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Coño, mamá: ¡Tienes un polvo que te cagas!

en Amor filial

Después de pasarme dos años en Canadá completando un duro postdoctorado en la École Polythecnique de Montréal, una de las universidades americanas más prestigiosas en las disciplinas de ingeniería, me sentía feliz: ¡Por fin volvía a casa!.

Un compañero de departamento, acababa de dejarme en el Pierre Elliott Trudeau, el aeropuerto internacional de la ciudad. Suerte que me acompañó en su bien preparado 4x4, de lo contrario, no hubiese podido llegar. Ya estaba nevando con fuerza y se anunciaba la tormenta más virulenta de las últimas décadas en la costa este norteamericana. Se despidió y rápidamente volvió hacia su casa. Estaban cerrando las carreteras y los mensajes de la montada, pasaban de recomendar no circular, a prohibirlo.

Tenía previsto llegar a Madrid un sábado de finales de febrero a media mañana, pero al hacer el check-in en los mostradores de embarque, me comunicaron que estaban a punto de cerrar el aeropuerto y que el JFK, en el que tenía que hacer transbordo, hacía más de cuatro horas que estaba inoperativo. La previsión era que los primeros vuelos, despegarían con entre cuatro días y una semana de retraso. Para más inri, lamentaban no poderme ofrecer de momento ni alternativas ni alojamiento, puesto que acababan de prohibir la circulación rodada. ¡Ya me veía durmiendo sobre las baldosas de la sala de espera una semana!.

Llamé a mis padres para explicarles lo que ocurría y quedé en contactar de nuevo con ellos en cuanto tuviese confirmado el vuelo de regreso a Madrid. La situación parecía realmente grave.

Había claudicado, cuando escuché a mis espaldas:

- ¿Carlota, eres tú?

Me giré y me encontré cara a cara con un chico. Me era conocido, aunque no conseguía ubicarlo. Lo repasé de arriba abajo y no me perdoné el haberme olvidado de un tío que estaba tan bueno como ese. Se debió dar cuenta de mi cara de desconcierto, porque entre risas, me dijo:

- Seguro que no te acuerdas de mí, pero yo tengo bien grabada a la chica más guapa y simpática del instituto. Soy Luís, Luís de las Matas.

- ¡Joder Luís, mira que no reconocerte a la primera!. Tres años juntos y tantos buenos ratos compartidos… Claro que no esperaba verte en el culo del mundo y tan cambiado. Además estoy hiperestresada. Vuelvo a Madrid después de pasar dos años aquí y me encuentro tirada en el aeropuerto para largo. Me has de perdonar.

Le tomé la cara entre mis manos y le estampé dos fuertes besos.

- Huuuyyy, Luís. Menuda alegría verte. Creo que podremos contarnos las vidas con calma, porque tenemos muuucho tiempo por delante.

- No sé, no sé. A lo mejor, puedo encontrar una solución a tu problema. Me acaba de llamar Zoey, una compañera de trabajo con la que íbamos a ver a un cliente en Houston y me ha dicho que está atrapada por la nieve en su casa y que no puede llegar al aeropuerto. Yo tengo su tarjeta de embarque y nuestro avión es uno de los dos únicos que todavía tienen la salida programada. Vamos al mostrador a ver si pueden hacer algo.

En el mostrador, un empleado encantador, nos dijo que nada podía hacer para cambiar el nombre del pasajero y que además, yo no estaba en lista de espera de ese vuelo,… Entonces descubrí una faceta desconocida de Luís. Sin decir nada más, llamó discretamente a la supervisora y después de medio minuto de conversación y mostrarle una tarjeta, se acercaron los dos corriendo.

La jefa, le tomó el terminal a su empleado, me pidió mis billetes y se puso a teclear con una mano y a llamar por teléfono con la otra. A los dos minutos, me dijo que podía embarcar en el vuelo de Luís y que había cambiado mi enlace original New York–Madrid por otro Houston-Miami-Madrid, ya que esos aeropuertos no estaban afectados por el temporal. Me solucionó la vida y encima, ¡se disculpo conmigo por no haberme podido encontrar una solución más corta y con menos escalas y no poderme embarcar las maletas!.

- Vayan corriendo al control de seguridad. Un transporte interno de nuestra compañía les espera allí para llevarles directamente al avión. El vuelo ya está cerrado y despega en menos de diez minutos. Va a ser el último que salga.

- Le entregaremos las maletas en su dirección de Madrid en cuanto se desbloquee la situación. Ya le avisaremos. En Houston, pida por el supervisor de sala VIP de nuestra compañía y le facilitará material de aseo y vales para comprar lo necesario en las tiendas del aeropuerto y pernoctar. Gracias por su comprensión.

Alucinada, tomé la mano de Luís y le estiré para ir corriendo hacia el control de seguridad.

Al entregar las tarjetas de embarque al policía, las miré por primera vez y pude darme cuenta que mi asiento en las últimas filas de turista, se había convertido en uno “business”. Impresionada, revisé las del resto de tramos. Vi lo mismo en la del vuelo a Miami y en la del que cruzaba el charco, ¡ponía “First”!.

- Ya me contarás como lo haces, porque a mí nunca me han tratado así…

Él me miró a los ojos y me sonrió con cara de pillo.

Nos llevaron a toda prisa en una van a pie de escalerilla del avión. La sobrecargo nos esperaba en la propia puerta, con cara preocupada y casi gritando: "c’mon, c’mon, faster, please". Estirándonos de los brazos una azafata, traspasamos la puerta. Mientras, la propia sobrecargo ya estaba cerrándola y los auxiliares de tierra, llevándose la escalerilla. Antes de que pudiésemos sentarnos, el Boeing 787, rodaba por la pista.

Nos quitamos los abrigos y chaquetas como pudimos, la azafata embutió nuestro equipaje de mano en el compartimiento superior y nos sentamos en nuestras butacas, las dos de la derecha de la primera fila, abrochándonos los cinturones a toda prisa.

- Menuda experiencia, Luís. Si no fuese por ti, me quedaba en este aeropuerto vete a saber hasta cuándo. ¡Mira como nieva!. Por la ventanilla, se ven pasar los copos como proyectiles. Hemos podido despegar por los pelos.

Durante las casi cinco horas que duraba el vuelo hasta Houston, tuvimos tiempo de ponernos al corriente de nuestras vidas e intercambiar correos y contactos. Cuando apagaron las luces de cabina, elegimos la película más mala del repertorio de nuestras pantallas personales y pedimos que cerrasen las cortinas que independizaban nuestras butacas y no nos molestasen hasta el aterrizaje. La azafata comprendió perfectamente que debíamos estar exhaustos y queríamos dormir tranquilos.

La realidad era otra: yo no quería desaprovechar el tener a mi lado al buenorro de Luís. En el instituto, ya nos gustábamos. Nos habíamos explorado, besándonos y metiéndonos mano en alguna que otra fiesta, pero no habíamos llegado a más. En aquellos tiempos, yo ya no era una santa. Desde los dieciséis, follaba tanto como podía, pero por esas cosas del destino, no me lo monté nunca con él. ¡Una lástima!.

Viéndolo a mi lado… tenía claro que me había quedado con las ganas y como no sabía cuando volveríamos a coincidir, no quería arrepentirme de nuevo. Convertimos las butacas en una cama y nos cubrimos con las amplias mantas que teníamos a nuestra disposición.

- Cariño, me voy a quitar la blusa y la falda. En este avión, hace mucho calor.

- Yo más bien creo que eres tú las que está caliente o más bien cachonda… Anda quítatelo todo, no sea que cojas el sarampión.

- ¿Crees que las azafatas verán bien que nos quedemos en bolas bajo la manta?.

- Yo no se lo voy a preguntar.

Me quité las braguitas y la camisola de seda con la que cubría mi busto, antes de echarme la manta por encima. Así puede enseñarle a Luís que seguía estando tan buena, o más, que en el instituto. El brillo de sus ojos me mostró que lo que vio, le gustó.

Él actuó de igual forma. Me excitó ver que bajo los tejanos, no necesitase otra ropa. Encontré un cacharro de buen tamaño, completamente empalmado. Le ayudé a quitarse el jersey de cachemir con que se cubría el torso y le di un morreo. Vicioso. De amantes con ganas de sexo. Se la cogí y empecé a aplicar un suave vaivén a su prepucio. Entonces, Luís me tomó la teta derecha, para apartarme.

- Para, Carlota. Déjame hacer a mí. Tu relájate y disfruta. Te lo debo, por ser tan idiota de no enrollarme contigo hace años. Luego, seré todo tuyo, para lo que quieras.

Pasamos un par de horas recuperando el tiempo estúpidamente perdido. Durante un buen rato, permanecí estirada bajo la manta, completamente relajada, con los muslos tan separados como permitía la necesaria discreción y el espacio disponible. Luís lo dedicó a acariciarme todo el cuerpo. Primero con sutileza: brazos, muslos, escote, barriguita,… Poco a poco, inició la exploración de las zonas más erógenas.

Cuando me encontró los pezones bien duros y el coño chorreando miel, decidió que era hora de pasar a mayores: Me comió las tetas con gula, mientras me atacaba el chumino con los dedos de ambas manos. Los de una, dedicados a explorar las intimidades de mi vagina y los de otra, a destrozarme el clítoris y sus aledaños sin piedad. Yo, quietecita, gozando del placer con que me recompensaba mi propio cuerpo.

Soy una chica ardiente y no pude resistir mucho sin correrme. Me regaló un orgasmo, largo, largo. Delicado, pero intenso. ¡Qué manos tenía ese chico!. Fue una experiencia sublime, acrecentada por el morbo de las circunstancias. Nunca me había planteado tener sexo en un avión, pero esa sensación añadida del riesgo por lo prohibido, sin duda, incrementó la intensidad de la experiencia.

Luís merecía mi compensación a tanto esfuerzo por su parte y yo, pues…  gozar más todavía. Fui a por todas. Retiré la manta con que se cubría y dejando la mía sobre el asiento, me monté sobre su polla sin contemplaciones. Puse el índice de mi mano cruzando los labios, en clara petición de silencio, tomé su verga con la mano buena y la introduje en mi coño anegado.

Inicié un rítmico sube y baja con las caderas. Suave, sin estridencias, pero dejando resbalar su cipote hasta el fondo de mi vagina en cada acometida. ¡Mmmmmm!. ¡Qué gusto me daba!. Trabajaba como si fuese un motor diesel de gran cilindrada: pocas vueltas, pero un par increíble. Ese trabajo de fondo, nos reportaba una experiencia muy libidinosa, rica y profunda.

Veía en los ojos de Luís el reflejo de una futura corrida brutal y muy placentera.

En pleno preludio del éxtasis, abrí los ojos y miré a mi alrededor. La cortina corrida que rodeaba nuestras butacas y la práctica oscuridad de la cabina, nos aislaba del resto del pasaje y de la tripulación, pero al fijar la vista en la yuxtaposición de las dos mitades de la cortinilla, me di cuenta que quedaba una breve abertura y a través de ella, la persona sentada en el asiento de nuestra izquierda, algo podía ver.

Primero, me alarmé. Después miré también yo por la rendija, para ver quien había y si estaba durmiendo, como sería lo esperable. Lo que vi, primero me dejó traspuesta, pero luego, me excitó todavía más de lo que ya estaba.

En el 1D, se sentaba una señora mayor. No debía tener menos de setenta y muchos años, tal vez incluso los ochenta. Enjoyada con lujosas piezas, vestida con gusto y ropa de la que se adivinaba a la legua su gran calidad. Nos estaba mirando sin recato alguno, con una sonrisa condescendiente en sus labios. Cuando me di cuenta, primero fijé la mirada en sus ojos, después, la bajé, mientras reflexionaba qué debía hacer.

Lo que me encontré, me motivó el follarme a mi chico con más ahínco si cabe. La señora, tenía su mano en el regazo y se restregaba la panocha con una intensidad no disimulada. Cuando vio que la miraba, paso de la sonrisa contenida, a una risa franca y levantó discretamente su manta para enseñarme como se trabajaba con la mano sus carnes, por debajo de las coquetas bragas que llevaba.

Manteniéndome la mirada, agitó la otra mano con un signo que no se prestaba a la confusión: Seguid, seguid, continuad con lo vuestro. Vaya si continué. Tomé las manos de mi acompañante y las deposité sobre mis tetas desnudas. No tuve que decirle nada. Me las amasó con un saber hacer digno del mejor de mis amantes. Me estrujaba los pezones justo hasta ese punto entre el placer sencillo y el inicio del dolor que conlleva gozar de una experiencia compleja, pero sumamente morbosa y gratificante.

Aumenté la cadencia de mis golpes de cadera, apretando los músculos vaginales en cada acometida, para darle a su vástago el mayor placer posible. Quería que se corriese en mi interior y provocarme un nuevo orgasmo a mí misma. Estaba caliente, exultante, con ganas de experimentar sensaciones nuevas y tan placenteras como mi cuerpo fuese capaz de soportar. Por ello, no dudé en dedicar mis dos dedos más hábiles a acariciarme con fuerza los labios internos y el botón del placer que encerraba mi almeja.

No aparté mi mirada de los ojos de la ancianita caliente, ni ella de los míos, hasta que ella, acelerando su buen hacer dactilopráctico sobre su baqueteado sexo, se corrió. Sí, lo hizo, porque lo vi sin ambigüedades: cerró los ojos, el pecho le latió con más fuerza, una ligera sudoración cubrió su sutil maquillaje y sobre todo, su pubis vibró como el parche de un tambor.

La muy cabrona, hizo que no pudiese aguantar más y me corrí como una cerda. Las contracciones de mi vaina, llevaron a que Luís soltase todo lo que acumulaba en sus huevos y me inundó el coño mientras le sobrevenían los más placenteros estertores de un intenso orgasmo.

Los tres permanecimos al menos un par de minutos quietos, relajándonos después de una experiencia tan intensa. Seguía mirando a nuestra vecina con una mirada vacía. No daba para más. Entonces ella se llevó la mano con que se había masturbado a sus labios y nos lanzó un beso volado, cargado de sueños imposibles. Este gesto, marcó el final. Luís y yo nos desacoplamos. Aproveché para rebañar con mis dedos los jugos que guardaba mi chumino, bien mezclados, en dos pasadas. La primera se la di a degustar a Luís, la segunda la paladeé yo misma con gusto.

Me vestí como pude y fui al baño a asearme un poco. Luego fue el turno de Luís. Al volver del lavabo, la señora onanista me tomó de la mano y acercando sus labios a mi oído, me dijo:

- Sois una pareja magnífica. Disfrutad de la vida como lo estáis haciendo. Yo en mi juventud fui una mojigata y luego, no sabes lo mucho que me he arrepentido, aunque desde la muerte de mi marido, ya has visto que me he desinhibido un poco… Sólo se vive una vez y hay que aprovecharlo.

- Vivo en Dallas. Si venís alguna vez por allí, pasad a verme. Rodearme de jóvenes tan espontáneos y liberales como vosotros, hace que también yo me sienta joven, o al menos, no tan vieja, ¡ja, ja, ja!. Toma, mi tarjeta.

Me dio una lujosa tarjeta en la que estaba escrito su nombre, seguido de un “Viuda del Senador…” y el apellido de uno de los más influyentes y conservadores representantes que ha tenido el Senado de los Estados Unidos en los últimos tiempos, muerto hace dos o tres años. ¡Lo que hay que ver!.

Me despedí de ella con un comentario procaz, animándola a continuar disfrutando tanto como pudiese de la vida. Ella me tomó del brazo y me plantó un beso bordeando los labios. La verdad es que me sorprendió el gesto y más viniendo de una americana y encima de Texas, tan reacias a este tipo de expansiones, pero me gustó esa contradictoria intimidad en una persona de su edad.

- Gracias, querida. Soy muy mayor para tocarme como una adolescente y hacía mucho tiempo que no hacía algo así. Os aseguro que me habéis quitado unos años viéndoos disfrutar de esa forma. Seguid así.

Descansamos las dos horas que nos quedaban de viaje y al llegar a Houston, nos despedimos entre cálidos besos y algún que otro arrumaco disimulado. Nos prometimos seguir en contacto y buscar otro momento para disfrutarlo juntos. Unos cuantos meses después, Luís me propuso sin circunloquios, pasar una semana de sexo desenfrenado en el Caribe el próximo otoño, al margen de su mujer y su hijo. Por los buenos tiempos pasados (o por el buen sexo…) acepté, pero eso forma parte de otra historia.

En Houston o Miami podría haber llamado a mis padres para anunciarles la hora de mi llegada, pero no lo hice. No sé si por pereza, por desidia o para contemplar su cara de sorpresa al descubrir lo hábil y lista que era su hija para que a pesar de que en los telediarios informasen que toda la costa este americana estaba completamente bloqueada, ella se las hubiese apañado para llegar a casa con poco más que unas horas de retraso.

Esa decisión, como os contaré a continuación, trajo consecuencias: Descubrí algo que si bien podía intuir, nunca había sido capaz de ver. Mis padres no eran como se mostraban. En especial Paula, mi madre…

Pude comprobar que volar como los privilegiados, es otra cosa. Llegué fresca como una rosa a Madrid: Lujosa bolsa de cabina por cortesía de la aerolínea, con ropa nueva, comprada en Houston y Miami, a cargo del voucher de 1.250 $ para los gastos imprevistos con que me obsequió la compañía aérea por el retraso y un cómodo viaje en la cabina delantera. Lo del “First”, cosa aparte: Comida hecha al momento y a la carta, pijama de seda de regalo, ducha en el avión, cama de verdad, dos personas atendiendo sólo a seis privilegiados,... Para acabar los excesos, al llegar, me encontré un chofer que me comunicó que tenía el vehículo de cortesía que incluía el pasaje de primera clase esperando y me llevó en un Mercedes de los grandes hasta mi casa. Vamos, así cualquiera viaja en avión.

Vivimos en una casa adosada de una de las innumerables urbanizaciones de Pozuelo. No somos  una familia adinerada, pero sí de buen pasar. A pesar de ello, hace unos años, mi padre pudo adquirir la mejor vivienda del complejo. Era la mayor y la más buscada. Sobre todo, por ser la que gozaba de la parcela más amplia y discreta.

Al ser la de la esquina, al final de la línea de casas, colindaba con el bosque y quedaba rodeada por un jardín delimitado por una tupida valla de cipreses en tres de sus costados. Cuando mi madre descubrió la intimidad que ofrecía, no paró hasta que convenció a nuestro padre de que debía encontrar la manera de que fuese nuestra. Entonces no entendí los motivos de su insistencia, aunque ahora… los comparto plenamente.

En el lateral de poniente del jardín, había una piscina y una pérgola adosada, adornada con rosales trepadores. Pequeña, pero más que suficiente para que mi hermano Andrés y yo, pasásemos muy buenos momentos, solos o en los últimos tiempos, en compañía de algún amigo o amiga,  especialmente si era con esos que tenían ciertos derechos a roce.

Juan, mi padre, es una figura relevante del mundo académico y esa notoriedad, le ha proporcionado contactos de primer nivel. Muchos piensan que es la mayor eminencia viva sobre Escolástica y en especial, en Santo Tomás de Aquino. Su último libro, aunque ininteligible para mí y creo que para el 99 % de los mortales, es obra de culto para ese 1 % restante.

Algo debe tener, porque aparte de atesorar distinciones y cargos honoríficos a mansalva, nos ha dicho que este año lo han propuesto para uno de los premios más significados del país. Como es tan formal, sólo nos ha dicho eso, pero yo creo que ya sabe que se lo darán, porque nos ha pedido que nos vayamos preparando para la gala de entrega del premio de ese otoño, que habitualmente se lleva a cabo a mediados de octubre.

Gracias a su aire de sabio despistado y a que ha hecho muchos favores desinteresados, para él nimios, pero importantes para los que se los han pedido, gente influyente le ha ayudado en cosas prácticas de la vida. El haber conseguido la casa a un precio casi irrisorio, fue el resultado de una de esas atenciones: había allanado el camino al hijo del vicepresidente de uno de los bancos del IBEX para que pudiese hacer el doctorado en la cátedra de uno de los más prestigiosos profesores de la Universidad Católica de Lovaina.

Paula, mi madre, es otra cosa: Un torbellino de mujer. Por un lado, culta, práctica y con la cabeza bien amueblada, siempre sublimando una exquisita empatía por todos los poros de su cuerpo. Por otro, una rebelde de los setenta, una mezcla entre una hippie acomodada y una hedonista soñadora.

No puedo seguir sin deciros que es una mujer muy guapa. Bonita de verdad. Ninguno de los amigos y compañeros de mi padre ha entendido nunca cómo una rata de biblioteca como él, consiguió enamorar a la chica más espectacular y deseada de la universidad.

En mi adolescencia, ya me daba cuenta que nuestra madre no era una mujer como la mayoría de las madres de mis amigas. En ese Madrid que ya rozaba el cambio de milenio, las cosas no eran como antes, pero en el entorno encorsetado y bienpensante en que se movía profesionalmente mi padre, ella no cuadraba.

Siempre ha dicho lo que pensaba y ha hecho lo que ha creído correcto y le ha venido en gana, sin atenerse a los convencionalismos de sus teóricos coetáneos. Ha sido y sigue siendo, un curioso espécimen: una liberal recalcitrante para las cosas de la economía y la política, pero próxima a tesis izquierdistas en lo social. Confidente de amigas más conservadoras que la Thatcher y al mismo tiempo, asesora de fundaciones y asociaciones casi marginales. Católica convencida, pero dejando para otros el practicar las cosas del sexo y la mujer como las entiende la Iglesia oficial.

Mi padre, nunca le lleva la contraria. Desde que tengo uso de razón, le he visto aceptar sus “excentricidades” con la deportividad de quien está enamorado hasta las gónadas: mirando a otro lado o encogiendo los hombros con una sonrisa de circunstancias delante de sus colegas.

Para mamá, comentar con sus amigas la buena polla que tiene su marido, las posturas con las que obtiene mejores orgasmos, explicarles con pelos y señales cómo ha conseguido, al fin, que papá no renuncie a metérsela cuando está con la regla, que juguetes ha usado para masturbarse cuando su hombre se marchó al último congreso o…, son cosas que le han salido de dentro desde siempre, con absoluta normalidad y sin distinguir si sus interlocutoras son las activistas contra la modificación de la ley del aborto o las del grupo de la parroquia de acogida a los ex-presos.

Para papá, hablar con sus amigos de sexo o comentar alguna intimidad picante de su vida de pareja, es tabú.

Mamá tampoco ha sido nunca pudorosa. Es de las que jamás se han cortado en ponerse en tetas en la playa o cambiarse de ropa delante de otros. Cuando yo era pequeña, si bien no me causaba problema alguno, lo veía como algo extraño, porque las mamás de mis amiguitas no lo hacían. Al entrar en la adolescencia, tuve que tomar partido. Primero me avergonzaba, pero después, cuando ya tenía doce o trece años, no sólo lo acepté, sino que admiré su manera de entender el cuerpo y su seguridad en sí misma.

El verano en que cumplí los quince, cambió la relación con mis padres. Especialmente con mi madre. Lo pasamos en la isla de Menorca, en una casa alquilada en Sa Mesquida, un pequeño pueblo de veraneantes cerca de la preciosa cala a la que da nombre.

A esa edad, yo ya tenía un cuerpo casi de mujer. Fui precoz en muchas cosas, entre ellas, en hacer el “cambio”, como lo llamaban algunas de las madres de mis amigas. Vamos, que ya me habían crecido buenas tetas y tenía una considerable pelambrera entre las piernas. A los pocos días de saber que iríamos de vacaciones a las playas de Menorca, me percaté de que era hora de tomar ciertas decisiones.

Una tarde que estaba sola en casa, me desnudé y me puse delante del espejo de cuerpo entero que tenía en la puerta del armario de mi habitación. ¡Joder!, viéndome, entendí porque se les caía la baba a los chicos mayores del colegio cuando me miraban. ¡Tenía un cuerpo como el de las chicas de bachillerato y además, estaba buena, muy buena, diría!. De golpe, me di cuenta porqué mis amigas me trataban a veces con cierta distancia. Ellas aún no eran así y algunas, ya intuían que nunca lo serían…

Estuve repasando mi cuerpo desde todos los ángulos, al menos diez largos minutos. Lo que vi, me gustó. Fue entonces cuando decidí que quería ser como mi madre. Al menos en algunas cosas. Me vestí y esperé en mi habitación a que llegara. Sólo faltaban tres días para irnos de vacaciones y tenía que hablar con ella.

Oí la puerta de la calle y corrí a saludarla con dos besotes. Venía sola. Perfecto.

- Mamá, tenemos que hablar.

- ¿Qué te pasa, cariño?.

- Nada, pero como ya soy mayor, pienso que este verano no me va a dar vergüenza tomar el sol y vestirme más como haces tú, vamos, más de mujer que de niña pijilla. Además, ¡quiero lucir escotazo! y con las tetas morenitas, me quedará de vicio.

- ¿Te parece bien?. ¿Papá no va a reñirme, verdad?. A lo mejor al principio, me da un poco de vergüenza que me vea Andrés, pero ya se me pasará. Por eso quería hablar contigo. Quería comprarme un par de braguitas de bikini y algún vestido y tops para la noche.

- ¡Ja, ja, ja…!. Mira por dónde, nuestra Carlota ha crecido.

- Claro que me parece bien. ¡Cómo quieres que encuentre mal algo que yo he hecho toda la vida!. Aunque… creo que la primera vez que dejé las lolas al aire en la playa, al menos tenía veinte o veintiún años. Veo que ahora sois más precoces.

- Mañana, después de comer, resérvate para una tarde de chicas.

Han pasado trece años y todavía me acuerdo como si fuese ayer. Creo que esa tarde tomé conciencia de que ya era mujer. Empezamos yendo de tiendas, iniciando las compras por lo de dentro y acabando con lo exterior. Primero entramos en una tienda de bikinis y bañadores de la calle Ayala, cerca de Claudio Coello. Tiraba a hippiosa, pero todo costaba una pasta gansa…

La que parecía la propietaria, saludó a mamá afectuosamente. Se debían conocer de antes.

- Cuanto tiempo, Paula. Desde que acabamos la universidad, sólo te veo de uvas a peras. ¿Qué te trae por aquí?. Veo que bienes muy bien acompañada. ¿No me dirás que es tu hija?.

Si estudiaron juntas, debía ser de la edad de mamá, aunque no la lucía igual de bien. Se cubría con un vestido hindú, de seda, con dibujos geométricos. Aunque era poco escotado, tenía unas sisas que le llegaban prácticamente a las últimas costillas y por ellas, enseñaba los laterales de unos pechos llenos, pero muy caídos. Según fuese tu ángulo de visión, podías verle hasta los pezones, gruesos y rugosos, para nada atractivos. Mamá me pilló mirándoselos descaradamente y al ver que dirigía mis ojos a sus tetas, para compararlas, metió baza a fin de evitar males mayores:

-  Pues sí, Cuca, es mi hija Carlota, la mayor. Este año nos vamos de vacaciones a las islas y hemos venido a comprarle unas braguitas para la playa. Aunque ya que estamos aquí, creo que yo también me quedaré alguna.

- Caray, no pensaba que tus hijos ya fuesen tan mayores.

Dirigiéndose a mí por primera vez, me repasó de arriba abajo y con una mirada extraña, vidriosa, como acariciándome o más bien, magreándome, el cuerpo con ella. Me dijo:

- Eres preciosa, Carlota. Seguro que tienes a los chicos y a lo mejor a más de una chica, comiendo de tu mano. ¡Si has salido a tu madre, menudo peligro debes tener con ese cuerpazo!.

Debió pensar que tenía unos cuantos años más de mis catorce. Iba a sacarla de su error cuando vi que mi madre cruzó con ella una mirada asesina. Entonces, se centró en el trabajo:

- Supongo, Carlota, que los quieres tipo brasileño, aunque si te atreves, me acaban de llegar unos nuevos tangas que cubren lo mínimo, preciosos. Tal vez prefieras algún culotte bien cavado, para poder mostrar los laterales del culete, es lo que más se lleva este verano en la Côte Bleue. Con tu cuerpo, también te puedes permitir un brief de corte muy bajito. Son muy sexys, aunque claro, has de ir prácticamente depiladita del todo. ¿Una 38 verdad?. Te saco unos cuantos de cada estilo y así puedes elegir los que quieras probarte.

- ¿Y para mí qué, bruja?.

- Pasa al vestidor y quítate la ropa para que te vea y pueda aconsejarte.

Me trajo al menos ocho o nueve braguitas. Una tenía una tira por cintura, a la que se le unía otra por detrás y que acababa por delante en un triángulo de no más de diez centímetros en la parte más ancha. La otra ¡sustituía las tiras por cordoncitos y la tela de delante, todavía era más escueta!. Las otras, parecían algo más llevables, aunque… sólo a primera vista. Estaría más casta desnuda en la playa que con esa ropa. Parecía que estaba hecha únicamente para excitar. Lo peor era que mamá la miraba con gusto y una sonrisa en los labios.

Pasamos las dos al probador. Mamá dejó el bolso en un costado del banco que amueblaba esa caja de zapatos con cortina, colgó su chaqueta y se desbotonó la blusa. Como bien sabía, casi nunca usaba sujetador y aparecieron dos preciosos pechos, no muy grandes, levantados y con unas areolas pequeñitas, de un gris suave y rematadas por dos pezones, oscuros, casi negros, finos y prominentes.

Desabrochó el botón de la cinturilla y de un estirón, hizo saltar de los ojales el resto de la bragueta de los vaqueros. Se los quitó y apareció un sencillo y coqueto tanga blanco. Lo bajó hasta sacárselo por los pies y se quedó tan desnuda como la parieron.

Me la quedé mirando. Estaba cañón. Tenía ya sus buenos treinta y nueve años, sí, pero ¡ya me gustaría a mí estar como ella al llegar a la trentena!. Lucía la desnudez de forma natural, con indolencia. Ya sabía que su cuerpo destilaba elegancia, tanto vestido con sencillez, como con los lujos propios de las grandes ocasiones. Lo que me di cuenta en ese momento, es que desnudo era todavía más elegante y bello. Creo que me llegué a excitar.

Se abrió la cortina y Cuca entró como un elefante en una cacharrería. A pesar de ver a su amiga sin ropa y que yo debía acabar igual para probarme los medios bikinis, no se molestó en cerrar la cortina. Mi madre, ni se inmutó.

- Paula, ¿has vendido tu alma al diablo para seguir teniendo este cuerpo?. ¡Coño, es que estas como cuando teníamos dieciocho años!. No, ¡todavía mejor!. Y has tenido dos niños. Como te envidio, bruja.

Entonces, la tomo de las tetas y se las sopesó, acariciándolas de una forma que no se sabía si era un pase terapéutico o un claro acercamiento sexual. Siguió acariciándole todo el cuerpo sin cortarse lo más mínimo, a pesar de estar yo delante. Le dio un buen repaso entre las piernas y en las nalgas y acabó con un suave pellizco en sus pezones antes de apartarse.

Mi madre continuaba con su impertérrita sonrisa, eso sí con los pezones levantados cual pitones de astado. Le dijo:

- Venga Cuca, deja ya de sobarme y aconséjame qué me va a quedar mejor. Este verano quiero lucirme en la playa, delante de las chicas catalanas “bien” que veranean en Menorca y sobre todo, de Juan, mi marido.

- Pruébate este string, lo he sacado para Carlota, pero viéndote, a ti te va a quedar de miedo. Voy a buscarte una 40 de los otros, pero estos con cordeles elásticos, no tienen tallas. Joder Paula, es que estás para comerte.

Sería joven e inexperta, pero no se me escapó que esas dos mujeres, en su juventud, habían compartido algo más que una amistad. Luego sonsacaría a mi madre. ¡Me había prometido una tarde de chicas e íbamos a tenerla!.

Se puso esos cordeles con parche. Por suerte, a diferencia de mí, llevaba el chochito sin un pelo, de lo contrario le hubiesen salido por todos lados. La tela sólo le tapaba los labios y la raja. Le marcaba un paquetito muy sexi, descarado, diría. Parecía que quería explorar mis límites, porque se inclinó hacia delante para mostrarme el culo y preguntarme:

- Cariño, ¿se me ve el agujerito del culo?. El coño no lo enseño ¿verdad?.

- Mira mamá, la tira de atrás te parte el fruncido del ano por en medio y sí, claro que se te ve. Eso no tapa nada. Por delante te cubre la vulva, pero la verdad, es que más vale no llevar nada. Me parece ridículo ir a la playa con eso.

Cuca intervino al oírme:

- Espera, que te lo pongo bien.

Le metió la mano por dentro de la braga y se lo bajó de delante para que el final del triangulo le llegase a tapar el agujero de atrás. Yo creo que lo que pretendía era tocarle el chichi, pero vamos… ¡menudas eran las dos!.

- Ves, es que se lleva así, ahora ya te tapa por detrás. Estás divina, Paula. Menudo bombón de madre tienes Carlota, aunque tú no la desmereces. Anda, quítate la ropa y pruébate los tuyos.

Había decidido tirar mis vergüenzas por la borda y lo hice. Además, todas éramos mujeres, aunque, no tenía nada claro si estando acompañada de Cuca y mi madre, eso obviaba nuestros deseos más impúdicos…

Me quedé en pelotas, como mamá y tomé uno de los dos culottes que había escogido su amiga. Era de una licra fina y elástica, decorado con pequeñas flores blancas, sobre un fondo azul cielo. Pasé los muslos por las perneras y tiré de él hasta encajar mis labios en la breve entrepierna. No tenía más forro que la entretela del fondillo. Miré mi reflejo en el espejo que tenía a mis espaldas y lo que vi, aunque un tanto provocador, me gustó. El arrière me dejaba un culo resultón, con más de la mitad de las nalgas a la vista. ¡No quería ni imaginar cuando se mojase, cómo me quedaría pegado!.

- Te salen algunos pelitos. Has de hacer como tu madre, quitártelo todo. Es más cómodo para el verano y te dará más gusto cuando te lo coman…

- ¡Calla guarra, no ves que acaba de cumplir quince años!.

- Bueno, bueno, perdóname Paula. Yo creía que tenía bastantes más. ¡No ves que cuerpo tiene y la soltura con que se desenvuelve!. Nada hace pensar que no sea una mujer experimentada.

- Cariño, aunque Cuca se vaya por las ramas, en eso tiene razón, has de arreglarte la selva que tienes aquí abajo para poder ponerte esos bikinis tan pequeños. Al acabar las compras pasaremos por mi eshteticienne. La llamo para que nos guarde hora mientras tú acabas de probártelos. Yo ya sé lo que quiero.

Al final, me quedé el culotte y un slip normal, de color amarillo fosforescente, aunque de talla S. Era de nylon elástico y Cuca me convenció de que ajustadito, me quedaba mejor. Mi madre, otro como el mío, pero de color fucsia y un tanga brasileño.

Nos quería regalar uno de esos triángulos de tela con cordones a cada una. Según ella, cuando los probásemos, sólo nos pondríamos eso. Al menos es lo que le pasó a ella,  según nos contó. Al imaginármela con uno de esos, sus melones expuestos hasta el ombligo y su cara recauchutada, me entró la risa. Suerte que mamá atajó por lo sano.

- Mira Cuca, yo creo que tanto mi hija como yo, preferimos tomar el sol en pelotas antes que llevar eso. Es como ridículo. No sé… ¿A ti que te parece, Carlota?.

- Opino lo mismo. Antes que eso, nos vamos a parte nudista de la playa. ¿No te parece mamá?.

- Veo que te lo tienes bien estudiado y por mí no va a quedar. Anda, Cuca, mejor nos obsequias con un pareo a cada una o unos tops. Tú misma.

Al final nos fuimos con dos pareos de colores vivos y la promesa de mamá que al volver de vacaciones, quedarían una tarde para rememorar viejos tiempos. ¡Qué miedo me dieron!.

Compramos bragas en una lencería y unas cuantas camisetas de tirantes. De las normalitas, las dos teníamos a montones, así que optamos por unas de algodón con escotes de vértigo, otras que dejaban la espalda al aire y finalmente, un par de esas que quedan como una segunda piel y que a ambas nos marcaban los pezones como para sacarle un ojo al que se pusiese delante. Cuando nos vimos frente a frente con ellas en el probador, mamá se rió y tomándome entre sus dedos uno de mis pezones empitonados, acercó sus labios a mi boca y me dio un pico. Cariñoso, pero me dejó de piedra.

- Este verano nos lo vamos a pasar muy bien, cariño. Eres toda una mujer y has de disfrutarlo. Ya casi estamos preparadas. ¡Vamos a que nos repasen los pelitos rebeldes y estaremos listas para arrasar la playa!.

Vimos en el escaparate de otra tienda unas minis preciosas y no las dejamos pasar. Mamá se compró una tejana guapísima, recta, con los bajos medio deshilachados y tan cortita que casi enseñaba los cachetes del culo. Yo opté por otra parecida, pero con un par de dedos más de tela. Me fijé que una chica se miraba unos shorts monísimos, con una entrepierna estrechita y cortados casi a medio culo. Los puse también en la bolsa.

- Veo que no te cortas. Con eso, cuando te vean los chicos, van a tener problemas con la delantera de sus pantalones. ¡Triunfarás seguro!.

- Son por si tengo una noche loca, mamá. Aunque tú, con esa minifalda, no te has quedado corta. No sé si al final te atreverás a ponértela…

- Poco me conoces, Carlota. Te apuesto un día en la playa nudista, las dos despelotadas, a que me la pongo el primer día al volver de la playa y además… sin bragas.

- Acepto, aunque empiezo a pensar que ya lo puedo dar por perdido, porque tú… vamos… creo que estas deseando ponértela para poder enseñar el coño. ¡Menuda madre tengo!.

- Pero si he de serte sincera, estaré encantada de acompañarte. Te he de confesar que cuando hace días vi que teníamos playas naturistas cerca de la casa que habíamos alquilado, pensé como me las arreglaría para ir algún día.

Me miró y se rió meneando la cabeza.

- Estas cambiando, mi niña y te he de confesar que aunque me da miedo, me gusta la mujer en la que te estás convirtiendo. Venga, vamos a ver a la heladera más pechugona de la ciudad para celebrarlo.

Nos tomamos unos deliciosos helados artesanales. Las dos de pistacho y menta piperina. El local lo regentaba una joven romana de tetas descomunales y cuerpo casi esquelético. Dándoles viciosos lametones a unos conos a rebosar, nos metimos de cabeza en el gabinete de estética.

Nos tocó una recepcionista un poco antipática, que le vamos a hacer:

- Llegan diez minutos tarde. Sólo tengo la sala grande libre. Una de ustedes tendrá que esperar a que la otra acabe. ¿Quién pasa primero?.

Al parecer, mi madre no era la primera vez que venía y conocía el lugar.

- Si no yerro, en la sala grande hay al menos tres camillas, ¿no podemos pasar las dos?.

- SI, claro, pero es que usted y su hija, han pedido unas ingles brasileñas y un repaso general, incluyendo una íntima completa, por lo que veo en su ficha.

- Y eso que más da. Por cierto, ¿está Nuri?. ¿Puedes avisarla?.

- Claro, señora Paula.

En un instante, se presentó ante nosotros la tal Nuri. Una señora pequeñita toda ella, con unas manos y antebrazos fibrados por el trabajo y una cara sonriente que inspiraba confianza. Aparentaba unos cincuenta años, más largos que cortos.

- Caray, Paula que pronto has vuelto y esta vez muy bien acompañada. Es Carlota, ¿verdad?. Ven aquí que te dé dos besos. Tu madre es muy apreciada en nuestra casa.

- Mira, Nuri, te la traigo para que le dejes el coñito como el de un bebé. Este verano dice que lo ha de enseñar en la playa y no puede defraudar a los mirones. Ya puesta, le repasas donde veas que lo necesite. Dale el mismo trato que a mí. Ya es toda una mujer y seguro que le va a encantar. Para mí, avisa a Dani o Ernesto. Sólo necesito algún retoque de última hora.

- ¡Mamá, cómo te pasas!.

- ¿Estás segura de lo que me pides, Paula?.

- Claro.

- Pues venga, pasad a la sala que aviso a Ernesto. Él es con quien más confianza tengo. Daos una ducha bien caliente para ir abriendo los poros. Acabad con agua fría y secaros bien mientras lo preparamos todo.

Entramos en una sala mucho mayor que un box de los habituales. Había cuatro camillas y varias sillas, así como diversos aparatos y potingues por doquier. La temperatura era alta, hasta resultar casi agobiante. Al fondo, una sola ducha, muy espaciosa, eso sí.

- Nos duchamos, preciosa.

- ¿Quieres pasar tu primero, mamá?.

- No hace falta, cabemos las dos. Venga vamos, te frotaré con el guante de crin para exfoliarte.

Dejamos la ropa sobre unas sillas, cogimos unos suaves albornoces de rizo de una estantería y nos metimos en la ducha. Regulé el agua hasta llegar a la máxima temperatura que era capaz de soportar y me puse debajo del chorro.

Primero mamá tomó abundante gel y empezó a frotarme el cuerpo. No dejó parte sin enjabonar y restregar. Se recreó en las tetas y ya sin jabón, hasta me limpió la vagina y el culete por dentro. La verdad, es que me estaba dando un gusto… Tuve que decírselo:

- Para mamá. Parece que me estés haciendo un dedo y si sigues, vas a conseguir que me corra.

- ¡Huuuyyy!, que sensible es mi niña. Eso está muy bien y te dará muchas alegrías. Bueno, ahora a exfoliarte un poco.

Tomó el guante de crin y me volvió a frotar todo el cuerpo. Las zonas sensibles, con una exquisita delicadeza, el resto, a fondo. Cuando acabó, empezó mi turno. No sin una cierta zozobra, me conjuré conmigo misma para darle idéntico tratamiento. Quería experimentar e intuía que ese verano sería propicio para romper tabúes.

Iba a enseñarle a mi madre que yo tampoco me cortaba. Le di un jabonoso masaje a su piel, empezando por la nuca y el escote. Seguí por los brazos y las axilas. Se rió, al parecer, de las sutiles cosquillas que le despertaba con mi tratamiento. Ahora tocaban cosas más serias. Tomé al toro por los cuernos o tal vez debiera decir las tetas por los pezones… El caso es que le enjaboné los senos, masajeándoselos a conciencia, recreándome en los apetecibles bultitos oscuros que los coronaban.

Sería mi madre, pero, ¡menudo par de tetas se gastaba!. No muy grandes, de hecho las tiene un poco más pequeñas que las mías, pero a sus treinta y nueve, más turgentes que yo ahora mismo, creo. Con tanto magreo, los bajos empezaron a humedecérseme y decidí continuar. Barriguita, espalda… y pasé a los pies.

Desde allí, fui remontando sus estupendas piernas hasta llegar a su zona más íntima. Ella no se cortaba para nada y separó los muslos generosamente para dejarme espacio. No desperdicié la ocasión y le enjaboné a conciencia el culo, la cara interna de las ingles y el pubis. Era un placer acariciar un monte de Venus tan suave y lampiño.

La miré a los ojos y me devolvió una mirada limpia, sonriendo. Añadió un gesto afirmativo con la barbilla y ya no perdí más tiempo. Si ella me lo había hecho, yo no iba a ser menos. Me aclaré las manos, empapé los dedos centrales de mis dos manos con aceite de bebé que había visto en una repisa al entrar en la ducha y ataqué, quiero decir, limpié, sus dos orificios con pasional delicadeza.

Jugué con los dedos de una mano en su recto, y con los de la otra, en el interior de la raja. Sólo los mantuve unos segundos dentro, pero al sacarlos, noté como me los apretaba con sus espasmos. ¡Había hecho correr a mamá con mis manos!.

Me tomó de la barbilla y me levantó hasta tenerme a su altura. Entonces, atrajo mis labios hacia su boca y me besó. Fue un beso lúbrico, pero limpio. Con esa sonrisa que nos pierde a todos, me dijo:

- Estos días en Menorca, encontraremos el momento de acabar lo que hemos empezado. Te enseñaré a disfrutar de tu cuerpo. Eres preciosa Carlota y muy dulce. Anda, pásame el guante y vamos a estirarnos en las camillas.

Nuri me repasó el cuerpo entero en un santiamén. Ni cuenta me di. Dejó el pubis para el final.

- Vamos a ver, como lo quieres lucir: sin nada, como tu madre y como yo, ¡ji, ji, ji…!. Piénsatelo y mientras, te depilo la vulva, la zona del culete y el perineo.

Decidí que no quería quedarme pelona y le pedí que me dejase un triangulo estrechito y cortado a menos de un centímetro de largo. Soy bastante peluda y así me queda un matojo arreglado, pero tupido.

Al acabar, Nuri me dijo que me pondría una loción especial para retardar el crecimiento del vello y suavizar las zonas depiladas. Miró a mamá y las dos se rieron. Tomó un bote de una crema aceitosa color ámbar y empezó un baile de caricias muy íntimas. Parecía como si me estuviese acariciando el coño. Me estaba poniendo muy mala y encima, ella no dejaba de mirar a mamá y sonreírle.

Cuando me tuvo a punto de caramelo, empezó a trazar círculos con el pulgar sobre mi pepitilla. ¡Menudo arte tenía la tía!. Tardé menos de un minuto en correrme como una vaca preñada. Mi madre lo había visto todo y aplaudía.

- Muy bien, cariño. Disfrútalo. Nuri tiene unas manos de oro, ¡lo sabré yo!.

Miré más abajo y vi como Ernesto le estaba aplicando a ella un tratamiento parecido. Al poco, se corrió, como acababa de hacer yo. Le mandé un beso y vi en primer plano como disfrutaba de su orgasmo. La verdad, me excitó mucho ver gozar a mamá tan de cerca.

Bien pertrechados, ese sábado los cuatro tomamos el avión en Barajas a primera hora de la mañana. Quisieron cobrar sobrepeso a papá por la cantidad de libros y papeles que llevaba en su maletín, pero al final, un práctico danés, cliente desde hacía tiempo de las compañías low cost, le convenció para que repartiese unos libros entre cada una de nuestras maletas. Con cara de pena, por si alguna se perdía, se sobrepuso a tan tremendo drama y pudimos partir.

Al llegar, recogimos el coche de alquiler que teníamos reservado y después de pasar a por las llaves y arreglar los papeles, en quince minutos llegamos a la casa. Estaba muy bien. Amplia, muy luminosa, separada de los vecinos por un gran jardín y lo mejor, estaba sólo a unas pocas decenas de metros de la costa y se veía el mar desde el jardín y los balcones. Papá estaba encantado. Tenía un despacho desbordante de luz en la esquina del piso superior, al lado de su habitación, para poder leer y trabajar a gusto.

En cuanto paramos el coche, salí casi gritando:

- Venga, vamos a dejar las cosas, nos cambiamos y bajamos a la playa. Ya lo arreglaremos todo después. Hay que aprovechar el sol y el mar, que en Madrid no tenemos.

- Yo me apunto, hermanita.

- Y yo.

- Bueno, bueno, vamos. Ya guardaré los libros y el ordenador mas tarde. Pero a la una y media, todos de vuelta aquí para que nos dé tiempo a ducharnos y cambiarnos. Hace días reservé mesa en el Cap Roig para hoy a las tres en punto. Me pareció buena idea una comida familiar en el mejor restaurante de la zona para empezar las vacaciones con buen pié.

Entramos corriendo a descubrir lo esencial de la casa y escoger las habitaciones. Todas estaban en el piso alto. Mis padres se quedaron con la suite. Daba al mar y tenía un cuarto de baño propio, con una bañera de hidromasaje y todo. Yo escogí el que estaba a su derecha. Compartía la terraza corrida con ellos y también tenía vistas a la cala y al jardín. Mi hermano Andrés, optó por la de la parte de atrás, la más alejada.

Recorrimos los bajos, en los que había un gran salón, la cocina y un comedor de invierno. La propiedad tenía alguna habitación más y un sótano, donde estaba el garaje y los equipos técnicos de la casa, pero lo dejamos para más tarde. Vimos que teníamos una piscina en el jardín, rodeada de cómodas tumbonas. ¡Fantástico!. Pequeñita, pero suficiente para remojarnos el body cuando el sol apretase.

Decidí empezar bien. Me puse el slip que compré con mamá, unas chanclas y una camiseta vieja, larga y desbocada. Metí la toalla, el libro que estaba a medio leer, las gafas de sol, el protector de cara y el del cuerpo en la bolsa de playa. Estaba lista para empezar unas vacaciones que en buena parte, iban a cambiarme la vida.

Llegué la primera al jardín. En un par de minutos llegó mamá. Llevaba un vestido de verano de tirantes y unas albarcas. Al poco, llegó Andrés y papá. ¡Para que luego se diga que las mujeres somos unas tardonas!. Papá envió a mi hermano a buscar la sombrilla y una silla plegable para él. Según el encargado de la inmobiliaria, debían estar en el cuartito del jardín.

Mamá ejerció de gallina clueca y me hizo coger una botella grande de agua y un poco de fruta. ¡Como si no vendiesen refrescos en el chiringuito de la playa!. Al fin, todos listos.

Bajamos el sendero que llevaba a la cala Sa Mesquida. Cuando la vimos frente a nosotros, me quedé prendada. ¡Qué belleza y qué agua!. A esa hora, ya había bastante gente, pero andando un poco, enseguida encontramos un espacio cerca del mar. Papá plantó la sombrilla mientras el resto extendíamos las toallas y hacíamos un reconocimiento de la playa y sus moradores.

A nuestra derecha teníamos una familia que por el acento, deberían ser de la isla. Abuelos, padres e hijos. Era curioso. Ellos iban todos con slips de piscina que poco ocultaban lo que pretendían tapar. La madre, con traje de baño monjil, de una pieza y la abuela con un bikini deportivo a cuyo sujetador le faltaba un par de tallas.

Al otro lado, dos parejas jóvenes de la península. Me pareció que hablaban en un catalán de Alicante o Valencia. Las dos chicas estaban en topless y ellos con pantalones surferos a media pierna. Me tranquilizó tener dos colegas así al lado, ya que yo iba a imitarlas y la primera vez, siempre ayuda tener a otras cerca, aunque en esa playa éramos mayoría las mujeres que nos habíamos olvidado la parte de arriba del bikini en casa.

Extendí mi toalla, me quité la camiseta y me estiré. Ya entonces era una chica que no se amilanaba con los retos, así que decidí encarar el tema de frente, nunca mejor dicho: Espalda al suelo y tetas al sol.

Cerré los ojos y lancé un suspiro de placer contenido. ¡Qué bien estaba así!. Como ya imaginaba, empezaron los comentarios. Primero mi padre:

- Pero Carlota, ¡qué haces así, con los senos descubiertos!. Parece que en la familia no tenemos suficiente con tu madre.

Es que mi padre es un poco cursi, que le vamos a hacer… Andrés fue más directo:

- Joder, hermana, que buena estás. ¿Has visto que tetas, papá?.

Mientras mi hermano y él me escrutaban, mamá se quitó el vestido y se quedó tan vestida como yo.

- Venga chicos, que le vais a gastar las tetas a Carlota. Juan, ¿a que nuestra hija ya es toda una mujer? y además, preciosa.

Cogí el bote de crema solar para embadurnarme. Estoy segura que como mínimo Andrés se hubiese ofrecido voluntario para esparcírmela y por la incipiente protuberancia de sus shorts, creo que papá, también. No fue así la cosa, me la puse solita y a fondo. El que no perdió ojo, fue el chico que tenía al lado, aunque cuando su pareja vio lo absorto que estaba aprendiendo a protegerse del sol y los efectos que mi clase particular le producía en su entrepierna, lo llamó al orden cabreada. Lástima, me gusta tener admiradores y más, si están buenos.

Al cabo de un tiempo, parece que nuestros hombres aprendieron a mirar nuestra anatomía con mayor naturalidad y me centré en disfrutar del mar y de la playa, despreocupándome de la porción de cuerpo que mostrase o dejase de mostrar.

A la hora “H”, nuestro padre toco a arrebato. Subimos a la casa a cambiarnos para llegar a comer al famoso restaurante a la hora prevista. Papá se vistió casi como para ir a una comida formal: Pantalones de alpaca con pinzas, mocasines oscuros con calcetines negros de hilo, camisa de manga larga y chaqueta. Sólo dos concesiones: la camisa era de botones en el cuello y se había olvidado ponerse corbata. ¡Qué transgresión a las normas de un caballero español!. Al verlo, mamá, lo fulminó.

- Por favor, cariño, ¡que estamos de vacaciones en Menorca!. No me hagas pasar vergüenza. Quítate la chaqueta, ponte unas náuticas o las sandalias esas nuevas tan cool y súbete las mangas al menos. ¡Ah! Y desabróchate un par de botones de la camisa. ¡Es que…!.

Ella iba informal, pero deslumbrante. Un top blanco, sin botones, cruzado, con las tiras que daban la vuelta a la espalda y se ataban por delante, bajo los pechos. Lo combinaba con la minifalda vaquera que se compró al salir de la tienda de Cuca. Hizo gala de su palabra: cuando su marido salió para cambiarse los zapatos, se la levantó y pude verle su almeja bien perfilada, en todo su esplendor. Yo le enseñé mi tanguita verde loro y le hice un gesto, como diciendo “otra vez será”. Las dos nos reímos.

- ¿Estoy bien ahora, Paula?. Parezco un agricultor listo para recoger garbanzos, no un catedrático serio que va a comer a un restaurante de tenedores.

 Así transcurrió el día de nuestra llegada. En los siguientes, establecimos las pautas para el resto de nuestras vacaciones. Mi padre, todavía hoy, se pone muy nervioso si no tiene perfectamente organizado y encorsetado su tiempo en un una agendita de papel que siempre lleva encima.

Los primeros días, nosotros tres íbamos a la playa y papá se quedaba leyendo y a preparando sus artículos y conferencias. Uno de esos días, mientras nosotras tomábamos el sol sobre la toalla, Andrés revoloteaba a nuestro alrededor y nos conminó a cambiarnos a la otra zona de la playa, allá dónde la ropa se dejaba en casa o en la mochila.

- Porque no vamos a la zona nudista y nos quitamos los trajes de baño. Yo todavía llevo un short, pero vosotras… es que vamos. Mamá, si enseñas el culo. ¡Hazlo bien!. Y tú, Carlota, me estás diciendo cada día lo feas que te quedan las marcas. ¡Olvídate de ellas!.

Mamá me miró, se encogió de hombros y se puso a la faena.

- Venga, vamos. Me alegro que en eso no hayas salido a tu padre, Andrés.

A partir de entonces, siempre nos instalamos en la zona naturista de nuestra playa. Otras veces, cogíamos el coche y buscábamos de nuevas. Sólo escogíamos aquellas en las que fuese habitual estar sin ropa. Para llegar a muchas de ellas, se tenía que andar un trecho. El primer día fue un coñazo, los siguientes, un aliciente.. Descubrimos calas maravillosas, como las del Pilar, Sa Torreta o Capifort. Esta última, es la que nos gustó más. Volvimos tres veces.

A la mayoría de chicos de la edad de mi hermano, les corta estar desnudos en la playa. En el caso de Andrés, era al contrario: se encontraba feliz, libre e incluso nos trataba de una forma más adulta. Nos lo pasábamos muy bien los tres juntos.

Una tarde, estábamos en casa mamá y yo solas. Los dos hombres se habían ido a comprar a Maó (Mahón). Salimos a la piscinita a remojarnos y tostarnos un poco más al sol. Como papá no estaba en casa, nos desnudamos y nos pasamos un agua juntas en la ducha del jardín antes de tirarnos a la piscina. Mamá estaba parlanchina y en cuanto nos estiramos en las tumbonas, empezó a largar.

- Sabes, Carlota, ayer tu padre estaba con ganas y a la hora se la siesta, hicimos el amor. Las cortinas de nuestra habitación estaban cerradas, pero a esa hora hay mucha luz y me repasó el cuerpo a gusto. En lo primero que se fijó fue que no tenía marcas blancas en el culo y las caderas y me pidió explicaciones.

- Ya conoces que no me gusta mentir, ni tan solo decir las verdades a medias y le expliqué nuestras nuevas costumbres. Me montó una bronca de órdago: Que cómo podía pervertir así a nuestros hijos, que qué pensarían de nosotros si me encontrase a algún conocido, que… Vamos, ya sabes cómo es vuestro padre para esas cosas. ¡Parece que viva en uno de esos siglos que tanto estudia!.

- El caso es que me cabreé con él y le dejé las cosas claras. ¡A ver si se cree que por qué enseñes los pelos del coño, te vas a quedar preñada!. Para rematarlo, le salieron eso instintos machistas que le meten en la cabeza sus compañeros más reaccionarios. No le importó demasiado que tu hermano enseñase su cipote en la playa, pero tú, ¡eres mujer!. Sobre mí no dijo nada, porque no se atrevió, pero lo pensaba igual. Por ahí ya no pasé.

- Lo que quiero pedirte, es que le castiguemos un poco por su actitud. Si te parece bien y no te violenta, me gustaría que a partir de ahora, también tomásemos el sol y nos bañásemos desnudos en casa. Seguro que Andrés nos secunda.

- Par mi encantada, mamá. Me encuentro muy a gusto así. ¡Como si quieres que vaya en pelotas todo el día!.

- No te pases, Carlota. Cada día me das más miedo.

Por lo que me contó entre palabras picantes, se ve que acabaron la bronca con un buen polvo. Eran muy diferentes y a veces saltaban las chispas entre ellos, pero se querían mucho y no podían vivir el uno sin el otro.

A partir de ese día, el panorama en el jardín de casa era curioso: mamá y nosotros dos retozando o tomando el sol como nos parieron y papá, cuando no estaba en su estudio, engalanado con su “Meyba”, como él lo llamaba. Leyendo con un ojo y no perdiendo la oportunidad de mirar a sus dos mujeres con el otro.

Otros días los reservamos para excursiones y visitas a las maravillosas reliquias de las isla: los talayots, navetes, taules,… y tantos otros puntos de interés prehistórico que cautivaban a mi padre. Durante las visitas, nos daba unas explicaciones casi académicas, aunque he decir que las escuchábamos con mucho interés. Papá será un muermo, pero es un gran comunicador, ameno y erudito. La cultura es su feudo.

De hecho el único día que alteró su agenda, fue cuando al volver de pasar la mañana en la Cala en Porter, camino d’Aló (Alayor), visitamos el mágico recinto talayótico de Torralba d’en Salord. Allí se encontró con un grupo de alemanes capitaneados por un guía que les explicaba con todo detalle el lugar y su significado.

Mi padre habla alemán. Y francés e inglés e italiano y griego y latín clásicos y… En fin que los entendía y no pudo estarse de meter baza. Al parecer el guía era amateur, pero de nivel: un profesor de historia antigua de la universidad de Heidelberg, bastante reputado, que compartía vacaciones con un grupo de amigos.

Con exquisita educación, pero sin concesión alguna a la duda, les aclaró aquellos puntos de la explicación que no se ajustaban a la realidad o, al menos, a como él la entendía. El otro, primero se mosqueó. Le dijo de buenas a primeras que quién se creía que era para poner en duda los predicados de todo un “her profesor doctor”.

Cuando le explicó que él también era académico y que la cultura talayótica era algo que siempre le había interesado en sobremanera y la había estudiado bastante, aunque se dedicase a la escolástica,… el otro lo despidió con mala cara y nuestro padre hizo lo propio, aprovechando para presentarse, antes del ¡zum anderen! final. Al oír su nombre, la cara del profesor alemán cambió de sopetón.

Cuando se dio cuenta de quién era papá, las reverencias le llegaron al suelo y las excusas por su imperdonable conducta, al cielo. Les explicó a sus amigos las excelencias de la obra de papá, cómo sus estudios habían cambiado completamente la forma de entender la filosofía del Medioevo,… bla, bla, bla… Dejémoslo aquí, que tanto peloteo, aburre.

El caso es que a pesar de que teníamos que cenar en casa, acabamos haciéndolo junto a ellos en un encantador restaurantito d’Aló, en el centro de la isla. Papá estaba en su salsa, era el centro de atención del grupo principal y hablaba con ellos en un culto alemán. Mamá, aunque más de calle, también conocía el idioma y seguía las conversaciones. Creo que se aburría más que un pez de colores, pero lo disimulaba.

Mi hermano Adrián y yo, ya estábamos hartos de tanto escuchar hablar de piedras y además, no entendíamos lo que decían. Decidimos hacer mutis por el forro. Por suerte, entre tanto alemán, había un chico y una chica de edades parecidas a las nuestras. Los cuatro hablábamos inglés y decidimos irnos al patio de atrás del lloc o granja donde estaba el restaurante.

Nos sentamos en un muro de bloques de piedra seca que hacía de separación con los campos de cultivo adyacentes. Empezamos hablando de música. Vi que el chico y yo coincidíamos en nuestros gustos. Se sorprendió que conociese a grupos como Rammstein o Unheilig, poco conocidos en esos tiempos en nuestras tierras. Ya teníamos tema de conversación.

Las conversaciones entre mi hermano y la chica, iban por otros derroteros. Andrés será mi hermano pequeño, pero no pierde el tiempo. La chica era mayor que yo, debía tener dieciséis o diecisiete años. Parecía una valquiria, con su larga coleta rubia, sus ojos azules y esa piel blanca, ahora tostada con ese punto rojizo tan característico de los turistas extranjeros, ávidos de sol mediterráneo.

Mi acompañante, que por cierto, dijo llamarse Götz, y yo, nos miramos y sonriendo, pusimos atención a lo que decían. Hablaban sin tapujos de sus experiencias con el sexo opuesto y eso, siempre es estimulante. Para una hermana, más. La chica le estaba diciendo:

- Mira chaval, yo me estrené el año pasado y desde entonces, siempre que no haya malos rollos, no me importa echar un polvo. No tengo novio, ni lo quiero. Hay que aprovechar el tiempo y disfrutar, que luego llegan la pareja, los hijos, la casa,.. y ya no estás para darle las mismas alegrías al cuerpo.

- Pues mira Silke, yo todavía no la he metido en ninguna tía y ya tengo ganas de hacerlo.

- Así que te lo montas con tíos…

- No, coño. Me mato a pajas y si alguna se deja, pues, nos magreamos un rato. Todas me dicen que tengo buenos dedos, pero nunca me han dejado avanzar más. Un par de veces me la ha meneado una chica, pero no sabía hacerlo bien.

- ¿La tienes pequeña y no les gustó?.

-  ¡Ni lo pienses!. Tengo una buena polla. Que te lo diga mi hermana, si no te lo crees, Silke.

- ¿También te lo montas con tu hermana?. No te creo, pero igualmente, eres un cerdo.

- No es eso. ¡Cómo puedes pensar eso!. Lo que pasa es que aquí siempre vamos a playas nudistas y me la ha visto. Por eso te lo puede contar.

- ¡Ah, como mis padres!. Ellos siempre van a playas de esas en Canarias o el sur de Francia. Si se quedan en Alemania u Holanda, también buscan campings naturistas y sitios así. Antes les acompañaba, pero el año pasado, empezó a estresarme tanto despelote. Ahora, no me quito las bragas y ¡son ellos los que me miran raro!. Ya me dirás.

Decidí meter baza.

- Pues yo lo he hecho estas vacaciones por primera vez y me encuentro muy a gusto. Los primeros días, te da un poco de apuro, sobre todo, que me viese Andrés, pero luego, es una gozada. ¡Ahora lo que me va a costar es ponerme ropa para bañarme o tomar el sol!.

- Ya tía, pero es que tú estás muy buena. Mira a mí que tetas me han salido, parezco una vaca lechera.

Götz y mi hermano, saltaron a la una con cara de desconcierto.

- Estás de broma. Tienes unas tetas acojonantes. Ya me gustaría a mí vértelas. No, mejor sobártelas a gusto. ¡Que no te miras en el espejo!. Estás tan buena o más que mi hermana. Además, con ella no puedo excitarme, porque es plato prohibido y tú, me pones como una moto. ¡Mira como me tienes!.

Andrés se cogió el paquete sobre el pantalón y le mostró su prominente empalme. Götz también le dijo algo, riendo, pero al ser en alemán, no lo entendí. Debió ser interesante, porque a Silke se le quedó la cara del mismo color que su exagerado pintalabios.

- Pues, si quieres verlas, sólo tienes que pedírmelo. A mí también me gustaría que tú me enseñases la polla. Parece una culebra peligrosa y yo, no desprecio los riesgos.

Andrés no se cortó. Dio un tirón a sus shorts y se quedó con su cosa al aire. A Silke parecía que le gustaba lo que veía.

- Joder, tienes un buen cipote y los cojones, te cuelgan llenos y gorditos, como a mí me gustan. No, si al final la tendré que probar. Espera, que te enseño lo mío.

Se bajó el vestido que llevaba y nos enseñó sus lolas. Realmente, eran unas moles inmensas. Cuando se quitó el sujetador, fue un cantazo. Eran bonitas, pero con ese tamaño, le colgaban lo suyo. Eso no parecía importarles mucho a los chicos. Se las miraban con una cara de pasmados que daba pena. ¡Hombres!. Ya dicen que tiran más dos tetas que dos carretas y si encima son king size, no quiero ni pensar…

Andrés era más espabilado de lo que pensaba. Se quitó los pantalones del todo y se acercó a la teutona. Le pegó un morreo y fue directo a por sus cántaros. Empezó a sobarlos con gracia. No sé donde habría aprendido, pero el chaval le ponía arte y Silke se lo agradecía con unos gemiditos que me estaban poniendo caliente, caliente. Empezó a chuparle los pezones y cuando decidió bajarle las bragas, la chica no se cortó:

- ¿Tienes condones?.

- No ¿Y tú?.

- Creo que me queda alguno en el bolso. Hace dos días fui a una discoteca de Maó y los gasté casi todos. He de reponer, porque los tíos, ni para gomas os estiráis. Espera.

Encontró un par. Se la chupó para acabar de ponérsela a punto e intentó ponerle el preservativo a base de lengua y labios. Lo debería haber visto en una porno, pero a ella le faltaba algo de práctica y tuvo que ser Andrés el que lo desenrollase hasta el final.

- Anda, métemela, cabrón, estrénate a gusto.

Empezaron a follar como si la vida les fuese en ello. Götz me miraba como alma en pena. Pobrecito, con lo mono que era. Me saqué el top y la falda y me quedé en tanga. Su cara de alegría lo decía todo. Quise dejarle las cosas claritas.

- Mira tío, vamos a divertirnos un rato, pero no quiero que me la metas. Soy virgen y deseo seguir así por un tiempo. Nos tocamos tanto como quieras y si te portas bien, te la chupo un poco, pero dentro, nada de nada. ¿Vale?.

- Claro, Carlota, lo que tú quieras. Con lo buena que estas, que me dejes tocarte ya es más de lo que podía esperar.

- Anda, cállate y bésame.

Ellos se cascaron un polvo completito, completito. Cuando Andrés se la sacó, ella le quitó el condón bien cargado, le hizo un nudo, lo guardó en su bolso y se puso de rodillas para chupársela hasta volvérsela a poner dura. Como eran esas alemanas. ¡Guarras un rato, pero siempre cuidadosas con el medio ambiente!. La cosa siguió hasta que los dos volvieron a correrse con un brutal sesenta y nueve. Sin duda, mi hermano dio la talla.

- Chaval, no sé si creerme que te acabas de estrenar, porque me has dejado mejor que nunca. Menudo polvazo. Me has de decir cómo quedar, porque esto hay que repetirlo antes de que nos vayamos.

- Ya me ocupo yo. Quedamos un día que vayamos a una playa de esas que no te gustan, así no vendrá nuestro padre. Si estás dispuesta a volver a tus viejos tiempos y dejar el bañador en casa, yo lo estaré también a follarte mejor que hoy.

- Ya y, ¿qué haremos con tu madre?. Carlota puede hacer lo que quiera. Parece que hasta le gusta mirarnos y eso, no sé a ti, pero a mí, incluso me pone, pero ella…

- No conoces a mamá. Ella nos dejará hacer tranquilos. Esta misma noche le voy a contar que me he estrenado contigo y me va a ayudar a arreglarlo para otro día.

Yo alucinaba. No sabía de esas intimidades entre mi hermano y mamá. Silke, todavía más.

Mientras ellos dos estaban consumando su folleteo, mi pareja de circunstancias y yo nos estábamos dando el lote a fondo. Ya nos lo habíamos quitado todo. Yo le dejaba tocarme por donde quisiese. Empezó metiéndome mano al chocho, a la brava. Tuve que reconducir su energía, de lo contrario iba a acabar dejándome el clítoris llagado. Es broma. El chaval le ponía ganas y me gustaba lo que hacía, aunque algunas instrucciones de mi parte, le vinieron bien.

Me sobó las tetas, primero de forma amanuense, luego con labios y al final hizo participar a sus dientes. ¡Cojones, que bien comía los pezones ese tío!. Cuando entendió de que iba la cosa, me acariciaba todo el cuerpo como si fuese un jarrón de porcelana y yo, empezaba a querer algo más y se lo pedí:

- Cómeme el coño, Götz. Quiero correrme ya.

Me miró con cara de corderito degollado. ¡Es que era tan mono ese crio!.

- No te preocupes que luego te la como mejor que esa compañera tan guarra que tenemos al lado. No te vas a ir sin soltar la carga de tus huevos.

Su cara cambió al instante y se puso la lamerme la almeja con la productividad propia de la gente de su país. En menos de tres minutos, me vino un orgasmo precioso. Creo que hasta grité. Le dejé la cara empapada. Quedó alucinado y medio sorprendido, excitado y avergonzado. ¡Pobrecito!.

Eso lo tenía que arreglar. Lo besé, metiéndole lengua hasta la campanilla y recogiendo mis propios humores. Que a mí no me incomodasen mis propias secreciones, a él le quitó cualquier prevención y se relajó.

Entonces le pedí que se sentase en el margen de piedra y me puse a jugar con su rabo. Pajas había hecho alguna, pero nunca se la había chupado a un tío, más allá de un besito de cortesía para que no me tomase por una mojigata sin experiencia.

En ese momento, Götz sabía tan bien como yo que iba a acabar haciéndole una buena mamada. De hecho, estaba valorando mentalmente si atreverme a dejarle acabar en la boca. ¡Esa noche estaba salida!. Ese tío tenía un pellejo de premio. Con la polla bien trempada, lo podía estirar hasta cubrirle totalmente el glande y todavía le salía un par de dedos más. Lo aproveché para hacerle unos trabajos manuales a medida. Le puse el meñique en el agujerito y se lo restregué por la punta, se lo cogía fuerte por dónde sólo tenía piel y se lo estiraba,…

Al fin, fui con la boca a por él. Primero, jugué a hinchárselo, soplando por el agujero que le quedaba en la punta del prepucio. Nunca he sabido si eso causa placer a los tíos, pero era divertido. Luego, pasé a mayores y se la comí. No la tenía tan grande como mi hermano, pero… un buen aparato sí que parecía, aunque con mi experiencia, tampoco podía opinar con demasiado conocimiento.

Se la iba chupando, arriba y abajo y al llegar al final, jugaba con la lengua por la puntita. Eso lo había visto en alguna peli guarra y supongo que le debía gustar. Seguí un rato, pero al poco noté que el chaval estaba en las últimas y tenía que tomar una decisión. Silke y mi hermano ya habían acabado su función y me animaban a que fuese hasta el final.

No me lo pensé más. Se la chupé más fuerte y pasó lo que tenía que pasar: Se vació. Iba cargado el tío. Me llenó la boca de leche bien caliente. Era mi primera vez y no sabía qué hacer. Entonces vi como la guarra de Silke me miraba, haciendo el gesto de tragar con su nuez. ¡No iba a cortarme delante de esa furcia que había dejado seco a mi hermano pequeño!. Tragué y volví a tragar. Si creía que podría darme reparo o asco, la verdad es que, sea por el morbo o porqué sí, me gustó el sabor de un buen lefazo, bien calentito.

Ellos dos aplaudieron mi hazaña. Götz, mirándome con la cara descompuesta, sólo dio para decirme:

- Danke, schön.

Acercó sus labios y me devolvió, en un bonito gesto que agradecí, mi húmedo beso anterior. Esta vez eran mis labios los que estaban embadurnados con su eyaculación.

Nos vestimos y pasamos disimuladamente a los baños del restaurante. Nos lavamos como pudimos y un poco desarreglados pero con cuatro caras de felicidad como panes, volvimos a la mesa. Estaban enfrascados en sesudas conversaciones y las botellas se habían vaciado con prodigalidad, por lo que nadie se percató de que hubiese pasado nada raro.

Nadie, no. Mamá siempre está en todo y nos conoce demasiado bien. Al acercarnos, se levantó a darnos un beso a cada uno, acompañados de una pícara sonrisa a nuestros compañeros de juegos. Creo que sólo Silke la entendió. Los otros tres, estábamos en el limbo y todo nos daba igual.

Añadió, en castellano y para nosotros:

- ¡Cómo crecen mis niños!.

La mañana siguiente, nos quedamos en casa, disfrutando de la piscina y haciendo el tonto por el jardín. Sobre las doce, papá subió a su despacho y los tres aprovechamos para apoltronarnos en las tumbonas y hablar de la noche anterior. Antes, nos embadurnamos de protector solar y pude ver la casi impúdica confianza que existía entre mamá y Andrés. Todo parecía fluir con naturalidad y sin implicaciones lúbricas, pero…

Mi hermano tomó el bote familiar de crema solar que usábamos todos y le dijo a mamá:

- ¿Te pongo?.

- Claro, hijo.

Ella estaba panza arriba, mostrando su anatomía sin cortapisas. ¡Nuestra madre, estaba realmente cañón!. En esa posición a casi todas, si no estamos operadas, las tetas le nos caen por los lados, al menos un poco. A ella no. Vale que no las tiene muy grandes, pero es que le quedan perfectas.

¡Y su vulva!. Como lo lleva todo pelón, se le ven los labios y el capuchón perfectamente. Los tiene simétricos y lisos. Un poco más gordezuelos los de dentro y finitos los exteriores. Los labios menores le sobresalen ligeramente sobre los otros, formando una boquita vertical que parece decir “te quiero comer”.

A la mínima que separe las piernas y lo hace a menudo, para estar más cómoda, dice, enseña el botoncito del clítoris y la estrellita del ano. Lo tiene grueso, pulposo y le encaja muy bien con los pliegues que lo esconden. En fin, que mamá tiene un coño precioso. Hasta a mí me pone mala cuando se lo veo. ¡Debe ser envidia, de la más cochina…!

Volvamos a Andrés y sus maternales confianzas. Tan tranquilo, como si pusiese crema en el culito de un bebé, esparcía la loción solar por el cuerpo de su madre. Le embadurnó el cuello, brazos, panza, pero también los senos. Vale. Pero cuando sus manos continuaron por el pubis, y sin cortarse ni un ápice, dieron un repaso de órdago a su sexo, empecé a ponerme nerviosa. Ella, ni inmutarse. Seguía explicándonos la excursión de la mañana siguiente a la paradisiaca Illa d’en Colom:

- He hablado con los padres de Silke y de Götz y ya lo tengo todo organizado. Hemos quedado con ellos que recogeremos a vuestros amigos en la rotonda de la carretera de Sa Mesquida con la de Maó. Tengo alquilada una semirrígida sin patrón en Es Grau. Vararemos en la playa Els Tamarells, la que queda en la parte interior, más resguardada del viento y las olas que la de S’Arenal d’en Moro. Nos llevaremos la comida y pasaremos el día allí. No os olvidéis las gafas y los patos. Va a ser una gozada, ¿verdad Andrés?.

- Seguro, mamá. Anda, date la vuelta.

Y siguió a lo suyo, piernas, muslos, glúteos a fondo y hacia arriba. Cuando le untaba los cachetes, con una especial atención a la raja de culo, fue el único momento en que nuestra madre perdió la concentración.

- Coño Andrés que al final me vas a poner cachonda. ¡Deja ya mi culo en paz!.

Al acabar con mamá, el muy cerdo se me ofreció:

- ¿Quieres que te la esparza a ti Carlota?.

-  Anda, deja. Ya he empezado yo y puedo acabar. Tal vez otro día.

- Pues no sabes lo que te pierdes, hija. Conmigo ha hecho un gran trabajo.

¡Pero, será cabrona!. ¿Me está diciendo que me deje magrear por mi hermano pequeño y que encima, me va a gustar?. Creo que ella misma se dio cuenta que se había pasado unos cuantos pueblos y cambió de tema. No sé qué fue peor…

- Ayer no os lo pasasteis mal con vuestros nuevos amigos. Seguro que Silke dejó que le tocases esas tetazas que tiene, Andrés. Y tú qué, Carlota. Llegaste más roja que unos fresones de Lepe. Esos alemanes no son tan remilgados como nosotros. Venga, contadme.

Yo me quedé a cuadros. ¡A ver si le iba a contar a mamá como se la pelé a Götz o lo bien que me lo comió en chaval!. Pero Andrés… Andrés es la ostia. Ni se cortó, ni le preocupó lo más mínimo explicarle a su madre, con su hermana delante, como se estrenó con la guarra de Silke. De hecho, creo que disfrutó contándoselo.

- Pues sí, mamá. Silke tiene unas tetas buenísimas. ¡Menudos melones!. Me dejó que se los tocara a gusto. Se los comí un rato largo. Creo que lo disfrutó tanto que hasta se corrió. Bueno, la ayudé un poco dándole con los dedos en el coño, pero yo creo que lo que provocó que se viniese, fue el morderle esos pezonacos que tiene la tía.

- Así, hijo, que esa amiga tuya alemana, tiene mejores tetas que nosotras. ¡Nos vas a poner celosas, verdad Carlota!.

Pero, pero, ¿a dónde quiere ir a parar mi madre?. ¡A mis tetas, que no las meta por en medio!.

- ¡Yo no he dicho eso, mamá!. Tanto Carlota, como tú, estáis más buenas que Silke y lo sabéis. Lo que quieres, es que yo te lo diga. Menuda lagartona eres, mamá, pero yo no voy a entrar en ese juego. Lo único que he dicho, es que tiene unos melones inmensos y si lo quieres saber, te lo diré: Me encantó comérselos y magreárselos a gusto y a ella… también.

- Vaya, vaya con mi Andresín… Y ella ¿qué te hizo?.

- Dejó que se la metiese. ¡Ayer me estrené, mamá!. Follamos un buen rato y fue fantástico. Silke es una chica muy desinhibida, no como mis compañeras de clase que son unas estrechas. Creo que lo hice bien, porque me dijo que acabó muy contenta. Carlota te lo puede decir. Mañana, seguro que repetiremos.

- ¿Tú también, hija?.

- No, mamá. Todavía no quiero que me la meta ningún tío y menos en el patio de atrás de un restaurante, con mi hermano pequeño delante. ¡Ni pa’tras!.

- Así que tú, de mirona. ¡Pobrecito Götz!.

Andrés no dijo nada. Si al final, mi hermano tendría un año menos que yo, pero ya se podía confiar en su discreción. En ese ambiente de confianza, no pude resistirme a hablar, al menos… un poco.

- Mujer, tanto, tanto, no. Le hice una pajita. Y… me las tocó también. Bueno… al final me chupo la cuca y me lo hizo muy bien. Tanto que… acabé dándole una mamadita. Ahora ya lo sabes todo mamá. Vamos a hablar de otra cosa, que me pongo mala con eso.

- Lo que te pasa, cariño, es que seguro que ayer te corriste bien a gusto y ¡te pones cachonda cuando lo revives!. Eres de sangre caliente, como Andrés y como yo.

Caliente, lo era un rato y hoy en día, todavía más. Cuando me duché antes de la comida, tuve que hacerme un dedo. Me supo a gloria. Ellos no fueron menos y lo sé, porque me lo dijeron. Los dos disfrutan exhibiendo su falta de pudor. Primero me encontré a mamá.

- Con vuestras aventuras de anoche, me habéis puesto a cien y papá es un soso. Me ha dicho que esas no son horas, ni para un arreglillo y me he tenido que acariciar yo solita, cariño. No me ha saciado, pero menos da una piedra… Seguro que a ti te ha pasado igual con tu dedito…

- ¡Mamá!.

Al bajar la escalera, me encontré a Andrés:

- Menuda paja me acabo de cascar. La lefarada casi no me cabía en la mano. ¡Joder, Carlota, es que al recordar lo de ayer, me he puesto a cien!. Además, no sabes que caliente he encontrado el coño de mamá cuando la he embadurnado. ¡Buuufff!.

- Me ha dicho que ella misma ha tenido que hacerse otra. Se ve que de lo caliente que iba, se le ha tirado encima a papá y le ha pedido que la follase. El muy cretino le ha dicho que lo dejasen para la noche, que era la hora de comer. Papá es idiota. Seguro que tú también te has tenido que hacer un dedo. ¿Al menos, te has quedado a gusto, hermanita?.

- ¡Andrés, vale ya, no me toques más lo que no suena!.

- El culo, te voy a tocar yo un día de esos…

El día siguiente, fue maravilloso. Estuvimos prácticamente solos en la playa de l’Illa d’en Colom, disfrutando de la naturaleza. También descubrimos otros alicientes... Sólo llegar, mamá se quitó el vestido veraniego y se quedó en pelotas. Parecía que quería marcar el territorio delante de nuestra exuberante amiga teutona. Yo, al menos, debajo del short, llevaba unas bragas de bikini que quitarme.

Los chicos iban con sus eternos bañadores surferos y unos calzoncillos de punto debajo. Nunca he entendido por qué los llevan. Mis compañeros de clase, hacen lo mismo. Cuando se bañan, les queda eso mojado debajo. Debe ser incomodísimo, pero las modas mandan. ¡Hay que demostrar que perteneces a la tribu!. Suerte que allí no los necesitaron.

Silke se desprendió de la camiseta larga que llevaba y se quedó en bikini. El sujetador no tardó nada en ir a parar al capazo. Realmente, esa chica tenía unas tetas brutales. Se veía que tomaba el sol en topless hacía días, pero aún así, le quedaban los pliegues blancos bajo esas ubres. Después de una mirada de mi hermano, las bragas le tardaron poco en desaparecer.

Andrés enseguida marcó su territorio y se ofreció a “proteger” a nuestra amiga de los malignos rayos solares. Cuando mostró el mismo estilo que usó con mamá, a ella le dio apuro. ¡La madre de su amigo vería como se dejaba magrear a gusto!.

Mamá lo solucionó rápidamente. Tomó el bote y fue a por mí. Se pasó tanto o más con mi cuerpo que Andres con ella la mañana anterior. Me embetunaba sin apartar su sonriente mirada de los ojos de Silke. A mí me daba vergüenza, pero también me ponía a mil. Si hubiese continuado medio minuto más, restregándome el protector solar en las tetas, creo que me habría corrido sin remedio.

Cuando dio por finalizado el tratamiento, me pidió:

- Anda, hija, dale crema a Götz. A ver si se va a quemar y luego sus padres me echan la bronca.

- Cuando Carlota acabe, me la pones tu a mí, guapo. Encima que os traigo a ese lugar tan bonito, a ver si luego no me cuidas y me quemo en las zonas más sensibles.

Götz balbució algo poco inteligible. Se le quedó cara de pimiento y una erección de campeonato. Nosotros, sonreímos con compresión, pero mamá al vérsela en ese estado, acabó de arreglarlo:

- Ostras, que polla tan bonita tienes, Götz.

Ya no se le bajó hasta media mañana y mucho menos, después de repartir la crema solar por el cuerpo de mamá. Él se la ponía con prudencia, pero nuestra madre…

- Las tetas, Götz, las tetas. Repártela bien. No te dejes el interior de la raya de culo. Anda, no te cortes y ponme también en el pubis. ¡Jo, que vergonzosos sois los jóvenes!. Bueno, todos, no, porque Andrés…

Creo que ya os habéis dado cuenta de cómo es mi madre. Su manera de entender el mundo, hizo que ese verano marcase un cambio en mi vida y en la relación con ella y con mi hermano. A partir de entonces, fui mucho más abierta, comunicativa y segura de mi misma. Eso me ha ayudado mucho y un par de años más tarde, me abrió las puertas a disfrutar de forma plena del sexo, sin tapujos, ni estúpidos pudores sin sentido. Ya habéis visto cómo soy hoy en día. Seguro que la aventurilla con Luís en el avión de vuelta a Madrid, os habrá dado una idea…

Ahora que ya vais conociendo a mi familia, tal vez os imaginéis lo que podía encontrarme al llegar a mi casa, en Madrid. Lo que realmente me encontré, iba más allá de mi imaginación. ¡La realidad, siempre acaba superando a lo que podemos esperar de las personas!.

Como no llevaba las maletas, salí del coche de cortesía con el bolso bajo el brazo, el laptop colgando y arrastrando el equipaje de mano. Di las gracias y una propina al chófer, busqué las llaves de mi casa y me dispuse a entrar sin llamar. Les quería dar una sorpresa a mis padres.

¡Vaya, si se la di!. Al menos, a mamá, porque como supe después, papá estaba en Viena, en un congreso.

Entré en el recibidor, dejé la maleta y la bolsa del ordenador en el banco de la entrada y me quite el abrigo. Iba a saludar con un grito de bienvenida, cuando oí la voz de mi madre en el piso de arriba. La voz, no exactamente. Un gemido. Inequívocamente sexual. Y otro. Otro más.

¡Hey, hey, hey…!, ahora era el de otra persona y no precisamente de papá, porque claramente, era de otra mujer. Entonces, oí un gemido lastimero de hombre, largo, intenso, vibrante. Vamos, se estaba corriendo un tío en la habitación de mis padres y no era mi padre. Y la cosa seguía:

- Paula, basta, no puedo más. ¡Mira como me habéis dejado el cipote!.

Esa voz, me era muy conocida, aunque después de dos años fuera, no era capaz de ubicarla… Pero cuando oí al tercero, no, tercera, en discordia, lo tuve claro:

- Bernardo, cada día estás más flojo. No ves que Paula aún puede correrse un par de veces más. Anda, aparta viejo, que le voy a trabajar la pepitilla. Verás cómo le saco otro orgasmo de los buenos.

¡Eran el tío Bernardo y la tía Ágata!. ¡El hermano pequeño de mi madre y su mujer!. Estaban follando los tres juntos en la cama de mis padres. Era perverso, pero me mojé sólo de pensarlo. Un río me salió del coño, patas abajo. Dejé las cosas y subí sin hacer ruido. Sería violar su intimidad, pero yo eso, no me lo perdía.

Al llegar al dormitorio, me encontré la puerta abierta de par en par y dentro, un panorama dantesco y… terriblemente excitante. Volví a mojarme al verlo y como no era plan ir con las bragas como un pañal meado, me las quité sin hacer ruido, junto a los pantalones.

Los tres estaban despelotados, tirados sobre la cama. Tía Ágata le comía la panocha a mamá con ganas, mientras su marido le acariciaba el chumino y jugaba con sus pezones. Tito Bernardo estaba estirado de través. Ensañaba su vergajo en toda su extensión, pero sin extender… Lo tenía tan marchito, como una pasa de Corintio. Bueno, más grande, vale, pero igual de arrugado.

Mientras recibía la lengua de su cuñada con evidente placer, mamá no dejaba de acariciarse las tetas. Las comprimía entre sus dedos, las envolvía con sus manos, volvía a pinzarse los pezones y tiraba de ellos hasta soltar un ¡huuummm! y vuelta de nuevo a las caricias pectorales.

Daba gozo verlos. Mamá cumplía los cincuenta y tres la semana próxima. Su hermano Bernardo nació cuatro años después y tía Ágata era un año más joven que él, creo. Pero coño, es que estaban bien de verdad los tres. Mamá tenía el mismo cuerpo que recordaba de aquellas maravillosas vacaciones menorquinas. Alguna arruguita, tres o cuatro kilillos más, sobre todo en las caderas, alguna pata de gallo rebelde, las tetas un dedo más bajas, sí, pero porque la escrutaba a fondo, vestida y arreglada, podía pasar por una mujer en la cuarentena, bien llevada.

Bernardo siempre se había cuidado mucho y se le notaba. Cuando yo era pequeña, jugaba a waterpolo con un equipo semiprofesional. Cuidaba su alimentación y ya entonces, traía de calle a todas las chicas. Como entonces, iba completamente depilado y seguía haciendo deporte. Marcaba la tableta y tenía unos brazos y piernas fuertes y estilizados. Es guapo y tiene buen cuerpo, el cabrón. No sigo, porque tendría que ir al baño a por una toalla para secarme entre las piernas. Es que... mi tío me pone desde que estrené la adolescencia.

Su mujer, Ágata, aunque esté bien y se conserve, no es tan guapa ni disfruta de tan buen cuerpo como mamá, pero tiene ese algo que dice a todas horas: “fóllame, tengo el coño abierto y esperándote”. Vamos, que es de esas mujeres que llevan el vicio tatuado en la frente. Y en esa ocasión, lo demostraba:

- Paula, cariño, cómeme el chichi un poco más. Aún tengo cuerpo para otro orgasmo. Y tú, Bernardo, trabájale el ojete a tu hermana. Ya sabes que es muy de culo.

- Olvídate, cuñada. Ya no puedo más. Me habéis dejado planchada. Si no me he descontado, han sido cuatro y el último... ¡joder con ése!. ¡De qué manera me he vaciado...!.

- Pues nosotros no le haríamos ascos a un último esfuerzo, ¿verdad, querido?.

- Por qué no. Darle la última alegría del día al cuerpo, siempre viene bien. Aunque no sé si tú sola conseguirás ponérmela dura otra vez. Necesito nuevos estímulos, algo diferente. Mirad que arrugada se me ha quedado. Dos lobas como vosotras, juntas, tal vez sea demasiado para mí. ¡Que ya tengo una edad, coño!.

Verles jodiendo con ese desparpajo, me había puesto como una moto. Oír a mi tiito del alma pedir nuevos estímulos para enfrentarse al último polvo del día, después de cometer incesto con la complicidad de su mujer, desencadenó que echase por la borda mis tabús más arraigados. Encontrarme a mamá follandose a su hermano y encima, darme cuenta que ni era la primera vez, ni sería la última, sin duda, ayudó a quererme llevar un retazo de placer de esa tarta tan casera. No me lo pensé dos veces.

- Hola, mamá. Hola tía Ágata. ¿Os puedo echar una mano?. No sé si sabéis que el tiito Bernardo me pone desde que empezaron a crecerme las tetas. Vamos, que me apetece un montón unirme a vuestra fiesta...                       

- ¡Por dios, Carlota!. ¿Qué haces aquí?. Si estabas atrapada en Canadá. Las noticias... ¡Qué vergüenza, mira que encontrarte a tus tíos así!.  Y encima, tu madre...

- Bienvenida a casa, hija.

- Gracias mamá. Dame un beso.

- Oye, hacía ya un tiempo que no te veía y menos así, despelotada, pero es que estás estupenda. ¡Qué envidia me das, mamá!. Eso, por no hablar de tía Ágata. Sigues teniendo un cuerpo de vicio, preciosa. Menudas zorritas te has agenciado, tiito. Anda, hazme sitio que con la de dedos que me he cascado soñando en ti, ya es hora que te cate.

- Pues anda que yo...

- Mira que eres pervertido. ¡Pajearte pensando en mi niña!.

- ¡Como si yo fuese el único, no te jode!.

Entretanto los mayores discutían sobre mí, yo me apliqué en cosas más prácticas: Deje la ropa con que aún me cubría el torso en el sillón orejero de papá y tan vestida como ellos, me acerqué a mamá para darle un beso. Lo primero, es lo primero.

Dada la situación, el beso carrillero se tornó en muerdo atornillado y ya puestas, incluimos un húmedo trabajo de lengua.

Parecía que fuese lo esperado, algo de toda la vida, como si al traspasar la puerta, una oscura fuerza interior nos obligase a mamá y a mí a tratarnos con esa lascivia. Su magnetismo sexual, le afloraba por todos los poros de la piel y parecía reclamarme el gozar sin tabús ni límites establecidos de su cuerpo. No pude reprimirme y se lo solté a bocajarro, eso sí, con mis palabras:

- Coño, mamá: ¡Tienes un polvo que te cagas!...