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Joder papá, ¡tu hija ya me folla mejor que mamá!

en Amor filial

La noche del 20 de noviembre de 1975, Ramiro miraba la televisión junto a su flamante esposa y su familia en la sala del cortijo de los señoritos. Vivían en unas dependencias anexas al cortijo. Su familia trabajaba para ellos desde hacía varias generaciones.

En ese momento, un fundido llenó la pantalla y apareció un decrépito y lloroso Arias Navarro, diciendo la frase que tantas cosas cambió, para no cambiar nada:

- “Españoles, Franco ha muerto”

Al oír esta frase, algo se alteró en el cerebro de Ramiro. Percibió que la muerte del dictador iba a cambiar muchas cosas y ellos tenían que vivirlas. En ese mismo instante, decidió que debía dar un golpe de timón a su vida.

Por aquel entonces, Ramiro contaba con 22 años y lo acababan de casar. No tenía oficio ni beneficio, más allá de ayudar en las labores del campo y encandilar a las mujeres. Os voy a dar cuatro pinceladas de su juventud. Así podréis entender mejor lo que actualmente están viviendo él y su mujer con sus hijos. Sin duda, una experiencia tan lasciva, como irrepetible.

Sólo tenía la primaria. Sus maestros, le habían aprobado el preparatorio y el ingreso para quitárselo de encima. Era el más simpático, pero pesado, díscolo y vago como ningún otro.

Cuando Ramiro inició su adolescencia, en el campo, el sexo se vivía con más normalidad que en las ciudades. Todos sabían cómo montaban los toros a las vacas, los sementales a las yeguas e incluso… los señoritos a las criadas. Era ley de vida.

Tal vez por eso, los ardores de la carne, despertaron pronto en Ramiro. Tenía 11 años y ya se mataba a pajas mañana, tarde y noche. Espiaba sin descanso a su madre, a sus hermanas, a sus primas, a las hijas de los señoritos, a las amigas…. Sus discretas observaciones, aunque poco científicas, le reportaron un precoz conocimiento de la sexualidad femenina, algunas alegrías y algún que otro disgusto, pero como dicen que tan pecador es el que da lo que no debe, como el que lo toma, casi siempre acabaron en un silencio cómplice.

En esa época, ya magreaba con destreza a las campesinas y a las chicas del pueblo que se prestaban, siempre tres o cuatro años mayores que él. Protestaban, le gritaban que se lo dirían a sus padres y al cura del pueblo, pero se abrían las camisolas o le enseñaban a él cómo hacerlo. Algunas incluso le pedían que hurgase entre sus bragas.

Aprendió rápido los toques que más les gustaban a las mujeres. No siempre eran los mismos. Con todas no podía llegar igual de lejos. Sobre todo, aprendió dos cosas fundamentales: a mantener una discreción absoluta y a no forzar las cosas más allá de lo que su ocasional pareja estuviese dispuesta a llegar.

Muchas se lo agradecían con una pajita, hecha con más o menos arte. En esos tiempos, las mamadas eran cosa de putas, aunque también de las señoras elegantes de la capital, se decía. Eso sí, besos, siempre. Con ellas, aprendió pronto besar a una mujer como lo hace un amante, no como el novio de turno o, peor, el marido de conveniencia.

A los 15 años, Ramiro ya apuntaba maneras. Era un adolescente desgarbado, guapito de cara, con esa simpatía descarada que sólo tienen los andaluces echaos pa’lante. Se había desarrollado precozmente y a esa edad, ya se afeitaba a diario. Su pecho lucía una fina pelambrera sobre el esternón, que tal como descendía, se iba convirtiendo en una rizada melena. En los bajos, le colgaba un apreciable badajo, guarnecido por dos pelotas impropias de su edad.

Durante ese verano mojó en caliente por primera vez y fue con una hembra de verdad. Madura, experimentada, guapa y además, una calentorra a la que el putero de su marido tenía malfollada.

Fue un día de mucho calor. Al acabar la comida, Ramiro decidió dejar la preceptiva siesta para otro día e ir a bañarse en una de las albercas de la finca. Cuando iba solo, acostumbraba a elegir la que llamaban “Poza del Bastardo”, porque al ser una derivación del rio, el agua estaba siempre más limpia y fresca que en otras, preparadas para dar de beber al ganado.

Como tenía permiso para montar los caballos del cortijo, no le importaba que estuviese alejada de los caminos. Él era un buen jinete. Además, al estar lejos y solitaria, podía bañarse en pelotas, como le gustaba a él y al salir, estirarse sobre la hierba para secarse bajo el sol de la tarde mientras se pajeaba indolentemente, rememorando el magreo que se marcó la noche anterior con la jovencita de turno.

Al llegar, lo primero que hizo, fue dar de beber a la montura que había escogido, una briosa yegua árabe de tres años, en el lecho de desaguado de la alberca. Luego la ató largo, bajo la sombra de una gran encina cercana, para que pudiese pacer a voluntad. Se desnudó, guardó su ropa en las alforjas y se tiró de cabeza al agua cristalina de la poza.

Cuando llevaba ya un buen rato nadando y tonteando en el agua, levantó la vista hacia su caballo y lo que vio, fue a doña Pilar, la esposa del Señorito, montada sobre “Potente”, el más valioso y corpulento de los sementales de la cuadra, al que el Señorito tenía prohibido que montase nadie que no fuese él o su cuidador, para ejercitarlo.

Doña Pilar se apeó de su montura y llamó a Miro, que es como familiarmente llamaba a nuestro protagonista:

- Miro, da agua al caballo, desensíllalo y amárralo. Que coma. No lo pongas cerca de la yegua. Está caliente y no quiero que la monte.

- Doña Pilar, perdóneme. Como estaba solo y no pensaba que viniese nadie, estoy desnudo. He dejado mi ropa en las alforjas, junto a la yegua. Si usted lo aprueba, dese un paseo y yo, mientras, me visto.

- Serás mocoso, sal inmediatamente y haz tu trabajo. Me importa un rábano como estés. ¡A ver si crees que me va a pasar algo por ver a un niño desnudo!

- Pero Señora…

- ¡Ni Señora ni leches!.

Entonces Ramiro se fijó en que Doña Pilar se cubría el cuerpo con un elegante vestido de verano estampado, sin mangas, con la falda justo a la rodilla y no llevaba botas de montar ni espuelas. Eso era completamente impropio de una amazona con experiencia. Debía haber salido detrás suyo, sin cambiarse ni prepararse para cabalgar un largo trecho.

La miró a los ojos, no como lo haría un sirviente, sino como lo hace un hombre a una mujer sin complejos, que sabe lo que quiere. Lo que vio en ellos, le decidió a actuar de una forma totalmente inapropiada, según lo que sus padres considerarían correcto. Intuyó que era lo que buscaba Doña Pilar.

Sin apartar la mirada de los ojos de la Señora, Ramiro salió de la poza con un desparpajo indolente, sin ocultar parte alguna de su anatomía y se dirigió con paso seguro a tomar las riendas de Potente de manos de Doña Pilar. La mirada de la mujer, descendió a la altura de su pija y se detuvo en ella. A él, no le pasó desapercibido el aumento de la tensión de los pezones en el vestido, ni como ella se mordió el labio inferior con los dientes. Sin duda, le debía gustar lo que veía.

Tomó el semental y sin mirar atrás, lo ató bajo otra frondosa encina. En ningún momento se giró, pero sin ver, veía la mirada de Doña Pilar clavada en su culo. Acabó con el trabajo encomendado y al volver a por sus ropas, vio lo que nunca hubiera esperado que ocurriese.

Doña Pilar se había dado la vuelta para poder mirarlo. Lo hacía descaradamente. Mientras, se iba desnudando sin pudor alguno. Su cipote habló por él, se llenó de sangre caliente y se le empinó hasta llegar a dolerle. Al iniciar el camino hacia donde estaban sus prendas, vio con sorpresa como la Señora giraba su graciosa cara de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, en un signo que todos entendemos. Decidió que pasase lo que tuviese que pasar y se encaminó hacia donde ella se estaba acabando de quitar sus elegantes bragas con fina pasamanería.

Al alcanzarla, Doña Pilar le alargó la mano para decirle:

- Vamos a la poza Miro, que tengo el potorro escocido de cabalgar en bragas.

- Tu madre ya me ha contado que eres todo un hombre, pero no me imaginaba que estabas tan bien dotado. ¡Así las tienes de contentas!. Además, por lo que veo, aunque te lleve veinte años, no te soy indiferente… y eso, me ha gustado.

Dicen que la experiencia, es un grado y Ramiro, aún sin haber roto coño alguno, con las mujeres, tenía bastante. Calló, tomó la mano que le ofrecían y anduvo a la par con ella hasta la alberca. Al llegar, pensó que la Señora esperaba algo más de él y tomándola de las caderas con sutileza, la ayudó a meterse en el agua. Su intuición le llevó a algo más y justo en el momento en que Doña Pilar iba a lanzarse, le dio un cachete en la nalga y se tiró con ella al agua.

Nadaron, retozaron, se miraron y al final, ella decidió ir hacia una zona dónde unas piedras planas sumergidas permitían hacer pié. Al llegar, se sentó en la zona que menos cubría y dejando los pechos fuera del agua, lo reclamó con un gesto de la mano.

- Ven aquí guapo. Tu y yo tenemos que hablar.

Ramiro nadó sin vacilar hacia donde estaba ella y al alcanzarla, se sentó a su lado. Al acomodarse, resbaló y al intentar mantener el equilibrio, rozó las tetas de la Señora accidentalmente. ¡De verdad, fue sin querer!.

Ella, no sólo no le partió la cara, sino que le rió la gracia, le tomó la mano traicionera y sin recato alguno, la acompañó de nuevo a sus bien cuidadas tetas.

- Miro, sé que puedo confiar en ti, por eso te voy a pedir que me trates como a una mujer, no como a la esposa del Señorito.

- Por alguna criada de confianza a la que das mucho placer de tanto en tanto, conozco tu fama con las chicas del pueblo y de nuestro propio cortijo. Todas me han dicho que eres un buen amante y que siempre las has tratado con respeto y mucha discreción. Eso es lo que necesito.

- Mi marido, Alejandro, cuando no va de putas, corre tras las faldas de nuestras criadas o de sus empleadas de Madrid, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?.  Me tiene desatendida y has de saber que soy muy mujer y no sé vivir sin degustar rabo a menudo.

- En Madrid tengo algunos amantes, uno de ellos ya es fijo, como si fuese de la familia, vamos. Alejandro lo conoce, pero siempre que no se sepa, me deja hacer lo que quiero y yo tampoco miro si vuelve a casa con la verga oliendo a hembra.

- Como puedes suponer, en el cortijo me aburro mucho y se me pone la patata más caliente que las de un buen asado. ¿Te atraigo lo suficiente como para ayudarme?.

- Doña Pilar, para mí será un autentico placer ayudarla a distraerse en su casa. Le he de decir, y espero que pueda perdonarme por mi atrevimiento, que desde hace muchos años pierdo el seso por usted. Es una mujer preciosa, con clase y a la vez, con ese punto de desfachatez que la hace tan deseable…

- Llegar a acariciarla, si algún día me lo permitiese, sería para mí la mayor de las recompensas, aunque no sé si estaré a la altura de lo que desea de mí. Nunca he yacido con una mujer.

- No me engañes, Miro. Todas las chicas con que he hablado, me han dicho que les has dado mucho placer.

- Me enorgullece saberlo, Señora. Casi todas ellas me han hecho gozar demasiado. Pero sólo las he tocado, con manos y con lengua, eso sí. A alguna le he metido un poco un dedito, pero no he estrenado mi minga en el chumino de ninguna mujer, Señora.

Cuando Doña Pilar oyó que todavía era virgen, los ojos se le encendieron y el coño se le mojó, aunque como lo tenía dentro del agua, poco se notó… Dedicó al silencio los próximos minutos y al final, con una sonrisa, concluyó sus pensamientos y le dijo:

- Miro, te tengo por un chico serio. A mí me pica el chichi a diario y tu seguro que quieres mojar en caliente. Creo que podemos entendernos.

Cerraron el pacto con un largo morreo, acompañado de las mas desvergonzadas caricias y Miro dejó de llamarla Doña Pilar, para pasar a ser Pili, putita, mi chochito, calentorra y algunos otros epítetos tan cariñosos como esos.

Ella le descubrió una sexualidad más amplia y le quitó muchos prejuicios propios de la deficiente formación que le ofrecía su entorno y de la estrechez de miras imperante en esa época.

Durante cinco o seis años follaron tanto como pudieron y no fue poco. Pilar pasó a ser una mujer satisfecha. De hecho, durante ese tiempo, no sólo no puso impedimento alguno en acompañar a su esposo al cortijo, sino que estimuló más de una estancia.

Cuando Pilar estaba en el cortijo, Ramiro no daba abasto e iba muy cansado. Puso en práctica las formas cosmopolitas de disfrutar del sexo que le enseñaba su Señora con el resto de sus amantes ocasionales y eso le obligó a hacer esfuerzos extras, por dos razones: las que ya conocían sus habilidades, le exigieron más y mejor. Por otro lado, las mujeres son género aparte, por lo que su buen hacer corría de boca en boca, con lo cual, contrajo nuevas obligaciones, a algunas de las cuales le fue imposible negarse, como las de la hija del alcalde o la “sobrina” del vicario o la peor, la de la mujer del comandante del puesto de la guardia civil. El tener que follársela o darle por el culo a semanas alternas, los jueves, cuando ella salía de misa de tarde, es lo que le tenía más acojonado.

A los cuatro años del encuentro en la poza, Ramiro encontró al amor de su vida, a su media naranja. Como os podéis imaginar, no fue otra que Anabel, María Isabel para sus padres. Él entonces ya tenía 19 años y estaba más curtido en las artes del amor, o del sexo, hablemos claro, que cualquiera de sus amigos o vecinos. Ella tenía uno menos, y aunque fuese de forma más pedestre, sabía bien lo que era exprimir el nabo de un hombre.

Si a Pilar le gustaba follar, en Anabel descubrió algo nuevo: necesitaba follar para vivir. No podía pasar, según su estado de ánimo o el tiempo que hiciese, vaya uno a saber, más de un día sin practicar sexo. De muy jovencita, ya se masturbaba tres o cuatro veces al día. A los catorce años, perdió la virginidad con un representante de comercio pasavolante y a partir de entonces, fue un sin parar, para escarnio de sus padres.

Se conocieron en las fiestas de verano del pueblo de Anabel, cercano al de Ramiro. Estaba sentada en un banco, aburrida, esperando que algún chico la sacase a bailar. Como era un lugar público y todos conocían su fama, ninguno se atrevía, a pesar de que Anabel era un chica muy guapa, con un cuerpo fino, pero de una voluptuosidad desbordante. No iba vestida provocativa, pero igualmente parecía llevar un cartel diciendo: “Estoy caliente y necesito un macho entre mis muslos”.

Ramiro entendió el mensaje y como venía dispuesto a pasar la noche entre las piernas de una mujer, fue directo a ella.

- ¿Bailas?

- ¡Ya era hora!, tengo unas ganas locas de menear el culo y ninguno de esos flojos se atrevía a sacarme porque sus padres y el cura están por aquí. ¡Menudos meapilas!.

Y bailaron. Y se magrearon discretamente. Y se fueron detrás de los setos. Y se magrearon sin discreción alguna. Y se corrieron, cada uno con los dedos del otro. Y se besaron como no lo habían hecho con ningún otro. Y decidieron irse a un sitio más tranquilo a follar, porque ninguno de los dos se aguantaba las ganas.

Entraron en el granero de la era de los tíos de Anabel a eso de las doce y media. Extendieron sobre la paja una lona de las de recoger las aceitunas y se desnudaron en dos segundos. Ramiro se maravilló del cuerpo de Anabel y de la falta de pudor con que se lo mostraba y Anabel del de Ramiro y se lo dijeron:

- Cacho cabrón, tienes una polla preciosa.

- Pues mira que tú… menudas tetas y que pitones te gastas…

Follaron como nunca lo habían hecho ninguno de los dos con otra persona. Se dieron cuenta que eran almas gemelas y que no encontrarían a otra u otro amante que les satisficiese como lo hicieron uno con el otro. Se levantaron de la improvisada cama cuando el sol ya estaba alto y sólo entonces se dieron cuenta que llevaban más de nueve horas follando sin descanso, sin comer y lo peor, sin beber nada, si exceptuamos sus propios humores.... Estaban medio deshidratados, sucios, olían a demonios y ambos tenían los genitales escocidos.

Se rieron con ganas y decidieron que era hora de presentarse, de conocerse y cómo no, de adecentarse.

Tan desnudos como iban, salieron a la era de trillar el grano, sacaron agua del pozo adyacente con el viejo cubo que colgaba de la polea y se la tiraron uno al otro, mientras se restregaban los lamparones de flujo, lefa y sangre que tenían por todo el cuerpo. Resulta que Anabel estaba en los primeros días de la regla, que eran en los que le venía más fuerte. A ninguno de los dos le importó un pimiento, pero quedaron bien pringados de un elixir adicional a los habituales.

Se vistieron, bebieron, se volvieron a besar apasionadamente y se sentaron a hablar en el murete de la propia era. ¡Lo primero que hicieron fue preguntarse los nombres!.

- Coño, Anabel, ha sido fantástico. Nunca había follado con una mujer tan fogosa y mira que algo de experiencia, si tengo… Eres insaciable y no te amilanas ante nada que te pueda dar placer, por guarro que te pueda parecer.

- Cariño, yo tampoco soy una santa. Ya habrás visto que los trabajitos que te he hecho, no se aprenden en la catequesis del padre Lucio. Lo que si te puedo decir, es que por primera vez en mi vida, un hombre me ha saciado las ganas. Ya me contaras quien te ha enseñado los malabarismos con que me has obsequiado…, porque por estos parajes, el mete-saca y pocas filigranas más. Ya has visto que yo no me echo para atrás, pero lo mío, hasta ahora, siempre ha sido más la cantidad que las finezas de la gente elegante, pero tu bien dominas los dos palos…

Desde ese día, hicieron lo imposible para encontrarse en un sitio u otro y matarse a polvos con todo el desenfreno de que eran capaces. Sus sesiones de sexo eran épicas. Ambos adelgazaron considerablemente, pero mejoraron de forma ostensible el tono muscular de sus abdominales, músculos pélvicos y sobre todo, los de sus genitales.

Ramiro fue descuidando paulatinamente al resto de sus amantes y eso les supuso un gran enfado. Su falta de atención, originó numerosas rencillas entre ellas, más cuando no les dio ninguna razón que justificase el cambio. Hubo quien pensó que alguna de las otras le debía hacer guarradas que ella no conocía o no le permitía. Eso, provocó que buena parte de las mujeres del pueblo aumentasen rápidamente la amplitud de sus escotes y acortasen los dobladillos de las faldas. Muchos padres y esposos pusieron el grito en el cielo ante tamaña fiebre de desvergüenza. Por suerte, no conocían el motivo…

La que si mantuvo, fue la relación con Doña Pilar. Ella era diferente y por eso, incluso se permitió explicarle su relación con Anabel.

A los tres meses, decidieron guardarse fidelidad mutua y follar sólo entre ellos. Tema aparte eran los escarceos de Ramiro con Pilar, casi obligados por las circunstancias, según el propio Ramiro. Anabel no sólo los veía bien, sino que los estimulaba. Con la Señora, su Ramiro siempre aprendía cosas nuevas. Luego se las hacía a ella y le proporcionaban placeres que desconocía.

Parecía que la cosa iba en serio entre ellos. Los padres de Anabel quisieron conocer al mozo que había conseguido quitar el gusano de la perversión a su hija. El día que vino a comer a su casa, su madre le cogió por banda para tener una conversación de madre a yerno:

- Ay, Ramiro, como te agradecemos el que hayas conseguido que nuestra Maria Isabel sentase la cabeza. Aunque del cuerpo, sólo se deba disponer para cumplir con el sacramento del matrimonio y no se me escapa que vosotros dos lo profanáis a menudo, ¡más vale que a mi hija le pinche una espina, que las de todo el zarzal!.

- ¿Qué planes tenéis para el futuro?.

- Mire, señora, hasta ahora lo único que he conseguido, es organizar mi vida con el fin de disponer del tiempo necesario para calzarme a su hija, como mínimo, una vez al día. Los dos necesitamos más joder que comer y por eso nos compenetramos bien. ¿Verdad que nos entiende?.

- Ya sabemos lo que le pica a todas horas a nuestra hija, pero, ¡no hace falta que nos lo restriegues por la cara!.

- Señora, yo llamo al pan, pan y al vino, vino. Así es más fácil entenderse, ¿no cree?.

A las pocas semanas, se encontraron ambas familias y los padres, en vista de lo que había, aceptaron que sus hijos podían “hacer la siesta”, en una u otra casa familiar, siempre que lo necesitasen y lo hiciesen con la debida discreción. Al cabo de unos meses, los padres tuvieron que cambiar los muelles de sus camas en ambas casas y decidieron que ya era hora de poner fecha para su boda.

En ese punto, llegamos a la época en que se inicia este relato.

Se habían casado, follaban como conejos, vivían en una habitación anexa a la casa que ocupaban los padres de Ramiro, que de hecho, era parte del cortijo de sus señoritos y no tenían donde caerse muertos.

Ramiro vio que no podían dejar pasar el tren de los cambios que se avecinaban en el país. Tenían que dejar el cortijo y progresar. Decidió que lo mejor era hablar con Pilar. Ella era una señora de mundo y tal vez les podría aconsejar.

El día de reyes de 1976 cayó en martes y en Madrid los señoritos hicieron un “puente” el lunes. Ramiro no tenía muy claro qué coño era eso, pero lo que si tenía claro era que Pilar le llamó para decirle que estaría esos días en el cortijo y venía verraca. Decidió no desaprovechar la oportunidad.

El lunes después de cenar, la Señora salió a ver unas amigas. Hablando en plata: había quedado con Miro en la casa vacía de una amiga de confianza, dónde siempre tenía preparada una habitación.

Pocas semanas antes, había visitado a una amiga del colegio que vivía en París desde hacía años. Su marido era el primer secretario de la embajada española en la capital francesa. Como Pilar estudió en el Lycée Français de Madrid, hablaba un buen francés y había podido compartir las tertulias picantes con las amigas parisinas de su compañera de estudios. Confirmó lo que ya sabía: en Madrid estaban en muchas cosas a años luz de los países europeos de verdad. Aparte de la libertad, entre ellas, la moda y los cuidados corporales.

Entre otras cosas mundanas, descubrió que algunas de las mujeres más chic de allí, se depilaban también el potorro. Primero pensó que era una excentricidad incómoda. También valoró que sin el vello protector, debían exhibir su sexo desprotegido, impúdico. Aunque… si se lo depilase, en Madrid haría empalidecer de envidia a sus amigas más intimas y sin duda, la tendrían por la más moderna y lanzada.

Cuando en la intimidad, su amiga le cantó las excelencias de un buen repaso de lengua en la peladilla sin pelos que molesten, decidió un par de cosas: pedirle a su amiga que le explicase como se hacía y aunque le diese un poco de vergüenza mostrarse tan “desnuda”, darle una sorpresa a Miro.

Su amiga acabó haciéndole ella misma la toilette púbica y ya que estaban, le enseñó de primera mano el placer que da que te coman el chocho bien pelado. Ella nunca había estado con una mujer, pero al descubrir lo bueno que era, decidió que buscaría con cuál de sus amigas españolas podría compartir esa moda parisina. Al final, acabó probando lo que había aprendido en el viaje antes de lo que se pensaba…

Al llegar a la casa donde había quedado con Ramiro, vio que no le estaba esperando solo. Le acompañaba su esposa, Anabel. Se temió lo peor: se la iba a presentar para cortar sus encuentros.

- Pero Miro, ¿cómo es que vienes con Anabel?

Ramiro la descolocó al darle un húmedo beso en los morros y a la vez, acariciarle la teta izquierda, empezando por la parte lateral,  como le gustaba hacer a modo de amical saludo siempre que quedaban para follar.

- Hola preciosa. He venido con Anabel porque queríamos pedirte consejo sobre qué podemos hacer para buscar un trabajo fuera de aquí. Queremos aprovechar los cambios que se avecinan para prosperar un poco. ¿Quieres que primero follemos y luego hablemos o lo hacemos al revés?.

- Siempre tan bruto, Miro.

- Si te parece bien, a Anabel le gustaría ver cómo nos lo hacemos. Le gusta mucho que le haga las cosas que aprendo contigo y ya que ha venido, pues… quiere mirar a ver si aprende algo más.

Doña Pilar se quedó anonada. Ese mocoso, no sólo le había contado a su mujer que se follaba a la esposa del Señorito, sino que ¡le explicaba y practicaba con ella todas las guarradas que hacían!. Jesús, ¡menuda pareja!.

- Oye, Miro, ¿supongo nadie más fuera de Anabel y tu, sabe que eres mi amante ocasional?. Y tú, Anabel, ¿No te molesta compartir conmigo de tanto en tanto a tu hombre?.

- Doña Pilar, ¿cómo voy a privar de disfrutar del arte que él tiene para hacer gozar a las mujeres a quien ha sido la mejor de las maestras de mi hombre? Además, usted le enseña cosas que las chicas de aquí no conocemos y yo luego, las disfruto.

- Cuando le conocí, ya sabía que era un abejorro que iba de flor en flor. Por algunas de las de su pueblo, ya estaba al caso de que cubría mejor a las mujeres que el semental de los Dominguez-Farelo a las yeguas. Pero hasta que nos prometimos, no me contó de usted.

- Señora, yo necesito mucho hombre. También doy todo lo que una mujer puede dar. Él, como bien sabe, es fogoso y siempre la lleva tiesa, pero no me conformo con menos de dos o a veces, tres encamadas diarias, llueva o truene y los hombres, por muy hombres que sean, no aguantan lo mismo que nosotras. Por eso, acordamos que iría dejando a las otras, pero nunca a usted.

- Joder, niña. ¿Qué tienes entre las piernas, un horno o un coño?. Me estas poniendo cachonda con tus explicaciones. Y a Miro, no hay más que verlo. ¡Se le ha puesto el mástil como el asta de un toro resabiado!. Me parece a mí que os sois tal para cual.

- Venga, Miro, cuéntame eso que habéis venido a decirme.

- Mira Pilar, aquí no tenemos futuro. El campo no da para vivir y no queremos acabar como nuestros padres. Franco la ha diñado y seguro que van a cambiar muchas cosas. ¡No hay más que ver: ahora hasta enseñan teta en la tele!. No sabemos qué hacer ni dónde ir y por eso queremos pedirte consejo.

- ¿Que sabes hacer, Anabel?. Porqué Miro, aparte de contentar a las mujeres, poco más. Parece que ha nacido para señorito, pero en la cuna equivocada.

- Señora, yo de coser y planchar, sé algo, pero no tanto como mis hermanas y para limpiar y lo de la casa, me apaño, pero no me gusta demasiado. Se cocinar un poco… Sabe que pasa, Señora, cuando empecé a crecer, siempre me picaba abajo y en vez de dedicarme a aprender esas cosas, me pasaba el día tocándome la pepita y luego, cuando me crecieron las tetas, con los chicos, fue peor…

Al irlos escuchando, Pilar llegó a una conclusión, tan preocupante, como cierta: lo único que realmente sabían hacer mucho mejor que la mayoría era: ¡follar!.

- Con lo que sabéis hacer, no sé qué aconsejaros. En Madrid, hay muchas oportunidades en las empresas, ya sea de oficinistas o en los talleres. También en la construcción o en el servicio doméstico, pero no veo que estéis preparados para eso.

Mientras Doña Pilar se quedó reflexionando unos instantes sobre las pobres posibilidades que se les ofrecían con su triste bagaje profesional, ellos dos empezaron a besarse y acariciarse despreocupadamente. ¡Se tenían ganas a todas horas!. Porqué iban a reprimirse si estaban en confianza con Pilar.

Ramiro bajó el vestido a su mujer, la dejó con las tetas al aire y empezó a lamérselas con ganas. Al poco tiempo, ella le desabrochó el pantalón, le sacó el miembro y se lo acarició dulcemente, sin descuidar por ello el intenso morreo que compartían. Al ver cómo la pareja entraba en materia a pesar de estar ella delante, sin el más mínimo pudor, Pilar se puso tan caliente como las ascuas de la chimenea y… tuvo una inspiración: ¡tenía claro de que podían vivir!.

- Creo que he encontrado la solución a vuestros anhelos. Estáis hechos para el sexo y con los nuevos tiempos, los espectáculos eróticos seguro que van a prosperar. Si no os da apuro desnudaros en público y tocaros para excitar al personal, creo que tenéis posibilidades. Si sois capaces de follar, aunque haya gente mirándoos, hasta creo que podéis ganar mucho dinero. Los dos sois guapos y jóvenes y sé que estáis bien dotados para el sexo y, ¡además lo disfrutáis!.

Después de decirles todo eso, la imaginación de Doña Pilar se puso a trabajar y el volcán que tenía entre las piernas, entró en erupción. Todo se junto: recordó las caricias con su amiga de París, los muchos y placenteros polvos con Miro, como se le iba escurriendo su vida entre los dedos,... y decidió que ella también quería participar de su placer.

- A ver, si queréis llegar a actores eróticos, me tenéis que demostrar de qué sois capaces. No sirve sólo un polvo, tenéis que hacer algo diferente, artístico, que ponga verraco al público, aunque en este país, será fácil: la mayoría no ha visto ni una teta en vivo. Tenéis que actuar, buscar la forma de que vean bien vuestros cuerpos y lo que hacéis con ellos.

- A ti, Anabel, ¿también te gusta montártelo con chicas?. En París es lo más chic.

- Señora, sólo me he arrejuntado unas cuantas veces con la Mari, mi prima. A mí me gustó, pero lo dejé, porque ella no permitió que se nos uniese mi Ramiro. Namás le gustaba con mujeres, no como a mí, que aunque prefiero hombre, no le hago un feo a un coño jugoso.

- Venga, haced como si yo fuese vuestro público. ¡A ver si lográis que me hierva la patata!.

Parecía que todo lo relacionado con el sexo, les fluía de dentro. Entendieron a la perfección lo que esperaba de ellos Pilar.

Se pusieron cara a ella, la miraron a los ojos y empezaron a desnudarse coordinadamente, con un saber hacer natural que ponía a mil a quien les miraba. Con música, seguro que tendría más glamur, pero para excitar a cualquiera que les viese, se bastaban ellos solos. Era espectacular como se acariciaban, como descubrían su piel paso a paso, mostrándose con un descaro improvisado. Todo era fresco, caliente, como si lo hiciesen para ellos mismos, que en el fondo era lo que hacían.

Pilar se iba acalorando. Tenía sus elegantes bragas pegadas a los labios del coño y sus pezones no respetaban ni la blusa, ni la combinación que llevaba debajo. Decidió actuar. Se quitó lo que le molestaba, empezando por las incómodas bragas. Abrió las piernas frente a ellos, llevó su mano derecha sobre los labios y los movió desde el clítoris, al ojo del culo. Rápido, fuerte, sin concesiones. Arriba y abajo. Parecía que estaba abrillantando la silla de montar.

Ellos, no paraban. Con los cuatro ojos clavados en el chocho de la Señora, acabaron de quitarse los últimos retazos de ropa que les quedaban encima. Adoptaron una posición casi circense, con los muslos de ambos abiertos hasta dolerles, exponiendo sus genitales con descaro y se empezaron a acariciar sus sexos, uno al otro, como representando una inexistente coreografía.

Se comían los pezones recíprocamente y se morreaban mientras una tocaba la zambomba y el otro despellejaba conejo. Llegó lo inevitable. Del pollón de Miro brotó una cascada de leche densa y aromática a la vez que el chocho de Anabel expulsaba un largo chorro tras otro de flujo blancuzco y oloroso. Apuntaron bien y ambos fueron a parar a los pies de Pilar.

- Joder menudos viciosos, ¡os habéis corrido de gusto actuando!.

- Somos así. No sabemos hacerlo de otra manera. Nos encanta follar y si es con espectadores, mejor todavía.

- Has visto, Ramiro, la Señora tiene el chichi pelao. Parece el de muestra sobrina pequeña.

- En Paris las más atrevidas lo llevan así. Se goza más cuando te lo acarician con la lengua. ¿Queréis probarlo?.

- Claro putita mía. En pelotas y ven pa’cá.

Se pasaron toda la noche follando, entremezclando coños, polla, tetas, bocas, culos, manos y todo lo demás, sin importar el sexo del titular. Creo que si hubiese participado otro hombre, hasta Ramiro le hubiese sacado brillo al plátano.

Acabaron cansados, pero contentos. Pili, satisfecha por unos cuantos días, la pareja, hasta unas horas más tarde…

Esa noche, Pilar se dio cuenta del potencial que tenían esos dos obsesos del sexo y del provecho que podían sacar a sus cuerpos. No conocían el pudor, de hecho disfrutaban jodiendo, mostrando lo que eran capaces de hacer con sus cuerpos. A Miro se le ponía tiesa cuando quería y tenía aguante. Lo de Anabel era un caso aparte: no sabía vivir sin follar y disfrutaba haciéndolo, fuesen cuales fuesen las circunstancias.

Le dijeron que la ciudad más apropiada para los espectáculos de ese tipo era Barcelona, pero ella no tenía contactos allí. Tocó algunos resortes en la capital y al final se enteró que un importante fabricante de marroquinería y complementos que conocía, aunque afecto al nacional-catolicismo más rancio, era el propietario encubierto de teatros de variedades y varios clubs de alterne.

Le fue a ver. Al principio, simuló escandalizarse y le dio largas, pero cuando le puso sobre el tapete pruebas contundentes de su doble vida, acabó por ofrecerle todas las facilidades para hacer una prueba a sus pupilos y promocionarles, si servían.

El viernes antes de Semana Santa, Pilar les acompañó a un antro que tenía cerca de Capitán Haya. Les recibió el encargado del club y hombre de confianza del conocido de Pilar. Parecía el chulo perdonavidas de una película de serie B. Había recibido instrucciones precisas y aunque a desgana, las aplicó sin dilaciones:

- Buenos días. ¿Sois la pareja erótica recomendada por Don Abelardo?. Pasad al cuarto del fondo y desnudaos. Luego entrad en la puerta de la derecha y veréis un colchón redondo, allí está el chico con la cámara. Cuando se te levante, poneros a follar lo mejor que sepáis, a ver como dais en el video. Vigilad, por las noches hacemos peep-show y es giratorio.

Sin esperar respuesta, se dirigió a Pilar, ya que sólo esperaba a los dos actores.

- Y tú, ¿quién eres?.

- Su manager y esas no son maneras de tratar a la mejor pareja erótica del país. Se van a preparar adecuadamente. Han traído su propia ropa para el espectáculo. Cuando estén listos nos avisarán. Harán la prueba en el escenario, con la iluminación y el espacio necesario, no en la sala de los pajilleros con vistas. Toma, pon esta música cuando te lo indique.

El encargado cogió el casete con desgana y lo examinó mientras le iba subiendo el cabreo.

- Pero ¿Quién coño te crees que eres tú? Aquí, sólo yo digo lo que se hace y dónde. Si no os gusta, os largáis y no me tocáis más los cojones. En este negocio las managers sólo sirven para mamársela a su pupilo si no se le pone dura para el espectáculo. ¡Iros los tres a tomar por culo!.

- Mira, te sugiero que hables con Carlitos, no sea que luego tengas que arrepentirte.

Calos, únicamente Carlitos para sus más íntimos amigos, era el nombre verdadero de quién todos conocían como “Don Abelardo” en el mundillo de la noche. Él trabajaba desde hacía más de quince años con Don Abelardo y por eso era de los pocos que lo sabía. Al valorar el estrecho conocimiento que parecía tener de su poderoso jefe y las elegantes ropas que usaba, se dio cuenta que esa mujer era algo más que un macarra con cuerpo femenino.

Llamó a su jefe y al colgar, lo primero que hizo, fue disculparse con los tres y ofrecerles algo de beber, mientas preparaban el escenario. Luego, contactó con un segundo cámara e hizo venir a todo correr al iluminador de los días “especiales”.

No os voy a aburrir describiendo lo que hicieron en el casting. Seguro que todos habéis visto alguna película porno de esas en las que un grupo de ingenuas criaturas se presta a las mayores guarradas para ser los escogidos. Si no es así, le ponéis un poco de imaginación y listo.

Lo que no se esperaba el encargado, ni los cámaras, ni el iluminador, ni la asistenta de plató, es el cómo lo hicieron. Pusieron tal pasión, que parecían una inocente pareja haciendo el amor, sin importarles lo que pasase a su alrededor y a la vez, los más curtidos, guarros y exhibicionistas actores porno daneses o suecos en la mejor de las superproducciones.

A pesar de haber visto de todo y creerse inmunizados, tanto el encargado como los tres hombres restantes, acabaron con la verga más dura que las varillas de corrugado de un encofrado. El mayor de ellos y en teoría más experimentado en el negocio, no paraba de acariciarse la polla por encima de su pantalón, sin mover la vista de los cuerpos amachambrados de Anabel y Ramiro.

Al más joven de los cámaras, le apareció a media actuación una sospechosa mancha en la parte izquierda de su pantalón, justo a la altura de su bragueta. Pilar mojó las bragas y la butaca y la asistenta de rodaje, con los ojos tan abiertos como los de un búho, no paró de tocarse por arriba y por abajo.

Acabaron la actuación con un sesenta y nueve casi virtual. Quedaron separados palmo y medio, para que pudiese verse bien en cámara y eyacularon simultáneamente, él su leche en la boca de ella y ella una gran cantidad de flujos en la de él. Se levantaron y se morrearon, dejando fluir entre sus cuerpos una cascada con la mezcla de sus caldos. Entonces, con sus torsos goteando, se inclinaron mirando al inexistente público y saludaron como en las mejores representaciones operísticas.

En el improvisado plató, no se oyó ni una mosca, hasta que pasados unos instantes, el propio encargado inició un sonoro aplauso.

- ¡Joder, joder!. Hace veinte años que trabajo en esto. Primero con las putas y locales de alterne. Desde hace un par de años, también con shows eróticos y pases privados. En todo este tiempo, nunca se me ha puesto dura viendo una filmación o a una pareja follando en vivo. ¡Me ha de pasar ahora, a mis sesenta años!. ¡Si el Manu hasta se ha corrido!. Y tú, Lourdes, sécate las piernas, que el coño te sigue chorreando como una fuente.

- Ves como son los mejores, intervino Pilar, hasta yo misma, que les conozco desde hace tiempo, he empapado la butaca. Mira.

La elegante y estirada Doña Pilar, se remangó la falda por encima de la cintura y separando los muslos le enseñó al alucinado encargado sus finas bragas completamente empapadas y la gran mancha en la roja tapicería de la butaca.

- ¡Menuda pareja de salidos!. Hasta vuestra mánager se ha corrido con la actuación.

- Hi, hi,… Es que son únicos verdad. Los tenéis que convertir en estrellas del erotismo y ha de correr la pasta. Habla con Carlos, porque ya ves que si hasta a ti te la levantan, ¡imagina como pondrán al público!. Os vais a forrar.

La semana siguiente, ya habían revelado y montado la película de 16 mm de la prueba. Concertaron un discreto pase privado para Don Abelardo y dos de sus colaboradores. También participó el encargado y dadas las excelentes perspectivas, invitaron a un reputado empresario sueco del sector que vivía habitualmente en Andorra.

Acabó la proyección y todos estaban anonadados. Era impresionante. Nunca habían visto nada igual y eso que sólo era una prueba enlatada y realizada con pocos medios. Follaban de verdad, con ganas, con la frescura de dos adolescentes y al mismo tiempo, con la perversión y las tablas de dos experimentados profesionales del hardcore. Los cinco hombres se habían excitado y eso, no era normal en su trabajo.

Los anfitriones, dirigieron su mirada al reputado magnate del porno y escucharon su opinión:

- He visto muchas pruebas de gente que intentan ser actores en la industria del ocio para adultos, pero como ellos, muy pocos. Si, como decís, además era la primera vez que se ponían ante las cámaras, es que han nacido para eso. Se ve que follan porque les gusta y disfrutan haciéndolo. El público se dará cuenta enseguida.

- Tenéis un diamante. Aprovechaos de su brillo y vais a ganar más dinero del que os imagináis. Puedo incluirlos en alguna de mis producciones para promocionarlos a escala internacional. Firmad un contrato amplio con ellos, que incluya los derechos para todos los formatos y llamadme. Llegaremos a un buen acuerdo.

A Don Abelardo ya le chorreaban las expectativas de beneficio por el agujero de la punta del nabo. Lo primero que pensó fue en quedar enseguida con la chica para tirársela, como hacía siempre la primera vez con sus mejores adquisiciones, antes de que empezasen a trabajar para él. Se vanaglorió de ello ante el encargado y le felicitó por lo bien que había preparado la prueba.

En cuanto llegó unos días después a la capital de un viaje de trabajo a provincias, llamó a Pilar para decirle que la prueba había sido pasable y que pensaba que algo se podría hacer. Sin darle importancia, le pidió el nombre de la chica y el teléfono para contactar con ella.

Lo que Don Abelardo no sabía, es que ella había invitado a su encargado entre semana. Él se pensó que era para echar una canita al aire y “ablandar” las condiciones del contrato. No podría hacer nada para ayudarles, pero no quería perderse un revolcón con una tía tan guapa y elegante. Ella lo tenía más claro: Le había llegado que ya habían visionado el celuloide de la prueba y quería conocer de primera mano lo que hablaron y sus impresiones. Uno se quedó sin revolcón, aunque con una entretenida comida en Casa Lucio y la otra, con toda la información.

Como dicen, la información es poder y la respuesta de Pilar a Carlos o más apropiadamente, Don Abelardo, fue muy clara, aunque sin duda, no la esperada por parte del empresario:

- Me alegra oírte, Carlos. Si te parece quedamos pasado mañana a las cuatro y media en el despacho de nuestros abogados para discutir los términos del contrato. No hace falta que te dé sus datos, ya que ellos dos no van a venir. Yo soy su mánager y tengo poderes notariales para negociar y firmar los contratos en su nombre. Quieren absoluta discreción fuera de los escenarios.

Don Abelardo, se quedó más seco que un bacalao de Islandia. Nunca le habían tratado así en sus negocios y mucho menos una mujer. Se tomó unos largos segundos para reflexionar. Con las ganancias en expectativa y pensando que en cuanto estuviesen en sus manos, ya los haría pasar por el canutillo, decidió claudicar el primer round.

- De acuerdo, bruja.

Las negociaciones se llevaron a cabo en un prestigioso despacho de abogados del barrio de Salamanca y duraron tres días. Al final, no consiguió firmar uno de sus contratos leoninos, sino un acuerdo mercantil detallado, previendo posibles acuerdos internacionales, equilibrado entre las partes y que por primera vez para él, ¡le obligaba a pagar los impuestos!.

A partir de ese momento, la vida de nuestros protagonistas sufrió muchos cambios en poco tiempo. Todos positivos. El primero: pasaron a ser Bositta y Sendo para el público y sus compañeros de profesión.

El contrato preveía que el alojamiento en las ciudades donde actuasen, iba a cargo de la empresa de Don Ambrosio. Al firmarlo, ni se planteó que también incluía Madrid, donde por el momento, realizarían la mayor parte de sus shows. Se resistió, pero sus propios abogados le aclararon que formaba parte de sus responsabilidades y les tuvo que poner un bonito piso a su disposición.

Estrenaron su show erótico en un local del empresario. Por una puerta se llegaba a la zona del club de alterne y por otra, a un dancing club que bien entrada la noche, se transformaba en sala de espectáculo porno y peep-show. Su actuación, anunciada a bombo y platillo, era el plato fuerte de la noche.

No defraudaron, al contrario, fue un éxito rotundo, hasta el punto que a través del boca a boca, a partir de ese día, hubo un lleno completo en la sala, a pesar de que doblaron los precios de las entradas y las consumiciones. A los dos meses, Don Abelardo tuvo que alquilar un antiguo teatro que acondicionó según las peticiones de su pareja erótica de más éxito.

El espectáculo empezaba con un desfile de vedettes con las tetas cubiertas con breves sujetadores y pompones pegados a los pezones, medias de rejilla de puta barata y unas braguitas de lentejuelas a juego con el sostén.

Se quitaban el sujetador y jugaban con las tetas en medio de insulsas risitas forzadas. Los pompones al viento, le daban un toque todavía más cutre. Mientras se acariciaban su cuerpo sin coordinarse entre ellas, iban bajándose las bragas. Se tocaban un poco el chichi y al fin, todas de culo al público, saludaban al decorado con las piernas algo abiertas para que los aburridos clientes pudiesen intuir sus oquedades. Lamentable, pero Don Abelardo se las follaba a todas cuando no tenían trabajo en el área de alterne y se creía obligado a compensarlas con su participación en el espectáculo.

Seguía un número de “magia erótica” aún más decepcionante, una pareja de travestis que contaba chistes verdes de mal gusto y un desastroso cantante de rimas subidas de tono, tan malo como los otros, pero obligado, ya que era el hermano de su putilla más rentable y sin dudarlo, la que mejor se la mamaba.

Aplausos desganados, algunos abucheos y entreacto. Entonces, el bar doblaba los camareros y en la zona de alterne tenían una oferta de servicios exprés para caballeros necesitados. Con este programa, podéis imaginaros que la mayoría de clientes, especialmente los más selectos, llegaban después, para disfrutar de lo único que les interesaba.

Cuando entraban en el escenario Sendo&Bositta, esto es, nuestros Ramiro y Anabel, todo cambiaba radicalmente: silencio abisal, ojos fijos en el escenario, discretas manos sobre las braguetas o bajo las faldas de las acompañantes, si lo señores eran lo suficientemente desvergonzados y sobretodo, respeto por los protagonistas.

Cada noche improvisaban el espectáculo, según tuviesen los ánimos. Entrelazaban diferentes cuadros que practicaban previamente o a veces improvisaban sobre la marcha. Con la frescura y pasión que le ponían, el resultado no decepcionó nunca a los espectadores.

Normalmente, salían completamente vestidos al escenario, con prendas que aparentaban ser lo que no eran. Hacían del desnudarse un arte y el público lo agradecía. Acababan completamente desnudos. No les gustaba follar con ropa alguna y así lo hacían también para su público, ninguneando las instrucciones de Don Abelardo.

Las actuaciones duraban entre media hora y cuarenta minutos. Eso es una barbaridad para un pase de una sola pareja, pero ellos, para el sexo, eran de otro mundo. Siempre actuaban como si disfrutasen del mejor polvo de su vida en su propia cama.

A partir de ese momento, gozaban de sus cuerpos como lo que eran: una pareja de salidos sin límites. Siempre cuidando las posiciones, para que sus espectadores pudiesen ver en primer plano sus genitales y las acrobacias sexuales que hacían. Se exhibían ante un montón de gente, aunque para ellos era como si no existiesen. Follaban, a veces pienso que hasta hacían el amor, para ellos mismos, sin importarles lo que pasase a su alrededor. Probablemente esa era la clave de su éxito.

Se acariciaban con las manos, los labios, la lengua… hasta humedecer bien el miembro de uno, la vulva de otra y los esfínteres anales de ambos, ya que todas las actuaciones siempre incluían como mínimo una felación y cunnilingus completos, una penetración vaginal y un anal. Sendo nunca acababa un pase sin eyacular al menos, dos veces.

Bositta gozaba de innumerables orgasmos. Se veía claramente que no los fingía nunca. Aunque no tenía ni idea de su nombre y función, Sendo había descubierto cómo estimularle las glándulas de Skene. Acariciándole con dos o tres dedos la pared superior de la vagina, desde dentro, justo debajo del área del clítoris, al correrse, expulsaba potentes chorros de flujo blancuzco y algo viscoso. El público alucinaba. Hoy el squirting, aunque generalmente simulado, es bastante habitual en el mundo del porno, pero entonces prácticamente nadie conocía ese fantástico recurso de algunas mujeres con la líbido enérgica.

Todavía no se había puesto de moda lo de correrse como un geiser encima del cuerpo de la pareja y él siempre lo hacía en cualquiera de los tres acogedores receptáculos de su mujer. Si llenaba el culo de Bositta, luego ella dejaba escurrir el semen y después lo esparcía por su piel. Sin lenguas, ¡la salud es lo primero!. Si tocaba boca o coño, se besaban o practicaban un 69 de infarto, les gustaba paladear sus jugos más íntimos y que sus espectadores viesen lo guarros que podían ser.

Sólo follaban entre ellos. Algunos días participaban otras personas muy bien escogidas en el espectáculo, pero sólo compartían caricias, una paja inacabada o un coito en paralelo. Pocas chicas en esos tiempos se atrevían con una sodomización en vivo.

En pocas semanas, eran la pareja de éxito de la noche más caliente de Madrid. Les empezaron a llover ofertas de clubs selectos de otras ciudades de la península y del extranjero. También les propusieron pases privados o participar en películas pornográficas.

Por consejo de Pilar, excepto algún pase privado a gente de mucha alcurnia y posibles, decidieron no comprometerse hasta conocer bien el mundillo y haber estrenado su show en el nuevo teatro.

El día del estreno en el nuevo local, fue todo un acontecimiento, pero lo mejor vino a las dos semanas, coincidiendo con el día de su aniversario de boda.

Empezaron la actuación como tenían por costumbre. Al desprenderse de la última prenda, bajó el volumen de la música y se oyó en megafonía de la sala:

- Señoras y caballeros, hoy es un día muy especial. Nuestros actores más explosivos, Bositta&Sendo, compartirán el escenario con una invitada muy especial, una increíble superestrella del porno francés, acabada de llegar de París. ¡Demos la bienvenida a “Avide”!

Ellos dos vieron como entraba en el escenario una esplendida mujer. Tenía el cuerpo muy moreno, sin marca alguna e iba completamente desnuda. La cabeza, cubierta hasta la barbilla con una especie de capellina de fino cuero negro, de la que sobresalía una cola de cabellos rubios. En una de las manos, portaba un corto látigo de gran empuñadura.

No estaban dispuestos a aguantar las imposiciones de Don Abelardo y mirándose, sin necesidad de palabras, decidieron retirarse del espectáculo. La mujer se les acercaba con pasos gatunos y al verla más de cerca, algo les hizo esperar. Llegó hasta su lado y tomando la polla de Sendo, les dijo al oído:

- ¿No me habéis reconocido?. Soy Pilar, vuestra putita más fiel.

- ¡Feliz aniversario!.

- Os traigo un regalo de aniversario: mi cuerpo, todo para vosotros, sin restricciones. No os preocupéis, nadie sabrá quién soy. Aparte de llevar este incómodo capuchón, he tomado rayos UVA en París y me he teñido de rubio.

- Quiero follaros como nunca. Dejadme hacer y seguid mis propuestas. Hablemos bajito, no quiero que nos oigan y alguien descubra que no soy francesa.

Pilar estaba ya en la cuarentena, pero se conservaba muy bien. Practicar sexo intensamente de forma regular, una buena genética y poderse dedicar a cuidar el cuerpo, sin tenerse que preocupar de su sustento, sin duda eran la clave. Si algo podía revelar su edad, era la cara. Alguna arruguita díscola tenía y el ácido hialurónico todavía no existía en la farmacopea de los centros de estética. En cualquier caso, como la capucha lo ocultaba, podía pasar por una chica de veinte y bastantes a ojos del público.

- Empieza por comerme el coñito, Bositta. El tema tortillero, seguro que les pone a mil y a mí, también…

- Y tú, acércame la polla al agujero grande de la caperuza. ¡Me la voy a tragar entera!. Aprovecha para estirarme los pezones hasta que me duelan. Los quiero más largos que tu verga empalmada.

Hacía menos de diez días que habían compartido cama los tres, pero se tenían las mismas ganas que si hiciese un año que no disfrutasen juntos del sexo. Anabel separó los muslos de Pilar cara al público, para que pudiesen ver bien los pliegues de su coño, le abrió los labios todo lo que daban de sí y se lanzó, lengua en ristre, a degustar lo que allí encontró.

Tuvo que apartarle las manos. Su amiga no estaba acostumbrada a pensar en ofrecer siempre al público la mejor perspectiva posible de su sexo y de lo que en él se cocía y le había cogido la cabeza a su compañera para forzar el contacto con su chumino.

- Acaríciate las tetas mientras te como la pepitilla, cariño. Que se vea bien lo bonito que tienes el chichi. Así, les enseñas que lo llevas bien pelao porque esos, no han visto nunca uno sin barba.

Anabel le tomó el capuchón de su prominente clítoris con el índice y el pulgar, se lo retiró y le lengüeteó el botoncito hasta lograr que se corriese, convulsionándose aparatosamente en el escenario. Los espectadores, enloquecieron con ese alarde de realismo.

Ramiro no perdía el tiempo. Sacó su trabuco de la garganta de su madura putita y girándose, lo embutió sin contemplaciones en el coño de su mujer. Inició un vaivén frenético durante un rato, paró y continuó sacando y metiendo lentamente su bálano, sin que el glande saliese de la vaina, exponiéndolo bien mojado a los que habían pagado por verlo.

Cuando consiguió llevarla al borde del orgasmo, se la sacó. Iba a llenarle el culo con su hinchada barra de carne, cuando oyó:

- Ese culo es mío, cabrón. Párteme el chocho como se lo hacías a tu esposa, pero yo quiero que me lleves hasta el final y no la saques hasta que tu leche me borbotee en la matriz.

Ante tan contundente petición, a Ramiro sólo le quedó el aplicarse para llevarla a cabo con probada eficacia. Penetró a Pilar hasta que su verga chocó con los pliegues del útero y bombeó sin descanso. Sólo le soltó las tetas cuando ella se corrió por segunda vez en el escenario. Unas pocas emboladas más tarde, se la sacó, dejando su panocha rellena de crema.

Respiró a fondo un par de veces, se levantó cara al público, tomó su flácida verga con dos dedos y la mostró con una sonrisa a los espectadores. Casi todos los varones presentes, estallaron en una risa contagiosa.

Mientras Pilar se disponía abrir el culo de Anabel con cuantos dedos le cupiesen, Ramiro rebañaba a golpes de lengua su coño. Cuando tuvo el buche lleno con su propio esperma y los abundantes flujos que ella rezumaba, escupió la mezcla en cara de su mujer. Con los dedos, la iba recogiendo, introduciéndosela en la boca. Ella enseñaba a los espectadores como se la iba tragando, con gula. Acabaron en un morreo de lo más guarro, que volvió a poner el pollón de su esposo a pleno rendimiento. Los aplausos no se hicieron esperar.

La encapuchada invitada, seguía con lo suyo y con paciencia y mucha crema lubricante, consiguió al fin lo que pretendía: traspasar con su fina mano el ano de Anabel, muñeca incluida. Es cierto que sus esfínteres tenían ya mucho trote, pero era la primera vez que le hacían algo así y… lo disfrutó. El público, mucho más. ¡Nadie había visto nada igual hasta entonces en Madrid!.

Anabel no se había preparado para ese tratamiento y al sacar el puño de su recto, salió acompañado de alguna que otra imprevista exquisitez. Si alguien lo percibió, calló. Para evitar males mayores, Pilar le taponó rápidamente la vía de agua, o mejor dicho, de mierda, encastándole el grueso mango del látigo.

Los espectadores, nunca olvidarían las experiencias que vivieron esa noche. Los protagonistas, tampoco.

Al recoger la sala, tuvieron que hacer una limpieza especial de muchas de las tapicerías de las butacas y eliminar importantes cantidades de fluidos corporales diversos esparcidos por doquier. Además, las limpiadoras, no tuvieron que comprar bragas durante bastantes meses, ya que una vez lavadas, tuvieron suficiente con las que se encontraron en el suelo de la sala y los servicios.

Enseguida llegó a oídos de Don Abelardo el desbordante éxito del show de la noche anterior y la participación de una actriz porno francesa. Nadie le supo decir quién era esa chica, ni quien la había contratado. Como tampoco nadie le reclamó cobrar, muy a su pesar, se olvidó de ella, no sin tener que escuchar antes las quejas de Bositta y Sendo por el incumplimiento del contrato, al obligarles a incorporar a una tercera persona a su show.

Nunca se encontró al responsable de tan grave fallo en la seguridad de su local.

Para compensarles, tuvo que dar una semana de vacaciones extra a la pareja. Cuando al cabo de unos días se encontraron con Pilar, se rieron mucho y decidieron que la aprovecharían para ir juntos a recorrer algunos de los clubs de espectáculos porno más selectos de Europa y aprender de ellos. De paso, harían turismo y practicarían entre los tres lo que viesen en los espectáculos, aunque dejasen los colchones de los hoteles inservibles.

No os voy a aburrir con el día a día del trabajo de nuestra pareja. Pasaron dos años con el cartel de “completo” en las salas donde actuaron. Hicieron giras por Alemania, Holanda y Dinamarca. Ganaron mucho dinero y a los dos años de su debut, después de una noche loca de sexo, se confesaron con Pilar: Querían hacer un alto en el camino para tener hijos y asentarse como una familia. Eso sí, no deseaban cambiar por nada su trabajo, del que estaban orgullosos y en el que se sentían realizados profesionalmente.

Aquí comienza la segunda parte de esta historia. Sin dudarlo, es en la que se relatan los hechos menos comunes y más perversamente libidinosos.

Unas semanas antes de nacer Pablo, su primer hijo, se tomaron tres años casi sabáticos. En ese tiempo, solo hicieron algunos shows privados para gente VIP y unas pocas películas, en las que Anabel aprovechó para aparecer preñada. Se pagaba mucho mejor y además, quería tener un bonito recuerdo para enseñar a sus hijos cuando fuesen mayores.

A los diez meses de tener a Pablo, volvió a quedarse embarazada. Esa vez fue una niña. La querían llamar Afrodita, pero en el registro civil no se la dejaron inscribir con ese nombre. El funcionario les dijo, muy cabreado, que no era un nombre de santa y finalmente, se quedó en Diana.

Durante los embarazos, a Anabel le aumentaron las ganas de disfrutar del sexo. Perseguía a su hombre a todas horas y llamaba a menudo a Pilar. Quería que les acompañase para follar juntos. Hicieron de todo y un poco más.

Descubrieron las playas nudistas de Cap d’Adge y pasaron allí los dos veranos. Les gustaba enseñar sus cuerpos, aunque fuese por placer. En el primero, ella, preñada de ocho meses y tomando el sol boca arriba con las piernas bien abiertas para estar más cómoda con su tripón, era el foco de atracción de muchas miradas.

El segundo verano, les acompañó Pablito y la niñera. Alquilaron un chalet cerca de la playa y se desmadraron más que nunca. Compañeros de hamaca playera, les dijeron que no podían acabar el verano sin participar en una partouze. Al cabo de un par de días, una pareja con la que concedían habitualmente en la playa les invitó una noche a su casa.

Formaban una pareja curiosa. Ambos cerca de los cincuenta, austriacos. Ella grandota pero atlética, se le notaba que se cuidaba mucho. Con unas peras impresionantes, grandes, aunque se veían llenas, turgentes y sin descolgarse demasiado a pesar de su tamaño. Tenía tal pelambrera entre las piernas que cuando las separaba, no se veía si tenía coño, como el resto de mujeres u otra cosa. Le cubría todo el pubis y le tapaba la vulva y el ano, desparramándose por la parte alta de los muslos.  Su marido era el polo opuesto: delgado, lampiño, con manos de pianista, fofo y con el miembro propio de un niño.

Se juntaron seis o siete parejas y un par de chicos sueltos en la casa y venga…, a follar. ¡En eso consistía la partouze!. Como podéis imaginar “los españoles”, como llamaron a la pareja, tuvieron un éxito que les desbordó. A partir de esa noche, les invitaron a todas las fiestas. Descubrieron el mundo del intercambio de parejas, Ramiro probó las mieles de la homosexualidad, cataron el sadomasoquismo ligth y… que más os voy a contar: ¡Los inicios de los 80 en la zona más libertina de la Costa Azul!

A los seis meses de nacer Diana, retomaron su trabajo. Lo hicieron a bombo y platillo, racionando su vuelta a los escenarios y aprovechando las nuevas oportunidades del cine para adultos. Así continuaron a lo largo de toda la década, introduciendo nuevos números y viajando por los mejores clubs y platós europeos y de California. Ganaban mucho dinero por hacer lo que más les gustaba: follar.

Sus hijos se iban haciendo mayores. Si en su casa el pudor nunca tuvo cabida antes de tener hijos, con ellos tampoco. Ambos ya conocían bien su cuerpo, las cosas básicas del sexo y tal vez, alguna más. La desnudez y las muestras de cariño,  nunca habían sido un problema en casa.

Un día, Pablo se los encontró enganchados en la cocina. Su madre estaba sentada en la mesa, apoyada con las manos atrás. Su padre la estaba penetrando con dureza mientras le retorcía los pezones. Ella, no solo no se quejaba, sino que gritaba: ¡Más, Más, dame con fuerza! ¡Como me gusta, cabrón! ¡Párteme el coño!... y más cosas de ese estilo, sin dejar por ello de gemir de gusto.

Primero vio como se corría su padre, entre gritos de placer. Sin sacarla del coño de su madre, continuó meneándola más despacio, frotándole con los dedos de una mano el botoncito que tenía encima de su agujero y metiéndole dedos de la otra en el culo, hasta que ella lanzó un grito final y empezó a temblar, con una gran sonrisa en los labios.

Cuando, finalmente, su padre desenvainó el miembro, Pablo se quedó mirando el coño bien abierto de su madre. ¡Joder, que apetitoso lo tenía!. Su pija estaba empalmada como nunca y decidió actuar:

- Papá, déjame sitio, que se la voy a meter a mamá.

Ramiro, se quedó sin palabras. ¡Pablo se quería follar a su madre!.

De repente, se le agolparon en su mente todas las dudas sobre la educación sexual que habían dado a sus hijos. ¿Habían actuado como unos buenos padres?. Tal vez habían relativizado tanto el sexo que lo habían convertido en un deporte más, también para sus hijos. Sabían a qué se dedicaban y aunque no se lo habían mostrado nunca, estaba seguro que sus hijos les habían visto actuar, al menos en alguna película.

La mujeres, son más prácticas. Anabel tardó medio minuto en aceptar que en su casa el sexo tenía un papel diferente al que tiene en casi todos los hogares. Si era así, sus hijos, también podían entenderlo y disfrutarlo de otra manera. Miró con una sonrisa cargada de vicio a su marido y le dijo a su hijo:

- Anda cariño, ven aquí y métemela toda. Tu padre, a tu edad, ya tonteaba con más de una. No veo que tengas que ser menos. Así irás aprendiendo como dar placer a las chicas.

- ¿Será tu primera vez?

- No, mamá. La tía carnal de Mercedes, ya sabes, una de las compañeras de clase de Diana, vio como me la pelaba después de echar una meda en la fiesta de cumpleaños de su sobrina. Entró en el baño y me preguntó qué estaba haciendo con una minga tan apetitosa entre las manos. Así, sin más.

- Yo le dije la verdad: Miraba a las chicas en la piscina y como iban en bikini, me puse cachondo. Necesitaba aliviarme y me metí en el lavabo para hacerme un buen pajote. Entonces, ella me dijo: ¡Cariño, que desperdicio! y me llevó a una habitación de invitados en desuso. Allí follé por primera vez. La verdad, es que me gustó mucho, aunque ella no esté tan buena como tú.

- Hemos ido quedando algunas veces más, hasta que se ha echado un noviete. Ahora dice que no puede hacerlo más conmigo. ¡Será tonta!. Me explica que su novio no le da ni la mitad del placer que yo le proporcionaba, que no le come la pepitilla, ni la encula… pero no quiere seguir. ¡Algunas mujeres son raras a parir!. Suerte que vosotros no sois así.

Anabel no le dejó seguir hablando. Le tomó de la mano y lo acercó, hasta que sus labios se tocaron.

- ¡Bésame!. Ponme caliente otra vez. Más de lo que lo ha hecho tu padre. ¡Seguro que sabes cómo!.

- Ramiro, no quiero que deje de tocarme mientras se quita la ropa. Ayúdame a desnudarlo.

Su padre sólo necesitó esos breves segundos para comprender que su familia estaba hecha de otra pasta y que no podía evitar el destino. Convencido de ello, decidió unirse a la fiesta. Le desabrochó los pantalones y se los bajó.

Siguió con el niki y los mocasines. Se quedó sorprendido al ver que no llevaba calzoncillos debajo del jean. No le iba a decir nada, pero se al final le pudo la curiosidad:

- Pablo, no llevas gayumbos. ¿Siempre vas así?.

- Sólo desde un tiempo acá. Hace tres o cuatro meses hice una apuesta con Diana. El que la perdiese, tenía que invitar a un amigo o amiga y hacerse una paja delante del otro y del invitado. La apuesta era una chiquillada: quien aguantaba más días sin ponerse bragas o calzoncillos.

- Ganó Diana. El profe de gimnasia vio como me ponía los pantalones a pelo y me exigió que no lo volviese a hacer nunca más. A la segunda que me pilló, me dijo que el siguiente día lo comprobaría en persona y si no llevaba, me suspendería y hablaría con vosotros. Así que… perdí.

- Invité a Clarita. Pensaba que quería algo conmigo y podía ir preparando el terreno. Me pegué un pajote de órdago delante de ellas. Clarita acabó con los carrillos como un tomate. No sabía ni dónde mirar, pero mi hermana sí. No quitó ojo de mi tranca y a medio trabajo, se subió la falda, se bajó las bragas, se sentó en el sofá del salón rojo y se cascó un dedo a todo meter. ¡Hasta se corrió antes que yo!.

- Cuando Diana estuvo medio desnuda, me di cuenta de mi error. Clarita seguía igual de roja, pero ya sabía dónde mirar: no apartaba su mirada del coño de tu hija.

- Después de la experiencia, le he cogido el gusto a ir suelto y los días que no tengo clase de gimnasia, ya no uso. Creo que a Diana también le ha gustado el experimento. A veces, al verme llegar a casa, si no tiene la regla y lleva falda, se la levanta y siempre me enseña el chochete.

- ¡Ahora entiendo porqué encuentro tan pocas bragas suyas en el cesto de la ropa sucia!. Venga, no os enrolléis mas. ¡Al tajo!. Ramiro pónsela a punto. Tengo el coño chorreando tu leche y ha de aprovecharlo. Le va entrar mejor y a mí me pone tenerlo lleno con la lefa de mis dos hombres.

Su padre le tomó la verga con su mano derecha y se la pajeó suavemente. Cuando la tuvo morcillona, se puso en cuclillas delante suyo y se la introdujo glotonamente en la boca. Le cupo, aunque ya tenía un tamaño más que respetable. Le dio una deliciosa chupada y cuando se percató de que estaba rígida, en su máximo esplendor, la acompañó de vuelta al útero materno y empezó la fiesta.

- ¡Joder mamá, que bien follas!. Me tienes que enseñar todos los trucos para exprimir el coño a una mujer hasta dejárselo seco.

- Tienes que aprender a coordinar tus acciones en el cuerpo de tu pareja. Aparte de una buena polla, tienes manos, boca, lengua, brazos, pecho… Me la estás metiendo y me da mucho gusto, pero todavía podría darme más si a la vez, me acariciases la pepitilla con la mano o me restregases las tetas con un masaje suave de tu pecho o si tu lengua no estuviese tan ociosa.

- Ramiro, ¡tenemos mucho que enseñar a nuestros hijos!.

A los pocos minutos, Anabel apartó suavemente a su hijo, haciendo que su miembro abandonase la vaina que tanto placer le daba.

- Mamá, coño, no me la saques, que no he acabado. ¡No me irás a dejar así!.

- ¡Ssshhhtttt!. Vamos a cambiar de posición. En la variedad está el gusto y además, mira a tu padre. No ves que el pobre tiene una empalmada de tres pares de narices y se la tenemos que hacer bajar.

Tomó los cojines de los bancos que tenían a lado y lado de la mesa de la cocina. Los extendió en el suelo y dio instrucciones precisas a sus hombres:

- Venga, Pablo, estírate de espaldas sobre los cojines. Yo misma te la meteré en el chichi y así dejamos mi culo al alcance de tu padre. Ese número gusta mucho al público y si la chica es experimentada y ardiente, como yo, además nos provoca unos orgasmos brutales.

Mientras se acoplaban de nuevo, Ramiro aprovechó para ir al armario de su habitación, donde guardaban los juguetes sexuales, ungüentos, lubricantes,… comprados en sus giras por el extranjero. Tomó un lubricante de base acuosa americano, según les dijeron en Ámsterdam, muy popular entre los marines y una caja de condones y volvió a la faena. Al llegar, su hijo la estaba hincando sin concesiones en el coño de su madre, con esa energía que sólo puede ponerle un adolescente.

- Hijo, ¡no hace falta que la serruches de este modo!. ¡No te vas a acabar las ganas de follar de tu madre!. Poco a poco se llega más lejos. Para un momento, que le unto bien el culo y mi cipote.

- Ves, para encular a alguien, si no se ha preparado con un buen lavado rectal, como lo hacemos en nuestros espectáculos, hay que usar siempre condón, no sea que cojas algo malo con los excrementos que siempre quedan. Aunque sea el de una diosa, como ella, por ahí, también caga mierda.

Después de tan sabios consejos, enculó a su mujer de una sola tacada, despacito, pero sin parar, hasta que tuvo los huevos golpeando el perineo de su querida esposa. Solo un recto bien preparado y por el que hayan transitado muchas vergas, puede admitir ese trato sin sufrir daños.

- Hijo, cuando yo la saque, tú se la metes. En cuanto nos coordinemos, muérdele los pezones. Tu madre los tiene sensibles y si sabes darle lo que necesita, es capaz de correrse sólo acariciándole las tetas. Ya lo irás descubriendo.

Se pusieron a la faena. Los dos hombres de la familia estaban gozando como pocas veces, mezclando el placer sexual con esa tensión psicológica que se genera al transgredir las normas y más, cuando se involucran fuertes sentimientos afectivos.

Lo de Anabel, era de otro mundo. A los pocos minutos, le había crecido un rio de flujo muslos abajo. Empujaba el culo contra el pollón de su marido mientras le llevaba una teta a la boca de su hijo, ocupado en no perder la coordinación de las arremetidas de su verga, hasta conseguir diana en el fondo del coño de su mamá.

Ramiro, aprovechaba los gemidos orgásmicos de su esposa para pellizcar los pezoncillos de su hijo. Esto le ponía a mil y le distraía de la permanente necesidad de soltar su corrida. Lo combinaba con intensas caricias en los huevos y la zona perineal de Pablo. Quería enseñarle el increíble placer que se obtiene con un buen masaje prostático, pero… todo a su tiempo.

Anabel ya llevaba unos buenos minutos apalancada en el clímax de un orgasmo continuado. No parecía que le llegase la resolución. Estaba inmersa en una de las mejores experiencias sexuales de su vida. En medio de un placentero estertor, levantó la cabeza y…

- Diana, ¡qué haces aquí!. ¿Qué hora es?. ¿Cuánto tiempo llevas viéndonos follar?.

Lo que estaba viendo, era a su niña pequeña, con la falda arremangada, las bragas en un tobillo y una mirada libidinosa como no había visto a otra mujer. Miraba directamente al retal de carne que enmarcaba el coño y el culo de su madre, viendo como ambas oquedades eran penetradas a todo meter por las pollas de su padre y su hermano.

Sin apartar la mirada en momento alguno, se destrozaba el clítoris, refregándoselo duramente con la palma de la mano derecha, mientras con la izquierda, torturaba sus pechos por encima de la blusa.

Al percatarse de la situación, el terceto cesó las acometidas, pero cuando iban a desengancharse del brutal acoplamiento, oyeron un grito desgarrador que les hizo desistir:

- ¡Noooooo, ni se os ocurra parar!. A ver si solo podéis disfrutar vosotros. ¡Y yo qué!. ¡Estoy a punto de lograr la mejor corrida de mi vida y no me vais a dejar a medias!.

- Papá, quiero ver cómo le partes el culo a mamá. Pablo, has de llenar el coño de mamá con tanta leche como me echaste el otro día en las tetas. ¡Dadle fuerte hasta que me haya corrido!.

Con esta actitud tan positiva, no podían hacer otra cosa que dejar las palabras para más tarde y continuar copulando. Los cuatro parecían estar bajo los efectos de algún alucinógeno. Y es que lo estaban: cuando con el placer sexual se consigue que la mente se instale en un estadio de sobrexcitación continuada, la meseta del placer se puede llegar a transformar en un clímax tántrico.

Uno tras otro fueron cayendo. Ellos arrojaron su blanca carga en el cuerpo de Anabel. Ellas aprovecharon los últimos retazos de unos orgasmos largos, intensos y muy densos. Diana, en un seguido de brutales brotes de placer a ráfagas, casi sin solución de continuidad. Su madre, con un largo orgasmo, en el que todo era una cresta en la que costaba encontrar un repecho. Vio con orgullo como su hija ya era precozmente multiorgásmica, como ella, aunque sólo llegó a experimentarlo cuando ya tenía unos años más.

Los tres folladores, acabaron estirados en el suelo. Diana, desmadejada, apoyada con la espalda en la pared y sin apartar por nada del mundo, su mano de la vulva. Pasados unos minutos, empezaron a recuperarse y llegó el tiempo de las palabras. Ya os podéis imaginar que fue Anabel la que puso el cascabel al gato:

- ¡No podéis esconder que sois hijos nuestros!. Lleváis el sexo en la sangre, como nosotros.

- Ramiro, ya sé que no es muy normal, pero creo que debemos enseñarles a gozar de sus cuerpos de la mejor forma posible. Llevan el gusano en el cuerpo y si no lo hacemos en casa, igualmente van a darse al primero que les abra la bragueta. Aquí no es como en nuestros tiempos en el pueblo. ¡Vete a saber cómo pueden acabar!.

Diana se había recuperado, al menos lo suficiente para decirles lo que pensaba:

- Mamá, papá, quiero ser una estrella del porno, como vosotros. Cuando veo una película vuestra, me corro como una cerda preñada. Siempre. ¡Quiero aprender a hacer disfrutar a la gente con mi sexo y que ese placer también se me meta en el cuerpo!. Quiero que seáis mis maestros.

Pablo era un hombre y además, de pocas palabras. Fue al grano:

- Diana y yo, ya lo habíamos hablado. Yo quiero lo mismo. ¡Ah! Y que me deje follarla. Todavía no me ha permitido meterle ni la puntita del capullo.

Sus padres quedaron estupefactos con sus palabras. Les pidieron que les dejasen unos días para pensar y hablarlo entre ellos. El sábado siguiente, al regresar de Budapest, donde les habían contratado como plato fuerte en la inauguración del Palace Lounge & Club, les comunicarían su decisión.

En aquellos momentos, ese local nacía como el más prestigioso club erótico y de alterne de Hungría. El éxito les llevó, hace ahora casi tres años, a trasladarse de un entrañable local en Buda, al centro de Pest, actualizando el nombre a un ecléctico “Club P2” y convirtiéndose en una atracción turística más, para despedidas de soltero, fiestas de graduación y otras cosas igual de desaboridas. Eso sí, ganan dinero a espuertas y les sirve de plataforma para dar la alternativa a muchas chicas en la potente industria del porno húngara.

Aprovecharon la mañana que les quedaba libre, antes de la actuación de la noche, para visitar la ciudad. En esa época, estaba bastante descuidada y sucia, pero no por eso dejaba de ser una ciudad preciosa, con muchos alicientes y sobre todo, con gente afable, culta y abierta. Mientras cruzaban el Danubio por el Puente de las Cadenas, hablaban de lo vivido un par de días atrás en su casa y de las intenciones de sus hijos.

- Joder, Ramiro, tu a los catorce años ya te habías cepillado a Pilar y ahora te escandalizas porque Pablito la quiera meter en caliente. ¡Si con ella te llevabas la misma diferencia de edad que Pablo conmigo!.

- Ya, pero ¡no era mi madre!.

- Pppsssiii,… es vedad, pero a esa edad, un coño es un coño y el mío, ¡está buenísimo y muy bien entrenado!. Ja, ja, ja… Además, te he de decir que Pablo a mí, me pone. A su edad, ya tiene un pollón precioso y ¡cómo se le levanta!. Acababa de dejarme el chocho anegado y a los veinte segundos, la volvía a tener tan dura como el juguetito ese que me regalaste. Que sea mi hijo, no sé… no solo me da más morbo, es que además me crea un vínculo muy especial.

- Coño, Anabel, ¡eres más retorcida que el tronco de un olivo!. Que te excita follar con tu hijo, no hace falta que me lo cuentes. Anteayer te corriste como yo nunca lo había visto y, ¡mira que no llevamos pocos polvos tu y yo!. Pero… y Pablo, ¿no crees que le podría traumatizar o afectar de alguna manera?. Es muy joven.

- Afectar sí. Pero estoy seguro que para bien. Si entre los dos le enseñamos a disfrutar a tope del sexo, seguro que nos lo agradecerá siempre. Además, le veo ganas de despuntar en el negocio erótico y planta y estirpe, no le faltan. Nadie mejor que nosotros para enseñarle todos los trucos que tanto nos ha costado aprender. Yo estoy orgullosa de lo que hacemos y encima, lo disfruto, no como esas que han de fingir los orgasmos. ¡Somos los mejores! y nada me haría sentir más orgullosa que nuestros hijos nos superasen.

- ¡Y tú qué!. No me digas que no estás deseando desvirgar a tu hija. Está en los albores de la adolescencia, pero ya es toda una mujer y tiene tantas ganas de follar que si no la estrenas tú, va a tardar cuatro días en pedírselo al primero que encuentre en la esquina. ¡A esta, en cuanto empiece, no va a haber quien la pare!.

- Le pasa como a mí, cuando a mis amigas les salían los primeros pelos en el coño y los pezones empezaban a ser algo más que un guisante, yo tenía más tetas que cualquiera de nuestras hermanas mayores y ya mojaba las bragas. Se la tenía que menear a los chicos mayores, porque los de mi edad o un par de años más, se acojonaban y ni se atrevían a meterme mano, aunque se lo pidiese.

Sentados en los jardines del Halászbástya o Bastión de los Pescadores, la espectacular terraza situada en los jardines del antiguo palacio real de Budapest, justo bajo la fantástica iglesia de San Matías, siguieron intercambiando sus puntos de vista, sin dejar de admirar los meandros que formaba el rio a sus pies.

Al final, llegaron a una juiciosa, aunque poco convencional, conclusión:

Si ellos siempre habían sido felices disfrutando del sexo desde muy temprana edad y sus hijos les habían salido con las mismas necesidades, ¡que le iban a hacer!. Les ayudarían y actuarían de mentores, como había hecho con ellos Pilar, aunque, ciertamente, no fuese lo mismo.

Eran sus hijos, cierto, pero estaban tan orgullosos de su profesión, que no veían el porque no tenían que ayudarles a convertirse en los mejores actores de las nuevas performances para adultos.

Si una pareja de médicos o abogados que creen en su trabajo, se enorgullece de que sus hijos sigan sus pasos e incluso lleguen a superarlos en su ejercicio, ¿porqué la mejor pareja porno de Europa no ha de sentirse orgullosa de que sus hijos quieran ser todavía mejor que ellos en el desempeño de la profesión que tanto les había dado?.

Como eran siempre totalmente sinceros entre ellos dos, ambos tuvieron que admitir además que llegar a compartir el sexo los cuatro les excitaba hasta un punto al que nunca habían pensado que pudiesen aspirar.

Al acabar estas reflexiones, se dieron cuenta que tenían a cinco o seis personas alrededor, unas acariciándose disimuladamente sus genitales, otras sonriendo, otras… Estaban tan metidos en sus cábalas, que al poner imágenes a lo placentero que podía ser el futuro inmediato con sus hijos, su líbido, descontrolada, les había gastado una mala pasada:

Anabel, en un acto reflejo, había sacado el vergón de su marido de los pantalones, sin que él ni tan sólo lo percibiese y se lo estaba acariciando de abajo arriba y de arriba abajo. Ramiro, le había apartado la falda y tenía una mano dentro de las bragas de su mujer. La otra pasando por encima del hombro, llegaba hasta su teta izquierda, expuesta a quien la quisiese mirar.

Al percatarse de lo que estaban haciendo, sacaron rápidamente sus manos de los genitales de su pareja, se arreglaron las ropas, pidieron disculpas por mostrar su entusiasmo fuera de lugar y desaparecieron camino a una conocida heladería de la cercana calle Szentháromság.

La excitación que les provocó el decidir aceptar las peticiones de sus hijos, no les bajó durante la tarde, ni durante la noche, de hecho, no se relajaron hasta que volvieron a su casa, les contaron a Pablo y Diana su decisión y empezaron a llevarla a la práctica.

En ese estado, su actuación en el show de la noche, fue más allá de cualquier expectativa que pudiese tener el público y, por supuesto, la propiedad del club. Algunos de los que tuvieron la suerte de asistir a la inauguración, muchos años después todavía la recuerdan y siguen sin saber si quien les comió la polla, era un hombre o una mujer o de quien eran los dedos con los que logró el mejor orgasmo de su vida… Lo que ocurrió en el escenario, subyugó hasta tal punto a los espectadores que volaron sin alas y sin necesidad de polvo blanco alguno, inhibiéndose ante cualquier otra cosa que sucediese a su alrededor.

A la mañana siguiente, a pesar de la generosa oferta del propietario del club para que se quedasen al menos un mes, siguieron con los planes previstos y tomaron el avión. Vía Frankfurt, llegaron a casa pasado el mediodía.

Esa noche, sus hijos les asediaron a preguntas y les pidieron, o más bien exigieron, que les comunicasen su decisión. Fue Ramiro, como cabeza de familia, el que les informó:

- Hijos, lo que nos pedisteis, no es algo usual, ni tan solo aceptable para la gran mayoría de padres.

Al ver como se entristecían los ojos de ambos, se rió y continuó:

- Pero tanto vuestra madre como yo, no somos unos padres normales y por lo que vamos viendo, vosotros tampoco sois como la mayoría de hijos. Parece que el sexo, para nuestra familia, es algo que nos hace diferentes y nos marca de por vida.

- En resumen: aceptamos, pero con condiciones. El próximo fin de semana, aprovechando el puente y el buen tiempo que está haciendo, nos iremos los cuatro a una playa del sur de Francia muy especial. Allí hablaremos de todo y pactaremos como actuar. Buenas noches.

Empezó a subir la escalera pensativo. Paró, se giró y mirando a su hijo, le dijo:

- ¡Pablo!, ni se te ocurra desvirgar a tu hermana mientras tanto. Podéis hacer muchas cosas juntos para daros placer, pero la primera polla que va a probar Diana, va a ser la mía.

- No te preocupes, papá. No es que no quiera, pero ella sólo piensa en que seas tú el que la estrene, ya lo sabes. Pero, ¿con mamá sí que puedo follar, verdad?. Desde que lo hicimos el otro día, me la machaco varias veces al día pensando en ella.

- SI ella quiere, por mí…

Anabel, nada dijo. Sólo les sonrió con socarronería…

Como os debéis imaginar, ese fin de semana largo lo pasaron en Antibes, disfrutando de las playas de Cap d’Adge y de sus laxas costumbres.

Le pidieron a Pilar si quería acompañarlos. Juiciosamente, les argumentó que tenían que aprovechar la ocasión para hablar de todo y a fondo, en la intimidad familiar. La decisión que tenían que tomar, era de órdago. Ella daba por hecho como acabaría la escapada y le costó renunciar a unos días de sexo y placer más allá de cualquier convencionalismo, pero tenía claro que era lo mejor para ellos y les amaba demasiado como para no respetarlo.

Aunque descubrieron muchas cosas nuevas esos días, no pasó nada que no os sea fácil de imaginar. Pablo y su madre, follaron por los descosidos. Ramiro se les unió una noche y una mañana. Al despertarse, se encontró a su hijo en su cama y… la cosa vino rodada. Descubrió que su hijo era un salido, al que le daba prácticamente lo mismo gozar con una mujer o con un hombre. A pesar de ello, su principal foco de atención, como no podía ser de otra manera, fue Diana.

No la penetró. De común acuerdo, eso lo dejaban para cuando acabase el curso. Pablo se quedaría solo y ellos tres se irían unos días a la casa que tenían en Menorca. Allí Ramiro consumaría la desfloración de su hija, con la colaboración de su mujer. Lo que sí hizo fue enseñar a su querida Diana los muchos recursos con que cuenta el cuerpo humano para dar placer a una mujer ávida de recibirlo. A ello dedicó los dos primeros días.

Durante la tarde del segundo día, se les unió Anabel. Ramiro estaba inmerso en cuerpo y alma en comerse el coñito de su hija. Cuando ella vio como se acercaba su madre, le dijo, haciendo vibrar obscenamente su lengua:

- Preciosa, ya estabas tardando.

Tanto la madre como la hija descubrieron lo que era ser bisexual en cuanto pusieron un pie en la adolescencia. Las dos piensan lo mismo: ¡Hay que disfrutar de todo lo bueno y no sólo de la mitad!.

Anabel y Diana se enzarzaron en un feroz combate. Vulva contra vulva, labios, manos, dedos, tetas, todo valía para acariciar el cuerpo de la otra. Acabaron la batalla entre gritos y espasmos de placer, mientras Ramiro se cascaba relajadamente una paja viéndolas gozar, sentado en el sillón orejero que había en la habitación.

Al final, no pudo llegar a soltar su lechada entre los dedos. Pablo oyó los gritos y gemidos de las dos mujeres y fue a ver qué pasaba. Al doblar el quicio de la puerta, sonrió y sin decir palabra, se arrodilló ante el sillón de su padre, le apartó la mano de su verga y tomándola con la suya, la engulló y jugó con ella entre sus labios hasta conseguir tragarse toda la lefa que soltó cuando le llegó el cénit del placer.

Las dos chicas, mirando la mamada de Pablo a su padre, volvieron a excitarse. Entonces, Anabel quiso enseñarle alguna cosa nueva a su hija:

- Ven, cariño mío. Te voy a enseñar que algunas mujeres, cuando llegamos al culmen del placer, también podemos eyacular. Somos capaces de soltar más cantidad de fluidos que ellos y con más fuerza. Solo hay que saber qué puntos acariciar en el momento en que nos viene el orgasmo y ser muy ardiente. Nosotras lo somos. Estírate boca arriba y abre bien los muslos.

Diana es una hija obediente y se situó como le indicó su madre. Con dos dedos de una mano Anabel inició unas profundas caricias en el interior de su vagina, frotando la parte superior, justo debajo del pubis. Con la otra mano, para intensificar el efecto, masajeaba con pasadas circulares su pubis y con el pulgar acariciaba sutilmente su clítoris.

Como había supuesto su madre, Diana tenía una líbido tan intensa como ella. A los pocos minutos, aparecieron los primeros síntomas de un orgasmo brutal. Intensificó la cadencia y la presión de los pases y en pocos segundos, brotó un chorro de flujo del coño de su hija. Menos viscoso y más transparente que el suyo, lo expulsó con igual o más fuerza. Fue apoteósico.

La primera eyaculación de Diana dejó a los dos hombres anonadados, y a ella misma… también. ¡Nunca pensó que pudiese hacer eso!. El placer que obtuvo, la dejó desencajada, sin fuerzas, ni para mantenerse recostada. Su madre, intentó no desperdiciar ni una gota del preciado elixir. Al chupar el coño de su hija, degustando todo lo que salía de esa bella oquedad, se volvió a correr sin ni siquiera tocarse.

No por follar como conejos, dejaron de disfrutar de los bellos paisajes y playas de ese entorno. Sus hijos, descubrieron el placer de bañarse y tomar el sol en pelotas. La sensación de estar estirados en la playa dorándose las tetas y los genitales junto al resto de bañistas, sin que nadie les prestase más atención de la que ellos les dispensaban. ¡Era una gozada disfrutar de esa libertad y del contacto directo con los elementos!.

Al volver a su Madrid, empezó una nueva etapa en la vida familiar. Anabel y Ramiro estudiaron la mejor forma de enseñarles el arte de excitar al público con sus cuerpos, a través del sexo. Todo ello, sin descuidar sus estudios. Querían que cuando tuviesen que decidir su futuro profesional, pudiesen hacerlo valorando las diferentes alternativas. No como ellos, que solamente sabían hacer una cosa excepcionalmente bien: ¡Follar!.

Anabel enseñó a su hija el difícil arte de desnudarse en público, excitando al máximo a hombres y mujeres, pero sin perder nunca la elegancia y el buen gusto. Diana demostró ser una alumna aventajada. A las pocas semanas se desnudaba ya mejor que su madre.

Un día, vino Pilar y quiso mostrarle lo que había aprendido. Hizo pasar a su padre y su hermano y empezó el show. Perdía la ropa entre pases de baile, de una forma tan lúbrica que Pilar y los dos hombre acabaron en un trío imparable y su madre, rascándose el coño con el canto de una silla y aplaudiéndola sin descanso.

Estaba tan orgullosa de lo bien que se desnudaba su hija, que cuando Anabel se reunió el día siguiente con el director del banco con que trabajaban, se lo explicó con todo detalle:

- Don Eduardo, tendría que ver lo bien que se desnuda ya nuestra Diana. Sólo le he dado un par de semanas de clases y ya lo hace mejor que cualquier profesional con años de experiencia en el escenario. ¡Ha nacido para esto!. Porque no viene una tarde a casa con su mujer y se lo enseña. Le va a encantar, se lo aseguro.

El director era una persona muy conservadora y su esposa, más. Copulaban poco y mal, pero claro, eso sólo hacía falta para engendrar a sus hijos y darse alguna alegría de tanto en tanto. Para sus vicios, ya estaban las putas. ¡Cómo iba a llevar a su mujer a ver un striptis o vaya a saber qué, todavía peor!.

Sabía a qué se dedicaban Anabel y su esposo. De hecho, viendo lo abultado de sus ingresos, les llamó para decirles que el banco les había obsequiado con una televisión último modelo y un viaje, por su fidelidad. Entonces se lo contaron con todo detalle. Incluso le dieron dos invitaciones VIP para que un día pasase con su esposa a ver su show. Si se escandalizó, se lo calló. Eran sus mejores clientes y ya se sabe… el dinero, no entiende de moral.

Cuando traspasaron la mayoría de edad, tanto Diana como Pablo podían pasar por actores porno consumados. Sabían sacar el vicio más oculto del cuerpo y las mentes de cualquier espectador, ya fuese en directo o viéndoles en una grabación. Además, disfrutaban haciéndolo. Como sus padres, el sexo era la fuente de la que tenían que beber a diario para que su vida tuviera sentido.

Sus padres, vieron con orgullo como Diana hizo de su vocación su profesión. Se hizo llamar “Sophie Backy”. El apellido venía a cuento, porque era una entusiasta del sexo anal. No tenía límites para darle uso a su culo y siempre se corría cuando filmaba una de esas escenas. Llegó a ser una de las estrellas más deslumbrantes del cine para adultos americano y cuando se retiró, montó una productora que aún hoy brilla entre las más importantes de la industria.

Pablo sólo quería follar con sus padres para gozar de buen sexo y aprender todo lo que pudiese del arte de dar placer a las mujeres y… también a los hombres, ¡porqué no!. Durante los años de universidad, hizo shows privados en vivo, sólo para clientes muy seleccionados y que estuviesen dispuestos a pagar su alto caché.

Algunas veces, compartía el escenario con su hermana. Era cuando más lo disfrutaba, tanto él como el público, ya que la perversión y la gran compenetración de que hacían gala, eran la mejor garantía del éxito. El boca a boca y lo satisfechos que siempre acababan sus clientes, fueron su mejor tarjeta de visita. Siempre tenía más trabajo del que quería aceptar.

Al acabar la carrera, fue dejando ese modo de vida y con el dinero que había ganado, montó una franquicia de comida japonesa para Europa y Latinoamérica. Ya hacía unos años que tenía una novia japonesa y una cosa llevó a la otra.

Emiko, tan bella como su nombre indicaba, era además tan ardiente como Pablo. Como él, no entendía una vida sin sexo y si no se hacían daño, no encontraba límite alguno en disfrutar de su cuerpo de todas las formas posibles.

Su novia, sabía a qué se dedicaban sus padres y su hermana. De hecho, habían follado muchas veces viendo películas suyas. Además a Emiko, le excitaba mucho saber que los cuatro compartían sus cuerpos sin reservas, aunque en los últimos tiempos fuese sólo ocasionalmente.

Le contó que siempre había deseado que la desflorase su padre y nunca se atrevió a pedírselo. Cuando él le dijo que su futuro suegro fue el primero para Diana, se calentó de tal forma que Pablo y ella tuvieron que levantarse de la mesa del restaurante donde estaban cenando y encerrarse en el lavabo de minusválidos para que él la follase hasta la extenuación y pudiese relajarse. A pesar de que se corrió un montón de veces con el magnífico trabajo de su novio, no lo consiguió.

El día que se la presentó a su familia, fue memorable. Se saludaron, cambiaron impresiones, cenaron y al acabar, Diana, la más desvergonzada de todos ellos, preguntó a Emiko:

- Querida, ¿Qué te ha contado mi hermano de nosotros?.

- Diana, creo que sé todo lo que tengo que saber y… lo que sé… me gusta. Estoy muy enamorada de Pablo, pero creo que todavía lo estaré mas cuando me haya integrado completamente en vuestra familia.

- Si os parece, podemos empezar la “integración” ahora mismo. ¿Cómo lo ves, cariño?.

Pablo no respondió con palabras. Bajó la cremallera del elegante vestido de cóctel de su novia y apareció su cuerpo sin otra ropa que entorpeciese su contemplación. Realmente era una belleza. Diferente, pero perdidamente sensual.

A partir de ese momento, se precipitaron los acontecimientos. Sus padres, se quitaron la ropa a trompicones, sin hacer gala de su experiencia en las artes que tan bien dominaban. Diana y él se entregaron a una batalla desaforada para ver quien acababa antes de desnudar al otro. Cuando todos hubieron perdido sus ropas y la vergüenza, si es que alguna vez tuvieron…, saltó Emiko:

- Como soy la nueva, me gustaría elegir. Quiero follar con tus padres. Sé que hace tiempo que no compartes un buen polvo con tu hermana y lo estás deseando. ¡Quiero ver que sabe hacer contigo la más viciosa de las actrices porno!. Luego cambiaremos de parejas.

Follaron a destajo, como buenos sibaritas del sexo que eran. Cuando Pablo sacó la polla rezumando esperma del culo de su hermana, gozó del cariño de su madre. Ella se esforzó en darle lo mejor de sí misma, como sólo puede hacer una madre, pero a pesar de ello, después de correrse en el coño materno, miró a su padre con una sonrisa llena de vicio y no tuvo otro remedio que decirle:

- Joder papá, ¡tu hija ya me folla mejor que mamá!.