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Cazado 8. La propuesta

en Dominación

Falta una semana para las vacaciones. Mi señora está comiendo en el salón. Yo, de pie, a su lado, vestido con el uniforme azul sobre mi ropa interior de mujer y con un pañuelo en la cabeza, como lo que ella va dejando en los platos, antes de retirarlos. No puedo usar las manos, pero no me ha hecho comer en el suelo. Está contenta, se divierte. Retiro lo de la comida

Al terminar de comer se sienta en el sofá, pero me rechaza cuando voy a lamerle los pies.
-No, querida, hoy no tenemos tiempo. Recoge y limpia todo como tú sabes, hoy puedes utilizar el lavavajillas, que luego tendremos visita. Y claro, tendrás que cambiarte.
Tendré que cambiarme, hay que ver con qué poco me conformo para sentirme bien.
Utilizar el lavavajillas no es una buena noticia. Dice que no es bueno gastar agua innecesariamente, y antes de meter cualquier cosa al aparato, platos, cubiertos, cazuela, he de rebañarlos con la lengua, o con los dedos y la lengua, para quitar todo lo que no sea líquido. Me daban arcadas al principio, pero ya lo he superado.
Habrá visita, pero yo no estaré vestido de criada. A lo mejor es verdad que si me quiere de novio, y no quiero pensar que sea de verdad o para siempre, no me humillará ante los demás.
Espero pacientemente la visita. He recogido todo, he limpiado a fondo salón y cocina, he lavado a mano la ropa interior de Teresa, y me pongo a planchar.
Ha pasado una hora. Mi Señora viene a la cocina, donde estoy planchando. Me tiende una prenda.
-Está limpia, pero un poco arrugada, y tienes que estar elegante. Plánchala bien. Date prisa, que están a punto de llegar las visitas.
Me da la bata, el baby, de colegiala que llevé los días en que estuve aprendiendo peluquería, en las fechas más humillantes que he pasado, y he pasado muchas. La plancho con cuidado, que el cuello redondo quede en su sitio, las mangas perfectas, con su puñito terminado en puntilla, el canesú perfecto, los bolsillitos perfectos con su puntillas, y por detrás, paso la plancha entre cada botón y luego todo el largo de la bata, que planchada parece más fina, más femenina, si cabe.
Desenchufo la plancha y voy al salón con la bata en las manos.
-¿A qué esperas? ¿Tengo que decírtelo todo? Corre a cambiarte. Quedaría bonita la bata si tuvieras más tetas.
No necesito más instrucciones. Es como si mi Señora dejara que yo me vistiera como quisiera, pero sé lo que ella quiere.
Me quito el uniforme, me pongo más relleno en el sujetador, y sobre él, las bragas y las medias me pongo el baby de rayas naranjas y blancas. Me abrocho cuidadosamente todos los botones a la espalda, me veo en el espejo: soy un hombre de veintitantos años vestido como una colegiala, con una bata de niña que me llega a las rodillas, y un pañuelo en la cabeza. Con una bata con el canesú sobresaliente por las tetas. Y así...
Suena el timbre de la puerta. 
Corro a abrir y me encuentro con cuatro compañeras del instituto. Dos sonrientes, Alicia y Ester, que ya me han visto en mi papel de criada sumisa y esclava, y dos boquiabiertas, Carmen y Amparo.
Teresa llega detrás de mí.
-Ya estáis aquí. Pasad, pasad. Andrea, cariño, vete preparando los cafés. También para ti, bonita, que hoy es un día especial.
Me dan miedo los días especiales. de momento, para otras dos compañeras, yo ya soy del todo un sumiso afeminado de Teresa, a la que obedezco sin rechistar. Llevar un pañuelo en el insti, obedecerla en todo, ya no es nada.
Las oigo hablar sin parar en el salón. Preparo la bandeja con los servicios del café y voy para allá. Dejo la bandeja sobre la mesa y empiezo a servir los cafés.
Todas se callan y me miran. Yo miro al suelo. Le llevo la taza a mi Señora.
-Primero a las invitadas, no seas maleducada.
Se lo llevo a Alicia, al inclinarme para darle la taza, llevo mi pie derecho detrás del izquierdo y me veo haciendo una reverencia. todas lo ven.
-¿No es un primor? -dice Teresa.
Yo sigo inclinado con la taza en la mano. Siento el roce de la bata en las rodillas, sobre las medias, en el culo. Siento el sujetador y veo el bulto de mis pechos. Los extremos del pañuelo me rozan el cuello y caen hacia delante por un lado.
Alicia coge la taza. La escena se repite con todas, aunque parecen no prestarme atención, han vuelto a su conversación sobre el instituto, sobre otras compañeras...
Paso con el azucarero por delante de todas, sirviéndoles las cucharaditas que piden.
Teresa me señala el hueco a su lado en el sofá. Me siento allí con mi café. Termino deprisa para colocarme como a ella le gusta. Con las piernas recogidas sobre el sofá, la bata tapándolas, me agarro al brazo de mi Señora, que se inclina sobre mí y me besa en la boca.
-Tenemos dos noticias que daros -dice.
Todas se muestran expectantes.
-La primera es que... ¡estamos comprometidos!
Coro de aplausos, enhorabuenas, felicitaciones. ¿Estoy comprometido? Me aprieto más contra Teresa, es lo que ella quiere.
-No he podido resistirme a tantas atenciones y hemos decidido casarnos.
Más felicitaciones. Yo creo que ha vuelto al tema, y que es parte del juego que se trae conmigo. Pero la cosa no queda ahí.
-Y como no tenemos ganas de esperar, la boda será dentro de unas semanas, en cuanto estén preparados los papeles.
Todas se levantan a la vez, y besan a teresa, y me besan a mí, que no sé cómo reaccionar, más allá de la sonrisa tonta que se me ha quedado. ¿Irá en serio? ¿Se quiere casar conmigo? ¿Me va a poseer incluso legalmente?
Todas vuelven a sus sitios.
-¿Y la segunda noticia? -pregunta una.
-La segunda... casi mejor que la veáis. Andrea, cariño, ¿por qué no te cambias? Ponte esa ropita que te gusta tanto.
¿Qué ropa?, estoy a punto de preguntar, pero me callo y salgo hacia mi cuarto. Es una prueba, tengo que acertar con lo que ella quiere. Pero no parece difícil: la blusa con cuello alto y con volantes, la falda beis fina y acampanada. Me quito el pañuelo en triángulo, y lo coloco como una diadema. A Mi Señora le gusta más que lleve el pañuelo así cuando no llevo uniforme. Me quito las zapatillas de cuña y me coloco unos zapatos de tacón de aguja. Me pinto los labios de rojo.
Vuelvo al salón, me paro en la puerta, todas me miran y se quedan en silencio, algunas más asombradas que otras.
-Da una vuelta por el salón, Andrea, que todas podamos verte bien.
doy dos o tres vueltas.
-Ponte de rodillas ahí en la mitad.
Me arrodillo donde dice Teresa. No quiero mirar a nadie. Inclino la cabeza.
-Esta es la segunda noticia: andrés quiere ser mujer. Algo habréis notado, digo yo.
-Algo hemos notado, jejeje -contesta Ester.
-Así que quiere que la llamemos Andrea, ¿verdad, cariño?
-Sí, Señora.
-Así que ya veis: la boda será de dos chicas. Hemos empezado a mirar vestidos de novia para las dos.
-¿pero quiere ser mujer del todo del todo? -preguntó Carmen.
-Pues... sí. Está empeñada en cortarse eso, pero yo... en fin... ya sabéis, jejeje... eso me gusta y no quisiera perderlo.
Risas de todas, menos de mí. Ese tema nunca se había planteado.
-Ya veremos. He visto que hay chicas que no se lo cortan. Aunque ella... en fin, trataré de convencerla. De momento, no veáis lo que me cuesta que no salga por ahí con faldas y vestidos.
-Jo, pues no puedo evitar -intervino Alicia- sentir algo de pena, porque si lo quieres de novio, o de novia, o peor, si vais a casaros, entonces no podremos volver a gozar de la chica. Vamos, que no me la vas a volver a prestar.
-Jajajaja, no te preocupes, Alicia. Nos vamos a casar porque así es más mía, precisamente. No veas que contrato prematrimonial me han preparado. Y entre amigas, cómo no vamos a prestarnos a la criada cuando nos apetezca. Andrea, bonita, qué te parece que te preste a una amiga?
-Lo que usted diga me parece perfecto, Señora.
-¿Has visto? Y para que veáis que ante todo Andrea es mi obediente esclava... Andrea, ponte de pies y desnúdate.
¿Delante de todas? Para qué preguntar.
Me incorporo. Desabrocho el clip de la falda y su breve cremallera y me la quito por los pies. Subo los brazos para desabrochar en la espalda los botones de la blusa, con lo que la blusa se sube y quedan a la vista mis braguitas. Me quito la blusa. Todas se han callado y me miran, yo no las miro.  Voy a soltar el sujetador.
-No, deja el sujetador, y las medias y el pañuelo, que no estorban.
-Sí, señora.
Me bajo las bragas y me las quito. Me quedo de pie, con las manos atrás. Mis compañeras me están viendo llevando únicamente el sujetador, las medias y el pañuelo en la cabeza.
-Para que veáis que soy poco egoísta... si alguna queréis hacer algo con esta niña... lo que queráis... pasáis a su cuarto y ya. 
-Deja, deja, esto es muy fuerte, no estoy hecha para estas orgías -dijo Carmen.
-A mí me basta con lo que estoy viendo -dijo Amparo-. Porque puedo entender que sea un transexual de esos, pero ponerse así, desnudo, delante de todas. Pero bueno, ya nos avisaste que había una sorpresa gorda, aunque nunca pude imaginar ver a Andrés... Andrea así. ¿Me sirves otro café, bonita?
Corrí a por la jarrita, y le serví otro café, a ella y a otras dos. Y después el azúcar. Mientras Teresa le explicaba que no solo quería ser mujer, sino que tenía espíritu de sumiso, que necesitaba recibir órdenes, y que era feliz cumpliéndolas. Y eso era mucho mejor que correr el riesgo de que les enseñara el vídeo más humillante, cualquiera de ellos.
-vístete y al rincón.
volví a ponerme la ropa que tenía antes, y me fui al rincón para ponerme de rodillas mirando a la pared, mientras las escuchaba.
-Por favor, ¡yo quiero un marido así!
-¡O una mujer! ¿Y además, te arregla la casa y te lo hace todo?
-Todo. Yo aquí no muevo un dedo.
-Y eso que se quiere cortar, ¿también lo usáis?
-Por supuesto. Por eso no le voy a dejar. Podrá ser una mujercita, pero el rabito e mío.
Risas y más risas.
Es al terminar la visita, cuando ya se van a ir, cuando Teresa remata la tarde.
-Para qué veáis hasta donde llega el sometimiento de la niña, vais a ser testigos de algo importante. Andrea, ven.
Me levanté y me acerqué. Sobre la mesa había unos papeles.
-Aquí tengo el contrato prematrimonial. No te molestes en leerlo. Te haré un resumen: Haremos separación de bienes, por supuesto. Eso sí, los tuyos los pondremos a nombre de los dos, las cuentas, el piso, cualquier cosa, incluso si te toca la lotería o si heredas algo, todo a medias, como buenos esposos. Y soy muy generosa, porque podríamos ponerlo todo a mi nombre. Eso sí, cambiaremos la cuenta en la que te pagan la nómina, que pasará a la mía. En cuanto mis cosas, como sé que tú no quieres que nadie piense que te casas por interés, seguirán siendo solo mías. Eso es todo, aunque al notario le haya costado tres folios ponerlo por escrito. Firma en los tres folios.
Me dio un boli y no me entretuve en andarlo pensando. Firmé donde me decía. Luego firmó ella y las testigos.
Y como sin querer, volví a echar de menos a mi exnovia, la que solo me quería de vez en cuando para azotarme.
-¿No se dan un beso las novias?
Teresa se puso frente a mí, me agarró las dos manos y me sonrió.
-Me encanta que seas mía... para siempre.
Y pegó su boca a la mía en un larguísimo beso, coreado con aplausos de las otras.
Por fin, conmigo de rodillas, decidieron despedirse.
-Me gusta esa blusa que lleva la niña. ¿Por qué no va así al instituto? Total, si quiere ser mujer, será más feliz.
-Tienes razón, Ester. Mañana mismo irá con su blusita de volantes al instituto. E iremos haciendo correr la noticia de que es transexual. ¿No estás emocionada, andrea?
-Sí, sí Señora.
Traté de hacerme una idea de lo que sería dar clase con aquella blusa y, por supuesto, el complemento de un pañuelo.
Tenía la remota esperanza de que por la mañana, Teresa no me obligara a llevar la blusa. Que se desvaneció cuando, después de prepararle y servirle el desayuno, me fui a vestir.
-Ponte un sujetador debajo de la blusa, Andrea. Sin relleno ni nada. Hoy es tu gran día. Pero con pantalones, que no parezca un disfraz.
Las últimas instrucciones me las dio en el portal, mientras me pintaba de un suave tono marrón los labios.
-No quiero excusas ni mentiras. Tendrás que actuar con naturalidad, y si alguien pregunta, ya sabes: quieres ser mujer, y tienes que empezar vistiéndote así.
Además tuve que ir solo, sin el apoyo del brazo de Teresa.
Para mi sorpresa, no resultó tanta sorpresa. Después de tanto tiempo con pañuelos al cuello, después de mis visitas a la pelu, y con las compañeras que ya sabían corriendo la voz, a mí ni siquiera me preguntaron. Si hubo risas, y comentarios jocosos, o admirativos, sobre la blusa tan romántica que llevaba, pero ni siquiera al entrar en clase hubo preguntas directas. Algún irónico "estás muy guapa, Andrés", y algún despectivo "vaya mariquita" pronunciado de forma anónima. Por suerte, yo era un profesor, hasta entonces, muy apreciado por los alumnos, con lo que las bromas no llegaron a ser crueles. Los más suaves dijeron que parecía un cantante de hace años, con tantos volantes. Los más machotes me preguntaron que si tenía novio. Y como sabían que estaba con Teresa, hubo quién preguntó que si en casa me quitaba la blusa o me ponía una falda, sin tener ni idea, el interrogador, de hasta qué punto acertaba. "Y ahora en serio, Andrés, entre vosotros, quién lleva los pantalones?"
Y creo que todo esto fue peor que si se hubieran reído sin más de mí. Pude darme cuenta de hasta qué punto había cambiado mi imagen en el instituto, de que todo el mundo estaba seguro, o sabía, de que yo era un triste afeminado y que Teresa hacía conmigo lo que quería. 
Al terminar aquella mañana, mientras compraba el pan bajo la mirada incrédula, burlona y silenciosa de cuántos me rodeaban, me preguntaba si ya no tenía remedio.