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Neon City, El Dragón Negro II

en Grandes Relatos

Neon City, El Dragón Negro

 

Capítulo II, El misterioso hombre de la máscara

 

(Novela por entregas)

 

 

Relato escrito por Lord Tyranus para la Antología TRCL

 

 

Perfil TR del autor:

 

 

 

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Aviso legal

 

 

 

El presente trabajo se encuentra protegido bajo licencia Creative Commons, queda estrictamente prohibida la reproducción, copia y distribución sin el permiso expreso de su autor

 

 

 

Ya en los vestuarios, una pequeña sala que se encontraba justo detrás del escenario que daba acceso a la pasarela, Mariposa pudo relajarse un poco y respirar aliviada tras el gran baile que había realizado. Se sentó sobre una de las sillas, frente al espejo, y comenzó a secar su cuerpo repleto de copioso sudor que recorría su piel. Se pasó la toalla por los brazos, luego el torso, dándole especial atención a sus medianos pechos y siguió por su barriga. Se levantó y recorrió sus piernas, colocando una en la silla para poder hacerlo mejor. Miró la imagen que reflejaba el espejo. Allí había una chica joven, de veinticinco años, muy bella y activa, deseosa de conocer algo más que aquella mundanal urbe en la que se encontraba cautiva. Llevaba viviendo en Neon City desde que nació y esa metrópolis de hierro y neón parpadeante le parecía una gran prisión de la que no creía que saldría jamás. Por eso bailaba, para pagar sus estudios en el sector central. Para conseguir un billete en una nave que la sacaría de ese sistema y la llevaría a alguna de las colonias principales. Pensaba en la serena y cálida Edén-2, rodeada de selvas rojas y azules. O en la cosmopolita y pacifica Vancros-3, con sus edificios inspirados en la arquitectura barroca. No eran más que distantes sueños, pero, para ella, eran algo que podía alcanzar si se lo proponía.

 

Continuó aseándose, usando un dispersor automático para echarse un gas higiénico que limpiaba su piel de suciedad. Una persona apareció justo detrás de ella.

 

—Hoy has estado esplendida —le dijo una voz distorsionada y aguda que habría podido inquietarla, sin embargo, oírla la embargó de felicidad.

 

Al darse la vuelta, se encontró con un hombre bajo, pero de complexión fuerte. Una máscara le recubría media cara, dejando sus ojos color miel al descubierto. Un sintetizador de voz estaba colocado justo en el centro de esta. Era parte de un dispositivo automático de voz que se hallaba conectado con la tráquea artificial que él portaba en su garganta. Con este artefacto, generaba el sonido necesario para poder hablar. Su auténtico cuello, junto con su mandíbula, fue quemado con ácido por unos pandilleros pertenecientes a los Espectros Callejeros. El hombre también tenía la mano derecha, la pierna izquierda y media de la otra, de metal, además de varios dispositivos de soporte vital conectados a algunos de sus órganos. Era Vincent Pierce, el dueño del club nocturno «Venus Ardiente».

 

—¡Oh, Pierce! —dijo con voz cariñosa la mujer—. Me alegro tanto de verte.

 

Ambos se estrecharon en un fuerte abrazo. Le reconfortaba tenerlo cerca. Aquel hombre calvo, vestido con un chaleco negro, una camisa azul y un pantalón oscuro de fibra sintética, fue quien la ayudó a sobrevivir en aquellos bajos fondos, lejos de los clubes de mala muerte habitados por criminales y demás chusma que pululaba por el quinto sector.

 

Lo miró al rostro y notó que llevaba puestas las finas gafas de lentes rojas color claras que su novio acababa de regalarle no hacía mucho.

 

—Ha sido un baile increíble —dijo Pierce con orgullo hacia ella—. No creo haber visto nada igual en mucho tiempo.

 

—Gracias —respondió Mariposa con una tímida sonrisa—. Por cierto, ¿dónde has estado toda la noche? No te he visto por ninguna parte desde que llegué.

 

El hombre emitió un fuerte bufido que resonó con gravedad dentro del dispositivo. Se notaba que parecía algo cansado.

 

—He estado con Cole, dedicándome a hacer las cuentas de los gastos que llevamos. Ya sabes cómo es, solo quiere que no tengamos más pérdidas y esto siga a flote —Se apoyó de espaldas en la cómoda donde las bailarinas dejaban todo su maquillaje y continuó hablando—. Luego, he estado ayudando a Rita a servir copas. Esta noche ha habido muchas consumiciones y la pobre no daba a abasto sola. Encima, sin el robot camarero, que sigue aún averiado.

 

Carcajeó un poco al recordar ese detalle. Su risa sonaba fantasmagórica a través del sintetizador de la máscara.

 

—Desde ahí, he podido ver cómo salías a bailar. Parecías una diosa.

 

Se sintió ruborizada ante las palabras de su jefe. Pese a que Pierce solo tenía interés por los hombres, no se podía negar que también era un gran admirador de la belleza femenina. Por eso, Mariposa apreciaba mucho sus palabras. Además, era de los pocos varones que resaltaban su hermosura sin necesidad de soltar palabras malsonantes por el camino.

 

—Pues, ¿sabes?, deberías invitarme a una copa —le dijo Mariposa con algarabía—. Me la merezco por mi gran trabajo.

 

Pierce le sonrió divertido, aunque la máscara impedía ver esa expresión en su rostro. Pero, tras conocerlo de tantos años, sabía que ese curvado gesto estaba ahí presente. Pese a todo, vio que dejó de estar tan sereno. Eso le preocupó un poco.

 

—Me temo que debemos de dejar las copas para otro momento —se excusó. Mariposa lo miraba perpleja—. Tu jornada de trabajo aún no ha terminado.

 

—¿Y eso? —preguntó algo reticente—. ¿Qué me toca esta vez? ¿La cabina?

 

La cabina era una urna de cristal cilíndrica donde se tenía que meter una bailarina. Había dos, cada una conectada a diversas habitaciones, desde donde uno o varios espectadores tenían perfecta visión de toda la exhibición. Lo normal era que tan solo una chica se metiese dentro, despojándose de sus prendas y mostrando todo su cuerpo al público. A veces, podía entrar otra bailarina para, junto a su compañera, ofrecer una excitante representación sáfica a los espectadores.

 

Cada uno de los clientes contaba con una terminal desde la cual podía comunicarse con la chica, pidiéndole que hiciera cosas determinadas. Ya fuera colocarse en una postura particular, qué parte de su cuerpo tenía que acariciarse o qué juguete sexual debía usar. Pero, que estuvieran a total disposición de las propuestas de los clientes no significaba que las strippers debían de aceptar todo. Mariposa era muy reacia a entrar a la cabina y, si lo hacía, se negaba a usar muchos de los juguetes. Si tenía una compañera con la que interactuar, estaba encantada de tenerla a su lado para juguetear entre ambas, pero se negaba a llevar a cabo ciertas prácticas. Eso era algo que tenía bien claro.

 

—Lamentablemente, no es la cabina —respondió, para sorpresa de la chica, su jefe—. Más bien, es una sesión privada.

 

Oír de qué se trataba la alteró mucho. Si había algo peor para ella que la cabina era, sin ninguna duda, la sesión privada.

 

Estar a solas con un cliente en una habitación, al acecho de la excitada persona. Aun se acordaba de lo ocurrido tres años atrás. Aquel miembro de las Navajas Afiladas que apareció con un largo machete de despliegue automático introducido en su brazo, que los escáneres de los vigías robóticos no lograron detectar. Todavía era capaz de rememorar la sensación del frío suelo en su piel y el peso de aquel tipo sobre ella. Al igual que el cortante filo recién desplegado de aquella arma contra su cuello, mientras escuchaba los murmullos de esa escoria ansiosa de sexo. No deseaba rememorar lo que tuvo que hacer para escapar de aquel excitado psicópata, pero la amplia cicatriz de su brazo izquierdo era un buen recordatorio del temible incidente. Por eso, cuando miró irritada a su jefe, a este no le hizo falta demasiada perspicacia para saber porqué Mariposa estaba tan disconforme con aquella decisión.

 

—Entiendo que estés molesta con esto —dijo el hombre alzando sus palmas para intentar llamar a la calma—. Pero te aseguro que el tipo es de fiar. He estado un largo rato charlando con él y parece muy interesado en ti.

 

Ella se lamentó al escuchar esto. Recogió sus prendas y se dirigió a las taquillas que había justo al lado de los tocadores. Pierce fue tras ella, dispuesto a convencerla de que accediese al encargo. Mariposa se acercó a su taquilla, introduciendo la contraseña en la pequeña pantalla digital para que esta se pudiera abrir. Cogió la mochila que había dentro y comenzó a sacar otras prendas mientras metía la que llevaba. El hombre se colocó justo detrás. Su reverberante respiración sonaba difusa tras la máscara.

 

—Ese tipo tiene un especial interés por ti —le informó a Mariposa, quien seguía en sus quehaceres sin darle la mínima importancia a lo que le dijese—. Va a pagar 100,000 créditos por una sesión contigo.

 

La chica se dio la vuelta sorprendida ante lo que su amigo y jefe acababa de decirle.

 

—¿Tanto dinero?

 

—En serio —le aseguró Pierce—. Al principio le dije que no accederías, pero al mostrarme semejante cifra, pensé en venir a comentártelo.

 

Mariposa no sabía qué decir. Era evidente que Pierce deseaba que ella accediera, ya que semejante cantidad de dinero no se presentaba todos los días. Pero seguía inquieta por todo esto. ¿Quién en su sano juicio pagaría una cifra tan alta por estar con una bailarina de striptease? Y más, una de un club tan poco selecto como el «Venus Ardiente». Podrían darle cualquier otra, pero no tenía que ser ella específicamente. Eso la tenía atemorizada.

 

—¿En serio quieres que vuelva a hacer algo así? —preguntó desconfiada.

 

Su jefe se acercó a ella sin dejar de mirarla con comprensión. La cogió de los hombros.  Pudo notar una leve respiración a través de la máscara.

 

—Cariño, sabes que nunca te pondría a ti o alguna de las otras chicas en peligro —le contestó con firmeza y calidez—. Jamás me lo permitiría. No, después de lo que te ocurrió.

 

Ella se mostró algo más calmada tras escuchar aquello. Si había algo que destacar del dueño del club nocturno «Venus Ardiente» era que no se trataba de alguien que dejaba peligrar nunca a sus trabajadoras. Nunca se inmiscuía en negocios turbios con criminales de la zona, a pesar de varias propuestas para distribuir droga por el local o de hacer que las bailarinas ejercieran la prostitución de forma encubierta. No, él era un tipo legal y jamás se ensuciaría las manos con estas corruptas empresas como muchos otros. Y no era por su reputación, más bien, era su código moral el que se lo impedía. Como ella, creció en las peligrosas calles de Neon City y eso le hizo ver la realidad de dos maneras: percatarse de lo horrible que era la vida y obligarle a luchar contra todo ello para llevar una existencia decente o sucumbir a esa degradación, transformándose en uno de los oscuros habitantes de aquella urbe. Para su suerte, él decidió transitar el primer camino.

 

—Sabes que tenemos a los guardias atentos a todo —le explicó con voz calmada—. Si ocurre algo, tan solo grita y entrarán. Además, las cámaras están grabando todo. Si pasa algo, me enteraré.

 

—No podrías entregarme un arma…

 

Pierce negó con la cabeza.

 

—Ni hablar —Fue rotundo en sus palabras—. Ya sabes mi política. Excepto los de seguridad, nadie más porta armas en este local.

 

La chica dejó caer su cabeza hacia adelante y un leve gemido de lamento escapó de su boca. Varios cabellos de su melena rubia ocultaron levemente su rostro, dándole un toque más sombrío a su tez. Era consciente de que no le quedaba más remedio que ceder ante la petición de su jefe. Este era un negocio y, como tal, tenía que acatar las órdenes. Después de todo, era una trabajadora más.

 

—Bien, lo haré —le contestó, aunque se notaba que seguía desanimada—. Solo déjame un instante para que me duche e iré donde está el cliente.

 

Alzó la cabeza. Se encontró con los ojos marrones muy claros de Pierce observándola con detenimiento. Se había quitado las gafas y eso le daba un toque más humano que contrastaba con la mascara. Era una visión siniestra, pero a la vez calmada.

 

—Solo haz tu trabajo lo mejor posible, ¿vale?

 

Aquellas palabras, distorsionadas y trituradas por el dispositivo de su cuello, le sonaban cálidas y llenas de preocupación. Mariposa asintió orgullosa a su jefe y este se apartó para dejarla partir a su siguiente faena. Ella avanzó, lista para lo que se le pusiera por delante. Se dijo que lucharía hasta el final, que jamás se rendiría. Y eso era algo que llevaba haciendo desde hacía ya mucho tiempo.

 

Lista para la sesión privada, Mariposa se puso un albornoz blanco para cubrir su cuerpo y caminó en dirección a las habitaciones individuales. El pasillo que llevaba hasta estas se hallaba justo al lado de la sala de vestuarios. Avanzó hasta allí y pasó por el lado de un par de guardias de seguridad que la miraron de soslayo. La presencia de aquellos hombres en ese sitio, como en otras partes del club nocturno, era para mantener el orden en el lugar. Se trataba de las únicas personas del local armadas. Procedían de una empresa privada de seguridad, siendo muchos de ellos soldados de las Milicias que se habían retirado del servicio activo al ver que recibían un pobre sueldo, yendo a trabajar para el sector privado. A Mariposa, en cierta manera, le hacía sentir bien el saber que aquellos dos hombres altos y recios, provistos de implantes de mejora en brazos y piernas que los volvían más rápidos y fuertes, además de tener su piel recubierta de una capa de metal fino inyectado bajo el tejido subcutáneo que les protegía de quemaduras y laceraciones, perfectas sobre todo contra armas de plasma, estaban allí.

 

Cada uno poseía una pistola de balas potenciadas por energía protónica que causaba un daño devastador y una gran penetración. No se podía negar que Pierce invertía en lo mejor por el bienestar, tanto de clientes como de trabajadoras.

 

La chica se adentró en el pasillo, una larga estancia rectangular, a cuyo lado derecho había cuatro puertas. Estas daban a las habitaciones donde se realizaban las sesiones privadas. Solicitar un baile privado era bastante caro y el precio variaba dependiendo de cada bailarina. A ella la habían solicitado varias veces, pero, después de su desafortunado incidente, se negó a repetir. Se colocó justo frente a la puerta de la segunda habitación. Tras esta la esperaba el misterioso hombre que había pagado una gran cantidad por tenerla a su entera disposición. Tembló un poco al acercarse para abrir la puerta. El miedo se apoderó por un instante de su cuerpo, dejándola allí parada, como si gaseoso nitrógeno a muy bajas temperaturas estuviera adentrándose por su ser, haciendo cristalizar cada partícula que la componía. No podía olvidar lo ocurrido tres años atrás. Respiraba profundamente mientras miraba la lámina metálica que componía la entrada y que la separaba de su próximo destino. Haciendo acopio de toda  su determinación, se deshizo de todas aquellas horribles visiones, ya solo motas de polvo solitarias en su mente, y se decidió a entrar. Cuando ingresó en la habitación no pudo creer lo que vio.

 

Sentado sobre un cómodo sofá de color negro, estaba el tipo enmascarado que la miró de forma perturbadora durante la conclusión de su baile. Apenas pudo respirar mientras sentía la mirada de los brillantes ojos rojos de aquella máscara. La puerta se cerró de forma automática, emitiendo un potente zumbido, lo cual la inquietó mucho más de lo que ya estaba.

 

El hombre permanecía estático ante ella, observándola con detenimiento, como si se encontrase estudiándola. Ella también lo escrutó, fijándose mejor en el extraño casco que portaba. Este cubría por completo su cabeza y era de color plateado oscuro. Tenía unos rebordes circulares a cada lado de la cara que, sospechaba, servían para quitárselo dividiendo en dos piezas la máscara que cubría el rostro y la parte trasera. Esa máscara le cubría la cara hasta barbilla y tenía en el centro tres aberturas que debían de corresponder a un respirador, tal como había deducido que sería en la oscuridad del local. Vestía de forma bastante peculiar. Como atisbó mientras bailaba, llevaba puesta una gabardina de color negro que cubría una camisa marrón oscura. Sus pantalones eran de color azul oscuro, hechos de tela artificial, y se notaban descosidos y algo rasgados. Las botas militares se veían desgastadas. El hombre estaba sentado de forma relajada, con sus brazos rectos y extendidos a cada lado del respaldo y con una pierna cruzada sobre otra. Una pose que reflejaba serenidad y seguridad a partes iguales.

 

Mariposa tomó algo de aire y se acercó solo un poco. El tipo seguía allí, mirándola con calma. Movía un par de sus dedos metálicos, los cuales chocaban contra la áspera superficie del sofá, siguiendo el ritmo de la música que sonaba afuera. Parecía estar esperando a que ella dijese algo.

 

Reticente a ser ella quien rompiera el tenso silencio de aquella escena, la chica decidió hablar, aunque le costaba lo suyo.

 

—Y bien, ¿comenzamos?

 

La pregunta sonaba clara, pero a Mariposa le resultó difícil exponerla. Aquel hombre la alteraba bastante. Esa silenciosa presencia que se había circunscrito a su alrededor la inquietaba cada vez más. Para colmo, aquel desconocido decidió no responderle a la cuestión recién planteada. Siguió allí, estático, limitándose a mirarla como si contemplase un paisaje vacío de contenido. Tan vacío como la vitalidad del personaje.

 

Mariposa pensó en ser ella quien diese el primer paso. Se quitó el albornoz que portaba y lo dejó en una de las perchas que había a su izquierda para colgar la ropa, quedando en una camiseta de licra azul con tirantes  y botones, que le llegaba hasta el ombligo, y un tanga también de color azul. Acto seguido, se acercó un poco más al hombre y empezó a mover su sensual cuerpo. Sus anchas caderas se bamboleaban de un lado a otro. Le miró de forma provocativa, dejando que sus ojos verde claro intentaran hacerle bajar la guardia y excitarlo. Se acarició los redondos pechos, estrujándoselos un poco para así acentuar el ya de por sí más que evidente escote que portaba. Dio una vuelta y meneó su culo, acariciándoselo con la mano derecha. Tras esto, notando que el hombre apenas parecía inmutarse, decidió acercarse a él. Sabía que no era una buena idea, pues recordaba cómo aquella misma acción antes casi le costó la vida. Pero «había que complacer al cliente».

 

Se aproximó al hombre y se puso encima de él. Colocó sus manos sobre el respaldo del sofá, rodeándolo con sus brazos. Su rostro quedó muy cerca de la máscara metálica y eso le produjo un súbito escalofrío. Miraba aquel par de luces rojas que titilaban en el rostro plateado, confiriendo al supuesto humano una condición artificial; una naturaleza robótica. Deseaba apartarse de su lado sin siquiera rozarlo, pero era su trabajo provocar al cliente y brindarle un buen espectáculo. Que quedara satisfecho y, habiendo pagado tanto dinero, debía ofrecerle algo brillante y único. De lo contrario, las quejas podrían ser perjudiciales para el club. Y eso era algo que no se podía permitir.

 

—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó con mimosa y dulce voz—. ¿Eres tímido con las mujeres? Tranquilo, yo no soy peligrosa. Tan solo soy una delicada mariposa que quiere revolotear a tu alrededor.

 

Colocó sus senos justo delante de la cara del inactivo espectador y empezó a moverse de lado a lado, ofreciéndole una suculenta vista de su perfecto busto. Sin embargo, él no parecía ni inmutarse. Reacia ante lo que iba a hacer, cogió las manos de metal del hombre y las llevó hasta su trasero, a la espera de que él se lo tocara.

 

—Vamos, acaríciame —su voz sonaba seductora y atrayente, buscando estimular e incitar al deseo—. Disfruta de este cuerpo por el que has pagado.

 

Notó el cálido y suave contorno de aquellas manos artificiales. Para su sorpresa, no eran prótesis baratas, las cuales serían frías y duras, sino que contaban con un regulador térmico que las mantenía a una temperatura similar a la del cuerpo humano y, seguramente, poseería sensores de tacto que recrearían la sensación perceptiva de la piel. Las manos apretaron su culo un poco más y eso hizo estremecer a la chica.

 

—¡Um!, parece que ya nos vamos animando —comentó con picardía la stripper mientras sonreía lasciva, enseñando su lengua para darle un toque más travieso a la escena—. Ahora, ¿que te parece si te enseño mis tetitas? ¡Seguro que te encantan!

 

Llevo sus manos hasta su pecho y se dispuso a desabrochar los botones de su camiseta. Desenganchó el primero y ya fue a pasar al segundo cuando vio cómo el hombre alzaba su rostro, mirándola a los ojos. Mariposa se detuvo, tensa ante lo que pudiera pasar. Su corazón retumbaba con lentitud y su respiración se entrecortó. Aquellos dos orbes rojos que la contemplaban parecían brillar con sanguinaria malevolencia.

 

—Ya es suficiente —dijo una profunda voz procedente del interior de la máscara.

 

Mariposa quedó sorprendida ante tan inesperada reacción. Se sintió realmente tensa con aquel misterioso hombre debajo de ella. De forma súbita, se apartó. Empezaba a sentirse muy inquieta, hasta el punto de querer salir de la habitación. El tipo la seguía mirando con total tranquilidad.

 

—Bueno, creo que ya es hora de que empecemos a hablar.

 

Cuando escuchó aquello, se quedó completamente alucinada. Era incapaz de creer lo que veía. No solo que el misterioso hombre rechazase su striptease, sino que encima, ahora quería hablar con ella. «¿De qué diantres querrá hablar este tipo?», esa cuestión la inquietó mucho más. Sabía que esto no iba a acabar nada bien, por ello, debía hacerse imponer desde el principio.

 

—Mira, no sé qué demonios quieres de mí, pero se supone que estoy aquí para hacerte un bailecito —dijo con seguridad Mariposa, avanzando un par de pasos hasta él, pues se había alejado en cuanto este comenzó a hablarle—. Así que me da igual de lo que quieras hablar. Si no buscas un striptease, lárgate de aquí y no vuelvas.

 

Se mantuvo impasible ante las palabras de la chica. Eso la estremeció un poco, pues, con lo que acababa de decirle, más que intentar convencerlo para que se marchase, lo que pretendía era intimidarlo. Su mirada perturbadora volvió a abalanzarse sobre ella a través de esa máscara de centelleantes ojos rojos.

 

—Créeme, ya he visto todo lo que tenía que ver ahí afuera —su voz sonaba contenida  a través del respirador, pero no estaba distorsionada como la de Pierce— . He venido hasta aquí para tener una pequeña charla contigo. Si accedes, claro.

 

A Mariposa todo aquello le estaba sobrepasando. Apretó los dientes con fuerza mientras sentía cada músculo de su cuerpo tensarse. Dejó escapar un súbito gemido por la boca y volvió a mirar con determinación al hombre. Sus ojos verdes cobraron un brillo fuerte.

 

—Escúchame bien, capullo. Sea lo que sea que quieres de mí, no lo vas a conseguir. —El tipo ladeó la cabeza con sorpresa al oír a la joven—. Así que, ya te estás largando o llamo a los dos guardias que hay allí afuera —Señaló hacia el pasillo con su mano derecha mientras hablaba—, ¡Y les digo que te saquen del local a patadas!

 

El hombre, que hasta ese momento se había mostrado tan sereno, cambió su postura. Los brazos, hasta entonces estirados sobre el respaldo, fueron cruzados contra su pecho. También bajó la pierna que tenía cruzada. Para Mariposa, esto era una evidente señal de que lo había enfadado. Y eso la llenó de mucha satisfacción. Para ella no había nada mejor que poder imponerse a la chulesca presencia de idiotas como el que tenía delante. Poder dejarlos humillados y vencidos por su propia fuerza. Aunque también debía ser cuidadosa, pues estaba jugando con fuego.

 

Viendo que el hombre no podía reaccionar ante su negativa, decidió darse la vuelta para ponerse su albornoz. Ya que no pensaba bailar, se quedaría vestida y esperaría a que transcurriese el tiempo necesario para salir de allí, que no solía pasar de unos quince minutos. Si luego Pierce le preguntaba por qué no había bailado, le explicaría lo que ese tipo pretendía. El cliente podría quejarse cuanto quisiera, pero, tras la experiencia pasada, su jefe sabía de qué lado ponerse. Y si el hombre se iba enfadado, no le importaba nada en absoluto. Total, el dinero no se podía devolver siempre que se atentase contra la integridad y seguridad de las bailarinas. Por otro lado, más personas vendrían detrás, deseando pagar por un exótico baile.

 

—No estás en posición de jugar conmigo, Mariposa —dijo el tipo mientras ella se ponía el albornoz. Prefirió ignorarlo—. O, más bien, debería llamarte Carolina.

 

Se quedó allí parada nada más escuchar aquello. Un terror repentino irrumpió por sus piernas y le recorrió el cuerpo completo en un segundo. Comenzó a temblar mientras sentía la presencia del hombre de forma más prominente. Giró la cabeza lentamente hasta que vio al tipo de nuevo con una pose relajada.

 

Carolina. Ese era su auténtico nombre. Tan solo Pierce, Cole, novio de su jefe y algunas de las bailarinas lo conocían. Para el resto era la esbelta y sensual Mariposa. Llevar un sobrenombre o apodo no solo era una forma de atraer a los espectadores. Era también una medida de seguridad para evitar que ciertos indeseables se acercasen a ellas. Cómo ese tipo podía conocerlo era algo que le aterrorizó de forma inhumana.

 

—Ven, siéntate a mi lado —dijo mientras daba palmadas sobre el hueco izquierdo del sofá—. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

 

Derrotada, casi podría considerarse incluso como humillada, Mariposa avanzó hasta el sofá y se sentó en el lado izquierdo de aquel insidioso. El odio que le profesaba era tan solo equiparable al miedo que le tenía. El tipo se giró para mirarla y, aunque llevaba una máscara, deducía que tras esta había dibujada en su rostro una sonrisa llena de chistosa satisfacción.

 

—¿Ves?, podemos hacer esto sin montar ningún espectáculo —comentó como si pretendiese regodearse en su opulenta victoria.

 

—¿Qué coño quieres de mí? —preguntó de forma brusca Mariposa, o, más bien, Carolina.

 

El tipo se rió un poco. Fue una pequeña carcajada, apenas audible, pero pudo notar cómo temblaba a causa de su hilaridad. Sus ojos rojos, intensos como dos proyectiles recién disparados por una aeronave de combate Gamma-8, volvieron a posarse sobre ella. Eso no la estaba calmando demasiado.

 

—Veo que eres muy irascible —comentó divertido—. Me sorprende que todo el mundo pague por verte bailar cuando no eres una muchacha que derroche demasiada simpatía.

 

—Déjate de tonterías —murmuró cada vez más cabreada—. ¿Cómo sabes tanto de mí? ¿Acaso trabajas para el gobierno?

 

El silencio fue la única respuesta que recibió en principio. El hombre seguía inmutable, como la perfecta estatua que era. De quién se trataba y de dónde había salido eran las preguntas que salían a flote de la mente de Mariposa  /  Carolina. Pero la peor de todas, desde luego, era qué quería de ella. Esa la atemorizaba más que ninguna otra.

 

—Te llamas Carolina Santos y naciste en el tercer sector de Neon City —dijo el hombre de forma repentina. Ella volvió a estremecerse de nuevo al oírlo—. Tu padre era supervisor en una de las fábricas del cuarto sector, encargándose de que la fabricación de robots mineros  de soporte se hiciera bien. Ganaba bastante dinero, así que os permitisteis vivir en una bonita vivienda que se hallaba en una de las mejores barriadas de la zona. Ibas a una buena escuela y nunca te faltaba de nada. Tu vida era perfecta, hasta que tu progenitor murió durante las revueltas sindicales —hablaba con total impavidez.

 

Ella tragó algo de saliva mientras escuchaba el relato de su vida.

 

—Os tuvisteis que trasladar al quinto sector porque no podíais pagar la hipoteca de la casa y luego, tras terminar el instituto, te dedicaste a trabajar como camarera en múltiples bares y clubes. No caíste en las garras de la prostitución ni de las drogas porque no eres tonta y, con lo que ganabais tú y tu madre, podíais pagar el alquiler del piso donde vivíais. Hasta que ella murió, claro.

 

Un leve temblor empezaba a detectarse en su espalda. Era parte del terrible agobio que estaba envolviéndola al escuchar cada fragmento de lo que había sido su vida hasta ese momento. Quería pedirle que se callase de una vez, pero, dadas las circunstancias, prefirió no hacerlo.

 

—Murió de cáncer estomacal, seguramente por culpa de los alimentos prefabricados que tomabais. Tú aguantabas las toxinas bien, pero el aparato digestivo de ella era tan débil que las células cancerosas se extendieron muy rápido. Para cuando fue atendida en el hospital, ya era tarde —Oír sobre la muerte de su madre la entristeció mucho.

 

Iba a derramar una lágrima, pero decidió no hacerlo.

 

—Tras su fallecimiento, te fuiste a un nuevo piso y buscaste trabajo en varios clubes nocturnos donde querían que te prostituyeses, a lo cual, obviamente, te negaste. Vagaste sin rumbo hasta dar con este club, donde permaneciste en el puesto de camarera por tres meses, ya que decidiste hacerte bailarina —Guardó silencio por un instante, pero no tardó en continuar—. Por lo visto, te diste cuenta de que desnudar tu cuerpo era mucho mejor que limitarte a servir copas. El dinero que estás ganando, lo ahorras para, por un lado, poder acceder a alguna de las universidades del sector central y, por otro, conseguir un billete que te permita escapar de este podrido lugar.

 

Tan solo le quedaba aplaudir. Había sido un excelente relato de su vida pasada, bien narrado y con un léxico más que bonito y aceptable. Pero la inquietud porque el tipo poseyese tanta información sobre ella no se disipaba. Más bien iba en aumento.

 

—Sí, es una historia muy bonita —dijo con cierto tono engreído—. Pero, de nuevo vuelvo a preguntártelo, ¿quién cojones eres?

 

Al hombre parecía encantarle la insistencia de Carolina sobre su verdadera identidad. Se giró un momento para luego volver a mirarla. No sabía porqué haría eso, si es que pretendía evitarla o qué, pero, como fuere, lo único que provocaba era que ese hombre le pareciera más raro de lo que ya era.

 

—Si insistes —manifestó algo alicaído—. Mi nombre es Clifton Reinhardt y soy un cazarrecompensas. Trabajo para la Agencia como contratista, persiguiendo criminales de medio y alto rango.

 

Escuchar todo aquello de boca de aquel hombre, hizo que a Carolina se le quebrara el corazón. Si de verdad afirmaba que cazarrecompensas, eso solo podía significar que andaba detrás de “quien ya sabía”. El tal Reinhardt debió de percatarse de sus temores, pues la miró con cierto interés.

 

—Conozco mucho de tu vida gracias a mis colegas de la Agencia —le informó el cazarrecompensas—, entre otras cosas, que eres la niña bonita de Kraken 8.

 

Lo último terminó por desestabilizarla. Que la Agencia tuviera información sobre ella no era nada raro, pues se trataba de la organización gubernamental dedicada al espionaje y la defensa interna del Gobierno Central. Pero, que el hombre allí presente le mencionase a Kraken 8, la alteraba demasiado. Esquivó la mirada rojiza intensa de su compañero de conversación. No soportaba esta escena por más tiempo.

 

—Su niña bonita —farfulló, más decepcionada que enojada—. ¿Debes de creer que soy su puta o algo así?

 

Reinhardt volvió a reír por lo bajo, pero esta vez más que sonar como algo burlón, parecía hacerlo de manera comprensiva.

 

—No tienes pinta de ser de las que se abren de piernas por cualquier cosa — comentó—. ¿Serías capaz si no tuvieras otra alternativa? Probablemente, pero en el fondo siempre lucharías por buscar otro modo de ganarte la vida.

 

El silencio volvió a reinar en la estancia. Cabizbaja, Carolina observaba el lugar que la rodeaba. Esta era la única vida que conocía desde hacía mucho tiempo. No le disgustaba, pero siempre deseó algo más.

 

—Sabes quién es ese tipo, ¿no? —dijo mientras contemplaba la nada de aquel lugar.

 

—¡Claro que lo sé! —exclamó entusiasmado el cazarrecompensas—. Es de la peor escoria que existe en esta ciudad. Su verdadero nombre es Gavin Scherzo y nació en el tercer sector. Fue lugarteniente de los Hijos Electrónicos de Neon City hasta que su líder, Trueno Azul, lo expulsó por dedicarse a traficar con armas y droga sin que este lo supiera. Bueno, y por acostarse con la querida hermana de su exjefe —añadió chistoso—. El caso es que ahora es un traficante que se dedica a trapichear junto con su banda con todo tipo de sustancias ilegales, desde píldoras Apoteosis, pasando por un sucedáneo del Chorro llamado Esplendor Celestial. Y, para mantener su próspero negocio, necesita saber cuáles son los movimientos de sus rivales. Y ahí es donde entras tú.

 

Sentir cómo aquellas palabras la referenciaban no le dejaba muy buen cuerpo. Se acicaló un poco su larga melena, pues la tenía algo alborotada después del baile y posó su mirada en el tal Clifton Reinhardt, quien no había apartado sus intensos ojos rojos, de robot asesino, de ella. Lo miró fijamente, como si quisiera sentir su presencia más cerca.

 

—Eres su informante. Este local suele estar frecuentado por muchos criminales que no hacen nada ilegal, pero, mientras se divierten viéndote a ti y a tus amigas bailar, suelen hablar de sus negocios. Información muy suculenta por la que Scherzo mataría. Y tú eres quien se ocupa de obtenerla —Guardó silencio momentáneo mientras dejaba a Carolina asimilar todo lo que le contaba—. En tu oreja izquierda llevas puesto un audífono que capta frecuencias de onda baja, es decir, sonidos que suenan muy flojos cuando hay otros más fuertes por encima, como la música del club. Ya sea en sesiones privadas, turnos en la cabina o stripteases en la plataforma circular, tú captas con ese aparatito todo lo que dicen mafiosos, jefes de bandas callejeras y traficantes. Luego, cuando te reúnes con él, le pasas toda la información y así consigues tu dinero. Una estrategia rápida y eficiente, pues, ¿quien sospecharía de una bonita stripper?

 

Pudo notar la presión del audífono en su oído interno. Ese día se lo había puesto, pero no lo tenía conectado.

 

—Sabes mucho de mí. Estoy sorprendida —reconoció la stripper—. La cuestión es, ¿adónde nos lleva todo esto? ¿Acaso pretendes usarme para llegar hasta Kraken?

 

—Bueno, se paga una buena recompensa por tu amigo, pero no es a él a quien busco —respondió con calma—. Aun así, si me dijeras dónde está, me harías un gran favor.

 

La respuesta la dejó muy sorprendida. Si no quería atrapar a Scherzo, entonces, ¿para qué lo quería? Si ya de por sí todo esto resultaba raro, la cosa estaba adquiriendo un grado más bizarro.

 

—¿Le has visto? —preguntó de forma directa Reinhardt.

 

Ella negó con la cabeza, pese a seguir en su mente cavilando confusa sobre las verdaderas intenciones del cazarrecompensas.

 

—Hace tres semanas que no le veo —le informó Carolina—, pero, de todas maneras, no sé para qué lo quieres.

 

—Supongo que te debo una explicación. — Carolina pensó que así era— ¿Has oído hablar del Dragón Negro?

 

Cuando escuchó aquel nombre sintió un escalofrío recorrer su espalda. Como si la mismísima Muerte la hubiera acariciado con su gélida mano. ¿El Dragón Negro? Claro que había oído hablar de él. Era de lo único que hablaban en las noticias de los distintos canales.

 

El cazarrecompensas parecía observarla con denotado interés. Para ella, su rostro parecía estar tornándose más siniestro a medida que hablaban de todo aquello. Y no era por la máscara. Esta seguía igual. Era por el tema del que hablaban. El Dragón Negro.

 

—Por supuesto que he oído hablar de ese misterioso personaje —le respondió, resaltando con su voz toda la frase para indicar lo obvio que era—. Es de lo que todo el mundo habla ahora. La imparable máquina de matar que está masacrando a todas las bandas criminales de Neon City.

 

Esto último lo había sacado de un reportaje que hicieron las noticias del canal Nova Información, donde se habló de la brutal matanza perpetrada en un gran almacén colindante al puerto estelar de la ciudad. Allí se hallaron los cadáveres, grotescamente mutilados, de tres hombres y cuatro mujeres, todos ellos sicarios de un importante traficante de la zona. Los métodos del Dragón Negro eran descritos como violentos, rabiosos y devastadores, caracterizados por el uso de un arma de filo cortante, pese a que la presencia de quemaduras en los cuerpos de algunas víctimas indicaba que también usaba armas de carga plasmática. Pero daba igual como matase a sus víctimas. Lo único que importaba a las autoridades de Neon City era entender porqué estaba cargándose a tantos criminales. Este ataque, el ultimo producido hasta el momento, se sumaba ya a los siete que llevaban teniendo lugar desde hacía cuatro semanas. Nada tenía sentido.

 

—¿Y qué tiene que ver Scherzo en todo esto? —preguntó la stripper Mariposa.

 

Reinhardt se reclinó sobre el respaldo y miró un poco la estancia. No parecía tener ganas de querer hablar de aquello.

 

—Voy tras el Dragón Negro. Me estoy coordinando con una compañera de la Agencia para darle caza —le explicó—. Tu amigo, Kraken, ha hecho algo que no debió.

 

Eso sonó bastante preocupante. Vio cómo el hombre sacaba un pequeño ordenador portátil de un bolsillo de la gabardina. Era cuadrado, con una gran pantalla ocupando la parte frontal. Tecleó algo con sus dedos metálicos sobre esta. De repente, dos haces de luz azul claro salieron de la zona delantera del aparato. Estos dibujaron el holograma de un hombre provisto de una máscara de gas que recubría su rostro y que iba a pecho descubierto. No le hizo falta ninguna otra pista o indicación a Carolina para saber que se trataba de Kraken 8. Reinhardt le hizo una seña para que estuviera atenta. Activó el vídeo y el hombre comenzó a hablar.

 

—Los Dragones del Amanecer se han replegado a sus territorios, asustados. Las Navajas Afiladas huyen en tropel por las calles nada más oír su nombre. Los Espectros Callejeros se esconden debajo de sus camas, implorando a mami para que lo espante. Ni siquiera los Hijos Electrónicos se han pronunciado respecto a él —el tono de voz de Gavin Scherzo sonaba chulesco y desafiante desde el principio. Algo característico de su personalidad inestable y engreída—. Lo llaman el Dragón Negro —continuó mientras se ponía las manos en la cara, como fingiendo entrar en pánico—. ¡Oh, no! ¡Salgamos todos corriendo!

 

Reinhardt no pudo evitar reírse ante esto. Carolina prefirió permanecer callada

 

—Menuda panda de imbéciles. Ese nombre se lo puso alguien que lo vio en mitad de la noche y creyó que era esa bestia antigua de grandes alas y que escupía fuego por la boca, que aparecía en las antiguas mitologías. Un ser aterrador, ¿verdad? —Se detuvo un instante, como si pareciera estar esperando alguna respuesta—. ¡Pues a mí no me acojona!— La figura del tipo se tornó más tensa y agresiva—. ¿Quién cojones se cree que es ese puto fantoche? ¿El jodido justiciero de mierda de esta puta ciudad? ¡Je!, me río en su puta cara. Si ese cabrón quiere guerra, la va a tener. ¡Que venga a por mí! Mis ocho tentáculos y yo le estamos esperando encantados.

 

De repente, ocho siluetas pertenecientes a los secuaces de Kraken 8 flanquearon al hombre, cuatro a cada lado. Entonces desaparecieron como si de fantasmagóricas presencias se tratasen. El vídeo había terminado. Carolina quedó en silencio, reflexionando sobre lo que acababa de ver. La única conclusión a la que lograba llegar era que Gavin Scherzo era un auténtico gilipollas que acababa de firmar su sentencia de muerte.

 

—Ese vídeo fue grabado y subido a la Infrared hace una semana —señaló Clifton Reinhardt—. ¿Alguna idea de esto?

 

—No —respondió clara la chica—. Nunca comentó nada sobre este asunto. Además, como te he dicho, llevo sin verlo desde hace tres semanas.

 

—¿En serio? —El cazarrecompensas sonaba algo ansioso—. ¿Y no sabes si, por alguna casualidad, te contactará pronto?

 

—Ni idea —dijo ella mientras negaba con la cabeza—. Por otro lado, tú no deberías haber venido aquí a verme.

 

Reinhardt quedó sorprendido ante la inesperada afirmación de la bailarina. La chica se inclinó un poco y, al volverse para mirarlo, el hombre pudo notar en sus ojos verde claro el incipiente miedo naciendo.

 

—Siempre deja a alguien vigilando el local para comprobar quién entra o sale —relató algo temerosa. Miró de refilón al cazarrecompensas, quien le prestaba toda su atención—. No se fía de mí, bueno, en realidad, no se fía de nadie. Es todo un paranoico. Y si te ven hablando conmigo, no dudará en tomar represalias.

 

—Dime quién te vigila y me lo cargo.

 

A Carolina le hizo gracia tan caballeroso ofrecimiento. En el fondo, parecía notar que aquel hombre no era tan malo como aparentaba. Lo supo por el tono de su voz, tan arrojado como dispuesto. Quería protegerla.

 

—No sé quién es —le informó decepcionada—. No es tan estúpido como para revelármelo.

 

—¡Puedo protegerte! —exclamó con seguridad el hombre mientras se aproximaba ella—. Mi compañera de la Agencia puede incluso sacarte de Neon City esta misma noche.

 

Lo miró. Se había acercado a ella y, pese a que el casco ocultaba su cara, creyó adivinar en él un gesto total de comprensión. Eso la agradaba bastante. En el fondo, Clifton Reinhardt no parecía tan malo. De hecho, sabía que en verdad, era bueno. Al menos, más que los desaprensivos psicópatas para los que trabajaba. Le sonrió con ternura y sintió la cálida mano metálica acariciando la suya. Pensó que debía aceptar su propuesta. Pero ella no necesitaba la ayuda de nadie.

 

—¿Sabes cómo me vendrías mejor? —preguntó críptica—. Si te largaras del local ahora mismo.

 

Reinhardt se echó hacia atrás, sorprendido por la respuesta.

 

—Cuanto más tiempo pases aquí, es mayor la posibilidad de que te vean conmigo —prosiguió la chica—. Así que, si quieres mi opinión, es mejor que te marches ya.

 

Ante esto, el cazarrecompensas no tuvo más qué decir. Se levantó, no sin antes lanzarle otra mirada de soslayo a Carolina, como si pretendiera preguntarle si estaba segura de lo que hacía. Pero la chica se mantuvo en su lugar.

 

—Entonces, no tengo nada más qué hacer aquí —dijo algo decepcionado mientras empezaba a caminar. Antes de irse se volvió a ella—. Pero una cosa, no te fíes de esos tipos. Lo mejor que puedes hacer es no seguir involucrada en sus asuntos. Créeme, son gente muy peligrosa.

 

—Descuida, ya te he dicho que sé cuidarme por mí misma.

 

El hombre la miró de nuevo con preocupación, pero estaba claro que no intentaría hacer nada más. Se dio la vuelta e inició su salida de la estancia.

 

—Gracias por el baile, Mariposa —le dijo mientras la puerta automática se abría—. Eres extraordinaria. Cuídate mucho.

 

No sabía a qué sonaba todo aquello, si como una despedida o una advertencia. Una advertencia de que cuidara su vida y no se metiera en problemas. Siguió sentada en aquel sofá, dejando el tiempo pasar.

 

 

Continuará

 

Fecha aproximada de la siguiente entrega: 12-08-2016