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Y del sentir humano

en MicroRelatos

Y del sentir humano

 

Relato escrito por Carlos A.C. para la Antología TRCL

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Dio grandes pasos por la cúpula, giraba en redondo. De vez en cuando, un suspiro, nuevo giro y una exclamación.

 

—¡Pequeño planeta loco! ¿A qué diablos fui yo ahí? —mascullaba entre dientes.

 

Claro que no podía haberse negado, esa era parte de sus tareas oficiales como hijo del regente planetario de esa sección del universo, esta era simplemente una de las tantas tareas que debía cumplir.

 

Un nuevo giro.

 

—¡Me estoy volviendo loco, no puedo concentrarme en nada! —dijo en alta voz—. Ya no puedo ni dormir tranquilo, ¿qué me está pasando?, tengo que ir donde el ajustador de energías, algo malo me sucede, me veo cada vez el aura más desplazada hacia el café.

 

¡Llegó la hora de reposición de fuerzas!

 

Y, mientras ingresaba en su cápsula privada, recordó lo ocurrido hacía apenas unos pocos ciclos.

 

Teniendo todo dispuesto según lo acordado, era hora de que a la nueva cepa en desarrollo se le dotara de las características de una especie autosuficiente, para que pudiera procrear por si misma, pues en la actualidad solo podía hacerlo mediante inclinación. Ya había suficientes habitantes que ameritaban que se les diera el soplo de vida.

 

Su función era simple; debía fecundar a una hembra de la nueva especie, como tantas otras veces lo y habían hecho en el universo, creando razas autosuficientes en el orden reproductivo, capaces de efectuar el trabajo arduo, a la vez, con la capacidad de soportar las inclemencias de los climas de estos mundos salvajes.

 

Hacía ya muchos eones, su especie no tenía casi contacto con el mundo tridimensional, lo que dificultada de gran manera ciertas labores que eran requeridas para mantener el ciclo vital. Por eso era necesario crean nuevas especies, a estas se les dirigía en los trabajos básicos de recolección y pastoreo, para que pudieran crecer y multiplicarse. También se les dotaba de un cierto orden social, para evitar las riñas y querellas que podían diezmar las pequeñas poblaciones que se estaban gestando en una diminuta y primitiva comunidad.

 

Su pensamiento volvió al lugar y momento del rito. Él, como delegado planetario, debía ser recibido en una cámara dedicada para el propósito de la procreación, ataviado con sus vestiduras siderales, que le daban un aire imponente, casi divino. Allí debía llegar la hija de los hombre, la cual debería recibir la “semilla de los dioses”, gestando de conciencia, sabiduría y humanidad.

 

Ella ingresó a la cámara, apenas ataviada con un una ligera túnica casi traslúcida y con la cabeza baja, como dictaba el protocolo en presencia de un representante de los dioses.

 

La cámara fue cerrada y empezó la ceremonia de iniciación.

 

Ella se dirigió a la mampara de purificación , donde debería recibir un baño que eliminara todo posible vestigio de impureza que pudiera ser trasmitida al visitante de los cielos. El acto fue hecho lentamente; la hija de los hombres se retiró el pequeño albornoz que le quedaba y quedó en todo el esplendor de su desnudez. El visitante detuvo fugazmente la mirada, con un poco de curiosidad, sobre el cuerpo vibrante, curvilíneo y blanco como la luna , de cabellera negra como ala de cuervo. La luz indirecta se reflejó sobre las salpicaduras del líquido transparente sobre la piel, lanzo destellos como polvo de hadas. La sinuosa figura se movió cadenciosamente mientras frotaba su cuerpo en el líquido. El visitante no podía retirar sus ojos de esos movimientos sutiles, cadenciosos, provocadores, más peligrosos por el hecho de no ser premeditados. Él retiró la mirada de forma brusca. «¿Qué me pasa?», pensó, «esto es algo inusual», pero la verdad es que no podía retirar la mirada de la mampara.

 

Oyó que el fluido dejaba de caer y, mientras ella recibía las corrientes de vapor caliente que deberían retirar el exceso de líquido del cuerpo, él seguía sus movimientos sin separar los ojos de esa figura ondulante que lo atraía.

 

Ella avanzó y se colocó de rodillas ante él. El visitante, en un acto sin precedentes, la levantó en sus brazos y, como algo muy frágil y querido, la depositó en el altar de la sabiduría donde el acto debería consumarse.

 

Él se ubicó ante ella, lenta y pausadamente, como dictaban los cánones galácticos. Tomó la posición correcta para llevar a cabo el acto de procreación, sin embargo, algo sucedió, algo imprevisto. Ella, lentamente, abrió las piernas y rodeo la cintura de él, suave, pero firmemente, presionó sobre sus caderas, entretanto, con las manos, se apoderó de su espalda, acercándolo peligrosamente a esos labios rojos y a esas estrellas oscuras que brillaban en su cara. Sin darse cuenta, él terminó con su boca pegada a la de ella y esta empezó a ondular suavemente. Sus piernas rozaban su piel y las uñas se clavaban en la carne del visitante que, sin pensarlo, perdía el aliento en esa boca suave y ardiente. Todo decoro fue dejado de lado e, impulsivamente, la tomó de forma totalmente distinta a lo que hasta ahora venía haciendo con las distintas hembras de los mundos fecundados.

 

Él trató en vano de liberarse de ese suave, pero firme abrazo, y en esa breve lucha perdió el último vestigio de autocontrol. Fue poseído y arrastrado a una vorágine de sensaciones irreflexivas y descontroladas. Ya no fue dueño de sus actos; esta hembra, de una especie semisalvaje, le arrancó la conciencia y lo hizo suyo, y, con un grito desaforado que retumbó hasta el infinito, se creó el primer humano libre en el vientre de una virgen.

 

Ahora, varios ciclos más tarde, en su soledad, su cuerpo le recordaba las sensaciones y su mente divagaba con la calidez de esa boca, la suavidad de esa piel y los movimientos cadenciosos y enloquecedores, y sabía en ese instante que tenía que volver a ese plantetilla loco donde esa humana le robó la tranquilidad.

 

 

FIN

Próxima publicación: "La hija del androide", inicio de novela por entregas escrita en coautoría por Edith Aretzaesh y Drex Ler

Fecha aproximada de la siguiente publicación: 26-08-2016