de desprecio. No debí haberme fijado bien en el profe, porqué cuando le oí hablar, me di cuenta de que la pluma le llegaba al culo. ¡Menudo desperdicio!.

Acabamos la clase, unas más cansadas que otras y decidimos hacer lo de siempre: un ratito de relax en la piscina caliente de burbujitas. Como el sitio es exclusivamente femenino, tienen un área de aguas más pequeña que la general, también con jacuzzi, sauna,… y se puede utilizar sin bañador. Por la comodidad de no tenernos que ir a cambiar y, todo hay que decirlo, para provocarlas y empezar a mostrarles a la nueva Idoia, propuse que fuésemos a la zona “sin”.

- Chicas, me han dicho que en el último piso, hay otra zona con minipiscina, jacuzzi, vapor… En esa, no hay que ponerse traje de baño. Vamos allí, así no tenemos de ir a cambiarnos abajo.

Las respuestas tardaron poco el llegar y como imaginaba, la propuesta las incomodó:

- Pero Idoia, ¿qué te ha pasado?. ¿Cómo nos vamos a quedar en pelotas?. Además, habrá más gente.

- Estás loca, ya sé donde quieres decir, es en la última planta. Detrás incluso hay una parte de solárium en el que también se puede tomar el sol sin nada. La secretaria de mi jefe a veces va.

- Si quieres ir otro día, díselo a Berta, seguro que se apunta, ¡ya sabes que vota a Izquierda Unida!, pero con nosotras no cuentes, vamos, ni de coña.

- Oye, lista, que sea de izquierdas, no quiere decir que me guste quedarme en bolas delante de todo el mundo.

- Pues mira, a mí, no me importaría nada. De hecho, con Pedro vamos a veces a playas nudistas y la verdad, nos gusta mucho. Las que no lo habéis probado, no sabéis lo que os perdéis.

Todas nos giramos hacia Maribel, la que acababa de hablar. Mira por dónde, la vida siempre te da sorpresas. Maribel, la empollona que acabó farmacia con mención extraordinaria, esa que se escandalizaba si veía a alguna de nosotras meterse mano o morrearse con un chico, la que llevaba a sus hijos a catequesis… ¡Ninguna de nosotras lo hubiésemos pensado nunca de ella!.

- No sé en qué piensas, mujer. Todas ya llevamos el bañador debajo. Somos previsoras, no como tú.

Sólo Maribel contradijo a Azucena:

- Yo tampoco lo llevo puesto. Tengo el chichi delicado y no me gusta llevar tejidos sintéticos ahí para hacer ejercicio. Pero no os preocupéis, lo tengo en esta bolsita y me cambio en el aseo. Tu, Idoia, puedes pedir un bikini desechable en la recepción de la zona de piscina. Para nadar no te dejan, pero para la sauna y el jacuzzi, sí. Se ve que esto le ocurre a más de una…

Nos pasamos media hora larga entre baño de burbujas, sauna y cotilleo, centrado sobre todo en mi, Maribel y las ventajas e inconvenientes de poner más o menos piel a tostar en la playa. Claro, también cayó algún que otro comentario dedicado a nuestros maridos y a los chicos del instituto… Pero dejémoslo aquí, que esos chismorreos os interesan bien poco.

Entramos todas juntas a los vestidores y nos fuimos directas a la zona dónde teníamos las taquillas. Al entrar, vi que Mary Luz, la chica que acababa de conocer en la sala de musculación, estaba al fondo, sacándose la ropa de deporte, atenta a nuestra llegada.

Como suponía, iba a ser el foco de atención de mis amigas. No sólo no me importó, sino que lo provoqué. Nos empezamos a desnudar para ducharnos. Unas somos más desinhibidas que otras. Ya os he contado que antes, incluso me costaba desprenderme de la ropa en público y ahora, me quité todo lo que llevaba, mientras hablábamos del bien y del mal entre nosotras. Aquí empezaron primero los cuchicheos entre ellas y luego, los comentarios directos:

- Joder Idoia, es que no dejas de sorprendernos. No llevabas nada debajo. A mí ya me parecía que no te habías puesto suje, pero, ¡mira que ir sin bragas!. Como te pasas tía.

- Pues mirad, este verano nos pasamos las vacaciones casi todo el tiempo despelotados y sabéis que os digo, que le he cogido el gusto. Fijaos que moreno más guapo me ha quedado, sin ninguna marca. ¿Eh que mola, Maribel?. En la comida os lo cuento, pero ahora voy a ducharme.

- Oye, oye, pero serás guarra. Si vas con el hilo del tampón colgando. Coño, ¡podrías ser un poco más discreta con esas cosas!.

- Mira, Merche, no me va a bajar la regla hasta la próxima semana. Seguro que te acuerdas de que en el instituto, ya era muy regular y todavía continuo así. Lo que llevo en el coño, son unas bolas chinas. Has hecho bien de decírmelo, no había caído en sacármelas para ducharme.

Comentando estas cosas con las amigas, Mary Luz vino hacia nosotras con su toalla en el hombro y la bolsa en la mano. La miré con una sonrisa traviesa y subí el pie izquierdo a la banqueta. Así podía sacármelas cómodamente. Me abrí los labios con una mano, tiré del cordoncito y salió la primera. Otro tirón, acompañado de un murmullo placentero y separándome los labios de forma muy graciosa, la otra quedó a la vista.

Estaban bien pringadas con mis jugos. Primero pensé en chuparlas un poco para limpiarlas. Seguro que escandalizaría a mis amigas y me tomarían por una guarra. Aunque lo fuese, no hacía falta que lo pregonase, así que tomé una toallita de papel, las dejé encima de mis cosas y acabé las explicaciones:

- Mi médico me ha dicho que es muy bueno llevarlas para mantener el chichi en forma y además dan un gusto que te cagas... ¡No sabes tú bien cómo les aprieto ahora la polla!. Sólo te digo que hay días que si olvido ponérmelas, Álvaro me baja las bragas, y me las mete él mismo.

- Hola Mary Luz. Anda, ven con nosotras que te presento a mis amigas.

Cuando la tuve cerca, la tomé por el talle y le di un piquito. Ambas estábamos desnudas y nuestras tetas se encontraron. Eso me gustó y dejó traspuestas a mis compañeras, lo cual, todavía me gustó más.

- Os presento a Mary Luz, una amiga del gimnasio. Merche, Azucena, Berta, Maribel,… Somos amigas desde que íbamos al instituto.

Besitos y saludos. Todas mantuvieron una prudente distancia con el cuerpo desnudo de Mary Luz, excepto Maribel. Estaba con las tetas al aire y los pantalones puestos y no tuvo reparo alguno en apretar sus voluminosos pechos con el delicado torso de la otra.

- Bueno, yo me voy a duchar. ¿Ya te has duchado, Mary Luz?.

- No. Te acompaño,

- Esperad, yo también vengo.

Con nuestros neceseres y las toallas en la mano, las tres de los culos morenos, nos fuimos a las duchas. El resto, esperó un poco. Tenían que despellejarnos vivas con sus cuchicheos poco disimulados.

Merche me contó luego que en realidad, sólo dedicaron unos segundos a machacarnos. El resto, se lo pasaron discutiendo sobre qué debía haberme hecho ese verano para estar tan joven y atractiva. Cuando Berta dejó caer que estaba mejor que su hija de veinte y pocos, su autoestima acabó por los suelos definitivamente y la envidia hacia mi persona, o tal vez, hacia mi cuerpo, subió muchos enteros. Se ve que no les dio tiempo de más. Faltaban veinte minutos para la reserva del restaurante y todavía se tenían que duchar y acicalar.

La mayoría de las duchas del gimnasio eran cubículos sin puertas, pero con un murete en ángulo que ofrecía intimidad. En una esquina, quedaba una zona de duchas corridas, sin mamparas. A esas nos dirigimos las tres.

Nos duchamos, nos enjabonamos por detrás unas a otras y jugamos con el agua. Estábamos a gusto. Mary Luz y yo, fuimos un poquito más allá. Empezó ella. Tomó una buena cantidad de gel de ducha de mi botella, me puso bajo el agua y me lo esparció por el escote, las tetas, la barriga… Bajó, bajó y me pasó la mano levemente por el pubis. Me envió una mirada cargada de deseo y saltó a los muslos, las pantorrillas y finalmente, los pies.

Yo no fui tan recatada. La nueva Idoia estaba perdiendo a marchas forzadas el poco pudor que le quedaba. Invité a Maribel a ayudarme. Declinó mi ofrecimiento, pero se nos quedó mirando, mientras se lavaba las tetas y el coño con una intensidad desmesurada.

Cogí la botella del exclusivo aceite de baño que usaba Mary Luz. Le esparcí unos buenos chorretones en los hombros y empecé a aplicárselo. El escote fue mi primer objetivo, siguieron sus pechos, pequeñitos, duros, preciosos, con unos pezones inhiestos y muy apetitosos. Se los magreé, quiero decir, le repartí el cosmético, a fondo. Mientras, Maribel no dejaba de mirarnos y “enjabonarse”. Seguro que los pelitos del coño debieron quedarle muy lustrosos…

Le estaba sobando los pezones descaradamente cuando el resto de nuestras amigas llegaron a las duchas. Se hicieron las remolonas para ducharse. No querían perderse el espectáculo… y yo no quería dejar de ofrecérselo.

Continué con mi trabajo. Mary Luz se lo merecía. Le enjaboné las tetas una y otra vez con mis manos, fui descendiendo por la barriga, jugué con su espalda, hasta llegar al culo. ¡Por dios, que culo tenía esa chica!.

Entonces, algo se desató en mi interior. Sabía que estaba en un espacio público, pero… estaba salida. No es que yo quisiese gozar. No. Quería hacer gozar a mi nueva amiga y que las compañeras de siempre, que antes me tenían por una mojigata, viesen el placer que impúdicamente era capaz de ofrecerle.

Miré a mis amigas. La miré a ella a los ojos. Vi su deseo y actué: Le acaricié el pubis y sus labios. Empezó a gemir. Me miró, implorando que parase y a la vez, que la llevase a experimentar un orgasmo avasallador.

No tuve dudas y me desaté del todo: le chupé las tetas con todo el saber hacer que me habían mostrado Pilar y Helena. Sus pezones, conocieron los reputados trabajos de mi lengua. No me atreví a comerle el coño en medio de las duchas, pero jugué con mis dedos dentro de sus agujeros, por delante y por detrás, hasta que le llegó el placer con un orgasmo intenso y silencioso.

Dejé que se relajase, sin sacar mis dedos de su interior, pero sin moverlos. Cuando se acompasó su respiración, los saqué lentamente y la besé con cariño. Miré a Maribel. Vi que acababa de correrse disimuladamente por sus propios medios. Le lancé un beso y la miré sonriendo. Me devolvió una mirada agradecida.

Me giré hacia el resto de nuestras amigas. Vi sus caras de incredulidad y tal vez… de deseo frustrado. Les envié una sonrisa y acabé de enjabonar a Mary Luz y a Maribel con la asepsia propia de una amiga a quien pides auxilio por tener las manos impedidas. Nos aclaramos y secamos lentamente y con la toalla a modo de turbante, nos fuimos a vestir las tres.

Nos encontrábamos hablando distendidamente, acabando de darnos nuestras cremas hidratantes, cuando llegaron las otras. Estuvieron en silencio, unas con la mirada ida, otras sonriendo y Merche, sin poder apartar la mirada de mi cuerpo.

Yo estaba sentada, lista para vestirme. Al ir a coger las medias, vi las bolas chinas. ¡No podía descuidar mis ejercicios!. Las tomé para volver a introducírmelas, pero cuando separé los muslos, Mary Luz me dijo:

- Preciosa, ¿me las dejas?. Quedamos otro día y así te las podré devolver, pero hoy necesito sentirlas en mi interior.

Mo pude más que reírme, dárselas y regalarle otro piquito. Al girarme, me fijé en lo que expresaba la cara de Maribel: ¡Celos!. Tomé buena nota.

Como yo para sacarlas, ella para introducirlas: pie arriba, coño abierto y pa’dentro. Hubiese preferido hacerlo yo, pero, ¡tampoco hay que pasarse el primer día!. Sacó de su bolsa un tanga de encaje precioso. Por la etiqueta, me pareció que era de Damaris. ¡Debía tener pasta la chica!. Me miró y le hice el signo de negación. Lo devolvió a la bolsa.

Se puso directamente la falda y una blusa muy mona de Miu Miu, creo. Calzó unos Loboutin rojo teja en sus cuidados pies. Tomó la elegante chaqueta corta que colgaba en la percha y abriendo la cartera de mano, me dio su tarjeta, diciéndome con una sonrisa:

- He pasado un rato inolvidable contigo. Has podido ver que soy una chica liberal, pero nunca me había mostrado en público como hoy lo he hecho contigo. ¡Tienes duende!. ¿Me llamarás?.

- No lo dudes, preciosa, todavía te queda mucho de mí por descubrir…

Se giró y se marcho a dejar sus cosas en la taquilla, saludándonos a todas de espaldas con la mano. Mire su tarjeta. Leí un apellido de esos compuestos, de los que aparecen a menudo en la prensa color salmón. Más abajo decía: Socia y arriba, el nombre de uno de los bufetes de abogados más exclusivos. Me quedé con una sonrisa en la boca, pensando lo entretenidas que serían sus importantes reuniones de esa tarde, con mis bolas chinas tintineándole el coño y sus bragas en el bolso…

Como mis amigas ya habían acabado de vestirse y arreglarse, les dije:

- ¡Qué!. ¿Nos vamos?. No sé a vosotras, pero a mí el ejercicio me ha dado mucha hambre.

Las dejé pasar a todas, esperando que Maribel quedase la última. Al llegar a la puerta del gimnasio, la abordé:

- No estés triste, si no me acuerdo mal, la semana próxima es tu cumpleaños. Ya sabes cuál va a ser mi regalo. Si quieres, además te enseñaré a usarlo. Tú decides.

Mis queridas amigas del instituto, desde ese día, nunca volvieron a verme igual.

Nuestro encuentro con los vecinos en la Playa de los Muertos, nos abrió a una nueva y mejor manera de entender la vida. ¡Y eso que aún no hemos sido aceptados en el Club!. Ahora voy a contaros una segunda anécdota de esa nueva Idoia, tal como os prometí. Luego, retomaré el relato de las lujuriosas y placenteras tareas pendientes para completar nuestra preparación y poder llegar a ser admitidos como miembros plenos del Club.

Semanas después de la clase de Pilates, una tarde había quedado en el Círculo de Bellas Artes con Manuel y un head hunter conocido suyo. Tenía un proceso abierto para ocupar un puesto de responsabilidad y me lo quería presentar de manera informal. Él estaba seguro que yo era la persona ideal para el cargo. Deseaba que su amigo me explicase de primera mano el perfil del puesto y de la empresa y me convenciese de que debía presentarme a una entrevista con su cliente.

Llegué pronto y mientras le esperaba, me encontré con Gerardo, un compañero de trabajo de mi empresa, antes de que la propiedad la chapase y nos enviase a todos al paro sin ver un euro. Era el director de márquetin y más de una vez, intentó conseguir algo conmigo. Las compañeras me decían que siempre que me veía, no me quitaba los ojos del culo.

Bastante más joven que yo y con una merecida fama de ligón desaprensivo, de esos que acaban las relaciones con un “si te he visto, no me acuerdo” en cuanto se han acostado con una. Estaba casado con Yolanda, una chica encantadora y muy mona.

Vamos, era un cerdo machista que había destrozado a más de una compañera y me cabreaba mucho cómo trataba a su mujer. En más de una ocasión, pensé en darle un escarmiento, pero en esos tiempos, yo todavía era la “vieja” Idoia y nunca me atreví.

- Pero, si eres Idoia. Estás guapísima. Casi no te he conocido. Ven que de dos besos. ¿Qué es de tu vida?.

- Hombre Gerardo, tan adulador como siempre. Pues ya me ves: mejor que nunca. Me siento liberada del pasado y me esfuerzo en disfrutar del presente. ¿A qué te gusta el cambio?.

Ese día vestía pantalones pirata, zapatillas, blusa y una chaqueta entallada encima. Nada espectacular, pero un experto en desnudar a las mujeres como él, se dio cuenta, sólo con la primera mirada, de que no llevaba sujetador. Antes, jamás hubiese salido a la calle así y él lo sabía. No me quitaba la mirada de los pechos y decidí ir a por él.

- ¿Qué, tengo las tetas bien puestas?.

- Perdona chica, es que estás increíble. No sé qué te has hecho, pero es que no puedo dejar de mirarte.

- Gerardo, tengo casi quince años más que tú y soy una mujer casada. ¿No me dirás que quieres meterte conmigo en la cama?.

- ¡Te aseguro que no pensaba en eso!. Sólo es que cuando la belleza entra por los ojos, uno no puede dejar de apreciarla. Yo…

- Vaya, no sólo eres mentiroso, sino que intentas ligar con muy poca gracia. ¿Qué te crees?. ¿Qué no sé que quieres follarme desde cuando trabajábamos juntos?. Antes, compartíamos trabajo y ya sabes eso de “dónde tengas la olla, no pongas la polla”. Pero ahora, puede ser diferente.

- Idoia, coño, vámonos a un hostal que conozco cerca de aquí. ¡Ya estamos tardando!.

- ¿Y tu mujer?. ¿Y Álvaro?. Ellos también tienen derecho a pasárselo bien y que no les engañemos, ¿no te parece?. Si quieres acostarte conmigo, por mi no hay problema, pero ha de ser con mis reglas. Para que veas que no voy de farol, te voy a dar un anticipo de lo que vas a disfrutar. ¡Y te aseguro que follo como los ángeles!.

Su cara era un poema. Se le caía la baba. Iba a abrir esa boca, pero no le dejé replicar. Quería que experimentase en sus propias carnes el daño que le hizo a muchas de mis compañeras. Ahora, me atrevía y… hasta lo disfrutaría. Tenía que asegurarme de que picase el anzuelo y le puse la miel frente a los labios, para que no pudiese ni razonar.

Le tomé de la mano y le conduje a los aseos de la cafetería. Estaban bastante concurridos. Me dio igual. Entré a los de chicas, sonreí a dos jovencitas que estaban retocándose, les pedí silencio y ellas me guiñaron un ojo cómplice. Empujé a Gerardo a uno de los cubículos cerrados y cerré la puerta detrás nuestro.

- Mira el cuerpo que vas a comerte, cabrón.

Estaba tan alucinado, que antes de que pudiese reaccionar, me había quedado en pelotas delante suyo. Le provoqué más todavía:

- Tócame el coño. ¡Lo tengo encharcado desde que te he visto!.

- ¡Mmmmm!. ¡Enséñame como la tienes!.

Dejó que le abriese los pantalones como un pasmarote. Sólo cuando le cogí el rabo entre mis dedos, por cierto, nada del otro mundo, reaccionó. Me refregó el chocho con una mano y me magreó las tetas como un poseso con la otra. A pesar de su falta de delicadeza, le dejé jugar con mi cuerpo. Mientras, continué acariciándole la polla, pero sin darle caña suficiente para vaciarse.

Cuando se le desbocó la pasión, le paré los pies en seco y fui a por él:

- Quítame las manos, joder. Eres un chapucero. Me haces daño y ni gusto me das.

Se le quedó la cara como un cromo. Un perdonavidas, follador nato como él, ¡poco se esperaba esas palabras de una mujer!.

- Si quieres que te haga una mamada o metérmela, por mi, adelante, pero no en este váter de mierda. Te haré todo lo que quieras, pero en un sitio bonito y sólo si aceptas mis reglas. Además, ahora estás demasiado excitado y eyacularás sin tan siquiera haberme hecho correr a gusto.

Le solté la verga, le paré las manos y me puse la ropa. Gerardo, miraba boquiabierto cómo sacaba un salvaslip del bolso lo enganchaba en la entrepierna de los piratas y me los ponía directamente sobre la piel. Introduje los brazos en las mangas de la blusa y al abrocharme el último botón, me di cuenta que los tenía corridos. Tuve que abrírmelos y empezar de nuevo. Cuando la tuve desbotonada, en un acto reflejo, me acaricié los pechos con ambas manos, para colocármelos bien, os he de confesar que sin ninguna intencionalidad.

Entonces, Gerardo explotó y se mostró como lo que era: un adolescente malcriado, de treinta y tantos, incapaz de esperar a que todo el mundo haya acabado el plato principal para comerse el helado: La polla se le enervó todavía un poco más y soltó sin control un lechazo tras otro, sobre su camisa. No pude aguantarme más.

- ¡Ja, ja, ja, ja…!. Eres como un niño, capullo. Por poco me ensucias y ahora he quedado con un amigo. Si no eres ni capaz de controlar tus huevos, ¿cómo vas a satisfacerme?. Ven, vamos.

Se subió los pantalones, se quitó la lefa de su ropa como pudo y salimos. Nos encontramos con cinco o seis chicas esperando, lo que me extrañó, ya que al menos tres váteres estaban vacíos. Creo que estaba escuchándonos, porque varias me dirigieron sonrisas cómplices, con esa cara de “que se le va ha hacer, es un hombre…”.

Iba a entrar al aseo de hombres para acabar de limpiarse, pero se lo impedí.

- Venga, déjate de tonterías. Mi amigo ya debe haber llegado y te he de contar lo que has de hacer, si quieres que folle contigo.

- Pero Idoia, es que has hecho que me ensucie la camisa. Voy manchado de semen y como es oscura, se ve un huevo. ¡Con lo buena que estás, menudo geiser has provocado!.

- No haberte corrido, cerdo. Me has dejado con la pepita irritada y el coño como una olla a presión. Le tendré que decir a Álvaro que Gerardo no ha sabido darme ni un triste orgasmo. Mira, le voy a enviar un whatsapp ahora mismo para decirle que se prepare para metérmela en cuanto entre en casa.

Paramos un momento, saqué el móvil del bolso y a delante de él, seleccioné a Álvaro y escribí: “cariño el gerardo del curro es un inutil me ha dejado el coño escocio pero no me he corrido. vengo a las siete esperame con tu cosita bien dura necesito mucho amor y correrme de una puta vez besazo en el ojete xxx

- Toma, dale al “enviar” si eres hombre. Así mi marido sabrá lo poco que lo eres tú.

Obviamente, Gerardo se creyó que era una broma de mal gusto de una mujer que se creía que podía enseñarle algo y… apretó el dedo con una sonrisa sardónica. A los pocos segundos, sonó un “piiip, piiip” y se le transmutó la cara al leer en la pantalla “chochete, te espero con tranca en ristre y ojete limpio. no tardes y dile a tu amigo que se entrene mas eres mucha mujer para el”

- ¡No me jodas que le he enviado eso a Álvaro!.

- Pues claro, Con él no tengo secretos. Además era todo cierto. Como amante, eres un desastre. Ya ves lo que te ha dicho: has de practicar más. Espero que al menos esta noche Yolanda quede satisfecha. Ya sabes que aprecio mucho a tu mujer.

Al entrar en el salón del bar, vi que mi amigo ya estaba sentado, tomándose una caña.

- Hola Manuel.

- Mira, ya ha llegado mi amigo. Os voy a presentar. Gerardo, un compañero del último trabajo. Manuel, un buen amigo.

Aproveché el momento de darse la mano, para guiñarle un ojo a Manuel, señalándole a Gerardo con la cabeza. No le hacía falta más para comprender el mensaje…

- Nos hemos encontrado de casualidad, mientras te esperaba. En los cinco años que trabajamos juntos en la empresa, nunca me tiró los tejos y ahora, me ha encontrado y no ha tardado ni diez segundos en pedirme que echásemos un polvete.

- No digas eso, Idoia. Yo sólo…

- ¿Y tú que le has dicho?.

- Ya le ves, es guapito, un poco joven e inexperto, pero ya sabes que me gusta demasiado follar, Manuel. Si sigue las reglas, le voy a regalar tantos polvos que me recordará toda su vida.

- Manuel te podrá confirmar que soy una mujer muy, muy caliente. Vamos, Gerardo, bastante putilla... Además, ya has visto en el aseo que estoy un rato buena.

- ¿Qué reglas te ha impuesto Idoia?

-  Todavía no me las ha dicho, pero las cumpliré. ¡No puedo perderme un polvo con una mujer como ella!.

- ¡Muy encoñado te veo!. Vigila, no sea que tengas que arrepentirte. Follar con ella es adictivo. A ver, Idoia, ¿qué le vas a pedir a este incauto?.

- Como se cree muy machito, le voy a hacer una apuesta que no podrá rechazar, pero el riesgo, será alto.

- Mira Gerardo, si ganas, podrás hacer conmigo lo que quieras durante un mes, sin hacerme daño ni denigrarme, claro. Te lo daré todo, por delante, por detrás, por arriba y por abajo, sólo o acompañado y sin más limitaciones que las que te he dicho. Además, para que no te duela el bolsillo, pondré tres mil euros para los gastos.

- Si pierdes, durante una semana, te dejarás follar por quienes yo te diga: sea alta o baja, gordo o delgado. Hombre, mujer o… con tetas y rabo a la vez, de a dos, de a tres o...  y la “cama” irá a tu cargo.

-¡Yo sólo me tiro a mujeres!. ¡No soy maricón!. Una cosa en que os enrolléis dos tías, eso hasta me gusta verlo. Pero, pero, pero… ¿No creerás que voy a dejarme dar por culo?.

- Lo que eres, es tonto. Si puedes disfrutar a dos manos, ¿porque sólo usas una?. Para que veas que hablo con conocimiento de causa, te diré que a mí me van los tíos y las tías y ¡disfruto el doble!. Pero tus prejuicios, me importan un rábano. Sólo has de decirme si aceptas o no. Lo que nos vamos a apostar es esto:

- Si consigo que en lo que queda de mes, mi marido y yo nos follemos, juntos o por separado a Yolanda, tu mujer, gano yo. Si no, ganas tú. No podremos contarle nada sobre nuestra apuesta, tendré que aportar pruebas y tú no podrás interferir, ni intentar que modifique sus hábitos.

- Ya que está con nosotros, Manuel será el árbitro y ambos aceptaremos su decisión. ¿Te parece bien?.

- Me tienes acojonado. Déjame pensarlo.

- Te doy tres minutos, que Manuel y yo tenemos cosas que hacer.

Lo pensaba mirándome las tetas con tan poco disimulo que decidí ayudarlo. Puse a Manuel de lado, tapando un poco a la gente, me desabroché un par de botones más y me saque las lolas a tomar el aire.

- Como veo que mirarme las tetas te ayuda a pensar, te las enseño bien, a ver si te decides de una vez, que tengo prisa.

Se le iban los ojos y ¡tenía una erección!. Joder, que poco autocontrol. Se las daba de perdonavidas con las mujeres y ¡menudo pardillo era!. El escarmiento que iba a darle, empezaba a saberme a poco.

- Coño, Idoia, nunca me perdonaría que teniendo la oportunidad de follarte a destajo, la dejase pasar. Yolanda es una estrecha. No sólo no vas a conseguir nada, sino que ni te va a escuchar. Imagínate, ¡con una mujer!, si ni la chupa. Sea. Acepto la apuesta.

Nos estrechamos las manos mientras el lerdo de Gerardo recitaba las condiciones pactadas. Manuel grabó el momento con el móvil y nos envió una copia a ambos.

Estábamos a día once y no quería perder tiempo. El día siguiente, me hice la encontradiza con Yolanda cuando salía de su trabajo. Físicamente estaba fantástica, pero tenía la cara triste. La convencí de que comiésemos juntas.

Mi objetivo era la apuesta, pero me lo pasé muy bien con ella. No la recordaba tan divertida y ocurrente, claro que siempre habíamos coincidido bajo la sombra del cretino de su marido. Vestía una falda cortita lisa y una desenfadada chaqueta de punto de Custo. Al tener el primer botón bastante bajo y llevar sólo el sujetador, le hacía un escote precioso.

Tardé medio minuto en ver que esa mujer necesitaba afianzar su autoestima y sobretodo, mucho cariño. Diez minutos más tarde, se había abierto del todo y cuando nos sirvieron el segundo plato ya me estaba contando las estúpidas infidelidades de Gerardo, el nulo caso que le hacía y lo tonta que se sentía por no atreverse a mandarlo a la mierda.

Al llegar a los postres, me explicaba con pelos y señales la nefasta experiencia sexual y humana con el capullo de su marido:

- Mira, Idoia, no tengo mucha experiencia con los hombres. Él me tiene por una estrecha, pero soy una mujer abierta y me gusta el sexo. Cuando empecé con él hacía todo lo que me pedía, pero a los pocos meses, sólo lo hacíamos de tanto en tanto y porque yo le calentaba, hasta que me metía su cosa, se corría y me dejaba a dos velas.

- Luego supe que tenía rollos en el trabajo, con otras que conocía de contactos y hasta se iba de putas. Aunque sabía que las trataba igual de mal, acabé hastiada. Ahora, sólo me toca la pepita como si rascase a un perro. Creo que lo hace para que no me olvide que soy suya. Si intento tocársela, se pone de mal humor.

- Hace meses que no me hace el amor y sólo me pide guarradas o salvajadas. Le digo que eso no lo quiero y entonces me dice que soy una frígida y estrecha y que tendrá que buscarse otras con quien follar.

- Nunca me ha puesto la mano encima, eso es verdad, pero en cuanto levante cabeza de la depre que me ha causado, me divorcio. ¡Estoy harta de masturbarme como una adolescente salida y aguantar a ese cerdo!

La pobre se puso a llorar con disimulo. Gerardo era un cabrón, pero nunca me hubiese imaginado que llegase a tanto. Me supo muy mal no poderle contar nuestra apuesta en ese momento, pero me había comprometido a ello. Ya se lo diría más tarde y nos reiríamos juntas. Tenía claro lo que necesitaba ahora:

- Lo que necesitas, es divertirte y olvidarte de ese cabrón. ¿Qué haces esta tarde cuando salgas del trabajo?.

- Iba a recoger la ropa de la tintorería, tenía que comprar cuatro cosas en el super,…

- Pues lo dejas para otro día. Te espero a las siete en Dr. Fleming esquina Félix Boix. Detrás de Castellana, justo antes de Plaza Castilla.

- ¿Dónde me vas a llevar?. No sé si puedo fiarme de ti…

- Ya lo verás, pero no has de temer nada. Vamos a que nos mimen el cuerpo y nos relajemos descubriendo cosas nuevas. Te lo mereces. Por cierto, esta vez, invito yo.

Nos despedimos, como amigas de toda la vida, hasta unas horas más tarde.

Reservé inmediatamente una sesión de masaje en pareja en el Spa Tantra Secret, a dos minutos de dónde habíamos quedado. Los amigos de Barcelona iban a veces al de esa ciudad, pero también había uno en Madrid y me lo habían recomendado. Después de hablar con la chica que me atendió, me decidí por un “Siddhanta”, el más completo. Debían dar un servicio excelente, porque aunque tenían una promoción, me cobraron una buena pasta.

Me dijo que constaba de dos partes: La primera, un masaje sensitivo con todo el cuerpo del “maestro”, incluyendo “las técnicas del yoni”, vamos, que no se olvidaban de nuestros sexos... Después, dejaban experimentar a la pareja, siempre guiados por los maestros y les continuaban acompañando hasta que les dijesen que deseaban intimidad.

Pedí que nos hiciesen el masaje un maestro y una maestra. Me gustó cuando me dijo que para este servicio, se desprendían de toda la ropa. Les advertí que éramos dos chicas bisexuales y muy amigas, con ganas de experimentar nuevas emociones. Por suerte, mi “pareja” no me escuchaba.

Llegué a la hora convenida y me encontré a Yolanda esperándome. Estaba excitada y expectante.

- Venga vamos, no te vas a arrepentir. Aunque me lo han recomendado unos amigos de confianza, yo también es la primera vez que voy. Lo descubriremos juntas.

El spa tántrico estaba en el quinto piso. La tomé de la mano para entrar en el ascensor. En la puerta, una plaquita anunciaba “Centro de terapia”. Nos recibió con una sonrisa inacabable la misma chica con quien había hablado. Reconocí su voz inmediatamente. Se cubría las caderas con un fino pañuelo de seda y llevaba un sostén de esos que se usan para el baile del vientre.

- Pasad, por favor. Creo que es la primera vez que venís a nuestras instalaciones. Habéis escogido un Siddhanta para dos. Es la experiencia más completa que ofrecemos a las parejas.  Os voy a explicar cómo funcionamos en el Centro y todo lo que la maestra Claudia y el maestro Samuel os van a ofrecer.

- Tenéis mucha suerte, Claudia es la mejor. Es maestra de maestras. Cuando le he dicho que venía una pareja como vosotras, ha decidido ser ella la que os atienda. Ha elegido a Samuel para acompañarla. Vais a disfrutar de una experiencia única, os lo puedo asegurar, ya que fue mi maestra en las clases de estimulación de la energía Kundalini.

¡Qué cosas!, ni Yolanda ni yo sabíamos de que energía se trataba, aunque yo, intuía que algo tenía que ver con el sexo. Nos enseñó las diferentes salas del Centro, todas con una luz tenue y decoradas a lo oriental, con flores, budas y estatuas similares, por todas partes y de todos los tamaños. Varitas aromáticas quemaban por doquier y las velas acababan de darle ese toque oriental y relajante.

- Los masajes Siddhanta, los damos en esta sala. Veréis que tiene un tatami extragrande con cojines de seda y dosel. A la derecha, están los diferentes aceites disponibles. La maestra  Claudia os aconsejará cuales elegir, según vea el estado energético de vuestros cuerpos.

- Podéis desnudaros aquí. La ducha está detrás del  biombo. Es doble, para que os podáis enjabonar juntas… Os dejo toallas. Cuando acabéis, podéis pasar al jacuzzi y enseguida vendrán los maestros. Disfrutadlo.

Dejamos los bolsos y en unas sillas y nos fuimos quitando la ropa. Cuando vi a Yolanda en ropa interior, me di cuenta del buen cuerpo que tenía y lo guapa que era.

- Anda que tu no acabas pronto. ¿Nunca llevas sujetador?. Aunque con lo bien puestas que las tienes, no me extraña. Menudo cuerpazo te gastas y eso que tú, por lo que me contaba Gerardo, debes tener los cuarenta cumplidos.

- Cuarenta y ocho voy a cumplir en unos meses. Procuro cuidarme para estar contenta con mi cuerpo. Me gusto a mi misma y eso es muy importante.

- No puedo creérmelo, tienes dieciséis años más que yo y parece que somos iguales. ¡Coño!, que suerte tenéis algunas. Además con el moreno integral, estas divina. ¿De tostadora o de terraza?.

- Ni lo uno, ni lo otro. De playita en semana santa y verano. Este año, hemos empezado a ir a playas nudistas. A Álvaro y a mí, nos ha encantado. Además hemos hecho amigos muy interesantes y… juguetones.

- Parece que te lo pasas muy bien , no como yo… Creo que me tienes que contar muchas cosas, pero ahora vamos a la ducha, sino, llegarán los “maestros” antes que nosotras. ¡En menuda encerrona mes has metido!.

Nos duchamos las dos, aprovechando para enjabonarnos una a la otra la espalda, los pechos, el culito… pero sin tocar el chocho de la otra. ¡Toda a su tiempo!. Nos secamos un poco y nos metimos en el baño de burbujas que ya teníamos a punto.

A los pocos minutos, entraron los maestros. Suerte que no tardaron más, porque los mantras que sonaban eran tan relajantes que estábamos a punto de levitar dormidos. Nos saludaron, se quitaron el pañuelo que les cubría la cintura y se metieron en el jacuzzi con nosotros.

Los dos tenían cuerpos jóvenes y esculturales. Vi como Yolanda se fijaba en la polla de Samuel. Era bonita y estaba bien dotado, sin ser nada excepcional. Pero claro, comparada con el fideo que tenía su marido entre las piernas... Claudia estaba buena, buena. Las tetas un poco mayores que las mías y el cuerpo ligeramente fibrado, apetitoso. Ninguno de los dos tenía ni un pelo de cabeza hacia abajo y eso les hacía resaltar aún más sus atributos.

Nos empezaron a acariciar nuestros cuerpos dentro del agua, con pases orientados a aflorar nuestra energía, según nos dijeron. Mientras, nos iban explicando todo lo que haríamos. No se olvidaban de nuestros pezones ni de las tetas que los sustentaban y poco a poco, iban llegando a nuestros genitales.

Yolanda resultó ser toda una caja de sorpresas.  Pensaba que cuando los maestros se centrasen en los puntos energéticos de su yoni, se cortaría y tendría que intervenir, pero lo que hizo fue dejar resbalar su cuerpo y abrir más las piernas. La miré a los ojos y me erguí para darle un piquito. No me lo rechazó. Me lo devolvió, más intenso.

Seguimos diez minutos más en la bañera. Nos iban tocando diferentes puntos y nos acariciaban el cuerpo. También aceptaban que nuestras manos recorriesen los suyos. Para acabar, intensificaron los toques en nuestros yonis, pechos y pezones. Ambas nos corrimos con un orgasmo suave, diferente de los habituales.

Nos acompañaron al tatami de masaje y ya os podéis imaginar: los pases energéticos que nos hicieron, nos llevaron de nuevo al cielo. Fue una experiencia única, entre lo sexual y lo místico. Sencillamente fantástico.

Al finalizar esa parte, Claudia nos explicó que ahora deberíamos trabajar nuestros cuerpos una con la otra, como pareja. Exploraríamos los diferentes asanas o posturas del Kamasutra, guiados por ellos. Nos añadió que los maestros podían participar con la intensidad que les pidiésemos, siempre sin sexo explicito y que se retirarían en cuanto se lo indicásemos.

Sorprendiéndome de nuevo, fue Yolanda la que tomó la iniciativa. Tomó una generosa cantidad de aceite y me acarició dulcemente todo el cuerpo, con pases largos y suaves. En un momento dado, cogió una mano de cada uno de los maestros y las colocó encima de mis pechos. No decía nada, pero se entendía todo.

Ellos empezaron a frotarme las tetas de una forma increíble. Sin tocarme los pezones, llevaban toda mi energía sexual a las puntas. Creo que me llegaron a doler de placer, sin que nadie me los hubiese acariciado. Sus otras extremidades, no estaban quietas. Todo mi cuerpo era el receptor de sus cálidas y relajantes caricias.

Yolanda, se centró en mi abdomen, acariciándome la barriguita con ambas manos y depositando besos suaves, como el vuelo de un colibrí, en el pubis. Poco a poco iba desplazando mis atenciones a la zona de la vulva. Intensificó sus besos en todo el yoni y me mantuvo en una meseta de placer continuado hasta que atacó mi clítoris sin piedad.

Las cuatro manos y el resto de los cuerpos de los maestros, junto con las de Yolanda y su boca y lengua, ansiosa de darme placer, sólo podían llevarme a un orgasmo brutal y… eso fue lo que pasó. Me corrí como una posesa. Fue una experiencia única, que recordaré toda mi vida.

La mirada de cariño que me envió mi amiga, cuando me relajé, me nubló más la vista. Entonces reclamó lo suyo.

- Venga, ahora me estiro yo y tratadme como hemos hecho con Idoia. Voy a ser muuuuuy exigente con todos vosotros…

Sin decir nada mas, cambiaron la ropa que cubría el tatami. Yo la había dejado empapada entre el sudor y mis propios flujos. Cuando acabaron, ella ocupo mi lugar. Mientras, aproveché para decirle en un susurro a Claudia:

- Querida, puedes tirarnos unas fotos con mi móvil cuando esté comiéndomela a besos. Sólo hace falta que salgamos nosotras. Queremos tener un recuerdo de esta sesión tan maravillosa. Procura que se nos vea bien, especialmente su cara de placer, luego lo disfrutaremos más…

- Nunca dejamos hacer fotografías, pero un día es un día y vosotras, muy especiales. Y no te preocupes, ya procuraré que no se de cuenta, que ya te veo venir, viciosilla.

Entre los tres, le devolvimos los favores a Yolanda. Todas las partes de los cuerpos de los maestros entraron en juego, aunque Samuel utilizó más extensamente su soberbio lingam para masajearle el cuerpo. Como hizo mi amiga, yo me centré en sus genitales.

Quería añadirle algo más de acción e incentivada por la lúbrica sonrisa que me dirigía nuestra maestra, se los trabaje a fondo. Incluso creo que usé técnicas que iban algo más allá del tantra… Vamos, que le comí el coño como si fuese el último día de nuestra existencia en la Tierra. Cuando me harté de ese delicioso plato, pasé mi lengua al botón de más arriba y dediqué mis dedos a abrirle los labios y metérselos tan adentro como me cupiesen.

Se notaba que tenía la vagina con poco uso: sólo me entraron dos dedos sin forzar la marcha. Vi claro que había mucho trabajo por hacer… Con la otra mano, ataqué la retaguardia con exquisita delicadeza, ya que ese hoyo, a primera vista, parecía virgen.

Dejé para otra ocasión una penetración en toda regla y sólo jugué con su anillo, metiéndole la puntita del índice en el culo, bien untada en el aceite de masaje. Parece que le gustó. ¡Lo que le quedaba por descubrir a me querida Yolanda!.

Yo creo que el maestro y muy especialmente la maestra Claudia, entendieron que la agasajada era Yolanda y se esmeraron. Tal vez, sólo tal vez, incluso fueron un poco más allá de lo que preveían los protocolos del Centro. En cualquier caso, el resultado de sus intensas caricias y mi descarada actuación, fue espectacular:  Yolanda tuvo una serie de orgasmos encadenados como yo jamás, ni por asomo, había experimentado.

Le duraron minutos y su cuerpo se retorcía de placer hacia todos los lados, lanzando unos gritos que rompían estrepitosamente el relajado ambiente del Centro. Como soy muy mala, al segundo estertor, le volví a introducir los dedos en el coño y se lo acaricié por dentro. La respuesta fue la que esperaba, pero con una prodigalidad impensable: Eyaculó soltando brutales chorros de flujo que llegaron a más de un metro de su entrepierna.

Entonces todo estalló. Yo no pude resistir la tentación de magrear el yoni de nuestra maestra. Ella perdió la concentración y estrujó el lingam de su compañero. En la postura en que nos encontrábamos, el maestro Samuel tenía la cara cerca de mi chocho. Perdió su tántrico autocontrol y me lamió el coño con ganas.

El resultado: acabamos corriéndonos los cuatro a moco tendido. Samuel llenó la mano de Claudia y las tetas de Yolanda con su eyaculación. Nosotras dos, fuimos menos aparentes, pero nuestro coños lo disfrutaron igual.

Dejamos pasar unos minutos de relax, sin deshacer el revoltillo de cuerpos que quedó en el tatami. Cuando a la maestra de maestras le volvió la lucidez, se deshizo de nuestros abrazos y compungida nos dijo:

- Nos habéis de perdonar. Lo que nos ha pasado, es absolutamente inadmisible. No es la forma de proceder de los maestros del Centro. Os quiero pe….

Yolanda la interrumpió.

- Mira, Claudia, lo que ha pasado aquí, ha sido maravilloso, al menos para mí. En toda mi vida me he sentido tan feliz, tan desinhibida y tan llena de placer y energía. En primer lugar, se lo he de agradecer a mi amiga Idoia, pero también a vosotros. Así que… lo que aquí ha pasado, aquí se queda y lo único que puedo hacer es daros las gracias de todo corazón.

Hablamos un poco los cuatro, ya más distendidos y los maestros se despidieron. Primero Samuel, al que le dimos las gracias y un besazo en plenos morros cada una. Luego se nos acercó Claudia. Nos tomó de la cintura para despedirse, pero se lo pensó mejor.

- ¿Queréis que os acompañe a la ducha?. No es lo normal, pero puesto a transgredir las normas…

Nos duchamos las tres juntas. Caricias, muchas, pero no fuimos más allá. Nos secamos, nosotras nos vestimos y ella se arrolló el pañuelo a la cintura. Al final, nos besamos con más cariño que vicio y nos despedimos, tal vez hasta una próxima visita...

Cuando Yolanda se apartó para coger su bolso, Claudia acercó sus labios a mi oído para decirme:

- Lo que me ha pasado con vosotras, no me había pasado nunca con otros clientes. Si queréis, podemos quedar otro día, nosotras tres, fuera del trabajo. Nos lo podemos pasar muy bien. Te doy mi teléfono. ¡Ah y no olvides mirar las fotos!.

Al salir, se giró para decirnos:

- Se nota que sois una pareja estable desde hace muchos años. El cariño y la compenetración sexual que tenéis, no es algo que pueda conseguirse en pocos meses… ¡Qué envidia me dais!. Adiós, preciosas.

Nos miramos las dos y nos pusimos a reír como niñas.

Después de esa experiencia, hablamos largo y tendido, me contó cosas surrealistas de su relación con Gerardo y me abrió su intimidad. Decidí dar el paso que faltaba para completar mis deberes. Quería dar su merecido a Gerardo y salir inmediatamente del lío en que me estaba metiendo con Yolanda. Me sentía muy próxima a ella y no quería que pasase ni un día más sin explicárselo todo.

- Cariño, pase lo que pase, que sepas que si ya te apreciaba, desde hoy te quiero y te respeto mucho más. Quiero sacarte de esa depresión en que te ha metido el impresentable de tu marido y darle a él su merecido. ¿Me dejas que te invite mañana a cenar en casa?. Sólo tú, Álvaro y yo.

- Por mí, encantada. A Gerardo le voy a decir que tengo una cena con los compañeros de departamento. Todavía no quiero afrontar sus reproches y mal humor. Cuando lo haga, será la última vez. Y tú, ¿qué le dirás a tu marido?. Después de lo de hoy, no sé si sabré comportarme delante suyo sólo como una antigua amiga.

- Pues, la verdad, esta misma noche pensaba contarle lo bien que nos lo hemos pasado juntas. Va a estar encantado de que su mujercita se haya divertido tanto. Ya te he contado que desde las vacaciones de Semana Santa, somos otros, más liberales y abiertos a nuevas experiencias. Por lo que he visto hoy, tu también compartes esta visión de la vida.

- Mira Idoia, esta tarde, ni yo misma sé que me ha pasado. Nunca había hecho nada parecido. Aún ahora, no sé lo que qué ha cambiado en mí, pero estoy muy contenta de haberme soltado. Creo que a partir de ahora veré las cosas de otra manera y tú, me ayudarás a ello ¿verdad?.

- Por supuesto. Puedes contar conmigo para todo y más. He visto que eres muy fogosa y lo debes pasar muy mal sin dar salida a toda esa energía y ganas de gozar que tienes dentro. Mañana, ven preparada para lo que surja. Yo no soy celosa…

- ¿Me estás proponiendo lo que creo entender?.

- Tú sabrás, por mí, no quedará.

La cena del sábado fue perfecta. Álvaro estaba al corriente de todo y le había pedido que sedujese a Yolanda con delicadeza. Se lo dejé bien clarito:

- Álvaro, cariño, no quiero que Yolanda se vaya de casa sin que hayamos destrozado la cama los tres juntos. Esta muy necesitada de cariño, pero también de sexo del bueno y de eso, nosotros sabemos. Ya verás, está buenísima y es muy tierna.

Se presentó a la hora convenida. Nosotros nos habíamos puesto guapos y sexis, pero ella venía envuelta en una gabardina anodina, lo que me extrañó. La tomé de la cadera y le di un piquito. Se la presenté a mi marido. La saludo de igual modo y le pidió el abrigo.

Al quitárselo, todo cambió. Nos venía con un vestido azul-verdoso de lycra a medio muslo. Tapaba, sí, pero esculpía su figura como si fuese una segunda piel. ¡Hasta le definía la raya del culo, por no hablar de los pezones!. Los debía tener a tope, porque menudos pitones se traía, vamos que ni un Miura de los de antes.

A Álvaro, como era de esperar, se le caía la baba y se estaba empalmando por momentos. No me extraña, yo tampoco tardé más de diez segundos en tener el chochete anegado.

- Estás impresionante, Yolanda. ¡Menudo cuerpazo te hace este vestido!.

- Como me dijiste que era una cena con un postre muy especial, pensé que no os podía defraudar y tenía que ganármelo. Este mediodía me lo he comprado, a ver si lo conseguía. Como veis, es bastante revelador. Si Gerardo lo hubiese visto, no podría ni haber salido de casa. He tenido que ponerme la gabardina en la habitación para que no se diese cuenta.

Cenamos entre bromas picantes, confidencias, alguna mano larga y sobre todo, buen rollo. Al acabar, nos dedicamos de lleno a lo que íbamos. No le pusimos a los prolegómenos mucha imaginación que digamos. Empezamos con música y baile guarringón, pero en unos minutos, más que bailar, nos estábamos magreando, como adolescentes salidos en la oscuridad de una discoteca.

- Venga, dejémonos de tonterías. Tú has venido a follar y nosotros tenemos ganas de lo mismo. Vamos a nuestra habitación, que estaremos más cómodos.

El centro lo ocupaba una cama de medidas generosas. En el lateral, tenía un gran armario empotrado, con puertas de espejo. En su momento, las habíamos puesto así para dar mayor amplitud, pero desde las vacaciones, les dábamos también otros usos más placenteros… Esa mañana, Álvaro además había instalado una cámara entre los adornos de la cornisa.

Nos desnudamos con más o menos gracia. Yolanda nos sorprendió de nuevo. Dejó caer el vestido y se quedó en pelota picada. ¡Qué rápido aprendía!. Sacó un motón de preservativos del bolso y nos dijo con una cara de vicio que echaba para atrás:

- ¿Qué, entramos en materia?.

Mi marido no le dijo nada, directamente la acercó a su cuerpo i la morreó con ganas. La empujó, acompañándola, hasta que quedó estirada de través en la cama y… entramos en materia.

Hicimos todo lo que pueden hacer un hombre y dos mujeres para disfrutar al máximo de sus cuerpos. Sólo reservamos para otro día el estreno de su culo, pero pudo ver cómo Álvaro me sodomizaba y lo mucho que lo disfruté. Pasamos tres horas follando como conejos y nos supieron a poco.

Dejamos a mi hombre en la cama y ella y yo nos metimos en la ducha. Nos dimos lengua a destajo y el gel corrió por nuestros cuerpos sin necesidad de esponja. ¡Mi nueva amiga es un sol!.

Ya casi eran las dos de la madrugada y tuvo que irse, pero quedamos en vernos pronto. Le pedí que me dejase un par de días y luego le contaría algo sobre su marido y yo. Le avancé que estaba segura que le iba a gustar. Quedamos en vernos pronto otra vez. Alvaro se desmelenó y le dejó caer que tal vez podíamos invitar a algunos otros amigos. Creí que Yolanda se iba a cabrear pero…

- Venga, eso espero. Tengo el coño reseco de follar mal y poco y lo he de poner en forma. Además con más chicos, podremos hacer más cositas, cuando me hayas estrenado el culete. ¡Muuuaaa!. Adiós.

A la mañana siguiente, llamé a Gerardo. Como habían pasado sólo tres días desde que hicimos la apuesta y su mujer no le había dicho nada ni hecho cosas inusuales, creo que pensó que quería verle para retractarme y podría disfrutar forzándome a cumplir lo apostado. Me contestó el teléfono como el gallito del corral. Quedamos esa misma tarde, en el mismo sitio dónde habíamos cerrado la apuesta.

Al colgar, llamé a Manuel y se lo expliqué todo. Todavía se está riendo. Me llamó de furcia para arriba, al enterarse de que en sólo tres días, había conseguido que su mujer, frígida y estrecha, según su marido, follase conmigo dos veces y la segunda acompañada de Álvaro. Tenía una reunión interna a esa hora, pero la anuló inmediatamente.

El encuentro con Gerardo fue para verlo. De hecho, podríais hacerlo, porque lo grabé, por aquello de de que “mujer precavida vale por dos” y, no os lo voy a negar, para enseñárselo a Yolanda más tarde. ¡Lástima de eso de la LOPD!, sino hasta lo colgaría en la red y ganaría unos buenos euros con los del Youtube ese. Vino de machito, se fue llorando.

Cuando vio las fotos de las dos, desnudas en el Tantra Secret, dónde yo le comía el coño a Yolanda, mientras otros dos pares de manos le tocaban las tetas y el resto del cuerpo, los ojos se le abrieron como platos y la polla se le puso dura como un plátano verde. Dejémoslo en platanito. Fui al grano.

- Eres un cerdo Gerardo. Tienes una erección al ver a tu amiga y tu mujer follando, ¡aunque esto signifique que hayas perdido la apuesta!.

- También se la tenía que follar tu marido y eso es harina de otro costal.

- No te preocupes, mira que vídeo más bonito tengo aquí.

Le enseñe un montaje con los trozos más sabrosos del trío que nos montamos en casa. Su cara pasó del moreno casi saludable al rojo y de éste, al blanco candeal. Cuando acabó, sus tres primeras frases, no tenían desperdicio:

- ¡Joder, menudo pollón tiene tu marido!. ¡A mí nunca me la ha chupado así!. ¡Coño, no me había dado cuenta de que Yolanda estuviese tan buena!.

¡Menudo desgraciado!. Le recordé los términos de la apuesta y empezó a decir lo típico de los perdedores cobardes: que si lo dijo para hacerme una broma, que no me habría pensado ni un momento que si él ganaba iba a exigirme sexo, que cómo podríamos arreglarlo, que… Entonces intervino Manuel.

- Mira Gerardo, esto no es una broma. Todos somos mayorcitos y si has hecho una apuesta y la has perdido, tienes que pagar. Yo fui testigo de todo y lo grabamos para evitar malentendidos. Sólo tienes una opción: cumplir con lo pactado. Si tú hubieses ganado y fuese necesario, le diría lo mismo a Idoia.

- Idoia, te pido por favor que busquemos una solución. ¡No puedo hacer lo que dijimos!.

- Haberlo pensado antes, cretino. Ahora o cumples, o Manuel pasa al plan B. Y ese, te va a gustar mucho, mucho menos. Para obrar en consecuencia, sólo esperamos una palabra de ti: O sí o no.

Estuvo dando vueltas a una baldosa, hablando consigo mismo, un buen rato. De tanto en tanto, miraba nuestros ojos y encontraba siempre el mismo muro. Al final, con la cara congestionada y las lágrimas resbalándole por las mejillas, sólo nos dijo:

- Sí.

- Sea. El jueves de la próxima semana, te enviaré un mail con todo lo que has de hacer y la agenda de los encuentros. Resérvate la semana siguiente entera. No tendrás “actividades” todos los días, pero… vas a estar muy ocupado.

- ¡Ah!, antes de que me olvide. Vete a tú médico y que te haga un certificado de que estás libre de venéreas, SIDA y todo eso. Lo quiero el viernes a más tardar. Ni se te ocurra mantener relaciones sexuales con nadie desde hoy. Si te pican los huevos, hazte una paja, aunque eso ya lo debes hacer desde hace mucho…

- Pero como se te puede ocurrir que yo…

- ¡Cállate, cabrón y haz lo que te digo!.

- Bueno, bueno, no te alteres. Te doy mi correo de guerra, apunta: sexygerar@...

- Deja, idiota. Ya le pedí a Yolanda el bueno. Esta misma noche recibirás mi primer mail para que puedas enviarme las cosas. Responde. No quiero errores ni niñerías. La primera semana del mes que viene, eres mío.

No os voy a contar la semana que pasó Gerardo bajo mi tutela. No vale la pena. Hubo sexo, bastante sexo, pero con ánimo de vejarlo y que se diese cuenta de primera mano de la mierda de hombre que era. Quería hacerle pagar al menos una pequeña parte del daño que hizo a mucha mujeres, empezando por la suya. Creo que lo conseguí.

Al acabar el “tratamiento”, estaba hecho una piltrafa. Pasó un par de meses sin dar pie con bola. Supongo que le sirvieron para reflexionar sobre su vida, porque por Navidad, llamó a la mayoría de las mujeres a las que había denigrado o hecho cosas peores y les pidió perdón, una por una. A partir de ese momento, su vida fue otra, hasta el punto de que inició una nueva relación, precisamente con una de sus ex amantes. ¡Las vueltas que da la vida!.

Como os podéis imaginar, Yolanda se divorció y empezó una nueva vida. Le ayudamos a descubrir lo que le puede aportar una sexualidad plena, sin inhibiciones. Olvidó muchos de los falsos tabús que le imbuyeron a lo largo de su vida y pasó un par de años de auténtico desmadre, follando con más hombres y mujeres de las que puede recordar. Conoció al hombre de su vida y sentó cabeza, como dirían algunos. Hoy en día, es una madre feliz, con dos hijos preciosos y un marido bueno y atento, lo que no quita que sea un fiera en la cama.

De tanto en tanto, me llama para un arreglillo de chicas. A veces, a otra amiga. Su marido conoce sus años locos y sus necesidades “femeninas”. Pactaron fidelidad mutua entre ellos, si bien su chico aceptó que podía acostarse alguna vez con chicas, cuando el coño le pidiese una lengua más delicada…

Con estas dos experiencias, ya os habréis hecho una idea de cómo es la “nueva Idoia”. Pero los maravillosos cambios que experimentó nuestra vida, al ser acogidos por el Club, no acaban, ni mucho menos aquí y os lo he de seguir contando.