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Cazado 4. Vendido a Teresa.

en Dominación

Pasaron algunos días desde que Teresa me compró. En el instituto yo seguía siendo andrés, un profesor como los demás. Pero en cuanto salía tenía que ir a mi casa a toda prisa, comer cualquier cosa, ponerme bragas, sujetador y medias, y volar a casa de Teresa, donde era Andrea, su criada, su esclava, ponerme el uniforme y allí ocuparme de todo en su casa, para tenerla siempre perfectamente limpia, para ocuparme de su cocina, prepararle la cena, servírsela, recoger, limpiar, y volver a mi casa a dormir un poco.

Sólo descansaba cuando ella salía, en cuyo caso me mandaba a mi casa antes. Por eso, cuando un día me dijo en el instituto:
-Esta tarde voy a salir.
Yo pensé que sería como siempre. Podría ir a mi casa y descansar, ser yo mismo un rato, en vez de la criada esclavizada de Teresa.
-Pero vas a venir conmigo, que tenemos que hacer unas compras.
-Sí, Mi Señora -le contesté apesadumbrado, aunque estuviéramos en el instituto, porque no había nadie cerca.
A eso de las seis, con la casa perfectamente recogida y limpia, me dejé puesto, siguiendo sus órdenes, las bragas, el suje y las medias, me puse mi ropa encima, y salimos de casa.
-Hay que ver -me iba diciendo Teresa- lo pronto que se acostumbra una a lo bueno. Hace un mes ni se me hubiera ocurrido, y ahora no podría pasar sin ti.
-Gracias, Mi Señora.
-Y como esto parece que va para largo, tenemos que comprar alguna cosa porque estoy ya cansada de verte siempre con ese uniforme. Te acompaño porque quiero elegir yo lo que te vas a poner.
-Sí, Mi Señora.
Subimos a la planta de señoras de El corte inglés. Cogió una blusa blanca, sencilla, como una camisa, salvo la tela, sedosa, los botones, forrados de la misma tela y, lógicamente en el lado de las chicas y un pequeño y discreto volante al final de los puños y el cuello.
-Allí está el probador. Póntela y sales que te vea, a ver si es tu talla.
Me quedé parado un momento.
-Vamos, andrea, que no es un vestido.
Cogí la blusa y me dirigí volando al probador. Una dependienta se quedó mirando, pero no dijo nada.
Salí con ella puesta, y no se veía a Teresa. Lo que sí se veía era demasiadas mujeres para mi gusto, que además me veían a mí. Ojalá el sujetador, al ser rosa, no contrastara mucho sobre mi piel. Pero por las miradas, me temía que sí.
Por fin, teresa apareció, con otra blusa en la mano.
-Sí, es tu talla. Además, ya ves, es casi como de hombre. Podrás llevarla al instituto, o ponértela cuando alguien venga a casa. Ahora esta.
"Esta" era de color malva, también de raso o algo así, con encajes por varios sitios, y con un cuello redondo y alto, también de encaje. Se cerraba atrás con dos pequeños botones.
cuando salí me pareció que había más gente que antes, y más dependientas, y parecía que todo el mundo estaba pendiente de mí.
-Perfecta. ¿Te gusta?
-sí, mi Señora -susurré.
-Bien, quédate con esa puesta y déjale la otra ahí a la dependienta, y dile que te la guarde un momento, mientras compras alguna cosa más.
Me señaló una falda, negra hasta las rodillas, de tubo.
-¿Te quedará bien?
Me la colocó por delante, como midiendo la cintura.
-Mejor te la pruebas. Con la blusa, para ver el efecto. Póntela, y no vayas a dejarte los pantalones debajo.
Me la dio, y yo quise morirme. La gente me miraba, unos con disimulo, y otros ni eso.
Intenté asomarme a la puerta del probador cuando ya estaba vestido, pero Teresa hablaba con una dependienta y me hizo una seña para que saliera, con la blusa, la falda, las medias...
-Le estaba explicando a la chica lo de la fiesta, y lo guapa que tienes que estar... a ver...
Me hizo girarme sobre mí mismo, bajo la atenta mirada de las dos, y de más gente.
-Te queda perfecta, andrea -me pareció que remarcaba la "a" final-. ¿Y esta otra, no te encanta?
Me enseñaba otra falda beige, con lunarcitos marrones, un poco por debajo de la rodilla y con vuelo.
-Sí -dije, y ante su mirada, añadí:-, Señora.
-No hace falta que te la pruebes. Pero estos pantalones sí.
¡Unos pantalones! Casi me alegré, hasta que me fijé: de chica, claro, sin bragueta, sin bolsillos, con una cremallera a un lado. Por supuesto tuve que probarmelos y pasear por delante de ella, y de medio mundo, junto a la blusa malva. Me quedaban bien, según afirmaron las dos.
Después de pagar todo aquello, fuimos a la sección de lencería, donde me tuve que comprar una docena de braguitas y tangas, cada uno con su correspondiente sujetador a juego, de todos los colores y formas, aunque nunca eran sencillos slips, y varias medias, negras, blancas y beis. No me hizo probar nada de eso, pero dejó bien claro para quién eran: ¿tú crees que te quedará bien este sujetador? El negro se te transparentará mucho con tus blusas, pero no importa. Estas medias son muy delicadas, tendrás que tener cuidado de no romperlas cuando te las pongas...
Terminamos las compras con cuatro pañuelos.
-Bueno, me tengo que ir, Andrea. 
Y yo estaría libre el resto del día, por fin. Incluso me daba tiempo a ir corriendo a jugar un padel con los amigos. Ya nos habíamos dado la vuelta, ella para un lado, yo para el otro, cuando oí a mis espaldas.
-¡Andrea! -me di la vuelta, estaríamos a unos diez metros. No hacía falta gritar, pero sí hablar en voz alta. Y como ella se quedó callada, mirándome, tuve que contestar.
-¿Sí, Mi Señora?
Sonrió.
-¡Qué maja! A casa a descansar, nada de salir por ahí. Y mira, puedes ir cogiendo tu ropa interior de tío y metiéndola en una bolsa para tirarla.
-Sí, Mi Señora -contesté resignado, y allí mismo empecé a echar de menos a mis anteriores dueñas, las que me requerían para limpiar, o para entretenerse colgándome y azotándome, pero solo de vez en cuando.
Llegué a casa cabreado. ¿No iba a poder disponer de nada de tiempo para mí? O, ¿ni siquiera en el tiempo que me dejaba libre podría hacer lo que yo quisiera?
Fui metiendo con rabia los calzoncillos en una bolsa. ¿Más ropa interior? Había comprado medias, así que metí también los calcetines, y alguna camiseta interior. Luego me tiré en el sofá, en mi sofá, el que ya apenas utilizaba. Y no habían pasado ni diez minutos cuando llegó un mensaje de si Señora: 
"Seguro que estás disfrutando probándote toda la ropita que has comprado. Tengo ganas de ver cómo te quedan los pañuelos en la cabeza, para dejar esa cofia tan fea. Ponte uno y mándame la foto, y si me gusta lo que veo te daré una buena noticia"
Una buena noticia, sería ironía? Cogí un pañuelo de tonos rojos, blancos y dorados, lo doblé en triángulo y me lo puse como un pirata. Me hice la foto y se la mandé.
"No, no, no, muy mal. El pañuelo puesto como la mujercita que eres. Tendré que enseñártelo todo. Por delante, más arriba, casi hasta donde empieza el pelo. Y las orejas tapaditas. Teníamos que haber comprado unas horquillas. Y, por favor, la foto de cuerpo entero, y SOLO con el pañuelo puesto"
Me desnudé, me puse el pañuelo como decía, lo que no fue fácil, porque se me iba para atrás, hasta que vi que si no lo apretaba mucho era más fácil. Me hice la foto en el espejo de mi cuarto y se la mandé.
"Mucho mejor. ahora otro, pero en el cuello, y con el nudo en un lado, y uno de esos conjuntos tan monos"
Le mandé la foto, con el pañuelo al cuello, la falda de tubo y la blusa malva, y debió gustarle.
"la buena noticia: ¿quieres saber cómo podrás volver a ser libre?"
Corriendo, contesté que sí, mi señora.
"Pues como los esclavos romanos: comprando tu libertad por un precio razonable: lo que me has costado, más los intereses"
"Gracias, Señora. ¿Y eso cuánto será?"
Si al final todo se reducía a ganar dinero, le daría lo que pidiera, claro. No podía creerme mi suerte. Y hacía bien.
"No hay prisa. Primero pienso seguir teniendo mi criada gratis. Ya hablaremos del precio. Ahora solo la blusa, solo con suje negro y relleno, sin bragas".
Contento por lo que acababa de leer, me puse la blusa que me decía sobre el suje, me quité las bragas, hice la foto y se la mandé. Se me veía tan ridículo, vestido de mujer de la cintura para arriba, y la picha colgando.
Su respuesta me dejó helado:
"Nos ha gustado mucho. Y esto es otra buena noticia para ti"
Le había enseñado a alguien mi foto con la picha al aire, con un sujetador y una blusa, y eso tenía que ser una buena noticia. Me lo explicó en el siguiente:
"Les he dicho a mis amigas que quieres salir conmigo, y que estás dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Nos hemos reído un poco, la verdad, pero tú te tienes que alegrar porque si vas a ser mi pareja, yo evitaré humillarte en público."
"Gracias, mi señora"
"Va a ser un bombazo en el instituto, jajaja"
"Sí, mi Señora"
"Jajajaja, dice mi amiga que no podremos casarnos"
"¿No, mi Señora?"
Su amiga me caía bien, poco rato:
"Dice que nos pelearíamos la noche de bodas por ver quién llevaba un camisón más bonito, jajajaja. Por cierto, ha sido un olvido imperdonable. Teníamos que haber comprado unos camisones"
"Sí, mi Señora"
No supe más de ella hasta horas después, por la noche, cuando ya estaba en la cama. Me mandó un mensaje lleno de errores de teclado, que venía a decir a lo mejor se había hecho lesbiana, porque tenía ganas de probar a su prometida, y que fuera a su casa con el disfraz de hombrecito que me había comprado, y que de camino tirara mi ropa interior de antes.
"Ahora mismo voy, mi señora"
Me vestí con la que ya era mi única ropa interior, y los pantalones de mujer y la blusa blanca, y con una cazadora encima me fui para allá, con mi pensamiento dando vueltas a todo lo que había pasado esa tarde, desde las compras hasta la posibilidad de ser libre, y el extraño giro que estaban dando las cosas.
Teresa me esperaba con una copa en la mano, los ojos muy brillantes, el habla un poco desenfrenada y una extraña sonrisa.
-Pasa, querida, pasa.
Pasamos al salón, dejó la copa en la mesa y sin esperar a nada, empezó a desnudarme.
-mmm... cuando te compré me dijeron que también servías para el sexo... vamos a probar un poco... ahora que eres mi novia... ¿te gusto, querida?
-Ssssí, Mi Señora.
-¿Te gusto más que esos perritos que te follan?
En eso, a pesar de los pesares, no había duda.
-Sí, Mi Señora. Me gusta usted mucho más.
Ya me había desnudado por completo, y empezó a tocarme la polla, que reaccionó como era de esperar, ya que ni siquiera me pajeaba desde hacía días o semanas, por falta de ganas y de tiempo.
-Tenemos que comprarte camisones, pero de momento...
Cogió un camisón blanco, corto, de tirantes, y me lo puso.
-Estás muy guapa... date la vuelta -me tocó el culo con las dos manos-... mmm... ¿me deseas como yo a ti?
Y en aquel momento sí que la deseaba.
-Sí, sí, mi señora, la deseo.
-Pues quítame la ropa.
Me puse enfrente de ella, y empecé a desabrocharle la blusa.
-Ahora no eres mi esclava, sino mi novia, y me gustaría mucho notarlo.
Me incliné ligeramente sobre ella, un poco más baja que yo, y le di un tímido beso, sin saber cómo reaccionaria.
Reaccionó apretando su boca y metiéndome su lengua y abrazándome con furia. Sin que se separara de mí, conseguí quitarle la blusa, la falda, el sujetador, las bragas y cuando le estaba bajando las medias, me arrastró a su cuarto.
Se tiró en la cama, le quité las medias y empecé a comerle los pies. quería hacerlo bien, hacerlo muy bien. En mi esclavitud ese podía ser el mejor momento hasta entonces, y además quería que Teresa acabara contenta, muy contenta. Como ella me había dicho, si yo era su novio, o novia, me tendría que cuidar más.
Fui subiendo por las piernas hasta que mi boca y mi lengua llegaron al coño y el clítoris. Fue tocarlo y correrse por primera vez, de una forma escandalosa.
Y como le gustaba, seguí, una, dos, tres, cuatro... no sé cuántas veces más se corrió, con mi lengua cada vez más profunda y más suave.
-Ponte debajo, me dijo, que ahora voy a follarte.
Me tendí en la cama, pero algo no iba bien. Mi picha se había quedado flácida, y cuando ella se subió a horcajadas sobre mí y se subió el camisón para metérsela, se dio cuenta.
-O sea que sí, que prefieres que te la clave un perro!! -me tiró de la cama-. Vístete y lárgate. Ya hablaremos.
No supe reaccionar bien, pues no habría sido muy difícil seguir haciéndola disfrutar y convencerla de que eso era lo que importaba, y lo pagaría. Me fui al salón, me vestí y me fui.
Por la mañana recibí un whatsapp.
"Vístete como quieras, aunque creo que ya no tienes calzoncillos. Voy a intentar devolverte"
"Por favor, Mi Señora, no me devuelva, por favor. Seré su criada más fiel, su esclava sexual para lo que usted desee. Por favor, Mi Señora. La quiero a usted, y la deseo, y quiero que usted me folle, sólo usted. No sé qué me pasó anoche, pero no se repetirá. Por favor, deme otra oportunidad"
No podía creer lo que estaba escribiendo, pero antes de arrepentirme lo mandé. No me contestó. Tomé la decisión de intentar conquistarla, como un adolescente deseoso de agradar. Como una adolescente. Me vestí a toda prisa como por la noche, sin pensar que iba a ir así, con una blusa que dejaba ver el sujetador y pantalones de mujer, y una cazadora y me fui hasta el portal de Teresa y esperé a que saliera.
-¿Qué haces aquí?
-¿Me permite acompañarla, Mi Señora?
-¿Por qué?
-Para que todos sepan en el instituto que me gusta usted, que quiero ser suyo
-Lo que van a ver es que quieres ser mía, con esa ropita.
-Quiero ser suya.
-Ya, ya. Anda, ve a cambiarte y ya hablaremos.
Me fui contento, porque la reacción había sido buena.
Durante toda la mañana intenté encontrarme y estar con ella, solos o con más gente. Y más de uno se dio cuenta de mi interés, lo que vi que agradó a Teresa.
A las tres y media estaba en su casa, perfectamente uniformado con la blusa beis y la falda negra de tubo, un pañuelo en la cabeza y el delantal
-Así que quieres ser mi novia y que todo el mundo lo sepa.
-Sí, mi Señora.
-Pero lo de anoche no va a quedar sin castigo.
-No, Mi Señora, porque lo merezco.
-Muy bien. Te vas a tomar esa pastilla azul de encima de la mesa. ¿Sabes qué es?
-¿Viagra, mi Señora?
-Sí.
-Pues vamos.
Cogí la pastilla y con un poco de agua me la tomé.
-Ahora a trabajar deprisa, que dentro de una hora tienes otras cosas que hacer y quiero que la cocina esté lista y casi toda la plancha.
Un rato después ya iba sintiendo los efectos de la pastilla, y el mero roce de la ropa que llevaba puesta, o pensar en lo que vendría después hacía que mi picha creciera como sin querer. 
-Deja la plancha y ven, esclava.
Fui al salón. Ella dejó el periódico a un lado y me dijo:
-Baila un poco para mí mientras te vas desnudando y piensa en que te voy a follar como a una putilla.
Me fui quitando la ropa moviéndome al son de una música suave: el pañuelo, el delantal, la falda, que dejé caer poco a poco, la blusa, mi picha ya estaba como nunca, seguí con las medias, apoyando cada pierna en una silla, el sujetador, las braguitas, y como ella no decía nada, seguía bailando mientras me tocaba el pito, el culo, los pezones. Me lanzó el camisón blanco que me puse por la noche, me lo puse.
Se levantó y se acercó.
-Desnúdame y vete haciéndome el amor.
Y moviéndome con la música, le fui quitando la ropa mientras la besaba, la acariciaba, me arrodillaba y le lamía las piernas, los pies, el clítoris, y subía para seguir con sus tetas y su boca. Y en aquellos momentos lo hacía con ganas, con deseo, con toda la intensidad. Mi polla respondía a lo grande a la pastilla y al momento.
Teresa, sin separarse de mí, me fue llevando hacia la cama.
-Túmbate boca arriba, los brazos en cruz.
-Sí, Mi Señora, como usted desee.
Cogió una de mis muñecas y la ató con un fular a la pata delantera de la cama. Luego hizo lo mismo con la otra. Cogió mis pies y los ató juntos a otra de las patas. Luego se subió a horcajadas sobre mí. Subió el camisón hasta taparme con él la cara.
-Voy a violarte unas cuantas veces, y tú, nada de correrte.
Me puso un condón, y antes de que me diera cuenta, ya había metido toda mi picha dentro de ella. Empezó a cabalgar y yo a intentar por todos los medios no correrme, Y ella, dos, tres orgasmos casi seguidos.
Me destapó la cara y se sentó sobre mi boca.
-Ahora con la lengua, como tú sabes.
Medio asfixiado, con sus rodillas sobre mis brazos, lamí y lamí mientras ella se corría otras cuantas veces.
-Ahora te voy a desatar para que te des la vuelta.
Me colocó boca abajo, con las manos atadas como antes, a los lados, y las piernas ahora abiertas, atadas con fuerza a las patas posteriores de la cama, y con una almohada doblada bajo mi tripa.
-Hoy te estás portando bien, pero los castigos no se perdonan.
Me puso crema en el culo, y me metió un consolador que puso a vibrar dentro de mí. Ella se echó encima de mí, clavando una de sus piernas en el consolador, para dejarlo bien dentro.
-Ahora te puedes correr, que así parece que te gusta, como si te follara un enorme perro.
Me corrí, frotándome la picha contra la almohada, con el culo penetrado y ella encima moviéndose. Pero no fue lo placentero que tenía que ser, porque de la cabeza no se me iba como había llegado allí, y que allí estaba castigado.
-Ahora vamos a descansar un poco, que no hemos terminado.
Me dejó allí atado, con el condón con mi corrida puesto, con el vibrador en el culo, vibrando lentamente, sin que bajara mi excitación, y salió de la habitación.
Me hubiera gustado dormirme en ese rato, pero era imposible. 
-A ver si de verdad te gusto -me dijo cuando volvió al cabo de no sé cuánto tiempo.
Me desató, y yo de inmediato me puse a besarla, a acariciarla, a comerle el coño, para terminar echándome de espaldas y encajándola, para después ser yo el que se movía, debajo de ella, mientras le acariciaba sus tetas y sus muslos y le decía, y en aquel momento era cierto, que la quería y quería seguir con ella, que deseaba ser suyo y de nadie más (sobre todo de nadie más). Y por fin, volví a correrme, después de que ella lo hiciera muchas veces, esta vez dentro de ella, con el mismo condón usado de antes.
Cuando le pareció bien, se inclinó sobre mí y me dio un beso tierno en los labios.
Se levantó y me mandó al servicio a lavarme, y luego vestirme.
Al final, me puse de rodillas ante ella.
-Me gustaría poder quitarte el castigo, pero eso es imposible. Ni siquiera sé en qué consiste -metió el camisón en una bolsa, que me entregó-. Tienes que ir a esta dirección, allí dirás que eres Andrea y que llevas el camisón. Espero verte mañana en el instituto.
Salí completamente deprimido. Parecía que todo iba bien, y de pronto... las mismas dudas de siempre. Me imaginé el castigo: me vestirían únicamente con el camisón, me colgarían, me azotarían... ahora que parecía que iba encontrando una salida. Pero tenía que seguir la corriente, y rezar para que fuera la última vez...
La dirección era en un polígono de las afueras. Se trataba de un gigantesco sexshop y, supuse, también puticlub.
Se entraba por un bar. En la barra, una mujer muy pintada, se me quedó mirando desde que entré. Había por allí algunos grupos de hombres y otros que bebían en soledad.
Me acerqué a la barra.
-Hola, guapo, ¿qué quieres?
-Me llamo andrea -le dije, en voz muy baja-, y aquí traigo el camisón.
Ella sonrió, y a gritos le dijo a un tipo que había al final de la barra:
-Ha llegado Andrea, y trae su camisón!! ¿Se cambia aquí o pasa?
Todo el mundo se calló y me miró, agaché la cabeza.
-Que pase.
-Ya has oído, vete para allá.
El hombre abrió una puerta y me hizo pasar a un cuarto donde estaban tres chicas en ropa interior.
-Desnúdate y ponte el camisón.
-Hola -saludé a las que estaban allí, pero ninguna contestó.
Me desnudé. Me puse el camisón, corto, blanco, de tirantes. Ya había aprendido a obedecer al pie de la letra.
Una de las mujeres se levantó y me puso un collar de cuero, con una cadena colgando de una argolla.
-Ponte a gatas.
En cuanto estuve a cuatro patas tiró de la cadena, llevándome con ella de nuevo al bar. al salir hubo un coro de carcajadas. Me dio un par de vueltas por el bar, yo siempre con la cabeza muy baja para evitar cualquier reconocimiento, y me llevó a otra puerta.
-Espera, que falta una hora para la función. Deja a la putilla en el escenario, para que la vean bien los futuros clientes.
Cambiamos de dirección y me llevó hasta una tarima baja que había en un rincón, a la que me hizo subir. Me señaló el centro:
-Ahí de rodillas, y los brazos arriba. Me esposó las muñecas y las sujetó a una cadena de colgaba de una viga. Me hizo girar un poco, hasta que quedé frente a todo el bar. Y sujetó otras dos cadenas más finas a dos argollas de mi collar, a los lados de la barbilla. Tiró de ellas hacia arriba, con lo que me resultaba imposible bajar la cabeza.
-Ahora repite conmigo: Hoy haré mamadas gratis en el círculo.
-Hoy haré...
-Más alto, que te oigan todos, bien alto y claro.
-Hoy haré mamadas gratis en el círculo.
Me dio una bofetada.
-He dicho que bien alto.
Y casi a gritos, dije:
-¡Hoy haré mamadas gratis en el círculo!
-Muy bien. Ya lo saben todos estos. Cada vez que veas entrar a alguien en el bar, de la calle o de las habitaciones, lo repites para que se enteren bien.
-Sí, Señora.
La puta se bajó y me dejó medio colgado, de rodillas, en camisón y con la cara bien visible. No tuve que esperar mucho. Un  grupo de muchachos entró en el local. Podrían ser incluso del instituto, pero eso era algo en lo que no podía pensar. Cuando estuvieron todos dentro, camino de la barra, exclamé:
-Hoy haré mamadas gratis en el círculo.
Se pararon y me miraron, estallando en carcajadas. Llegaron más tíos, siempre tíos, y a todos les avisaba de que estaba allí, y de que iba a mamar pollas en breve. Y un viejo que entró solo se me quedó mirando fijamente cuando grité el mensaje. Le vi hablar con la madame, a esta reírse y asentir. El viejo vino hacia mí. Se puso en frente y fue desabrochándose la bragueta.
-Mi pensión no alcanza para entrar en el círculo, pero madame no quiere que te pierdas el placer de chupármela aquí mismo.
Ya se la había sacado, morcillona, fea, sucia, maloliente.
-No nos des la espalda, Sevi, no seas maleducado.
-Perdón -dijo, y me giró un cuarto de vuelta, para que todos pudieran ver lo que iba a pasar.
Cogió su polla con la mano y la llevó a mi boca, que abrí al tiempo que cerraba los ojos. la puta que me había llevado hasta allí se acercó con un móvil para, sin duda, grabar toda la escena.
La picha estaba blanda en mi boca, pero quería terminar cuanto antes y empecé a lamerla por todas partes, sobre todo el capullo. Noté perfectamente cómo se iba endureciendo, y el viejo entonces empezó a empujar más y más adentro. Sentí alguna arcada, pero seguí trabajando. Abrí los ojos y vi a varios tipos que se habían acercado con sus copas en la mano para ver el espectáculo.
El viejo me agarró la cabeza y me empujó contra sus calzoncillos, que apestaban a meada y mierda, luego me separaba un poco, y volvía a empujar, clavándome su picha ya dura en la garganta.
-Córrete en la boca, sevi, que la chica quiere saborear tu leche.
Él siguió a lo suyo, y cuando noté que se iba a correr, sacó la polla lo suficiente para que el capullo quedara sobre mi lengua, en la que descargó varias veces.
-Traga, putilla -me dijo-, que no se pierda una gota.
Y tragué, con todo el asco del mundo.
El viejo se retiró, guardándose su picha, y yo vi que había más gente que antes.
-Hoy haré mamadas gratis en el círculo.
-¿Puedo...? -preguntó otro.
-No, guapo. Tú pagas la entrada, como todos.
Un rato después, la misma puta me soltó y volvió a pasearme por el bar a gatas. Luego nos fuimos a la puerta de antes y a un largo y oscuro pasillo.
Entramos en un cuarto en penumbra, que parecía redondo, donde la puta me soltó la cadena del cuello.
-Si te levantas, te sujetaremos la polla a los pies, y dicen que eso es muy doloroso, así que más te vale seguir como la perrita que eres. Y ni una palabra. La gente paga por ver el espectáculo, no por oírte.
La puta salió, y se encendieron algunas luces, que me permitieron ver donde estaba: una sala no redonda del todo, sino como un polígono de diez o doce lados. En cada uno de ellos, una ventana iluminada, menos en el que estaba la puerta, ya bien cerrada. Y de pronto, el suelo empezó a girar muy lentamente, al tiempo que algunas de las ventanas se apagaban y se podía ver movimiento de gente al otro lado, gente que sin duda estaban allí para verme.
La puerta se abrió, y entró una mujer vestida con unas minúsculas braguitas y con un látigo en la mano. Dio dos vueltas a mi alrededor haciendo chasquear el látigo contra el suelo, hasta que un latigazo estalló en mi culo, y otro en mi espalda.
El suelo seguía girando y me pareció que ya no quedaban ventanas iluminadas. Los latigazos seguían cayendo, espaciados, dolorosos. La mujer se sentó sobre mí y me obligó a moverme hacia una de las ventanas. Al acercarme, vi por qué. Debajo de la ventana había un agujero, sobre el que se había encendido una lucecita roja, y por allí salía una picha bastante crecidita. Tirándome del pelo, llevó mi cabeza hasta ella. Me la metí en la boca y empecé a chuparla, La mujer se dio la vuelta y quedó sentada sobre mi espalda, mirando hacia atrás. Seguía con la polla en la boca, cuando sentí sus dedos en el culo, primero uno, luego dos, llenos de alguna crema lubricante
El hombre de la polla se corrió en mi boca. La mujer se levantó y volvió a azotarme. vi otra lucecita roja y me dirigí hacia ella, para que cesaran los latigazos.
La mujer acercó su cabeza a la mía.
-Sigue así, andrea, cuando se hayan corrido veinte en tu boca, terminará el castigo.
Ella se fue y yo me apliqué a aquella picha, que se retiró antes de correrse. Luego supe que eso no contaba.
Había varias luces esperándome, y en esa vorágine de mamadas, hasta me olvidé de que yo estaba en camisón, caminando a gatas para chupar pollas, en un espacio iluminado con sabe dios quién mirándome.
Ya se habrían corrido cuatro o cinco, cuando la puerta volvió a abrirse. Entró un negro enorme, con una polla gigantesca, a la que paseó de ventana en ventana.
Me agarró del pelo para llevarme al centro, donde me metió la picha en mi boca. Me pareció que me llegaba hasta el estómago, me dieron arcadas, pero no la sacó, sino que la estuvo moviendo allí dentro. Yo tenía la lengua inmovilizada, y la sentía crecer.
La sacó de allí. Muy despacio, para que todos los espectadores pudieran verla, se situó detrás de mi, se puso de rodillas, me sujetó bien contra él y colocó la punta de aquel menhir en mi culo. Y fue empujando, muy despacio, metiéndola poco a poco, rompiéndome el culo, y sacándola, y volviéndola a meter un poco más, volvía a sacarla, y volvía a meterla.
En una de esas, cuando la tenía fuera, me empujó hacia una de las lucecitas. Fui para allá raudo, en busca de un descanso para mi culo, y comencé a chupar una picha normal. Pero no había descanso, porque mientras yo chupaba, él volvía a la carga, y la metía más y más. El de la boca se corrió, el negro seguía taladrándome el culo, me moví hasta la lucecita de al lado, también encendida. Estaba en ella cuando el otro ya me la había clavado entera, y allí se movía unos centímetros hacia fuera y hacia dentro. sentí el semen del otro en la boca, pero no podía moverme con el negro pegado a mí, hasta que también se corrió.
el negro se fue. a mí me dio tiempo a saborear semen de otros dos o tres, cuando entraron dos tipos desnudos, que inmediatamente se arrodillaron a mi lado y empezaron a sobarme por todas partes y a tocarme la picha y los huevos.
Y de pronto uno estaba tirado en el suelo con la polla como un mástil. A esas alturas sabía que era para mí, así que a gatas, como un perro, fui lamiéndola y me la metí en la boca, deseando que se corriera cuanto antes. Ya ni me extrañé cuando sentí al otro detrás de mí, separándome las nalgas y clavándome su picha sin ninguna consideración. después de la anterior, esta entraba y salía sola.
el que estaba en el suelo, mientras se la comía, me masturbaba con una mano. Al cabo de un rato, nos habíamos corrido los tres. Y si hasta entonces, aquello me había parecido lo más humillante que podía pasarme, a partir de eyacular, la desesperación me cubrió por completo, porque resultaba que yo me había metido tanto en el espectáculo que hasta estaba excitado y no pensaba en nada.
Ahora la excitación había desaparecido, los otros dos se habían ido tranquilamente, y yo seguía allí, a gatas y en camisón, buscando luces rojas para chupar cualquier polla. Y para que no decreciera el interés, la mujer con las tetas al aire volvió a entrar, ahora con una fusta, con la que no dejó de golpearme mientras yo seguía sumando pollas a mi colección.
Mucho mucho rato después, las luces se apagaron, volvió la puta que me había llevado allí, me ató la cadena al collar y se sacó a gatas, otra vez al pasillo, y otra vez al bar, donde apenas quedaba ya gente, y donde me dio dos vueltas antes de soltarme allí mismo la cadena.
-ahí tienes cepillo, fregona, cubo, etc. Esmérate al limpiar, o tendrás que volver al círculo.
Vestido únicamente con el camisón, estuve limpiando y fregando el local, limpiando y colocando las mesas, recogiendo vasos, mientras salían los últimos clientes.
Cuando me permitieron recuperar mi ropa vi que eran las cuatro de la mañana. Había pasado la peor noche de mi vida, con mucho, y llegué a añorar los castigos de mi ex y su amiga.
-Ha sido un castigo leve, andrea. La próxima vez serán cien corridas, imagínate, tendrán que ser varios días y siempre dando espectáculo para excitar a los clientes. Ya estoy deseando tenerte de nuevo por aquí.
Por la mañana me estaba vistiendo cuando llegó un wasap de Teresa:
"¿Me acompañas al instituto, cariño?"
Esas palabras, tan simples, me supieron a gloria. En esos momentos, perdido todo lo perdido, que hubiera una mujer que me hiciera esa pregunta de esa manera era mucho más de lo que podía soñar. Contesté como un rayo:
"Sí, sí, Mi Señora. Y me vestiré encantada como usted desee"
Y era cierto, Encantada. Y si me decía que con falda, con falda. Servirla por completo, para no tener que volver allí.
"Por dentro, de Andrea. Por fuera, de andrés. De momento, jajaja"
La esperé en su portal, y me dieron ganas de ponerme de rodillas cuando la vi llegar, y eso que me pareció que había escogido adrede un look de vieja profesora que no piensa en su imagen, porque había conseguido parecer mayor de lo que era, cuando normalmente era al contrario. El pelo corto echado hacia atrás, sin aparente cuidado, sin maquillarse ni siquiera los labios, una falda gris hasta las rodillas, una rebeca granate con una camisa blanca debajo, las medias transparentes y zapatos de monja. El único detalle de color era un pañuelo rosa de seda al cuello, y eso sí, una sonrisa de lado a lado.
-Mi Señora -le dije, inclinando la cabeza.
-Veo que tenían razón. Un buen castigo te hace mucho más sumisa y cariñosa.
-Sí, Mi Señora.
-No quiero que me lo cuentes -se quitó el pañuelo y me lo dio-. Ponte este pañuelo como señal de a quién perteneces.
-Sí, Mi Señora.
Me lo puse al cuello, encantado de demostrarle que no tenía dudas de a quién pertenecía.
-Coge mi cartera y vamos. Esto va a ser divertido.
 
El severo castigo de la noche me hace estar solícito como nunca. Quiero, deseo que Teresa esté contenta conmigo, que nunca más tenga que castigarme, y que, con el tiempo, me permita comprar mi libertad.
Ella camina deprisa, yo a su lado. Dobla uno de sus brazos.
-Agárrate a mi brazo. Delante de todos serás mi novio, encoñadísimo y sumiso, atento a mis insinuaciones que para ti serán órdenes. Para mí, eres solo una esclava a la que utilizaré como me venga en gana, o mi mujercita, y por eso vas del brazo como una mujercita sumisa. Lo que te dije sigue valiendo: cuando ya no te quiera ni como criada, podrás comprar tu libertad.
-Gracias, Mi Señora.
-Siempre que otros no den más por ti, claro.
-Sí, Mi Señora.
Entramos del brazo en el instituto, lo que de inmediato dio lugar a comentarios, que Teresa aclaró a su conveniencia.
-Este yogurín quiere ser mi novio, pero no estoy segura de que me convenga. Lo estoy probando, ¿verdad, andrés?
-Sí...
Una mirada de Teresa me hizo ver que acababa de hacerlo mal. Me apresuré a continuar:
-...Mi Señora.
-Le encanta llamarme así, pero no se atrevía en público. ¿Tienes clase?
-Sí, Mi Señora.
-Pues hala, a trabajar. Y luego, ya sabes donde encontrarme.
Teresa debe tener más de cincuenta años, por lo tanto unos treinta más que yo, y disfruta en el instituto demostrando cómo hace conmigo lo que quiere.
Entre clase y clase paso por su departamento, a ver si está, a ver si se le ofrece algo.
-Hombre, Andrés, cuánto has tardado. Vete a la cafetería y nos traes unos cafés y unos bollos. ¿Cómo queréis vosotras los cafés?
A veces está sola.
-Estoy cansada. Dame un masaje en la cabeza.
He aprendido a darle masajes como a ella le gustan. Me lo ha hecho estudiar. para sus compañeras de departamento ya es normal encontrarla a ella recostada en un sillón y yo, de pies, detrás de ella, masajeándole la cabeza.
-¿Tienes una hora libre, verdad? Vete a la pelu, ya le he dicho a las chicas como quiero que te dejen.
En la pelu me cogen cuatro chicas, me sientan en un sillón y me ponen un enorme peinador rosa.
-¿A los hombres no le ponéis uno de estos negro?
-Nos ha dicho Teresa que a ti te gusta el rosa, aunque protestes.
Me arreglan las cejas, me hacen la manicura y me pintan con esmalte ligeramente rosa, casi transparente, las uñas.
-Ya no tenemos tiempo, mañana te haremos las piernas.
-Trae unos calzoncillos bonitos, jajajaja.
Al día siguiente, Teresa me acompaña.
-Quería traer unos boxer, ya le dije que con pata son incómodos para hacer las ingles, así que he tenido que dejarle unas braguitas, jejeje, pero guardadme el secreto.
Creo que ese día pasaron por la cabina de depilación todas las alumnas y alumnos del ciclo, mientras yo, tumbado, con la bata subida hasta la cintura, me hacía el dormido.
Va haciendo calor, y Teresa me permite ir a trabajar sin sujetador, porque ya sería muy visible bajo una camisa, pero me da la impresión de que todo el mundo piensa, o sabe, que llevo bragas. Y ella no pierde la oportunidad de demostrar su poder.
-Nos vamos a tomar unas cañas. tú vete a hacer la compra y vas preparando la comida, como una mujercita de las de antes.
Ha pasado un mes con esta rutina. Nunca llego a mi casa antes de las once, y a las siete y media debo estar de nuevo en casa de Teresa para atenderla desde que se levanta. Con uniforme de chacha, o con cualquiera de las blusas y faldas que me hizo comprar, la despierto susurrándole cuánto deseo estar con ella. Le quito el camisón o el pijama y la ropa interior y la ducho, la seco, la peino, la visto, le preparo el desayuno que ella toma mientras yo recojo y dejo todo listo.
Luego vamos al instituto, yo siempre de su brazo, siempre atento a lo que quiera. Si ella lleva un pañuelo al cuello, ya sé que al llegar al instituto, en cualquier corrillo, delante de cualquiera, me lo colocará a mí.
-Toma, guapo, para que no se te olvide quién es tu chica.
Y yo le doy las gracias agradecido y contento, y me paso la mañana con el pañuelo de Teresa al cuello. Los primeros días había comentarios jocosos. Ya nadie dice nada. Para todo el mundo yo soy... no sé qué soy.
Y después del instituto, la larguísima tarde en casa de Teresa, sirviéndola. Siempre he de irme antes que ella, para pasar a por el pan y preparar, o ultimar, si ya la he dejado medio hecha la tarde anterior, la comida. Después de vestirme de mujer, poner la mesa y esperarla haciendo cosas de la casa.
Cuando llega soy su doncella y la desvisto, sin dejar nunca de acariciarla y prometerle mi amor eterno, le pongo un camisón y una bata y le sirvo la comida. A veces me deja comer con ella en la mesa, a veces me pone el plato en el suelo, a veces como en la cocina deprisa mientras ella lo hace tranquilamente en el salón, pero siempre sus sobras. Luego puede que quiera sentarse en el salón a ver la tele, yo termino de recoger y limpiar y me arrodillo a sus pies para acariciarle o masajearle o chuparle, lo que le apetezca, pies y piernas. Puede que me haga comerle el coño hasta que se haya corrido varias veces, me aparte de su lado y se duerme, mientras yo sigo con la plancha, la colada, la limpieza, siempre hay que limpiar algo.
Pero puede que quiera irse a la cama, yo se la prepararé, me pondré un camisón y la acariciaré hasta que se duerma o quiera que le haga el amor. Nunca he vuelto a fallar como el primer día. Follando o sin follar, ella se dormirá y yo seguiré a mis tareas, toda la tarde. Ella luego saldrá si ha quedado con alguien, o se quedará en casa. al final, prepararé su cena, y la mía con sus sobras, o la comida del día siguiente si es preciso. Después puede que vea la tele, mientras yo estaré arrodillado en un rincón, con una blusa, con las manos en la falda, con el pañuelo en la cabeza, sin hacer nada, solo esperando, esperando, por si se le ocurre algo, o hasta que me mande irme a casa. Y esos ratos son peores que cuando estoy haciendo algo, porque me da por pensar en qué va a ser de mí.