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El despertar sexual de Casandra

en Hetero: Infidelidad

Ante el nulo seguimiento, de más entregas, de este singular relato, que si bien no el mejor, es de los populares y entretenidos dentro de estas categorías, básicamente es mi opinión.

He de advertir que el relato podría contener elementos grotescos (según mi percepción), que podrían resultar, para ánimos y criterios sensibles, esto lo he mencionado en base a comentarios que he recibido alguna vez con respecto a ese tipo de detalles. También prevengo que el relato podría contener eventos  y situaciones que podrían pareceros inverosímiles y absurdas, pero todo es con el fin adecuar, de manera intencionada, el desarrollo de las situaciones y dado el poco tiempo que me di para hacerlo pues quizá no este a la altura del buen autor de este relato. La idea particular de la protagonista es sobreexplotada, por lo que tal vez a algunos no les guste el rol en el que se desarrollara la misma, así como el nivel integral de los personajes que interactuaran con ella. Por eso pido disculpas si queda escasa en ese parte.

Esta versión a su vez es solo una interpretación, al final de cuentas la absoluta verdad e idea de la historia le pertenece al ausente Perverso, en cuanto a mas contenido se refiere.

Dicho esto espero les agrade esta continuación, y como siempre invito: disfruten el argumento.

 

Y no solo ahí, cuando la señora entró a la casa, a partir de un pequeño hueco hecho en la persiana pudo observar como dicho niño pasaba nuevamente, volteando hacia la casa, estando la señora a punto de salir fue alcanzada por una de las vecinas a la cual también le debía un encargo por lo que se entretuvo buscando el paquete, estando ambas amas de casa platicando sobre algunos temas triviales en las afueras de la vivienda la mamá de Cassandra alertó por tercera vez la presencia del niño rondando la zona.

-ese niño, van tres veces que pasa nada más mirando para acá, lo conoces?- señalaba la mamá de Cassandra a la señora vecina.

-no, no lo había visto, no es de por aquí tal parece, me pregunto porque rondará tanto?- decía la señora volteando a ver de manera cómplice a la mamá de Cassandrita.

-a que te refieres?- cuestionaba también la mamá de la colegiala.

-ay Rosy te haces mensa, es obvio que ya le echó ojo a tu hija jiji, yo no vería sospechoso que ya te la anduvieran enamorando, lo que yo veo sospechoso es que no sean más de uno los que anden rondando el vecindario, de veras dónde está ella?- preguntaba la vecina.

-salió a ver a una amiga-

-umhh, una amiga?-

-allá ella si me está diciendo mentiras, esa niña, de un día para otro cambian las muñecas por cosméticos y maquillaje, solo crecen para darles a uno mortificaciones- aclaraba Doña Rosalba, la madre de Cassandrita.

-ay comadre, ya hueles a suegra jijiji-

-jajaja, nooo, Cassandra aún es una niña, es mi niña- estando las señoras platicando el niño pasaba por quien sabe cuanta vez, pero en esta ocasión frenaba al llegar al portón, le ponía la pata a la bici para que esta no se cayera y caminaba hasta detenerse en los adornos de hierro forjado de la cerca, ahí tomaba los barrotes con sus manos y metiendo un poco su rostro entre ellos saludaba.

-buenos días!!- saludaba el niño, ambas mujeres se dirigieron hacia él al tiempo que le respondían.

-buenos días jovencito, a quien busca?- preguntaba la mamá de Cassandra.

-buenos días señora, disculpe, de casualidad estará Cassandra?- preguntaba el joven.

-y quien la busca?- volvía a preguntar la madre de la solicitada.

-ahh sí, me llamo Armando, soy compañero de ella en la escuela y venía a verla porque entre los dos tenemos un trabajo pendiente que ya es para dentro de dos semanas y venía a repartir los temas… para empezar a hacerlo porque es mucho- explicaba el muchacho, para esto ya suponía que la señora quien hacía las preguntas era la madre de su enamorada, podía verse en la belleza de la señora quien a pesar de rasguñar los cuarenta aun mostraba de manera convincente que Cassandrita había heredado su hermosura a partir de los genes maternos.

-ahh mira que muchachito de responsable, en cambio esta chiquilla prefirió irse a ver películas con su amiga, queee bonita- la señora ponía faceta de enojo.

-no seño, no es para que la regañe, de hecho ella no sabía que yo iba a venir, solo que pasé a ver si de casualidad estaba- describía el niño.

-salió… y que a ver películas con su amiga, Lupita, a lo mejor esté allá- pronosticaba la señora mientras el niño cada vez se cohibía mas debido a que ambas mujeres no se cansaban de analizarlo con sus pesadas miradas, o al menos el joven así las sentía.

-tiene mucho que se fue?- preguntaba Armando.

-como una hora, más o menos- respondía la mamá de la niña aunque sin saber la hora exacta, solo dando un aproximado.

-ahh bueno, gracias, entonces iré a ver si está allá, con permiso- se despedía el joven pero una vez alejado dos cuadras se detenía orillándose cuidadoso, sacaba su celular y marcaba a Lupita pues algo en todo esto andaba mal, “¿Cómo va a estar en casa de Lupita si Lupita fue la que me mandó a esta hora?”, se decía el niño, oración que no quiso decir a la mamá de Cassandra por razones obvias.

-si bueno, Lupita-

-sí, que pasó?- respondía la nena.

-oye, pasé a ver si estaba Cassandra y algo no me cuadra…-

-¿Qué cosa?, habla más duro que no te escuchas-

-pasé a ver a Cassandra, tal como me lo dijiste, a la hora que me dijiste que se supone se queda sola en casa y me encontré a su mamá quien me dijo que no estaba- repetía Armando.

-pues espérala menso, ha de ver ido a un mandado-

-no, según su mamá, Cassandra está viendo películas… contigo!!-

-queee?-

-así me dijo-

-je… eso no puede ser, yo ni siquiera estoy en mi casa, voy rumbo a verme con Edgar, vamos a ir al cine, en serio eso te dijo?- preguntaba la incrédula Lupita.

Pero si la casa de Don Marce está ubicada enfrente de la escuela donde Cassandra asistía, y bien la niña se traslada a su escuela a pie haciéndose entre quince y veinte minutos caminando cuando mucho, ¿Por qué Cassandrita había tomado el autobús que la llevaría al Centro?, siendo el Centro un lugar muy distante del que había acordado con su “novio”…………

 

EL DESPERTAR SEXUAL DE CASSANDRA 

6.1

Versión alternativa

 

Una mujer tiene la última palabra en cualquier discusión.

Cualquier cosa que el hombre diga después de eso es el comienzo de una nueva.

 

 

Casandra se elevaba en ansias de saber que esta noche la pasaría con su muy particular ‘novio’, con el que había conocido los vastos placeres más sublimes que pudo conocer en su aún muy joven vida. Se decía a si misma más lista, más preparada y conocedora de los placeres lúbricos que compartía con semejante adefesio de hombre con el que planeaba acostarse esta misma noche. Para ella no existía otro hombre que pudiese llenarla de amplias satisfacciones que no fuese el mismísimo cincuentón de Marcelino. Cualquier otro chico de su escuela le parecía insignificante, en el sentido de que aquellos, a quienes los consideraba realmente inmaduros, seguramente no llegarían ni a excitarla a tan alto grado como el tendero lo hacía. Todo lo concerniente al sexo lo había aprendido y practicado con él, por eso pretendía saberse lista para cualquier otra encomienda que su ‘novio’ tuviera para con ella. 

Con esa batiente seguridad sabía que era momento de ser más proactiva para con él, quería recompensarlo por toda esa especie de ‘sabiduría’ que el pervertido le había brindado a cambio de soberbio placer. Planeaba, entonces, hacerle una especie de regalo especial, algo que seguro le encantaría y volvería loco de placer al hombre que ella bien haría en disfrutar. Durante sus estancias en la casa del rancio hombre la nena tomo en cuenta, tan solo mirando el tipo de películas eróticas que el solia tener en su descuidado repertorio o la inmensa cantidad de posters que tapizaban las paredes de esa casa, que a este le gustaban las mujeres bonitas y de aspecto prácticamente de modelos de concurso. Estúpidamente, se sentía dichosa al ser la elegida por este desagradable sujeto, porque es significaba que para Marcelino era bonita, aunque bien ella se quedaba corta con esta relación. También sentía consideración por el simple hecho, según ella, de comprender una relación con él, aunque en las actuales circunstancias fuese solo en secreto. Comprendía muy bien esto porque sabía la cantidad de problemas que se ahorraban, pues esa sociedad en la que departían, sobretodo el de la jovencita. Incluso esta relevancia le significaba a ella un grado más de emoción, de aventura, de adrenalina necesaria para aventurarse a la entrega a ese esperpento de hombre

Entretanto, y comprendiendo el aspecto de esas mujeres, logro darse cuenta del tipo de vestimenta de esas chicas, ataviadas la mayoría en   sujetadores con encaje y diminutas tangas que remarcaban para gusto de los espectadores las apretadas carnosidades dignas del deseo. La mayoría de las imágenes que se esparcían por la casa de este hombre eran precisamente de este estilo, atuendos en ropa interior y lencería, lejos de los típicos atuendos solapado res y prácticamente muy discretos, de colores grises aburridos. Como no acordarse de aquel día de su primer encuentro sexual con Marcelino; ella, ya sea por azar del destino, pero había optado por usar una tanga no fielmente convencida pero finalmente se había atrevido a hacerlo, sin imaginar, según ella, que gracias a esto es que el tendero cayo inevitablemente seducido por este encanto. Ahora se decía participe que tendría que verse más bonita, usar la ropa a su favor, procurar ropa interior bonita y seductora, todo con el fin de verse deseable para ese viejo pervertido.

Su idea era básicamente ir a una sex-shop; ella había consultado discretamente, en internet, sugerencias de conjuntos provocativos, lencería básicamente. Encontró un sinfín de conjuntos, desde los discretos pero muy coquetos, hasta los más atrevidos que prácticamente solo servían de adorno para las descubiertas intimidades. Pero la idea era esa, encontrar un atuendo sugestivo y sagaz que expusiera sus carnes en sus finísimos detalles y así  complacer a su afortunadísimo hombre. Cualquiera que viera ataviada en cualquiera de esos conjuntos a la jovencita, caería en un estado de locura lubrica que haría por ella sin miramientos y la poseería sin piedad.

Llevaba gran parte de sus ahorros, si bien esas prendas eran de un tamaño minúsculo, el precio por ellas en veces era aterrador, sobre todo para Casandrita que no poseía demasiado dinero. Pero entre consulta y consulta, encontró un lugar de precios módicos, que era al que precisamente se dirigía.

De repente vibraba su celular. El identificador revelo el nombre de su involuntaria cómplice y solapa dora de esos encuentros de los disparejos amantes. Había olvidado avisarle a Lupita para que una vez más la hiciera de ‘alcahueta’ con sus padres y expusiera la excusa de siempre. En realidad planeaba hacerlo más tarde, en la comodidad de la casa de su amante. Estaba más concentrada y nerviosa por ir a comprar esas prendas, que cualquier eventualidad le era indiferente.

-¿Hola? ¿Lupita? –consulto la dulce voz de la colegiala.

-¿Cass? Oye, ¿dónde andas? Tus papas dicen, bueno, le dijeron a Armando que tú venías a quedarte hoy en mi casa. ¿Cómo está eso, eh?

-¡¿Te hablaron mis papás?!

-No amiga. ¿Qué no te digo que me lo dijo Armandito? Él fue a tu casa y eso le dijeron. Te pasas. ¿Qué tal que me hablan tu papás? Y yo ni enterada.

-Ay, amiga. Perdóname. No te avise, osea, te iba avisar más tarde…

-Sí, pero donde andas.

-¿Yo? Este… -titubeaba con severidad la chiquilla, era evidente que no había preparado ni siquiera la excusa para su misma amiga, que bien ella sabría entender pero al menos debería convencerla de que no hacía algo tan malo, al menos para los criterios de su joven amiga. A pesar de la absoluta confianza de varios años, bien sabía que no podía revelar ciertos menesteres como en los que ella participaba, en particular con el tendero que ella también conocía. Tampoco podía decirle que iba a ver un novio pues en una de esas podría escapar de la boca de Lupita, que si un defecto tenia era varia veces esa indiscreción y contárselo a sus padres que seguro, con la protección propia que procuran con una primogénita, reprenderían con severidad.

-Voy a la casa de una compañera del equipo de voli. Ay amiga, es que en su casa va a tener una fiesta. Y la casa esta afueras de la ciudad. Y si les digo a mis papás pues ya sabes, como se ponen. Porfa ami, si te llaman ya sabes que decirles, porfa. ¿Siiii…?

Hasta para la amiga de Casandra le era difícil en cierto modo resistirse a esa jovial y apacible voz que dejaba sus tonos adolescentes poco a poco. Terminó por respaldarla en su mentira una vez más, no sin antes reclamarle porque no la invitaba también a esa fiesta, a lo que Casandra respondió que solo iban chicas del equipo por una especie de fraternidad con el que buscarían celebrar antes de  la clausura dado que era el último semestre en el que muchas de ellas se verían, quedando de esta manera Lupita en el convencimiento aunque aguardaba, como toda mujer intuitiva, sus dudas con respecto al comportamiento de su amiga.

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El viejo tendero despachaba su tienda. En realidad no había mucha venta, dado que en los días en los que no había clases no había mucha clientela, precisamente porque esta se basaba en la comunidad estudiantil. Agradecía plenamente estar en esa parsimoniosa calma, sin nada que hacer más que esperar a que su amada llegara, cerrar la tienda y encerrarse por el reto del día con ella.

-Buenas tardes –Una frugal voz lo saco de su relativa calma sepulcral que mantenía sus ganas a topes de querer recibir el cuerpecito de Casandra.

Se levantó de su asiento y diviso a un par de hombres con mirada fuerte y ponderante, uno de ellos con lentes obscuros. Repasaban con la mirada todo el lugar con aire desdeñante.

-Que se les ofrece –respondió el tendero con actitud recíproca, pues es bien sabido que a pesar de recibir clientes a cualquier hora, si algo detestaba era cuando los clientes eran varones, nada como recibir a las damas y damitas y deleitarse con varias de ellas. Hoy no era la excepción y deseaba sacar a patadas a ese par de sujetos que bien podían intimidar.

-¡¿Es usted Marcelino Gonzales?! –consulto el hombre más próximo a él, con imperiosa voz con el acento típico suburbano de la ciudad, combinada con la jerga propia de las labores de estos hombres, con esa típica actitud nada cordial, como si detestaran lo que hacían; definitivamente estos no eran clientes.

-Si –contesto con aversión. –Que quieren.

-Somos de la policía municipal.

-De la policía –refutó el tendero al no verles en uniformes oficiales aunque era muy común que algunos no usasen los respectivos, creando a veces en estos ‘guardianes de la ley’ la facilidad para cometer crímenes y pasar desapercibidos. -Y que o que… pa que vienen a verme a mí.

-Mire señor Gonzales. Hemos recibido varia quejas de los vecinos.

-¿Quejas? Quejas de que.

-Pos básicamente los vecinos se quejan de que este hace mucho ruido.

-¿Ruido? Jaja –Carcajeó con desdén. –Que pendejadas. Quien les dijo.

-Eso no importa señor Gonzales –hablo el otro sujeto que se la había pasado revisando la tienda e incluso agarro una bolsa de cacahuates, la abrió y empezó a masticar es a botana, continuando su explicación al tiempo que masticaba grotescamente. –Lo que dicen los vecinos es que usted anda metiendo putas a la tienda y que los gritos luego se escuchan.

-¡Y que si meto putas! ¡Esta mi casa y yo hago lo que quiera! –replico altaneramente, no por el hecho de que hayan referido como puta a su hermosa Casandra, eso le tenía sin el más mínimo cuidado, era más el hecho de escuchar estas ridículas acusaciones le ponían furioso, más porque detestaba a prácticamente a todos su metiches vecinos.

-¡A ver cabrón! –replico el primero de los sujetos que había hablado que no soportaba que alguien más le alzara la voz y teniendo esa posición de vigilante de la justicia se daba ciertos créditos para actuar con imponencia ante sujetos como el buen Marcelino. –No te pongas al brinco que orita te puedo llevar solo así porque se me da la gana.

Marcelino a su vez sabía que meterse con la policía era algo que temer y si en dado caso complicara las cosas al final no podría disfrutar de los ricos placeres que planeaba desquitar con la suculenta colegiala.

-Escucha pendejo –continuo hablando el furioso oficial, mientras el otro reía masticando los cacahuates. –Yo no tengo ni ’un problema que él te estés cogiendo a cuanta puta, ese es tu puto pedo. El problema es cuando nos molestan esos hijos de la chingada nada más por pinches calenturientos como tu pinche cabrón. Así que si vuelven a molestarme con chingaderas de que andas de escandaloso vengo y te llevo pendejo. Ya ni la chingas, ves que acá en frente esta una escuela.

-Y luego esos canijos se ponen más pesados –secundo el otro oficial hablando con torpeza al tener que masticar al mismo tiempo.

-Entons, ¿entendiste cabrón?

-Si.

-Sí que cabrón –reclamo con fiereza el oficial al mando.

-Sí, que ta bueno. Ya, ya. -Marcelino tuvo que tragarse hondamente el orgullo pues tenía las de perder.

-Jaja –rio con soberbia bien concebida al saberse vencedor el policía.

–Más te vale cabrón. ¿Hoy tenías planeado traerte una puta? Porque orita vamos a estar dando rondines. Una de esas agarráramos a una de esas pinches viejas.

-Qué necesidad cabron –hablo con desgano el segundo oficial, que ya había acabado de devorar el contenido de esa bolsa de botana, -orita es pa que estuviéramos descansando, tomando una chelitas, viendo el fut. –Acto seguido se despachó otra bolsa ahora de semillas, con esto se entendía el por qué de esa prominente barriga, bien desarrollada por el apetito feroz del hombre.

Los oficiales terminaron retirándose no sin antes recalcar al intimidado Marcelino las órdenes ya dadas. Se despacharon unas dos, tres bolsas de frituras y refrescos los cuales se fueron sin pagar por supuesto. El tendero poco le importó, el mantenía la inquietud de que en cualquier momento llegaría su jovencita y si estos la veían podrían llevársela y con ello arruinar para siempre esa relación que tanto trabajo, según él, le costó obtener. Rápidamente saco su celular para llamar a Casandra y decirle que tal vez deberían verse en otra parte.

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Casandra caminaba con un andar delicioso para los que podían contemplarla, con esa mirada tibia, inocente, nadie podría imaginar las asquerosidades que esos rojizos y tiernos labios habían cometido, muchas veces matizándose de la esperma de un viejo tan decrepito como afortunado, que esa boquita había sido inundada de cualquier cantidad de líquido seminal y, aun mas increíblemente para aquel que solo rayase en lo ficticio una princesita como la colegiala enredada con un sapo como aquel tendero, ella los había aceptado con gusto tragándoselos sin aspavientos y si se le preguntara en ese instante seguro afirmaría que disfrutaba esa clase de vejaciones más propias de viejos, ancianos, pervertidos desacreditados de cualquier atributo físico atractivo y que su poder, para el dominio real de la imberbe protagonista, radica en el morbo con el que podría someter a esta jovencita que seguro y bien cumpliría. Esto, para fortuna de Marcelino, solo lo sabía ese tendero e indeterminadamente todos, y todas, la mirarían con esa clase de admiración intimidante que siempre generan mujeres de simetrías como las de Casandra. Acceder a ellas es a simple vista imposible, más cuando la mujer esta atribulada de obscuras sensaciones, aquellos que se atrevan conseguirán de forma casi instantánea (como Marcelino) el acceso a los placeres, que ya se ha descrito, brinda en todo su esplendor esta joven mujer.

Uno de estos muchos desprevenidos de las turbias y secretas conductas de esta colegiala es aquel jovencito de la misma edad de la perniciosa jovencita. Cuanta ternura contempla en ella, además y como es muy obvio, esconde por cuestión costumbrista de educación dada a los valores sus deseos carnales para con su compañera de colegio. El, a diferencia de muchos, pretende con ella una relación alegre, sincera, armoniosa, en ella recae cada hermoso atributo que la madre naturaleza concede a algunas tantas. No solo es hermosa y radiante, es al mismo tiempo inteligente, lo ha demostrado muchas ocasiones en la prepa, siempre luce una sonrisa encantadora, es atlética y muy amigable, sobretodo amigable, cosa que en cierto modo detesta Armando pues en veces la ve acompañada de otros chicos que sabe bien no le harían bien a nadie, tipos vagos, vicioso, maliciosos e incluso cobardes en el sentido de que poseen aires de engreídos que molestan a los típicos chicos más débiles en carácter, como varias veces han hecho con él.

Cuántas veces ha visto a esa candorosa jovencita sonreír sin ningún reparo con esos, sus verdugos, sintiendo celos furtivos y a veces coraje. Ha leído bastante para aprender a no dejarse llevar por esas malas emociones, siempre recibe consejos de sus humildes padres y ha comprendido que lo mejor es canalizar estos sentimientos y hacer lo correcto. Se ha armado de valor y no pretende callar más. Pareciera que el destino le colma a hacerlo pues divisa, el aun dentro del autobús que lo ha traído al centro, a la mujer de sus sueños tiernos y húmedos. Suspira fuertemente para tomar capsulas de valor y baja del autobús. Irá hacia ella, al fin de cuentas cuenta con un pretexto, aunque evidentemente aspira a más.

Camina indiferente aunque cautela, pues está cerca de la tienda en donde planea comprar esa lencería y no quiere que nadie la reconozca o algo parecido pues seguro irían a contarle a sus padres y una vez más algo que se volvería terrible para ella. Por la banqueta por donde se conduce con pasividad, un viejo y zarrapastroso limosnero se queda contemplándola con fuerte lascividad, aunque no la manifiesta con palabras en forma de piropos, tan solo pide monedas según él, para comer el día de hoy. Casandra se compadece y le ofrece unas monedas y le regala además una sonrisa al pobre hombre, que se haya gustoso de compartir aunque sea ese intercambio de miradas. Ella al detenerse en esas duras facciones de este algo la hace reconocer, de forma virtuosa, una de las caras insanas de Marcelino, la perturbada  sonrisa con la que el viejo se ve amenazador, enfermo, desquiciado cuando explota en puro éxtasis, por ejemplo, ella le mama con dedicación la apestosa y obscura verga. Es ese mismo y maléfico rostro en donde el asqueroso dejaba ver toda su desfachatez estética, sus deformes piezas dentales que dan un aspecto ruin a su boca. Increíblemente para cualquier tipo de cordura, ella le complace saberlo así, porque lo toma como la muestra de que ella lo sabe hacer, que está siendo recíprocamente complaciente con ese lunático afortunado. De alguna manera caer en tales maltratos a la merecida estética le gustan, se siente, cada vez que ahonda en ello, mas dichosa, al menos y exclusivamente con su actual amante. No daría pie a otra cosa con algún otro de la misma manera, según ella.

Sigue mirando al desgraciado hombre que esta de cuclillas en aquella acera, los que pasan por ahí admiran la benevolencia de la estudiante. El hombre desde su posición bien se da a recorrerle con ansiosa mirada la piel de las piernas de la chamaca. Ella a su vez se ha puesto imaginar, y ahora que se ha puesto a relacionarlo de manera absurda, si este hombre la tendrá del mismo modo, del mismo sabor, del mismo aroma que su amado ‘Don Marce… Con curiosidad exclusiva de mujer, ha buscado algún bulto que pudiera darle una vaga idea, pero nada. Continua su camino aunque reconoce su grado de locura por pensar en ello, claro que, como se dice a sí misma, no comete ninguna impertinencia ni para ella, ni mucho menos para su ‘novio’, se supone libre de imaginar, de incluso desear, exponiendo la manera libertina en la que su mente ha trabajado desde hace tiempo. Detiene su andar. Siente vibrar su celular y de inmediato siente latir su corazón. Se trata de Marcelino. Alza la vista con esa sonrisa emocionada pero se le apaga al reconocer al impertinente Armandito que viene directo hacia ella, con un andar macilento a pesar de su lozana edad. 

Casandra se sintió incomoda de inmediato, su celular no dejaba de sonar y el otro se acercaba cada vez más. Apretó el botón que atendía la llamada para pedir precisa prorroga a su vetusto amante.

-¿Hola? ¿Don Marce? Oiga, no pued…

-Escúchame mi niña –interrumpió la iniciales palabras de la chiquilla. -¿Ya vienes para acá?

-No. Pero ya voy a llegar…

-Perate mi niña. No vengas pa la casa. –El viejo decía esto con total fastidio pues los agentes policiacos aquellos le seguían o esa era su paranoica impresión al reconocer un auto parecido al de esos oficiales; había quedado en el la dictamen de que arrestarían a la supuesta puta y siguiéndolo a él darían con esa susodicha.

-¿Por?

-Luego te explico. Puta madre –rechistaba el hombre viendo pasar un auto cerca del lugar de donde estaba. Planeaba cambiar el lugar de la cita a un motel cercano, el único hasta el otro próximo a las afueras de la ciudad. Pero dada ese delirio de persecución prefirió aguardar el encuentro. –Al rato te llamo y te digo donde.

-¿Está todo bien? –pregunto la jovencita con voz baja y preocupada ya teniendo frente al jovencito.

-Si. Si. Luego te explico. Es que… pinche madre. Al rato te llamo.

Sin más el tipo colgó, ella esperando el beso, las palabras ‘amorosas’ y que manifestaban el deseo que siempre aceptaba con pasión.

-Hola –saludaba el chiquillo que se mostró parco a distancia para evitar interrumpir a su hermosa compañerita. Se limpiaba constantemente el sudor que escurria por su frente, causado por el nerviosismo típico de un recién aventurado, que por el bochorno pues ciertamente estaba nublado pero se sentía una elevada temperatura. Rectificaba disimuladamente el insolente grano de acné que acompañaba en si entrecejo.

-Hola –devolvió el saludo un tanto cabizbaja, sin prestar demasiada atención al chico, porque no entendía que había pasado con Marcelino.

–Hola Armandito.

-Que… que… haces –titubeaba el nervioso hombrecito, limpiándose el sudor, ahora de las manos. -Eh… te fui a buscar  a  tu  casa y me dijeron que tu ibas a…

-Sí, si –interrumpió Casandra para trabajar en esa mentira y este no fuera a delatarla. Al fin de cuentas no tenía bien a bien si aún se vería con su viejo amante. –Lo que pasa es que… osea, yo y Lupe pues íbamos a vernos, bueno, osea, yo la iba a ver así de sorpresa…

-Pero su casa queda del otro lado. ¿Qué haces hasta acá?

-¿Yo? Este, es que, osea, iba a… comprar algo para nuestra reunión. Bueno, tú sabes, cosas de chicas.

-Oh. Entiendo. No preguntare más, no quiero ser inoportuno.

-No te preocupes Armandito.

Cuanto disfrutaba el postpuberto escuchar su nombre pronunciado por esa melodiosa voz, le sobreencantaba y lo asistía una sensación de triunfo, de los más sublimes.

-¿Y tú que haces por acá?

Inquirió la jovencita cubriéndose la cara del sol que de repente atravesaba esa sabana de nubes que cubrían ese día nublado, aunque cálido a pesar de ello, prueba era el atuendo de la chica, una blusa tipo sport, estilizada y que se ceñía ligeramente, de cuello redondo sin llegar a dejar ver escote (aunque no era necesario, blanca color mamey sin mangas con transparencias gracias a esa tela delgada. También se acompañaba de una falda de un sofisticado tejido tweed con textura jaspeada, con estampado floreado, de un corte plisado de polipiel, cierre de cremallera invisible lateral y un curioso detalle de fleco corto delantero. Su atuendo se completaba de manera exacta con un par de zapatillas blancas de piso deportivas, dándole un outfit encantador de jovencita en plenitud. Sus piernas de blanca y tersa piel se exponían fabulosamente, desde el inicio de sus tobillos (en el derecho le acompañaba una pulsera color dorado), sus potentes pantorrillas propias de una chica atlética como ella, sus muslos que se cubrían poco más de la mitad y lo expuesto era tan solo la muestra de lo mejor que podía poseer la dama. El levantar que hacia su falda gracias a su respingado culito bien desarrollado, esa breve cintura y su vientre plano y sus voluptuosos, bien desarrollados y marcados, pechos en la justa exacta; era sin dudas una chica digna de concurso de belleza incluso internacional. Además se acompañaba de esa carita que anunciaba lo incorrupta virginidad que defendería bien pues sería deseada por todos en absoluto, aunque claro se sabe lejos está de ser lo que anuncia esa ingenua carita angelical.

-Vine a mi casa –contesto el muchacho. –No creí encontrarte, pero ya que te veo pues quería comentarte de nuestro trabajo de final de semestre, ya ves que falta poco para entregarlo y quería ponerme de acuerdo contigo en algunas cosas.

-Oh ya –hablo indiferente a lo que el jovencito explicaba, aun pensaba en su querido Marcelino, saber cómo estaba, porque se comportaba así. –Pero tengo los libros y lo que he adelantado en mi casa.

-Si quieres vamos o no sé si quieras ir a la mía, vivo acá cerca –dijo el muchacho, quería más que nada un tiempo de convivencia con su admirada amiga.

-No. Es que, bueno, si quieres deja voy a comprar unas cosas y vamos a mi casa. Aunque no se quieras ir de vuelta…

-Si –replico con emoción Armando –Vamos. Si, si, si quieres te acompaño a comprar tus… cosas…

Ella termino por rechazar el ofrecimiento, era evidente que no quería que él le acompañase a esa tienda. Aún tenía en sus planes comprar esas prendas, tarde o temprano tendría que encontrarse con el pervertido viejo, además de que no quería volver al centro pues le causaba flojera. También insto a su compañero a que se adelantase y que ella lo alcanzaría, que no tardaría. Bien sabía ella lo que iba a comprar y no le tomaría más que unos minutos.

Vio alejarse el muchacho que actuaba tan condescendiente que cualquier cosa que mencionara Casandra en modo colmativo para el serian como ordenes, cual soslayo de su doncella. Lo vio tomar el autobús y dejándola libre para que ella se preparara a terminar su encargo en ese lugar. Caminaba de nueva cuenta, incorporándose por una calle muy extensa y luego torciendo hacia una calle menos transitada que las anteriores, con casas poco más estropeadas con respecto a lo recorrido antes, algunas construcciones en obra gris y negocios con fachadas de rol dudoso. Consulto algún rotulo para confirmar si era la calle indicada y en efecto lo era aún le faltaba caminar para encontrar el establecimiento al que pretendía acudir.

Mantenía ese andar tan coqueto e invariable para los hombres lujuriosos, afortunada (o desafortunadamente), no había muchos que anduvieran por ahí. Pocos metros más adelante, paralela a ella, veía como un hombre de aspecto ya mayor sufría un percance y caía al suelo, desparramando alguna de las cosas que venía cargando. Ella sintió la aversión propia de su inseguridad de andar en un lugar tan apartada de su seguridad, pero reparo en el accidente del pobre hombre, además no había nadie cerca por lo que fue, como costumbre arraigada en ella, a ayudar a levantar ese viejo bulto que yacía quejándose adolorido.

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Minutos antes un viejo venia del mercado cargando en un triciclo de trabajo una bolsas. Iba rumbo a su casa cuando de repente pasando por una avenida principal del centro contemplo a una beldad tan impresionante para sus ojos que le era difícil no contemplarla más del tiempo necesario. Y el hecho que le detuvo con prendida atención a observar monumento de mujer fue que en su correosa y gastada mente vagaba una imagen que hacía que reconociera tan angelical carita.

-¡Claro! –exclamo para sí mismo luego de unos minutos, varado en medio de la calle incluso obstruyendo a algunos vehículos que bien hicieron en reclamarle, situación que le importo verdaderamente muy poco. –Esa chamaca es… pos si, como no. Pero que rica esta la condenada…

La veía platicar con un chiquillo de su misma edad, al que desmeritaba con absoluto recelo, dándose aires de que podría ser mejor que ese mozalbete, a pesar de su edad. Los bocinazos insistentes le hicieron continuar, parecía tan absorto en ella que bien le hubiera sido posible aguantar todo ese día viéndola.

Iba resignado, tomando las convenidas calles de siempre que lo llevaban a su casa, aun recordando es figura estudiantil y no se explicaba, es decir, no lograba entender cómo era posible que el buen ‘Chelo’ o ‘Chelino’ (este último apelativo molestaba a su buen amigo), se estaba haciendo de los placeres carnales con esa chamaquita. Estaba muy lejos de parecer real, que una belleza, con esa carita tan pura y candorosa, se pusiera a mamarle la verga a un viejo tan cerdo y horrendo como su amigo. Tal vez era cuestión de dinero, de mucho dinero, porque mujeres así, vaya que se saben cotizar, se decía tratando colmar una conciencia incluso recelosa. En la próxima reunión que tuviera con ‘Chelino’ se ha propuesto en preguntarle más acerca de ella, incluso ya pensando en cómo y cuánto tiene que pagar o hacer para que este le dé permiso, por así decirlo, de hacerse de tremenda mujer. No escatimaría por tener en su cama a esa mujer, a ponerle a mamarle la verga, a que ella se tragase sus mocos, que era su particular fascinación.

Cuando creyó lejana la posibilidad, nuevamente sus enrojecidos y saltones ojos captaron la imagen de la hermosa hembra que caminaba por la calle por donde justo él vivía. Estaba más que emocionado de poder degustar a esa niña, al menos con la mirada. Empezó a pedalear para darle alcance, primero a una distancia apenas a poco más de dos metros de distancia por detrás de ella. Ese majestuoso andar, como se ondeaba su corto vestido, ese menear de ricas nalgas, ese soberbio par de piernas eran su delirio. Incluso, aprovechando que casi nadie transitaba por su lado, se empezó a menear la verga, cuidando la discreción, profiriendo en quedito, palabras obscenas y lujuriosas dedicada a la joven, ausente de esto.

Decidió dar un paso más aventurado, así que le dio alcance para quedar paralelamente a ella. Si la pudiera conocer de cerca, manosearla aunque sea… Recordó un accidente y como se había aprovechado de eso para manosear a una chiquilla más o menos de la edad de esta fémina que caminaba indiferente de él, con cierto porte altanero y orgulloso, propios de una mujer de esa espécimen. Acto seguido, estando ligeramente adelantado a ella, fingió caer de su triciclo. Su mala maña, al querer causar un espectáculo más estrepitoso, le hizo caer torpemente y darse un buen golpe en la rodilla, aunque el fingía el dolor en el tobillo, quejándose de no poder levantarse.

La chica rápidamente había acudido en su ayuda, preguntándole al hombre si estaba bien (como estúpidamente se pregunta), a lo que este maliciosamente respondió que no podía levantarse, que tal vez se había torcido el pie.

-Ayúdame a levantarme por favor niña.

La jovencita rápidamente atendió a la solicitud. El viejo entonces empezó con el ardid que bien estuvo contemplando. Agarro las rodillas de la chica, como si estuviera apoyándose en ella, luego paso sus manos por la parte trasera de los muslos expuestos sobándolas con total deseo de arriba hacia debajo de manera insistente. Ella inocente tomaba de los brazos al grasiento sujeto, mientras este aprovechando la instancia fue directamente hacia las nalgas de la joven mujer a la que fácilmente le triplicaba la edad. Se dio un buen festín, apretando y magreando esa tersura y suavidad de las hermosísimas carnosidades hechas en las nalgas de la chica. Simulaba no poder levantarse y volvía a caer, para quedarse el mayor tiempo posible en el manoseo de ese culito sabroso a su explicación. Sentía que su verga estallaba de tanta excitación. Recostaba su cabeza en el pecho de la compasiva muchacha para simular un mejor apoyo y dio un buen apretón contra ella, abrazándose con fuerza representando a cuales novios que ansían en ese abrazo furtivo y cadencioso fundirse en uno solo. Se ayudaba de mejor manera al apretujar contra él, ese trasero divino de niña-mujer que esta se cargaba.

La chica participaba indolente a estas bribonadas de viejo calenturiento, pues ella procuraba en verdad subvenir al infortunado hombre, dado su carácter misericordioso que sus padres le habían inculcado. Por supuesto se sentía un tanto incomoda, entre los sobajeos y es pestilente olor de un sudor propenso de un hombre pasado en peso y enemigo de perfumes y cosas por el estilo, mas no apuraba sus maniobras pues el otro se quejaba y no pretendía lastimarlo más.

-Ayúdame chiquilla –dijo el viejo con total artimaña. Al estar tan cerca de ella pudo comprender de mejor manera esas hermosas facciones que poseía tan singular carita. Era como un ángel envuelto en una diablilla de cuerpo de la misma naturaleza, que propicia al pecado a los maliciosos deseos que vuelven a los hombres (y a algunas mujeres) pecadores de manera irremediable. Haberla visto en una pantalla de celular apenas había sido insuficiente si se comparaba con este momento. Se había deslechado con frenesí y hartas de poseerla, entonces cuanto más se exponenciaba el tenerla en vivo y a todo color, en esa textura de su anatómico ser, esa suculenta boquita  que no solo sabe hablar con voz endulzante, esos finos labios, esa piel inmaculada, regia, vivaz, revitalizante, ajena de imperfecciones, esas pestañas, esas cejas, esos brillantes ojos negros azulados como su cabello mismo de naturaleza perfecta. Que daría por tener una mujercita así que le recibiera cada vez después de trabajar con la comida lista y el cuerpo al unísono para disfrutar de una buena cojida como recompensa por llevar dinero a la casa.

-Llévame a mi casa, anda no seas malita. No voy a poder con este pinche dolor. Mira es por allí –indicó señalando un edificio de apenas tres pisos aunque sin terminar los dos últimos, fiel a las construcciones de ese barrio.

Ella sabía que el hombre la estaba pasando mal pero no tenía bien a ayudarle de tal modo. Miro hacia varios lados de esa calle pero parecía una especie de ciudad fantasma con esos esqueléticos edificios, arrumbados o sin terminar. No le quedo de otra que ayudar al hombre que fingía todavía una dolencia en el tobillo, no sin antes recalcar que recogiera parte de las cosas que había comprado en el mercado, básicamente pepinos, jícamas, algunas legumbres. Ambos caminaban de manera acompasada como buena pareja de una nieta que ayuda al abuelo que es incapaz de hacer varias de sus necesidades básicas. Llegaron a la puerta de metal de color verde. El introdujo la llave con torpedad e impaciencia hasta que logro abrir. Se introdujeron por un espacio donde arrumbaban arena y grava y en el fondo estaba el departamento en donde el viejo se alojaba. Entraron hacia el mismo y ella lo hizo recostarse en una desarreglada cama en donde este palidecía con tenor, rugiendo en un dolor inexistente en el tobillo izquierdo, aunque su rodilla bien lo padecía.

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Armando ya había llegado a casa de su compañera y amiga. Estaba realmente  emocionado de estar con ella. Claro, en instantes lo estaría. Se le había ocurrido comprarle algo para entregárselo como inesperado regalo, pero el dinero no le alcanzaba para ello. Aguardo a las afueras de esa casa marcada con el número 342, lo suficientemente cerca para poder recibirla y lo suficientemente lejos para no parecer un pervertido que pretende espiar la casa de tan ambicionada mujer.

Llevaba poco más de una hora haciendo guardia frente a la casa, bajo la sombra de un buen árbol que le daba sombra. El tiempo pasaba y su amor platónico aun no hacia su aparición, mas no se desalentaba pues ella bien había prometido venir a cambio de que no comentara nada a sus padres de su llamada con Lupita. El, claro, jamás haría algo que pudiese perjudicar a su compañerita, al contrario, si era necesario solaparle alguna conducta bien lo haría, pues tenía también en mente platicar con ella y comentarle acerca de aquellos idealismos tan comentados en su familia sobre la honestidad. Pensó en marcarle pero creyó verse como un desesperado por lo que descarto la idea.

Afortunadamente se acompañaba de un buen libro, uno de poemas. Le gustaba leer pero ahora, motivado por Casandrita, estaba en la vía de aprender alguno que otro poema que pensaba ya sea declamarle o muy seguramente redactarle a la chica como muestra de su estúpido y anticuado romanticismo. En eso, alguien le tomo del hombre, sintiéndose tan desprevenido que el libro se le cayó al suelo.

-¡Muchacho!

Era una voz adulta y circunspecta. Pronto supo que era el padre de Casandra; lo había visto varias veces cuando este acudía a las reuniones de padres de familia y eventos parecidos o simplemente cuando recogía a su adorada hijita.

-Que haces acá. Como que te veo vigilando mi casa.

-Nnn…no, es que, eh… est…estoy esperando a Casand…dra –explico el enrojecido muchachito, muy temeroso ante la mirada ponderante del señor. 

-¿Qué, no está?

El muchacho entonces se dio tiempo a explicar con aun cierta temeridad, esos sí, seguro de lo que explicaba, que ella estaba por venir y que habían quedado en verse ahí. Omitió los obvios detalles que pudieran poner en tela de juicio el comportamiento errático de la chica, fiel a lo que había prometido antes.

El señor lo hizo pasar, sabiendo que era compañero de su hija, además no encontrando aversión al enterarse de quien se trataba.

Una vez dentro de la casa la madre de la chica una vez más estaba sorprendida luego de que ya había visto al muchacho varios minutos antes. Obvio y como madre escrutadora empezó a hacerle las preguntas de rutina poniendo nervioso al muchacho.

-Ya déjalo mujer.

-Es que tu hija. Bien que sabe que tiene tarea y se va disque a  ver películas con Lupita. Ahorita que llegue…

-Nnn…no, no es su culpa. No la vaya a regañar señora –intervino el jovencito. -Creo que yo tuve la culpa. Es que me pareció que podíamos adelantar el trabajo.

-De todos modos hijo –replico la señora. –Primero hay que hacer las cosas, los pendientes y luego ya se le da permiso para que salga a despejarse un poco. Tampoco se trata de tenerla encerrada.

-Eso si –secundo el padre de Casandra –Hay que ser reponsables. Como tu muchacho. ¿Me dijiste que eres hijo del buen Beto, Roberto Mendoza no?

-Sí señor.

-Fíjate mujer que el papá de este muchacho es un hombre muy responsable, muy trabajador el señor. Trabaja de conserje ahí en la planta. Me ha hablado de ti. Me da gusto de que seas amiguito de Casandra. A ver si le pegas un poco de tu responsabilidad jeje. No es que mi hija sea irresponsable, no vayas a creer, pero como que últimamente…

-Su… su hija es una de las mejores del salón y pues yo creo que si es responsable y todo eso pero pues también tiene pues sus cosas y… -hablo Armandito en total defensa de su amiguita.

-No. Nada de eso muchacho. Como dice acá mi ñora: primero el deber y después el placer.

Ambos empezaron a platicar, con las múltiples discordancias con respecto a Casandra pues por más que Armando intentaba defenderla, los padres siempre imponían su afección restrictiva bien fundamentada por las actuaciones recientes de la adorable hija. Bien sabían que  su belleza era un aliciente para desventuras, más que eso, siendo la única era entonces a quien debían todo el cariño y toda sobreprotección no estaría nunca de más.

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En el centro de la ciudad, en ese barrio en lento desarrollo a pesar de estar a metros del primer cuadro (dado que es muy común que en las urbanizaciones en este país se concentren pobreza y opulencia sin cotos bien establecidos), en una de las tantas ruinosas casas, Casandra se encontraba sentada al borde la cama en donde yacía el accidentado señor. Previamente había tenido que ir por las cosas que había regado el hombre, por encargo expedito, incluso estacionando el triciclo dentro de la casa. Nada más satisfacía al hombre que tener alguien que le hiciera de sirvienta aunque fuesen por unos minutos.

Casandra, dentro de una mejor calma, se había enterado que aquel desventurado hombre se llamaba Candelario. Trabajaba vendiendo chicharrones y algunas botanas a base frutas de temporada que el mismo preparaba pues no vivía solo y no tenía a nadie en su vida, ni esposa, mucho menos hijos, familia que le pudiera ayudar. Desde hace más de cuarenta años y venía trabajando desde que tenía quince años y que no pudo ir a la escuela pues la necesidad lo obligo a trabajar, esto explicándolo lastimosamente para conmover a la nena y notaba que estaba funcionando pues la niña ponía una cara compadecía la desventura social del hombre. Salía siempre a trabajar maniobrando los siete días a la semana su destartalado triciclo, formándole una inútil forma muscular en las desproporcionadas pantorrillas y esto lo tuvo a bien notar la adorable jovencita pues se hallaba masajeándole el supuesto tobillo lastimado, y es que ante los quejidos de Candelario ella había sugerido ir por un médico, cosa que de inmediato desaprobó el viejo, sugiriéndole, más bien, suplicándole a la damita que le sobara un poco, cosa que, ya sin tener más remedio y sobreponiendo su carácter indulgente, hacía con delicadeza la mujer la parte ‘adolorida’, sin evitar fijarse en las flacas pantorrillas, casi huesudas, de piel completamente lampiñas y amarillentas, sí, del color de un pollo crudo, al estar el en su estilo típico de arremangarse el pantalón hasta por encima de sus rodillas. El quitarle los zapatos al hombre había sido un martirio para el agudo olfato de la nena. Su naricita tuvo que soportar el pestilente olor que los pies descalzos y antihigiénicos expulsaban de manera indiscriminada, haciendo pucheros más cuando tenía que tomar uno de esos pies y postrarlo sobre sus piernas para manejar el movimiento.

-Mas. Más arribita chiquilla –demandaba el hombre que bien disfrutaba de aquel masaje. –Eh… eso es, ahí mero. Ay, ay… me duele.

-Lo siento. Perdón, no quise…

-No te fijes… continua…

Ella continúo su masaje, aguantando la respiración en ocasiones. Lamentaba eso, pero bien comprendía que él, siendo un hombre solitario, no tenía necesidad de ser del todo limpio. Aunque también esta era la causa de que este no tuviera esposa, mujer, novia o algo parecido, pensó. Solo bastaba con verle: era un hombre viejo de facciones maltratadas, piel morena surcada por cualquier cantidad arrugas, cara redonda y grasienta con parpados cerrados y un ojo más abierto que otro. Chaparro de estatura, aunque de pecho y espaldas anchas, el cabello corto aunque revuelto, completamente de color cano. Una asombrosa cantidad de sudor se dibujaba en las parte de las axilas y sobre el pecho en su estropeada playera, que se repegaba lo suficiente a su fofo cuerpo para mostrar los embutidos globos de carne propias de sus múltiples lonjas y la ubicación de sus negras tetillas, que seguramente al caminar se mueven de manera lenta y desagradable desde el punto de vista estético. Vestía un pantalón mezclilla lleno de grasas y salsa características al manejar sus ‘suculentos y deliciosos’ productos, como el suele venderlos para la gente.

-Oh… ya me estoy sintiendo mejor jeje, gracias a tu masajito. –expresaba el con esa boca ladeada que se veía estúpida cuando sonreía, porque a pesar de su incidente se daba tiempo para sonreír, cosa que valoraba la nena y generaba un ánimo enternecedor en ella, con todo y que este escupía asquerosamente saliva al hablar.

-Así que tú te llamas Casandra.

-Si. Así me llamo, jeje.

-Muy bonito nombre te pusieron tus papás. No como a mí. Quesque Candelario, jeje. A poco no se oye culero.

-No. No diga eso señor. No se oye mal.

-No pos, cuando lo dices tú se oye mejor jeje.

La niña se sonrojaba ligeramente, aunque su rubor se arrancó al sentir como aspiraba otra dosis de pestilente olor a ‘pie de atleta’, mientras el continuaba en sus halagos hacia la servicial muchacha, que de apoco iba entrando en confianza con ella.

-Oye niña. Te puedo hacer una pregunta indiscreta. Bueno. Es que tengo una duda.

La nena se alarmo al oír lo anterior. Un aire de resquemor la envolvía ligeramente pues tratándose de indiscreto bien podría imaginar de lo que se trataba.

-¿Tú conoces a...? –Continuo hablando el hombre sin esperar acceso de la chiquilla -Bueno, tengo un amigo que se llama Marcelino Gonzales. Trabaja cerca de la escuela, de la preparatoria.

Ella estaba sorprendida, más que nada se sentía como descubierta ante la consulta. Detuvo su masajeo en esa lampiña y muy reseca piel del viejo y caviló en contar la verdad o formular una mentira. Pero entonces, ¿porque le preguntaba precisamente por su ‘novio’? Tal vez solo era coincidencia, porque ella ni siquiera le había comentado en que escuela estudiaba. Pero antes de que pudiera decir algo, una vez más, Candelario extendía sus pesquisas:

-Es que él nos dijo que tenía una novia que se llamaba Casandra ¿No serás tú?

Un balde de agua fría parecía someterla ante la pregunta más comprometedora. Como era posible que ‘don Marce’ se comportara tan indiscreto, se suponía que iba a ser su ‘intimo’ secreto, así lo habían acordado, que nadie más lo debería saber, ella bien había hecho lo propio, y ahora un vil viejo cualquiera que ella no conocía se había enterado de ello. Su cara angelical pero turbada la delataba. Quiso negarlo, mas no había un manifiesto convincente ella por lo que el viejo, bien consciente de sus palabras e intenciones, continúo:  

-Se me hace que si. El otro día nos enseñó unas fotos de tu cara y pos esa carita tuya pos no de plano no se olvida.

Era peor para ella pues ahora que prestaba atención ese ‘nos’ refería a que eran varios los que conocían su supuesto secreto.

-No te aflijas chamaca. Lo que pasa es que nosotros no nos guardamos secretos. Somos cuates desde hace un chorro de años. Aunque yo pos si hubiera sido más discreto pero ese cabrón andaba urgido por presumirte jejeje. Al principio no le creímos porque como se va a imaginar uno que un cabron tan culero como ese pues se ande… ps echando a una princesita como tú. Pero ha de tener lo suyo, por algo te anda despachando, ¿verdad? Jejeje.

La niña se hallaba cabizbaja y entre más lo hacía más adquiría resolución cada ponencia que el pervertido manifestaba. Ya ni siquiera masajeaba ese pie, aunque se mantenía yaciéndolo sobre sus piernas y sus manos aun lo tomaban, quietas. Estaba decepcionada de Marcelino, que por más confianza que tuviera con esos, sus amigos, no tenía derecho a andar contando sobre su relación. Empezaba a conjeturar que otras cosas habrá contado, el modo, los detalles… le aterraban que otros lo supieran.

-Ay… todavía me duele. Síguele sobando chiquilla. Mira, ese cabron es un hijo de la chingada, a lo mejor lo de ustedes era más de secreto. Pero de todos modos nos íbamos a enterar. Además las amigas del Chelo también son mis amigas. Tú y yo podemos ser amigos. Que dices. Mira que yo no tengo ni una puta amiga, por eso de que uno es pobre ni las moscas se me paran.

Casandra volvía al masaje, tratando de distraer su mente. En realidad crecía un fuerte resentimiento contra quien hace minutos antes consideraba una especie de protector, ese que aguarda ese amor secreto, que la ama y jamás la expondría, no porque dar a conocer su relación fuese algo tan malvado, sino por el hecho simple de no cumplir una promesa. Que le costaba, se decía ella.

-Me tengo que ir –espetó la nena levantándose, acomodando el sucio pie sobre la cama, procurando de no ‘lastimarlo’.

-No. No te vayas todavía… aaahh… asss… me duele.

-Lo siento –dijo con ánimo adverso no contra Candelario al quien todavía sabia compadecer, pero evidentemente no se sentía cómoda estando ahí, necesitaba salir, despejarse un poco.

-No te vayas chamaca. ¿No ves que todavía ando adolorido?

-De verdad, discúlpeme –replico orientándose hacia el punto de salida. –Es que se me está haciendo tarde y me están esperando. Ahora de camino le mandare un médico o algo.

-No. No te vayas. Eh… es… ¡es mi cumpleaños! –expresó rápidamente a la chica que cruzaba el umbral de la recamara, ya a punto de desaparecer de sus ojos.

Evidentemente aquel mentiroso enunciado tuvo efecto pues la chiquilla se detuvo y volvía hacia el con semblante interrogante. La niña consulto por principio de cuentas, básicamente cerciorarse de que aquello fuese verdad, aunque tampoco tenía parámetros para detectar mentiras, más la lastimosa actuación del vejete, que casi derramaba las famosas lágrimas de cocodrilo, termino convenciéndola, agregando, el viejo, que a pesar de ser su cumpleaños tenía que trabajar, ese estúpido accidente, su lastimado pie y que lo único más hermoso, quizás su regalo de cumpleaños había sido esos minutos con ella, argumento que engrandecía el carácter bondadoso de la joven y sentía una lástima infinita por ese hombre, que bien sabia estaba lejos de ser un atractivo visual para las chicas de su edad. Ella se apiado de él diciéndole cuanto sentía su situación, que le alegraba compartir esos minutos con él, pero que no podía quedarse y como compensación, un día de estos, le traería un hermoso obsequio.

-No mijita. No es necesario. Con tu compañía me basta. Aunque hay algo que he querido hacer desde hace un chorro de tiempo.

-¿Qué cosa?

-Pus. Echar una bailadita. Pus con eso de que me la paso trabajando todo el santo día, toda la puta semana, pos ni tiempo tengo.

-Entiendo. Es difícil para usted.

-Pos sí. Pero ora que estas aquí, pos podríamos echar una bailada. Que dices, ¿nos la echamos?

-Pero, usted esta lastimado.

-No le hace, con un solo pie puedo. Tú me puedes apoyar ¿Qué no?

-Bueno si pero...

-Ándale. Por mi cumpleaños. Haz de cuenta que es mi regalo.

Casandra no tuvo más remedio que acceder. En teoría habían quedado que bailarían una pieza, dos cuando mucho. Candelario ordeno a la chica reproducir en ese su pequeño estéreo, de las pocas cosas en buen estado en el cuartucho, una canción. Ella iba seleccionándolas, la mayorías de ellas eran bastantes anticuadas, muy lejos de las de moda que ella solía escuchar. Encontró una la cual Candelario ordeno, prácticamente, la dejase reproducir, porque según era de sus preferidas.

Así, ella fue al encuentro de la que sería su pareja de baile. El viejo al estar tan emocionado de poder hacerse del maravilloso cuerpecito de la mujer, se le olvidaba quejarse del tobillo y no era hasta que ella le decía que anduviera con cuidado que este volvía con los fingidos achaques.

 

La primera canción transcurrió casi rápido, era un ritmo semilento, apropiado para un hombre que si padeciese una lesión. Ella, asumiendo que debería tener el control no solo de ella misma sino del otro hombre dada su condición, le tomo de la espalda con su brazo más hábil, el derecho y la otra la enganchaba por detrás del hombro del apestoso hombre; dado que el calor se encerraba en esa habitación exenta de ventanas, este transpiraba cada vez más, no así la fresca chiquilla, que tenía que soportar el hedor fatal del hombre. Tenían casi la misma estatura, ella ligeramente más alta, aunque, eso sí, le costaba rodearle dado que era una masa robusta.

Ella le sugirió que la tomase de los hombros, cosa que el hombre atendió al principio, pero en cuestión de segundos los brazos del vejete transcurrían por la espalda baja de la joven, que bien entendía que le era inevitable llamarle de nuevo la atención (ya lo había hecho una vez), el hombre la miraba con ojos, para ella, esperanzadores, que se encumbraban en una dicha y todo por un simple baile. Aun no se acostumbraba del todo a ese sucio, apestoso y húmedo hedor, ni al aliento desaseado que este emanaba al hablarle, estando tan repegados, ni mucho menos a tener que soportar esa lluvia de saliva que se impregnaba en su rostro cuando este reía demostrando su emoción y agradeciendo a cada rato, a ella sobre todo, el momento que le hacía tan exaltantemente feliz.

Platicaban con soltura y poco a poco la nena se sentía en relativa confianza, a pesar de las palabras tan delatadoras que hablo el viejo, su carácter tan dócil le permitia precisamente el acceso a la rápida familiaridad. Mientras ambos bailaban la segunda canción, muy pegados uno al otro más por la insistente decisión del caliente viejo que la tenía agarrada con escrupulosa pasión, sus destiladas manos de sudor ya las posicionaba justo en el límite en donde comienzan las nalgas, ardía en deseos por bajar por ahí y examinar sin decoro esas grandiosas nalgotas que a centímetros y por vez primera estaban a su pleno deguste.

El viejo se acercó hacia ella, arrimando su seboso y pálido rostro hacia las suavidades de sus mejillas donde encontraba ese confort del que tanto ha  sido privado en su miserable vida. Ella con sus temblorosas manos se apoyaba ahora en los hombros del viejo de manera involuntaria aunque procuraba estar al tanto de la lesión de su compañero de baile. Entre tanto el viejo Cande, y al notar que la chica estaba completamente distraída (seguramente pensando en los desentendidos afanes de Marcelino), este ya comenzaba disimulada y de manera casi imperceptible, para los sentidos maltratado de Casandra, a sobar esas firmes carnes. Lo que sus manos comprendían no tenía comparación alguna con lo que se dice de la belleza, esto era aún mejor; subía y bajaba sintiendo cada centímetro posible, desde las caderas hasta la cintura de la nena, poniéndolo por demás caliente al saberse frente a una hembra dulce y jovial, que recién conocía, al menos en vivo y a todo color. Para él no era justo que el insulso de Marcelino se despachara a tan suculenta mujer, dado que el como buen trabajador tenía más méritos para merecer a un ángel así, ya de por si resultaba un hecho más que increíble y poco convincente; entonces, ¿Por qué no tantearla? Al final de cuentas, se decía, ¿Qué tiene inche Chelino que no tenga yo?,

-Que bien bailas chamaca… -hablo el viejo acercándose a la oreja derecha de la niña, percibiendo además ese indescriptible pero tan apaciguante olor a caramelo que emanaba el dulce perfume de la hermosa jovencita, sintiendo como su falo se ponía aún más enhiesto. -Aunque de seguro ya te lo han dicho antes, ¿verdad?

Casandra sintió un leve, delicioso e inesperado escalofrió que inicio desde sus finas orejitas  e  hizo un recorrido plausible a lo largo de sus extensiones corporales más hipersensibles, aunque prácticamente todo su cuerpo lo era, he ahí básicamente su modo promiscuo de pensar, últimamente de actuar. No contesto a la pregunta, su conciencia se dedicaba más a disfrutar de las delicias de aquel enigmático recorrido eléctrico que la exaltaba hacia los confines placenteros, sintiendo avergonzada apenas paso el efecto, relajándose con un suspiro que escapaba de sus encantadores labios. El viejo tan solo interpreto esta última reacción, como señal inequívoca de que la nena la pasaba de lo mejor, por lo que la apretujo más hacia ella, ahora, con el fin de examinarla tomándose el atrevimiento de colocar su verga a la suficiente altura para que la nena sienta cuan dura y parada estaba aquello.

Evidentemente la incauta chica sintió la dureza de aquel miembro, faltándole al respeto a esa corta falda, y atravesado incluso levantándola ligeramente, con amenaza real de llegar hasta la ropa interior de la chiquilla. Aquello se ajustaba de tan coordinada manera, con todo y que candelario se alzaba para poder alcanzarla, que si no fuese porque llevaban las ropas puestas todo estaba predispuesto para la tan ansiada penetración por parte del viejo. Eso obviamente la alarmo, aunque de cierto modo le resultaba gracioso, ver el grado de excitación de ese adusto sujeto, repegado a ella y con esa erección… se sentía admirada, deseada, bonita… mas, entendiendo lo peligroso de ello, sabía que debía ponerle un alto a todo ello, a esos niveles de atrevimiento de ataques corporales, más que cualquier cosa.

-Señor…

-Dime Candelario, ya te lo dije chiquilla.

-Ok, don Cande… le decía que ya termino la canción y… quedamos que solo dos…

-Ándale. Otra nomas. Bailas bien rico –expreso en un ánimo alterado, arrepintiéndose al principio pues tal vez con esas expresiones espantaría de plano a esa palomita, pero al no ver disyuntiva, se sintió generoso. –A poco no la estamos pasando bien, ¿eh?

Acto seguido Candelario le restregaba de manera frenta y disimuladamente potente hacia la nena para que volviera a sentir aquel inquieto mástil. Casandrita comprendía bastante bien el actuar del viejo que la tenía encadenada a su fofo cuerpo, mas no iba dar pie a otras circunstancias, con ‘don Marce’ sabia a que tenía que atenerse en una situación y ella bien colaboraría pero este caso era muy distinto, por lo que decidió prácticamente ignorar lo último dicho y hecho por el anciano, de manera cortes aunque ciertamente incomoda.

-Esta última y ya, ¿de acuerdo? Es que de veras, me están esperando.

-¿Hmmm…? –zumbo el viejo chicharronero, estaba realmente entretenido en esas punteadas como si fuesen parte de los pasos de baile.

-Que bailaremos esta y ya –replico con cierta impaciencia la chiquilla sintiendo cada desvergonzada punteada cerca de su sexo.

-Sí, sí. Lo que tú digas chiquita. Aunque tres bailaditas es muy poco. Imagínate si hubiera hecho una fiesta por mi cumpleaños. La música ahí no dura tan poquito, ¿o sí?

-Ah, pero tampoco se la pasaría bailando conmigo todo el tiempo.

-Como de que no. Me canso ganso. Si de eso pido mi limosna. Yo contigo bailaría hasta que me dolieran las patrullas. Además tú me darías unos buenos masajitos a mis pies, que pa eso te pintas sola. Nomás me sobaste un ratito y como que me mejore, jeje. Eres como un ángel chamaca.

La nena empezaba a relajarse un poco más, sintiéndose halagada por lo último mencionado y siguiendo el juego verbal del hombre, a pesar de sentirse la  molienda  de aquellas punteadas que no cesaban y pareciera quisieran abrirle el vestido con ello. Ella quiso voltear a ver, pero fue inútil dado que el abultado estomago le truncaba la visibilidad. Vagaba en aquella escena, trataba de entender lo ridículo que le era que Candelario se la pasara punteándola a pesar de que era un simple baile, aunque su mente trabajo en imaginarse lo que sería ese viejo mostrando esa verga bien parada y brillosa. Nerviosa por cavilar así prefirió continuar con la conversación, la idea sería sobrellevar todo hasta que terminara la canción, aunque bien a bien no sabía que decir; desde varios ángulos se halaba trincada.

-Lo veo mucho mejor don Cande ¿ya no le duele?

-¿Que no te digo? Tus manitas deben de ser milagrosas, jeje. A ver cuando me das otro masajito, digo, por si las moscas.

-Bueno, en realidad no fue un masaje, masaje. Fue más bien sobar el hueso para que no se dislocara. Eso nos lo enseñaron en la escuela.

-Serán peras o serán manzanas pero que bien lo hiciste. Me duele un poquito, cuando piso nomas, pero ora con otra sobadita… ¿Puedes venir después? Aunque sea pa visitarme.

-Hm… no sé, es que tengo la escuela y… aunque eso sí, le debo su regalo, eeeh. Es que igual no sabía, fue, literal, un accidente nuestro encuentro, jeje –hablaba la niña casi a la altura del desperfecto oído del viejo.

Este bien pudo responderle lo que pensaba, que su regalo de cumpleaños bien podría dárselo ahora; una deliciosa sesión de sexo bastaría para reemplazar cualquier ostentoso regalo por una ocasión gratuita dado que ni su cumpleaños festejaba. Eso lo alentaba cada vez más y la canción ya prácticamente acababa, en instantes ella se iría y si no daba un paso más intrépido la palomita se escabulliría sin remedio, aunque bien estaba la otra opción, pero dudaba de su fuerza, tal vez era la altura de la chamaca o el verdadero dolor de rodilla, pero quería maquinar todavía por las buenas sus asuntos con ella.

-Ni te fijes por el regalo Casandrita. Te voy a decir la puritita verdad: eres una chamaquita muy… amable, muy linda. Tú me gustas un chorro… jejeje… es la purita verdad -expreso nervioso, prácticamente generando una cascada de sudor en su rostro y unos mantos acuíferos pestilentes en sus axilares. –Pa mi este es mi regalito, el que stes conmigo, bailando con un viejito como yo, porque que esperanzas que una nenita tan dulce y chula como tú se ande fijando en mí.

Casandra aguardó, realmente no sabía que decir ante las declaraciones emitidas por la salivosa boca del viejo, que le provocaba una lástima más que un temor o aversión por ser de una apariencia detestable.

-Qué suerte tiene el pinche Chelo. Ojala te sepa valorar porque nenas como tú no se encuentran a la vuelta de la esquina.

La colegiala agacho la cabeza, sintiéndose avergonzada. Bailaban ya la cuarta canción y ni siquiera lo notaba. Volvía a surgir en ella, además del aire compasivo ya mencionado y que acrecía con fuerza, esa aversión contra don Marce y su desastrosa indiscreción. Para ella esos detalles eran realmente importante y Marcelino ya le había fallado.

-Gracias don Cande.

-De que chiquita. Yo estoy recontento de que estés aquí conmigo, bailando con este pobre viejo porque pues siendo sinceros, ¿no?, uno nunca tendría la chance de estar con una dulzura tan delicada y hermosota como tú. Siendo sinceros uno nunca tendrá una posibilidad de estar con una chamaquita tan linda y delicada como lo eres tu dulzura… jejeje…

La jovencita acrecentaba su nivel de tedio nervioso por las cosas que el amigo de su novio le decía prácticamente a la cara, mas no desdeñaba las declaraciones, ni ofrecía esperanzas claras, aunque esto último es lo que conducía el atrevimiento del sujeto.

-Qué cosas dice don… –expresaba la chiquilla con voz trémula e inquieta dada esa especie de declaración que el calenturiento viejo estaba haciendo, además su respiración se agitaba, más que cualquier otra cuestión, por el hecho de que el viejo la apretaba cada vez hacia el conforme el pervertido expresaba esos sentimientos para con ella, haciendo difícil inhalar y exhalar, prácticamente le incrustaban la verga en su vagina dada la permisividad de las prendas de ambos y sus posiciones actuales.

-Namas la purita verdad.

-Sí, bueno, es que, osea, me da como penita, jejeje. 

-Que no te de pena mamasita, como ya te dije, es la purita verdad. A ti si te hicieron con amor, jejeje.

-Don Cande por favor, no siga, que me pongo muy nerviosa. -la nena, que respiraba pesadamente y a pesar de sentir lo que expresaba, bien le estaba gustando este rol de lisonjas (que nunca serian mutuas) y esperaba que el viejo continuara con las mismas.

-Tranquila chiquilla, estamos en confianza. Mshhht –rechisto el viejo y continuo, -aun no me cai el veinte, ¿cómo le hizo ese pinche Chelino pa tenerte?

La nena quedo trémula, al oír esa declaración, ni cómo responder, eso era demasiado indiscreto, aunque pensaba que si su ‘don Marce, no lo había sido, porque tendría que serlo ella. Mas su débil posición no la iba a declarar cualquier cantidad de detalles, además aquello que declaraba el hombre no era una pregunta como tal, era más una queja al viento, un aire resignado, una pena de la que llevaba rato aquejándose.

-Desde que te vi hace rato de volada me gustaste. Y eso que no sabía que eras novia del Chelo.  Me sentí como enamorado de ti. Mmmta… se me antoja decirte un chorro de cosas que ni te imaginas… 

Casandra ya no se mostraba tan a la defensiva, como debía ser. Esto era culpa de Marcelino, se decía ella estúpidamente. Una curiosidad, insana por decir algo, la invadió que como toda mujer que ante una prometida, esperada o escondida confesión o deshago que bien tiene que ver con ella espera le revelen. Aunque una parte mínima de ella que cada vez decrece, aquella que le dicta que hace mal en inmiscuirse demás y que deje las cosas como esta, le ordena apartarse. Pero es inútil. La curiosidad mató al gato(a).

-¿Y… qué son esas cosas que usted tendría para decirme? –preguntaba con aire escrupuloso aunque con evidente nerviosismo, sonriendo como estúpida chica imberbe, tragando un poco de saliva después de haber hablado, sabiendo lo que provocaría, aunque trataba de mantener cierto grado de circunspección para no verse tan liviana.

El viejo entendía muy bien que estaba haciendo un gran trabajo, convenciéndose de su teoría de que aquella chiquilla era de un alma pervertida y solo habría que sobrellevar todo. Estaba con los ánimos elevados y con esto comprendía que aquella mujer podría fácilmente estar en la misma sintonía, pues ¿por qué no simplemente le reprobaba esa leperos halagos y se marchaba de una vez por todas?

-Ay chamaca…

Casandra  fue  sorprendida por un apretujón del fofo hombre, que la contraía a su prominente barriga y ese húmedo pecho, apoyando sus amplias manos y con firmeza desde las partes donde nacían sus deliciosas nalgas. El mañoso viejo empezaba a meter sus manos debajo de la liviana falda, prácticamente sintiendo la íntima y delicada ropa de la chica.

-Desde que te vi en esa foto me llegaste hasta dentro -decía el hombre mirándola a los rojos y brillosos labios, con un rostro de semejante pervertido, como los que Casandra vagamente había fantaseado alguna vez.

-¡Nooo! –expresaba alarmada la chiquilla al ver que el hombre empezaba a revolver la parte inferior de su falda, empezando a esculcar por debajo de este. -¿¡Don Cande… que hace!?

Al extasiado sujeto poco le importaba la queja de la chiquilla, estaba más dispuesto a sus sobajeos que a cualquier otra precaución.

-Ay mamasita. Estas rebuena. Ese pendejo del Chelo se raya contigo…

La nena comprendía que los ánimos se elevaban mucho más, sobre todo a la manera tan vulgar e insolente referida con ella de parte del chicharronero. Definitivamente era momento de ejercer resistencia.

-No. No don cande, por favor suélteme. Recuerde, soy… soy la… novia de su… amigo.

-Tú eres mucha mujer para uno solo, sssss… Ese pinche cabron bien que es compartido, si no,  ¿por qué nos enseñó tus fotos? Además la estamos pasando bien, acá bailando, a poco no. –escupía el viejo tratando al mismo tiempo de repegarle la verga con más soltura y descaro a la chamaca que ponía cara inquieta más sus quejidos, por lo suave de su tono de voz, parecían gemidos que expresaban placer resistido.

-¿Sabes qué? Eso del regalito podemos arreglarlo, jejeje.

-No don Cande… suélteme. Su regalo se lo traigo mañana.

La niña ya no veía tan inocente aquel juego, preocupándose, más porque la manera en la que este le hablaba resultaba muy grosera, ni siquiera Marcelino lo había hecho de tal modo, aunque debía admitir que ese juego de resistencia (al cual no contribuía demasiado pensándose más débil que el hombre) le empezaba a resultar si no entretenido si un tanto curioso pues involuntariamente le gustaba este tipo de sometimiento, involuntariamente se insiste porque bien sabía que el viejo buscaba transformar aquello en otra cosa y sabía que debía de salir de ahí. Pero saber qué hacer y conocer cómo hacerlo le eran definiciones tan indistinguibles siendo víctima de sus propias y victimarias sensaciones. 

-Mejor dámelo de una vez.

-¿Cómo?

-Si ricura. Que tal… si me das un besito y así pos ya no me traes regalo y no me deberás nada. Que dices chiquita –decía el hombre prácticamente orientando sus curtidos labios hacia los lozanos y brillosos labios de la jovencita, que a su vez ella trataba de esquivar mostrando su total renuencia de encontrarse con esa desalineada boca que rosaban su cura sintiendo además como  el viejo seguía profanándola con la dureza de su erección.    

-Don Cande, oiga no… Deténgase, me tengo que ir.

La hermosa muchachita sabia resistirse más estas reacciones siempre serán un aliento para hombres degenerados que adoran estos ‘peros’ y atacan con más presteza como Candelario lo hacía. Aunque actuaba así algo en ella entendía que debería conocer lo que el vejete aquel podría demostrar. Antes que pudiera conocer a don Marce en sus alocadas y pretenciosas imaginaciones que en la discreción y seguridad de su íntima habitación había logrado llegar a imaginarse en un rol libidinoso como con el compartía ahora mismo. Y aunque ya había logrado satisfacer sus deseos, con el tendero, tenía a bien pretender figurarse que tantas otras cosas, lugares, personas podría conocer.

El chicharronero con total estado álgido creía estar en la absoluta gloria con todo esa embarrada corporal que aprovechaba muy bien. Nunca en su vida había disfrutado algo parecido, es más, nunca creyó algo más o menos posible tan solo basaba sus burdas fantasías con esas actrices y modelos que salían en la televisión, dándose múltiples ‘despescuezadas’ que se propinaba hasta sentirse rendido.

-Ay mijita. Anda no seas malita. Que te cuesta. Solo uno, rapidito y ya.

-No don… es que no. Entiéndame.

-Ni modo mijita. Namas déjame bailar otro rato contigo. No sabes cómo me gusta tenerte así conmigo. Uuuta… No creo que vaya a tener otra chance pa tenerte así a mi lado. De aquí pa que vuelvas… Mejor déjame un rato así contigo. Nunca he estado con una princesita así tan bonita como tú.  

- Don Cande… -decía la bonita con aire resignado y un enternecimiento que le volvía a ganar.

-Namas un ratito, ándale. Tienes un cuerpo pero bien rico mijita. Ándale. Dale gusto a este pobre viejecito que se conforma con estar contigo, aquí, solo, en su cumpleaños.

Nada más evidente que el viejo usaba los precisos artilugios, esos que le estaban dando la posibilidad de estar junto a la chica a la cual estaba degustando. La mujer con esa compasividad sincera, que la hacía vulnerable, sentía que sería actuar mal negarse a esa forma de generosidad, la única que podría entregarle a este desdichado (y libidinoso) viejo. Además este ya se había detenido en sus avances para con ella, dejándola menos atosigada, diciéndose ella misma que mientras resistiera nada podría pasar a mayores.

-Ok. Pero  solo rato más porque de verdad, me tengo que ir. Y que conste que lo hago por su cumple ¿ok? –decía la nena como justificando lo evidentemente injustificable, a sabiendas de que con esto la dejarían en paz liberta. Coloco sus manitas dejaron el pecho acosador del viejo y estas viajaron hasta los hombros.  

-Gracias mi vida. Me haces pero bien feliz. No sabes lo rica que estas.

La esplendorosa colegiala, con poco más de sosiego, podía poner atención a ciertos detalles, como el sudor incansable del viejo, el pestilente aroma del sudor o, y de manera precisa para ella, aquella dureza que estaba vacilando por su vientre que se movía, precisamente, con cada paso, cada movimiento del fingido baile, posicionándose justo a la altura de su parte más que sensible. Un cosquilleo curioso e impertinente le atacaban de manera involuntaria. Trataba, básicamente de alejarse lo más posible, cosa infructuosa dado que ella era la que estaba presa, así que seguía siendo víctima de sus propios y rebajados cosquilleos, mordiéndose los finos labios, como si con eso intentara contener lo bien que la estaba pasando.

Miraba hacia otra parte pero siempre caía en la grotesca, aunque llamativa para ella, cara del degenerado, que de repente dejo que sus manos nuevamente bajaran de la cintura de la chica y ya no tan disimuladamente  rosaban una de las nalgas de la nena. La nena aguardo, querer seguir desistiendo era una batalla perdida, o eso quería pensar, pues según ella tan pronto terminara con el ‘bailecito’ dejaría de ser ‘manipulada’ de esa manera ella.

Nada más que esto servía para alentar al hombre, era muy obvio, porque sus avances fueron más promisorios y eran ya una especie de tanteo de todo ese par de voluptuosas nalgas, sobándolas a más no poder.

Así pues, la pobre jovencita solo lograba contenerse manteniéndose abrazada al inconsistente cuerpo del vejete, permitiendo los sobajeos, cada vez más predispuestos a una consecuencia provisoria de los que cualquier hombre tendría al tener a tan permisiva niña. Ella lo justificaba todo, en base a que simplemente era parte del ‘regalo’ que un pobre viejecito rogaba lastimosamente y ella no siendo una chica malvada no debía negarse. Pero es también  que ante tales manoseaos en su cintura y sobretodo sus nalgas y esa grosera punteada de verga que recibía su vientre bajo, que poco a poco, víctima de ápices placenteros, su vagina iba produciendo esa humedad lubricante, que se potencializo aún más cuando el viejo, con más intrepidez que maña, buscaba dedearle el orificio posterior bajo sus nalgas. Fue un gusto tremendo para la hermosa nena, que sentía incluso como se escurría su vagina, una sensación tan indescriptible y solo digna para su propio onanismo o cuando compartía con el tendero. El viejo no se atrevía del todo a acariciar ese grandioso lugar dado que aun creía en la posible resistencia de la chamaca. Lo que lo hizo alentarse fue esa respiración pesada que Casandra maquinaba, señal inequívoca de la precisa debilidad que esa maniobra le causaba y prueba de ello fue que ella misma, con arte erótico, paraba sus muy bien proporcionado culito para que este hombre tuviera mejor acceso y este empezara a escarbar sobre la ropa tímidamente en ese surco grandioso de su parte trasera.

Candelario estaba que no se la creía. La increíble realidad le estaba permitiendo derechos sobre una nena muy pero muy lejana a sus condiciones y predispuesta para él. Llevo sus manos hacia la cadera de la chica y con paso intrépido la rodeo para poder girarla y quedar pegado por detrás de ella. Casandrita, que había actuado negligente ante estos movimientos, podía sentir  la dureza de aquel falo que la chocaba con entereza justo en medio de sus nalguitas, sintiéndose altamente nerviosa llevándola a un éxtasis indescriptible sobre toda su anatomía. Aquella erección empezó a friccionarse con más arrojo como si el viejo verdaderamente la estuviera penetrando a placer, maniobrando al mismo tiempo unos toscos  palpamientos en la zona vaginal. La nena realmente empezaba a disfrutarlo, trataba de evitarlo sus cansadas respiraciones, sus ahogados gemidos, ese apretar de labios y sus ojos cerrados eran tentativa de ello.

El hombre prácticamente la estaba masturbando, aun cuando solo estaba tocándola por encima de sus livianas ropas y aun así ella no podía resistirse, se sentía tan rico todo ello que permitió que este bajara sus manos por sus muslos y de nueva cuenta volviera a subir pero ahora por debajo de su falda, recorriendo su tanguita y manoseando su vientre plano, sin increpar de ningún modo, ni siquiera un gesto involuntario, toda ella cedía al placer ajeno del chicharronero

El viejo manoseaba todo ese vientre, hurgo por su ombliguito y sin más, bajo directamente hacia la tanga de la nena, metiendo sus manos y descubriendo esa ligerísima aspereza de unos finos vellitos vaginales recién rasurados. Casandra se llenaba de sacudidas placenteras, el viejo le respiraba sobre el cuello y eso era un aliciente perfecto para debilitarla. Luego el hombre le empezaba a puntear una vez más y ella era bruscamente movida, prácticamente parecía una muñequita inerte que se dejaba ser y hacer. Candelario, al tiempo, empezó a meter sus dedos mucho más abajo, encontrando la zona prometida y mejor aún, en un estado lubrico y apto para los menesteres del placer.

-Hmmmm… Pero estas  que te caes de buena pendeja. Que rico, que rico sabe tu cuerpecito –expresaba el viejo a los oídos sensibles de la nena que sentía los cosquilleos y flaqueaba con tan solo oír esa voz parca y adusta que proliferaba un aliento tremendamente desaseado.

-Pero que rica panochita. Por qué no me la das como regalo de cumpleaños, ¡eh! No sabes las ganas que te tengo. Estas pero rebuenota pendeja…

-No don Cande… No… me toque… -musitaba la nena arrastrando las palabras, cerrando los ojitos, poniendo sus manos por encima de las arrugadas del viejo, como acompañándolo, más que impedirle algo, y al mismo tiempo sugiriéndole donde debería avanzar, mientras meneaba sus caderas como acto reticente que más bien resulta al compás de la solicita punteada que el viejo tuvo a bien hacer.

El viejo comenzó a lamerle una de sus blanquitas orejitas, escarbando en esos surcos perfectos, empapando de su copiosa saliva, encontrando ese digno sabor de nena limpia y perfumada. Ella hacía lo propio, al sentir el erizar en su piel, acomodando la cabeza para que el viejo tuviera precisa zona y siguiera con esa circundante lamida que hacía con su puntiaguda y acuosa lengua. El pobre hombre estaba que no resistía, su verga escupía gran cantidad de líquido pre seminal que termino dibujando, a pesar del grueso de su pantalón de mequilla, una mancha obscura y húmeda que la nena tuvo a bien sentir cuando este roso una de su nalgas, pensando que este se estaba orinando. El viejo bien sabia resistir, y seguía devorándose con gran fervor esa linda orejita izquierda que la nena exponía dado que bien tuvo a notar lo delicioso que era para la nena estos chupeteos y bastaba con solo verle esos lindos ojitos cerrados con esas bonitas pestañas o ese fruncir de su ceño en su tan atractivo rostro.

Para comprobarlo subió la falda de la nena por encima de su cintura, quedando solo a la vista una tanga de color durazno, con divinos relieves, dignas para el coqueteo. Creyó que ella lo detendría o al menos reprobaría el hecho, pero lejos de eso, la nena mantenía cerrados los ojos, ese fruncir encantador y mordía su labio inferior. El viejo, estando tan extasiado y alentado por la escena, comenzó a invadir el fino cuello, comenzado por la parte baja de la oreja y  besándolo de a poco lo largo de esa tersa piel. La chica movía su cabeza coordinándose para que este tuviera una gran posibilidad, estremeciéndose en veces y delimitando el área, pero volvía a recapacitar y dejaba de nuevo expuestos sus pieles para esos asquerosos chupeteos, mientras su respiración ya era fuerte y acelerada, el rubor estaba encendido en sus finas mejillas. Ella podía sentir como el dedo del viejo ya le recorría su vagina sin menor quebranto, comenzando a meterse en sus labios interiores, aun sin llegar hasta distancias alarmantes. La  lubricación que había ejercido su vagina permitía la facilidad de cualquier penetración y aun aquello estaba escarchando, por su vagina corría un tenue manantial de líquidos que anunciaban la disposición natural de su cuerpo para alojar cualquier carnosidad, de igual naturaleza, en ella.

Rápidamente comenzó con movimientos de conciliación masturbatoria por toda esa rajita de la chica, lo hacía de un modo semilento, tratando de generar más líquido. Volvía a besarle el cuello retorciéndola una vez más, haciéndola girar para quedar nuevamente de frente prácticamente ubicando su  hedionda boca a la fresca boquita de la hermosa Casandra, que lo recibió apenas un poco, al notar tal vez un intolerable aroma, volviendo a exponer todo su cuello. El viejo apenas pudo disfrutar de esa frescura, pero sabía que era cuestión de tiempo para poder hacerse de toda esa cavidad. Mientras perdía sus besos y lengüeteos por toda la cara el cuello de la nena, embarnizándola con su densa saliva que parecía nunca acabarse. Ella acomodaba su cuerpo arrejuntándolo al de él, pero ahora con iniciativa y deseo, comprimiendo aquellas masas en una sola, a pesar de las deformidades que el viejo ostentaba. Ella lo rodeaba por todo su cuello, atrayéndolo prácticamente. El tan gustoso por ello, empezó a sobar las piernas de la chica, de una manera violenta y casi desgarradora, como si el momento estuviera por acabar. De un momento a otro este, hábilmente, arrastro uno de los brazos y tomo de la manita a la chica para orientarlo a su erección, sin que esta ofreciera resistencia. Casandra estaba sorprendida y muy caliente que cualquier acto resultaba normal, sus ojos seguían perdidos así como su mente, pero bien pudo notar las dimensiones de ese paquete que se había restregado delante y detrás de ella.

Ella misma estaba sorprendida, apretaba con ligereza esa herramienta mas no se atrevía a ir más allá. El viejo examinaba el rostro agitado de la nena y así sin más, busco los labios y esta vez no encontró reticencias más que nada porque la hurgo con fuerza, disfrutando levemente esos labios aunque la nena no colaboraba, pero le bastaba, tan solo le bastaba aspirar ese cálido y fresco aroma de colegiala, ese límpido sabor de una niña pulcra y ‘decente’. Ella, con su manita, palpaba de a poco ese miembro duro, húmedo y muy caliente, calcando en su mente una imagen que pudiera describir e incluso llegándola a comparar con la de Marcelino.

Mientras sentía los pasados besos del viejo en su boca, se acordó de él, de  esa relación, de su permisividad, de sus compromisos, de su familia… más nada se sobrevenía con más pujanza que el libre albedrio con el que su cuerpo era atacado, cuya hipersensibilidad la hacía víctima certera.

El viejo al notar tan sublime entusiasmo con la que la nena se dedicaba a escudriñarle la verga, entrando en un vigor de lo más inalcanzable de saber que una finas y blancas manos de ángel osaban sobre su sucio pantalón, simplemente no pudo más y decidió ordenarle:

-Mámamela.

Casandra sania que podía, (quería) hacerlo, pero bien entendio que no debía, mostrando lo ultimo de sus niveles de reticencia.

-No puedo señor. Es que…

-Andale –murmuraba al oído de sensibilidad externa y manipulable de la chica. –Como regalo de cumpleaños. Andale mamasita, hazlo por este viejito.

La chica sabia que podía hacer algo pero también debería sacar algo a su favor, no se trataba de mantenerse en inconveniente desventaja.

 

-¿Pero me dejara irme?

-Si, si, si. ¡Ya sácamela mamasita! –decia con total fervor apretándole la mano a la nena que a su vez apretaba la verga del vejete.

-Pero solo se la… ¿y ya? Es que…

-Si, si. Mamamela y te vas mamasita. Ya no la hagas de emoción. Siente lo calientita que esta, hmmm… ¡Ya chupala mi vida! –exclamó con ánimo lujurioso al tiempo que le masturbaba la panocha a la caliente jovencita, tratando de alentarla y con ello llevándola a tomar decisiones abandonadas.

-Hmm… -expreso la nena que disfrutaba la masturbada que le estaban propinando.  

-¡Que esperas putita! ¡¿Hmmm...?! –volvia a proferir como si disfrutara de la masturbada que le daba a la acalorada muchacha –Ya mámamela de una vez zorrita. Mámamela como se la mamas al pendejo del Chelo. Quiero que te tragues mis mocos como a él se los tragas.

Casandra volvía a ser víctima de enardecimiento que a su vez era causa de lo que ella juzgaba como indiscreción, pues que esto lo mencionara Candelario no era más que por las imprudentes maneras de su novio. Ese enojo era más bien un furor que se combinaba adecuadamente con sus ganas, además de escuchar palabras tan soeces y tan ofensivas que la llevaban al punto humillante (que encontraba en ellas un gusto indescriptible e impensado). Le gustaba todo ese contexto, había adquirido un agrado insano que, aun no admitiéndolo, exigía más y más. Quería saberse en esos rincones delirantes, quería por lo pronto conocer lo que escondía en sus pantalones ese asqueroso y grasiento viejo.

-¡Mmm….! –farfullo el viejo después de haber introducido un buen tramo de sus dedos en la zorrita de la chamaca. –Estas que te derrites pinche putita. Que rico la tienes. Ooohhh…

La aun cada vez más fogosa colegiala experimentaba con cada intromisión, con cada desenfreno, un ardiente deseo y sin más, de pie junto a él, comenzó a desabrocharle el pantalón. Le gustaban esas ponderaciones escasas de halagos que cualquier otro pudiese brindarle. Esa mando prepotente con la que el viejo la trataba le eran básicos y admisibles, muy dentro de sí lo había guardado y solo basto que ese cualquier e infeliz sujeto la encendiera. Marcelino, dentro de todo y cuanto la había aprovechado, había respetado ciertos límites y quizá es por eso Casandrita llego a culminar un encuentro carnal con él. No así con este vejete, que desconocía de cortesías en una ánimo enardecido y conociendo los antecedentes de la chamaca, bien podría imaginar que a esta le gustaba que la tratasen así, como una vil y vulgar cualquiera; esa era su comprensión, conocía a su amigo Marcelino y él estaba lejos de ser un caballero o un hombre de cursilerías. Este dispuesto a desquitar bien sus ganas con ella, encontró los puntos enclenques y de ahí no saldría.

Casandra había estallado, su cuerpo e hacia víctima. Sin pensarlo demasiado, comenzó a bajar con sus temblorosos dedos la cremallera de ese percudido pantalón de mezclilla. Desabotono el pantalón y lo abrió como tal. Una sucia trusa aun cubría lo que buscaba. Hizo lo propio con ella y con decisión metió su mano y saco esa erecta herramienta que escupía viscosidades que cayeron sobre su manita, caliente, dispuesta para hacerse y hacer disfrutar.

 

Continuara…