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Fortuito

en Sexo con maduros

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<-¿Me detuve a tiempo? Si. ¡Si!>

<-¿Me gusto? No... Obvio no... Claro que... claro que no.>   

 

 

 

Habían saltado inquietas esas preguntas a su mente. Ya hacía rato que divagaba en aquello a causa de los eventos recientes.

Estaba junto a su esposo en aquella tarde de domingo. Parecía cualquier otra. Después de comer, estaban sentados en la sala. No se hablaban y no porque estuviesen enojados, es solo que cada quien estaba en lo suyo. El veía con atención "Los bloopers de la semana" de un programa cualquiera en la televisión.  Ella tenía una revista en la mano, la hojeaba pero realmente no le prestaba mucha atención. Su mente obviamente se hallaba abducida al momento de los 'por qué'. 

Por qué se había sentido tan bien, tan entregada, tan libre de ser y hacer. Por qué esas sensaciones que su marido jamás le había regalado y que a Juventino le había bastado con tan solo tocarla.

<-¿Por qué el?>  -su conciencia exigía una respuesta         

Se rasco con suavidad la pierna izquierda para calmar una repentina comezón. Recordaba que tuvo, necesariamente, que darse un baño antes de acostarse al sentir reseca y pegajosa la piel de prácticamente todas sus piernas a causa de los sobajeos que le había regalado con la lengua su casi anciano vecino.

Pronto sonó el molesto y sonoro timbre de un celular. La cara de Fernando había dejado de ser de absoluta y burda alegría concentrada en la pantalla, a una de preocupante culpa o duda. Se puso rápido de pie y con la palma de su mano ocultaba la pantalla de ese insistente aparato que vibraba y, estentóreo, emitía el sonido agudo de alguna melodía.

-Tengo que atender esta llamada. Trabajo. -Excuso mientras proveía una burlada sonrisa hacia su esposa y caminaba hacia el jardín.

Ella sabía la causa de sus nervios controlados, que se trataba de esa mujer, de la 'otra'. Pero no quería increparlo. No ahora. Era tal vez la culpa.

Horas previas, al medio día, su celular había registrado un par de llamadas de un número desconocido. Sabía que el único que podría ser era precisamente Julián, al que le había regalado su número la reciente noche de baile. Pero no tenía pensado contestarle. No por ahora.

El amigo de Juventino tal vez había sido muy arriesgado y prematuro al tratar de entablar comunicación tan pronto, pero ella curiosamente pensaba y se ponía en su lugar; no le había dicho un 'si', sin embargo un sentenciante 'no' tampoco había salido de su boca, así que era lógico la insistencia del tipo.

Pero eso no era excusa para no reclamarle a su marido. Al final de cuentas ella no había hecho nada. Aun. Pero su marido seguramente no pensaría lo mismo.

Seguro si ella salía y acercaba con él en ese momento, escucharía palabras comprometedoras. Lo sabía pero tal vez no quería hacerlo. Tal vez si lo confrontaba y el terminaba aceptando su infidelidad, algo que realmente parecía algo imposible, 'el juego' terminaría para ella pero, curiosamente, algo muy en su interior quería seguir.

<-¿Pero porque él?> -insistía su aturdida conciencia, una vez más, con respecto a su vecino.      

No era un sentimiento de amor o algo que se pareciese, estaba realmente muy lejos de serlo. Compasión, tal vez. Deseo... Atracción eso nunca pues al hombre sí que lo podía describir sin temor alguno como alguien muy feo, nada atractivo.

Entonces...

<-¿Por qué el?>

Un día su marido platicaba con uno de sus compañeros abogados y amigo. José Luis, recordaba ella. Un tipo con una calvicie sumamente notoria, burlón, gracioso y con una voz como la de un locutor de radio mañanero; era difícil olvidar un tipo así.

Ella acomodaba la ropa limpia y caminaba por el pasillo de la planta alta. Desde el balcón podía verlos como reían a carcajadas mientras bebían en la sala.

Los escucho hablar primero de chismes y luego de mujeres de forma despectiva, algo que le incomodo por lo que decidió alejarse.

Pronto, volvió a pasar por el balcón y entonces escucho su nombre, por lo que curiosa y con discreción, ocultándose a la vista, se dedicó a escuchar.

-No. Ella no es así. -hablo con un raquítico murmuro Fernando pues su mujer hasta lo había escuchado

-Ps quien sabe. Ya sabes que las mujeres son bien impredecibles.

-Si pero no. ¡Valeria es incapaz! -afirmaba con seguridad -Es de esas mujeres... como decirlo... es de esas mujeres modositas y todo ese rollo. Tú sabes. Además me ama y toda esa cursilería.

-Si hermano. Tienes suerte. Pero pues ya ves lo de Jaime. Nada más checa. Al pendejo lo engañaron y todo y órale, jajá pero checa... su vieja lo engaño con un vil taxista. Un viejo culero y prieto el hijo de la chingada jajá. Sepa que habrá hecho el pendejo para poder cogérsela jaja.

-Si pero igual Jaime es un pendejo. Cualquiera lo engaña. Jaja.

-Si pero... no chingues. Ahora que, hay niveles. ¿No? Jaja

-Jaja seguro hermano.

-Imagínate. A ver por ejemplo tu mujer, que bueno, tú sabes tu mujer esta...

-Hey hey! Tranquilo....  

-Espérate. Espérate. Ya sabes que hay respeto hermano. Pero pues... tampoco soy ciego jaja.  

-Está bien está bien pero...  

-Tranquilo wey. No te sulfures, relájate. A ver, como te decía. Imagínate. Tu sabes que tu mujer esta... bonita. ¿Ok? Ok. Aja. Y luego que te fuera infiel con un pendejo cualquiera un viejo feo hasta la madre. ¿Tú que harías en ese caso?

-Los mato a los hijos de la chingada. Y luego me mato.

-Jaja. ¿Te cae?

-Si. Porque eso sería como un puto golpe en los huevos.

-Jaja. No pues sí. Por eso cuídala. Tú traílla chocadita y cuando ande ahí un pendejo tirándole los perros, mándalo a chingar a su madre...

Por aquellos días, la palabra infidelidad no había cruzado por su pulcra mente, pero ahora a su turbada cabeza se daba el gusto recordar aquella curiosa conversación.   

Pero eso, no era todo totalmente. Había una parte de ella que aún no comprendía.

Salía de aquellos pensamientos al ver que el regresaba después de hablar, con una sonrisa forzada y nerviosa. Ella devolvía la sonrisa, una también simulada fingiendo normalidad. No quería escuchar de él los detalles de aquella llamada. Ganas no le faltaban pero para qué.

Solo lo veía ahí sentado con una cara estúpida despreocupada, desobligada, riendo del pobre tipo del televisor, como si no pasara realmente algo. Como si todo fuese normal e incluso lleno de felicidad.

Un sentimiento de coraje, un coraje que le profesaba con una insistente sentencia: 'Pagar con la misma moneda'.                     

   

[...]             

Valeria almorzaba en el comedor para los profesores de su colegio. Sentada con la amiga compañera de siempre, platicando. De cosas meramente triviales.

Resonaba y vibraba de pronto su celular. En la pantalla aquel mismo número desconocido del día anterior.

-¿No vas a contestar? -cuestionaba Liz, amiga de Valeria y que la miraba hacer caso omiso a la llamada

-No. Luego. No es importante. -contestaba nerviosa

-Ah ok. Y cuéntame si ya... -paro de decir pues de nuevo volvía a intervenir el sonido del celular -Mejor contesta, jeje igual no vaya a ser algo importante.

-Si. Tienes razón. -replico nerviosa.

-¿Bueno? -hablo ella.

-Bueno. ¡¿Valeria?!

-Si. ¿Quién habla?

-Soy yo mamita. Julián.

Tapando la bocina, se puso pronto de pie de forma muy nerviosa, para apartarse a un lugar más discreto.

-Ahorita vengo. -dijo a su amiga.

Analizo previamente si era necesario contestar, pero necesitaba atender antes de que todo se pudiese volver acoso.

-¿Hola?-hablo con curiosidad parada en una parte del amplio jardín de la escuela y un poco de temor al que estaba del otro lado de la línea.

-Si mamacita. -contesto esa voz rasposa y distante

-¿Julián verdad?

-El mismo. ¿Tas ocupada o qué?

-Si un poco.

-Órale. Como estas chiquita. Te he estado marcando pero nomas me manda al buzón o no entra mi llamada.

-Si es que no he podido contestarle.

-¿No has podido o no has querido?

-No. No es eso. Es que de verdad que he estado muy ocupada.

-Ta bueno mamita. Entons que. Cuando nos vemos.

-¿Vernos? -pregunto fingiendo ingenuidad.

-Si. Ps acuérdate que te quedo algo pendiente conmigo jeje. ¿O ya se te olvido?

-Si oiga luego nos hablamos tengo que entrar a mis clases. Luego le llamo.

-¿Cuando me llamas?

-Luego. Cuando me desocupe. Bye. -Ni siquiera dio tiempo para que le contradijera Julián. Apretó el botón rojo y colgó el teléfono. Una sonrisa nerviosa y un tanto malvada se aparecía sobre su rostro. Y es que le había mentido para evitar comprometerse. No sentía el compromiso o la necesidad de complacer a un tipo que solo quería satisfacerse a costa suya.

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Todos aquellos días sin verla le habían parecido una espera desesperada. Ni una imagen, ni la más mínima y real. Todo se remontaba hacia lo ocurrido aquel domingo en la madrugada.

Sabia de la presencia del marido durante prácticamente todo el fin de semana. Obviamente por eso es que le era imposible observarla. Además anhelaba platicar una vez más con ella, saber de sus pensamientos y si tenía las mismas emociones que el sentía.

Ver alejarse aquel auto, el de su vecino, le había otorgado un gran valor a su esperanza. Quería sacarla de su casa, llevarla a bailar y convivir por algún lugar en la ciudad. Seguramente ella no se negaría además tenían algo muy pendiente, según el, que debían concluir.

Es por eso que creyó prudente invitarla esa noche. Era sábado. El marido se había ido en la madrugada. La había buscado por la mañana pero no hubo respuesta, al menos no de su vecina si no de la señora que habitualmente le hacia el aseo a la casa cada  sábado.

Ahora, vestido lo mejor que podía. Había procurado estar lo más temprano posible y ahí estaba después de todo a las ocho con diez, a la espera, después de haber tocado el timbre, de que le abrieran la puerta, mejor dicho, de que le abriera ella.

-Buenas noches -saludo al verla asomarse tras abrir la puerta.

-Hola -respondió un poco sorprendida -Hola don Tino

-Buenas Valeria. Como le va.

-¿Bien y usted?

-Bien no me quejo. Oiga pues venía a ps invitarla para ir a bailar un rato por ahí jeje.

-¿A bailar? -Ella estaba tan solo navegando en internet antes de que su vecino llegara. No tenía planes y no parecía una mala idea aceptar salir aquella noche. Además tenía entendido que su marido llegaría hasta el día siguiente.

-Si. Un rato. Que dice, anímese.

-Am. De acuerdo. Pero solo déjeme me doy un baño y me arreglo y...

-Vengase así como esta -sugirió al verla realmente hermosa, con un atuendo cómodo para descansar, con un corto bóxer femenino, una blusa de tirantes y unas sandalias de piso.  

-Jaja. No pretenderá que salga así a la calle.

-¿Y que tiene? A si se ve rechula -se atrevió a mencionar al notar una confianza más recuperada.

-Gracias. Pero de verdad prefiero ir más cómoda.

-'ta bien. Aquí la espero.

-Mejor regrese en una hora porque aun voy a tardar. Además aún es temprano ¿No cree?

-No ps eso sí. Entons vuelvo al ratito.

Al cabo de un rato de nerviosa preparación para Valeria pero desesperante espera para Juventino, este último ya estaba de nuevo y una vez más a la puerta de la casa su deseada vecina.      

La mujer realmente resplandecía en esa fresca noche. Su tierno rostro se agraciaba  de  un  maquillaje apenas ligero y muy natural. Usaba una ligera y estilizada blusa café sin mangas y unas zapatillas blancas pero sus ajustados janes de mezclilla eran los que realmente ofrecían lo mejor de su anatomía, con esa delgada y exacta cintura y que decir de sus cadenciosas y perfectas caderas.  

No tardo en halagarla aunque a decir verdad el prefería verla en vestimentas que mostraran poco más y entre menos ropa, mejor, ya se había acostumbrado verla así. Y se lo hizo saber tan pronto como mascaba un chicle de menta ya sin sabor.

Valeria esperaba que su atuendo presente impactara de otra forma, cierto que no se había esmerado demasiado. Pero durante esa noche 'el juego' consistía, entre otras cosas, en complacer a su viejo vecino, según su autocontrol.

Lo invito a pasar por lo pronto, asegurando que no se tardaría y prometiendo en bajar vestida con algo más complaciente para él. Ella entre tanto, ya en la privacidad de su cuarto, se quitaba la ropa y en ropa interior buscaba algo en su armario, de entre vestidos, faldas y demás. En algún instante se observó en el espejo de su cómoda; sus intimidades ocultas y contenidas por ese brassier color lila y un sexy y ligero pantie a juego del mismo color. Se notó a si misma especial, atractiva para cualquiera en absoluto, en algo hermoso que podría estar incrustada en cualquier joya para ser admirada, en una mujer que podría tener el poder de todos a partir de su propio cuerpo. Su vanidad le  hacia notarse a si misma perfecta y de pronto sonrío y bajó sus concentrados ojos, miro como recordando algo. Tenía que seguir con 'el juego'. Entre ella y el, su vecino.

-¡Don Tino! -vocifero con fuerza, la que apenas le permitía su aguda y dulce voz.

-¡Mande! -No tardó en responder al llamado, que venía desde la planta de arriba, de aquella mujer. Estaba revisando una de las fotos ubicadas en la sala, la de su odiado vecino, las de ella, la de su familia, una particular cuando la pareja recién se casaba, todos sonreían felices, gente de buen porte y ropa elegante y presumida, según asumía Juventino. A parte de la envidia que le generaban esa plasmada escena, sus ojos pasaron a revisar las otras bellas damas en la foto, familia seguramente de Valeria, pero pronto su vista se concentraba en lo inigualablemente hermosa que se veía la mujer que ya desde hace unos algunos días, semanas era la causante de su absoluto deseo y hasta delirio carnal.

-Venga por favor -Pidió aquella dama.

No tardo en subir las escaleras a prisa sin reparar en el dolor natural que sentía en sus gastadas rodillas al subir por escalones, dolor de tantos años acumulados.

Toco la puerta a manera de pedir permiso y ella se lo otorgo sin fijarse.

Veía ropa sobre la cama pero eso fue solo un instante de tiempo, pues fue hacia ella a quien le proporciono su total atención. Sus ojos parecían salir de su natural orbita aún más de lo que estaban, su boca hasta podría permitirle babear como un bebe y es que verla semidesnuda, vestida en ropa interior era impensable, era imposible, algo jamás imaginable, pero algo muy suculento.            

-¿Que tanto me ve? -preguntaba ella con una coqueta sonrisa, como si no supiera el por qué de la lasciva mirada de su vecino hacía con ella.

No había reparado en vestirse 'correctamente', como una mujer casada 'debería' estarlo. A estas alturas, estaban de más aquellas etiquetas púdicas y sociales. Ella si lo había pensado en algún momento pero al final lo único que pretendía era seguir jugando, se había dado cuenta de que disfrutaba todo esto, le generaba un placer el hecho de vengarse y también de sentirse deseada, de provocar sensaciones eróticas en otros, ahora muy especialmente con su pervertido vecino desde aquella noche. Particularmente no le gustaba el, nunca podría estar dentro de sus parámetros de hombres atractivos, pero el morbo le hacía ver que él tenía algo, alguna cosa especial, tal vez el hecho de que era uno de los 'enemigos' de su marido era uno de sus motivos o lo mismo de saberlo no tan agraciado.           

Como sea, ella ya tenía demasiado involucrado al afortunado vecino dentro de 'el juego', y quería saber hasta donde era capaz de perderse esa morbosa actividad durante esa noche, prometiéndose así misma una y otra vez de que sería prudente y mantener todo bajo su control.  

-¡Perdón! Pero... ¡Es que se ve rechula y si me permite ps, se ve buenisima! -exclamo con una cara perdida en lujuria, sin fijamientos ante un total éxtasis que controlaba como le era posible. Ver lo disponible de esa femenina piel estaba dispuesta para su visión le resultaba increíble. Si hubiese sido posible, ya la hubiera devorado usando tan solo los ojos.  

No respondió ante tales comentarios, tan solo trato de no avergonzarse pero su mirada no resistió y esquivo la de él.

-Perdóneme si la moleste pero...

-No se preocupe

-Jeje -sonrió aquel viejo con malicia -Dígame pa' que soy bueno ¿En qué le ayudo?

-Ah. Es que no sé qué ponerme -mentía con sutileza -¿Me podría ayudar? -pedía aquello que le había surgido en la mente preguntar, con una voz que se notaba sugerirle para situaciones morbosas. Estuvo a punto de arrepentirse pero no logro detener su morbo.

-¡Cómo no! ¡Cómo no! -exclamo Juventino realmente animado por la invitación.

-¡Ok! Entonces siéntese aquí, aquí sobre mi cama.

No tardó en hacerle caso, adentrase en la habitación, sentarse y acomodar su abultado  cuerpo  sobre el suave colchón de esa amplia cama, que contrastaba muchísimo con la suya que era una oda a la incomodidad.

-¿Qué le parece este? -consulto colocándose encima de su cuerpo un vestido verde relativamente largo aunque ciertamente muy escotado.

-Ese esta bonito, pero ¿No tiene otro por ahí? -replico aquel que no dejaba de mirarla ahí, al tenerla tan cerca, descalza caminando sobre su alfombra y casi, casi desnuda.           

-¿Y este? ¿Qué tal? -una vez más consulto descolgando de su gancho y mostrando una especie de minivestido bicolor, con un volado muy sutil pero sugestivo.  

-¡Ándele! ¡Ese es el bueno! Ese me gusta jeje -de inmediato respondió al notar lo corto de la curiosa prenda e imaginando de inmediato lo maravillosa que podría verse usándola.           

Aventó aquel corto vestido a la cama con gran fineza. Volvió hacia ese gran armario y en un acto de mera seducción, se colocó de espaldas y sin flexionar las rodillas, se agacho simulando escoger con elegancia alguno de entre sus tantos pares de zapatos, dejando ver lo macizo de sus carnes posteriores, desde sus piernas hasta su comestibles par de glúteos, únicos y carnosos que dibujaban una hendidura todo a descubrir.

Juventino por supuesto que no lo podía creer. Las emociones iban en aumento. Ya no mantuvo el cierto nivel de cordura que aun mantenía, a modo de una cortesía meramente fingida pues empezó a masajearse la protuberancia que describía inquieta su pantalón, según el, ella proponía y el disponía.

Ella recompuso con calma, sin prontitud su postura normal, quería mostrarle al vecino un par de zapatos de tacón que ya había elegido y de inmediato noto tal morbosa escena.  Aun no mencionaba palabra alguna pero fingió una mueca de desaprobación.           

-Discúlpeme pero ya no aguanto. -excuso casi jadeante -Porque no le seguimos lo que dejamos pendiente la otra vez en mi casa ¡Mamacita! Yo sé que quieres.         

El noto como ella se le quedaba viendo, el supuso lo antojada que estaba de recibir en su cuerpo el trozo de carne que magreaba a placer y salud de ella.

-¿La quieres? -finalmente pregunto al verla quietecita y sin despegar esa tierna y picara mirada de él, aumentando cada momento la intensidad de sus masajes. -Yo sé que la quieres, ven es tuya ¡Mamacita!

Presa de aquel, su propio juego y llevada por un deseo de ser sometida bajo esas sucias pasiones, se acercó con una grave lentitud, eso sí, sin dejar de mirarle todo el.

-¿Me desea? -pregunto curiosa sin titubear, sin dejar esa lujuriosa pero sutil mirada.

-Muchísimo. Me gusta un resto. Hace rato que te traigo ganas, te quiero meter esta, esta ¡verga! que esta así por ti. Calientita. Ven siéntela -prácticamente rogaba el tipo al decir esto último y ya tuteándole.

Ya junto a él, se arrimó hasta entre las abiertas piernas del tipo, se agacho poco a poco, con una apariencia temerosa, principiante, pero con un aparente deseo en su mirada, hasta quedar de rodillas sobre la alfombra, frente a su cama, con las manos sobre sus desnudas piernas y frente al bulto de su vecino.

-¡Tócala! ¡Ándale! Sin miedo mamita.

No razonaba en lo correcto o lo incorrecto de toda esta situación, era simplemente que no sabía cómo comportarse para bien de este morboso juego pero sin duda  que  quería hacer y deshacer todo aquello, solo que nunca pensó llegar hasta ese punto de sus deseos.            

Y así, ella subió sus finas manos muy lentamente y las coloco, primeramente, en las rodillas del viejo. Al sentirlas ahí, en un acto rápido, sobajante, el tomo esas blancas manitas y las arrastro hacia su palpitante miembro ante una inicial resistencia de su deseada vecina. Pero ella se dejó llevar, la sentía arder en temperatura, dura como un grueso hueso pero maleable al mismo tiempo. No entendía que tan grande o que chica podría ser pues se había detenido a medírsela o probársela a su marido o a cualquier algún otro hombre.

-¡Aaah...! ¡Mamasiiita! ¡Aaah! ¡Si! -exclamo con placer indescriptible con ojos que se hallaban entrecerrados y mirando hacia el techo.

Por ahora solo tocaba ese bulto, pero pronto le dio por masajearlo, a bajar y subir sus ambas manos, sentía lo inquieta que se comportaba aquella verga, hasta le pareció que esta se calentaba más. Lo que si era evidente era que las expresiones de Juventino aumentaron de golpe apenas sintió la primera sobajada. Expreso un gemido ahogado, como una especie de pujido.

Ella disfrutaba verlo así, excitado con una horrible cara absurdamente llena de satisfacción; hacerlo sentir placer le provocaba algo parecido.

Lo soltó. Quería sentir ese pedazo de carne a piel viva. El rápido lo noto y se acomodó a modo, al verla subirle un poco la camisa, buscando la hebilla del cinturón y desabrochárselo con una calma característica. Ella no tardo su acción ni se complicó pues en seguida ya estaba desabrochando el botón de ese viejo pantalón. El solo se dignaba de aguardar a que ella descubriese lo que le aguardaba para esa noche.

Pero no pudo ni llegar al cierre cuando escucho que alguien hacia ruidos subiendo los escalones de la casa.

Sus manos dejaron su morbosa posición y se reincorporaron así como todo su cuerpo, alejándose de su vecino.

-¡Mi marido! -murmuro con premura y agitación nerviosa. Sabía que era su marido, no había salido a ver pero ella lo intuía con total seguridad.

Juventino al igual que ella estaba igual o hasta más nervioso, solo miraba a todos lados mientras acomodaba en su lugar el cinturón.

-¡Entre... entre aquí! ¡Rápido! -indico presurosa refiriéndose al armario, prácticamente metiendo a la fuerza  al asustado tipo.

-¡Vale! -exclamo Fernando apareciendo en escena, un tanto sorprendido pero con un calmado tono de voz. Era muy extraño verla prácticamente desnuda y con la ropa por doquier  -¿Que... haces? -cuestiono

-¡Fer! -hablo presurosa y se acercó a su marido -Nada, nada. No te oí llegar.

-Supongo porque lleve el coche al taller. -explico agarrando un vestido de su mujer. -Ya te había dicho que lo haría. Pero no me has dicho, ¿Que es todo esto?

-Si es que... es que... me estaba cambiando. -respondió nerviosa mirando disimularte al mueble donde oculto estaba Juventino.

-Ah, ok -respondió divagante y apartando la ropa se tiro sobre la cama en una señal se fatiga. -¿Y a dónde ibas?

-A ninguna parte. ¿Por?

-No pues pensé.

-Ahm. Pues no. Oye ¿Quieres que te prepare el baño? ¿Vienes cansado verdad?

El acepto la solicitud de su mujer. Ella a su vez lo hacía para poder tener entretenido a su marido y que así pudiera salir del armario su desubicado vecino. Fernando quiso acercase a buscar su ropa en el armario pero ella lo detuvo a prisa argumentando de que se encargaría de todo.

Al final, después de un largo rato, el viejo frutero pudo salir de esa casa, a prisa eso sí y ya sin más contratiempos como se lo ordeno su vecina, aceptando de mala gana que ella pasaría el resto de la noche con el odiado marido, en lugar de él.

Fortuito [...]            

Habían transcurrido los días que duran casi dos semanas. Juventino había tenido que aguantarse tantas ganas desde aquella noche y todos esos días le habían parecido eternos y desesperados al saber que al parecer ese matrimonio volvía a ser, más o menos, el de antes.

Ella se la había pasado entre las horas de sus clases en el colegio y en casa en días donde su marido regularmente se hallaba sin salidas repentinas ni siquiera llegadas tardías a casa, algo que realmente le sorprendía llegando a pensar en un cambio de actitud de su marido y que de ahora en adelante las cosas cambiarían para bien pues no peleaban tanto hasta procuraban salir a cenar y terminar la noche viendo una buena película. Entonces a ella le invadía una obvia culpa después de haber estado a punto de serle infiel, incluso ya lo era con esas insinuaciones por lo que empezó a recapacitar para dejar algo claro en su mente: 'el juego' debía de terminar. Deber y querer son cosas distintas y es que sabia que debia hacerlo al encontrar rastros de esperanzas de que su matrimonio podría mejorar, pero tal vez muy en el fondo no quería terminar con eso pues los recuerdos le provocaban esa otra sensación, la de un profundo y aun reprimido placer que había surgido en los extraños ratos de intimidad con su vecino.

Esos días con su marido le hacían pensar que esto era una señal para reparar el camino. Incluso cuando había recibido a media semana aquella llamada decidió de una vez por todas terminar con ese jueguito:

-...

-¡¿Que quiere?!

-¡¿Como que 'que quiero'?! Si ya sabes, no te hagas, chiquita jeje. Entons ¿Cuándo nos vemos? No sabes que ganas tengo de me...

-¡Le voy a pedir una cosa y escúcheme bien!

-La que quieras mamita yo te hago lo...

-¡Aléjese de mí! ¡Ya no me moleste, no me llame, nada! Es mejor así. ¡¿Ok?!

-¡A ver! ¡A ver! ¡A ver! Mira chiquita. A mí no me vas a dejar con estas ganas. ¿Sabes que puedo ir a dónde vives y contarle todo al pendejo de tu marido verdad?

Esa cuestión no la esperaba, hizo una nerviosa y aguda pausa pero una inaudita capacidad de reacción se hizo presente, replicando con seguridad:

-¡Haga lo que quiera! De hecho hasta me haría un favor, sabe. Yo ya no soporto a mi marido y si le dice eso mmm...je...  segura estoy de que le dará una buena paliza, tal vez hasta a mí me toque jaja. Pero qué más da. En seguida nos divorciaremos y yo me iré lejos y usted al final no obtendrá nada de mí.

-Pero...

-¡Eso es todo! ¿¡Entendió?! ¡Adiós!

Acabo con la llamada evitando la oportunidad a una réplica. Seguramente el tipo la hubiese podido poner en 'jaque' pero ella no quería arriesgarse a eso. Estaba decidida en base a unos tiernos brotes de esperanza con la actitud ya mencionada de su marido. En otro momento probablemente le hubiera dado entrada a aquel señor y seguir vacilante con 'el juego'. Aun, a pesar de eso, siguió recibiendo llamadas de forma esporádica a las cuales después de ignorarlas, prefirió bloquear ese número y otros más. Seguía refugiándose en una virtual esperanza.

Eso pensaba, quería creer, en su vacía esperanza. Lo supo hasta saber de esa llamada, aquel día jueves. Veía esa particular sonrisa de satisfacción en el rostro de su marido, la que solo surgía cuando le llamaba la otra. Aunque podría ser alguien del trabajo dándole buenas noticias, sus conclusiones se hicieron efectivas al saber por boca de su marido que viajaría el fin de semana, uno de esos repentinos viajes. Volvían esos fines de semana de inventado trabajo. Una rabia instantánea surgió en ella y con ello un débil reclamo que el simplemente ignoro, como siempre, como antes y ahora.

Estaba segura. Creía haber caído en la manipulación de su marido todos esos días de fingido cariño. Se sentía utilizada, que solo había sido dispuesta por su marido hasta que llegase el momento con su amante, como algún aperitivo antes del platillo principal.

Fue entonces que a su mente se devolvieron esos turbios pensamientos que turnaron sus sentimientos de una precipitada pero ya deseada venganza.

...

Para ese sábado, ya su marido no estaba, él se había marchado desde la noche anterior. Atardecía y ella se preparaba con paciencia y aplicación para salir en la noche con sus amigas. Había quedado con ellas, horas antes, e irían a un antro-bar a bailar y a divertirse, según sus planes. Quería olvidarse de todo y de todos, aquellos o en específico al que ahora repugnaba, por el momento, quería, entonces, pasarla bien, incluso y si era necesario, evitar los límites de tiempo y llegar tarde, algo relativamente fuera de su costumbre.

Por alguna razón, en algún momento pensó en Juventino para incluso salir con el como aquella vez, aquella noche, pero no debía, según ella, tratar con hombres por el momento, además no recordaba haberlo visto por aquellos días, ni un solo rastro de él. Entendió, entonces, que era muy lógico, pues de seguro el, la habría visto muy acomedida con su marido y habría entonces perdido el interés hacia ella.

En fin. Las horas pasaron. Con relativa calma cerraba la puerta de su casa, no sin antes revisar si llevaba el celular, las llaves y demás accesorios en su pequeño bolso, uno de color café obscuro que iba a la perfección con su atuendo.

Caminaba a la salida de aquel estrecho callejón. Andaba, distraída y aun revisaba su bolso. Así la veía venir Juventino, pero, a primera vista, ella era más que eso, resultaba impresionantemente hermosa, una belleza que iluminaba hasta los rincones obscuros que la luz artificial dejaba desamparados, eran tan apacible su armonía, su aparición, que hasta el desánimo de un mal día, uno de tantos para el viejo Juventino, se desaparecía así tan de repente, como por arte de alguna especie de magia blanca.

Entaconada con esas zapatillas de plataforma color violeta, usando un minivestido color lila de tirantes finos y lentejuelas que brillaban dispersas; el escote era muy connotado, dejándose ver unas apetecibles redondeces que dibujaban un surco profundo y cálido, y que decir de la piel de sus irresistibles piernas, expuestas ahí, a todo esplendor.

En efecto, las luces artificiales que desprendían los faros en el callejón, en ese tibio anochecer, no eran lo suficientemente opacas para evitar notar lo cautivante que se veía aquella deseosa mujer.

De pronto, y como era inevitable, las miradas se cruzaron; el, un embobado boquiabierto como descubriendo por primera vez a aquella dama y ella, expresaba un asombro neutro que pronto se volvió en uno de vibrante familiaridad.

-Buenas noches -Juventino saludo con un tono insípido pero con expectación, al encontrarse ya casi frente a ella.

-Hola, buenas noches don Juventino -respondió al saludo con una voz apacible y pacífica, y preguntando con educación -¿Qué tal? ¿Cómo le va?

-Jeje. Pus nada. Aquí, apenas, regresando de la chamba ¿Usted cree? jeje. ¿Y usted? ¿A dónde tan... -hizo una pausa indiscreta  -guapa? -menciono esto último dándole una mirada de pies a cabeza y viceversa con una lascivia evidente pero torpe.

-Voy a... con unas amigas. Vamos a ir a bailar un rato y así jeje.

-¿Y que, no me invita? Jeje.

-Este, es que, bueno... -trataba de explicar nerviosa.

-No se crea. Yo sé que usted tiene sus amistades y ps es a parte jeje.

-Si supongo. Pero, me da gusto verlo. -dijo sonriéndole con una mirada complaciente.

-Lo mismo digo, ha pasado un tiempecito jeje  ya no nos hemos... platicado y pos...

Hubo una pausa nerviosa, que aunque breve, ambos conocían a que se debía.

-Oiga, hace tiempo que quiero darle algo que le compre pero pos ya ve que no ha habido oportunidad -hablo, rompiendo el silencio, el deslucido hombre.

-¿Ah sí? ¿Y qué es? -consulto, atenta, la hermosa dama.

-Pásele un ratito y se lo doy jeje -con apremio, contesto el hombre.

-Otro día, es que ya debo irme y...

-Un ratito nomas. Luego ni va a ver chance, mejor aprovechemos 'ora. Va 'cer un ratito nomas.

-¿Por qué no va y me lo trae? Aquí lo espero.

-Pásele ándele, es que es algo muy especial pa usted -insistió con premura y deseo y bajando la voz agregó -No quiero ps que cualquiera vea, ya ve como es chismosa la gente jeje.  

-¿Cual gente? jaja -dijo con voz dulce y quedita, también pensando en si debía atender a la petición de su infeliz vecino, no quería palidecer a sus bajas pasiones que pudiesen ser causadas por intrépidos y soeces deseos de desquite contra su marido, o por cualquier otra situación, como aquella confusa ocasión, pero al ver la cara de poca gracia, que brillaba por el humor de su piel, y que dibujaba en la misma un cierto dejo de desánimo y desesperanza, finalmente, como le era en automático natural, se compadeció y cedió -Esta bien. Pasemos.

No tuvo que decir más pues él ya había introducido la llave, manipulando la vieja cerradura y abriendo, sin problema alguno, la desgastada puerta a causa de la corrosión.

-Pásele, pásele. Orita voy. Voy a pasar mi carrito jeje.    

Ella se adentró hasta la puerta de la habitación y ahí, paciente, espero. Veía como su vecino alojaba sin mucha dedicación, en un rincón de aquel rustico lugar, a aquel triciclo con algo de fruta todavía.  Finalmente cerraba la puerta para acercarse con ella y abrirle la puerta de metal, también ya oxidado.

La habitación no había cambiado mucho, prácticamente nada, desde su última visita; el desorden, de todo lo que conformaban sus muebles y otros objetos, parecía ser lo primordial, con la basura y la ropa sucia por doquier. El efluvio fresco y oloroso perfume de la casada daba batalla a lo hediondo del sitio.

El a pesar de eso, ignorando o mejor dicho, acostumbrados a esas, sus vicisitudes, la invitaba a ponerse cómoda. Enseguida trajo de su cocina, unas húmedas y frías latas de cerveza y, no sin antes limpiarla con su camisa, le ofreció una para amenizar la noche y brindar con ella, aprovechando la irrepetible y placentera ocasión, según la excusa. Ella se mantenía aun de pie, esperando su prometido obsequio, renuente a la bebida que le ofrecían aunque igual no tardo en aceptar.

Sentada en una de las dos sillas disponibles, empezaron a charlar. Entonces pronto él le preguntaba sobre ella y aquellos días donde ella estuvo ausente a su vista y a esos francos y agradables encuentros, y obvio, pregunto por su marido, haciendo que ella de pronto denotara una actitud de recelo, de despecho por culpa de su marido. Ella no quería demostrar ese enojo pero era evidente lo que sentía, se nublaba su cordura, y sucumbía a lo que Juventino  prácticamente ya adivinaba; no necesitaba decírselo pues él lo sabía y ella no pretendía mencionarlo por un tema de mera moralidad y orgullo.

Así, después de un rato de pláticas, que no tornaban lo sugestivo pero si cultivaban el coraje en ella, aunado con un comentario extrajo una bolsa negra de plástico, de uno de los cajones de un apolillado mueble de madera para mostrarle, y enseguida, mostrarle a su vecina un vestido floreado, uno corto, ligero como aquel otro que le había regalado pero no tan fino como el que llevaba puesto ahora, que se denotaba vulgar. Ella de inmediato agradecía el gesto diciéndole, exagerando quizá, lo mucho que le gustaba y demás frases de cortesía unos tantos sinceras pero más que nada ya eran apuradas pues según ella tenía que atender sus planes con sus amigas.

-Qué bueno que le gusto jeje. Este vestidito cuando yo lo vi me dije 'de seguro le va a gustar y pos se lo tengo que regalar'. Y pos ya veo que no me equivoque jeje. Me imagino lo bien que le ha de quedar -menciono con voz profunda y socarrona, propia de la confianza y la admisión de su vecina, mirándola directamente a sus piernas.

-Muchas gracias. Un día de estos me lo pondré y a ver qué tal jeje, pero bueno, ya debo irme -manifestó observando el reloj que colgaba en la agrietada pared. -Ya se me hace tarde y...

Juventino pronto se adelantó a la puerta, como interponiéndose entre la misma y su vecina, como impidiendo, según él, su precipitada partida, y entonces sí, sabía que la perdía y él sabía que era lo que menos quería, dadas las circunstancias de esas, sus noches anteriores.

-No. No se vaya. Quédese. Quédese otro ratito por favor. ¿No quiere otra? -Apresuro hacia la mesa y tomar unas latas que yacían sobre la misma. -Tome -abrió una y se la ofreció a la mano de ella.

-No, no, gracias. Debo irme...

-Ándele. No sea malita. Quédese -suplicaba con voz turbia y melancólica. -De aquí uuuy... quien sabe cuándo la vuelva yo a ver... ande, quédese.

-¿Quedarme? ¿Para qué? -pregunto insinuante mientras aceptaba esa lata de cerveza para beber apenas un poco.

-Ps para platicar. -dijo acercándose un poco hacia ella que yacía parada, muy pronta a él.

-¿Platicar? -Bebió un sorbo más y retrocedía de espaldas hacia la cama al advertir la cercanía de Juventino -¿Platicar de que... o qué?

-Ps de cosas... de nosotros. -Se acercó con decisión y un poco más haciéndola retroceder más hasta que ella no tuvo más remedio que caer sentada en esa rechinante cama.

Valeria no estaba segura de lo que él quería hacer o tal vez no sabía lo que ella hacia o incluso quería. Estaba claro que con el furtivo y profundo enojo de una infidelidad, la de su marido, y el efecto embriagante de las cervezas, habrían mermado su capacidad de análisis, y quedaba en ella, solo un cumulo de curiosas pasiones que emergía de lo profundo de sus rincones de su cuerpo, que reclamaban expresarse.

Decidido, el tipo se arrodillo a los pies de ella y bebiendo el sorbo final y muy sustancioso de lo que quedaba ya de su lata de cerveza, poso sus manos sobre las desnudas y suaves rodillas de su vecina.

-Usted... usted me gusta muchísimo -finalmente dijo sin dar pie a mas preámbulos haciendo que ella enmudeciera y que se distrajera, como ignorando lo inevitable, bebiendo más. -Desde que la vi no he dejado de pensar en usted.

-¿Ah sí? -arriesgada, comento con cierto murmuro y tratando de mirarle a los ojos.

-Si. ¡Por esta! -contesto besando esa seña que hacían sus dedos -Es usted como un ángel, que digo como un ángel ¡Como una diosa! -exclamo sobando tímidamente más allá del límite de esas rodillas.

Ella termino de vaciar en su boca lo que quedaba de cerveza de la lata que ella traía y luego sonrió un poco aturdida quizás por lo que había bebido, que aunque no era mucho, si era lo suficiente para entorpecer a alguien que no acostumbraba a beber.

Un beso fue lo que de repente noto sobre su rodilla izquierda y las manos que acariciaban sus pantorrillas y luego sus muslos. Pronto fueron dos besos y tres y cuatro y pronto una besuqueada torpe y tímida pero con sumo deseo. Aquel intenso besuqueo pronto avanzo hacia las piernas. Ella inesperadamente las abrió, una inequívoca señal de total permisión y deseo. Sus manos las mantenía apoyadas al borde de la cama y echaba la cabeza hacia atrás cerrando a los ojos mientras escuchaba un tímido jadeo de aquel hombre y sentía como empezaba a ensalivarse su piel.

Esas manos estaban que no se podían controlar pues de inmediato subieron ese ligero vestido dejando libre y a la vista una tanga de encaje color negro excitando al hombre aun por demás. Y así sus manos se abalanzaron para acariciarle esa zona íntima con total premura. Eso hizo que de ella emanara un ligero gemido que se ahogó. Agitado se separó para verla, aun entaconada con la cabeza ladeada, hacia atrás. Le encantaba verla así, como entregada a la perniciosa pero caliente situación, por lo que no quería perder tiempo ni perderla a ella, como aquella otra vez, así que se abalanzó sobre Valeria, haciéndola recostar sobre la desastrosa cama, y con sus dos manos subiéndole un permisivo vestido hasta la altura de su breve cintura.

Ella se acomodaba como podía sobre la sabana y cualquier cantidad de ropa sucia. El, inexperto pero recurriendo a un instinto, recordando cómo lo hacían los actores de esas películas pornográficas, ya le besaba el vientre y regresaba a los muslos interiores, solo rodeando con su lengua todo el contorno que dibujaba esa tanga sin atinar a llegar todavía esa deseada zona intima que la sentía arder en un perenne calor. Subiéndole el vestido al mismo tiempo, sus manos llegaban a ese par de senos apretándolos ligeramente y luego con más fuerza.

De pronto subió y apoyo sus rodillas sobre la cama, al borde de esta, sin dejar de besuquear el área íntima de Valeria. Luego su cabeza comenzó por recorrer hacia arriba ese cuerpo pasando por sus caderas y detenerse en el surco que formaban esos pechos que no había dejado de manosear. Ella por su parte solo se dejaba ser y hacer, volteaba la cabeza de un lado a otro cerrando los ojos y apretándolos al igual que los labios cada vez que una señal de excitación recorría su cuerpo.

No se dignaba a mirar a su afortunado amante que, desesperado, no paraba de besarla ahora retirando sin pasividad y con cierta rudeza, la parte superior del vestido y la parte izquierda del sostén dejando libre precisamente ese perfecto y firme seno izquierdo que dibujaba un pronunciado pezón de un color claro, el cual sentía duro, recio cuando lo rozaba con su lengua. Ella admitió un recorrido eléctrico que llego directamente a su sexo e hizo conducir sus manos a esa cabeza de escasos cabellos indefinidos de color.

Acariciaba y masajeaba, con soltura y cadencia delicada, con las yemas de sus dedos, la superficie craneal del desgarbado hombre, y prácticamente, creía sentir una evidente diferencia, cuando había acariciado la nuca de su marido, al besarlo hace poco durante esos monos días donde había intimado con él y ahora, sentir prácticamente el escaso y lúgubre pelo sobretodo en la coronilla del afortunado hombre. Mas no le importaba, masajeaba aquella con sutileza al contrario de él que magreaba sus pechos ya habiendo liberado el segundo y dejándolos a disposición de lengüeteos como niño tratando de amamantarse. Se daba tiempo para repasar con la lengua minuciosamente pero con una prisa desesperada cada pezón tan dura como su verga ya amenazaba con escapar de su pantalón. Eso sí, no dejaba de apretujarlos como tratando de exprimirles y liberar el elixir, considerado hasta celestial, para los hombres como el, en tan enervante situación.

De Valeria escapaban  ahogados  gemidos que amenazaban con ser intensos conforme pasara la noche, así como el rechinar de esa vieja y destartalada cama.  

Inesperadamente para ella, que incluso lo atraía con las manos para que continuara, él se detuvo después de un breve rato. Sus rodillas y sus manos se incorporaron a cada lado del cuerpo sumiso de la pérfida mujer, para entonces, poder quedar paralelamente a ella.  

Después de varios ausentes minutos volvían a mirarse. Para él era la vista más esplendorosa que había contemplado en su vida; la artificial luz caía sobre el rostro de la joven casada, tenía el pelo desordenado pero apropiado para lo que cometían haciéndola ver sexy aún más con esos ojos que parecían perderse a un placer y esa boca cuyos labios jugaban entre sí. Para ella en cambio no era imagen clara, pues la luz le daba en la cara, pero el éxtasis más que nada provocado por el morbo de todo lo acontecido desde el principio de 'el juego' le hacían perderse no en la figura del hombre si no en la necesidad de placer.

Valeria reposaba sus delicadas manos sobre el cuello de ese peculiar y desgalichado sujeto, esperando a que este se incorporara a las labores anteriores que tanto había disfrutado ella. Sin embargo, el ya pretendía otra cosa pues acto seguido se abalanzo al cuello tan solo un instante, pues de inmediato busco la boca de la mujer, pasando brevemente por la mejilla, y encontró unos labios cuya suavidad saboreaba y que se negaron abrirse al principio pero pronto abrieron cuando el pellizco el pezón derecho. Su frescura era inminente, parecía que esa fémina boca no hubiese probado cerveza. Un sabor a cereza como mezclada con menta suave, un sabor simplemente enloquecedor, relajante e incluso afrodisiaco de una mujer tan bella. Pero para ella no fue una grata experiencia pues de la otra boca emanaban un sabor a comida frita donde la cebolla hacia la maxima presencia o quizás las caries dentales o lo añejo de la cerveza pero todo se mezclaba para formar un hedor terrible que le produjo un poco de asco y una ligera arcada. Dentro de la boca su lengua era la única que quería luchar contra toda esa sucia boca. Pero los continuos pellizcos en sus pezones la estremecían y hacían ceder. Ella no lengüeteaba. El solo lo hacía actuando como si quisiera devorársela desde adentro. No fue lo único que sintió pues en la parte baja de su vientre sentía un bulto que la estremeció cuando sintió su elevada temperatura.

Sus brazos entonces los llevo para recorrer la espalda de ese hombre y en su boca ella también empezó a corresponder jugando tímidamente al principio y luego con mejor dedicación la lengua del tipo, el paladar incluso notaba la seria ausencia de varias piezas dentales. Sonidos viscosos y huecos, de saliva compartida, se escuchaban en cada rincón del inmundo cuarto. Todo era para ella un sabor salado, acido, amargo pero que empezaba a gustarle, síntoma inequívoco, de que se había acostumbrado a esos terribles aromas.

El, pellizcaba los senos y magreaba las nalgas. Ella sobo acariciaba la espalda y palpitaba la humedad, surgida del sudor, que emanaba en la nuca de su vecino.

Cuando el sintió entumecer su boca después de tantos besuqueos, se separó, la contemplo aun con la boca abierta y la lengua inquieta que escapaba de ella y la miro aún más excitada y sumamente desquiciante. Seguían sin decirse nada, tan solo arrítmicas respiraciones lo decían todo. El volvió a arremeter con las manos sobre los senos de la mujer y ella empezó a desabrocharle la sucia camisa que no tardo en quitársela.

Volvieron a besarse, sintiendo ella la tibia y velluda piel del hombre sobre sus senos. Se separaron agitados, incoándose frente a frente sobre la inestable cama, donde el termino por quitarle el vestido a esa mujer y ella quiso quitarse los tacones pero con un gesto él se lo impidió. Ella entonces empezaba a desabrocharle el pantalón y se lo bajo hasta donde pudo y él tuvo que hacer el resto. Para eso apresuradamente se quitó los zapatos, fue entonces que desprendió otro olor a falta de higiene, olor que ella noto y le pareció desagradable pero el no vio ese gesto y se abalanzó sobre ella que ansiosa le esperaba. Ella pronto omitió el olor. El comenzó a bajar su recorrido pasando por el cuello, se detuvo un gran rato sobre los pechos y bajo directamente hacia su vagina la cual ya había desprotegido. Estaba depilada, limpia, clara, apetecible y lista. No vacilo más y fue directamente hacia esa hendidura separando los labios e introduciendo la lengua con todo fervor. Ese salado sabor le parecía desquiciante y más al verla arquearse inquieta y oír cualquier cantidad de gemidos breves y retenidos por ella. Aun no se animaba a desatar sus gritos. Uso sus dedos para estimularla aún más, incluso introduciéndolos para masturbarla. Ella seguía gimiendo y aferrándose a las sabanas.

Después de un rato, el subió a la cama y acomodase sobre el cuerpo de la casada, amenazando de que era el momento de penetrarla, pues ella le veía quitarse la trusa que aun traía. La acomodo, de forma ávida, abriéndole los muslos y haciendo que ella recogiera las piernas, piernas que Juventino no dejaba de sobar.

Intrépido, busco la boca de su amante, para besarla un rato, ensalivando sin piedad los labios de Valeria.  Se separó, solo para acomodar su miembro, que brillaba a causa de la salida de líquidos pre seminales, en la entrada de esa abertura casi virginal. No dilato y apenas acomodo su verga en aquella estimulada abertura, empezó a meterla como si tuviera una inquieta prisa. Sus manos las apoyó sobre las rodillas de la mujer que yacían levantadas.

-¡Mmmm...! ¡Si! -fue lo primero que exclamo ella después de tanto, seguido de un gemido más potente y sonoro que los anteriores. -¡Ahhhhhh! ¡Siiiiiiii!

Las arremetidas fueron más y más frecuentes, sobretodo intensas, eso sí, con una actitud torpe del tipo que se perdía en sus propios jadeos y contemplaba, satisfecho, los de ella.

-¡Ohhhh...! ¡Siii...! ¿Le gustaaa?

-¿Mmmm? -inquirio ella volteando a ver a esa figura desproporcionada y flacida, con una cara más horrible a causa de múltiples gestos de placer.

-Que si le gusta como se la meto. ¿Le gusta mi verga? ¡¿Eh?! -Reanudo a sus cuestionamientos luego de un breve de espacios de gemidos y bramidos de un perro semihambriento.

-Si -contesto apenas un murmullo pero al sentir un fuerte rose en sus adentros vaginales acabo por soltar con gran exclamación ese sonoro -¡Sí! ¡Auh! ¡Si! ¡Si! ¡Mmm! ¡Si!

No era una verga enorme, ella lo sabía, la sentía. La de su marido tampoco lo era pero aun así lo sabía. Al final de cuentas no era el tamaño o la estética de todo el asunto. Era la consumación genuina del morbo la que le hacía traducir cada rose en su piel e intimidad en placer total.

Juventino acerco su cara a la de ella para atosigarla de besos. Ella, que ocupaba sus manos amasaba sus pechos, atrajo la cabeza de este tomándole la nuca. Un nuevo juego de besuqueos se volvía a producir, aún más intensos que los previos.

Se volvieron a separar y de nuevo el emprendió con el 'mete-saca'. Sintió que se venía pero mantuvo las fuerzas para mantenerse en la batalla. Sacó su miembro y sintió una vez más que se vendría. Tan pronto lo sacó, bajo de la cama hasta el borde de esta y jalo bruscamente a la mujer arrastrándola, con toda la ropa sucia que ella tenía debajo, de los pies para colocar las nalgas de ella casi al límite de la cama. A ella se le cayó un zapato y él se lo coloco con increíble premura. Y volvió a arremeter, con su miembro dentro de ella. A su vez, Valeria abrazaba con sus piernas las huesudas caderas de este, tratando de aferrarlo a una eterna fundición de cuerpos desde sus calientes intimidades.

Jadeos, gemidos y movimientos arrítmicos pero repetitivos eran la constante en el acto. El prefería no verla porque verla era irresistible para su miembro que pretendía escupir todo el semen. Veía al techo y sentía como sus testículos golpeaban contra la parte baja de la vagina. Ella también sentía ese golpeteo y cosquilleo de vellos crespos de un miembro caliente que imbatia en su interior. Ella gemía pidiendo más y el asentía con palabras o con arremetidas más frenéticas.

Pronto el acomodo las piernas de su vecina en sus hombros y la plenitud era total. Le beso las partes de las piernas próximas a su boca, mirándola, tan excitada y perdida, con los ojos cerrados. Así, realizo un movimiento más profuso, moviendo sus caderas de adelante hacia atrás de forma gradual. Ella ayudaba alzando las suyas, incluso empujándolas a las de él, rejuntándose con fuerza, creando un éxtasis mayor para ambos. Mientras jugaba con sus manos apretando y estrujando sus pechos, apretando sus pezones, de pronto sentía que estos reventarían expulsando leche.

-¡Siiii! -exclamo con viveza Valeria que experimentaba un orgasmo genuino

Tan pronto la escucho, sus ojos se dirigieron a ella.

-Que rica ahh... que rica es usted. La soñé tantas... ahhh... tantas veces así... y ahora es mía... ¡Mía! Si. ¡Mía!

Ella, sin atender a los dichos de su amante pues estaba perdida en su excitación, continuaba gimiendo con esa voz que no dejaba de ser dulce y melodiosa pero que ya era aguda como la de una mujer entregada.

-¡Diga que es mía! ¡Dígalo! -prácticamente vociferaba y suplicaba buscando complacerse aún más. -¡Dígalo!

-¿Mmm...? ¡Si!

-¡Eres mia! ¡Dilo! ¡Diiiiloooo...!

-Soy... soy tuya -dijo apenas murmurante

-¡Mas fuerte! -exclamo con desenfreno propinándole a ella una estocada de lo más intensa que la hizo estremecer

-Ahhh! ¡Siiii! Soy... ¡Soy tuya! ¡Ahhh! ¡Tuya! -atendió sin fijarse bien en lo que su boca respondía, después de un rato de absoluta perdición.

-¡Di que soy tu macho! ¡Que soy tu macho!

-¡Si! ¡Mmm! ¡Siii...! Tú... eres mi macho! Eres...

-¡Dilo... dilo perra!

-¡Eres mi macho! ¡Mas! ¡Dame más! ¡Más adentro! ¡Maaaaaas!

Esas últimas palabras no las resistió más, el vaivén se volvió prácticamente destructor, con más rapidez. Ambos sintieron una poderosa descarga que se mezclaban dentro de sí. Unos sonoro gemidos, uno grave, otro más agudo, parecían convertirse en uno.

No sabía qué hora era pero ella imaginaba que ya habían transcurrido horas. El también lo pensaba así, aunque no al principio pues estaba al pendiente de alguna inoportuna interrupción y es que de nuevo las ganas le volvieron a invadir apenas veía escurrir de su miembro, cantidades de viscoso líquido, proveniente de ambos, tras retirar este de la vagina de Valeria.

Se arrodillo frente a las abiertas piernas de la mujer y coloco una de ellas, la derecha, sobre su hombro. Empezó a lamerle su fémina intimidad de cuenta nueva por un breve momento.  

La acomodo, metiéndola mas a la cama y al tiempo él se subía sobre esta. Dejo de lamerle la mojada raja y comenzó a subir con su habitual lengüeteo. Primero el vientre, luego el ombligo y llego luego al tórax. Se mantuvo entretenido en ese par de melones. Subió hasta el cuello. Ella mientras tanto le acariciaba la cabeza, la cual sentía sudada. En el cuello estuvo un buen rato pero de inmediato busco la boca. Deseaba besarla una vez más.

Se besaron arduamente y con aparente premura. El parecía devorarla y no le alcanzaba para abarcar todos esos labios. Sus lenguas se buscaban enredar pero tan solo lograban el compartir cúmulos de viscosa saliva. El sonido era extraño, lleno de chasquidos carnales.

Él se separó del beso, sabiendo que era momento de más acción. Se recostó de espaldas haciéndole saber a ella de que era su turno de estar arriba. Ella lo entendió abriendo las piernas y colocando sus rodillas a los costados del cuerpo de su vecino. El la tomo de las sienes y la hizo acercarse para volverla a besar apenas un par de veces.

Separándose del beso, ella comenzó a bajar por el cuerpo de este, guiándose por su boca, liberando la lengua y antecediendo sus vivos labios. Primero le beso el mentón. Fue cuando el abrió los brazos para acomodar sus manos en su nuca, en una posición de descanso. El olor de esas ennegrecidas axilas fue evidente. Ella no lo tolero por mucho y más al llegar hasta esa absurda y arrugada papada donde pensó encontraría un cuello más aceptable, así que pronto cedió y siguió continuando. Llego a su pecho que era un mar de diminutos pero gruesos vellos crespos. Conforme bajaba, sentía como el erecto miembro de este se arrastraba por la piel de su vientre. Rodeo con su lengua las tetillas de este pero sin dedicación. Ella le miraba con ojoss deseosos y el simplente disfrutaba jadeante. Continuo pero se topó con una abultada y deforme barriga. Prefirió no continuar. Levanto su cuerpo, colocándose en cuclillas, para luego buscar ese miembro, tomarlo y orientarlo a la entrada de su vagina, con atención y delicadeza, que estaba ardiendo en deseos de volver a ser penetrada. Con gran habilidad así lo hizo ensartándose ya hasta la mitad.

En su interior vaginal comenzaba a sentir como aquel miembro se ocupaba de llenar ese vacío dilatado poco a poco. Ella hacia todo el trabajo con movimientos ondulatorios casi precisos. Le recordaba algún ejercicio de calistenia, pero ahora era como cabalgar. Los movimientos pélvicos, hacia atrás y hacia delante, sucedía con mayor fuerza. Él no se esforzaba en lo más mínimo y mantenía esa posición de descanso.

Su pelo se tendía sobre su encendido rostro. Ella acelero sus movimientos, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. Los crespos pelos púbicos de su vecino, que impactaban contra su área vaginal, le provocaban a veces picor, otras cosquillas Apoyaba sus manos en sus rodillas y en veces sobre la barriga del afortunado sujeto. El rechinar de la cama hacía pensar que esta se vendría abajo en cualquier momento, pero resistió. Entonces, apretaban sus pechos, a veces separándolos y otras juntándolos. Generosos y orgullosos, estos saltaban en el aire al estar libres.

Vio al hombre; era la cara de cualquier lunático anciano, o de un muerto con sus últimas fuerzas por aferrarse a la vida. No era algo agradable de ver, al menos no en algún otro sensato instante.

Valeria era presa furtiva de sus placeres. Obedeciendo a estos salía de la verga de su vecino, cerca de la mitad, para luego caer con fuerza, con meneos insistentes de su culo y cadenciosas caderas.

El ya había bajado las manos y las situaba en la cintura de la mujer de sus sueños. Se incorporó sentándose, frente a ella, observando el apresurado ritmo de los jadeos de la dama; la hizo detener en sus movimientos.

Teniéndola de frente la volvió a besar; tenía una fascinación de sentir la frescura de su boca y lo caliente de la misma, incluso de sentir sus exhalaciones cuando ella jadeaba. Sus genitales se mantenían al igual que ellos, esbozantes, imantados, juntos casi por permanencia eterna.

Otro rato y volvió a acostarse para dejarla continuar. Ya llevaban bastante rato así y sintió que ya se venía. La mujer era realmente fuerte y con gran energía y no resistiría mucho, eso pensó.

La hizo separarse sin ninguna sutileza y consideración. Claro, a ella no le importaba del todo. Con voz jadeante pero imperiosa le dijo:

-¡Chúpamela!

-¡¿Mmm?! -consulto ella que continuaba masajeándose los pechos.

-¡Chúpamela! -dijo tomándose el tieso miembro, incluso con ambas manos, orientándolo hacia ella y con voz febril suplicaba -Chúpame la verga.

Valeria bajo la cabeza, acomodándose de lado su rebelde pelo. No tardo en divisar el miembro, pero no se animaba. El aspecto de este no le era del todo agradable pero sabía que debía hacerlo. El miembro era obscuro, firme con palpitaciones perceptibles y venas que lo anunciaban. Una mata espesa de vellos gruesos le rodeaban. A nadie en su vida le había hecho un oral pero sabía bien de que se trataba y lo que tenía que hacer.

Lo tomo con ambas manos, desde la peluda base, recogiendo un poco mas el estirado glande; no figuro nunca algo parecido; el de su marido le parecia agradable, pero este le era repugnante, sin embargo, habia algo, no sabia que, pero ese algo le impedia detenerse.

En un arranque decidido, ella roso primero con sus labios y luego timidamente la punta de su lengua la cabeza de aquel miembro. Su lengua probaba un poco del curioso manjar que le regalaba desde sus testiculos aquella verga. Lo admitio pero seguia sin gustarle, pues hizo un gesto apenas terrible en su tierno rostro.

Le miro, ahora sonriendo, a los ojos a Juventino como buscando una obvia autorizacion. La expresion de este, mas que autorizar, exigia incluso suplicaba.

Ella abrio la boca, ya mas decidida, e introdujo el miembro de a poco. Su paladar se encontro, ahora con mas intensidad, ese algo desagradable, no era lo que esperaba tal vez. Un sabor rancio y muy salado, arremetia con fuerza e intensidad. Sintio una leve arcada que se suprimio con un palpitar en su vagina. Al cabo de algunos instantes, se daba cuenta que ya dominaba aquel asunto. Su inexperiencia no era muy evidente pues ya su boca poco a poco se acostumbraba, y ya aguardaba en su interior ese palpitante miembro, el cual, cabia en gran armonia y compas en su cavidad bucal. Lo sacaba de vez en vez, para respirar mejor y contener la saliva que caia por la comisura de sus labios, y al tiempo, ensalivaba, besaba, lamia con su ya acostumbrada lengua, todo el extenso de ese miembro. Ya no sentia ese asqueroso sabor del principio, pues le habia logrado hacer una especie de lavada vergal, tragandose todos esps rancios sabores. No le costo trabajo, a excepcion de esos vellos que le estorbaban y que incluso se introducian en su nariz, aguantando varias veces el estornudo. Acelero los movimientos. No descanzo mucho. Su cabello le estorbaba y con una de su manos buscaba acomodarselos pero estos eran necios y volvian a caer sobre su cara y caian y se pegaban a veces en la ensalivada verga. Al parecer, cualquier acto de caballerosidad, no eran permitidos pues a Juventino solo le imortaba disfrutar, sin inmutarse en los peculiares detalles. Solo se le ocurrio tomarla ligeramente de la cabeza, con la intencion de arrepegarla mas a su miembro, como si el esfuerzo propio de su vecina no le fuese suficiente.

Juventino, que no dejaba de bufar para si y alentando con murmurantes palabras, se dio por mirarla y la miro con muy atenta en una labor desquiciante a la vista y cuando ella alzo los ojos para buscar los de el, como buscando aprobacion, el sintio que ya no resistia mas, intento persistir pero no hubo tiempo.

Un roce de los blancos y finos dientes de la mujer bastaron.

Fue una primera descarga, una segunda mas copiosa que la primera las que sintio que se iban directamente a su garganta. Ni siquiera fue advertida. Solo pudo sentir como ese miembro se hinchaba en el interior de su boca y dejaba escapar a gran velocidad cantidades inexactas y pronunciadas de espeso y nada apetecible semen.

Tuvo que contener una arcada profunda  que la hicieron encender sus mejillas; tenia los ojos llorosos y retosia seriamente. La tercera y cuarta y demas descargas fueron a caer sobre la cara y el cabello de la mujer, pues apenas habia sentido que aquel instrumento se exprimia, lo habia retirado de su boca. Asi, aquel espeso liquido corria por su frente, nariz y mejilla derecha. Incluso casi le impactaba directamente al ojo pero su parpado la habia salvado. Mientras tanto, con esos estragos que se iban disipando, ella tosia, ya no asqueada pero sin con esa sensacion de que algo se atoraba en su garganta.

El estaba inmerso en sus sensaciones y poco hacia caso a las reacciones de su vecina. La miro y si, ella estaba con las mejillas encendidas, con sus ojos color de miel de los cuales algunas lagrimas se despedian. Verla asi, con ese fino y recatado rostro, el de una mujer casada, de buenas costumbres, una maestra ejemplar, casi cubierta de sus varoniles liquidos, esa imagen inalienable, le encendieron, de nuevo, al instante.

Le esbozo una sonrisa y ella al principio, que ya dejaba de retoser, le dirigio una mirada de sutil reproche, pero pronto le correspondio el gesto, y para comprobarlo, tomo con su dedo medio e indice el semen que resbalaba por su mejilla y se lo llevo a la boca sin dejar de mirar a los perdidos ojos de Juventino, que asombrado, muy perplejo, y aun mas excitado, evitaba el parpadeo ante tan caliente y sofocante accion.

El sabor de aquel espeso liquido tampoco le era agradable a la hermosa mujer, pero a estas alturas, sus sentidos aniquilados por los placeres desprendidos de lo recondito de su cuerpo, le hacian tolerar tan peculiar y desconocido sabor.

Entonces, el se sentia listo, para una especie de tercer round. Tomando una vez mas la iniciativa, se volvio a incorporar frente a ella para, de nuevo, iniciar una sesion de apasionados y acuosos besos.

La frescura de la boca de la que ahora consideraba 'su mujer', parecia no desaparecer para su insipida perspectiva.

Para ella, un mar de sabores amargos, agrios, intensos y penetrantes, sabores que, de alguna manera muy especial, la alentaban sobremanera.

Luego de esos intensos besos, se coloco detras de ella. No se hablaban pero parecian entenderse como viejos y asiduos amantes. Ella acomodo su pelo para dejar libre su espalda, esperando caricias y besos, pero Juventino no lo noto o tal vez no le importo. La hizo agacharse y colocarse en la clasica posicion de cuatro puntos.  

Juventino estaba extasiado, observando embelezado la suavidad que proferian las fabulosas curvas, dispuestas unicamente para el, algo que le calentaba aun mas, el sentirse afortunado pues sabiendo un tipo nada agraciado y posiblemente decrepito, tenia en sus manos a una mujer de cuya piel transpiraba un sudor esquisito, de jabon fino, de perfumes femeninos.  

Se sentia, tambien, orgulloso de poder sobrellevar aquella o aquellas faenas de manera tan continua. Jamas en su vida se habia sentido tan imponente, por supuesto, ni con su exmujer, que verdaderamente estuvo muy pero muy lejos de provocarle algo, siquiera, parecido.

Fue directamente a sus nalgas. Pudo sentir de nuevo una piel tan tersa y suave que contrastaba con lo arrugadas y descoloridas que eran sus tostadas y, casi, ennegrecidas manos.

Tuvo que bajar de la cama y asi tener mejor panoramica. Le vio un pie desnudo, por la ausencia de un zapato. Lo busco en el piso, lo encontro cerca de una de las  patas de la cama y se lo coloco enseguida; encontraba un placer, demasiado inospito, verla enfundada en sus tacones.

Se mantuvo masajeando por un buen rato, cada centimetro de la piel de la parte trasera de la anatomia de Valeria. Arremetio con su lengua, de nueva cuenta, en la abertura vaginal. Era los delirios de su noche. Estaba humeda, caliente, liquida por tantos liquidos que escurrian de ella. Quedaba aun mas empapada, con la dosis de saliva que el proporcionaba. Sentia como su verga se contorsionaba exigiendo tomar parte y de inmediato en el asunto.

Ella no dejaba de gemir, ahora con mas ahinco, deseo y fuerza y mas al sentir un dedo introduciendose. Mordia un sucio calcetin y se habia dado cuenta por el olor a pies. Quizo retirarlo de su boca pero tuvo que apretar mas sus dientes, practicamente comiendoselo, pues volvio a sentir ese dedo en alguna parte de sus cavidades que le hacia estremecer de inmediato. El lo habia notado y puso empeño en ese descubrimiento.

Intercalaba los dedos y la lengua. Incluso paso a lamerle el ano, el cual no era su proposito conquistarlo, no para esa noche al menos,  haciendola soltar un gemido audible quizas hasta las cuadras mas lejanas. Luego de un severo rato de entre gemidos y aparentes suplicas de evitar detenerse, decidio que era momento de cojersela, de poseerla nuevamente.

Se levanto y acomodo a la entrada vaginal, su recio miembro. Ella aguardaba el instante; habia apartado el calcetin de su boca pero, curiosamente, lo mantenia en una de sus manos, apretandolo con el puño cerrado. Arqueaba ya espalda, incluso con ansias de ya ser penetrada.

-¡¿Quieres que te la meta?! -consulto estupidamente, con cinismo Juventino, el cual, solo pretendia aumentar su morbo.

-¡Si! -respondio sin titubear, acomodando su cabeza de lado para poder dirigir sus ojos suplicantes a la mirada de su vecino.

-Entons... ¡Pidemelo! -replico con una instantanea soberbia, creyente de ser dueño de la situacion -¡Pidemelo!

-¡Metemela! -dijo una voz que rayaba al ruego -¡Metemela ya!

Y en ese mismo instante, y sin mas, hizo adentrar su verga, sintiendo como era cobijado por las calientes paredes vaginales de su deseada mujer.

Valeria gemia, desconsolada, casi al instante. Esa posicion le daba una nueva perspectiva a sus sentidos para apreciar un incomensurable placer. Sentia como su rosado agujero anal se contraia con cada intromision por su conducto vaginal.

El se movia, de a poco, suave, muy suavemente, con un mete-saca muy promisorio. La altura de la cama, le resultaba ideal para que su miembro diera justo en el blanco.

Ella no paraba de exhalar gemidos que empezaban a tornarse muy pronunciados. Apretaba sus manos en las colchas y en las ropas regadas sobre la cama. Sin querer, apretaba sus dientes sobre un pantalon de mezclilla. El lo noto y a su alcanze vio la truza que tiempo antes se habia retirado. La agarro y sin ningun pudor, lo arrojo cercano al rostro de Valeria. Ella entendio el mensaje. Poco le importo lo sucio que, presentia, podria estar aquella prenda, tomandola y  llevandosela a la boca.

Se consumio en el extasis Juventino, al apreciar tal accion. Era ya dificil controlarse. El rostro de esa mujer era, francamente, insolito. Sus acciones, los sonidos picarescos, libertinos que provenian de ella, lo eran mas.

Ella exigia mas y mas, con gestos y palabras. El lo concedia con mas bravura y fuerza.

-¡Ahh! ¡Ahh! -bufaba el tipo -¡Dime... que eres mia! 

-¡Soy tuya!  

-¡Mas fuerte! -demandaba el viejo

-¡Soy... mmm... soy tuya!   ¡TUYA! ¡TUYA! ¡TUYA!

-¡ERES MIA! ¡MIA MALDITA... ZORRA!

Ella tan solo admitio, con sonoros gemidos, aquel despectivo gemido.

-¡Di que soy mejor que tu pinche marido! ¡Dilo!

-¡Eres mejor! ¡Mmm... eres mejor que mi m... aaaay... marido!

-¡Otra vez maldita perra!

-¡Mmm! ¡Hmmm! ¡Mmm...! ¡Eres mejor que mi MARIDO! ¡SIII...! ¡Eres mejor que el! -exclamo importandole poco si eran escuchados fuera de esas lujubres cuatro paredes y comprometer su reputacion de buena y decente mujer.

-¡SI! -replico aun con mas fuerza -¡Soy mejor que ese! ¡Dime que me amas! ¡Dimelo pinche zorra! -Tomandola de las caderas para asi arremeter con mucha mas fuerza. Su pelvis chocaba con un ritmo e intensidad elevados.

-¡Te amo Juventino! ¡TE AMOOOO!

Aquello, ya estaba muy lejos de la cordura o de cualquier acto, que pudiera considerarse algo tierno o romantico. La imagen era la de un viejo escualido, distorsionado y pervertido, penetrando, arremetiendo y sobajando a una bella mujer joven, sodomizada, estilizada y perdida en mares de insana lujuria.

Valeria sintio como una serie de bien proporcionadas raciones de semen, que se ahogaban profusas con sus liquidos vaginales, tras aquellos gritos y declaraciones irracionales. Ese calor interno practicamente le recorrio cada centimetro de su piel, erizando cada vello de cada poro en su suculento cuerpo, y traduciendo cada una de las anteriores expresiones, en un orgasmos que duraron tanto como le eran posible durar.

Saco del interior de la casada, con facilidad, su miembro que empezaba a ponerese flacido y junto con el, un hilillo de espesos liquidos seminales.

Acercandose jadeante, se agacho para besarla, aunque ella ya no respondia de la misma manera, solo se dejaba ser tocada y que en su boca se descargara la copiosa saliva de un babeante viejo; nuevamente era victima de un vanal extasis y un apreciable y natural cansancio.

Se acosto tras ella, victorioso, triunfal. Ella ya habia cerrado los ojos y no necesariamente habia un dejo de culpa, era solo el cansancio que la habia adormilado, con una tierna y serena sonrisa, desnuda y boca abajo, con un sucio calzon bajo sus rojos y carnosos labios, con las nalgas expuestas y las piernas ya brevemente abriertas por donde escurrian de forma libre, cualquier tipo y cantidad de liquidos corporales de ambos. El tipo, descanzaba de igual manera, obviamente agotado, mas que ella y ya dormitaba sobre la tersa, clara y suave piel de su nueva y sucitada amante.

Aquello quedo en silencio, salvo por los ronquidos de un cansado viejo, eso, hasta el amanecer cuando el sonido del claxon de algun vehiculo llego hasta aquella particular e inmunda vivienda. Valeria ya se habia retirado, tal vez horas antes, y en sus manos el viejo solo encontro aquella tanga de finos encajes, indudable premio de una saciada y insospechada amante.

[...]

-A que no sabes -Fernando decia a su mujer, el regresando a casa con un rostro fribolo y burlon.

-Que -Ella dijo un poco distraida en sus pensamientos. Sentada en la sala, leia un libro o eso intentaba. Vestida con su top y una pantie, descalza casi desnuda.

-Sabes hubo un choque aca en el centro. Me llamó mi cliente pues resulta que el esta involucrado y bueno a el le echan la culpa y en fin -Iba a la cocina y regresaba con un vaso de agua absorviendola con premura -El caso que estos le pasaron a dara un pendejo. A que no adivinas a quien fue a quien atropellaron.

Valeria empezo a interesarse y volteo a verlo haciendole el gesto de querer saber mas.

-¿No adivinas?

-No. -respondio ella con pausa cortante. -Quien.

-A... jaja -rio con una cara que mostraba incredulidad pero satisfaccion -Al vecino este, este... quien sabe como se llame. El de esta casucha...

-¡¿A Juventino?! -ella exclamo con preocupacion, sintiendo un latir acelerado en su corazon

-¿Asi se llama? ¿Tu como lo sabes?

-¡¿Como esta el?! -pregunto incorporandose mas cerca a su marido sin medir en su reaccion.

-Ja. Ojala estuviera. Le dieron un repason... jaja. ¡De ese no queda nada! -exclamo burlonamente una vez mas pero no daba cuenta del comportamiento de su mujer. -Ese ya no va a molestar jaja.

Ella quedo divagando en sus pensamientos. Antes de que llegara su marido ella precisamente pensaba en Juventino y en la posibilidad de un terrible error lo acontecido hacia ya varias noches, un error que, con culpa justificada o no, habia disfrutado. Y ahora enterarse de que no lo veria mas le producia un vacio en el estomago. Pero tambien todo aquello podria ser una mentira de su marido pero horas despues comprobaria esa verdad inexorable,  realmente Juventino ya no podria ocupar un espacio fisico en su vida, en su cama, en su sexo.

Fortuito [...]

Valeria comenzaria a dar clases en esa otra ciudad en la que ya se habia instalado hace poco. No muy lejos de donde habia vivido pero aun asi ya se sentia comoda de haberse alejado de lo que le podria hacer sentie intranquila. El divorcio lo permitia. El incidente con Juventino y su sentimiento de culpa propiciaron lo anterior. No podia ver a la cara a su marido, no le habia confesado nada, ademas de que creia que el nunca habia pretendido cambiar.

Habia concebido ya una bebe, de piel blanca, cabellos dorados como su madre y su padre, un padre que por cierto poco le habia interesado saber de su hija y no peleo por el durante ese divorcio. Seguramente seguia en sus multiples y efimeros amorios. Claro a ella ya no le importaba. Habia ya prometido olvidarse de esas relaciones amorosas y concentrarse solamente en Adriana su pequeña de ya un año y nueve meses. Pero al ver ahi a esa nueva profesora hacia pensar en que esa mujer jamas habia concebido o incluso casado. En fin ella se notaba muy ansiosa en su primer dia y la paso realmente bien durante el transcurso de la mañana,como si nunca hubiese dejado de dar clases.

Acababa de salir del comedor despues de tomar el almuerzo. Iba sonriente, habia compartido la mesa con una buena compañera que auguraba podrian ser amigas y se dirigia al tocador del baño. Evaluava por donde dirigirse mirando el pasillo del conservado edificio cuando fue tomada muy ligeramente de la cintura.

Ella sorprendida, pego un ligero brinco y volteo para saber de quien se trataba.

-Quiobo mamita -Una voz casi quedita le hablaba muy cerca a su rostro. Valeria estaba sorprendida aun mas pero para mal. Reconocia al tipo. Era Julian. Se veia mas demacrado que la ultima vez que lo habia visto. O eso le parecia. Vestido en un overol de un azul grisaseo y sucio, con bote blanco de plastico en la mano. Ella aun respondia, tan solo abria sus ojos color miel con ese signo de un asombro insano que se se notaba en el entrecejo y su frente.

-Como esta. Que haciendo por aca. Jeje. ¿Se acuerda de mi? Soy el Julian. ¿Se acuerda? Yo si la recuerdo y sigue igualita de chula -dijo esto recorriendo con sus ojos morbosos la anatomia que se dibujaba a travez de esa blusa, falda y tacones.

-¡¿Que hace aqui?! -se le ocurrio decir.

-Pos aqui trabajo jeje. Tu no me has respondido mamita. -Una enesima mirada que volvia a lanzar sobre ella.

Ella adivino que el era el conserje o algo por el estilo. Procuro divisar si alguien los observaba, nerviosa y separandose a mayor distancia de ese tipo.

-Soy profesora. -Recuperando un poco el aliento y mostrandose rigida decidió poner un alto. -Y le pido que no me moleste. ¡¿Ok?!. Se lo deje bien claro la ultima vez que...

-¡A mi no me dejaste claro nada! ¡Me dijiste que no te buscara pero tu sabes que dejaste un asunto pendiente conmigo! Y por lo que veo estas tomando la iniciativa pues mira que venir ala misma escuela donde chambeo. Jaja. -La miro con desdén y lascivia -Tú quieres verga y has venido por ella. Pero no te preocupes mamita. Te la voy a dar. Vamos a tener un chingo de tiempo aquí pa planearlo jajaja.

[.]