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Con mi madre II

en Amor filial

Me estremecí tan fuerte, tenía miedo. Me había esperado demasiado a perder mi virginidad, cuanto más mayor me hacía más miedo me daba.

Yo: Pero mamá… -balbuceé

Madre: Llámame por mi nombre. –dijo autoritaria.

Yo: Vale, Danielle.

Danielle: Retírate el bikini. –dijo más autoritaria.

Me lo quité lentamente, y temblando un poco. Sentí que todo eso iba muy rápido.

Danielle, mi madre, me quería desvirgar, una cosa era hacerlo, pero eso lo veía algo diferente.

Danielle: Tranquila cielo… -dijo acercándose y dándome un tierno beso en los labios-.

Me fue besando cada vez con un poco más de exigencia, poco a poco con más ansia. Cuando ella ya pudo percibir mi grado de excitación se detuvo.

Danielle: Ponte esto. –y me dio un antifaz.

Aunque estaba muy excitada aun persistía en mí el miedo, ya que las simpáticas amigas que tenía siempre me decían que me moriría de dolor.

Mientras me puse el antifaz no supe dónde estaba mi madre, bueno Danielle, hasta que oí pasos y supe que había vuelto.

Olvidé todo tipo de temor cuando sentí sus labios posarse en mi cuello.

Yo: ¡Oh, Dios! –gemí sin yo querer. Sus labios estaban congelados, era una sensación enloquecedora, notaba su cuerpo ardiente y su boca congelada besando mi cuerpo, sentía quemazón, tanto de frío como de calor. Dejó de besarme y se movió del sitio, no sabía qué hacía, me ponía nerviosa pensando en el consolador. Allí sí que me estremecí bruscamente, un espasmo me recorrió todo el cuerpo, ¡era hielo! Lo repartía por mi boca, mi cuello, por en medio de mis pechos sin llegar a tocarlos y lo dejó en el ombligo. Ella suspiraba como reprimiéndose a sí misma obligándose a hacerlo todo con calma, en cambio yo jadeaba desesperadamente. Retiró el hielo e inmediatamente sus labios rodearon mi pezón y lo succionaron muy lentamente, notaba su lengua helada dando golpes en mi pezón, mientras sus labios lo succionaban como yo a ella cuando era pequeña. Ese pensamiento me envió una oleada de excitación a mi entrepierna, realmente estaba muy húmeda. En el fondo me daba vergüenza que viera que me ponía tanto. Mientras succionaba uno con su mano se dirigió al otro y empezó a pellizcarlo suavemente y poco a poco con más intensidad. Mis gemidos empezaban a resultarme vergonzosos pero no podía ocultarlos, salían de mí a pesar de obligarme a mí misma a estar en silencio. Cuando pareció necesitar ya más de mí, que mis pechos ya no la saciaban se separó de mi otra vez sin saber qué hacía, hasta que note que buscaba espacio para estar entre mis piernas.

Cuando noté simplemente su frio aliento, deduje que había vuelto a chupar el hielo para enfriarse la boca de nuevo. Con todo mi cuerpo estimulado más de lo normal empecé a ponerme nerviosa, sabía que faltaba poco para el gran momento. En cuanto su lengua rozó simplemente mi clítoris no pude sostenerme más tiempo, sin ser consciente de mis actos, enredé mis dedos en su pelo y la presioné más hacia mí. En ese momento sentí esa fría lengua haciéndose espacio en mi entrada, llenando ese espacio vacío. Exploté, allí me di cuenta que soy como mi madre, no podía callarme, empezaron a salir unos sonidos de mi garganta que realmente no se hacer, era una mezcla entre ahogo, orgasmo y miedo. Aun así lo disfrute como nunca.

Una vez mi orgasmo empezó a reducir ella se separó de mí.

Estaba empapada, tanto de mis fluidos como de sudor. Me cogió de las manos, me levantó para tumbarme en el suelo. Dios que sensación, estaba frío, realmente daba gusto.

Se puso sobre mí sin llegar a tocarme con su cuerpo, noté sus labios sobre los míos. Su lengua entró con suavidad en mi boca, acarició el interior de mis mejillas, investigó en lo más profundo de mi garganta y regreso de nuevo a mis labios.

Yo: Danielle… -murmuré.

Se inclinó despacio hacia abajo y noté que algo me tocaba entre las piernas. No era su mano.

Danielle: ¿Lo notas? –susurró.

Yo: ¿Es… el consolador? –pregunté con un cierto temor.

Danielle: Sí. –me acarició el muslo–. Es pequeño.

Danielle me acarició desde el muslo hacia arriba, hacia el centro.

Danielle:¿Lo quieres? –murmuró–. Estás muy húmeda.

Yo: Sí. –susurré con temblor–. Lo quiero.

Danielle: Ahora lo vas a notar. – Separó mis muslos y los mantuvo abiertos. Sus dedos separaron mi acceso y algo duro penetró en mí de una forma muy lenta, centímetro a centímetro.

Danielle: ¿Va todo bien? –preguntó–. Si no te gusta, dímelo.

Yo: Todo va bien. –respondí con cierto esfuerzo. Era una sensación extraña, pero no llegué a sentir dolor, simplemente incomodidad. Tampoco resultaba desagradable, si no extraño.

Cuanto mayor era la profundidad con que penetraba en mí, más sentía sus cálidas caderas entre mis piernas. Quería entrelazar mis piernas alrededor de ella y abarcarla toda para mí. Mi cuerpo ya se había acostumbrado a su tamaño, ya no me sentía tan extraña, quería sentirlo todo dentro de mí.

Yo: Vamos Danielle. –susurré–. Lo quiero. –Alcé los muslos, coloqué los talones sobre su trasero y presioné hacia abajo.

En aquel momento sentí que, de un golpe, todo el consolador me penetraba.

Danielle: Esta todo dentro. –murmuró.

Su piel acariciaba la mía, cuando empezó a moverse con lentitud.

Coloqué mis brazos en su espalda e intenté atraerla hacia mí. Era como un baile.

Danielle aceleró sus movimientos y noté como el consolador salía de mí y volvía a entrar.

Danielle: ¿Quieres más? Dime si quieres más. –murmuró.

Me agarré con fuerza a ella, con brazos y piernas.

Yo: Sí, quiero más… -dije en un susurro.

Danielle aceleró el ritmo. Sus sacudidas se hicieron más fuertes, cada vez un poco más. Aunque creía que el consolador ya había alcanzado su destino, no parecía ser así. Cada vez penetraba más profundo en mi interior. Parecía atravesarme, partirme en dos. Gemí. Aquellos golpes me quitaban el aire, tan solo podía respirar cuando ella se echaba hacia atrás y el consolador se salía.

Me hubiera gustado ver su rostro, como estaba sobre mí, como me tomaba.

Pero ese antifaz hacia que me concentrara en mis sensaciones. Sólo la notaba a ella, a mi madre, dentro de mí, como abría mi interior y me llenaba del todo.

Ella notó mi deseo y empujó con mayor fuerza, hasta que grité, gemí, suspiré, le arañe la espalda y las caderas. Cada vez iba más rápido, más hondo, más violento, hasta que ya solo pude jadear con toda intensidad.

Una y otra vez. Mi vientre estaba más ardiente de lo habitual. No podía llegar al orgasmo, a pesar de que deseaba hacerlo.

Yo: Mamá… no puedo…., no puedo… -murmuré desesperada. Tenía la sensación de arder, parecía que el consolador se inflamaba pero no me llegaban las llamas. Era terrible.

Danielle echó mano entre mis piernas y tomó mi perla, la presionó y la limpió, pues mi humedad interna ya hacía tiempo que había fluido y lo cubría todo.

Experimenté una punzada caliente y exploté. Grité y retorcí la espalda, me noté traspasada por Danielle, abierta y entregada por completo a ella.

Mi vientre ardía, mis mulos temblaban y mis brazos colgaban muertos. Luchaba por poder respirar.

Danielle me besó y me quitó el antifaz.

Danielle: Ahora quiero volverte a ver. –me besó de nuevo, empezando a excitarme lentamente de nuevo.

Desde entonces, ella llena ese vació interno mío muchas veces cuando nos quedamos solas. Hay experiencias que nadie te las dará mejor que una propia madre, y aunque esta no suele ser una de ellas es mejor que ninguna. 

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