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Un sufrido placer : Camila

en Sexo con maduros

Este presente relato es meramente ficticio, sin embargo, se basa en situaciones y personajes existentes conocidos únicamente, y probablemente, por quien los describe.

También pretende ser un tanto ilógico, simple, a veces algo inopinado, muy poco probable y casual en varias de sus situaciones y relaciones nada comunes, todo a propósito para desarrollar con mayor facilidad y posibilidad esta corta historia. Lo que no pretende es concebir un gran texto ni en su forma ni en su argumento debido a mi aun escasa cultura. Excusen por eso.

 

 

“Hay coños hechos de pura alegría que no tienen nombre ni antecedentes y éstos son los mejores de todos”

1._

La hermosa colegiala caminaba para ir a la escuela, por la amplia y pintoresca callejuela, un par de cuadras de casa, ya cerca de la principal avenida donde se hallaba, a pocos metros, el colegio privado. Algunos de los pocos coches estacionados aun afuera de las casas a lo largo de la privada calentaban motores muy seguramente para partir a, trabajos y labores distintas. La luz del sol luchaba por penetrar a todo mundo pero las ligeras nubes que aún quedaban, luego de una simplona lluvia nocturna, no lo permitían; al final perderían la batalla, según el pronóstico ambiental.

Mirada un tanto dubitativa pero no por eso menos atractiva. De forma muy autentica, lucia espectacular ese uniforme escolar, arreglado limpio, no demasiado formal. Se concentraba en el smartphone que había comprado recién el sábado pasado con Emilia, una de varias amigas, en el centro comercial más popular de la ciudad. Desplazaba con su pulgar la pantalla, cambiaba canción tras canción.

Trastabillo un poco por una imperfección del camino, alguna piedra salida o algo, y se recompuso sin fijarse demasiado y continúo caminando a paso lento como si nada, siguiendo embobada con el aparato aquel. Esa canción la ponía triste, la desplazo de inmediato, la siguiente era demasiado efervescente y no le pareció adecuada la tonada. Buscaba una melodía neutra, apacible, que la relajara y que la hiciera salir un poco del mundo, de su mundo hostil, como a veces lo consideraba. Una pelea más en casa, gritos, reclamos, acusaciones despectivas, distancias; un futuro divorcio. Eso la hacía sentir realmente mal, necesitaba ser escuchada, que alguien soportara sus ideas, resolviera sus inquietudes; las eventuales de una imberbe chica de quince años.

Los chicos la asediaban con normalidad pero obviamente ella sabía lo que querían. También lo deseaba pero no de esa manera tan vana, con discursos pequeños y falsos, provenientes de doble moral, discursos persuasivos para seres incautos.

Camila pensaba para sí misma que merecía (deseaba) realmente algo más de lo que le prometían sus pretendientes y algún exnovios. Su alma sensiblemente romántica lo exigía. Tal vez lo pensaba de manera egoísta pero ciertamente todo mundo pretende, al igual que ella, el momento y ese alguien indicado. Sin duda nada de esto la satisfacía por más gracia que pudiese tener.

Tenía tanta información en la cabeza, buena y mala, que no sabía cómo disponerla. Sus padres siempre la habían apoyado y conducido con cariño, consejos diversos, cuidados fraternos y obligados al ser la única hija, experiencias apresables y maravillosas, y por supuesto buenos ejemplos. Todo esto se degeneró gradualmente desde hace poco cuando en la casa se supo de la infidelidad del padre.

Discutían por cualquier necedad, reclamos disfrazados de rencor por parte de una abnegada madre que de a poco trataba de hacer frente defendiendo su decencia. Era casi todas las mañanas y Camila detestaba estar ahí precisamente en esas mañanas.

<-¡Como quisiera que todos se murieran! -pensaba irracionalmente asumiendo que sería mejor estar sola e independizarse y así enseñarles a sus viejos como se vive la vida.

Logró descubrir una canción más o menos agradable así que acomodo de mejor manera el audífono izquierdo y también el derecho. Recogió un poco su sedoso pelo, pero un desobediente mechón caía desde sus sienes en la parte derecha, haciéndola ver desaliñadamente atractiva.

-¡Niña! ¡Hey niña!

Creyó escuchar que alguien le hablaba, pero no hizo caso. Casi llegaba al final de la calle y bajo un poco el volumen, escuchando de nueva cuenta y con cierta claridad:

-¡Muchachita!  ¡Hey! ¡Hey!

-No te escucha. Grítale más fuerte. -dijo alguien más.

Al otro lado, en la otra banqueta un par de sujetos, desalineados, de aspecto cansado y vulgar se dirigían a ella. Al parecer cargaban algunas cajas una vieja camioneta y por alguna razón trataban de llamar la atención de Camila.

Sorprendida, detuvo su andar, descolgó los audífonos blancos de sus orejas y presto una natural atención a aquellos desconocidos.

-¡Eh! ¡Niña! ¡Ven! ¡Si tú! Ven. Échanos la mano.

Un sentido de alerta se encendió en su psique, sabía que habría que tener cuidado ante la situación. No conocía al tipo y le parecía además de horrendo (quizá por esa manera tan descuidada de vestir), desconfiable. Tendría unos treinta o treinta y cinco a su parecer, y parecía no haber dormido por varios días, con esa barba crecida y unas ojeras detectables remotamente.

Enseguida apareció a su vista otro tipo. No lo había logrado ver pues estaba obstaculizado a su vista detrás de la camioneta. Este era mucho más joven, quizás de la edad de la mujer. Le pareció atractivo en seguida, a pesar de la nariz larga, pero el tenia esos aires rústicos, esos que cualquier hombre necesita tener de vez en cuando, al menos para los entendimientos de la hermosa joven Camila. Sentía empatía visual apreciando sus movimientos, a pesar de una apariencia burda, al igual que su compañero.

Ambos sostenían unas cuerdas amarradas a lo largo de la camioneta y por alguna razón no las soltaban.

-¡Oye! ¡Necesitamos un poco de ayuda por aquí! -hablo el joven con voz suplicante y también atractiva para la joven.

-Hm. Este... -miraba a ambos lados de la calle, buscando a alguien que pudiera ser alternativa para socorrer al par de hombres -¿Yo? -consulto, describiendo ingenuidad al asunto.

-¡Si tú! -replico con firmeza, y actitud afable, aquel joven que no dejaba de sonreírle.

-Pero... Este... No sé... -expreso aún más dubitativa la joven, un poco más nerviosa -Tengo que ir a la escuela y...

-¡Un ratito amiga! ¡Anda no seas mala! -El joven había tomado el mando de la conversación y su compañero lo permitía pues notaba lo evidente.

Camila volvió a mirar hacia ambos lados y no aprecio a ningún hombre, precisamente lo que buscaba, para que ayudaran a los apurados estos. Vio solo a una anciana que tiraba una bolsa gris de basura a su contenedor y obviamente quedaba descartada. Pareciera que los hombres se habían puesto de acuerdo para no aparecer aquella mañana.

Camino indecisa por un instante, nerviosa un poco más y finalmente estaba con ellos, volviendo a mirar a su alrededor.

-Gracias niña -dijo el greñudo mayor -eres muy amable jeje.

-Hm... Y como puedo ayudarles -dijo dirigiendo una exclusiva mirada al joven, mirando en el caprichosas marcas de acné, decepcionándola brevemente.

-Mira. Necesitamos que alguien amarres esas cuerdas ¿Ves?... alla dentro. Lo que pasa es que si soltamos acá, se nos cae todo y lo que traemos arriba es delicado y ps ya te imaginaras ¿no? Jeje -explico con desesperada calma el muchacho.

-¿Solo amarrarlas? Pero no tengo mucha, fuerza para amarrarlas fuertes y...

-No mialma -intervino esta vez el grandulon con una voz grumosa e indulgentemente cansada -mira, tu namas amárralas y con eso ya tenemos. La cosa es que se sostenga. Ya orita nosotros aferramos mejor las cosas.

Ella no veía complejidad en el asunto, es mas no comprendía la necesidad de amarrar aquellas cuerdas, todo parecía estable y tal solo requería acomodarlo de mejor manera, en su perspectiva. Pero a riesgo de querer hacer demás, considero con menos incertidumbre, que podría ayudarles en ese algo tan simple.

-Hm... Ok. Donde. ¿Aquí adentro?

-Si ahí mismo. Ahí donde está la ventanilla, pasas la cuerda por... por los fierros esos.

Dejo su mochila en el auto y se quitó el suéter, permitiendo ver un par de figuras esféricas que ya pujaban y pretendían ser aún más generosas.

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Tal vez debió haber mirado una vez hacia su alrededor, como lo procuró hacer anteriormente. Había escuchado, leído, aprendido no tanto, sobre la importancia de mantenerse grave ante los desconocidos, más si se era una mujer como prodigaba su madre y sus maestros; pero la falsa y disfrazada atmosfera la había traicionado.

Sentía una terrible zozobra, mientras saliva escurría por las comisuras de sus labios, debido a sus sollozos y al pedazo de tela que se amarraba alrededor de su boca.

-¡Cállate! -gritaba el joven que solo hace algunos minutos la había tratado con amabilidad.  La amenazaba ridículamente, víctima de sus propios nervios, con una navaja dirigiéndola a sus ojos, haciéndole entender quien pretendía el control ahora mismo.

La chica, tirada bajo los asientos, lloraba y trataba de gritar, solo lograba mascullar gimoteos breves. Las lágrimas resbalaban desde sus brillantes ojos, ponderando más la situación, que su destino.

-¡Ya calla esa pendeja! -ordenó el otro con mayor tesón que su lampiño compañero, igual de nervioso, conduciendo a prisa, dirigiendo la vista a una y todas partes.

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Los minutos pasaron con desconcertante eternidad para la maltratada jovencita. Ahora no podía ver nada, una obscura tela cubría sus ojos. Escuchaba los sollozos de otra chica que seguramente se había inquietado ante el escándalo que supuso la llegada de una nueva chica en ese obscuro cuarto.

Se hallaba impotente. Trato de zafarse, deshacer de algún modo la unión de las cuerdas, pero los amarres resultaron buenos, imbatibles ante la poca habilidad de una delicada mujer como Camila.

No supo cuánto tiempo había pasado; lloro cuanto pudo, intento gritar pero todo era evidentemente inútil. Ya figuraba cual seria se destinó: desde su rapto, durante el trayecto y al arrojarla al suelo, los sujetos habían mencionado esporádicamente y con emoción insana lo que pretendían para ella acompañado de manoseos febriles y burla lujuriosa.

Un arrepentimiento profundo nublaba su tranquilidad y rogaba, aun no siendo religiosa, que alguien la salvara.

Tal vez la profundidad de sus ruegos llegaron a algún lugar recóndito en el universo infinito y ese alguien la escucho; una aguda sirena de una patrulla se escuchó a lo lejos y cada vez más nítida, cada vez más esperanzadora.

El ruido de unas llaves, luego unos súbitos y presurosos pasos y finalmente unas impacientes voces, se apoderaron del cuarto.

-¡En chinga! ¡Tú llévate esa, yo me llevo esta! -ordeno la voz madura y agrietada por el miedo natural, de un plan que escapaba por la borda.

Camila siento la brusquedad de una callosa y gigantesca mano, la que lastimaba su brazo izquierdo, levantándola de un piso que había sentido frio, ruinoso. Se escuchó un estruendoso sonido; alguien golpeaba la puerta metálica, la del portón. El sujeto que la sostenía la soltó y solo escucho maldiciones y el abandono del cuarto de esos pesados pero a su vez apurados pisoteos.

Otros pasos y otras voces ahora invadían, rápidamente, ese frio espacio; eran los que representaban, los que vislumbraban el trémulo, y casi nunca, oportuno pero esperado, muy esperado, auxilio.

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En aquel momento, previo a que Camila accediera irresponsablemente 'ayudar' a esos hombres, uno de los tantos vecinos de esa calle de la privada Gardenias, había notado la sospechosa actitud de esos sujetos, estacionados frente a la casa casi contigua a la que él vivía, la cual estaba deshabitada por el momento, además los problemas de seguridad, recurrentes en una ciudad como esta, le daban mucho en que pensar. No intervino en preguntarles del porque estaban en ese tranquilo vecindario, pues podrían ser trabajadores contratados por algún otro vecino.

Al ser un tipo con invalidez, acostumbraba de mirar a las personas al pasar, a las mujeres en especial, así que cuando vio la interacción de la colegiala con esos sujetos, se mantuvo con morbo el de un tipo solitario, así frente a su ventana, esperaba en que acabaría todo aquello. De repente, sus ojos crecieron y una sensación de terror se había apoderado de él.

Empujaron y maniataron de manera solvente y astuta a la jovencita, lo suficiente para evitar que la tetra fuera escandalosa, al tiempo que arrancaban la camioneta a la salida de la calle, desplazándose por la derecha de la avenida. Lo había visto apenas claro, consciente pero pasmado, reacciono segundos después.

De inmediato, y como actitud necesaria y responsable, llamo a la policía y a los vecinos, ofreciendo cualquier cantidad de detalles. A pesar de que los cuerpos de seguridad acabaron de llegar minutos más tarde, la ubicación del vehículo fue práctica en base a la descripción del mismo y a la eficiencia de los sistemas de video-vigilancia de los organismos de seguridad. En minutos, habían logrado averiguar el recorrido y conseguido la ubicación exacta del destino final de los delincuentes.

     

Los policías encontraron cautivas a un par de jóvenes mujeres en el lugar. Algunos otros corrieron tras los delincuentes pero trascendió que no pudieron darles alcance. El lugar, un típico sitio suburbano desahuciado, se degradaba en fuera tierras baldías, secas, a merced de la naturaleza rustica.

De ahí en fuera, toda clase de investigación, se solventaría a base de detalles de todos y cuanto pudiera estar involucrados. Las chicas por ejemplo. Camila y la otra chica eran socorridas por un par de policías, ya afuera de una abandonada vecindad, mientras esperaban, con  llanto  lánguido y débil, a la ambulancia. Abría los ojos con mucha sensibilidad a la luz cálida de esa, todavía, mañana. El breve alivio se prolongaba en su cuerpo y mente al saberse libre, porque escapaba de un destino cruel, pues tan solo le bastaba observar a la otra mujer, una muy maltratada y llorosa; tan solo podía imaginar lo que pudo haber horriblemente sufrido. Su corazón latía con ardua desesperación. También sentía una desprotección angustiosa la invadía por todo lo vivido, a pesar del escueto tiempo de su privación, y más cuando otro policía, llegaba, imperante e indiferente, con preguntas nada sutiles, muy directas e irresponsables con fin de saber más del sensible asunto.

En aquella calle, donde había ocurrido el rapto, varios de los vecinos se hallaban fuera, escandalizados. Policías recopilaban cualquier número de detalles, datos útiles e inútiles y de todo eso, comenzó a destacar la descripción y parcial identificación de alguno de ellos. Todo se basaba en los tergiversados rumores; al fin de cuentas la gente solo quería encontrar un culpable, a alguien a quien 'colgar' para desquitar sus frustraciones.

Los policías eran exigidos ya de por sí, socialmente, aun mucho más en estos días, ya de por si tenían mala fama y se les tachaba de ineficientes y perezosos, así que los vecinos, no iban a permitir aquello.

Así pues, el nombre destacado en las averiguaciones era el de un tal Horacio, hijo de un vendedor de verduras, cercano a la calle del delito ocurrido. No se sabía más de él. Alguien lo había visto merodear y aunado de las descripciones del vecino testigo, la conclusión de los oficiales fue evidente y debían actuar para calmar los ánimos y evitar una gresca terrible.

Una muy furibunda policía asalto con violencia  innecesaria  una  destartalada vivienda, los acompañaban unos furiosos vecinos, además de los padres de la sufrida joven, quien hasta estas robustas alturas ya se habían enterado de la situación terrible que había sufrido la niña.

Sacaban de la ruinosa casa, a punta de patadas, un sujeto desorientado, tal vez porque se hallaba dormido, descansando o algo parecido. Tendría unos treinta y cuatro años, moreno, algo robusto, con semblante poco fresco, incrédulo, rayando lo temeroso.

Un hombre mayor, el padre, gritaba constante y desesperado, pidiendo, exigiendo explicaciones a todos esos oficiales, y estos a su vez lo ignoraban frívolos o le obligaban a callar de manera cruenta, amenazándole que también podría ser detenido. En aquella mañana el empezaba a acomodar de a poco, en esa ventana donde solía vender sus productos, legumbres, frutas, cosas más, cosas menos. Los policías solo preguntaron su nombre, confirmaron el nombre del hijo y entraron sin mediar mucho más pues era lo que necesitaban escuchar y además el tiempo apremiaba.

     .

El detenido solo portaba una blanca y andrajosa camiseta y unos pantalones obscuros. Los oficiales lo escoltaban con resguardo. Apenas le permitieron vestirse y no le permitían mucho más, pues ante el intento lo maltrataban con golpes, justificándose en la naturaleza de los delitos de este, diciéndole que no merecía oportunidad de respeto. Lo llevaron de inmediato hasta la patrulla preparada para trasladar de manera rápida a la comisaria al tipo, antes de que los enardecidos vecinos pudieran capturarlo, como seguro pretendían y anhelaban.

Algunos vecinos no dudaron en insultarlo cuando lo vieron salir, aprovecharon para arrojarle cualquier cantidad de objetos y golpes durante el tiempo que paso antes de que llegase al vehículo oficial y quedar, relativamente a salvo.

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El licenciado Marco Antonio Soriano era vicepresidente de una compañía que vivía una severa crisis debido a escándalos fiscales que aun terminaban de resolverse. Como buen bebedor, el alcohol era el remedio infalible para desestresarse de este y muchos problemas, como la amenaza de su amante de revelarse si no le daba su lugar. Estaba casado con una chica norteamericana de ascendencia europea, he ahí, muy probablemente, las muy generosas facciones que se representaban en su hija por herencia y benevolencia genética.

Hasta hace algunos años todo era  miel  sobre hojuelas hasta que todo empezó a complicarse en su entorno, a partir de la decadencia de la compañía, y la victima de sus sosos infortunios era su bella familia.

Y ahora esta, la situación con su adorada hija, a quien de verdad quería pero quizás no sabía cómo demostrarlo tanto como el pudiera hacerlo. Siendo así, se sentía impotente y furioso ante la situación, su mente ardía en un sentimiento tremebundo, de necesidad de justicia voraz, de una venganza implacable.

Apeo de su lujoso vehículo obscuro, con exorbitante prisa, cuando llego al lugar a donde unos paramédicos atendían a la joven Camila, y se las arrebato con recelo, ignorando las recomendaciones de alguno de ellos, para abrazarla con estremecedora fuerza, otorgándole un breve refugio, como no la hacía desde hace mucho. La chica correspondía al abrazo con fraternidad nata, con necesidad evidente de consuelo y protección pero con una quietud preocupante.

En sus años mozos, los de la empresa, al licenciado Marco Antonio le iba todo de maravilla, había logrado ascender de manera muy progresiva e imponente, gracias a un carácter fuerte y una arrogancia ante las debilidades de sus enemigos. Competir contra los demás era su deporte favorito.

-Esto no se va a quedar así. -Repetía,  con voz quebradiza y franca, esta frase y otras tantas, incluso maldiciones, apretando en su regazo a su hija, que más que cualquier cosa, sentía retado su poder y pretendía demostrar, con orgullo incauto, el  por qué no deberían meterse con un tipo como él.

Deseaba tener al secuestrador enfrente y propinarle la golpiza de su vida.

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-Bien. Señor juez, el caso es claro. El sujeto aquí presente, no solo es culpable del rapto de la joven Camila Soriano Salenko, también se le acusa de la violación de la joven... María Fernanda Carrera, quien se encontraba en aquel inmueble, en el momento del oportuno rescate de ambas jóvenes por parte de la policía metropolitana. Además, queda sentada en el acta, que se encontraron, según las pruebas, restos de semen, cuyo ADN analizado coincide en un 97.8 % con el del detenido. Prueba fehaciente señor juez. Al mismo tiempo el sujeto fue reconocido con actitud sospechosa por varios vecinos, en las misma calle donde se cometio el delito de secuestro. Esto fue previo al secuestro de la joven Soriano.

Quien hablaba con tal seguridad no era más que el licenciado Jose Luis Millet, un astuto abogado, capaz de hacer cualquier cosa, de armar cualquier situacion, legal o ilegal, con tal de ganar cualquier tipo de casos. Era de esos tipos orgullosos, de los que en su vida quedaba excluida la palabra perder, ya siendo por las buenas o casi siempre por las malas. Este astuto hombre, de mirada recia, se especializaba en juicios mercantiles pero había conocido a Marco Antonio precisamente como abogado de la empresa, además de que compartían pertinentemente aficiones y vicios de cualquier tipo, especialmente mujeres. Así que no lo pensó demasiado y devolviendo uno de tantos favores, acepto el caso. El padre de Camila sabia de la fría sagacidad, de la indolencia del apuesto abogado y lo insto para que hiciera todo lo posible para encerrar de por vida al enjuiciado, Horacio Rivera.

El juicio, estaba en las últimas, ya transcurridos varios días, y se llevaba de manera muy favorable para la parte acusadora, de la manera en la que querían. Era cuestión de tiempo. El abogado del acusado, un inexperimentado joven practicante que había asignado por el Estado como un derecho constitucional al señor Rivera, además de una imperiosa necesidad al no tener este el suficiente dinero para pagar una defensoría de mejor calidad, no había logrado imponer argumentos que refutaran las acusaciones; evidentemente pagaba su novatez.

               

Horacio Rivera, era uno de los dos hijos del señor Narciso Rivera. Por aquellos días se hallaba de visita en la casa de su solitario y vetusto padre, pretendiendo también hablar con su hermano a petición expedita de su acongojado progenitor. Este padre estaba preocupado, como resulta normal, por su hijo, por su mala actitud recurrente y ya, incluso, delincuencial, según varios rumores y hasta quejas contra él, de vecinos, de cualquier quejumbroso.

Horacio siendo mayor, apenas por tres años, era un tipo cauto, más serio, dedicado en su trabajo, tal vez, al no tener familia propia aun. Sea como fuese se había dado el tiempo preciso, y durante un par de días, estando en la abrumadora ciudad, había esperado en vano a su hermano. Solo había podido ayudar a su padre con la tienda, a acompañarlo un poco ya que era viudo desde hacía cuatro años, y mientras aquel nunca apareció. Se iría, según lo tenía planeado, al terminar la semana, pero eso ya no sucedería por ahora.

Evidentemente, había sido víctima de las coincidencias. El serio parecido con su hermano, aquel paseo por la zona, ya que le había llamado la atención todo ese lugar, pasar por aquella calle del rapto...

Vio necesario usar el argumento de su lugar origen y todo aquello de la visita pero precisamente esto, de manera injusta y fortuita, solo le ayudaría a construir un eslabón más hacia su inmerecida condena.

-¡Usted! dice -hablaba hostigarte el abogado Millet -que es originario de ciudad Villanueva. ¿Cierto? Pues bien. Escuchen, quiero que se tome nota de esto. Bien, en esa ciudad se reportó, el 25 de enero, hace poco menos de dos meses, un caso de violación, un caso aún no resuelto. Pero lo interesante es la descripción de uno de los sospechosos. ¿Sabía esto señor Rivera? Seguramente. Porque la descripción coincide con usted. -Hizo una pausa y continúo lactante -Que quede sentado en el acta tales afirmaciones, dado que el señor Rivera lo ha confirmado. Señor juez, el caso muy evidente hasta para un ciego. Pedimos para el acusado la pena máxima.

Horacio quedo sentenciado un dos de Abril, por múltiples delitos, violación y secuestro básicamente. Su hermano y su cómplice eran buscados pero por lo pronto necesitaban condenar a alguien. Millet había procurado terminar el caso pues ciertamente estas situaciones le aburrían sobremanera y entendía eso, solo había que sentenciar a un culpable y lo demás ya sería ganancia.

A pesar de la febril e implorante suplica del destrozado padre, tanto al juez como a su incompetente abogado, a pesar de ciertas inconsistencias en el caso, de que todo pareciera circunstancial, el juez, necio y desobligado, cansado de estas diligencias burocráticas, y presionado por el abogado Millet, ignoro peticiones, archivando el caso y se dedicó sin más a otras más de sus ociosas y necesarias actividades, poniendo en evidencia, una vez más, como lograba trabajar el sistema de justicia.

Aquella escena en el día de la sentencia, la del señor Narciso implorando con ímpetu por su hijo, fue suficiente satisfacción para Marco Antonio, quien aunó en maldiciones y repitiendo que todo esto le era merecido. El pobre viejo sufría las burlas y maldiciones, pero tan solo  contemplaba  como aquella figura la de su hijo mayor se desvanecía cayendo en ese obscuro precipicio del que es muy difícil salir.

2._

Narciso Rivera vivía su propia decadencia, la cual le había consumido estos últimos ocho años. Había luchado pero todo le resulto vano. Tratando de demostrar la inocencia de su hijo, incluso fue timado por algún abogado sin escrúpulos. Se iba rindiendo de a poco, pues todo requería dinero, había gastado lo poco o mucho de sus ahorros y su tienda, la cual aún conservaba y al igual que el decadente, ya no le dejaba mucho por muchas razones.

Tenía cincuenta y ocho años, su desastrosa cara lo demostraba, los sinuosos surcos de piel arrugada labrados por gestos de sufrimiento, le hacía ver aún mayor. Tenía una expresión de enojo y de tristeza al mismo tiempo, sus ojos brillaban fríos, lacrimosos, y dentro ramificaban venas rojas. Los parpados caídos y sus mejillas marcaban más lo amargado que estaba.

Caminaba sin poder mantener una buena vertical, balanceando su cuerpo de forma terrible, arrastrando sus pesados pasos, soportando un cuerpo escuálido, trémulo, combinación de edad y descuidos crónicos.

Muchos días se arrepentía insistente de tantas cosas; si no hubiera llamado a Horacio, si hubiera educado mejor a su otro engendro, si no hubiera maltratado a su pobre mujer... Pero todo era inútil y demasiado tarde y solo el sabor y la manera en la que el alcohol inhibía su enjuiciosa mente, le ayudaba a soportarlo. No era alcohólico antes de esa situación pero de forma crónica se había convertido en uno.     

Su hijo, Horacio, la pasaba realmente mal en prisión. Ser condenado como violador te determina como víctima, tarde o temprano, de cruentas vejaciones. Y así, tenía un hijo delincuente desaparecido y otro enfermo, inocente en una maldita cárcel.

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Camila descendía con pasividad concreta del taxi. Pidió quedarse en la avenida a pesar de que aún quedaban tres cuadras por recorrer hacia donde quería llegar. Tenía y quería hacerlo de este modo. Se hallaba lista para enfrentarlo.

Después de aquel tortuoso acontecimiento en aquella mañana, algo en su ser había quedado mal, de alguna, manera todo el conjunto de situaciones la golpeo cual mazo al impactar una dura roca. Desconfiaba de cualquier persona y padecía un agudo miedo, el cual le provocaba aborrecer la idea de salir,  aunque  le fuese necesario. Se sentía desecha moralmente y aquellos días su padre estaba más preocupado en hacer pagar a aquel tipo y así sanar su orgullo. Su madre la apoyo en todo cuanto pudo. Así que, luego de resoluciones, a lo largo de varios años recibió terapia psicológica para estabilizarse en ese sentido, estrictamente. Y así, gradualmente fue mejorando, hasta hallase lista. De a poco ya habia logrado vencer tantos miedos, naturalmente aun le faltaba uno, aun le faltaba enfrentar ese lugar.

Se habían mudado, tan pronto como pudieron hacerlo, de aquel lugar. Sus padres al final de cuentas se divorciaron y ella se había quedado con su desobligado padre y su madre termino por irse al extranjero. Esos vacíos siempre la acompañarían.

Ahora, ya toda una mujer, tenía veintitrés años, se había graduado hace apenas un semestre y ahora trabajaba en una agencia de publicidad. Su vida prometía de forma favorable. Su padre había procurado que estudiara y se preparara, era su forma de demostrar la importancia que le daba a su relación familiar. Ayudo a encontrarle ese trabajo en la agencia y hasta le había dejado permanentemente esa casa.

Pretendía recorrer esas nostálgicas calles; no sabía aun si viviría en la antigua casa de sus padres, porque primero, naturalmente, habría que vencer sus traumas.

Pronto se situó cerca del lugar donde alguna vez sintió haber pecado de amable. Ya no concebía del todo profundo arrepentimiento, lo profundo rencor. Se suponía que hasta los había perdonado pero hay sentimientos que son difíciles de borrar. Tolerar, mas no olvidar, es una manera de aceptar  los  errores de las personas, según comprendía. Sin darse cuenta había pasado de largo y continuaba cavilando en sus sensaciones.

Un paso a la vez y con seguridad incierta recorría el bien cuidado pavimento, las hermosas casas, grandes o compactas y la mayoría muy bien conservadas, con jardines fastuosos y decorando con vida a el vecindario. Atrás, a poco metros, la avenida y sus arruinadas banquetas que se adornaban con el pasto crecido, la contaminación atmosférica y el sonido de vehículos que circulaban casi constantemente. Era increíble como en un transcurrir instantáneo, el ambiente, los colores, los sonidos se contrastaban radicalmente.

Se sentía muy bien acogida, el trayecto le resultaba apacible, melodioso y las sombras de algunos edificios la mantenían fresca. Lo asimilaba poco a poco, distinguía caras nuevas y al igual la veían a ella. Camino sin prestar mayor atención a las miradas, terminando su recorrido hasta esa su antigua casa. Para su sorpresa estaba bien conservada pues su padre se había ocupado de ello. Entraría otro día, se dijo y lo pensaría. Abrigaba una tibia calma, se había desengañado y cada metro recorrido, eran kilómetros enteros en contra de sus traumas. Había revivido mejores momentos, de su niñez, de su adolescencia; todo la había recibido con permisiva dulzura.

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Una añeja y antiquisima cancion, Sonaba rítmicamente a bajo volumen una vieja melodía en la pequeña grabadora, mientras Narciso escuchaba sin mucha atención pues ya la había escuchado bastantes veces. Recordaba, en ese instante, cuando sus ojos se pudieron llenar de febril belleza en esa particular ocasión. Como cada mísero día y como le era regular a esas horas de la tarde, contemplaba desde su viejo ventanal, esperando clientes, viendo pasar un día insípido, y entonces la vio apearse, precisamente a metros de su tienda a una mujer joven, hermosísima a mas no poder; su largo cabello de color café batallaba con el viento cálido de la tarde, su ligero vestido color guinda también lo hacía, dejando ver una ocasión la piel de sus blancos muslos. La esplendorosa mujer aparentaba ser nueva pues volteaba hacia todos lados, menos hacia él, reconociendo, seguramente el ambiente.

Luego la vio caminar decidida pero sin prisa, haciendo sonar un los tacones de sus zapatillas de un color obscuro, contoneándose con gracia, con estilo único y rimbombante. Sus nalgas se marcaban gustosamente y agradecía al oportuno viento por jugar con ese ligero vestido. Luego desapareció a su vista cuando ingreso a ese callejón y ese regalo celestial, esa alegría genuina, que hace mucho había carecido, desapareció también.

Creyó no volverla a ver nunca más, obviamente ese tipo de regalos son únicos, para personas con fortuna y el, se decía, no era uno de ellos.   Era por mucho la mejor mujer que había visto, apenas a metros de su inválida presencia, y vaya que había visto cualquier cantidad de féminas, pero nadie como ella, nadie recientemente en vivo y a todo color, y cualquiera coincidiría, según su opinión.

Todo esto vino a su mente a propósito de que, increíblemente, la mujer estaba ahí de nuevo. Casi transcurrió un mes, tiempo insuficiente para poder olvidarla. Y lo más extraordinariamente aun, era que la mujer se acercaba hacia él, específicamente a su deprimente establecimiento.

De nuevo ese sonido femenil, el de unos tacones, sonoros nítidos y angustiosos al igual. Con esos tacones resultaba más alta, más de sus naturales uno setenta y dos. Retiraba de su agitado y juvenil rostro unos anteojos y los guardaba en un bolso azul. Vestía unos jeans de azul claro, una blusa blanca ajustada e increíblemente, unos de sus atributos más llamativos resaltaban enormemente. Sus pechos eran considerablemente grandes, desvariaban un poco de ese cuerpo delgado, pero todo verdaderamente equilibraba al final de cuentas.

-Hola -saludó la mujer. Su voz resultaba seria y suave al mismo tiempo.

Un escalofrió placentero recorrió el macilento cuerpo del viejo, desacreditando ese encuentro inesperado. Luego de su letargo, poco más que breve, se animó a responder:

-Buenas señorita.

-Buenas tardes señor. Oiga, ah, ¿Venderá agua?

-Agua.

-Si –afirmo con voz un poco desesperada.

-¡Si cómo no! De qué tamaño… ¿Esta está bien?

-Si. ¿No está muy fría verdad?

-No mucho mire, tóquela…

-Sí, me parece bien.

Abrió la botella plástica, las delgadas pulseras metálicas de su mano tintineaban y se puso a beber del agua. La chica al parecer era asediada por la sed.

-Ta bueno el calor ¿verdad? –infirió el viejo trepidante, tratando de hacer algo de platica innecesaria tal vez para la mujer. El no interrumpió su rijosa ojeada, todo le parecía hermosísimo en ella, sus coloradas mejillas, la manera en que tomaba la botella, la forma en la que bebía y como unas gotas rodaban por esas finas comisuras, y algunas otras empapaban casi de forma imperceptible, la tela de esa blusa que ponderaba esos volumétricos y antójales senos.

-Si –respondió breve luego de un vasto trago.

-Y ¿Cómo le fue hoy?

-Hm… -expreso un tanto extrañada la chica. Fruncía el ceño pues no la esperaba, pero aun así, por mera educación, determino por contestar -Bien. Todo bien ¿Y a usted?

-Bien si jeje –expresó con profunda alegría el carioso personaje. Ya determinaba que todo acontecía de forma favorable.

-Qué bueno –se limitó a reponer. -Bien. Gracias. Aquí tiene.

-Espere, su cambio señorita…

-No es necesario. Quédese con el –expreso con una sonrisa simpática y  picaresca, agradeciendo el favor, pero al mismo tiempo dejando entender que no pretendía pasar más tiempo en el sitio.

-Gracias –correspondió Narciso a la distancia, pues la mujer continuaba su camino. Solo se detuvo un efímero instante para sonreírle, fiel a una incipiente costumbre.

El corazón del tendero, palpitaba con fuerza y emoción magnánima, como cuando joven, como cuando se masturbaba con sus películas y revistas eróticas. Aquella corta charla le había bastado para quedar prendido, preguntándose si la volvería a ver merodeando por su tienda, si volvería hablar con ella, si podrían ser amigos… su mente fluctuaba en nubes de genuino placer y fantasías elaboradas.

Y aquellos días transcurrieron y efectivamente, la veía muy seguido, pero no en su tienda, no para su favor.

Últimamente ese auto azul conducido por un apuesto joven, traía a Camila cada tarde, siempre entre arrumacos y graciosos besos de enamorados y esto atisbo de celos al pobre Narciso, que incluso se había empeñado en mejorar su aspecto.

Después del incidente trágico de hace años, había quedado con  pésimo prestigio, si es que mantenía alguno, ante los vecinos, sus principales clientes. Por un largo tiempo había abandonado la tienda, pero como no sabía hacer otra cosa, y menos a su edad, tuvo que reabrirla de a, poco para obtener dinero y subsistir. Aquella tienda había sido iniciativa de su  difunta  esposa y se había mantenido prospera de algún modo.  Pero entonces los maltratos, por aquel entonces y por alguna razón, de un furibundo Narciso, que desemboco en una tragedia que acabaría con la vida de su mujer.  Se hizo cargo, heredando, por decirlo de algún modo, aquel negocio pero no contribuyo en nada para mejorarlo, pero si lo hizo para influir en su decadencia.

Él no era un tipo de muchos amigos, ni de pocos, pues tal vez el único era su compadre Roberto, quien lo había apoyado con el asunto de su hijo, pero ya hacía mucho tiempo que no lo veía. Trataba, a veces de forma ridícula y desesperada, de hacer química con alguna que otra señora o señorita, pero evidentemente no lo lograba; los clientes que el tenia se acercaban a comprar ahí, porque tenía la fama de malbaratar las cosas o equivocarse con las cuentas.

Estar tanto tiempo solo, le hacía pensar, que requería a alguien con quien platicar, contarle sus penurias, sus alegrías. Cuando era poco más joven, había contemplado que a estas alturas de su vida ya no trabajaría esperando que algún hijo le sostuviera o tendría tal vez varios nietos a quien visitar y en una de esas hasta una esposa. Por ahora se conformaba con un amigo, específicamente una amiga, una compañera de vida o algo que se le asemejara. Volaba demasiado alto al pensar en la jovencita Camila, aun a pesar de saberla en una relación, no la quitaba de su mente; su voz, sus expresiones, su andar...

Se esperanzaba con fuerza en volver a hablarle una vez más, en ver esos ojos color de miel custodiadas de esas pestañas encantadoras, escuchar esa voz...

Había procurado asearse mucho más, cambiarse la ropa y hasta mejorar un poco el aspecto de la tienda. Pero conforme pasaban los días, lo consumía un desgano y una impaciencia ridícula.

Ya era muy tarde y se la había pasado descargando y acomodando algunas cajas con mercancía que trajeron hacia poco. Sudaba bastante y el mismo se sentia sucio y olía mal aunque poco menos le preocupaba, siendo así desde hace muchos años. Hace algunos días le hubiese importado pero para que, pensaba, hasta que noto la presencia de una mujer.

-Hola, buenas tardes. ¿Oiga ya va a cerrar?

Era la misma Camila en persona. Se sintió pasmado y en automático una grotesca sonrisa figuro en su rostro, sus ojos se encendieron. Estando afuera la contemplaba aún más de cerca. Enfundada en un una blusa, con cuello blanco tipo polo, de rayas albinegras de manga corta que la cubría el cuello pero no el ombligo y al tener tan prominentes melones, la blusa no se ceñía de manera perfecta. Usaba un minúsculo short de mezclilla, dejando expuestas sus muslos, las grandiosas y largas piernas. Y finalmente, unas zapatillas deportivas de color negro. Se veía magnifica, tenía un poco desalineado el pelo al amarrar esa coleta por detrás, a prisa seguramente. Cualquier detalle le daba una expresión única y atractiva.

<-Mamacita, pero que rica estas> -cavilaba con deseo, pues ya no le era suficiente con pensarla como su amiga, necesitaba poseerla, hacerla suya ahí mismo, pero obviamente eso no iba a suceder; los años, el escaso valor...

-Señor -reitero la chica, que aún no recibía una respuesta y contemplaba al anonadado sujeto.

Su aroma tan fresco, le había embrujado pero reacciono y apenas supo contestar:

-¿Si?

-Le pregunto si ya va a cerrar -una vez más mencionaba la mujer, que no perdía la paciencia, en cambio notaba con gracia esta situacion. -Es que necesito algunas cosas. Iría al súper pero usted me queda más cerca.

-Si... Este... No. Este, como que querías  hija. Si. Dime -apuro nervioso a abrir la puerta nuevamente -como que vas a querer jeje.

-Hm. Verá, necesito preparar algo de comer, apenas he llegado de la agencia y me muelero de hambre.

Él le hubiera invitado algo de comer, tal vez, hasta podrían haber comido juntos, pero lo cierto era que ni para el tenia.

Camila le ofreció una lista de productos y al final pudo comprar prácticamente todo mientras conversaron con cierta brevedad pero con gran armonía.

-¿Cuánto es?

-consulto la joven esperando a que Narciso terminara sus cuentas, sin evitar notar, vagamente, lo sudoroso que se veía y lo entrecano de los vellos que se asomaban de su pecho, al traer, este, entreabierta la camisa.

-Pos este... cincuenta y ocho pesos, creo...

-Jajá ¿Cree?

-Jeje sí. Es que luego no me salen las cuentas. Ya ve, la mente se cansa con los años y pos...

-Hm... ¿Me permite? Hagamos la cuenta juntos, ¿Le parece?

Narciso, accedió, evitando la pena, a final de cuentas, cualquier tiempo con ella le resultaba valioso. Solo le preocupaba, al tenerla un poco cerca, el que ella no apreciara su sudoroso y aborrecible olor, en este momento pensaba lo inoportuno de la visita del proveedor, porque tal vez estaría más fresco, pero en fin, trataba de evitar, de alguna manera, exponer sus terribles aromas, pues pensaba que esto podría alejarla, eventualmente. Revisaron los números en una hoja y al final concluyeron.

-Casi estaba bien jeje. Me estaba regalando diez pesos.

-No pos con gusto te los regalo.

-¿Como? Osea jajá

-Jajá, no pos, haga uste de cuenta que es cortesia, por ser nueva clienta jeje

-Jaja ok. Muy bonita cortesia eh jeje -repuso guiñandole un ojo de forma naturalmente coqueta, mientras ambos, cómplices del inofensivo juego, sonreían amenamente. -Bien. Tome y cóbrese.

Me voy.

-Espera hija, tu cambio.

-Hm. Luego me lo da. Ya quiero ir a casa. Muchas gracias por atenderme.

-No de que. Pos, pa eso estamos. Es más, si ves que sta cerrado, nomas me tocas la puerta y ahi estamos pa cualquier cosa. No importa la hora eh.

-Gracias. Es usted muy amable... ¿Cómo se llama?

-Narciso. Narciso Rivera pa servirle hijita.

-Yo soy Camila -dijo estrechando la mano que había extendido el hombre.

-Ta muy bonito tu nombre hija

-¿Usted lo cree? Bueno, a veces me gusta, creo jeje. En fin. Fue un gusto saludarlo señor Narciso ¿Narciso verdad?

-Si hija. Puedes llamarme nomas así.

-Sí, bueno...jeje. Bueno. Adiós.

-Hijita ¿No quieres que te ayude con las bolsas?

-No. No gracias. Puedo sola y mi casa esta acá cerquita. Pero, gracias de todos modos. Bien ahora sí. Adiós. Gracias.

-se despedía con una paciente sonrisa, alejando su presencia y abandonando un aroma tropical, dulce e intrépido a los sentidos extasiados de un afortunado Narciso, que se halló pensando mientras. La miraba alejarse:

 

Añoraba verla una vez más; ese aroma a dulces y suaves caramelos se había impregnado en su memoria y le apasionaba la idea de volver a apreciarla. Había vuelto a esmerarse en su cuidado personal, incluso había arreglado, poco mejor, la tienda. Pretendía que ella se sintiera a gusto al llegar ahí.

 

Pero los días pasaban y ella le era inaccesible pues siempre la veía con el mismo galán, las mismas caricias y besos de enamoradizos que le causaban un trecho en el corazón.

Sufría levemente por eso, increíblemente, sabiendo que cualquier cosa más allá de la amistad le era imposible.

 

El día le resultaba nostálgico al pensar en esto y más en esa fecha tan especial. Empezó con un ligero sollozo mientras contemplaba la foto de su hijo. El día resplandecía en el rostro del moreno hombre pero no se llenaba de esa vida.

 

-Hola -dijo una voz dulce.

 

Enjugo las lágrimas que caían de su rostro con un pañuelo que saco del bolso de su camisa, acudiendo al saludo de esa voz conocida.

 

-¿Se encuentra bien? -consulto la inocente voz, paciente y atenta.

 

-Buena hija. Que milagro -exclamo aun con lágrimas que brotaban ahora con expresión de alegría desbordante.

 

-Si. Jeje. Hoy salí más temprano. Pasaba por aquí... Dígame ¿Le sucede algo?

 

-No. No es nada hija. Es... Es una...

 

-Una basura en el ojo. Clásico jeje. No, de verdad, dígame. Verá. Hay veces que es mejor desahogarse, dejar que alguien más ah... Escuche. ¿Me entiende? -expreso con completa compasión desinteresada, que atendía una labor de atención suplicante de una persona triste. -Yo puedo escucharlo y tal vez, en una de esas encontremos alguna solución.

 

-Gracias Camila. Son los recuerdos hija -expreso con voz que aún se quebraba. -Los recuerdos nomas que no nos dejan. Fíjese. Ayer fue mi cumpleaños y antes lo celebraba con mi hijo pero...

 

-Pero...

 

-No pos... Ya no.

 

-¿Que paso con su hijo? ¿Lo abandono?

 

Podría haberle dicho la verdad, pero no quería que ella se formase la idea que todos tenían de él y con eso alejarla, era lo que menos quería. Ya la tenía una vez más ahí, siendo su almohada, su cobijo; tenía que contribuir más a eso.

 

-No pos... Algo así.  Cosas que pasan. A veces la vida es cruel.

 

-Si -afino la joven con desanimo, dándole razón en base a sus propias experiencias, aunque no se podría comparar del todo, la vida de él y la suya. -No se desanime don... Narciso. Usted es buena persona, solo trate de ser más... positivo -atino a decir con voz viva al notar la desesperanza del sujeto.

 

Ella le sonrió y el correspondió la sonrisa casi de inmediato. Pareciera que los males aquellos pudiesen desaparecer con tan solo una exacta mirada. Hablaron por un rato más, filosofando y conociéndose de a poco encontrando y aunando en sus tantas afinidades.

 

Al siguiente día, Camila lo sorprendería llevándole un par de regalos. El viejo rompió en llanto conmovido por el gesto de su bella inspiración. Aquel tipo rudo, fuerte, agresivo de cuando joven, se había desvanecido a causa de una mujer que apenas empezaba, quería y se dejaba conocer.

 

Sucumbió en una pasión profunda al sentir el cuerpo de la joven, en ese abrazo incluido en las felicitaciones tardías pero que con gusto deseado aceptaba y aprisionaba con ganas.

 

No lo había planeado de ese modo pero noto que así podría surgir la cercanía que tanto deseaba. Su alegría, su pasión y lujuria no cabían en su corazón.

 

Al paso de los días frecuentaban tanto como le era posible a Camila, quien lo hacía como una tarea de hacerle saber al verdulero que alguien podría escucharlo, comprenderle y hacerle sentir vivo.

 

---

 

Narciso trabajaba en un extremo de su casa, que se dividía por una oxidada maya metálica, tratando de cortar la amarillenta hierba crecida y que se veía mal, para darle una vista más agradable a su morada. Se sentía motivado por mejorar en muchos aspectos de su vida, pues pensaba que eso haría que la convivencia con Camila, fuera más cómoda sobretodo para ella.

Tenía mucho trabajo por hacer y desde ahí vislumbro a su deseada amiga. Sabía que llegaba a esa hora. Así que busco salir de esa área, entrando de nuevo por su casa, y asomarse para que ella lo viera y poder platicar un rato. Era su fascinación.

 

Quedo aterrado cuando apenas había asomado. Vio a su sensible amiga en tremendos apuros: era ultrajada por un trio de vándalos que al parecer la estaban asaltando y ella a pesar de no poner demasiada resistencia, era víctima de manoseos barbaros. Ella gritaba con fuerza, tanto como le era posible, pero le taparon con violencia la boca de inmediato.

Narciso no lo pensó dos veces, era una labor necesaria, y agarro un pedazo de madera que encontró en algún sitio y acudió al auxilio. Amago de manera furiosa gritándoles que se alejaran ahora mismo, amenazándoles con temeridad incluso pero al no haber respuesta favorable, golpeo con esa pieza en la cabeza de uno de estos. Camila grito con voz descompuesta en un momento de descuido de quien le estaba sujetando.

Sabían que tenían las de ganar ante la chica y el viejo, así que pretendieron llevársela. Uno reacciono con furia latente contra Narciso intentando golpearle pero logro esquivarlo aunque el forcejeo le hizo caer de manera abrupta al suelo.

 

Alguien más, a lo lejos se le escucho gritar, llego al auxilio, un vecino que había escuchado las palabras que pedían auxilio. Pronto llegaron más curiosos, buscapleitos,  y empezaron a arremeter contra los delincuentes, aunque ahora solo eran dos, un tercero se les había escapado. Cuando la policía llego aquellos delincuentes habían quedado demacrados ante una ligera turba, la suficiente para amasar a golpes a ese pobre par de pillos.

 

Esto sucedía mientras que Narciso se había llevado a la violentada Camila, desde que pudo hacerlo, al interior de su casa para, evidentemente, ponerla a su resguardo. Mantenía un sollozo ahogado, su respiración era agitada y temblaba de miedo obvio. Sentada en el viejo y único sofá de la casa y a su lado Narciso la consolaba meritoriamente, dándole, relativamente, su espacio. Le ofreció un vaso de agua, que no bebió, y un pañuelo para que  se  limpiara las lágrimas que brotaban insistentes en sus ojos.

Los gritos de afuera eran ajenos a ellos, la tarde ya se desvanecía y la penumbra amenazaba. Sin pensarlo demasiado, la abrazo con fuerza, expresando la compañía. Le acomodo caballerosamente el pelo que lo tenía ya muy despeinado. La incandescencia de la luz artificial que caía de un foco era suficiente para plasmarla. Su blusa se abría por los botones que se habían desabrochado violentamente y ese delicioso surco de nítidos melones de piel clara, contenidos por un brassier blanco, se dejaban apreciar. Sin duda, era su oporeunidad, y  aprovecho el momento de vulnerabilidadad de la chica, para acercarse, en un necesario abrazo, para así acariciar en cierta medida aquel cuerpo. Con su cansado y lastimado brazo derecho, la rodeo y así él pudo sentir en un instante los volubles y grandes senos, palpables a causa esa delgada blusa. Su espalda era tan fina, escueta, ondulante y esos frágiles brazos rogaban por protección. El aroma estaba de nuevo ahí, se impregnaba por todas partes y eso enervaba los sentidos. Sintió en su rostro ese liso cabello: era como una tela delgada que secaba su sudor. Era tan linda, tan dócil, tan débil que deseaba que el momento nunca se escapara y que pudiera trascender.

 

La puerta se escuchó con fuerza, alguien la golpeaba, demandando atención. Narciso alargo todavía mas ese abrazo húmedo, tibio, aromático, tan especial, quería que nada lo corrompiese.

Volvieron a tocar, ahora con gritos demandantes. Ambos se sobresaltaron. Ella se había calmado pero eso la volvía a alterar pensando en que podría ser algo peor. Él se levantó para saber que imbécil había arruinado su momento y si fuese necesario, darle su merecido.

Era policía, sobrios, funestos, inquisidores, preguntaron cualquier cantidad de cosas de manera insistente y nada concisa a Narciso.  Creyó en algún momento en la posibilidad de ser inculpado, por las experiencias anteriores. Se tranquilizó al no saberse culpable o sospechoso, eran preguntas rutinarias que pronto también se las harían  a  una  descompuesta  Camila.

 

Llego una ambulancia minutos después y la atendieron. Los policías, prácticamente la habían obligado a convencerse, de que tenía que hacer la denuncia de forma oficial y que la llevarían a la comisaria. Narciso se ofreció  a  ir  con  ella  y respaldarla, seria todo un gusto, pero ella ya había dado el número de su novio, para que él se hiciera de su compañía. Incluso le devolvió una chamarra suya con la que le había arropado, porque ahora traía una de algún oficial. El viejo tuvo que resignarse, muy a su pesar, comprendiendo que a pesar de cualquier circunstancia esa era la realidad.

 

---

 

Con el transcurrir de los días, Narciso se sentía cada vez más y más desvaído. Aquella patrulla se había llevado una de las razones de su existencia, que había crecido de forma pasional en su corazón. Pero aun con la idea resolutiva de que tal vez mujer no regresaría, dadas las circunstancias, aguardaba, cada vez con menos esperanzas, el regreso de su inspiración.

 

Las tardes eran insípidas, como aquella, y una vez más estaba a punto de cerrar, ya estaba cansado, fatigado de alma y cuerpo. Había sido así su rutina últimamente, tal vez aparecería más tarde, de noche, en el auto de su novio  y  eso le bastaría.

 

Su ventana rechino después de intentar cerrarla y quitarle el seguro. Estaba por cerrar la otra y entonces creyó casi brincar de gozo. No estaba para ese tipo de movimientos, de joven muy seguramente lo hubiera hecho, mas debía comportarse.

 

Caminaba pasiva, con calma, volteaba a ambos lados antes de cruzar la acera. El atardecer le daba un tono curioso a su piel, sus anteojos brillaron de repente. Se dirigía hacia él y eso le emocionaba mucho más. Salió a recibirla con aparente calma, cual amante, cual persona que se extraña y ama. Abrir los brazos y recibirla con fervor era una opción, pero no era lo correcto, lo apropiado, tal vez no lo venía a ver, tal vez, solo cruzaba por ese lado y había hecho presuposiciones precipitadas. No, ahí estaba, sin contratiempos y con la sonrisa más característica y adorable que jamás podría olvidar.

 

Sonreía nervioso, expectante, pero aun ella no le correspondía. Por qué le apasionaba tanto, ni el mismo lo comprendía, ni pretendía averiguarlo. Se veía tan excitante aun luciendo ese atuendo deportivo.

 

-¡Muchachita! -exclamo con emoción e iniciativa. No iba a dejar que pasaran los segundos sin que mediaran palabras, gestos con ella.

 

-Hola -saludo con total cortesia y ánimo, como si nada hubiese pasado.

 

...

Él estaba distraído llevando unas cajas al interior de su casa. Entonces alguien inesperadamente arremete contra su cuerpo. Siente molestarse porque casi se ha desbalanceado y siente caer. Ha volteado y una juvenil figura lo tiene entre ella y una mesa.

Ella tiene el control y no espera; los labios se frotan sin lugar a dudas. Mordisquea el labio inferior del tendero y lo recorre con la punta de su húmeda lengua. Libera un brazo y   desliza su mano abajo hacia su entrepierna, donde una firme dureza la está esperando; él se siente en la gloria. La verga salta de gusto, queriendo liberarse del pantalón más  no  de los leves apretujones  apretujones que le propina la sensual mujer.

El viejo siente con pasión como la lengua de la mujer casi se lo come a besos ávidos, de sabores frescos de hierbas aromáticas.  El corresponde y empieza a perder el asombro inicial. Ahora él se la empieza a devorar, llena de sus líquidos espesos y amargos a la boca de la mujer. Ahora le hace retroceder hasta encontrar a la pared y ahí la mantiene... Empieza a manosearla, a apretarla contra él. Podría perder el control en cualquier minuto, pero prefiere perderse en los continuos besos.

Cree escucharla gemir y eso le hace comérsela con mucho mas deseo.

Esa manita juega esa erección con mayor intensidad.  Empieza a murmurarle

palabras vacilantes de placer, de deseo, de querer sentir ese miembro dentro de él.

Entre jadeos acepta el reto, prometiéndole que le hará sentir el mayor placer de su vida, que la hará sentir sucia, su puta. Sabe que la ha encendido. Ella amasa su tranca con fuerza. Sus pezones se sienten duros y, al recorrerla, su vagina la encuentra húmeda, caliente.

Ella no puede evitar gemir pero aun así intenta ahogarlo, enredando sus brazos sobre los hombros del viejo, besándolo otra vez.

La toma por la espalda, masajea en toda su extensión para luego agarrarle el culo sin mucha decencia. Su erección ataca aquel resquicio donde se dibuja ese delicioso sexo. Sabe lo que quiere.

Ella retoma el control y lo conduce al sofá. Lo hace sentarse y rápidamente ella se ha montado sobre él. Se miran con intensidad y deseo furtivo.

El simplemente no lo puede creer:

-Camila -alcanza a decir jadeando, incrédulo, abatido de lujuria.

No quiere conocer como ha llegado a ese momento, simplemente era inminente.

Sus pechos están a la altura de su cara, ella de pronto lo agarra y  los aprieta contra su cara como queriendo ahogarlo. El acaricia los muslos, aprieta duramente esas firmes y puras carnes.

Se separa un instante para quitarle el leotardo, ella no opone ninguna resistencia y colabora incluso. La prenda sale por su cabeza, cae en algún lado. Algunos de esos largos cabellos cubren esas ubres. El las aparta, contemplando lo maravillosos y enormes que son. Luce como un lunático, no se da tiempo para verlos más, quiere probarlos. Empieza a amamantarse cual hambriento, a mojar con saliva la dureza de esos pezones.

La mujer gime, con frecuencia rítmica, prácticamente le ordena que se las chupe.

Cabalga, arquea la espalda, abraza esa cabeza y vuelve a apretar. Echa la cabeza hacia atrás y grita. Narciso muerde con soltura un pezón, aprieta esos muslos. Siente una humedad en medio de las piernas.

Se dirige a otro pezón, parece no darse a basto, quisiera devorar ambos pechos al mismo tiempo. La ve jadear gimiendo su nombre, acariciando su incipiente calvicie, mordiéndose los labios.

La escucha pedir más y el succiona, como queriendo sacar leche de esas tetas.

-Camila. Mmm... Que rica estas.

Ella no dice mucho, solo ríe cómplice, orgásmica.

Las callosas y duras manos siguen atacando los muslos. Siente el contraste de una piel de bebe y la suya. Levanta esa minifalda e introduce con ansias sus manos. Siente lo empapada que esta esa ropita interior, aprecia los detalles de las costuras con encaje, algo que le fascina.

Ella vuelve a gemir, pronunciando de forma entrecortada el nombre del viejo. Aquello lo siente límpido, liso, libre de vellos. La levanta para quitarle toda esa ropa que ya le estorba. Ella obedece, se quita la mini y las bragas; esta desnuda y aún más ardiente.

La hace sentarse ahora, ella le abre las piernas completamente, contempla esa abertura, rosada, brillosa por tantos jugos.

Palpa ese sexo con la yema de sus dedos, acaricia cada rugosidad, trata de adentrarse, quiere masturbarla. Ella gime con lujuria y pide que se la coma. La boca empieza su trabajo, hace sonidos raros. Siente como ese sexo se hincha. Apura, pareciera que el tiempo apremiara. Saborea cada rinconcito, como saboreando su golosina favorita, cuyo sabor pareciera, no terminarse. La mordisquea, lame y manipula con ahínco los labios sexuales con su lengua y dientes. Vuelve a  pellizcar, saborea, encuentra un nuevo sabor, una nueva textura y más jugos deliciosos. Ella grita, tal vez le duele pero se incorpora con un gemido tenue.

Caen en un placer increíble. Ella rodea con sus muslos la cabeza del verdulero, sus manos aprietan en alguna parte del sofá. El introduce su lengua, trabajando hasta el interior más profundo que puede encontrar y parece que no se dará por vencido hasta llegar.

La siente a punto de venirse, la ve hacer gestos por controlarse pero es inevitable.

Grita el nombre del viejo, lo hace con fuerza. El sigue lamiendo recibiendo la primera y pronto una segunda corrida. Aquello resulta increíble. Su cara esta empapada de jugos femeninos.

-Que rico -masculla el hombre masturbando apuradamente esa fuente-que ricos saben mamasita.

Ella aguarda, su respiración es agitada y audible por todas partes.

Él se levanta se su posición, empieza a desabrochar, sin mucho apuro, su cinturón y después el pantalón. Ella lo socorre con la camisa y en instantes ya está también desnudo. Ella toma asiento, esperando, el  sigue  su mirada y observa el asombro, incluso como juguetea con sus labios y traga saliva cuando se despoja de su calzón. Su miembro tambalea pero reapunta firme hacia ella.

La mujer cae sobre sus rodillas y sin titubear avanza hacia su objetivo, pareciendo experta, sobre la tranca del orgulloso vejete. La engulle con ferocidad, sus labios rojos se pierden en esa mata de vellos crespos y entrecanos.

Se lo saca de la boca y masajea desde la base hasta la punta. Redescubre esa piel y la lame con lascivos lengüeteos, como si se hallase hambrienta. Él no puede evitar gemir, expresar su triunfal gozo. La toma de su pelo, la guía con intensidad y se escucha el hueco que queda en su boca cada vez que la mujer se saca el grueso miembro. El arquea las caderas para hacerle saber que no debe parar. La obliga a comérsela de manera profunda, aferrando ambas manos en sus largos cabellos, la escucha tener arcadas pero no le importa.

Observa su rostro angelical, atractivo, dedicado a esa placentera labor.

Cuando logra liberarse, toma un poco de aire y ataca de inmediato sus bolas. Las empapa a pesar del abundante vello. Ahora intenta tragarse toda esa verga pero le cuesta trabajo.

El hombre cree sentir la punta de su miembro en la garganta de la mujer. La insulta, la insta a comer más. Está a punto de venirse.

La agraciada chica se aparta, quiere ser penetrada de una vez por todas. Se ha montado sobre él, que no ha tenido tiempo de impedírselo. Ella avanza muy rápido. Ya pronto su agujero se posiciona en la vertical figura de su miembro que con gusto la recibe.

Se besan inalcanzables, ella ha sido quien ha buscado lo amargo de esa boca.

Pone las manos sobre el pecho del viejo mientras deja que la gravedad la guie a lo largo de ese miembro. El la sostiene desde sus nalgas y en su cara se amasan esos incontrolables pechos.

Ella aparta su boca para liberar un grito, un gesto de agraciado dolor cuando esa verga la abre... Grita de nueva cuenta pero ahora ha pedido más. Él es atento y empieza a menearse sin predicamentos y de una la ha ensartado.

Empieza a clavarla de a poco en principio pero continúa con más y más ritmo turbulento. La posee, ambos se miran con ojos encendidos, sucios. El la insulta, le hace saber que es suya y de nadie más mientras que ella no lo niega ni lo asiente, solo grita aclamando por una penetración más ahogada.

Los sonoros golpeteos de las pieles se hacen presentes, retumban juntándose y separándose rápidamente.

Ella complementa los movimientos, de arriba hacia abajo, como una vaquera sobre una bestia. Las tetas rebotan por todas partes, su voluptuosidad las hace verse violentas pero Narciso lo agradece, incluso intenta atraparlas con su boca.

Paran solo para besarse, sin despegar sus intimidades. Ella vuelve a retomar los movimientos, gime, suplica, grita.

El la carga, de forma increíble concebía tal fuerza. Se la lleva a su cama y la tiende sobre la misma. Sin querer se han despegado pero tal vez sea lo indicado para acoplarse de mejor manera.

Ahora él se tiende, espera que la nena se suba y cabalgue nuevamente. Ella lo entiende rápidamente y aquello se vuelve a unir, los músculos se rozan, luchan rozagantes, húmedos, palpitantes.

Aprieta los grandes senos que luchan por no caer. Recorre las curvas de sus caderas, su piel es tan tersa y febril. Aprieta esas nalgas, le gusta hacerlo incluso busca ese agujerito que desea estrenar. Siente una humedad que baña su verga en su interior, la ve apretar los labios, cerrar los ojos y musitar palabras lascivas de placer genuino.

Ella grita con más fuerza, pide más y más, parece insaciable, retorciéndose, arqueándose de manera exacta para percibir de gran manera los embates.

El no para de repetir sus movimientos, prácticamente golpeándola, al parecer aprecia de sobremanera esa intensidad. La escucha maldecir, una mujer de tan buen porte, diciendo palabras tan vulgares, definitivamente es otra y es suya, así le gusta.

Se vuelven a besar, ella quiere intercambiar esa saliva, su lengua se mueve muy bien en su boca. Su aliento corre y lo atrapa. El ya no puede más, sus ojos se ponen en blanco, como si lo abandonaran. Ella lo detecta y aumenta su fuerza y velocidad, sube y baja deseosamente. De manera inédita y exigente le pide su corrida, la quiere en su boca.

Esto le detona un deseo terrible. Ya no puede seguir con ese mete-saca. Se ha sacado violentamente el miembro de esa cavidad y la joven cae abruptamente hacia algún lado de la cama. Ella la espera excitada, con la boca abierta, con la lengua afuera, esperando aquel liquido viril que ya escurre de su miembro. Está a punto de vaciarse...