miprimita.com

Emociones de Astrea III

en Amor filial

Emociones de Astrea

 

Capítulo III, Lujuria

 

(Novela por entregas)

 

 

 

Relato escrito por Alventur para la Antología TRCL

 

 

Perfil TR del autor:

 

http://www.todorelatos.com/perfil/1448867/

 

Aviso legal

 

El presente trabajo se encuentra protegido bajo licencia Creative Commons, queda estrictamente prohibida la reproducción, copia y distribución sin el permiso expreso de su autor

 

 

—UNO—

 

 

Los sueños tienen el poder de cambiar vidas. Hay sueños de grandeza y éxito que, cuando nos visitan, no queremos que terminen. También existen las pesadillas de las que no podemos despertar y que, cuando concluyen, no deseamos que se repitan. Un Viaje Morfeo es distinto; al ser de carácter artificial, controlado por ordenador y coordinado con la mente de quien lo experimenta, cuenta con esa sensación de permanencia y constancia que asociamos con la realidad.

 

Mi madre puede decir lo que quiera, pero, para mí, esa sensación de coherencia entre los acontecimientos implica demasiado de una realidad como para negar que esta sea verdad. Lo que ha estado a punto de suceder entre nosotros no debe siquiera volver a insinuarse. Simplemente, es demasiado para mí. Puede haber quien piensa que estas experiencias no importan, que no tienen efectos y no implican cambios porque no están sucediendo en el mundo real, pero, desde mi punto de vista, el mero hecho de poder recordarlas ya es consecuencia suficiente.

 

—Cleto, ¿no piensas salir? —pregunta Astrea abriendo la puerta del cuarto de baño—. La empleada ha dejado ropa para ti, está sobre la cama.

 

Mi madre entra, desnuda como rato antes. Trae entre sus brazos un bulto de ropa. Me incorporo, ya no intento ocultar mi erección, ella me sonríe como si nada de lo que sucede fuera importante.

 

—Voy a bañarme, hijo. Vístete mientras, hay mucho por recorrer en este lugar y una sorpresa para la noche.

 

Asiento intentando que mi sonrisa  oculte los sinsabores que corroen mi corazón. Me enfurece la traición de Camelia, en complicidad con la traición de Rufo en contra de mi madre. He tenido que buscar valentía en mi interior, donde estoy seguro de no poder hallarla. Me asusta un poco Astrea, con la súbita metamorfosis de sus actitudes y de su talante; es como si el Viaje Morfeo la hubiera rejuvenecido veinte años y fuera la clase de chica que nunca imaginé que pudo haber sido.

 

Salgo del cuarto de baño en el momento en que Astrea pasa al cubo de la ducha. Escucho la caída del agua sin encontrar ninguna diferencia entre este sonido artificial, inspirado por un programa de ordenador que controla todo nuestro entorno, y su equivalente del mundo real.

 

Encuentro sobre la cama el bóxer que mi madre me lanzara minutos antes, así como un ajustado chaleco y unos pantalones de corte amplio.  Entiendo que  esa será toda mi vestimenta y tuerzo el gesto; mi madre ha elegido lo que puede venirme mejor si se trata de lucir mi anatomía. Soy consciente de que cualquier aristócrata habría invertido una pequeña fortuna por aparecer en un Viaje Morfeo con un físico como el que la naturaleza me ha obsequiado, pero esa forma de ostentación no va conmigo y difícilmente habría sospechado que se relacionara con el carácter de mi madre. Es evidente que hay cosas sobre Astrea que desconozco.

 

«¡Gracias por la interrupción!», exclamo mentalmente al recuerdo de la empleada que cortó las intenciones de mi madre minutos antes. Tiemblo al pensar en lo que habría tenido que decir a Astrea en caso de concretarse lo que estuvo a punto de suceder.

 

Al vestirme, intento ocultar infructuosamente la dureza d mi miembro. Viendo la inutilidad de la tarea me resigno a ostentar un bulto en la entrepierna. Al menos en este mundo puede pensarse que he pagado por tener una larga hombría.

 

Me siento sobre el mullido colchón y cierro los ojos. Irónicamente, quisiera poder dormir y evadirme de este simulacro de realidad que detesto. La alternativa sería volver al mundo real y enfrentarme al desamor y el abandono que me esperan, convertidos en sicarios de mi desdicha.

 

Quizá sea esa misma desdicha la que impulsa a Astrea a comportarse conmigo como lo ha estado haciendo desde que despertamos en el Viaje Morfeo. Posiblemente le haga bien salir y explorar el mundo que el sistema nos ha preparado. Solo estaremos un día y toda una noche, así que, si consigo mantenerla lo bastante ocupada como para que no vuelva a insinuar con actitudes que quiere tener algo conmigo, quizá volvamos a la realidad con la experiencia de hace un rato convertida en el recuerdo inconcluso de un mal sueño.

 

El agua de la ducha se interrumpe y, minutos después, Astrea sale del cuarto de baño. Tiene puesta una blusa traslúcida que permite ver sus senos a la perfección, un ajustado pantaloncillo semitransparente y un diminuto tanga que se nota por debajo. Me asusta pensar lo que cualquiera diría si fuera vista de semejante guisa en el mundo real, pero estamos en un entorno donde la gente paga por tener la libertad y las posibilidades de lucir sus cuerpos sin pudor alguno.

 

No debo perder de vista que mi madre se siente lastimada por la traición de su esposo. He pasado la vida entera buscando que ella se encuentre bien. Me inspira felicidad saber que está orgullosa de mí, me alegran sus pequeños triunfos y renace mi ánimo cuando la veo sonreír como en este momento.

 

—¡Vamos afuera, Cleto! —exclama extendiendo los brazos, automáticamente la tomo de las manos—. ¡Hay tanto por hacer aquí que apenas si dará tiempo!

 

Asintiendo me incorporo y, apuntalando mi sonrisa, trato de transmitirle una alegría que estoy lejos de sentir.

 

—DOS—

 

Algunas de las formas de arte que antiguamente se conocieron como literatura y cine prometieron  a la humanidad, para un futuro que hoy es presente, la gloria de resplandecientes Imperios Galácticos. Antiguas generaciones soñaron con la conquista del espacio exterior, no obstante, la cruda realidad fue que esas visiones nunca pudieron darse. En vez de ello, como el premio de consolación que reciben los huérfanos de la fantasía en que nos hemos convertido mis contemporáneos y yo, tenemos a nuestro alcance el espacio interior, reino de la mente y la visualización onírica.

 

Mi madre y yo recorremos las calles de esta versión idealizada de la ciudad AE21. Los dedos de Astrea, entrelazados con los míos, se tensan y relajan ante la contemplación de alguna maravilla. La calidad del aire y la luz es tan realista, el sonido de mis sandalias al caminar sobre el carbono que recubre la acera es tan nítido, la risa de mi madre es tan cristalina que me resulta difícil imaginar que estoy, junto con ella, inmerso en un mundo que no existe.

 

Las personas que pasean por la calzada aparentan ser todas aristocráticas; probablemente habrá quien haya obtenido un paquete de Viaje Morfeo gratuito, pero se habrá cuidado de pagar a la compañía para aparentar un aspecto que no le corresponde según su ADN no modificado.

 

Hay un sinfín de establecimientos que brindan sus servicios gratuitamente. Todos entendemos que estar en este mundo implica un coste económico, así que Viaje Morfeo puede regalar cualquier objeto, cualquier capricho y cualquier deseo, ya que en realidad es mercancía intangible.

 

La mañana transcurre conmigo sumergido en un estado de melancólica expectación. No me desagrada estar aquí, aunque me encuentro rodeado de gente entre la que difícilmente puedo sentirme a gusto. Para mi madre es emocionante entrar a una tienda y adquirir gratuitamente cualquier prenda, cualquier dispositivo o cualquier capricho. Si ella es feliz, yo procuro actuar en consecuencia.

 

Aunque las proyecciones digitalizadas de nuestros cuerpos no lo necesitan, es placentero comer en un restaurante donde es posible degustar toda clase de manjares, sin límite ni costo, sin sentir que el estómago puede llenarse.

 

Hay locales donde se ofrecen diversiones y la satisfacción de toda clase de fantasía sexual. Al estar haciendo uso de un Viaje Morfeo orientado para consumidores mayores de dieciocho años, la selección de actividades que se nos ofrece tiene cierto carácter erótico que ruboriza un poco a mi madre y a mí me turba.

 

Con un aire de plenitud y falso realismo, el universo del Viaje Morfeo nos brinda la sublimación de una experiencia que, en un entorno genuino, nunca podrá ser.

 

—Cleto, creo que es momento de que sepas lo que haremos esta noche —sonríe mi madre cuando toma mi mano, a la salida del restaurante—. Estamos invitados a una fiesta en Domo Central.

 

Me revuelvo incómodo. Una cosa es estar en este lugar, convivir con la gente que pertenece a una casta social que ha despreciado a Astrea y que me despreciaría a mí, y otra cosa sería asistir a una reunión con esa misma clase de personas.

 

—Pero podemos rechazar eso, ¿no? —me atrevo a proponer—. O, al menos, yo puedo evadirme. Mamá, no me interesan esas cosas.

 

Deseo que mi argumento, endeble y tímido, sea suficiente para convencerla. Como casi siempre, aquello que pido al destino me es negado.

 

—Hijo, será muy divertido —aboga—. Es todo un honor que solamente se concede a las familias de mayor rango. Incluso tú y yo pasamos por aristócratas y…

 

—¡Y en el mundo real esa gente nos escupiría a la cara sin dudarlo! —la interrumpo alzando la voz más de lo que habría deseado. Me arrepiento por el estallido y procuro serenarme, mi madre no es culpable del sistema de castas que marca las diferencias de nuestra sociedad.

 

Astrea agacha la mirada y se muerde el labio inferior, con expresión pensativa. Parece meditar las palabras antes de hablar.

 

—Cleto, tenemos la ventaja de que aquí no necesitamos dormir ni comer y no sentiremos cansancio —enumera apretando mi mano, como queriendo con este gesto presionarme a aceptar—. En esas fiestas hay diversiones extremas.

 

—¿Qué clase de diversiones? —pregunto tratando de suavizar mi tono. Ella no merece verme enfadado—. ¿Cómo sabes que será divertido para nosotros?

 

Mi madre cierra los ojos y suspira, se pasa la mano libre por la nuca y, cuando vuelve a mirarme veo decisión en su semblante.

 

—Hijo, hay algo que tú no sabes —hace una pausa para tomar aire—. No es la primera vez que tomo un Viaje Morfeo, antes de que tú nacieras vine aquí. Conocí a tu padre en una de esas fiestas, precisamente en el Domo Central, después nos encontramos en el mundo físico y tuvimos una relación.

 

La memoria me catapulta a esos momentos de infancia en que veía a mi madre llegar agotada, tras doce horas de trabajo duro en la empacadora de alimentos. Tuerzo el gesto al recordar los momentos, ya siendo adulto, en que he tenido que ver por el 3Dvisor algún debate en donde participara el hombre que me engendró y abandonó sin conocerme, en el hipócrita papel de defensor de los lazos familiares.

 

Trago saliva imaginando a una Astrea joven y hermosa, seducida por un hombre maduro, comprometido y cínico, colmada de la semilla que daría como fruto a un Cleto que solamente lanza una pregunta al destino: «¿por qué?»

 

Me asusta pensar que mi madre ha estado ya en este sitio y que ha soñado toda una vida con volver. Casi me duele lo que tengo que decirle, pero no me veo capaz de guardármelo.

 

—Mamá, no quiero ir —declaro decidido—. Creo que fue mala idea que yo viniera, tú sola podías haber disfrutado mejor de esta experiencia.

 

—En realidad, el invitado eres tú —la expresión en su rostro es la misma que usa cuando sabe que será difícil convencerme de algo—. Te han convocado por pertenecer a la familia de tu padre, yo iré como tu acompañante.

 

Sé que es imposible, pues no me encuentro en mi cuerpo real, pero siento que el estómago me arde con el fuego de una ira que debo reprimir.

 

—Ese… ¿Ese hombre estará ahí?

 

—No —menea la cabeza categóricamente—. Tu padre no está conectado en estos momentos a la red de Viaje Morfeo, ya lo verifiqué. Es una lástima, sería interesante reencontrarme con él y que te conociera. En su lugar se encuentra Canuto, tu hermano mayor.

 

—¡Mamá, por Dios! —exclamo soltando su mano para darle la espalda y apretar los puños y la quijada. Este tema me trastorna—. ¿Quieres forzarme a conocer a ese tipo? ¿A ese fulano que gana en un solo día diez veces más bonos de productividad de los que yo jamás tendré por una vida entera de trabajo? ¡No iré! ¡No lo deseo, y no respondo por mis actos si me obligas!

 

Amo a mi madre por sobre todo lo existente. Nunca me ha sabido bien contrariarla y todo en ella me parece perfecto, desde la belleza de su figura, peligrosamente atrayente, hasta la sensatez de sus decisiones. El Viaje Morfeo parece haberla afectado y quizá eso se deba a que no es la primera vez que deambula en este ámbito, por lo que quizá, movida por recuerdos de placeres pasados, está emocionada a niveles que nunca le conocí. Sí, amo cada cosa de mi madre, pero la perspectiva de encontrarme con cualquier persona de la rama paterna de mi ADN me abruma. Canuto, en especial, me molesta; es el propietario de la empacadora de alimentos a la que mi madre ha dedicado toda su vida laboral.

 

—Iremos, Cleto —declara ella con decisión mientras masajea mi espalda con manos firmes—. Hay algo que debo pedirle a tu hermano, es muy importante para mí y de ello dependen muchas cosas. No puedo decirte lo que es, pero te pido que confíes en mí.

 

Me desarma. Su firmeza a la hora de redirigir mi maltrecho carácter hace que asienta a regañadientes. Detesto que ella tenga la necesidad de humillarse ante un ser que cuenta con la mitad del código genético del ser que ha parido, pero no tengo modo de negarme ahora que sé que será algo trascendental.

 

No sé si solicitará un aumento a Canuto o una mejora en las condiciones laborales que afronta día con día, pero quizá valga la pena que hablen.

 

—De acuerdo —cedo con dolor—. No puedo negártelo y seguramente le pedirás algo que yo no te puedo dar.

 

—Hijo, lo que tengo que arreglar con tu hermano es muy personal —aclara seria—. En otras circunstancias habrías podido dármelo tú, pero creo que eso será imposible. No tienes que conocerlo si no lo deseas.

 

—TRES—

 

Carezco de referencias para comparar, pues nunca he visitado Domo Central en el mundo físico. La versión, quizá idealizada, que aparece en Viaje Morfeo  resulta, simple y llanamente, fastuosa.

 

Se trata de un salón circular, de quinientos metros de diámetro, ubicado en la cumbre de la cúpula de ciudad AE21.

 

El oro y los diamantes sintéticos lo embellecen todo hasta el punto en que tanta fastuosidad me resulta desagradable. Desde el piso, cubierto por una mullida alfombra blanca, hasta el techo circular, del que penden reflectores bellamente trabajados en dorado, todo el entorno me subyuga.

 

Justo al centro de la estancia hay una piscina de escasa profundidad, donde nadan  decenas de personas en distintos estados de desnudez y lucidez. La pista de baile, bañada por los destellos de luces intermitentes, se encuentra invadida por varias parejas que se mueven al ritmo atronador de la música electrónica. Detesto el lugar, detesto el ambiente, detesto a quienes nos rodean, pero amo poder complacer a mi madre en este paseo que, para ella, es un sueño y para mí representa una pesadilla.

 

Astrea luce un conjunto traslúcido, de blusa y falda, que permite ver perfectamente sus senos generosos y el diminuto tanga que solamente cubre su sexo depilado. Yo vengo vestido solamente con unos pantalones ceñidos que marcan las dimensiones de mi hombría y un chaleco blanco que contrasta con el bronceado de mi piel. Ambos, a primera vista, lucimos como miembros de la clase aristocrática que se divierte en sitios como este.

 

Abriéndonos paso entre la gente que se mueve sin rumbo o plan aparente llegamos a la barra. Pedimos bebidas que, aunque contienen todo el sabor de sus equivalentes en el mundo real, no podrían embriagarnos, pues no se incluye la experiencia de la ebriedad en el paquete gratuito de nuestro Viaje Morfeo. Me parece tonto, pero hay quienes pagan por poder emborracharse aquí hasta perder el juicio.

 

No hay sitio dónde sentarnos. Todas las mesas están ocupadas, pero mi madre no ha venido a mirar cómo se divierten los demás. Saciadas sus ganas de beber algo que no la embriagará, tira de mi mano para llevarme a la pista de baile.

 

Entre los destellos luminosos soy capaz de ver un área cercana donde algunas personas, desnudas o semidesnudas, se entregan a los placeres del sexo sin ninguna clase de pudor.

 

Hay desde quienes se masturban en solitario hasta las parejas de distinto o del mismo sexo e incluso los corrillos de varias personas unidas en las combinaciones más extravagantes. Mi madre mira hacia esa zona y se relame los labios. Temo preguntar, pero presiento que el sexo exhibicionista que reina en ese rincón le interesa, sea porque quizá lo haya probado en su anterior visita o porque ha deseado hacerlo desde entonces.

 

Las parejas que nos rodean y se mueven al ritmo de la música nos obligan a estar más o menos cerca. Sin tocarnos mucho, mi madre y yo bailamos, por mi parte, intento no quedar en ridículo mientras que Astrea menea las caderas con una gracia sensual y lasciva que me produce inquietud. De más está decir que estoy excitado, por las escenas sexuales que se desarrollan a pocos pasos de donde nos encontramos y por la faceta hasta ahora desconocida que estoy descubriendo en la personalidad de mi madre.

 

«¿Cómo lidiaré con esto cuando volvamos a la realidad?», me pregunto mientras intento no rozar con mi erección uno de los muslos de Astrea, quien se contonea como queriendo provocarme.

 

Temo que mi madre vuelva a insinuárseme. Temo al hecho de reconocer ante mí mismo que ella me excita y temo no poder contenerme si los acontecimientos se precipitan.

 

Astrea disfruta del baile, su mirada va de mi rostro a las personas que ejecutan diversas prácticas sexuales al costado de la pista. En ocasiones, mira entre quienes bailan hasta que me convenzo de que está buscando a alguien.

 

Cuando creo que Astrea no encontrará lo que busca, cuando empiezo a sentirme lejanamente cómodo con la música, la aglomeración de gente y los excesos sexuales que atestiguamos a pocos metros de nosotros, mi madre me toma de la mano y deja de bailar.

 

—¡Ahí está! —grita para hacerse oír—. ¡Ese es Canuto!

 

Maldigo para mis adentros mientras Astrea tira de mi mano, encaminándose y llevándome hacia donde un hombre físicamente parecido a mí se divierte bailando con una chica de piel muy oscura y cuerpo monumental.

 

Mi madre se sitúa a un costado de mi hermano, de manera que él me da la espalda y ellos dos pueden mirarse. La marea de cuerpos en movimiento resta espacio, haciendo que mi madre quede pegada a mí por el frente y en pleno contacto con mi hermano por su flanco izquierdo. Esto no parece incomodarla, pues se mueve con más lascivia que antes, aumentando mi prohibida excitación y haciendo que Cleto repare en ella.

 

Más de una vez mi erección roza con su pubis, más de una vez en un giro, las nalgas de Astrea se restriegan con la cadera de mi hermano o, cuando este se envalentona, con su entrepierna.

 

Hay momentos en que él gira o se voltea para interactuar con ella mientras me lanza miradas desafiantes. Me siento humillado, furioso, aprieto los dientes, pero soy incapaz de decir o hacer algo. No deseo contrariar a mi madre, no cuando acaba de pasar por el trance de ver a su marido teniendo sexo con mi novia.

 

El ritmo de la música cambia, se vuelve más acelerado y las notas parecen aumentar en volumen y estridencia. Detesto esta clase de melodías, sin embargo, lucho por resistir. En un momento dado, Canuto toma una de las manos de Astrea y le sonríe, acerca su rostro al oído de mi madre. Me es imposible escuchar lo que le dice, pero ella ríe a carcajadas.

 

A partir de ese momento soy ignorado por ambos. La chica que originalmente bailara con Canuto ha desaparecido, engullida por el gentío y él ya no se corta. Toma a mi madre por la cintura, se sitúa tras ella y ambos bailan meneando sus cuerpos provocativamente. Astrea entrecierra los ojos y me mira con el gesto extasiado mientras se muerde el labio inferior; Canuto acaricia su vientre y asciende hasta posar las manos sobre los senos de mi madre. Los levanta y sopesa mirándome con una expresión burlona que pasa desapercibida a Astrea. Mi hermano manipula las tetas de mi madre sin pudor alguno, no ofreciéndomelas, sino presumiéndome la hazaña de haberse apoderado de algo que he sido incapaz de ambicionar jamás.

 

En un momento de lucidez, Astrea me hace una seña para pedirme que me acerque.

 

—¡Hijo, estaré bien! —exclama en mi oído—. ¡Esto es lo que deseo y tu hermano me lo dará, tú busca con qué entretenerte!

 

Tras estas palabras, mi madre voltea el rostro para buscar la boca de Canuto. Mi hermano la besa con intensidad mientras suelta una de sus tetas para introducir la mano libre bajo el tanga de ella.

 

No resisto más. Simplemente me veo superado por la situación. Desconozco en qué momento o por qué motivos mi madre ha cambiado tanto en tan poco tiempo; casi hubiera preferido tener sexo con ella cuando me lo insinuó que verla en brazos de mi hermano. La impresión es demasiado fuerte para mí; me resulta doloroso ver al ser que más amo entregándose sin reparos a los apetitos de alguien a quien la vida prefirió por sobre mí desde el principio y privilegió cuando yo fui abandonado.

 

No tengo derecho a decir nada. No tengo derecho a oponerme o imponerme. Este es el mundo donde Canuto se desenvuelve bien, es el mundo que Astrea quiso visitar y él está dispuesto a darle lo que yo le negué. Vencido, ignorado y herido me alejo de ellos cuando Astrea restriega lascivamente las nalgas contra la erección de Canuto, sin que a  ninguno de los dos parezca importarle que me retiro de la pista.

 

Paso a la sección donde la gente disfruta de sus encuentros sexuales. Hombres y mujeres, en todos los grupos y las combinaciones posibles, se dejan arrastrar por la riada de lujuria y desenfreno. Sé que, si me desnudo, pronto encontraré con quién desquitar mi excitación, sé también que Canuto traerá a mi madre a esta sección en cuanto ambos decidan dejar de morrearse. Sé que no está en mi talante participar en esto y me sorprende que Astrea se preste a esta clase de juegos.

 

Encuentro el acceso al balcón y, mientras paso al exterior, lucho por convencerme de que nada de esto está sucediendo realmente, que es un sueño programado, que mi madre y yo nos encontramos vestidos, acostados en mi cama del barracón, inconscientes y tomando un Viaje Morfeo. Vano intento, las emociones que revientan en mi alma y las nuevas emociones que descubro en las actitudes de mi madre me gritan desde dentro que todo esto no solo es real, sino de carácter permanente.

 

«¡Esto es lo que deseo y tu hermano me lo dará, tú busca con qué entretenerte!», grita la voz de mi madre, impresa a fuego en mi memoria para herirme.

 

—CUATRO—

 

El aire fresco de esta simulación del océano Atlántico no me reanima. La noche artificial que se cierne sobre esta pesadilla en que se ha convertido mi Viaje Morfeo parece engullir mi alegría. Estoy roto por dentro. Primero, en el mundo real, la traición de Camelia, marcada como el acontecimiento más grave de mi vida adulta. Ahora, ver a mi madre magreada por el hijo de mi padre, dispuesta a copular con él y disfrutarlo me lastima profundamente.

 

«¿Por qué él, Astrea?», pregunto mentalmente. «¿Por qué, de entre todos los presentes, tiene que ser precisamente ese tipo a quien el destino y mi padre favorecieron por encima de mí?», golpeo la barandilla con los puños apretados, con impactos tan poderosos que, de estar en el mundo real, fracturarían los huesos de mis manos. «¿Por qué con él, que lo ha tenido todo, que ha sido feliz en todo momento, que tiene el reconocimiento, el prestigio, los recursos y la aceptación social del que goza la estirpe de nuestro padre?»

 

Ciego de ira, envalentonado por el odio y los celos, trepo por la barandilla y me sujeto a la pared mientras intento mantener el equilibrio. Si saltara, me deslizaría a través del domo que cubre la ciudad hasta llegar al borde, después encontraría una caída libre de dos kilómetros de altura. Todo el mundo sabe que no hay consecuencias si uno muere en un Viaje Morfeo, pues este simplemente se interrumpe, pero debe ser una experiencia extrema lanzarse desde el sitio en el que estoy.

 

—¿Por qué con él, Astrea? —pregunto en voz alta—. ¿Por qué con él?

 

«¡Esto es lo que deseo y tu hermano me lo dará!», responde de nuevo su voz en mi memoria. Haga lo que haga, en el mundo onírico o en el mundo real, esto me perseguirá por siempre si no lo resuelvo de inmediato.

 

Saltar y perder no es una opción válida. Al despertar recordaré lo que ha sucedido y lo que no he podido resolver con dignidad.

 

Detener el encuentro sexual entre mi madre y mi hermano tiene sus riesgos. Si consigo separarlos, ella querrá algo más. No sé si estaré dispuesto a darle lo que desea, lo que necesita, lo que quizá su ánimo castigado le esté pidiendo para paliar el dolor producido por la traición de Rufo.

 

Hago acopio de mi abundante ira y mi escasa valentía y con estas herramientas apuntalo mi ánimo lastimado. No sé si seré capaz de dar a mi madre aquello que desea, aquello que ha venido a buscar. No sé si tendré el coraje de enfrentarme a una relación incestuosa que nunca estuvo en mis planes, ignoro si ella, habiendo encontrado a Canuto, se sienta igual de dispuesta. Desconozco si lo que Astrea está haciendo tiene alguna relación con su trabajo, quizá incluso se esté prostituyendo con el jefe para obtener algún beneficio económico o laboral. No tengo idea de si será bueno o no, pero decido impedir lo que quizá a estas alturas se esté dando ya entre ellos. No quiero permitir que mi madre entregue al hijo favorito de su examante aquello que libremente me ofreció cuando llegamos a este mundo.

 

Regreso al interior con paso decidido. Como he sospechado, Astrea y Canuto ya se encuentran en la sección donde los participantes disfrutan del placer sexual. El estruendo de la música impide escuchar los gemidos de quienes se entregan a toda suerte de prácticas amatorias, me es imposible escuchar lo que ella dice, pero veo que disfruta de lo que hace con él.

 

Mi madre está desnuda, acostada al borde de una mesa. Mi hermano abraza sus piernas, manteniéndolas en alto mientras embiste con rudeza en movimientos rápidos y profundos. Ella sacude la cabeza y grita mientras se amasa los generosos senos.

 

Creo haber llegado tarde. Sorteando los cuerpos de desconocidos que se entregan a la orgía, llego hasta donde se encuentra la pareja y consigo escuchar lo que dice Astrea:

 

—¡Ya penétrame, por favor, no aguanto más!

 

Entonces observo bien la postura.

 

Cambiando de perspectiva y ángulo, veo que Canuto sostiene las piernas de mi madre mientras se menea, pero mantiene su hombría prisionera entre los muslos de Astrea. No están follando, sino que él se masturba con el cuerpo de ella sin darle placer, jugando a disfrutar egoístamente.

 

Mi ira se intensifica. Astrea ha querido disfrutar, ha venido hasta aquí e incluso me ha herido inconscientemente con tal de ser penetrada por este hombre, hijo de mi padre, y él juega a ofrecerle sin dar, disfrutando del espectáculo que le brinda una mujer como ella dispuesta y deseosa.

 

—¡Déjala en paz, imbécil! —espeto gritando para ser escuchado.

 

Ambos se detienen. Mi madre deja de amasarse los senos para mirarme con incredulidad mientras mi hermano deja de masturbarse para estudiarme con gesto altivo. No lo resisto.

 

He contenido mi ira demasiado tiempo. He tenido que tragarme el desamor, el dolor, el abandono, la rabia que siento cada vez que pienso que parte de la fortuna de este tipo debió pertenecerme por derecho de nacimiento.

 

Avanzo unos pasos mientras aprieto el puño derecho. No consigo evitarlo, no quiero contenerme más; haciendo acopio de toda la fuerza que pueda contener el ser digital que me constituye en este mundo de ensueño y locura, lanzo un puñetazo en mitad del rostro de mi hermano. El impacto es tan fuerte que su cuerpo retrocede, soltando las piernas de mi madre y haciéndome ver sus genitales, idénticos a los míos en dimensiones y forma.

 

—¡Nos vamos! —grito a mi madre. No encuentro sus ropas, pero no me interesa sacarla desnuda a la calle.

 

—¡Cleto, es que no entiendes! —exclama Astrea llevando una mano a su sexo. En un principio creo que intenta cubrirlo, pero luego me doy cuenta de que trata de estimularse discretamente—. ¡Esto es algo que necesito hacer! ¡Hijo, le necesito y tiene que ser con él!

 

—¡Yo te daré lo que necesitas! —le grito mientras la tomo por las muñecas para forzarla a que se incorpore—. ¿Quieres esto? —pregunto y llevo una de sus manos a mi erección—. ¡Larguémonos de aquí y lo tendrás!

 

Canuto me mira con rencor. Mantengo la cabeza en alto, la mirada regia que debe corresponder a la casta que me despreció,  el semblante impasible, quizá indiferente, de quien se sabe fuerte y capaz de medirse con cualquiera.

 

—¡Vayamos a la habitación! —ordena mi madre, nunca sabré si buscando ese encuentro sexual al que me he comprometido con ella o queriendo evitar que pelee con mi hermano.

 

Tomo a mi madre por la cintura y, caminando a su lado, la llevo a la puerta de acceso para que juntos emprendamos el camino de vuelta a nuestra habitación.

 

—CINCO—

 

El camino de regreso a la habitación ha sido para mí un momento de reflexiones y rupturas.

 

Mi madre, vestida solamente con una camisa que encontramos tirada entre las ropas de los participantes de la orgía, se ha mantenido callada y serena, sabiendo que le entregaré lo que ha querido de mí desde que iniciamos el Viaje Morfeo.

 

No me he convencido de nada. Las situaciones en este entorno artificial son, para mí, tan reales como si sucedieran en el mundo físico.

 

—¿A qué le temes? —pregunta Astrea acurrucándose a mi lado. Instintivamente rodeo sus hombros con un brazo para después arrepentirme cuando toma mi mano y la lleva a uno de sus senos. No quiero desairarla, así que la acaricio con suavidad.

 

—Temo al mañana, mamá —respondo enronquecido—. Temo a los recuerdos, temo al arrepentimiento, temo a la sensación de estar aprovechándome de lo que quieres tú y temo perder las cosas que siempre he tenido contigo en el mundo real.

 

Suelta una risilla enigmática como cuando, siendo niño, quería jugar a darme una sorpresa. Por un momento siento que nada ha cambiado entre nosotros, el llamado de la cordura me hace ver que no es demasiado tarde.

 

—¿Confías en mí?

 

—Ciegamente, mamá, y lo sabes.

 

—Entonces no tienes nada qué temer. Tú sigue confiando, Cleto, al final todo se aclarará.

 

No entiendo lo que dice, pero prefiero no preguntar.

 

Llegamos al hotel y abandonamos el gravimóvil. Nos apresuramos a entrar en la habitación. Detesto lo que mi madre ha estado a punto de hacer con mi hermano, detesto sentirme dividido y debatirme entre el deseo de tomar aquello que, aunque prohibido, se me ofrece sin restricciones, y la duda del porqué está sucediendo todo esto. No entiendo qué es lo que ha ocasionado que mi madre se comporte como lo hace desde que llegamos aquí y no quiero sentir que me estoy aprovechando de su actitud lasciva. Esta faceta de su carácter nunca creí llegar a conocerla.

 

Me desnudo ante mi madre ya sin pudor. Paso al cuarto de baño donde regulo la temperatura de la ducha; necesito eliminar de esta versión digital de mi cuerpo todo vestigio de sudor, tristeza y desencanto. No ha sido fácil para mí decidirme a cruzar el umbral del incesto y no estoy completamente convencido de que hacerlo sea lo mejor o nos beneficie a mi madre y a mí. No me siento capaz de dar ese paso.

 

El agua tibia me empapa, tan inexistente como todo en este entorno artificial. Tan inexistente como lo que me constituye y me sujeta a un sitio que nunca existió, jamás existirá y cuyos acontecimientos pueden marcar mi realidad futura, quizá para mal. Sé que mis instintos lo desean, sé que mi mente rechaza la idea y sé que mi madre espera de mí ese encuentro sexual que le he negado desde que todo comenzó en nuestro Viaje Morfeo.

 

Mientras me enjabono intento despejarme, poner la mente en blanco y encontrar un instante de paz en el que me sea posible interrumpir el devenir de mis pensamientos. Soy interrumpido por el ruido de la puerta al abrirse, por los pasos de mi madre y por sus manos que acarician mi espalda. Ha venido a bañarse a mi lado, como la amante que ningún derecho constitucional y que mis propios principios me negarían.

 

—No digas nada, hijo —sugiere mientras se abraza a mi cuerpo. Mi erección choca con su vientre y poso mis manos en su talle.

 

Nos besamos, al principio con cuidado, como tanteando las reacciones mutuas que esta caricia prohibida pudieran despertar. Después, entrando en confianza, permitimos que nuestras bocas hablen sin pronunciar palabra alguna, comunicándose el deseo que arde en lo más básico de nuestros instintos.

 

Nuestras manos, ávidas de explorar, palpan curvas, carnes, intimidades y sitios cuyo acceso solamente la demencia de ambos, inmersos en una pesadilla virtual, hubiera podido permitir.

 

—Mamá, yo…

 

—He pedido que no digas nada, Cleto —me interrumpe—. Todo está bien y, si confías en mí, todo estará mejor mañana.

 

Cierra las llaves del agua y me guía para que la acompañe fuera del cubo de la ducha. Nos secamos en silencio, sonriendo, yo con timidez y ella con una seguridad que me alienta a seguir. Sé que en sus ojos encuentro el temple que siempre me ha hecho falta para tomar decisiones trascendentales, sé que en su voz encuentro el apoyo y la fortaleza para los días difíciles. Lo que hasta hoy no he tenido en cuenta es que, en el cuerpo de mi madre, puedo hallar la fuerza pasional que quizá he buscado en otras mujeres y que complementará mis días de aquí a futuro. Después de esta noche, se diga lo que se diga sobre la vacuidad del Viaje Morfeo, mi vida cambiará si regreso al mundo real con estos recuerdos.

 

Astrea me quita la toalla y se muestra ante mí, completamente desnuda, absolutamente dispuesta, irrevocablemente decidida a darme y tomar de mí el placer que ha venido a buscar.

 

Duele la ironía de haber tenido que caer en el desengaño, haber pasado por el dolor, haber recurrido a un método artificial de alterar consciencias y entornos, haber soportado el amargo trance de verla en brazos de mi hermano para terminar cayendo en algo que pudimos tener en el mundo real, uniendo su carne con la mía, sus efluvios con mi simiente, sus gemidos con mi respiración.

 

Nos abrazamos. Por un instante beso su frente, como queriendo con este gesto dejar constancia de que sigo siendo su hijo, de que, pase lo que pase aquí, el amor y la devoción que siempre le he profesado no cambiarán.

 

—Te amo —suspira mi madre—. Hijo, te amo y, créeme, esto que estamos haciendo es lo mejor para los dos.

 

Nunca me ha gustado contradecirla y rara vez encuentro motivos para hacerlo. Mi subconsciente levanta mil objeciones, pero controlo mi boca para que de esta no escape un solo argumento en contra. Para asegurarme de que no diré nada fuera de lugar, beso nuevamente la boca de mi madre. Si ella desea esto, si ella lo ha buscado y si es ella quien me ha incentivado a saltar por este abismo, estoy dispuesto a caer si lo hago tomado de su mano.

 

De  su boca paso a su cuello, pero los besos en esa zona duran poco tiempo. Astrea toma mi cabeza con ambas manos y me hace fijar toda mi atención en la versión digitalizada de los senos que alguna vez me amamantaron. Restriego en mi rostro sus pezones enhiestos, creados para el placer, rodeados por areolas amplias y sensuales.

 

Beso y lamo, contagiado por la sensualidad que irradia la piel de mi madre. Estoy más excitado que nunca, pero estoy seguro de que esto no se debe a algún efecto del Viaje Morfeo, sino al genuino deseo de un hijo abnegado que supera la barrera moral del incesto para gozar del placer sexual con su propia madre.

 

Ella puede decir que no significa nada, que lo que sucede en este mundo vale menos aún que un sueño natural, que no somos carne ni materia sino entidades digitalizadas. Astrea puede esgrimir todas las atenuantes, pero el fiscal de mi interior me grita que esto es incesto, que no está bien, que no debemos cometerlo. Consigo coaccionarlo con la imagen mental de mi madre copulando con mi hermano y esto silencia sus objeciones.

 

Mi madre se separa de mí y se sienta al borde de la cama. Toma mis manos entrelazando sus dedos con los míos y me mira a los ojos.

 

—Es igual al de tu padre —dice refiriéndose a mi miembro, que ha quedado a escasos centímetros de su rostro—. No imaginas cuánto lo disfrutaba, estoy segura de que gozaré con el tuyo.

 

«¿Lo mismo le dijiste a Canuto antes de que los interrumpiera?», pregunto mentalmente, más para autoflagelarme que por querer increparla a ella. Reconozco que, si me negué cuando llegamos, ella tenía perfecto derecho a buscar lo que no quise entregarle.

 

Astrea recorre mis genitales con su rostro, manteniendo la boca entreabierta y la lengua afuera. Acaricia, lame y, en ocasiones, besa mis zonas más sensibles mientras me estremezco tratando de liberar mis manos para tomar su cabeza.

 

Tras algunos momentos en tan exquisita tortura, acomoda mi glande entre sus labios. Mirándome a los ojos hace que su cabeza avance un poco para comenzar con una felación estremecedora.

 

«¿Tuviste tiempo de hacerle una mamada a mi hermano?», vuelvo a preguntar mentalmente, mortificándome una vez más con el recuerdo de lo que sucedió en la fiesta y arrepintiéndome al instante de esta actitud masoquista. Me prometo firmemente no volver a hacerlo.

 

Mi madre se muestra ante mí como una experta consumada en dar placer con la boca. Se introduce la mayor cantidad de mi pene que le es posible para succionar con fuerza y liberar la presión de golpe. Lame el glande, mordisquea el tronco e incluso juega con su saliva generando corrientes de cálido placer que me hacen temblar. Estoy muy lejos de la eyaculación, por lo que este momento de entrega lo disfruto sin prisas, sin romper el equilibrio que Astrea ha conseguido entre mi placer y mi locura. Puedo tener objeciones, puedo pensar que esto no debiera estar sucediendo, pero la fortaleza de mi deseo brinda resistencia y apoyo a la debilidad de mis instintos. Sé que está mal, sé que lo estoy disfrutando y sé que quiero más.

 

—¡Penétrame ahora, hijo, no puedo esperar más! —deja escapar mi madre cuando libera mi hombría de la placentera prisión de su boca.

 

Astrea está ansiosa. Suelta mis manos para acostarse sobre la cama, separar los muslos y mostrarme su sexo empapado de fluidos lubricantes. Tiemblo al pensar en las implicaciones que un acto incestuoso traerá a nuestras vidas cuando volvamos al mundo real. Dudo y ella lo percibe. Encoje las piernas y con sus pies captura mi erección, luego, sonriendo, pone sus plantas en mi abdomen y articula un «¡Cógeme!» que, pese a ser silencioso, retumba en mi interior como la orden más apremiante que jamás haya recibido.

 

Sujeto las pantorrillas de mi madre y acomodo sus piernas como rato antes hiciera mi hermano, la diferencia es que no busco solamente mi placer. Dirijo mi glande a su entrada vaginal, entrecierro los ojos y exhalo todo el aire de mis pulmones mientras penetro a la mujer que me dio la vida en un largo y lento movimiento que nos hace estremecer a ambos.

 

El hombre que me engendró pudo haberle dado placer, el hombre que cuenta con la mitad de mi genética pudo haber querido obtener placer de ella. A diferencia de esos dos, me entrego a un placer compartido con Astrea, dándole y recibiendo de ella las oleadas de deleite mientras el amor  que siempre le he profesado crece y se sublima.

 

Bombeo profundamente, sintiendo que mi erección es envuelta por la calidez de la versión digitalizada del sexo de donde procedo.

 

Siendo los cuerpos que portamos en el Viaje Morfeo idénticos a los que tenemos en la vida real, me maravillo por las sensaciones que comparto con ella; jamás imaginé que las entrañas de mi madre alojaran tan bien la longitud y grosor de mi mástil. Nunca me intuí en semejante situación, en ningún momento soñé con algo parecido a lo que estamos viviendo.

 

Ella, delirando entre oleadas de éxtasis, corresponde a mis movimientos haciendo que sus nalgas choque contra mi cuerpo en cada oportunidad de penetración. Ambos jadeamos, ambos sonreímos y entrecerramos los ojos. Estoy plenamente consciente de que, en caso de recordar estos momentos cuando volvamos al mundo real, querré repetir siempre con ella. Las barreras morales, las dudas, los temores y los obstáculos que hubiera podido interponer entre lo nuestro se van difuminando con cada movimiento, con cada instante en que siento que mi carne se hunde en su carne, con cada latido acelerado del corazón que ha amado a Astrea desde el instante mismo en que fue concebido en un acto similar al que ahora ejecuto con mi propia madre.

 

La mujer que me dio la vida gime, corresponde a nuestro encuentro con absoluta entrega, se deja llevar por el placer amatorio de sentirse penetrada por su propio hijo y alcanza una oleada orgásmica intensa, expresada en gritos y jadeos mientras sus entrañas comprimen mi virilidad para hacerme partícipe de su gozo.

 

Me siento poderoso. Por primera vez en mi vida experimento el placer de ser amado, de copular con alguien que me ama incondicionalmente y por quien gustoso soy capaz de entregar mi existencia. Poco importa que estos momentos no existan, poco importan los miedos anteriores cuando quiero volver a sentir que soy capaz de dar placer a mi madre.

 

Separo las piernas de Astrea y penetro su vagina con toda mi erección. Me tiendo sobre su cuerpo para abrazarla, hacerla girar y quedar debajo de ella. Mi madre, sin dejar de correrse, aprovecha el cambio de postura para sacudirse y menear las caderas mientras entrelaza los dedos de sus manos con los de las mías, como siempre que estamos juntos, como siempre que nos sentimos compañeros y cómplices.

 

Eyaculo, profundamente dentro de ella. Irrigo esta versión onírica de las entrañas que me concibieron con mi simiente, en un juego de ilógica y prohibida unión. Somos entidades afines, somos seres creados para estar juntos, para vibrar a la misma tesitura y ser compatibles en el mismo ámbito. Su clímax, unido al mío, indica en un entorno digital lo que en nuestro mundo y nuestra realidad podría existir si tan solo lo intentáramos.

 

Y así, con mi erección clavada en el interior de Astrea, concretamos nuestro primer acoplamiento. Dejamos de movernos y ella me sonríe mientras la sujeto por las nalgas, seguro de que tendremos el resto de la noche para seguir disfrutando.

 

—Cleto, tengo que explicarte —jadea mi madre tratando de volver a este simulacro de realidad—. Tu bisabuelo, abuelo de tu padre, pagó por una consigna especial. Cualquier mujer que tenga sexo con hombres de tres generaciones distintas de tu familia paterna tendrá derecho a que su versión digital de Viaje Morfeo permanezca en este mundo por siempre. Durante mi primer viaje cogí con tu abuelo y con tu padre. Hoy lo he hecho contigo, por lo que en este momento se cumple el decreto.

 

Ahora entiendo porqué mi madre insistía y necesitaba tener sexo con Canuto. No era solamente la urgencia sexual en sí, sino el cumplimiento de un trámite necesario para seguir en este mundo.

 

—¿No volverás al mundo real? —pregunto alarmado.

 

—Volveré, hijo —ríe—, o al menos despertaré a tu lado siendo la misma que has conocido siempre. Esto que aquí ves de mí, esta representación digital sumergida en este universo digital, será lo que permanezca en el Viaje Morfeo por todo el tiempo que la tecnología lo permita.

 

—¿Y yo? —pregunto sin saber si quiero conocer la respuesta.

 

—Basta con que lo desees, Cleto, y la versión digital de lo que eres aquí podrá quedarse a mi lado —sonríe y se menea un poco, volviendo a sentir la fricción de mi hombría en su interior—. También puedes regresar a la realidad con el recuerdo de lo que hemos vivido, dejándome sin ti. Es tu elección, amor.

 

No necesito meditarlo mucho; tengo más que claro lo que quiero hacer ahora que conozco a mi madre como amante. Beso su boca en respuesta a la interrogante que se plantea entre los dos y acaricio sus costados para seguir adelante con el encuentro sexual que cambiará nuestras vidas.

 

Epílogo

 

Abro los ojos sin tener recuerdo de haber perdido la consciencia. A mi lado, mi madre sonríe enigmáticamente. Todo lo que nos rodea es igual a cuando quisimos iniciar el Viaje Morfeo. Mi barracón, nuestra amargura, el desengaño de sentirnos traicionados.

 

—Mamá, el Viaje Morfeo no funciona —me quejo procurando que mi tono no suene demasiado despectivo—. No han pasado ni cinco minutos desde que lo activamos y ya hemos sido expulsados sin haberlo experimentado. Seguramente el equipo está defectuoso o tiene algún cargo secreto.

 

Astrea sonríe con la misma dulzura que siempre me ha prodigado. Me siento emocionado cuando lo hace, pues sé que el profundo amor de hijo que siento por ella es bien correspondido.

 

—Cleto, hay cosas que funcionan y cosas que no —suspira y se alisa las ropas—. Puede que alguien, en algún lugar, esté disfrutando de este sistema. No nos tocó ser parte de ello, pero no por eso debemos lamentarnos. Mientras estemos juntos, lo demás importa poco.

 

Meneo la cabeza y aprieto los ojos. Si al menos, en algún lugar del mundo y en algún momento de mi vida pudiera encontrar a una compañera sexual que me amara y a quien pudiera corresponder  con la misma intensidad del amor casto que comparto con mi madre, quedarían resueltos todos mis dilemas emocionales.

 

Fin

 

Título y autor de la siguiente publicación: Sorpresa

 

Fecha aproximada de la siguiente publicación: 07-10-2016