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Cambios 9

en Hetero: General

CAMBIOS 9

Rodrigo concurrió en avisarles que no estaría por el resto de la tarde, pues tenía que ir a dejar Melanie a las Villas, así lo especificaba, por lo que cualquier cosa, Lulú los atendería.

Eso, lo único que les  significaba, era que la mujer, que les había propinado un gratuito placer varias horas antes, se retiraba, quizá para siempre, una precipitada suposición les hacía pensar lo contrario, pero lo actual desalentaba, hubieran agradecido verla una vez más y despedirse, encontrar una promesa o una palabra determinante.

Pero, como modo de regocijada consolación, pronto les insto a pensar en Sandra, yal como les había mencionado Melanie, podría caer en un posible acto como con ella.

Sandra aun sin existir Melanie y todas las reticencias, seguiría siendo un objetivo, y ahora más cuando las ganas afloraban, no se habían calmado con la singular y voluptuosa chica que les visito en la mañana, tan solo ese alguien les había agitado, en un momento de infundida prudencia.

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Había transcurrido el fin de semana,  inconmovible para una dominada mujer que subyacía entre la natural cordura que indeterminadas mujeres, personas en general, que ante una situación, donde se evidencia la falta de valores precisos, habrían de optar por salirse por la siempre confiable tangente y mantener apartados cualquier tipo de detonantes de inseguridades.

Pero Sandra se hallaba domesticada, no necesariamente dócil y accesible para todo mundo, ya no ahora, tan solo se podría considerar que su tranquilo carácter se mantendría tenue y resplandeciente para aquellos que había ya conocido, y descubrirá una desconfianza que germina en su ser, antes intrépido, a menos que ese desconocido le demuestre lo contrario, en el desarrollo natural de las cosas, pues su sentido de vulnerabilidad ante los desconocidos, algo que no le sucedía antes y podía entablar conversaciones sin necesidad de prejuicios, era algo que le preocupaba.

Tal vez en algún momento cedería, pero en lo que refiere a los hombres, ya los vería atentamente, percibiría las múltiples reacciones y tendrá que aceptar o reprobar, según las circunstancias. Toda su vida demostró amabilidad, tal vez porque buscaba ser escuchada, querida, significada, algún tipo de carencia emocional en su inicial vida, la hacían abrir su corazón a todo mundo, desde el mas anodino hasta el mas culto y sustancial de las personas que pudieran entablar una relación, instantánea o duradera, con ella, y con ello compensar esa vaguedad en sus sentimientos, paternos concretamente. Hablar con el siempre amable y acomedido señor que le vendia, y a veces regalaba, alguna golosina afuera de su escuela, platicar con el conserje de la misma con naturalidad y comprensión mientras este la procuraba tener cerca, con sus profesores que la alababan o le explicaban con atención muy sospechosa cuando no entendia un tema de alguna materia o practica, sus multiples vecinos, sus tios, primos, compañeros y demás hombres con los que se habia cruzado en el camino, y nunca se puso a valorar sus expresiones.

Lo que sucedió con los albañiles ya no la tenían tan contusa como en el momento en el que se había enterado de las acciones que estaban llevando a cabo, para los procaces propósitos, continuos y absurdos. No era el hecho de haberlo superado, estaba lejos de ser así, aquellas relaciones, según ella, le serian insuperables, la distancia era una buena opción, pero lo ya comentado se lo impedía, por eso lo que entonces examinaba era como conllevar el nuevo episodio en su vida, pues por una parte podría llevar a cabo acciones sugerentes que su amiga Melanie la había instado a hacer, o por otra parte, tomar parte en el asunto, pensaba inocentemente, confiaba en una natural bondad en ellos que solo se había turbado por la presencia de una mujer.

En su mente conservo aquello que le mencionaron a lo largo de la semana, de que ellos la habían logrado apreciar de tal modo dado a sus carencias infinitas y entablar una amistad con ella les reconfortaba enormemente,  era como hacerles un favor, darles una alegría a su infeliz e insípida vida.

Esta condescendencia, fluctuó fácilmente en ella, aceptaba parte de su error y en una pizca diminuta le alegraba pensar, ya que todos tenían el derecho a ser felices, que si en ella estaba brindarles un poco de alegría, tal vez podría hacerlo. Claro, no de esa manera tan ruin y nefasta, eso sí lo reprobaba totalmente.

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El día martes, atendía su consultorio como su natural obligación que realizaba gustosa, sin contratiempos, sin alguna impertinencia.

En minutos seria la hora  del almuerzo, así, Ofelia se despedía momentáneamente de la 'doctora' Sandra. Ella ya cerraba la puerta del establecimiento, ya que en esta ocasión, al no haber preparado algo y traerlo, tendría que salir a comer con una peculiar señora, a algunos pasos del consultorio, cuando una voz grave y estentórea le hizo voltear, para darse cuenta de que se trataba del doctor Raymundo que la saludaba, otorgándole las correspondientes 'buenas tardes' y estableciendo el hecho evidente del buen clima y la idea de era lo mejor que tenía el pueblo.

-Oiga. Ya que va a almorzar, la invito a que vayamos juntos. Yo invito.

-Bueno, es que yo voy con doña Juana y no sé si...

-Olvide a doña Juana. Podemos hacer una, excepción esta vez, iremos al restaurante de aquella ocasión. Así estaremos más a gusto.

-Es que ya le pedí que me preparara...

-Luego pasa a disculparse. Además tengo que platicar con usted –declaro con parsimonia al dedicarse al escrutinio de la parte trasera de la rica cuando cerraba finalmente la puerta.

-Bueno. Está bien. Vamos –respondió con voz laconica y resignada.

Fueron al lugar y se acomodaron en una de las múltiples mesas que se hallaban, típico de un día normal, entre semana.

La música se escuchaba con volumen moderado, suficiente para opacar los sonidos naturales de aves lejanas, conversaciones ajenas o maquinas andando.

Luego de pedir sus respectivas órdenes y hablar entretanto de asuntos triviales, comenzó el doctor a preguntar por su ausencia en los días pasados, exactamente un el viernes y el siguiente, en el que había ido por Melanie y, por supuesto, el día en que la acompañaron e ido a dejar.

Por supuesto que, para el veterano médico, tan solo era un pretexto para poder mirarla, apreciarla con libertad y compartir con ella su tiempo, redundando en que tener una mujer como ella, de una belleza destacada, aun mas, de una clase y cultura elevada, de un porte muy estilizado, una amabilidad natural que lo representaba en el destacado trato hacia los demás, algo no muy común cuando las mujeres saben su grado superlativo de cualidades y empiezan a sentirse orgullosas, plenas en varios sentidos, y,  entonces, las intervenciones para hacerse de su tiempo y espacio son completa y arrogantemente ignoradas, es entonces que Sandra es simplemente una de las varias damiselas, pero de efímera muy efímera cantidad, esparcidas, exagerando, en el universo, dando así una escasa probabilidad para encontrarlas, que tienen el conmocionante y explicito título, inscrito en su ser, de, la siempre anhelada para hombres y a algunas mujeres, mujer perfecta.

Al enterarse de este evento, que recibió de parte de alguna mujer colega, tal vez envidiosa, se encontró con el pretexto factible con el que se haría de su compañía. Ya tenia planeado visitarle pero esto le hizo, mas que nada, adelantar esa cita.

Ella explico lo evidente, sin ocultar ni pretextar salvo la verdad, no era muy del estilo de mentir en estas situaciones, además de que la figura imponente y citadina, algo que no había visto hace mucho salvo con los clientes de su padre, por ejemplo, le generaba una aversiva inseguridad.

-Y bueno, es mi mejor amiga ¿me entiende? –expresó entornando los ojos, ante un leve rayo de luz que se reflejó por algún cristalino objeto que un mesero paseaba.

Enfrentó la cara, con total circunspeccion, a pesar de sentirse recriminada, por un instante observó las rugosidades, las marcas naturales de la edad del alargado y lánguido rostro, de un hombre que ha vivido, expresadas cada vez que su boca se movía al masticar con discreción la comida o sus párpados y frente se movían absorbiendo las respuestas de su compañera de mesa. Sus glaciales y somnolientos ojos seguían serenos, insensibles, impasibles aunque muy escrutadores de vez en cuando, buscando el escote, apenas accesible, de la mujer. Su rostro era tan impenetrable como un muro angosto.

-Pero créame, antes de irme en esos dias procure dejar todas mis cosas en orden, pude atender a mis pacientes y reasigne las citas y todo lo necesario para evitar los contratiempos –explicó con una natural y hechiza mueca de candidez.

-Entiendo. Sabe, no es tan grave, asi que no se preocupe demasiado Sandra  -pronunció el experimentado hombre mientras daba un trago a su copa. –Lo que sucede, es que hubo alguna queja.

-¿Algun paciente? –emitió con alarma la dulce voz femenina -Por que si es asi yo misma puedo ir a disculparme con el paciente y…

-No, ningún paciente, no exagere. Nadie sin importancia, es solo que me lo reportó el sábado. Quise venir ayer pero estuve ocupado casi todo el dia. Como titular del… sistema de salud, digamoslo asi, de todo esta región, pues tengo que estar al pendiente de todos estos asuntos. Que si no hay vacunas, que si hay que ie a un pueblo por alguna urgencia, que si algun medico no hace su trabajo, en fin, cosas como esas…

Sandra se sintió un poco abochornada al sentirse culpable de su cualidad como responsable de su trabajo, mantenía su singular boquita masticando con leve mímica.

-Mire le voy a ser honesto. En lo personal este tipo de asuntos, al menos que sean graves, no hago mas que dejarlos pasar ps para evitar problemas que no necesito. Claro que con usted Sandra jamas lo tendría, quiero pensar jaja

Ella sonrio con recelo acompañando la actitud que parecía bromista de un hombre de escrúpulos detectables a una visión aguda.

-Solo le dire lo que ya sabe. Y si no, bueno, pues le digo que a la próxima me avise para que yo también este enterado, ya sabe, por cualquier justificación que tenga que hacer. Luego la gente es chismosa en este pueblo, mas no se alarme Sandra, confio en que asi como es hermosa, es asi tambien de responsable.

-Muchas gracias –pronuncio con elevado sonrojo al recibir el reciente enunciado de galantería. –Le prometo que la próxima vez le avisare. Le ofrezco una disculpa porque no considere necesario hacerlo, es que, bueno, crei que habia dejado todo en orden.

-No se preocupe, como le vuelvo a decir, no es nada grave. Además, veámosle el lado positivo a la cosa: ha sido una oportunidad para disfrutar de su compañía Sandra. Vamos, no se sonroje, solo estoy diciendo la verdad. Siempre será un placer estar con una mujer tan hermosa –declaró con voz penetrante y ojos sagaces directos hacia ella. –Su esposo es muy afortunado, ¿sabe cuántos quisieran estar en su lugar? Incluyéndome, como no, jeje.

La mujer rio con nerviosismo para sí misma y para el que cuando reía de cierta manera parecía perder ciertos bríos y se asomaba un ser temible. Las palabras se perdieron en su cabeza y no había manera de dictar agradecimiento o fluida recriminación, es solo que se hallaba incomoda ante un hombre de un carácter bien llevado.

-O usted que piensa mujer.

-Ah, no lo sé, ósea, ¿de qué? ¿Qué debería pensar?

-Bueno, de usted misma, de lo que representa. Usted es muy bella, y rara vez se ve en estos lugares a una mujer como usted que además de que es hermosa, es también tan agradable. He oído buenas cosas de usted, muchos la admiran, hasta me felicitan por haberla traído. No los saco de su error pues porque me gusta que crean que yo les di ese placer a todo mundo para que pudieran, deleitarse con usted, jeje, espero no le moleste pero me gusta que piensen así.

-Hm… bueno no sé qué decir. No sabía eso. Es bueno saberlo jeje.

-Es inevitable colega, ¿no me diga que no se da cuenta?

-Pues… ¿de qué?

-¿Se acuerda lo que le dije la otra vez?

-Bueno, hablamos de muchas cosas.

-Sobre que aprenda a disfrutar mujer. ¿Sabe cuántas mujeres quisieran ser como usted? Muchísimas. Usted tiene unas cualidades de sobra. Explótelas de vez en cuando, disfrute de la vida Sandra. ¿Entiende lo que le digo?

-Pues, más o menos, es que bueno no estoy acostumbrada a… no se…

-A que, ¿a expresar su sensualidad? Todas las mujeres lo hacen de algún modo y nosotros los hombres ps por supuesto que lo agradecemos, porque lo bello de la vida, mi querida colega, se aprecia, se disfruta con todo, y a veces se explota. ¿Ve a nuestro alrededor? Le gusta este lugar ¿cierto? Usted me lo ha dicho de lo fantástico que es vivir aquí.

-Si claro. Me encanta este lugar.

-Pues ve, no se esconde ¿o sí? se deja ver, admirar por todos, hasta explorar como le digo. Y todos pasan y dicen, no ps que padre y todo eso. No hay que ignorar lo que está claro pues. Y ps si usted se lo permite, encontrara el placer que eso significa. ¿Comprende?

-Creo comprenderlo pero, bueno… eh… mejor platiquemos de otra cosa, ¿quiere?

El hombre complació a la casada, hablaron de cosas insustanciales entre silencios incomodos por palabras y frases que le ayudaron por espacios muy breves. Sandra comprendió lo evidente, que aquel medico también la veía de ese modo, a pesar de encontrar en él un regocijo cultural, también le hacía notar, de modo sutil pero bien marcado, el natural deseo que era imposible dejar de lado.

Ella se resignó, era imposible luchar con eso y exclamar quejas no era su estilo y seguro nunca lo serian.

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Es curioso que a un individuo se le dice repetitivamente, en un momento crucial, de duda o de debilidad, la persona empieza a creer su rol o dependencia, lo que le impulsa ser o a hacer,  incluso llega a destacar, pero, claro, es cuestión importante de un buen emisor, raudo en admiración y de confianza.

Así, si se alinean un buen tiempo, un espacio propicio y unos protagonistas con un desarrollo muy fortuito, aquella persona terminara por lograrlo o, en su defecto, fracasar.  En ambos casos, alguien, aquel que mira al protagonista, al que insiste en impulsos, o tan solo es un imperfecto observador, aplaude y se regocija ante el resultado final, momentáneo o definitivo.

Sandra se sentía, ahora, mayormente convencida de lo que realmente representaba para un pueblo como este, particularmente, en las figuras masculinas, tenía el infortunio de ser un símbolo sexual pero no podía evitarlo. Entonces debía aprender a vivir con eso, a sobreponer su valor y luchar, al mismo tiempo, contra el valor visual que imponía su belleza. Todos y todo la convenía a ¿someterse? Tal vez se precipitaba a pensar así pero no había tenido la necesidad de profundizar en el tema. La ignorancia aniquila en momentos en los que es mejor ignorar, curiosamente.

Algunas sensaciones, trepadoras ramas serpenteadas aferradas como única opción vital, que la recorrían en forma de pensamientos, le provocaron aducir que todo aquello le era reconfortante, un orgullo acrecía o aparecía, como un volcán que yace dormido, y que por razones de desorden natural, se empieza a encender, ha comenzado a vivir, a mostrar su múltiple y desbordante poderío. Algunos temerán, otros gozaran el esplendor máximo de la muestra de los dioses.

Como sea, Sandra no podía aceptarlo por mucho tiempo, eran apenas escasas  las  cavilaciones y las sensaciones de éxtasis, porque rápidamente lo ha relacionado al trio de desagradables y muy poco agraciados sujetos y eso no está del todo bien cuando llega al punto de imaginar los toqueteos, las miradas o las insinuaciones y eso demuestra  entonces  que le ha gustado o que falta nada para gustarle. Si no, ¿porque algunos episodios se reproducían, además de en momentos vacilantes, en sus sueños húmedos?

Procuraba mejor ver la televisión o a pensar en el trabajo, a atender a su marido que le platicaba de los primeros días en el colegio y que había un nuevo compañero, de una virtual visita a la ciudad en las próximas vacaciones, algún ruido extraño en el coche, algunas cuentas que pagaría, en fin, cosas muy triviales pero que la distraían a su manera.

Ignoro con lasitud los varios mensajes posteriores de su amiga, luego de que Melanie empezó a preguntar sobre como marchaba el asunto en el que la habia encargado. Correspondió a situaciones típicas de amigas a distancia, sobre su arribo, las sensaciones después del viaje y los pormenores de su regreso, por supuesto eso era bienvenido, pero tener que platicar de, ahora, sus inquietudes y sensaciones con los eventos del trio varonil, más cuando Melanie le seguía insistiendo que tenía que actuar de manera atrevida y conveniente para resarcir daños, entonces no le era posible continuar la conversación porque terminaría perdiendo.

Aunque sus deseos en los días en que Melanie estuvo en la casa habían cesado, cosa que Sandra no dilucidó, tuvo un par de noches de sexo marital con el afortunado marido, no con la misma intensidad como aquellas, pero sin con un resultado parecido de una desgraciada insatisfacción, la cual omitía por natural y necesario respeto.

Hoy no tuvo que perdonar el escaso interés de su marido por hacer algo destacado en la cama, por el simple hecho de que no hubo sexo y acabaron por recostarse, ella siendo abrazada aunque pensando algunos minutos en lo que le inquietaba todavía: explotar su sensualidad, aprovecharse de eso, ayudar a los demás, ayudar a sus examigos, a sus pobre trabajadores, a regalarles alegrías. El sonido de un viento suave recorriendo su ventana la meció y quedo dormida.

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Si había un momento de superar sus flaquezas, de poner a prueba su determinación, era este, porque ya no debía, o podía, huir, así no  aprendió de las personas que admiraba.

Se acercó a la cocina, algo inusual y ridículo a esta hora, a pesar de ser dueña de la casa, para saludar a Lulú que dejaba todo listo, la comida por ejemplo, antes de marcharse y terminar su labor correspondiente. La jovencita incluso le hizo saber la extrañeza de su presencia con un clásico ‘que milagro’, que ella reviro con interiorismo y un tanto de broma. Platicaron un buen rato, la casada un poco nerviosa pues en cualquier momento aparecerían por ahí el trio de trabajadores.

En minutos, escucho las arrastradas voces de varios hombres, después unas sombras y finalmente las figuras nítidas, andrajosas, el paroxismo a la asimetría.

No importaba cuan sucios e imperfectos es que pudieran estar ahí, con expresión de asombro, gusto, regocijo sustancioso o miedo, en un muy rebuscado significado a algunas inferioridades, lo que importaba era el significado de cada uno de ellos en la vida de Sandra. Se notaba nerviosa, pero le alcanzo para responder al saludo apurado de cada uno de los sumisos hombres. También le hicieron saber la extrañeza de su aparición, haciéndola sentir como una invasora en un lugar que alguna vez fue suyo, de nuevo evocando el ‘que milagro’ y anunciando terribles actividades sobrenaturales por el suceso, ella afirmándolo aunque sin alcanzar a bromear del todo.

Ella pregunto lo obvio, ya terminaban y se irían a descansar. El silencio se hizo presente e incómodo, sus manos apretaban la mesa y se movían apenas, produciendo una débil rasguñadura, rápida y poco aguda. La luz de un sol que amenazaba con despedirse en unas horas, iluminaba por la ventana, las interminables facciones de la mujer, sus delgados y finos dedos, endosado en el anular, un brilloso anillo dorado, que rascaban una mejilla.

Martin intervino diciéndole algo sobre Rodrigo que ella respondió con un <-Sí. Ya regresó>

-¿Y qué tal estuvo su día? –pregunto Gilberto con discreción.

-Estuvo bien –estableció especulativa pues hasta el momento no había gestos irrespetuosos. – ¿Y el suyo don Gil?

El hombre hubiera brincado si fuese un niño, volvía a escuchar su nombre pronunciado por la voz de esa mujer, era un sublime regreso a la fantasía. Pronuncio lo propio, encantado, con una desalineada sonrisa que demostraba agradecimiento.

-Qué bueno, ya saben que dicen, hay que echarle ganas, jeje, ¿lo dije bien, verdad? –consulto mostrando la voz  que le salía tan natural y demostraba inocencia, pulcritud y, porque así se desea, sensualidad.

-Así mero señito –intervino Martin con una sonrisa mucho más animosa –hay que echarle ganas, no queda de otra pues.

-Bueno, mañana los veo, voy a terminar con unos… asuntos. Cuídense.

-Cuídese uste también –exclamo Fidencio.

-Claro don Fide –devolvió la hermosa mujer, que al escucharla, pareciera masturbar las mismas palabras.

Salió con paso lento, sin prisas, ya no tenía necesidad y de algún modo de sentía más sosegada, más ligera después de dejar caer el gran peso que soportaba, si bien no era como ir saludando a la vida de manera cordial, al menos se mostraba optimista de lo que se pudiera transcurrir.

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-¿Ya viste? Ya anda de buenas otra vez la mamasota, jaja –comento Martín mientras caminaban ya  afuera de la casa.

-Si cabron. Y que rica esta la condenada. Namas tu cabron, -dijo Fidencio con referencia a Martin -no la vayas a cagar otra vez con tus pendejadas, ya ves lo que dijo la otra putita, que es bien espantada la ricura esta. Y no queremos que se nos aleje otra vez.

-Pos yo pienso que hay que llevarla con calma, no vaya ser que se vuelva alebrestar –intervino Gilberto.

-Pos eso si cabron. Namas es cuestión de tiempo pa que caiga el pichoncito en la jaula jaja. Ah, ya verán, que rico va ser cuando le estemos dando duro –gruño en un altozano Fidencio, sintiéndose con nuevos bríos.

     

Continuaron platicando con sorna y languido respeto al referirse a la casada, se envolvían en regocijo potencializado, mientras se vanagloriaban de ese instante, en el hecho de que la habían vuelto a ver y ella les dirigía la palabra.

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El día viernes Sandra se ocupaba de cambiarse de ropa, recién llegaba del trabajo, ya no procuraba observar continuamente a nadie, se sentía con mayor calma, he ahí de sus movimientos, aunque hábiles, no procuraban alargarlos para tener un pretexto para no bajar y así evitar toparse con alguien.

-Seño Sandra –La voz que la sorprendía, y por la que dio un pequeño salto, era la de la singular jovencita Lulú quien venía a petición de don Fidencio que la requería  allá en donde se desarrollaban las obras para consultarle un detalle.

-Eh, dile a Rodrigo, es que estoy ocupada y todavía voy a bañarme, por favor Lulú.

Lulú notificó a Sandra que su marido no estaba, que el mismo había encargado que cualquier asunto lo resolviera su esposa pues tardaría una hora en el centro y que por eso había acudido a ella. Sandra titubeo pero no sabía cómo negarse, además era una buena manera para dar el voto de confianza, con su bondadosa forma de apreciar a las personas, ver que tan favorable le era el ambiente, pues eso era lo que quería de ahora en adelante. Se había prometido que ya no mostraría reticencias en su actitud, solo por iracundas decisiones, esta era su casa, ahí mismo habría que saber respetarse, aunque eran patentes las encrucijadas entre lo que podría dar a entender y lo que quiere que entiendan, se mostraría decisiva en la sutil disyuntiva, algo incierta en su modo de proceder, porque quizás no sabe cómo hacerlo, pero sabe a dónde quiere llegar con su incidencia.

En minutos llego a su cocina en donde Fidencio la estaba esperando, y como buena observadora en tiempo reciente, noto como el hombre la añoraba con la mirada, aunque era una cara seria, los enrojecidos ojos del hombre no mentían, incluso la hicieron compadecerse, admitiendo que cada cual guarda la bondad en sus corazones y que es solo sus necesidades las que le hacen actuar sin tantear las reglas no escritas del buen juicio.

Fidencio le pidió que le acompañara, luego de que ella le saludara con cierta amabilidad aun circunspecta, muy cuidadosa al expresarse también, y también le pregunto lo que requería. Llegaron al sitio, sin admitir nada más que palabras comunes de cortesía. Le explico que ya se iban pero que necesitaba consultar algunas cosas. Ahí Fidencio pregunto por unas cuestiones técnicas a las que Sandra apenas supo responder, pues lo cierto era que Fidencio pretendía un momento a solas con la mujer, por eso había aprovechado que estaban a solas, aprovechando que el resto de sus compañeros terminaran de acarrear algo de madera.

-Seño Sandra –hablo Fidencio con voz seria, mientras miraba las figuras ondulantes del cuerpo de la casada que se había arropado con un atuendo deportivo, dado el clima un poco nublado, que no permitía ver nada de carnes, pero que bien se imaginaban.

-Dígame don Fidencio –repico Sandra con voz inquisidora.

-No pos namas quería pedirle una disculpa.

-¿Y por qué la disculpa? –sonrió Sandra con curiosidad ante la declaración inusual.

-Es que pos me siento bien apenao. Mire uste ha sido a todo dar con nosotros y pos como que a últimas fechas como que pos ya no platica con nosotros. Pero creo que tuve la culpa, por lo que le dije la otra vez y ps por lo que lo del baile, no sé si se acuerda.

Sandra se sintió  intranquila, ahí se volvía sobrecogida por el ambiente, pero bastaba con poner atención en las palabras y la mirada lastimosa, bien fingida, del decrépito hombre, para sentirse una vez más conmovida. Más no hizo ningún aspaviento y con ello dio a entender que asentía lo último mencionado y permitió continuar al hombre.

-No pos, es que, es que, estuvo mal y no quiero que se enoje con nosotros pos como le digo uste nos cae a todo dar. Pero es que pos somos bien brutos, no estamos acostumbrados a ver tremendo mujerón por estos lares. Uste dispénseme, pero, es que esta cabron no echarle el ojo, y pos a lo mejor malinterprete y pos es que…

-Ya no diga mas –interrumpió la mujer con voz calma hallándose incomoda por la forma en que se expresaba el hombre, dado que pretendía lograr un cambio benéfico. –Sera mejor que dejemos las cosas como están, Rodrigo puede llegar y… hagamos como si no hubiera pasado nada y empecemos desde cero, ¿de acuerdo? Bueno si tal vez hallan algunas cosas ahí pero ustedes también me agradan.

Todo esto lo decía de manera sincera, finalmente Fidencio patrocino ese primer paso para un ambiente más cómodo y hacedero para ella, justo lo que contemplaba.

Esa conversación en la tarde, la había ganado de nuevo, justo como lo pretendió con gran malicia el codicioso Fidencio. Cuánta razón había tenido al contemplarlos desde su alma bondadosa, esa disculpa era muestra fiel de ello. Tal vez no era la mejor de las disculpas, el lenguaje le era algo desastroso, irrespetuoso lógicamente, pero siendo tan comprensible, entendió que esa era una manera de hablar muy arraigada por las escasas instrucciones culturales, entonces si pretendía volver hacerse de una amistad no tendría por qué recaer en detalles insalvables y tan confrontables que enganchan a los impacientes. Tampoco es que se fuera a poner a la par, eso sería algo imposible dado la alta academia que había comprendido, pero la tolerancia, como uno de sus firmes valores, tenía que ayudarla  saber fluctuar en ese ambiente.

Y entonces, se cuestionaba, ¿aun sería factible actuar usando su sensualidad, mostrar su poder de manipulación? Tal vez ya no, pues era obvio que el giro ahora le era favorable, ignorando completamente porque se había dado de ese modo.

El sentido orgánico de las cosas la volvía a acometer, tendría una predestinación que no conocía, al igual que esas circunstancias que la ayudarían a salir o a introducirse más en ella.

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Luego de haber recibido a su compadre Eleuterio, peculiarmente el primero y único que tenía en su vida, Sandra volvía a anotar a otro en la interminable lista. El señor Mendoza, quien parecía agitado como si hubiera subido una extensa colina, sudando y exhalando continuamente. Sandra le atendió y lo insto a sentarse y recobrar la calma. Pregunto por sus ahijados a los cuales no había visto últimamente, lamentándose por eso. El venía a ver al marido de la mujer pero en esa tarde de sábado, Rodrigo aun no llegaba, tuvo que viajar a Las Villas por asuntos estrictos de su trabajo en aquel día sábado, por lo que tuvo ella misma que encargarse de su compadre quien solicitaba una especie de préstamo, que argullo urgente luego de explicaciones forzadas, el cual ella accedió con natural amabilidad y diligencia, al no ser una cantidad elevada.

Ahora que se mantenía atenta, noto como el hombre con ojos ufanos, su compadre, no dejaba de ver, sin mucho disimulo, sus descubiertas piernas al llevar esa falda de satín que cubría hasta el inicio de sus rodillas pero ella al cruzar las piernas, se hendía esa falda, porque su fabricación así lo permitía, e involuntariamente tenía que mostrar alguna parte de sus blancos muslos, incluso parecía que a veces ese ojo izquierdo maltrecho del hombre se abría y recobraba un estado saludable. El hombre disfrutaba del espectáculo que la entaconada mujer le mostraba por espacio de segundos o menos. Sandra admitió las reacciones, las estudio y para comprobar, según ella, realizaba esos discretos movimientos y confirmaba lo dicho por tantas y tantas personas.

A fin de cuentas, esas actitudes le parecían más que inofensivas, pero lo curioso es que, después de considerarlo como una especie de experimento, ya empezaba a participar en ellas. En lo que podría suceder, no se ponía a pensar demasiado en eso, era solo el hecho demostrativo y necio de su parte por comprobar lo evidente.

Todo mundo es imperfecto y se dice que todos son iguales, que al final todos terminaran de la misma manera y en el cuerpo, por más exaltante que pueda ser, acabara en un mismo foso. Lo esencial no es el empezar o terminar, sino potencializar la existencia. Por eso, una mujer es ideal porque tiene los defectos correctos.

Los horas pasaron y Rodrigo no había venido por lo que habría ella misma que atender a sus trabajadores y, por indicaciones previsoras de su marido, entregarles su paga.

Sus nervios, ya no tan exaltados como días anteriores, se mantenían serenos. Cuando aparecieron sonriendo y relajados luego de terminar el trabajo, se veían tranquilos, no empezaron a mironearla como hubiese supuesto. Tampoco se había propuesto a ser imán de ojos libidinosos. Se vistió con un atuendo deportivo, pues pretendía hacer un poco de ejercicio, pero el atuendo era ajustado a sus curvas y por más que quisiera, una que otra mirada no podía evitar.

Ellos se comportaban por jactanciosa convicción mas no por total convencimiento,  hasta el punto de parecer tipos educados y serviciales de toda la vida, por lo que Sandra se sintió mucho más cómoda al tenerlos de frente mientras les pagaba. Lulú y su tío fueron los primero en irse despidiéndose animados y declarando el ‘hasta mañana. Mientras que el otro par, platicaba con Sandra de forma animada de los asuntos fútiles del día y de la semana, nada en que exasperarse, poner demasiada atención y era solo denotar los detalles curiosos y confirmar obviedades.

De pronto el teléfono sonó con timbre monofónico, impertinente para los hombres, y la mujer corrió a atender. Era su marido que hablaba con calma y una voz resignada. Le empezó a explicar que había tenido un contratiempo en las oficinas regionales con algunos burócratas y que para aumentar su desastroso día la carretera estaba cerrada por una especie de manifestación popular que evitaba el tránsito. Y no sabía hasta que hora regresaría, que había tenido casi que volver a Las Villas para encontrar señal de teléfono y así poder notificarla.

El calculó que todo este caos, según lo que le habían contado los pobladores, acabaría ya muy tarde o incluso hasta el siguiente día, por lo que su arribo era incierto y estaba preocupado más que nada por ella, su esposa. Entonces le dijo que le dijera a Lulú para que se quedara en la casa con ella para hacerle compañía mientras llegaba.

-Oh –musito la mujer, volteando a ver hacia alguna parte de la casa y recordando que Lulú ya se había ido –Ah, no te preocupes cariño, puedo quedarme sola.

-No Sandra, por favor. Prefiero que Lulú este contigo porque así me sentiré más tranquilo.

-Es que, ella ya se fue y… -dijo mientras volteo a ver al par de hombres que parecían atentos a su conversación, entonces comprendió que había recitado palabras reveladoras e indiscretas a los oídos de estos hombres.

-¿Escuchaste Sandra?

-¿Que? –exclamo la mujer que se había perdido de las últimas palabras de su hombre al estar pensando en algo que tal vez sería una locura. –Eh sí, no te preocupes cariño, no me quedare sola.

-Muy bien amor –resoplo la voz al otro lado del auricular. –Tratare de hacer todo lo posible por llegar temprano, esto es terrible, pero ya ves, así me gusta y bueno, jeje. Lo bueno es que tú me comprendes.

-Si miamor. Cuídate por favor.

-Tú cuídate más mi vida. Un beso miamor. Al rato nos vemos.

-¡Muack! –expresó con orgullo altivo la amorosa y fiel esposa –Aquí te espero ¿ok? Cuídate por favor.

Los hombres habían medio entendido lo que había transcurrido durante esa llamada, lo único que si resalto fue el que Sandra estaría sola o  algo parecido, nada explicito porque tal vez se malentendería, pero que preciso seria que fuera verdad.

Sandra se acercó a todos ellos sonriéndoles con afabilidad y ternura nata, aunque un tanto desvaída al pensar en la situación de su querido esposo.

-Oigan, am… es curioso, pero nunca he ido a casa de Lulú. Jeje y bueno, es que necesito hablar con ella.

-¿Pa que o qué? Si quiere yo le paso el recado orita que voy por ese lado –hablo Fidencio con curiosidad.

-Bueno, hmm… -musito con vacilante duda, -eh, es que quería saber si ella podría venir. Bueno, hace rato estaba pero… Rodrigo apenas me llamo y...

-¿Esta bien el patrón? –pregunto con fingida preocupación Fidencio.

-Sí, osea, es que se quedó atorado en Las Villas por una manifestación o algo así y no hay paso en la carretera.

-De seguro son esos hijos de la chingada de Cotla. Son puros pleitistas esos huevones –refunfuño Martin.

Sandra solo atino a sonreír a tan incauto comentario.

-Bueno. Como sea, él no puede venir ahorita, va a llegar más tarde, en la noche y me recomendó que me quedara con Lulú por lo mientras. Por eso quería saber dónde vive para avisarle y que estuviera un rato conmigo.

-No se preocupe patrona. Orita le avisamos a la chamaca pa que se venga con usted. Todavía es temprano así que no hay pierde. –exponía Fidencio con astucia y prontitud tratando de vigilar a Martin que con seguro impulso, podría echar todo a perder. -Ora que si no puede pos nos venimos nosotros, jeje, pa que no se quede solita.

El comentario salió a exponerse como vacilante por lo que los presentes rieron, Sandra un poco exacerbada, pero prefirió no desentonar.

-Sí, bueno, amm… yo creo que Lulú vendrá. Gracias por hacerme ese favor.

-Ya sabe que estamos, pa lo que necesite señito.

Después de que los hombres se habían retirado, Sandra quedo un poco soliviantada por haberse expuesto y establecer que estaría vulnerable. Entonces calculaba que tan mal había hecho al detallar a los hombres esa condición. Ya se ha dicho, incontables veces, que Sandra tiene un gran sentimiento hacia las personas y las respeta en amplias condiciones, pero, tal vez los contiguos incidentes, inevitablemente le hacían dudar acerca del valor de las personas. ¿Y qué tal si venían esos hombres y la asaltaban o peor aún abusaban de ella? ¿Se aprovecharían de ella? Eso sería terrible pero, ¿sería posible? ¿Estos hombres serían capaces? No, enunciaba de fehaciente forma, porque se supone que ha reactivado las líneas de la cordialidad, además ella confiaba aun en la integridad de las personas de pueblo, que tienen valores más precisos, más arraigados y poco imprudentes, a base de disciplinada formación de valores, que muchas veces es mejor obligarlas que sugerirlas. En cambio, alguien de la ciudad, que se ha expuesto a gran cantidad de informaciones terribles, condicionantes y que se vuelven psicosomáticas y hacen al portador, de estas vicisitudes, un arma letal, una persona victimaria y que en momentos inermes no dudara en atacar. Entonces, ¿por qué se sentía preocupada?

Era algo natural, siendo una mujer que nunca padeció la necesidad de enfrentar batallas adversas, pánico, contextos inseguros o irascibles; era obvio que tendería a sentirse de ese modo. Consistía en una preocupación natural, que, recalcando, no habría tenido la necesidad de sentir en otros recientes momentos.

Esperaba a la joven Lulú, pero esta no aparecía. Tal vez se precipitaba en esperarla. Se distrajo haciendo ejercicio, tomándose un baño, probando y cambiándose de ropa y revisando unos artículos en un deplorable internet en ese momento. Pensó incluso en llamar a su comadre, como una opción loable y oportuna, ya que era su vecina más cercana, pero recordó que no estaba, su compadre en la mañana se lo especificaba y volverían hasta el siguiente día. De alguna manera todo se conjuntaba para dejarla, por así decirlo, en posición de jaque.

Las horas pasaron y su preocupación acrecentó, como era lo normal. Veía la televisión sin mucha atención, entonces miraba constantemente por la ventana, la brumosa oscuridad ocupaba las múltiples extensiones, de allí a la distancia. Encendió las luces para procurar la vigilia y seguir esperando. Marcó el número de Rodrigo pero no respondió, seguramente estaba en un área donde la señal era inaccesible, como se lo había advertido horas antes, pero tal vez habría una brecha accesible y si seguía insistiendo, encontraría la voz de su amado marido y el anhelado aviso de su llegada, su adorada salvación.

Eran casi las ocho de la noche, cuando el timbre la casa se escuchó. Sandra sintió latir su corazón a prisa, ella misma se movía con ánimo reticente. Exhalo y, como le era inevitable, fue a atender el llamado. Reviso por la ventana y diviso las sombras de figuras masculinas. Eso la puso en alerta y dudo en abrir. Podía ir a encerrarse y asegurarse en algún espacio. -relato una fuerte voz interior, en donde encontraba incierta fortaleza.

-¡¿Quién?! –requirió Sandra desde su posición detrás de la puerta.

-¡Somos nosotros! este, Fidencio y el Martin. Venimos a verla a uste porque no encontramos a la Lulú hace rato.

Los viejos ni siquiera se ocuparon en avisar a la joven que hacia las labores domésticas de la casa, simplemente, ignoraron la petición de la mujer, para ellos resultaba más fácil hacer ese favor de acompañarla y aprovechar el oportunísimo momento, la inigualable situación y pasar una buena velada con la hermosa mujer de su patrón.

Tenían grandes expectativas de lo que podría pasar y desde que notaron que la mujer simplemente no omitió en decir lo que pasaba, fue como una señal, una especie de invitación, a la cual ni locos rechazarían.

La puerta tardo en abrirse y a sus ojos se mostraba la dulce y rubicunda mujer, ajena, casada. Lucia radiante, con una cara fresca y regocijante que sin maquillar lucia aun espectacularmente las facciones simétricas de una bien agraciada chica caucásica. Se cubría con una corta  bata de color marrón   e  indudablemente por debajo de esta, ligeras prendas apenas, con fortuna, la arropaban. Así era fácil apreciar sus piernas, de piel suave y blanca, hasta una pequeñísima porción de sus muslos. Acomodo con gran sutileza algunos mechones que caían desordenados por sus hombros, llevándolos hacia su lado izquierdo y exponiendo su largo cuello en el movimiento, haciéndola lucir relajada, serena, aunque sus ojitos representaban la mirada de una felina que está a la potencial defensiva.

No se podría decir nada diferente de ellos. Ambas partes se hallaban nerviosas, claro que una de esas partes poseía una seguridad más desarrollada, al conocer lo que pretendían, al menos dilucidarlo.

Sus rosados labios se entreabrieron para saludarlos, con voz trémula, dándoles las buenas noches y pidiendo, en sí, la explicación de la imposibilidad de Lulú.

Fidencio explico que la casa de Lulú quedaba pasando el centro y que ellos se les había antojado tomarse unas copas, que el tiempo se les paso y cuando llegaron con la sobrina de Gilberto, ella no estaba, que seguro se había ido con sus otros tíos o algo parecido y no llegaría hasta más tarde. Y al final pues el recado nunca llego y ellos, en su preocupación, habían tenido a bien de pensar en acompañarla mientras llegaba el patrón.

Sandra previamente cayó en la probabilidad de ser condescendiente para evitarse problemas, pues si estos habían bebido, seguramente podrían estar ya ebrios y posteriormente podrían alterarse, ante una posible actitud repulsiva de parte de ella. Por eso no iba a caer en el histrionismo de mandarlos por dónde venían y acusarlos de no haber hecho bien el favor, sería muy estúpido de su parte, pensó, no había nadie quien la pudiera socorrer, así que lo mejor sería sobrellevar el asunto hasta que Rodrigo pudiera aparecer.

Las condicionantes estaban escritas, pero eran indemnes.  Y es que de un lado se exageraban, con natural razón, pues del otro, humildemente, se hallaban a la expectativa y  no planeaban alguna desmedida maquinación, aunque las líneas ambiciosas eran ya desde hace tiempo muy claras. 

-Bueno. Ni modo. Total, Rodrigo ya viene, según me ha dicho, hace rato me comunique con él y dice que ya viene.

-Pos ojala porque según me conto un cabron que están rejegos los canijos, ya hasta mandaron a traer la policía del estado –estableció Martin de inmediato y con fuerza tratando de convencerla de lo mal del asunto.

Sandra se rasco levemente la cabeza y luego jugueteo con un mecho de su castaño pelo.

-Vaya. No creí que fuera tan grave.

-Sí, no es de siempre pero pos cuando uno se pone necio, pos se pone necio. Me imagino que anda preocupada por el patrón. Pero no se preocupe, ya vera que esos canijos van a soltar el camino –menciono Fidencio para calmar las ansias de una mujer ligeramente acongojada.

-O quien sabe, ya ves que mandaron traer la policía y como que puede empiorar todo –menciono inoportuno Martin.

-No haga caso patrona. Ya vera que no pasa nada jeje –busco reconfortar con una sonrisa desalineada el tosco hombre -Pero pos por lo mientras la acompañamos, pa que no esté solita, como ve.

Sandra tuvo que aceptar la sugerencia, total no se sabía fuerte para detenerles y mandarlos de regreso a sus casas. Era muy débil para luchar contra tipos como esos, estimaba sin profundizar, por lo que les abrió la puerta y los insto a tomar asiento en la sala que ya bien conocían.

-¿Ya cenaron? –pregunto con amabilidad la casada

-No, yo no –respondió Martin rápidamente.

-Yo tampoco –convino Fidencio. –Con eso de que anduve ahí un rato tomándome una copitas y luego viendo lo de Lulú, ya no me dio tiempo, porque me preocupaba por usted. Por eso mejor le dije a mi ñora que primero venia atender este asunto.

-Bueno, entonces si gustan pasemos a la cocina y les invito y así cenamos todos juntos. Yo tampoco he cenado, por cierto.

-Sí, sí. ¡Vamos! –exclamo Martin con gran alegría de poder probar una rica comida, inusual en su triste vida de soltero, y que apreciaba por esa inigualable compañía de la casada.

Sandra los atendía como buena ama de casa, procurando que tuvieran todo al alcance y disfrutaran de un rico guisado. Ellos saboreaban, además de la comida que por cierto había preparado Lulú, de esa manera en la que, según ellos, una hembra debe comportarse al atender al marido, por eso y más es que la sobrestimaban. Entre tanto, platicaban manteniéndose en los límites amistosos que tendría cualquier grupo de buenos conocidos, discutiendo, por ejemplo, de los asuntos que llevaron a cerrar ese tramo de la carretera, de las injusticias que sufría la gente pobre por parte de los burócratas gubernamentales, situación que hizo compadecer a Sandra, al entender que este era un mal muy constante.

Luego de la cena, ella les invito a pasar de nuevo a una sala y que por lo mientras vieran la televisión mientras ella terminaría de recoger su cocina. Ambos obedecieron como niños obedientes, seguramente comentando, a expensas de la casada, lo obvio de su belleza y discutiendo como le harían para encamársela si era posible, en ese instante. Sentían remordimientos, claro, pero en lo más profundo habían crecido en ambientes machistas y considerar a las mujeres como débiles o sumisas era el orden natural de las cosas.

Luego de un buen rato, ya casi dando las diez, Sandra se unió a ellos, contumacia nocturna, con calma y soltura. Fidencio consulto si no tenía algunas cervezas y así pasarla más a gusto, cosa que Sandra no negó y pronto fue por ellas. Les entrego sus bebidas, ellos reclamaron porque ella no traía la suya, y después de insistencias, hizo lo propio y pronto se tomaba un poco en un vaso. Fidencio entonces le mostro una singular botella, con un líquido que reconoció de inmediato.

-Se lo traje ora sí que pa uste. Supongo que ya se le acabo el que le di esa vez.

Ella volvió a sentirse objeto de los deseos de esos hombres, lo que la había pausado, pero si se ponía exasperada en ese momento, tal vez reaccionarían de mala manera.

-Sí, aún tengo un poco por ahí. Me lo tomo, eh, ya sabe, poco a poco. Gracias, lo guardare en el refri.

-Tómese un poco de una vez, pa que lo guarda. Le caerá bien a su cuerpecito jeje –insto Martin con totales pretensiones.

-No, este, luego. Es que, osea, es que luego esto me pone muy activa y siendo de noche pues no es conveniente jeje –carraspeo la mujer con aire inquieto.

-No. También ayuda pa que agarre bonito el sueño –replico Martin. –Ándele aunque sea un poco, a ver, deme.

Le arrebato el frasco y  vacío un poco en un vaso, que la casada había traído para que tomaran sus cervezas, que él no había ocupado.

-Ándele. Tómese esta, ya vera como le va a caer bien, es bueno para después de cenar.

Ella hubiese querido decirles que hicieran lo mismo, pero sabiendo que si a ella la alteraban, con ellos seguro tendría un efecto parecido y lo contraproducente tomaría lugar. Someterse ella y sabiendo, inciertamente, que solo se trataba de autocontrol, decidió complacer a sus ‘amigos’.

-Eeeeeso es. Mas, mas –animaba emocionado Martin -Eso. Tómele todo. Todo.

La mujer pasaba por su garganta ese dulce líquido, de un aroma fuerte, muy parecido al vino tinto. Era fácil disfrutarlo y en cierto punto era adictivo. Se permitió beber poco más de la mitad de lo que le habían servido y con eso creyó suficiente.

-¿Verda que esta bueno?

-Sí, sabe muy rico. Gracias por haberme traído un poco más.

-Lo que sea por usted mi guapa patrona –rio impetuoso un muy atento Martin que había tomado el mando de la conversación y quería hacerla sucumbir de una vez por todas.

Sandra encontró la situación un poco desagradable, tanto los gestos, las palabras, los ademanes, esto se conducía por el lado desacertado, el que quería evitar, pero de lejos solo se estaba mintiendo.

Cuantas opciones, las rosas son multicolores por alguna razón.

Ahora bien, Sandra convenía la acepción de prontitud, necesitaba actuar con cautela antes de que cualquier grado enervación se hiciera presente.

-Ok. Creo que iré a recostarme, tengo un poco de sueño.

-No se vaya todavía -apuro a decir Fidencio. -Todavía es temprano. Además mañana es domingo y uno se puede levantar más tarde.

-Pues sí pero, no sé, estoy como cansada.

-No señito Sandra, quédese, vamos a platicar un ratito y ps pasarla mientras llega el patrón.

Ella comenzaba a sentir un grado relativo de sensaciones íntimas que ironicamente la amenazaban al ser placenteras. Entendía que tenía que estar alejada, claramente eso era lo obvio, pero tal vez si se precipitaba, cometería un error, podría ser sometida en instantes y en ese instante no tendría alguna salida próspera. Cuanto deseaba que Rodrigo hiciera su salvadora aparición de una vez por todas.

Las sensaciones acrecentaban y se tomaban el tiempo para instalarse con comodidad. Al parecer la forma que empezaba a sopesar las razones, comenzaba a ofuscarse y tendía a verse inmiscuida en sus propias debilidades.

-Está bien, -dijo con intento de ánimo displicente –me quedare un ratito ¿ok? Y bueno…

-Si patrona, namas traiganos otras ¿no? –hablo Martin con aire autoritario –Pa seguir la plática jeje.

-De acuerdo. Si –contesto la mujer que no pensaba  bien y  accedía casi de inmediato a la exigencia. -Ahora vuelvo.

En minutos estaba de vuelta, nuevamente arrepentida porque, pensó, les estaba ayudando al traerles bebidas embriagantes, pues esto contribuiría en alterarles la consciencia y quien sabe a que mas. Si no hizo caso omiso es bien por su natural comportamiento sumiso y servicial, y el análisis factible de una contra por parte de los viejos.

Tomaron sus respectivas bebidas, ella bebia intranquila un poco de jugo de naranja había traído para sí misma. Empezaron a platicar sobre otra cantidad de asuntos nada trascendentes, pero que buscaban entretener. Ella procuraba alargar las líneas de la conversación, indagando detalles innecesarios de recabar e interfiriendo cuando se referían a ella, de una particular y insinuante manera, a la que bañaban de alabanzas.

Los otros no hacían caso a la televisión que se hallaba encendida desde hacía rato, respondían y miraban el constante cambio de posiciones de la mujer, la manera en que movía los labios al hablar, la incansable forma de mostrarse primorosa y la altivez de su dulce y melodiosa voz, curiosa y demasiado simpática.

Sandra trataba de mantenerse estable cosa, que apenas podía. Lo que si es que el tiempo lo había prolongado a su favor, pero Rodrigo no aparecía y tal vez faltaría mucho para que llegara. En varios momentos intentó llamarle, pero de nuevo nadie respondió. Los otros la envolvieron con palabras de resignación y  tranquilizadoras, prometiéndole que el pronto llegaría y que no pasaría nada hasta su llegada.

-Bueno, ah, –interrumpio con esa esquisita voz, inconfundible la mujer casada -les parece si vemos alguna película… o jugamos a algo.

-¿A que podemos jugar?

-Ay, bueno… déjenme pensar… tenemos un dominó –dijo después de un extendido tiempo en el que exploro posibilidades propias para un momento como este. -¿Podríamos jugar con eso? ¿Qué les parece?

-No pos, esta buena la idea –menciono Fidencio.

-Bien. Iré por, por las fichas –hablo dejando al par de hombres que se frotaban las manos, Martin consultaba como buen secundado y Fidencio le urgía a que aguardara todavía.

Luego de llegar con las fichas, las cuales guardaban en un mueble en una recámara contigua por lo que no tardó en su regreso, empezaron a jugar, desarrollándose de un modo semi lento, los otros mencionaban de vez en cuando algunos detalles sin importancia acerca de anécdotas pero que sobrellevaban el silencio.

-Oiga –concurrió Martín -¿Y el que pierda qué? El que quede al último.

Que le hacemos.

-Am… -Sandra le sonrió, rascándose la cabeza, al sentir que a ella era orientada la pregunta. –No lo sé, no se me ocurre algo en particular.

-Yo pienso que le demos un castigo ¿no? –sugirió rápidamente Fidencio.

-Taria bueno.

-Sí, supongo que sí, es una buena idea –convino una acalorada Sandra que sentía que la bata ya le estorbaba pero por pudor no se lo quitaba.

Habiendo convenido, la primera ronda, por así decirlo, termino y Martín resultaba perdedor para infortunio del mismo y, evidentemente, de su compadre. De castigo, a petición de ambos Sandra elegiría, ella  opto  por pedirle a Martin, después de pensarlo vagamente, que contara un chiste, el cual el viejo conto sin viva gracia. En el segundo turno volvió a perder y para un tercero Fidencio sucumbiría, enojado por dentro, pero que tan solo mostraba su fastidio moviendo y maldiciendo las fichas. Ambos cumplieron un reto simplón y la cosa no quedaba más que en risas fastidiadas.

Fidencio tenía grandes ganas de agarrarla y poseerla con intensidad, pero ni como expresarlas con coherencia. La mujer, aunque inquieta, no daba signos claros de flaqueza, además la suerte corría de su lado, aunado el tiempo que pasaba y si todo era afortunado como hasta ahora para ella, el marido aparecería y esa noche acabaría sin nada grandioso que contar al día siguiente.

Sandra hizo caso omiso de alguna reacción de hastío,  a pesar de notar actitudes propias, que incluso la incomodaban advirtiendo que todo se desbarataría en su contra.  Por eso les regalo una clásica sonrisa reconfortante, para aliñarlos a un cómodo momento,  la cual aceptaron como una buena compensación.

A estas alturas ya no soportaba el incremento de su temperatura corporal e inevitablemente se quitó la bonita y decorada bata.: vestía una blusa, ligera, de tirantes delgados, que trasparentaba un sujetador color rosa tenue, con detalles de encaje en color blanco y que levantaba con majestuosidad el par de sendos pechos que se dibujaban en el escote asombroso que permitía su accesible prenda superior. También se cubría con un short pequeño de color rosa, con un par de franjas laterales de color blanco, que eran tan solo suficientes para abarcar su intimidad y una pequeña porción de sus muslos  y, que por lo demás, todo se exponía nítido a los ojos de su animado público.

Las pantuflas desentonaban, por así decirlo, pero no restaba ningún mérito importante para seguir valorándola lozana, virtuosa, perfecta.

Vestir de esa manera no era a propósito de algo o de alguien, es solamente que ella se determinaba siempre en la comodidad absoluta y más estando en la calidez de su hogar, incluso había sido poco generosa, pues normalmente ni siquiera usaría sujetador y andaría solamente así, transparentando sus redondos senos, sus puntiagudos pezones. Que los hombres aquellos llegaran no es que no lo hubiera previsto, la situación era que no pretendió de tal modo estar con ellos hasta ese momento y menos haber tenido que quitarse la bata, porque queda claro que los hombres disfrutaban absortos el espectáculo, sin procurar el actual juego hasta que ella se los advirtió, que también se perdió en el juego de miradas en las que siempre perdía intimidada y solo le quedaba tratar de parecer calmada, algo casi imposible debido a sus calores íntimos, pero era admirable saberla capaz de vencer las tentativas.

Para la cuarta ronda, entre risas y tragos, platicas y un estado más animado en el que Sandra participaba con más interés, fue ella quien perdería, sucediendo el momento muchísimo tan esperado para el par de hombres. Reían con carcajadas cortas, fuertes y lúbricas. Sandra rio, acoplándose al momento pero lamentando su pequeña derrota.

-Pos yo digo –expuso Fidencio tanteando el momento, –que de castigo… nos... Nos eche una bailadita. ¡¿Eh?! Un buen baile como castigo, ya le toca ¿eeeh?, jeje.

Sandra tomo el asunto con calma, de hecho le pareció algo loable y divertido, era algo que gustaba hacer, mas pensando razonablemente, conocía que el contexto no era el idóneo para hacer tales 'presentaciones', pero como ya era parte activa del momento y no la estaba pasando tan mal como todo podría pintar al principio, además de que todo lo había sobrellevado con sutileza, sin descontrol, ni algún indicio de un posible desastre, aceptó la demanda, con reticencia no patentada, el reto que tenía como castigo.

Se puso de pie, nerviosa, como era de esperarse, con movimientos lentos e indecisos. Les pidió sugerencias sobre el tipo de baile que protagonizaría y ellos sugirieron tan solo un ‘algo bueno’ que significaba mucho y significaba nada.

Advirtió que sería solo una canción, ellos aceptaron sin chistar, solo querían que se diera prisa a mostrar sus encantos. Se dirigió hacia el aparato reproductor de música y selecciono una canción, que recordaba le era afín y apostaba que les gustaría a los albañiles tanto como a ella, además de que brindaba la posibilidad de bailarlo con buen estilo. Era una especie de balada tropical, muy rítmica y pegadiza, tanto que los otros acompañaban con aplausos, mirándose entre sí, cómplices del espectáculo que estaban a punto de recibir gratuitamente y merecidamente al saberse, por fin, vencedores.

Se colocó en medio de todos los muebles que agrupaban la sala, a distancia de los hombres, en un espacio corto pero suficiente para moverse, incluso Martin arrimo hacia un lado la mesa de cristal en la que yacían vasos y botellas y estaban derramadas las fichas del juego de mesa.

La melodía se reproducía rítmica y cadenciosa. Sandra con un poco de pena, denotaba indicios de acoplarse al compás de la música. Le hizo recordar aquella primera vez de la presentación de su grupo de ballet cuando cursaba  la preparatoria y prever un recinto casi repleto, sus nervios a flor de piel, resoplar y al final ha vencido los titubeos, aprendió que la danza es una forma de apreciar y querer a su cuerpo, es la parte discreta de su vanidad, y destaca en ese arte porque sabe quererse asi misma, conoce bien su cuerpo, se expresa con movimientos dirigidos y se conecta con sus hondas emociones.

Ahora no hay nada loable, pero vale en el sentido expresivo; es una simple melodía popular, dominada de diferentes maneras y no hay nada artístico que expresar. Quizás por eso aprecia tanto las fiestas populares, una de tantas situaciones sociales, como ir a un antro o a una fiesta familiar, donde la irreverencia no se juzga del todo, el baile ahí está al alcance de todos, porque en una animo de fiesta que no incluya baile es una fiesta incompleta, porque bailar es sinónimo de celebración y de alegría. La música siempre es tan versátil y no hay códigos de movimientos y siempre es una cuestión de relajación, de moverse arrítmicos, si se permite decir, de disfrutar los ritmos tropicales, festivos, alegres, que son imposibles de no bailarlos hasta cansar al cuerpo.

Bailar para ella es una manera de hacer poesía con el cuerpo, danza porque en el baile siempre maquina su felicidad, enriquece su vida. Quizá por eso ha aceptado con soltura el supuesto castigo. Le permite a su cuerpo deliberarse de manera autentica, tal vez incluso la pasión escondida, expresiones auténticas, porque el cuerpo nunca miente.

La efusividad de todo ello la motiva y la música como esa eleva cualquier estado se animó. Empieza con movimientos de cadera muy bien dominados, sus pies se mantienen juntos y vuelve a menear su cintura. Se quita las pantuflas pues le estorban y esta descalza sobre la fría alfombra a la que pronto contagiara de su temperatura.

Se alza sobre sus pies desnudos y amaga con girar. Sus brazos se elevan, bajan lentamente los hace recorrer por sus costillas. Parecen movimientos artísticos que se combinan con movimientos ordinarios, desarticulados pero que se estiban aparte cuando las hace ella.

Sus hermosos brazos acompañan el movimiento de sus caderas, su cuerpo danza en una sola posición y cambia solo cuando amaga con girar. Sus ojos se pierden en su baile, nuevamente hace esas elevaciones con sus manos y vuelven a caer acariciando su cara, cayendo sobre sus costados. Gira lentamente, sus muslos, su cintura se bambolean suavemente y siguen los aplausos sonoros de los espectadores.

La melodía ha acabado para el propio infortunio de Sandra y, más aun, de los encendidos hombres que tan pronto que eso sucede gritan 'Otra, otra, otra'. Sandra no puede negarse, lo ha disfrutado, olvidando las reglas del juego y de que ya ha cumplido con creces su castigo.

La siguiente melodía ya continuaba y ella sonreía con pleno gusto. La canción sugiere movimientos más atrevidos, cosa que no la logra soliviantar en un sentido estricto, pues ni siquiera lo advierte, solo se deja llevar de manera franca. Comienza con los clásicos movimientos de cadera, sus manos moviéndose a sus costados con natural cordura, parece danzar par si misma. El ritmo de la canción tiene un formato compuesto por elementos propios de ritmos caribeños, es un baile de gran sensualidad ideal para el aspecto de una mujer como ella, lo que da un indicativo de lo sugerente que puede llegar a ser. Así, su baile se compone de una serie de pasos, aunque simples, producen un movimiento de adelante para atrás, o de costado a costado. Lo realiza en cuatro tiempos, encajando desplazamientos y medias vueltas. Sus rodillas permanecen ligeramente dobladas para facilitar que las caderas se balanceen con facilidad, así los movimientos fluyen con naturalidad.

Aunque no pretende contacto visual alguno con los atentos hombres, que aplauden sentados a sus anchas, algo le dice que deberá de hacerlo, porque parte fundamental de este baile es la capacidad comunicativa, ademas, la historia de la cancion se relaciona con el amor, con la pasión, por lo que si es lógico y se esta dejando llevar, ha de interpretar un poco lo que se manifiesta en aquella letra de dos amantes y una cita única con insinuaciones pasionales.

Ha acomodado su pelo en varios momentos, para que no moleste al girar y asi se pueda apreciar el gesto de su cara, sin maquillar pero indudablemente, su rostro, sus ojos destacan, un pequeño rubor en sus mejillas coloradas por el ejercicio en el que se ha destacado y en gran parte a los efectos cruciales de la bebida que tomo ya hace rato que para no desentonar a sus sentidos, agarra su vaso, para asombro complaciente de los viejos, y bebe el resto de aquella bebida que aun permanecia sin acabar.

No necesita ningún calzado, aunque con algun vestido corto y ceñidos, por ejemplo, y un par de zapatillas de tacon, se veria mas encomiable, mas sensual, dándole un aire, según la perspectiva, de mujer libidinosa. Dejan entrever las piernas de bailarina profesional, la maleabilidad de su blanca piel, el breve talle y la potencia de sus musculos, se combinan en colores policromos, pasionales y complementos expresivos que hacen más atractivo el espectáculo.

El baile se ha prolongado, la cancion parece larguísima, cosa que no le importa. Era el momento y ha mirado a los ojos de sus espectadores. No les pierde la mirada. Aprovecha para lanzarle miradas ardientes al ritmo de la música, no exagera en sus movimientos en la improvisada pista de baile, sus movimientos son lentos y precisos. Juega con sus manos, revuelve el cabello en su rostro envolviéndose con el, acaricia las partes de tu cuerpo sobre las que estos hombres centran su atención.

Alza sus brazos, expone la pureza de sus axilas, lo inmaculado de su cuello cuando lo echa hacia atrás, como se eleva con potencia los bien desarrollados montículos mamarios, la exposición de su atlética figura.

Los minutos avanzan, ha decidido jugar de lleno con, o contra, los viejos, porque ya se reproduce una tercera cancion con similares características que la segunda. Sugiere un movimiento en el que juega con su blusa, como si empezara a desnudarse, juega con la frustración de los hombres, aturdidos, desorientados intrépidos, y prolonga el placer de los pobres pero muy afortunados. Levanta su blusa y deja entrever la evidente prenda interior a detalle, detalles que vuelven loco a cualquiera. Se detiene, sigue moviendo su cuerpo, ahora se agacha doblando las rodillas y se eleva con perturbadora sensualidad. Da un par de vueltas y vuelve a hacer lo mismo, acariciando su cuerpo sin llegar a ser tan vulgar como podría sugerirse, suelta y vuelve a jugar con su cabello en su simpático rostro, cerrando los ojos.

Se empieza a acercar a sus espectadores, que han dejado de aplaudir desde hace rato y acompañan tan solo con la mirada, ya no le son una amenaza, son, por así decirlo, sus víctimas, y ellos por primera vez se sienten intimidados, con natural reticencia de hombres que tienen particulares ofuscaciones mentales, conminatorios prejuicios que les han perseguido al tratar con gente fuera de su ralea. Se adaptan poco a poco y esperan a que la mujer se acerque, y ella sola, como era su condición desde el principio, se entregue por si misma a las fauces de esos lobos hambrientos, que por ahora se veran complacidos por el danzar de su presa. 

Amenaza con deseos de querer rozarlos, pero primero ha de cuidar, que no la toquen las manos de un inquieto Martin que patenta sus ganas y ha logrado acariciar parte de sus piernas. Ha sido un tacto escabroso, como si rasparan su suavidad y, al mismo tiempo, provocaran sus sensibles nervios.

Sus movimientos son siempre lentos y precisos. Usa su mirada que es uno de los componentes principales para su ataque, para achicarlos, por ello, mira siempre a los ojos de sus observadores y les envía mensajes ardientes sin abrir tu boca mientras baila. Juega usando sus habiles manos, utilizándolas para enfocar alguna parte de su ondeante cuerpo, en especial en su cintura, en su rostro, y de vez en cuando, en sus senos.

-Que bien baila patroncita –exclama Martin embelesado. -¡Eah, eah! Eso, asi, muevase asi... Que rico baila, ¿verda compadre?

Ella no gratifica el comentario, mucho menos las arengas, sigue bailando sensualmente, contoneándote por alrededor de un minuto. Mueve sus cadenciosas caderas. Rodea el amplio sofá en el que están sentados y juega con el mismo, acariciando el suave respaldo, rozándose en el mueble, sin dejar de centrar los ojos en ‘sus’ afortunados hombres. Baila tan cerca de los fofos y tendidos cuerpos varoniles de manera provocadora pero no pretende tocarlos, aunque ellos piensan muy diferente, los indicios lo evidencian y las ganas se acrecientan cada vez mas.

¿Quién ha de sucumbir primero? Agravante o debilidad.