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Una chica de Texas

en Zoofilia

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Viví en el apartamento de mi compañera durante varios años, desde que comencé a trabajar en una pequeña tienda local. La había conocido luego de responder a su aviso en las páginas locales, solicitando una compañera de habitación. Luego de un buen tiempo de convivencia ella y yo nos convertimos en buenas amigas.

Dividíamos el alquiler a la mitad y compartíamos la responsabilidad de pagar los servicios. Todo parecía estar funcionando bien en mi vida hasta que me enteré que ella y su novio de toda la vida se estaban mudando, vivirían juntos y todo eso; debía de salir de ahí, necesitaba encontrar otro buen lugar, rápidamente.

Busqué durante días en los listados locales del periódico y en línea, básicamente a alguien que necesitara un inquilino. Muchas opciones disponibles parecían prometedoras hasta que veía lo que cobraban por el alquiler. Esto no iba funcionar con mi situación actual, necesitaba un segundo trabajo o en su defecto algo mejor remunerado. Pero vaya que no tuve tiempo de encontrar un empleo mejor remunerado. Finalmente, después de varias semanas de búsqueda, y probar la paciencia de mi compañera de habitación, vi una anuncio en el que se alquilaba en la casa de un hombre. Este decía ser un hombre soltero que estaba buscando un ama de llaves para atender a su hogar y cuidar a su perro. Cobraba de renta mucho menos que la mayoría de los otros propietarios que ya había consultado.

Traté de lucir lo mejor posible cuando fui a ver al señor Guirmenda en su rancho. Llevaba mi cabello largo y castaño por encima de mis hombros, un maquillaje mínimo, lo suficiente para que mis ojos color avellana destacasen. No soy demasiado alta, creo tener la complexión ideal, de hecho creo notar que la mayoría de los hombres se aficionan de inmediato a mi cuerpo. Mis senos llenaron mi sujetador de 34 C, un poco de escote con una linda blusa y una falda arriba de la rodilla. Un atuendo cómodo para el comienzo del verano.

-Hola, soy Ana  -dije estrechando la mano de ese hombre de edad ya madura.

-Hola, Ana, mi nombre es Albert -devolvió el hombre, echando un infringido vistazo a mi escote. -Eres una belleza.

Me reí y le sonreí, acostumbrada a galanterías de peor estirpe. -Gracias.

Calculaba en el más o menos sesenta años, ese pelo blanco le delataba. Delgado, con aire macilento, aunque medía cerca de seis pies de alto, dándole un aspecto fuerte y juvenil con esa bronceada piel con dispersas manchas hepáticas en la cara y las manos. Su rostro era bastante ordinario, con mejillas delgadas y nariz puntiaguda, pero sus penetrantes ojos grises parecían atacar a los míos cada vez que hacíamos contacto visual.

-Bueno, este es mi hogar. Encantador, ¿no te parece? -dijo con voz carrasposa y una amplia sonrisa. -Es de una planta, y el sótano es donde estoy alquilando. Hace tiempo ahí solía jugar baraja con amigos.

Un perro negro obediente se sentó cerca de sus pies mientras hablamos en su cocina sobre cosas bastante triviales con respecto al arrendamiento.

-Eh, este es Max. Un buen amigo. Muchacho, ella es la señorita Ana.

Me incliné para acariciar al perro, en la parte superior de su cabeza. Jadeó y se quejó cuando lo toqué.

-¡Qué perro tan dulce! ¿Qué raza de perro es?

-Oh, él es... no estoy realmente seguro. Lo rescate de un laboratorio que estuvo a punto de sacrificarlo.

No pude evitar notar que Albert nunca había castrado a Max. La polla y las bolas del perro colgaban entre sus piernas. Sentí extrañamente una sensación de calor en mi coño mientras más lo miraba. Aclaré mi garganta y traté de no dejar que algo sucediera bajo mi falda.

-Entonces, ¿qué tipo de trabajo necesitaría que hiciera? -le pregunté a Albert.

-Bueno, solo necesito algo de limpieza en la casa. Tengo un medio baño, allí mismo -señaló a la puerta adyacente a la cocina -Aquello necesita limpieza. También tengo un baño principal en el pasillo. Ese está en mi habitación. Puedes pasar la aspiradora por la casa, barrer y trapear los pisos de madera. Necesito también que saques la basura. Limpiar el polvo y acomodar un poco, sería genial. Si puedes cocinar y tal vez hacer algunas de las compras de la semana... todo esto puede, ya sabes, ayudar con tu renta un poco. No hay cocina en el sótano, solo una pequeña nevera, pero tiene su propio baño. Me gustaría que lo mantuvieras todo ordenado al igual que el resto de la casa.

Todo sonaba perfecto. Me preocupaba por un segundo que otro solicitante quisiera quedarse aquí y me perdiera la oportunidad de mudarme.

-¿Debes de tener muchos solicitantes? -Esperé ansiosa por averiguarlo.

-No, en realidad eres la única. No mucha gente quiere vivir en una casa con un anciano como yo, y haciendo este tipo de trabajo. Especialmente chicas jóvenes y hermosas -dijo con un tono almibarado, mientras me guiñaba un ojo. Me sentí ruborizada por alguna extraña razón.

-Vaya, la verdad es que todo esto suena perfecto. Podría mudarme desde ahora, si eso es posible.

-Claro que sí. Cuando gustes -expreso con emoción nostálgica el hombre.  -Ahora déjame mostrarte el espacio que estoy alquilando y así puedes tomar una decisión final, sobre si es o no tu tipo de lugar.

La puerta de enfrente del medio baño, cerca de la cocina, conducía al sótano. Era una pequeña y sencilla habitación. Tenía algunos muebles que incluían una cama de tamaño completo, una cómoda de madera, una vieja mesita que podría ocupar como un escritorio y una mesa de cocina si es que quería comer sola.

-Lo he mantenido simple y sencillo. Así podrás traer todo lo que necesites y decorarlo como quieras.

-Es tan encantador y perfecto para mí.

A la derecha del área de la habitación había una puerta entornada y entreabierta a un armario con puertas correderas que permanecieron abiertas sin nada dentro, excepto un par de perchas.

-Me alegra saberlo. Ahora quiero mostrarte el resto de la propiedad y podemos hacer el papeleo una vez que hayas visto todo. También tendré que ejecutar algunas comprobaciones de antecedentes y...

-Por supuesto.

-Es solo para asegurarme de que somos... compatibles. No debería demorar más de unos días en completarse.

El señor Guirmenda me condujo y mostro todo el alrededor de la propiedad, que tenía un aspecto medio acre. Para mí, Una pequeña y acogedora casa de campo.

Después de que hicimos el papeleo y todo fue aprobado, me trasladé a la casa del señor Guirmenda. Durante las primeras semanas que viví allí, procure limpiar la casa e hice algunas de las compras. Fuimos, por así decirlo, educados y mantuvimos nuestra distancia el uno del otro. Parecía que le gustaban las comidas que hacía para cenar pero él se limitaba a quedarse solo. Llevaba a Max a pasear y solía bañarlo. Muy de vez en cuando, sorprendía al señor Guirmenda  mirándome con ese rostro lascivo.

Una tarde, cuando estaba sentada en la sala de estar, después de haber desempolvado. Max se acercó a mí y comenzó a olerme la entrepierna, directamente hacia mis bragas, debajo de mi falda.

-Oye, ¿qué estás haciendo? -dije con cierta vergüenza mas no lo alejé.

Sentí que él me hundía la nariz. La tela de mis bragas ya se humedecía con mi calor y mis jugos.

-¿Quieres oler más de cerca? –expresé ante la privacidad evidente.

Deslicé mis bragas hasta mis pies y extendí las piernas sobre el sofá. Saqué mi trasero hasta el borde del asiento y me recosté levantando la falda. Observé a Max husmear mi afeitada raja y comenzar a pasar su gruesa lengua sobre mis labios.

-¡Oh! -gemí sintiendo a ese perro enterrar su lengua entre mis labios de coño.

Sabiéndome sola, pues Albert se había ido a atender sus negocios, me quité la camisa y el sujetador y me dejé la falda dejando que Max me lamiera con su  áspera  lengua sobre mí. Sentía estar ardiendo que no me importaba lo disparatado que todo este asunto pudiese resultar. Froté mis dedos sobre mis tetas, saboreando la sensación cálida y húmeda del perro comiendo mi coño. Levanté los pies de la alfombra y los coloqué en el borde del sofá, separando mis piernas aún más. Sentí que la lengua de Max se enterró profundamente dentro de mis pliegues y más jugos se filtraron sobre él. Luego saqué la  cubierta  de mi clítoris con mis dedos y dejé que continuara lamiéndome. Su lengua lamió con avidez mi brote, recorriendo mis labios de coño y mojándome por todas partes.

-¡Oh! Max, oh, eres un buen chico, hmmm... -gemí cuando sentí que mi cuerpo se estremecía por un orgasmo; mis jugos de coño goteaban hasta la grieta de mi culo y él continuó pasando su lengua sobre mí desde mi vientre hasta mi clítoris. -Oh, se siente delicioso, hmmm...

Miré hacia abajo, a la rígida polla de Max para verla colgando. La visión de su miembro bastante grande y el ligero rebote  de  sus flácidas pelotas  me  despertaron  tanto.  –Parece  que  la  tienes  dura... Debería  devolverte  el  favor,  Max -pensé.

Me arrodillé junto a Max, sobre mi minifalda y sostuve su polla con una mano. Con la otra le acaricié suavemente las pelotas. Max estaba allí, jadeando obviamente disfrutando de mi toqueteo. Sus genitales eran oscuros y rojizos, y se sentían tan calientes al tacto. A mi coño le llegaban sensaciones dolorosamente extrañas de solo sostenerlos. Pasé los dedos por su longitud, noté su ancho, su contorno y me pregunté cómo sería tenerlo dentro de mí. Un albino líquido comenzó a salir por la punta de su miembro cuando lo alisé con la mano.

Me incliné hacia adelante para probar el líquido del perro que goteaba constantemente de su polla. Era cálido y delgado, salado con su característico sabor almizcle. Lo dejé gotear por la boca y por la barbilla mientras seguía fluyendo. Luego, como pude, puse toda la polla del perro en mi boca, haciendo circular mi lengua arriba y abajo de ese eje, deslizando mis labios firmemente sobre él. Con la otra mano, me agaché para sentir el roce de mi coño por mis muslos internos. Seguí chupando y acariciando la polla del perro, pensando seriamente en dejarlo que me montara. Mi sexo latía con ganas de que me follara.

Finalmente, me aparté de Max y me puse de rodillas frente a él, silbando para que él siguiera y me montara. Como si fuera un instinto, se subió a mí y pude sentir el rebote de su polla contra mi trasero. Deseé poder grabar esto y ver qué tan caliente parecía tal escena. Me apoyé con una mano y mis rodillas, mientras que con la otra mano lo guiaba a mi mojadísimo coño. Cuando su pene encontró mi cálida abertura sentí su cuerpo empujar hacia adelante y su miembro palpitante empujó hacia mí.

-¡Oh! ¡Max! ¡Oh, mierda! ¡Oh, sí, oh! -grité al sentir que él metía su polla en mi coño, de manera salvaje y desmedida. Me aferraba sobre la alfombra, sobre mis manos y rodillas, mientras su peso me tiraba principalmente sobre mi mitad inferior. El pinchazo del perro me penetró profundamente y sus movimientos fueron rápidos e indolentes. La cincha de la misma se introdujo en mi pequeña raja y me abrió alrededor de su miembro. Nunca antes me habían penetrado así. Fue el mejor sexo que había tenido, mejor que el que he tenido con hombres.

Sentí que invadía con fuerza, con su gran miembro entrando y saliendo de mi estrecho túnel. Mis jugos de coño goteaban continuamente por la parte interna de mis muslos.

-Ooooohhh, oh sí, oooh... -Sentí una oleada de orgasmo explotar a través de mi cuerpo mientras me sacudía debajo de Max. Luego, mientras movía sus caderas hacia delante y hacia atrás, sentí que el perro hundía su polla más profundamente en mí, anudándome cual vil perra. -¡Oh, cielos Max! -grité quedándome completamente inmóvil ante la maniobra del canino.

Él detuvo sus movimientos y dejó que su polla presionara con fuerza contra mi punto G, haciéndome que corriera más y más fuerte solo con penetrar profundamente en mí. Empecé a sentir el semen del perro inundando mi vientre y saliendo por los labios de mi coño, recorriéndome los muslos, hasta la alfombra.

-Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? -Escuché la voz de Albert dentro de la sala de estar. Levanté la cabeza y sentí la cara sonrojada por la vergüenza. Todavía estaba de rodillas y no podía moverme porque su perro estaba anudando mi coño y descargando sus bolas en mí. No supe qué decir, así que bajé la cabeza y colgué la cabeza avergonzada.

Albert se acercó a mí y rodeó a nuestro alrededor. -Parece que has estado dejando que mi perro te folle y veo que se ha corrido dentro de ese pequeño coño, ¿cierto?

-Sí -contesté débilmente.

-Hmm... -gruño atisbado -¿Te gusta? ¿Se siente bien cuando te folla? Dime Ana.

-Sss...sí. -Trague saliva, armándome de valor continúe. -Me encanta cuando tu perro me folla. Se siente tan bien. -Decía esto mientras Albert me inspeccionaba dando vueltas a mí alrededor, pues aun no cambiaba de posición.

-Pero niña -exclamo acariciándose un incipiente bulto en sus pantalones. -Te ves tan bien así.

Albert llevó sus manos por debajo de mí y me frotó las tetas. Sentí la firmeza de su dura polla presionando contra mi hombro. Sus dedos trazaron sobre mis montículos y aterrizó sobre mis pezones erectos. Él los pellizcó y tiró de ellos haciéndome sentir que el orgasmo de mi coño se extendiera hacia mis pezones.

-¡Oooh, Albert! -gemí rápidamente, poniendo los ojos en blanco.

-Así que te gusta, ¿eh?

-Sí.

-Pues a mí también.

Albert se desabrochó los pantalones y sacó su dura polla. Un marañoso vello púbico de color blanco cubría la base y todo lo que podía pensar era quizá como sentirlo.

-Ahora abre tu boca para mí.

Hice lo que pidió y él deslizó su polla en mi boca. Mi boca acariciaba su pene, giré mi lengua alrededor de su cabeza y luego la recorrí debajo y a los lados de su eje con cada bombeada. Albert me follaba la boca con su grueso miembro. Mis labios apretaban deslizándose sobre su longitud una y otra vez; lo escuché jadear y gemir.

Sentí que Max se desanudaba de mi agujero, pero aún no se salía del todo de mi coño. Su cálida semilla se derramó sobre mí y por mis muslos interiores. Me sentí como una puta, me sentí muy bien. El perro siguió bombeando su polla en mí mientras su amo me follaba en la boca. Fue tan bueno sentir que mis dos extremos se llenaban mientras permanecía sobre mis manos y rodillas con solo mi minifalda plisada alrededor de mi cintura.

-Eres una puta, una traviesa, eh. Follando con mi perro, sin mí. Pero mírate ahora, ahhh... follandote la boca, eh... eres una buena puta, ¿cierto?  -me dijo Albert, apartando mi largo cabello castaño de los lados de mi cara. Asentí con la cabeza lo mejor que pude mientras él seguía follandome la boca.

-¡Oh, hmm... siii...! -logré gemir con la polla de Albert en mi boca. La polla de Max golpeaba en mí un poco más, empujando el resto de su semen fuera de mi coño, haciendo una corrida más y más fuerte.

Escuché a Albert gimiendo por encima de mí mientras ponía sus manos en los lados de mi cara empujando su pene hasta la parte posterior de mi garganta. Luego lanzó una inesperada descarga en mi boca. Se mantuvo en su lugar durante unos segundos dejando que todo su semen se disparara en mi cálida boca. Luego se apartó un poco dejando que saliera más allá de mis labios. Tragué la mayor cantidad de semen que pude, pero algo de este se derramó por mi barbilla. Sostuvo su miembro rígido con su mano y frotó su cabeza contra mis labios.

Entonces sentí que Max se apartaba de mi aterciopelado pliegue rosado.

-Déjame echar un vistazo a tu coño, Ana. Quédate así. -Albert caminó y miró mi raja todavía goteando con el semen del perro y el mío. -Oh, joder, que se ve precioso. Que bien se ve su semen goteando de ti así. Me alegra no haberlo castrado nunca. Albert golpeó mi trasero con la mano. -¿Le chupaste la polla a mi perro?

-Sí -dije asintiendo.

-¿Te gustó?

-Oh sí -asentí con el éxtasis del momento.

-Ahora, quédate vestida así pero vete a lavar ese agujero. Quiero follarte el coño, mientras te veo chupar la polla de Max -me ordenó.

Hice lo que Albert, fui al baño, limpié mi coño con agua tibia y jabón. Luego regresé a la sala por él.

-Ponte de rodillas y no mires hacia el perro. Llámalo, él te dejará hacerlo.

-Ven aquí, Max, ven aquí, muchacho -Le dije y el perro se paró frente a mí. Metí mi cuerpo hacia él para que mi cara se encontrara con su polla y sus peludas bolas. Las manos de Albert descansaron en mis caderas y sentí su resbaladiza polla frotando mi húmedo coño.

Me llevé la polla del perro a la boca y probé los zumos de mi coño y su semen que goteaba constantemente. Intentaba saborear la 'salada' dulzura de nuestros jugos mezclados. Usé una mano para estabilizarme en el suelo mientras utilizaba la otra mano para acariciar sus bolas y su miembro rígido. Lamí la longitud de la misma y chupé el extremo al tragar el semen del perro que goteaba por la abertura.

-Oooh... Ana... te ves tan excitante haciendo eso.

Albert se deslizó entre los labios de mi coño y penetró profundamente hasta sentir sus bolas contra mí.

-Sigue chupando la polla de ese maldito perro, ¿te gusta? ¿Te gusta la forma en que sabe? Dime.

-Sí, me encanta chuparla, me encanta su sabor. Me encanta tragarme su semen. 

Y gemí sintiendo que Albert metía su vara profundamente en mi coño, una y otra vez, haciéndome estremecerme y tener un orgasmo más en esta disparatada pero deliciosa tarde. Entonces sentí que él frotaba su dedo sobre mi culo empujándolo dentro de mí.  -¡Ooogh! -gemí cuando su dedo me hurgaba el culo, empujando a su vez su polla en mi coño.

Mientras seguía chupando la polla del perro, sentí que Albert retiraba su polla de mi coño,  una polla manchada con mis jugos. Lenta y pausadamente, metió su polla en mi trasero.

-¡Oooh! ¡Albert! -Lloré sintiendo como atravesaba ese túnel en mi culo. La sensación de su grosor estirando mi ano me hizo correrme de inmediato. Sus dedos me alcanzaron por debajo y frotaron mi clítoris mientras él acariciaba dentro y fuera de mí. -Oh, sí, Albert, sigue así, si... -Lo sentí tenso, mientras se deslizaba hasta lo más profundo de mí, con sus bolas golpeando contra mi coño.

-Quiero volver a correrme en tu boca. Quiero que pruebes tu trasero y te tragues mi semen. Date la vuelta -me ordenó.

Esta vez Albert estaba completamente desnudo, vi su arrugado cuerpo con varias manchas hepáticas regadas en sus manos y brazos, algunas pecas obscuras y gruesas más expuestas en su ingle. Por alguna razón, esto me encendió aún más. Tenía el sabor a perro en mi boca, y mi barbilla estaba mojada por chupar la polla de Max.

-Te ves tan caliente, te ves como una puta con el semen de mi perro en tu linda cara. Ahora abre tu boca para mí, Ana.

El señor Guirmenda se puso de pie y empujó sus caderas hacia mi cara. Abrí la boca y puse mis labios sobre su miembro, acariciándole con mi lengua y chupando con fuerza sobre él.

-¡Oooh, sí, oh joder, estoy corriéndome, estoy...! -gritó bombeando sus caderas hacia mi cara.

Saqué mi boca, mientras subía mis manos a su polla y la acaricié dejando que su semen se disparara en mi boca abierta. Capturé tanta corrida como pude, usando incluso mi lengua, y luego tragaba para que Albert me viera.

-Oh, joder, eres una magnífica puta.

Su polla palpitó y se sacudía en mis manos; un poco más de globos de esperma se dispararon en mi cara.

-Mmmm... que rico sabe -gemí. Podría probar una mezcla del semen del perro y el semen de Albert en mi boca, además del aroma de mi culo que se introducía debajo de mi nariz.

-Mierda, Ana. Acabas de obtener un mes sin alquiler. Si te mantienes así tal vez puedas vivir aquí, digamos... con la renta libre ¿Qué te parece?

-Me parece... ggluuup... muy bien -Le sonreí mientras le lamía el extremo de su polla, limpiándole la abertura, mientras apretaba y extraía el resto de su semen.

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